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Los Agentes del Ojo (24)

en Grandes Series

John Henry derrochó unos instantes en buscar entre los restos de la tarima destrozada el martillo con el que había luchado contra los soldados esclavistas cuando llego a aquel extraño mundo.

Mientras veía como avanzaba el numeroso ejército pensaba en su madre, que vivía al otro lado de aquel puente que se establecía entre las dos realidades. El puente iba a parar a la ciudad holandesa de Ámsterdam, muy lejos de Kansas, pero si se había abierto un portal en Europa ¿Quién le aseguraba que no se hubiera abierto otro igual en América?

Blandiendo aquel martillo John Henry efectuó un salto prodigioso, de varios metros de altura y muchos mas de longitud, e incurrió en mitad de las fuerzas enemigas derribando a unos cuantos soldados al caer.

Antes de que ni uno solo pudiera reaccionar John Henry blandió su arma y asestó un golpe contra la infantería. Destrozó la mandíbula de un soldado y quebró la cabeza de otro que a su vez derribó a un tercero al caer. De vuelta, el martillo describió una ola que barrió a cuatro soldados haciendo pedazos los escudos que mantenían en alto.

Enseguida notó una lluvia de golpes sobre si mismo: hachas, lanzas, alabardas, dagas, cimitarras… ninguna hizo más que causarle alguna molestia. Ni tan solo retrocedió. Su siguiente golpe arrancó la cabeza a dos soldados de una vez, y el siguiente arrojó a otro bien lejos, aunque sin duda ya estaría muerto cuando aterrizara.

La lluvia de armas continuó sin apenas detenerle unos segundos. El ancho tronco de árbol que era el ejército en formación parecía estar siendo cortado por un hacha leñera. Por allí donde John Henry avanzaba todos a su paso morían. La sangre de aquellas criaturas de otra dimensión era tan roja como la de la suya propia, y ahora se encontraba bañado por ella.

Pronto los soldados que se encontraban delante retrocedieron para auxiliar a sus camaradas caídos, y los que se encontraban detrás avanzaron con el mismo propósito. Había un alud de soldados agrupándose en torno a John. De vez en cuando algún soldado salía disparado de un puñetazo, o un grupo de ellos era arrojado al aire hecho pedazos, pero la multitud todavía lo rodeaba como hormigas sobre un cadáver.

A la orden de un oficial la multitud se apartó. Se trataba de dejar paso a la caballería. En este mundo, la caballería consistía en jinetes montados en enormes dragones, y estos eran de tamaño muy superior al que John había matado de un solo golpe.

John actuó primero, el dragón que se abalanzaba sobre él perdió la cabeza literalmente, arrancada de un puñetazo dado desde el aire. John saltaba tan alto y con tanta facilidad que parecía volar. Los arqueros intentaban herirle en vano, y una nueva arma, lo que se podría identificar como la artillería de aquel mundo, cayó sobre él. Era el fuego que exhalaban algunos dragones, los más grandes. Bocanadas de llamas líquidas que lo alcanzaron de lleno.

Mientras, Diana Dywane contemplaba la escena desde la plaza, apenas a unos veinte metros de la batalla y no sin cierto pavor.

Al ver como alcanzaban a John con una bocanada de fuego y éste caía envuelto en llamas volvió muy deprisa al coche para recuperar el zurrón de piel donde había guardado la cabeza de Lilith. La sacó, le quitó la mordaza y la orientó hacia la batalla.

Rápido, dime como acabar con esto…

¿Los ejércitos de mi padre se han movilizado? — dijo la cabeza — ¿eso buscaba hacer, invadir vuestro mundo?

¿Qué si no? — contestó Diana Dywane — pero ahora tienes que decirme como hago para detener esto lo más rápido posible…

La cabeza empezó a reírse estridentemente. Diana Dywane sentía una tremenda opresión en el pecho. Se estaba cumpliendo lo que más temía.

¿Y por que iba yo a decirte como acabar con todo esto? ¿Qué me importa a mí si tu mundo es aplastado por el mío?

Todavía necesitas muchas cosas de mi — dijo Dywane jugando sus últimas cartas — sólo yo puedo facilitarte de nuevo tu cuerpo, y espera que no te entregue a tu padre por el asesinato que cometiste…

Muy bien — dijo la cabeza sin dejar de reír — devuélveme mi cuerpo y entonces hablaremos…

¡No estás en condiciones de negociar nada!

Entonces vio a John surgir de entre la multitud una vez más. Las llamas habían consumido su ropa por completo pero parecía intacto. Su primera acción fue abalanzarse sobre el dragón que le había quemado. Primero derribó al jinete y luego sujetó a la bestia por sus cuernos. La cabeza era tan grande como la cabina del carruaje que les había traído hasta allí, pero aún así tuvo fuerza suficiente como para girársela y romperle el cuello. El dragón con el cuello roto se desplomó atrapando en su caída a muchos de los soldados. John se apoderó de la pica que se encontraba sujeta en el lomo de la bestia para arrojarla contra la furiosa multitud. Atravesó con ella el cráneo y el pecho de dos hombres, luego saltó zambulléndose en el gentío.

Fue un gran alivio para Dywane contemplar la escena, pero no pudo saborear el momento. Sintió como la espalda le quemaba, un dolor muy intenso.

Cayó al suelo de rodillas y tuvo un instante para reaccionar y evitar que el cochero le rebanara el cuello con su cimitarra. Le acababa de asestar un profundo tajo en la espalda, empezaba a marearse, no podría conseguir esquivar una segunda vez.

Mientras tanto, a algunos quilómetros de allí, en lo más hondo de un imponente castillo, el Profesor Traknor había decidido dejar de ser civilizado.

Preso de una furia incontenible saltó hacia delante para enfrentarse a los soldados que cargaban contra él. Al ver su rostro lleno de ira, su enorme figura avanzando a la velocidad del rayo, sus largos colmillos y su cuerpo musculoso y robusto muchos soldados se batieron en cobarde retirada, arrojando sus armas y corriendo en dirección contraria. Algunos, sin embargo, continuaron a la carga. Los dos primeros recibieron sendos golpes que les aplastaron los cráneos contra la pared. El siguiente en avanzar fue el Capitán Asmodeus, que tuvo la fortuna de asestar un golpe con su cimitarra en pleno pecho del gorila, pero el mandoble no le causó ningún daño y el acero se partió en dos.

Lejos de detener su avance, el profesor apartó al Capitán de un manotazo y lo arrojó al otro lado del pasillo, haciendo un ruido seco al caer contra el suelo, quedando estirado en una postura nada natural, como una marioneta.

Seguidamente una lanza se fue a estrellar en la rodilla del gorila, rebotando torpemente al hacerlo. Traknor la recogió del suelo y la blandió. Ensartó con ella a uno de los soldados y luego la sacó para clavarla en el costado de otro más.

Los soldados que peleaban con él y caían como moscas en segundos empezaban a desconfiar de la posibilidad de conseguir vencer a aquel monstruo. Uno más de ellos desertó, reconociendo que tal vez los que se habían ido antes de que la pelea comenzara eran los más listos. El resto permanecían asustados, sabiendo que seguramente morirían en pocos segundos.

Mientras tanto, a espaldas del profesor, la Duquesa Sofía se encaraba a Joe Ryder, que continuaba sin estar armado.

Lo siento — comenzó la Duquesa — pero me temo que sois demasiado peligrosos para dejaros vivir…

Eso será sobre mi cadáver — escupió Ryder —

Claro… — contestó la Duquesa confusa, poco conocedora del humor terrestre — eso es lo que he dicho…

La Duquesa atacó primero, pero el derechazo fue a hundirse en la pared. Un izquierdazo corrió la misma suerte, Ryder era más rápido que ella.

Estate quieto, maldita sea …

Como queriendo llevar la contraria Ryder se escabulló por un flanco y atacó con una patada en una de las pezuñas de Sofía. La mujer demonio perdió el equilibrio, y fue entonces cuando Ryder aprovechó para zancadillearla y terminar de precipitarla al suelo. Pero antes de poder aprovechar esa ventaja la mujer volvió a incorporarse y a lanzar otro ataque, en esta ocasión pretendía sujetar a Joe. Pero algo le impidió encontrar su blanco. Era Foxglove, que revoloteaba brillando con fuerza por delante del rostro de la Duquesa. Pronto, un puñetazo le acertó en la mandíbula y luego otro en el estomago.

¡Maldita mascota! — chilló la Duquesa intentando espantar a la pequeña hada de su rostro — ¡Debí haberte arrancado las alas la primera vez que te vi!

Cambiando de estrategia la Duquesa cargó contra Ryder, pero como si de un toro se tratase éste la esquivó. Pero al parecer su objetivo no era arremeter contra el aventurero, sino sacarse de encima a Foxglove. Una vez lo hubo conseguido simplemente estiró el brazo hasta conseguir sujetar a Ryder por la muñeca. Y ahí cambió todo.

Sofía estiró fuerte pero sin soltar su presa. Ryder fue a estrellarse contra un muro. Luego volvió a estirar con fuerza pero en la otra dirección, en esta ocasión si lo soltó, y se precipitó contra la pared opuesta.
Ryder estaba demasiado aturdido para levantarse y la Duquesa pudo acercarse lo suficiente como para sujetarle del pelo. Foxglove a su vez, apostada en la cabeza de la Duquesa, le estiraba del cabello y le gritaba.

¡Déjale! ¡Déjale en paz!

Te he dicho que te iba a matar ¿recuerdas?

Y seguidamente le rompió el cuello con las dos manos.

Traknor, por su parte, acababa entonces de derrotar a todos sus adversarios. Los que no yacían muertos en el suelo habían huido dominados por el miedo. Sólo quedaban él y la Duquesa, y también Foxglove, que había abandonado su posición anterior y ahora estaba sentada en los labios del cadáver de Ryder, llorando.

He matado a todos tus soldados… — dijo el gorila con la respiración entrecortada —

Yo he matado a tu amigo… — contestó la Duquesa —

Esto no tenía que pasar así. Todo habría podido ser beneficioso para todos. Nadie habría muerto, ni tus soldados, ni mi amigo ni tampoco mi amante, y él seguiría siendo mi amante…

Pobre diablo — contestó la Duquesa — un cuerpo tan poderoso y un corazón tan débil…

Pagarás por lo que has hecho…

Traknor se preparó para cargar contra su enemiga. Abrió los brazos amenazadoramente y una vez más enseñó los colmillos, pero todo acabó antes de lo previsto. Sofía lanzó su brazo hacia delante y hundió la mano en el pecho del Profesor. La clavó como si hubiera clavado un cuchillo. En pocos segundos la sacó de nuevo. Agarrado a su mano había un palpitante corazón. Traknor cayó al suelo.

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