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Cristina, Capitulo 6. Las flores.

en Lésbicos

Capitulo 6.

Las flores.

 

 

 

Cristina llegó algo tarde y lo hizo con Eva. Llevaba una ropa muy poco usual en ella que  solía vestir algo más de sport; falda, medias y blusa. Tampoco podía decirse que la ropa le quedara muy bien: la falda le venía muy estrecha y acentuaba el tamaño de su culo, y la blusa un poco ancha, lo que conseguía que pareciera que no tenía tetas.

Ambas llegaron muy sonrientes y, cuando nadie las miraba, se despidieron con un beso en los labios para dirigirse después cada una a su puesto de trabajo.

Mientras se acercaba a su mesa la temperatura en la empresa iba subiendo. Los que la miraban y nunca la habían visto con falda se excitaban al contemplar sus gruesas pantorrillas y el comienzo de los muslos de cerda y su culo mucho más enorme que nunca. Las poyas se ponían inhiestas como en un presenten armas en su honor y los coños se mojaban como botellas de cava descorchándose para celébralo.

Cuando llegó a su mesa Rocío estaba ya trabajando.  Dejó sus cosas y, sin sentarse, se dirigió a su compañera.

 

—    Rocío, tendríamos que hablar...

 

Rocío la repasó con la mirada de arriba abajo. Le pareció un cambio de look bastante curioso, pero Cristina estaba a sus ojos igual de suculenta que siempre.

 

—    Si me vas a decir que me olvide de las cosas que hemos hecho tú y yo...

—    No, no, no es eso — dijo Cristina acogiéndole de las manos — es que... quería pedirte perdón por lo de ayer... estaba nerviosa...

—    Vale, estabas nerviosa...

—    Estaba asustada, no quería ser cruel contigo...

—    Si, ya me di cuenta de que tenías miedo — Rocío se soltó de las manos y cruzó los brazos — pero ¿y lo nuestro?

—    ¿Lo nuestro?

—    Si... o dicho de otra forma ¿me acompañas al lavabo?

—    Yo...

 

Rocío se levantó entonces para sujetar a Cristina por el culo, apretando con fuerza con las dos manos.

 

—    Rocío, por favor...

—    Dime que no acabas de mojarte...

—    Acabo de mojarme — dijo Cristina tajante —

—    Pues vamos al lavabo para que te lo seque con la lengua...

—    No... — Cristina le quitó las manos a Rocío de donde las tenía puestas — pero podemos quedar fuera de aquí, en otro sitio...

—    Yo quiero comerte el coño ahora.

—    Vale... pues entonces en el desayuno...

—    No, ahora. Vamos al lavabo ahora — Rocío volvió a asir el culo de Cristina con las dos manos —

—    ¡Que no! — dijo Cristina quitándosela de encima y sentándose en su sitio — ¡Pareces un pulpo!

—    Sé que tú también tienes ganas...

—    ¡Joder, Rocío! ¡Pues claro que tengo ganas! Si por mi fuera me bajaba las bragas aquí mismo, pero estamos en el trabajo y ya nos han llamado la atención...

 

Rocío se sentó en su sitio, mirando a su compañera  muy seria, con las manos juntas sobre las rodillas.

 

—    Perdona...

—    No pasa nada, pero controla tus manos...

—    ¿En el desayuno, pues?

—    En el desayuno me haces todo lo que te de la gana...

—    ¿Todo? ¿En serio?

—    Sí, en serio...

—    ¿Me dejarás besarte en la boca?

—     Claro... — se ruborizó Cristina —

—     Ahora la que me he mojado soy yo.

—    Pero después ¿vale?

 

Sonrientes, las dos chicas se pusieron a trabajar como cada mañana, dejando los manoseos para más tarde, deseando que llegara la hora del desayuno.

De pronto, un hombre con uniforme de repartidor se acercó a la mesa de Cristina para dejar un imponente y descomunal ramo de flores frescas. A Cristina, los antorium le recordaban enormes y encarnadas vaginas con prominentes clítoris saliendo de su interior.

Sorprendida buscó una tarjeta que le aclarara quien se las había enviado, pero no había ninguna.

 

—    ¿Y esto...? ¿Qué significa? — preguntó Rocío visiblemente molesta —

—    No... lo sé, no sé quien me las ha enviado...

—    ¿No lo sabes?

—    No tengo ni idea...

 

Rocío se levantó de repente, cogió su chaqueta del colgador y salió en dirección a la salida.

 

—    Oye... pero ¿adonde vas? — dijo Cristina que había salido detrás suyo —

—    A desayunar.

—    Pero... si aún no son las diez... además, yo pensaba...

 

Rocío continuó caminando hasta llegar al pasillo más exterior, donde estaba la maquina del agua y el departamento de contabilidad.

 

—    Pensabas mal...

—    Pero ¿por qué te has enfadado ahora? Venga, vamos a desayunar juntas...

—    No, Cristina, no ¡Que te coma el coño la que te ha enviado las flores!

 

Rocío salió disparada hacia la puerta de salida mientras los empleados del departamento de contabilidad se la quedaban mirando muy fijamente.

Entre la vergüenza y el enfado Cristina salió apresurada hacia la puerta de salida, pero no siguiendo a Rocío, sino a encontrarse con Eva.

—    ¿Qué pasa? ¿Has venido a verme? — dijo Eva sonriendo de oreja a oreja —

—    Eva ¿por qué lo has hecho?

—    ¿Hacer el que?

—    Las flores... ¿por qué me has enviado las flores?

—    ¿Qué flores?

 

Eva se dio cuenta de que su amiga estaba especialmente enfadada, así que rodeó el mostrador para acercarse todo lo posible.

 

—    ¿De que flores estás hablando?

—    El ramo de flores... son muy bonitas pero...

—    Yo no te he enviado ningún ramo de flores, Cristina...

 

Cristina estaba aturdida. Se veía reflejada en el cristal de la puerta de entrada y no acababa de reconocerse con aquella ropa prestada. Había cambiado mucho en un par de días. Su forma de comportarse, su relación con los demás... ¿qué estaría pensando de ella en el departamento de contabilidad?

Sin decirle a Eva ninguna palabra más regresó a su mesa y se quedó allí trabajando, a esperar que Rocío volviera de su apresurada escapada.  Quedó absorta en su quehacer hasta que escuchó el sonido de tacones y levantó la vista, nerviosa. Pero no era Rocío sino Magda.

 

—    Cristina, venga ahora mismo a mi despacho.

 

Cristina siguió los andares felinos de la directora hasta su despacho. Por alguna extraña razón mientras realizaba el recorrido, observando como se contoneaban las caderas de Magda al caminar, a Cristina se le volvió a encharcar el chocho. Le producía una excitación muy especial el volver a entrar en aquel despacho donde, el día anterior, había ocurrido algo tan increíble.

Tan pronto estuvieron dentro las dos, Magda cerró la puerta con llave. Cristina sintió como le ardía el coño y ese mismo ardor le subía por todo el cuerpo hasta embotar su cabeza.

 

—    ¿Te han gustado las flores? — preguntó Magda desvelando el misterio —

—    Son... son muy bonitas...

—    Me gusta la vestimenta que llevas hoy...

 

Magda se puso a rondar a su alrededor hasta que, furtivamente, posó la mano en su culo. Lejos de protestar Cristina acomodó su gordo trasero en la lasciva mano.

Cristina cerró los ojos y Magda le subió la falda y le bajó las bragas. Pronto tuvo los dedos hurgando en cierto coño empapado.

 

—    Cómo te gusta que te toque así ¿he?

—    Sí...

—    Dímelo, dime lo que te gusta...

—    Me vuelve loca que me toques...

 

Sin dejar de tocarle el coño y el culo Magda acercó su boca a la de Cristina para llenársela con su lengua. Era la segunda mujer a la que Cristina besaba en su vida y reaccionó mojándose aún más, poniéndole la mano perdida a Magda. Pero además, adelantó sus manos para sujetar a la directora. Una mano en la cintura y otra en su culo.

 

—     ¡Oh! ¡Que caliente me pones! — gritó Magda de repente —

 

Y continuaron besándose hasta que Cristina le arremangó la falda a Magda buscando bajarle las bragas.

 

—    No, lo siento pero no... — dijo Magda apartando a Cristina de si —

—    ¿Qué?

—    No puedo follarte ahora, tengo una reunión dentro de cinco minutos...

—    Pero...

—    Dame tus bragas.

—    ¿Otra vez? — contestó Cristina a la vez que se las quitaba —

—    Las otras ya no huelen tan fuerte y las necesito para tocarme...

 

Magda volvió a llevarse las bragas de Cristina a la nariz y aspiró con fuerza.

 

—    Esta noche pasaré a buscarte a las nueve para ir a cenar, procura arreglarte bien, no tengo ganas de pasar vergüenza...

—    ¿A cenar?

—    Claro ¿no te ha quedado claro, con las flores, que tenias una cita conmigo esta noche? Y maquíllate un poco...

 

Cristina regresó a su puesto enseguida. Se le había pasado la hora de desayunar y se sentía muy extraña al llevar el coñito al fresco.

Rocío estaba en su sitio, muy concentrada.

 

—    Rocío...

—    No voy a hablar contigo — contestó esta —

—   

Inmediatamente Cristina se agachó, la sujetó la cara con las manos y la besó. No fue un beso en los labios, fue un beso lamiéndole toda la boca, recorriendo cada rincón de la boca con su lengua, intercambiando saliva, chupándose  la lengua la una a la otra.

Julio estaba allí mismo y lo vio todo. También oyó lo que Cristina dijo después.

 

—    Vamos al lavabo ahora mismo a que te coma el chocho.

 

Rocío se incorporó como accionada por un muelle y siguió a Cristina casi corriendo por el pasillo. No se reprimió en absoluto y le fue manoseando el culo por el camino. Sin importarle los empleados que se iban encontrando por el recorrido.

Sin decir palabra entraron en el mismo water donde tuviera lugar su primer escarceo, pero esta vez Cristina hizo que fuera Rocío la que se sentara en la taza. Le arremangó un poco la falda, le bajó las bragas, y le separó las piernas todo lo que pudo.

Se puso en la misma posición en la que se había puesto Rocío, de rodillas y con la cara a la altura de su entrepierna y, al igual que Rocío, dejó que sus dedos se escaparan a jugar en el interior de su chocho.

El coñito de Rocío era mucho más estrecho que el de Eva y, por supuesto, que el de Cristina. Seguramente, nada mayor que un par de dedos se habían abierto nunca paso en su interior. Cristina se preguntó entonces como sería el de Magda a esa misma distancia. Seguramente como un pozo sin fondo, a juzgar por el enorme vibrador que le había visto meterse bien adentro.

El coño de Rocío olía muy bien y enseguida comprobó que también sabía exquisito. No hubiera sabido decidir a cual de las dos le sabía mejor (a Magda sólo se lo había probado un poquito, rebañando el vibrador), pero desde luego no sabían igual: El de Rocío era algo más ácido, como si se hubiera hecho pis hacía poco. Por otro lado, no hubiera podido decir cual de los dos le gustaba más, cual de los dos era más caliente y sabroso, aunque  debía decir de los tres, también estaba el coño de Magda que, tal vez, podría saborear esa misma noche después de la prometida cena.

Se sorprendió a si misma mientras lamía el clítoris y los interiores de la vagina de Rocío pensando en el coño de Eva y en el de Magda. Semejante voracidad, ese deseo tan poderosos de comerles el coño, de meterles los dedos, de correrse en sus bocas... Cristina se dio cuenta por fin. Había estado dándole vueltas sin proponérselo y por fin tenía la respuesta: se había enamorado. Pero ahora tenía otra pregunta por contestar, una pregunta que necesitaba contestar para salir del lío en el que se estaba metiendo: ¿De cual de las tres?

 

 

 

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