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Mamá ¿Cómo puedes ser tan cruel?

en No Consentido

—    Usted puede hacer lo que quiera — dijo la terapeuta — pero lo que pretende me parece un grave error…

—    ¿Puede usted, con la terapia del centro, conseguir que mi madre recupere la movilidad de cuello para abajo? — contestó Sara —

—    Podemos mejorar su calidad de vida…

—    Eso es un no.

 

Sara dejó a la terapeuta con la palabra en la boca y fue en busca de su madre. Se trataba de una mujer delgada a la que la edad había tratado muy bien y que todavía era muy atractiva., vestida con un sencillo vestido veraniego y con el cabello recogido. Nadie hubiese dicho que era una inválida.

 

—    Hola, Mamá — dijo Sara dándole un beso en la mejilla, muy cerca de la comisura de la boca — nos vamos a casa…

—    ¿De que has estado hablando con la terapeuta? — quiso saber la mujer —

—    Bueno, Mamá — dijo Sara al tiempo que empujaba la silla en dirección al exterior del centro — pues evidentemente hemos estado hablando de ti…

—    ¡Eso ya me lo imagino, maldita sea! ¿me vas a explicar de que has hablado o no?

—    Pues mira, es una muy buena noticia — dijo Sara cantarina — no vas a tener  que volver por aquí nunca más…

—    ¿Qué? No entiendo ¿Qué demonios estás diciendo?

—    Mamá, ese lenguaje…

—    ¿Qué quieres decir con que no voy a venir aquí nunca más?

—    Mamá… — dijo Sara parándose y colocándose cara a cara con su madre — no pueden ayudarte. Te quedarás inválida para el resto de tu vida. Nunca volverás a caminar o a valerte por ti misma. Pero ¿sabes qué? no necesitas volver a ser la de antes… yo estoy aquí para hacer todas esas cosas por ti…

 

La madre de Sara comenzó a llorar en silencio hasta llegar al coche. Una vez allí, Sara la acomodó en el asiento del copiloto, guardó la silla plegada en el maletero y se sentó en el asiento del conductor. Tan pronto como cerró la puerta le secó las mejillas a su madre y luego le dio un beso en los labios. Un beso que repitió enseguida unas tres veces más, buscando con la lengua abrir su sellada boca.

 

—    A partir de ahora, mamá, estaremos siempre juntas. Que bien nos lo vamos a pasar…

—    Eres una mala hija…

 

El coche llegó hasta una casa en el extrarradio, en una finca lo suficientemente amplia como para tener especialmente lejos al vecino más próximo.

Sara aparcó delante mismo de la entrada y en cuanto paró el coche se quitó el cinturón de seguridad y volvió a besar a su madre, esta vez permitiéndose además acariciarle los pechos por encima de la ropa.

 

—    No…  — se quejó su madre — deja de hacer esto, no está bien…

—    Con lengua, mamá — replicó Sara — los besos me los tienes que dar con lengua…

 

Sara abandonó el vehículo y fue en busca de la silla de ruedas. La llevó hasta la puerta y acomodó en ella a su madre. Luego la entró en la casa, conduciéndola hasta una especie de salón de amplios ventanales por los que entraba la luz del sol de una forma muy agradable. Sara la dejó en mitad de la sala y fue a dejar su bolso y su chaqueta a otra habitación. Enseguida regresó y se colocó delante suyo. Comenzó entonces a desabrocharle el vestido a la altura del cuello.

 

—    Hija, ya está bien — protestaba su madre — una hija no debería hacerle estas cosas a su madre…

—    Pero si a ti te gusta…

 

Sara introdujo entonces la mano bajo la ropa del vestido hasta conseguir acariciar uno de sus pechos. Con delicadeza lo sacó del sujetador, dejándolo a la vista.

 

—    Se te ha salido un pecho, Mamá… — dijo Sara fingiendo sorpresa — ¿es que acaso quieres que tu hijita te lama el pezón? Que cochina eres…

—    Esto no está bien, hija…

—    No te preocupes, Mamá, yo puedo chupártelo, si eso es lo que quieres, no me importa…

 

Sara se metió entonces el pezón de su madre en la boca y lo lamió con voracidad. Las protestas de su madre eran del todo inútiles. La mujer se quejaba y movía la cabeza de un lado a otro, pero nada podía hacer estando paralizada de cuello para abajo, se encontraba completamente a merced de su hija.

Sara se desabrochó entonces la blusa mostrando también un pecho.

 

—    ¡Mira, mamá! — exclamó entonces fingiendo sorpresa de nuevo — a mi también se me ha salido un pecho, ahora puedes lamerme tu a mí…

 

Sara condujo el pezón del pecho que tenía fuera hasta la boca de su madre, que apretó los dientes y giró la cara intentando evitar la acción incestuosa.

 

—    Vamos, Mamá ¿es que no quieres comerle la teta a tu hija?

—    Eres una persona sucia y asquerosa…

—    Pero mamá — contestó Sara parando en seco lo que estaba haciendo — diciéndome esas cosas solo vas a conseguir ponerme todavía más caliente…

 

Seguidamente Sara empujó la silla en dirección a otra habitación. Mientras lo hacía, iba hablando.

 

—    Tengo mucha suerte — decía — no todo el mundo tiene una madre tan guapa como la mía…

—    Un día — replicaba su madre — te arrepentirás de haber sometido a tu propia madre a todas estas asquerosidades…

—    Mamá ¿es que no lo entiendes? Estoy enamorada de ti. Lo del accidente fue una bendición del cielo, Mamá, algo que sucedió para que tú y yo pudiéramos estar juntas como siempre hemos deseado…

—    ¡Yo nunca he deseado esto!

—    Mamá, no me engañas…

 

Concluyeron el trayecto llegando al dormitorio. Allí Sara se dispuso a bajar de la silla a su madre para tumbarla en la cama.

 

—    Todas aquellas palizas que me dabas ¿recuerdas?

La madre de Sara enmudeció, adoptando una mueca severa de mal humor.

—    Yo se que sólo eran celos. Me querías solo para ti y no podías soportar que rondara a otras chicas…

—    ¡Lo hacía por tu bien! — Replicó su madre, furiosa — una mujer no debe amar a una mujer, eso no está bien, intentaba corregirte…

—    ¿Recuerdas la primera vez que traje a una chica a casa? Yo si lo recuerdo. Los médicos dijeron que podría haber perdido el ojo…

—    Tú me provocabas…

—    Mamá, todo eso ya no importa — dijo Sara encaramándose en la cama y gateando hasta el cuerpo inmóvil de su madre — ahora nos tenemos la una a la otra y eso nada lo va a cambiar

—    Tendrías que cuidarme. Con cariño… no esto…

—    Pero Mamá ¿acaso puedo ser más cariñosa?

 

Y diciendo esto deslizó la punta de su lengua por el rostro horrorizado de su madre. Seguidamente procedió a desnudarla. Las protestas fueron en vano, pues Sara podía hacer cuanto quisiera sin que su madre pudiese resistirse. Le desabrochó el vestido del todo y se lo quitó, dejando a la mujer en ropa interior. Entre las piernas llevaba un pañal para adultos.

 

—    ¿Vamos a ver si te has hecho pis?

—    Eres una salvaje…

—    Vamos a ver si has sido una cochina…

 

Sara le sustrajo el pañal a su madre y comenzó una pantomima exagerada.

 

—    ¡Qué cochina! Mamá, te has hecho pis… tienes el coño lleno de pipí…

—    ¡Ya está bien, hija!

—    No, Mamá, no pasa nada. A mi me gusta que seas tan cochina…

 

Sara comenzó a introducir los dedos en la vagina de su madre. Le había separado bien los muslos y jugaba con su clítoris a la vez que introducía dos o tres dedos a la vez.

Su madre se quejaba y protestaba en vano, pero ella continuaba sin piedad.

Seguidamente, separó los labios mayores y menores e introdujo la lengua.

 

—    ¡Sucia! ¡Sucia! ¡Sucia! — gritaba su madre incapaz de soportar lo que le estaban haciendo —

—    ¡Eso es, mamá! — dijo Sara levantando la cara, llena de jugos vaginales — Me gusta oírte gritar ¿recuerdas cuando tú me hacías gritar a mi?

—    ¡Malvada! — contestó la madre llorando —

 

Por única respuesta Sara volvió a hundir el rostro entre las piernas de su madre y estuvo ahí, lamiendo y sorbiendo un buen rato pese a las protestas de la mujer que seguía llorando y gritando.

 

—    ¡Mamá! — gritó incorporándose Sara visiblemente excitada — No tienes ni idea de lo caliente que me pones…

 

Sara se colocó a horcajadas sobre su madre, frotando su clítoris sobre el cuerpo de ésta y ayudándose con sus manos, en un ritmo frenético y sin medida.

Finalmente tuvo un orgasmo que celebró gritando y desplomándose sobre la cama y el cuerpo de su madre.

 

—    ¡Oh, mamá! ¡Que bien me lo has hecho!

—    Mal nacida…  — protestó ella —

—    Pero no hemos terminado de jugar…

 

Sara se levantó de la cama y acercó la silla de ruedas al filo para colocar en ella a su madre, todavía desnuda. Ésta, temiéndose lo peor, continuó protestando, casi con mayor vehemencia que antes.

Cargándola en la silla, colocándola de cualquier manera, Sara llevó a su madre hasta el cuarto de baño. Una vez allí, acercó la silla a la bañera y sujeto a su madre para colocarla dentro.

 

—    ¡Esto no! — gritaba su madre — ¡Ya es suficiente!

—    Mamá… tienes que bañarte, después de hacerte pis, y de todas las guarrerías que me has hecho hacerte antes…

 

Una vez su madre estuvo sentada en la bañera Sara entró también, colocándose de pie sobre ella, con las piernas muy abiertas. Comenzó entonces a orinar, dirigiendo el chorro sobre el cuerpo de su madre, en especial sobre el pecho y la cara.

 

—    Abre la boca, Mamá… — decía al contemplar como su madre apretaba los labios con la intención de impedir que ni una sola gota de líquido hediondo se colara dentro — ¡Abre la boca, puta!

 

Sara acercó una mano hasta el rostro de su madre, taponando su nariz, haciendo que abriera la boca. Inmediatamente se concentró en conseguir que la orina que le quedaba conquistara su boca. Incapaz de hacer nada, la mujer trago buena parte del amarillo y caliente caldo.

 

—    ¿Te ha gustado tanto como a mí? — Quiso saber Sara, pero su madre solamente podía sollozar y toser — da gracias a que no tengo ganas de cagar, porque entonces sería una cosa muy distinta la que te ibas a tragar…

 

Sara fue entonces a por toallas y se puso a llenar la bañera. En unos minutos la tuvo preparada para dar un baño a su madre.

 

En menos de una hora Sara tuvo lista a su madre en el dormitorio, bañada y cambiada de ropa. Sentada en una silla la peinaba con toda tranquilidad su larga cabellera negra.

 

—    ¿Te gusta el agua de colonia que te he comprado? — quiso saber Sara —

—    Si, huele muy bien…

—    Me alegro, Mamá. El mejor aroma para la madre más guapa del mundo…

—    ¿Sabes? — comenzó su madre — creo que todas las atrocidades que estás cometiendo conmigo… creo que en el fondo tu no tienes la culpa…

Sara no contestó. Continuó peinándola, muy seria.

 

—    Tenias que ser una persona cruel, como era tu padre…

—    No vamos a hablar de mi padre…

—    Tu padre si que era una persona cruel…

—    Mamá… déjalo estar…

—    ¿Qué tenias entonces? ¿siete años?

—    ¡Ya basta!

 

Sara arrojó el peine violentamente al otro lado de la habitación. Su madre sonreía satisfecha. Temblando,  Sara se agachó a recogerlo de donde había caído.

 

—    Que un padre le haga eso a su hija es casi peor que lo que tú me estás haciendo a mí…

—    ¡Es mucho peor! — gritó Sara — ¡Y tu lo consentías!

—    Yo hice lo que tenía que hacer — afirmó con rotundidad — igual que contigo. Me separé de tu padre y a ti te discipliné como debía…

—    ¡Solo era una niña y tú se lo permitiste!

—    No sabes lo que dices, eres igual que él…

 

Sara, encolerizada, abrió bruscamente un cajón de la cómoda a su derecha. En él se encontraban numerosos juguetes eróticos, a cual más grotesco. Escogió uno de ellos, un arnés al que iba sujeto un enorme pene de látex. Luego empujó a su madre hasta la cama y le quitó violentamente la bata que llevaba. Volvía a estar completamente desnuda de nuevo.

 

—    Te vas a enterar ahora, puta… — murmuraba mientras iba quitándose la ropa —

—    Puedes hacerme lo que quieras — dijo su madre sonriendo todavía — pero nada borrará las pesadillas que tienes por la noche recordando lo que te hizo tu padre…

 

Completamente desnuda y sin articular otra palabra, Sara se colocó el arnés en la cintura y luego separó bien los muslos de su madre. Escupiendo sobre la verga de látex la introdujo en las entrañas de su madre, haciendo que entrara y saliera de su vagina con un ritmo violento y desconsiderado. Su madre gritaba, por el dolor y por algo más, pero Sara no cesaba sino al contrario, intensificaba las arremetidas y asía los pechos de su madre con una lujuria desbocada.

Tras pasarse varios minutos así, Sara extrajo el pene de goma del interior madre y se lo quitó de la cintura para, inmediatamente, obligarle a alojarlo en su boca.

 

—    Chúpalo, puta…

 

Luego dejó aquello y regresó al cajón de la cómoda. Buscó dos enormes consoladores a pilas que enseguida conectó en modo vibrador. Los chupó un poco y enseguida introdujo uno en la vagina de su madre y otro más, del mismo tamaño, en su ano.

 

 

—    Y ahora… ahora me vas a comer el coño…

 

 

Violentamente Sara se subió a la cama para abrazar con sus muslos la cara de su madre. Acercando el rostro de ésta lo máximo posible a su entrepierna le increpaba para que utilizase su lengua. Sería más correcto decir que Sara frotaba su clítoris por el rostro de su madre, pues ésta no utilizaba su lengua para nada. Aun así, la excitación fue creciendo hasta que Sara llegó al orgasmo.

 

Algo confusa, Sara bajó de la cama tratando de recuperar algo de compostura.

 

—    Hija… — comenzó la madre que ya había dejado de llorar — ¿No vas a quitarme esas cosas de ahí abajo?

—    No. Lo siento, pero te has portado muy mal y estás castigada…

 

Sara volvió a buscar en el mismo cajón de donde había sacado los mismos artefactos. Extrajo entonces una bola mordaza y se la colocó a su madre en la boca. El cuello y la boca eran las únicas partes de su cuerpo que podía mover, pero pese al forcejeo no tuvo opción. Por último, sacó del cajón dos pinzas de metal que le colocó en sendos pezones. Su madre se revolvió en el momento que se los colocó. No podía decir nada, pero daba la sensación de que le hacían daño.

Luego le acomodó la cabeza en la almohada, ayudándose con un cojín extra y encendió el televisor que se encontraba a los pies de la cama. Con un mando a distancia que había en la mesilla puso en marcha la película de video que se encontraba en el reproductor. Se trataba de una cinta pornográfica en la que dos mujeres desnudas se lamían la una a la otra.

 

 

Sara se retiró a la soledad de su cuarto, a trabajar en su proyecto privado. Cuando no se encontraba en compañía de su madre, trabajaba febril en su proyecto. Para ello, tenía que escanear las fotos familiares que había en la casa. Todas aquellas en la que salía su madre. También había conseguido muchas fotos actuales, fotos de su madre, claro está. Fotos de su rostro y de su cuerpo; fotos vestida y fotos completamente desnuda. Fotos en las que se apreciaba una desnudez casi angelical y anodina y otras en las que se observaban las maneras del más grotesco estilo pornográfico.

Sara tardaba mucho en completar su proyecto, sobre todo porque debía detenerse a menudo para masturbarse, pues esa era la fascinación que ejercían las imágenes de su madre en su mente. Se saltó la hora de la comida y todo de tan absorta como se encontraba trabajando en su proyecto y continuó encerrada en su cuarto ya entrada la tarde. De repente, justo cuando la acaba de excitar una foto de su madre en la que se veía claramente su sexo en primer plano, sonó el timbre de la puerta. Nerviosa, cerró el ordenador y se subió los pantalones apresuradamente para ir a contestar a la puerta. Era extraño, puesto que en aquel apartado lugar las visitas eran raras.

 

Cuando Sara abrió la puerta se encontró cara a cara con la terapeuta a la que había dejado con la palabra en la boca en el centro de rehabilitación.

 

—    Buenas tardes… — dijo la terapeuta —

—    Pero… ¿Qué es lo que hace usted aquí?

—    Lo siento mucho, pero he preferido venir a llamarle a usted por teléfono, lo que quiero discutir es mejor que lo haga en persona…

—    ¿Discutir? — Contestó Sara visiblemente molesta — Usted y yo no tenemos absolutamente nada que discutir, así que ya puede usted marcharse ahora mismo de mi casa…

—    ¡Usted no puede interrumpir así el tratamiento de su madre! — dijo la terapeuta, aguantando la puerta para evitar que Sara la cerrara —

—    ¿Qué no puedo? Es mi madre y la cuidaré según mi propio criterio…

—    Pero su madre sólo está impedida físicamente y es una mujer adulta en posesión de sus facultades mentales, usted no puede decidir por ella. Si alguien ha de decidir aquí, ha de ser su madre…

—    Mi madre… — contestó Sara sujetando de nuevo la puerta — está de acuerdo con cada palabra que yo le he dicho, así que insisto en que se marche…

—    Eso quiero oírlo de su propia voz…

—    Pues no lo va a oír, y está usted en una propiedad privada, de modo que si no se marcha…

—    ¿Qué? — dijo la terapeuta plantándole cara — ¿Llamará a la policía? Créame, si usted no me deja hablar con su madre la que la llamará seré yo, y a los servicios sociales. Usted está obrando con la mejor de las intenciones pero se equivoca, lo que está logrando es perjudicar seriamente a su madre…

 

Sara se detuvo un instante a pensar en como se iba a deshacer de esa entrometida. Tenía un margen muy estrecho para actuar, pero podía funcionar.

 

—    Muy bien, pero mi madre está ahora haciendo la siesta, tendrá que dejarme unos minutos para que la vista y la prepare para recibir una visita.

—    No tengo ningún inconveniente, me alegro de que haya decidido usted ser razonable por fin.

 

Sara dejó a su visita en el mismo salón en el que solía abusar de su madre y se marchó a la habitación en la que la había dejado prisionera en una tortura perpetua.

La película pornográfica hacía tiempo que había acabado y en el televisor sólo había nieve. Su madre estaba despierta, incomoda y sucia. Las babas le resbalaban por la mejilla y tenía los pezones, el sexo y el ano doloridos hasta la extenuación.

Sara apagó el aparto y le quitó la mordaza a su madre.

 

—    ¡Mala hija! Te has olvidado de darme de comer…

 

Pero no pudo continuar, porque Sara le tapó la boca con violencia.

 

—    Mamá, escúchame bien. En el salón te está esperando tu terapeuta. Quiere que vuelvas a las sesiones, quiere ayudarte…

—    Ya sabes lo que voy a decirle, se lo contaré todo…

—    No, no le vas a contar absolutamente nada. Le dirás que estás de acuerdo conmigo, que te trato muy bien y que no quieres saber nada de ella y de sus terapias. Ella se  irá para siempre y tu yo seguiremos como hasta ahora…

—    No lo dirás en serio, le diré que eres una hija cruel que me maltrata y que abusa de mí…

—    No, Mamá, no lo harás ¿Y sabes porque? Porque si haces eso no te llevarán de mi lado inmediatamente. Tendrá que haber una investigación, tendrá que llegar hasta la policía y denunciarme. Estaremos a solas aunque sea unas horas más, y eso será tiempo suficiente como para acabar de complicarte la vida para siempre. Ahora solo te queda mover el cuello, los ojos y la boca ¿Y si te arranco los ojos? ¿Cómo será ser inválida y ciega? ¿O si te corto la lengua? Yo estaré en la cárcel, pero tu no podrás hablar, no podrás decirle a nadie como te sientes o lo que te parece, serás un mueble más…

—    No serías capaz…

—    Mira en tu corazón, Mamá, piensa en las cosas que tú y papá me hicisteis y sabrás que soy perfectamente capaz de eso y de más. Así que a ti te toca elegir. Puedes decir la verdad o puedes mentir y quedarte conmigo…

 

La madre de Sara volvió a llorar. Lágrimas amargas y llenas de rabia.

 

—    No tiene porque ser así, Mamá. Puede gustarte. Yo te cuido y te hago el amor, si pusieras de tu parte lo disfrutarías y las dos seriamos felices…

 

Al cabo de media hora Sara regresó con su madre vestida y limpia, en su silla de ruedas. La terapeuta la saludó con efusividad. Le preguntó como se encontraba. La madre de Sara se detuvo un instante para contestar: el dolor en su sexo y en sus pezones, la humillación de casi cuatro horas siendo obligada a recibir las vibraciones infames de esos sucios juguetes en sus partes erógenas, obligada a ver aquella película que tanto asco le daba…

 

—    Estoy muy bien…

—    Me alegro de veras ¿podríamos hablar en privado? — dijo dirigiéndose a Sara —

—    Lo que tenga que decirle a mi madre me lo puede decir a mí.

 

Contrariada, la terapeuta se conformó con lo que podía conseguir.

 

—    Estoy preocupada por usted — comenzó a decir — la decisión de su hija de abandonar la terapia me parece inapropiada y completamente perjudicial para su salud…

—    La opinión de mi hija y la mía son una misma cosa — contestó la madre de Sara —

 

Sara sonrió complacida ante la sorpresa de la terapeuta que esperaba sinceramente que aquella mujer la ayudase a ayudarla.

 

—    No quería ser brusca — continuó la madre de Sara — mi hija es la persona que me cuida y la que más me quiere en el mundo. Hemos hablado de todo esto y hemos tomado la decisión ¿Lo comprende, verdad?

—    Lo comprendo — articuló a duras penas la terapeuta — pero me gustaría mucho que las dos lo reconsideraran, porque creo que su calidad de vida mejoraría mucho si continuara con las sesiones…

—    ¿Usted lo cree así?

—    Estoy convencida de ello.

—    Entonces — continuó la madre de Sara — tal vez nos hallamos precipitado. De acuerdo, continuaré con la terapia ¿mañana mismo puedo asistir?

 

Sara se mordió la lengua llena de rabia mientras una sonrisa sincera se dibujaba en el rostro de la terapeuta.

 

—    No se arrepentirán…

—    Mamá… — comenzó Sara — no creo que esto sea una buena idea, ya lo hemos hablado…

—    Puede ser que me equivoque — dijo la madre de Sara no sin cierta acritud en la voz — pero prefiero hacer un poco más de terapia antes de volver a decir que no…

 

La terapeuta se marchó entonces satisfecha. Sara la acompañó a la puerta y esperó a que entrase en su coche y arrancara. No volvió adentro hasta que el auto estuvo bien lejos.

 

Al entrar de nuevo en la casa su madre se reía con ganas.

 

—    ¿Qué crees que estás haciendo? — le preguntó Sara a gritos — Ya te he dicho lo que te va a pasar si le cuentas lo nuestro…

—    ¿Lo nuestro? — quiso saber su madre, no sin cierto sarcasmo en la pregunta —

—    ¡sabes que soy muy capaz!

 

Sara sujetó a su madre por la barbilla con toda la fuerza que tenía, que no era poca, pero su madre no se dejó intimidar y la paró con un grito severo.

 

—    Las cosas ahora han cambiado, hija…

—    Te arrancaré los ojos si se lo cuentas…

—    Pero no se lo voy a contar…

 

Sara quedó aturdida por unos segundos. Su madre aprovechó para hablar con completa claridad.

 

—    Voy a hacer lo que me has dicho — dijo su madre — ¿no me has pedido que me acostumbre, que esto podría gustarme?

—    ¿De verdad, Mamá?

 

Sara estaba emocionada, casi al borde del llanto. También comenzaba a excitarse. Si por fin su madre le declaraba su amor, lo iban a celebrar por todo lo alto, con el mejor sexo que tuvieran jamás.

 

—    ¿Por qué no? Pero ahora yo haré las reglas…

—    ¿Tu?

—    Si… porque de lo contrario, querida hija, le contaré a mi terapeuta todos los abusos y violaciones. No le contaré nada mientras tu y yo nos llevemos bien, pero este es mi seguro para evitar que abuses más de mi…

—    Eso ya lo veremos…

—    ¡Claro que lo veremos! Porque está es la única oportunidad que tienes de conseguir lo que quieres.

 

 

Una semana más tarde, al caer la tarde, Sara acudió al timbre de le puerta que acababa de sonar. Al abrirla un joven excepcionalmente atractivo y alto vestido con traje le sonrió.

 

—    Buenas tardes… — dijo el joven —

—    Buenas tardes. Mi madre le está esperando…

 

Sara hizo pasar a aquel hombre y cerró la puerta tras de si.

 

—    Debe de parecerle muy extraño su trabajo aquí — dijo Sara mientras acompañaba a su invitado por la casa —

—    ¿Atender a una inválida? No lo crea — dijo aquel hombre con cordialidad — es más frecuente de lo que parece. Hace un año y medio tenía un clienta con parálisis cerebral. Su movilidad era todavía más reducida que la de su madre, no podía ni hablar…

—    Ya entiendo…

—    Pero aún con parálisis cerebral, uno sigue teniendo necesidades…

—    Me alegro pues, que sea tan comprensivo — Contestó Sara —

—    Lo que si es raro es que usted se quede a mirar…

 

Sara se quedó fuera de juego, callada durante un instante y sin levantar la cabeza. Finalmente, con un leve tartamudeo, contestó.

 

—    Bueno, yo tengo que supervisar que a mi madre no se le hace ningún daño…

 

Por toda respuesta aquel hombre le sonrió con complicidad.

 

El final del recorrido era la habitación de su madre. Ésta se encontraba acostada en la cama vestida con un camisón transparente que dejaba ver su ropa interior.

 

—    Hola… — dijo el apuesto joven con una seductora sonrisa —

—    Hola… — contestó la madre juguetona — estaba impaciente…

—    ¿quiere que empecemos ya?

—    Claro…

El caballero comenzó por quitarse la camisa, revelando un torso escultural. La madre de Sara esbozó una mueca obscena y el muchacho sonrió complacido. Continuó con su ritual hasta quedar en calzoncillos. Algo había crecido en el bóxer de aquel hombre y era de un tamaño considerable.

 

—    Hija… — comenzó a hablar la madre de Sara — no soy capaz de comprender como puedes contemplar a un macho como este y no mojarte toda…

—    Ya sabes porque…

—    Si, ya lo se…

 

El hombre acabó por quitarse el bóxer para dejar libre a un miembro casi erecto de tamaño más que considerable. Se acercó entonces poco a poco a la cabecera de la cama y deslizó el descomunal miembro hasta la boca de la madre de Sara, que la abrió con gusto para alojarla en su interior. El muchacho utilizó las manos para conducir la cabeza de la mujer a realizar mejor la felación, con mucho cuidado, muy dulcemente. Sara se desabrochó el botón del pantalón para dejar que una mano se adentrase más allá de sus bragas mientras contemplaba a su madre mamando como si la vida le fuera en ello.

Aquel hombre echó un vistazo furtivo a Sara para sonreírle con complicidad.

—    No la mires a ella — encolerizó su madre escupiendo momentáneamente la verga de la boca — te pago para que me mires a mi…

 

Por toda respuesta el gigoló le besó en la boca.

—    Pon más lengua en los besos — le dijo la mujer — no soy ninguna quinceañera enamorada…

 

Y la orden se consumó con un festival de saliva y lengua en la boca de la mujer paralizada.

Aquel hombre se masajeó el miembro con avidez antes de subir a la cama y hacerse con las bragas de la madre de Sara. Luego comprobó la humedad de su entrepierna con los dedos.

 

—    Estás muy mojada…

 

Aquel hombre no perdió un instante y separó los muslos de la mujer con la mayor de las dulzuras para después alojarle el miembro en sus entrañas, todo con mucha delicadeza, como si se tratara de hacer el amor con una frágil figura de porcelana.

La madre de Sara comenzó a gemir y a disfrutar. Sara, por su lado, continuaba masturbándose ante el espectáculo que tenía delante.

 

—    Esto es, hija — comenzó a decir — lo que realmente necesita una mujer…

 

Aquel hombre continuó su trabajo para disfrute de la madre de Sara que producía exagerados alaridos. Luego, cuando el hombre hubo llegado al límite de su excitación, extrajo con celeridad el miembro de las entrañas de la mujer para, como habían acordado previamente, acercarse hasta la cabecera de la cama y eyacular en su rostro y boca.

 

Terminado el número, Sara se abrochó de nuevo los pantalones y limpió el rostro de su madre con cuidado con una toalla. Para entonces el invitado se había marchado al cuarto de baño para lavarse un poco. Cuando salió, volvió a vestirse y se despidió cordialmente de la mujer a la que acababa de satisfacer y abandonó la habitación. Le aguardaba Sara con un sobre lleno de dinero.

 

—    Aquí tiene, sus honorarios…

—    Ha sido un placer, se lo digo de veras.

 

 

Sara acompañó a la puerta al muchacho para regresar enseguida a donde se encontraba su madre. Relajada y feliz sobre la cama.

 

—    ¿Has disfrutado, Mamá?

—    Ha sido divino, hija, no sabes lo que te pierdes…

—    Bueno… — dijo Sara con mal humor — pero ahora me toca a mi ¿verdad? Es lo que acordamos…

—    ¿Es necesario?

—    Me lo has prometido…

—    Pues cuanto antes acabes mejor…

 

Sara se quitó la ropa, nerviosa, hasta quedar completamente desnuda. Enseguida se encaramó en la cama y separó los muslos de su madre cuanto pudo.

 

—    Mamá… que bien te huele el coño…

—    No quiero oír obscenidades, hija. Haz lo que tengas que hacer y acaba cuanto antes.

 

Sara comenzó a lamer a su madre entre las piernas como si le fuese la vida en ello. Ésta permanecía impasible, como si la lengua de su hija estuviera acariciando las sabanas en lugar de su sexo. Sara alternaba la lengua con sus dedos, muy nerviosa y excitada, y trataba de estimularla consiguiendo solamente indiferencia.

Tras un rato de sexo oral, Sara se levantó y se dirigió a su madre con tal de hacerle cumplir otra promesa.

 

—    Prefiero no hacerlo  — dijo su madre —

—    ¡Pero me lo prometiste! ¡Yo he hecho lo que tú me has dicho!

—    ¡Está bien! — dijo finalmente — lo intentaré…

 

Sara se colocó a horcajadas sobre el rostro de su madre, haciendo que su sexo encajara con la boca de ésta. Su madre, tal y como le había prometido, se puso a chupar, pero enseguida protestó.

 

—    ¡Lo tienes empapado! Por lo menos límpiatelo con la sabana…

 

Sara obedeció y volvió a colocar su entrepierna en la boca de su madre. Las lamidas duraron apenas unos minutos hasta que decidiera dejarlo estar.

 

—    Lo siento hija, pero no puedo, es asqueroso…

—    Me lo habías prometido…

—    Pero me da nauseas, hija, así que levantarte y vamos a dejarlo…

—    Te vas a arrepentir de esto, puta… — dijo Sara con furia en la voz —

—    No, tú te vas a arrepentir como vuelvas a llamarme así.

 

Aquella noche, como de costumbre, Sara dio de cenar a su madre después de haber cenado ella misma. Fue una cena silenciosa en la que ninguna de las dos tenía nada que decir como no fuese “no quiero más” o “dame otro poco”.

 

—    ¿Qué te gustaría hacer ahora? — quiso saber Sara — ¿quieres ver la televisión, o que te lea un poco?

—    Creo que me gustaría tener un poco de sexo…

 

 

Sara sonrió complacida. Eso era justo lo que ella quería también.

 

—    Gracias, Mamá… veo que te has vuelto a pensar lo de antes. Al fin y al cabo me lo habías prometido…

—    ¿Lo de chuparte ahí abajo? — dijo su madre con perplejidad — Eres una asquerosa, hija… no voy a volver a poner la boca en tu coño empapado de ves a saber que…

—    Entonces… entonces ¿Qué es lo que quieres?

—    Vamos a ver fotos…

 

Sara había conseguido una pequeña colección de pornografía para su madre que no era en absoluto de su gusto. La formaban diversas galerías de fotos de hombres atractivos, desnudos o casi desnudos, que guardaba en varias carpetas en su ordenador.

Sara llevó a su madre frente a la pantalla e hizo que las imágenes fueran apareciendo una tras otra para su deleite. Seguidamente se arrodilló frente a ella y le bajó las bragas y separó los muslos.

 

—    ¿quieres que te lo chupe o…?

—    ¡No, idiota! — le interrumpió su madre — una mujer necesita una polla, no es suficiente con los dedos y la lengua de una bollera…

 

Sara alcanzó un consolador especialmente prominente que su madre había escogido de entre unos cuantos y comenzó a introducirlo en la entrepierna de su madre.

—    Hija ¿tengo que decírtelo todo? Ponte de pie, acaríciame los pechos y bésame en la boca, haré el esfuerzo de imaginarme que eres un hombre…

—    Si, Mamá… — contestó Sara tragando saliva —

 

Dicho y hecho Sara se incorporó y, mientras con una mano continuaba utilizando el consolador, con la otra le acariciaba los pechos a su madre y los extraía del sujetador, le lamía los pezones y luego juntaba su lengua con la de su madre.

 

—    Fóllame, hija, fóllame… — decía su madre y eso era música para los oídos de Sara —

 

Sara incluso había desabrochado la cremallera de su pantalón para tocarse de forma completamente furtiva mientras acariciaba a su madre. Se excitaba al mismo tiempo que ella como si realmente estuviera haciendo el amor. El consolador era la verga que ella no tenía y que su madre quería, cuya dureza y rigidez le daba la licencia de poder besar sus labios y acariciar su cuerpo

 

La madre de Sara tuvo un orgasmo en el que chilló a gusto y sin reprimirse, Mas cuando terminó, Sara extrajo el consolador de su interior para llevárselo a la boca con una mano, mientras la otra la tenía entretenida por debajo de la tela del pantalón.

 

—    ¿Es necesario que hagas eso? — quiso saber su madre con asco en la voz —

 

Sara se detuvo en seco y dejó a un lado el consolador.

 

—    Si te tienes que tocar a ti misma, hazlo fuera de mi vista, pervertida…

—    Pero Mamá… nos lo hemos pasado muy bien juntas… anda, dame un beso…

—    Deja ya de darme asco y ayúdame a lavarme. No solamente entre las piernas, también quítame tus asquerosas babas…

 

 

Sara preparó entonces a su madre para el baño. Llenó la bañera y se cercioró de que el agua se encontraba a la temperatura correcta, luego se la colocó dentro, correctamente sentada y se puso a enjabonarla bien con una esponja.

 

Sara recorría el cuerpo desnudo de su madre con la mirada y con el jabón, acariciando de forma sutil todos los redondeles que tanto la excitaban: le pasaba la esponja por el trasero y por los pechos; le acariciaba con ella la espalda y el cuello y, por supuesto, se excitaba enjabonando la entrepierna de su madre.

 

—    Esto te gusta ¿verdad?

—    ¿El que? — quiso saber Sara saliendo de su ensimismamiento —

—    Frotarme… verme desnuda…

—    Eso ya lo sabes, Mamá…

—    No se bien si eres anormal por lo que tu padre te hizo o tu padre te hizo aquellas cosas porque sabía que tipo de enferma eras…

 

 

Sara dejó caer la esponja en el agua y abandonó el cuarto de baño muy deprisa, sollozando por el camino.

 

—    ¡Sara! — comenzó a llamarle su madre — ¡Vuelve aquí, maldita sea! ¡No has terminado!

 

Sara regresó en unos minutos. Había llorado y todavía temblaba.

 

—    Mamá… ¿Cómo puedes ser tan cruel?

—    ¿Yo? ¿Yo soy cruel? Hija, eres una asquerosa que se le moja el coño cuando toca a otras mujeres… y si eso no fuera ya lo bastante malo se te moja con tu propia madre y encima te aprovechas de que es una inválida para follártela…

—    Lo que tu y yo tenemos es hermoso, Mamá…

—    Lo que tú y yo tenemos es enfermizo y repugnante…

 

 

Y diciendo esto le escupió a la cara.

 

Al día siguiente la madre de Sara se despertó sin que nadie viniera a hacerlo. Era la costumbre que su hija la despertara a eso de las siete y media para llevarla a rehabilitación, pero la luz del sol penetraba por las rendijas de la persiana y nadie había entrado todavía.

 

—    ¡Sara! — gritó tan alto como pudo — ¿Dónde te has metido, maldita sea? Voy a llegar tarde a la rehabilitación ¡Y además he de ir al baño!

 

Pero no contestó nadie. Siguió llamando un buen rato pero el silencio fue su única compañía. Le pareció escuchar el timbre del teléfono, pero no a su hija ni a nadie más en toda la casa. Terminó orinándose encima, incapaz de aguantarse. Hacía ya algunos días que le había hecho a su hija prescindir del pañal. Ahora le hubiese resultado útil.

 

La madre de Sara pasaba muchas horas muertas a lo largo del día que se le hacían eternas y en las que su mente divagaba por los recuerdos más escabrosos de su vida, pero esta vez la incertidumbre le golpeaba haciendo que se imaginase las peores cosas: que su hija la había abandonado, harta de crueldades; que se había caído al vestirse y yacía inconsciente y con una conmoción, incapaz de levantarse para asistir a su madre; y también pensó que tal vez ella misma había muerto y que su inmovilidad actual no era la consecuencia del accidente, sino del rigor mortis, y que pronto la meterían en una caja y luego la enterrarían.

 

Tras lo que a la madre de Sara le pareció toda la mañana, y tras una tortura de pensamientos negativos oncontenibles, su hija apareció por fin.

 

—    ¿Dónde te habías metido? Tengo hambre y ya llego tarde a la rehabilitación…

—    Mamá, no vas a ir más a la rehabilitación…

—    ¿Otra vez con esas? Ya veremos si haces lo que te de la gana. En cuanto me echen de menos tendrás aquí, primero a mi terapeuta, luego a los servicios sociales y luego a la policía, que te llevará a la cárcel, que es donde te mereces estar…

 

Sara simplemente sonrió y cargó a su madre hasta la silla de ruedas.

 

—    Tienes que lavarme. Yo no puedo ir sola al baño ¿recuerdas?

—    Lo siento… — se excusó Sara — he estado muy ocupada esta mañana, trabajando en mi proyecto…

—    ¿De que estás hablando?

 

Sara pasó de largo del cuarto de baño con su madre y empujó la silla de ruedas hasta el cuarto de invitados, una habitación que no había vuelto a usarse desde el accidente.

Al entrar, la madre de Sara se mareó y quedó aturdida. La habitación ya no era la misma que conocía: Sara había quitado todos los muebles y había decorado paredes y techo con fotos; fotos de su madre de todo tipo: fotos en color y en blanco y negro, fotos familiares y fotos desagradablemente pornográficas; miles de fotos enganchadas en pareces y techo, incluyendo la ventana que se encontraba tapada con la misma obsesiva decoración. Había un fluorescente de luz mortecina en el techo y de ese mismo techo colgaba una suerte de arnés.

 

—    ¿Qué es esto?

—    Es mi proyecto, Mamá… — contestó Sara llena de orgullo — he tardado en hacerlo realidad, pero al fin lo he completado…

—    Estás mucho más loca de lo que yo pensaba… ahora déjate de tonterías y dame mi desayuno…

 

Sara alcanzó una caja de madera que había en el suelo. Sacó un rollo de cinta americana y cortó un trozo. Seguidamente le tapo la boca con él.

 

—    No me vas a estropear este momento con tus palabras, Mamá…

 

Aunque la madre de Sara forcejeaba cuanto podía, nada había que pudiera hacer para quitarse la mordaza. Sólo contemplar lo que sucedía ante sus ojos.

Sara, calmada y parsimoniosa, se desnudó dejando la ropa en el mismo suelo. Su cuerpo era muy delgado y poca cosa y la desnudez acentuaba todavía más la sensación de que era una mujer enferma. Sus caderas eran anchas, pero apenas tenía trasero y lo mismo sucedía con sus pechos. Se peinaba como un chico y su piel era pálida como la leche.

 

Sara se hizo entonces con unas tijeras de costura que encontró en la caja de madera y procedió a cortar las ropas de su madre con ella, desnudándola de esta forma. Conforme iba quitándole el camisón, el sujetador y las braguitas, los iba tirando también al suelo, junto a su propia ropa. Cuando la tuvo completamente desnuda, la acarició furtivamente, como quien acaricia a un perro. La mujer movía el cuello, forcejeando, sin otro efecto que pura indiferencia por parte de su hija.

 

Sara bajó entonces el arnés a la altura del respaldo de la silla de ruedas. Se sujetaba al techo con una suerte de polea. Sara abrochó el arnés a la cintura y bajo las axilas de su madre y luego tiró de la cinta que iba a elevar a su madre. El arnés la sujetó subiéndola y dejándola fuera de la silla, completamente en vertical, como si estuviera de pie sobre el suelo, luego empujó la silla bien lejos. Sara respiraba entrecortadamente, excitada, mientras en los ojos de su madre se dibujaba una emoción distinta al asco y la rabia que eran habituales. El miedo.

 

 

—    Mamá… sólo quiero que lo entiendas de una vez. Tu resistencia no te ha llevado a ninguna parte. Yo pensaba que tu invalidez te iba a terminar haciendo mía para siempre, pero conseguiste la forma de resistirte ¿pensabas que no iba a conseguir minar esa resistencia? Eres mía, Mamá, de mi propiedad, para hacer contigo lo que se me antoje…

 

Sara se tocó nerviosa, entre las piernas, y después se lanzó a acariciar a su madre por todo su cuerpo: le amasó los pechos y los lamió, le sobó el trasero con ambas manos y se detuvo a juguetear con su vagina, introduciendo un dedo o la lengua.

 

—    Dices que te da asco ver a dos mujeres juntas… pero no hay nada más hermoso que el amor entre dos mujeres, y no hay mujer más hermosa que tu, madre querida…

 

Con mucha lascivia Sara separó las piernas de su madre y luego los labios vaginales para hacer descansar la boca entre sus piernas, lamiendo su sexo con voracidad caníbal.  El sabor y el olor a orina de la mañana no solo no le importó sino que le excitó más todavía.

 

Fue una eternidad el tiempo que Sara estuvo chupando el sexo materno al tiempo que se tocaba ella misma con otra mano. Finalmente, dejó de utilizar la lengua para tumbarse en el suelo y terminar de masturbarse de forma salvaje, utilizando cuatro dedos a la vez, teniendo un orgasmo que llegó irrumpiendo de forma escandalosa.

 

—    ¡Qué bueno!

 

Sara se quedó tumbada un rato más. Entonces, su madre comenzó a orinar de nuevo. Rápidamente Sara se colocó debajo, abriendo bien la boca, permitiendo que la micción materna la duchara a base de bien.

 

—    ¡Mamá! ¡Que regalo tan bueno!

 

Sara recogió con la lengua algunas gotas de orina que habían quedado en las piernas y el sexo de su madre antes de regresar a la caja de madera. De allí sacó un arnés erótico de color negro. Tenía tres penes de látex. Uno de ellos se encajaba en la vagina de Sara, el otro en su ano y el tercero sobresalía convirtiendo a Sara en un erecto sátiro de miembro descomunal.

 

—    Ya se lo que te gusta — dijo Sara encajando las dos enormes pollas en sus entrañas — te encanta que te penetren…

 

Fue incapaz de reprimir un jadeo entrecortado en cuanto tuvo el arnés atado en su cintura y encajado en sus orificios.

 

—    Esta va a ser la forma en que yo te folle y me sienta follada por ti…

 

Sara hizo que el arnés del techo bajase hasta dejar a su madre de rodillas. Seguidamente la embistió por detrás con el falo de goma descomunal, dando acometidas violentas que, a juzgar por como su madre agitaba la cabeza de forma descontrolada, debían de ser muy dolorosas.

 

 

—    ¿Te gusta, Mamá? — gritaba Sara al tiempo que estrujaba los pechos de su madre con ambas manos — ¿te gusta como te follo?

 

Las embestidas duraron menos que el sexo oral. Apenas  unos minutos tras los cuales Sara volvió a desplomarse en el suelo chillando de placer.

Tras un buen rato echada, como muerta, se reincorporó y se quitó el obsceno arnés, tirándolo lejos.

 

—    ¿Te ha gustado? — preguntó sin obtener respuesta  — ¿Lo has disfrutado tanto como yo? ¿Qué? ¿No me contestas?

 

Sara volvió a tirar de la cinta y a subir el arnés del techo, reincorporando el cuerpo de su madre, como si fuera un títere.

En el rostro de la mujer había lágrimas y una extraña expresión nunca observada. Temblaba y su mirada ya no era fiera, sino suplicante ¿Qué es lo que suplicaba? Sara le quitó entonces la mordaza adhesiva de un tirón. Su madre escupió y comenzó a sollozar sin control.

 

—    Eres… un monstruo…

—    Si…

 

Sara fue incapaz de reprimir el impulso de comenzar a tocarse de nuevo entre las piernas. Ahora estaba más relajada y feliz, sobre todo feliz.

 

—    ¿Quieres que esto acabe, Mamá?

—    Si…

—    Sólo tienes que reconocerlo. Tienes que reconocer que eres mía, que eres una cosa de mi propiedad… entonces parará…

—    Eres un monstruo…

 

Sara se acercó a besarla. Por primera vez no se resistió. El beso fue largo y húmedo y digno de una pareja de amantes. Sara sonrió complacida y regresó a la caja de madera.

Extrajo de ella una bolsa de plástico y la cinta americana. Se acercó entonces a su madre que llenó su mirada de pánico.

 

—    ¿Qué vas a hacer con eso?

 

Sara se la colocó en la cabeza y la selló alrededor de su cuello con la cinta. Los gritos de terror de su madre aceleraban la asfixia. Batalló como pudo con las únicas partes de su cuerpo que aun podía mover: la boca y el cuello, pero fue inútil. Su vida se apagó en pocos minutos, como se extingue la llama de una vela.

 

Junto a ella, Sara se masturbaba de nuevo, feliz con lo que acababa de conseguir.

Unos minutos después, el timbre de la puerta le sorprendió. Sin ninguna prisa se dirigió hasta el baño donde se hizo con un albornoz que tapara su desnudez y su peste a orina y unas zapatillas. Luego fue, parsimoniosa, hasta la puerta de la calle, donde alguien volvía a llamar de forma insistente.

 

—    Buenas tardes — dijo la terapeuta una vez estuvo abierta la puerta — no quisiera molestar, pero como su madre no ha venido a la terapia esta mañana y, bueno, he llamado por teléfono pero tampoco han contestado… estaba preocupada…

—    No tiene de que preocuparse — contestó Sara con una sonrisa — todo tiene una explicación. ¿Por qué no pasa y se lo cuento todo?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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