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Las aventuras lésbicas de Cristina, Capitulo 4.

en Lésbicos

La mancha.

Cristina regresó a su puesto de trabajo al lado de Rocío. Si esta notó que ya no llevaba maquillaje no dio muestras de ello y, al parecer, tampoco de que no llevaba bragas.

—    Has tardado mucho en volver...

—    Si... — disimuló Cristina — me ha echado una buena bronca...

—    Ya.

Rocío arrugó el morro. Se concentró en su ordenador con el ceño más que fruncido.

—    Se oían vuestros gemidos desde aquí... — dijo por fin utilizando un tono gélido —

—    ¿Qué? ¿Se oían? ¿Quién los ha oído?

—    Seguramente Julio también los ha oído, pero no ha dicho nada. Supongo  que nadie más.

Cristina sintió un nudo en la garganta. No sabía como salir del lío en el que se había metido.

—    ¿Os lo habéis pasado bien las dos?

—    ¿Por qué estás enfadada conmigo?

—    ¿Qué por que? Esta mañana no te gustaban las mujeres y ahora... te follas a la primera que te mira dos veces...

—    ¡Quieres bajar la voz!

—    ¿Por qué? — Rocío comenzaba a alterarse — ¿la habéis bajado vosotras allí dentro con tantos “¡ah!” Y tantos “¡si!”?

—    Por favor, cállate...

—    ¿Te ha comido el coñito? Por que yo se las cosas que te gusta que te hagan, sé de donde salen esos gemidos tuyos...

—    Por favor, déjalo ya, yo no lo he planeado...

Julio levantó la vista de su escritorio intentando escuchar lo que decían las dos chicas.

—    Vamos al lavabo ahora mismo — sentenció Rocío sujetando a Cristina del brazo —

—    ¿Qué? ¿Bromeas? ¿Después de lo que nos ha dicho ahí dentro?

—    O sea, que ella te puede follar pero yo no...

Julio escuchaba a la perfección lo que decía Rocío y se tocaba el bulto del pantalón imaginándose a las dos juntas.

—    Déjalo ya, por favor...

—    Cristina — se acercó Rocío utilizando un tono suplicante — me tienes loca, por favor, necesito tu coño, vamos al lavabo, te lo tocaré como te gusta, venga...

A estas alturas Rocío ya tenía las manos encima, le tocaba en el muslo y entre las piernas. Cristina se la sacó de encima bruscamente de un empujón.

—    ¡No! Julio nos está mirando — susurró — déjame en paz, déjame tranquila, no me busques más líos.

Rocío se apartó de Cristina como si quemara y volvió al trabajo. No volvió a dirigirle la palabra en todo el día, le echaba vistazos furtivos como siempre, pero ni por motivos de trabajo intercambió una sola palabra.

Al finalizar la jornada Cristina se acercó a Eva, en recepción. Ésta la recibió con una sonrisa y exploración visual completa. Se notaba que Cristina no llevaba bragas por como se le marcaba el chocho en el pantalón.

—    Oye ¿podrías hacerme un favor? Llámame un taxi, estoy muy cansada para coger el autobús...

—    Haces mala cara — dijo Eva acariciándole la mejilla con dulzura — ¿no te encuentras bien?

—    Creo... que no me he acabado de recuperar...

—    Pobrecita... — dijo Eva acariciándole el pelo y mirándola directamente a los ojos —

—    Necesito descansar, ha sido un día horrible...

—    No se hable más. Ya te llevo yo a casa, no he aparcado lejos.

—    ¿De verdad?

—    Ya te dije que haría cualquier cosa por ti.

Cristina notó como le volvía a arder la entrepierna sólo al escuchar esas palabras. Mientras caminaban hacía el coche Cristina se dedicó a observar a Eva. Tenía una larga cabellera morena y rizada que le caía por los hombros y una boca grande y sensual. Cristina se preguntó cómo sería besar esa boca tan grande. Era delgada pero tenía unas buenas caderas y bastante pecho. Cuando se sentó al volante Cristina se permitió admirar sus rodillas encerradas en medias negras.

—    No te preocupes. Pronto estarás en casa descansando.

Eva dijo esto antes de arrancar, sujetándole la mano a Cristina y esta le devolvió el cumplido acariciándole el cabello. Fue incapaz de reprimir una sonrisa.

—    Gracias — y diciendo esto se acercó a besar a Eva en la mejilla — eres muy amable.

Eva no contestó, se limitó a reprimir un estremecimiento. Un solo beso inocente de Cristina acababa de humedecer su coñito y endurecer sus pezones. Nerviosa, intentó concentrarse y puso la llave de contacto.

Cristina se fijaba en el cuello de Eva. La zona que iba del lóbulo de la oreja al cuello de la chaqueta le parecía muy besable. Además, olía muy bien.

Eva intentaba concentrarse en conducir pero echaba furtivamente vistazos a los suculentos muslos de su compañera. Era  eléctrico tenerla al lado, saber que con sólo alargar la mano podía tocar uno de esos muslos rollizos, ese orondo culo o ese sabroso coño. La mano se le fue sola, pero se detuvo en el reproductor de CD.

—    ¿Quieres que ponga música? —

—    No, de verdad. Ahora no me apetece — Cristina puso su mano sobre la de Eva para retirársela del reproductor—

—    Yo...

Eva se quedó en silencio notando el calor de la mano de Cristina en la suya hasta que el sonido de un claxon le hizo ver que el semáforo ya había cambiado. Rápidamente cambió la marcha y fue hacia delante.

—    Perdona, había olvidado que no te encuentras bien, que tonta soy...

—    No, no. Si ya me encuentro mejor, creo que salir de la oficina ya ha hecho mucho por mi...

—    ¿De verdad? Eso es estupendo...

—    Me apetecería tomarme un café ¿quieres acompañarme?

—    Claro... — Eva tragó saliva — voy a buscar aparcamiento...

Eva empezó a dar vueltas por el barrio en el que se encontraban sin expectativas de encontrar un lugar en el que aparcar. Todo estaba atestado de coches.

—    ¡Qué asco! No hay un sitio libre por ningún lado...

—    ¿Por qué no te metes en un parking? No vamos a estar mucho rato...

—    Sí. Creo que es una buena idea.

Fueron entonces hasta el parking más cercano a donde se encontraban y, una vez dentro, eligieron una plaza en la planta más inferior.

Cristina salió primero del coche mientras Eva lo dejaba todo listo.

A través del parabrisas estuvo contemplando su gordo culo y después, sin pararse ni por un segundo a pensar lo que estaba haciendo, acercó su nariz al asiento del copiloto para olerlo. El asiento aún estaba caliente y emanaba de él un leve aroma muy agradable. Eva mojó sus bragas casi en el acto ¿podía haber un perfume mejor en el mundo que el del coño de Cristina?

—    Yo tomaré un agua — dijo Eva una vez acomodada en la cafetería que había más cerca del parking —

Al sentarse, Eva cruzó las piernas, lo que hizo que enseñara una considerable parte de muslo. Cristina recorrió con la mirada la raya de la media y con la imaginación más allá de la falda. Seguro que algo peludo, caliente y mojado le aguardaba entre esos muslos.

—    Yo tomaré un café con leche, gracias... Y tráigame también una ensaimada...

—    ¿No te desvela, el café?

—    No, estoy acostumbrada...

—    ¿Te importa si fumo?

Eva encendió un cigarrillo. El carmín de sus labios dejó la boquilla marcada de rojo. El humo formó una película a través de la cual Cristina admiraba sus ojos oscuros.

Un poco más abajo, a través de la blusa, se le marcaban dos abundantes pechos acompañados de duros pezones que se trasparentaban a través de la tela.

—    Cuéntame algo de ti — dijo Cristina — somos compañeras de trabajo pero tengo que reconocer que no te conozco demasiado...

—    No hay mucho que decir — se ruborizó Eva — vivo sola en un apartamento, con mi gato Tristán...

El camarero trajo las bebidas y la pasta. Cristina cogió su ensaimada y se la acercó a la boca. Con la punta se su lengua empezó a recorrer lentamente la superficie de la pasta para recoger el azúcar glass. A cada lamida se detenía para tragarse el polvillo dulce, y luego regresaba a por más.

Eva había dejado de hablar. Prefería mirar a Cristina en su labor. Le ardía el coño y le hubiera gustado tocárselo mientras la miraba. Se imaginaba dándole de merendar a Cristina espolvoreando  sus pechos de azúcar glass.

—    Continua... me decías que vives sola...

—    Si... — contestó Eva muy sofocada — en un apartamento más bien pequeño...

Cristina partió un pedazo de la pasta con las manos y seguidamente lo mojó en el café con leche. Luego, se lo llevó a la boca. Parte del café con leche se escapó de su boca, resbalando por el labio y luego por la barbilla, como harían los jugos de un chocho que acabara de corrérsele en su boca tras haber sido concienzudamente chupado. Cristina sacó la lengua para relamerse.

—    Tengo que ir al baño... —dijo de repente Eva y se levantó presurosa de la silla —

Se trataba de unos servicios más bien sucios y claustrofóbicos, pero era igual. Eva se bajó las bragas y se arremangó la falda. Necesitaba toquetear su clítoris. Mientras lo hacía recordó el olor a coño del asiento, las lamidas a la ensaimada en forma de teta,  la corrida imaginaria en su boca y el chocho marcándosele en los pantalones. ¡Oh, ese chocho! ¡Si tan sólo pudiera olerlo, tocárselo, besárselo...!

Mientras tanto, a Cristina le preocupaba manchar los pantalones por que la simple visión del lápiz de labios en el cigarrillo le hacía mojarse otra vez. Cuando regresó Eva la encontró con las piernas entreabiertas y mirándose el coñito.

Eva, que se había tranquilizado mucho masturbándose en el lavabo, volvía a estar muy excitada y caliente con apenas una mirada entre las piernas de Cristina.

—    Quizá deberíamos pagar e irnos... — dijo Cristina —

—    Si... — dijo Eva sin dejar de mirarle entre las piernas — será lo mejor.

Las dos muchachas realizaron el camino hasta el parking sin decir una palabra. Sólo intercambiaron miradas lascivas que ya no reprimieron.

La primera en entrar en el coche fue Eva, pero sólo le dio tiempo a cerrar la puerta. En cuanto Cristina estuvo en su asiento se abalanzó contra ella, le sujetó la cabeza con las manos y acercó sus labios a los suyos.

Era la primera vez que Cristina probaba la húmeda lengua de otra chica, por lo menos en su boca. La boca de Eva sabía un poco a tabaco pero Cristina no podía dejar de chuparla.

Ya era tarde. En sus pantalones acababa de aparecer una mancha tan grande como si acabara de hacerse pis encima.

 

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