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Los Agentes del Ojo (29)

en Grandes Series

Desoyendo sus propios consejos Diana Dywane comió todo lo que le ofrecieron: un animal asado parecido a un pichón, una rica sopa, algo parecido al pan y unas frutas a medio camino entre las manzanas y el melocotón.

Antes de eso se había dado un buen baño y le habían aplicado diferentes remedios en sus heridas, ya fuesen los huesos rotos de la mano, el tremendo tajo de la espalda o la perforación de la pierna. Luego durmió placidamente en una cama muy grande con olor a flores. Cuando se despertó, al día siguiente, sus heridas habían sanado, su pierna estaba bien, su espalda ya no le escocía y su mano volvía a estar entera.

No llevaba nada de ropa, le habían despojado de todas y cada una de las cosas que había traído de su mundo: La ropa, el equipo, las armas…

Abandonó la cama y contempló su figura desnuda ante un gran espejo de cuerpo entero que presidía la habitación. Diana era una mujer muy atractiva, de pechos abundantes y muslos torneados. Su vello púbico era igual de rubio que su cabellera y estaba cortado en un discreto mechón que en cierta forma adornaba su entrepierna.

De pronto se le ocurrió que el espejo podría ser una ventana mágica para espiarla, así que tiró de la sábana de la cama para taparse. Dio un vistazo por la cámara buscando algo que ponerse. Encontró entonces lujosos vestidos en un baúl. Eran de su talla, aunque para nada de su estilo. Eligió el que le pareció menos ostentoso y de esa forma ocultó su desnudez. Pero enseguida odió aquel vestido, pues el escote que tenía levantaba sus pechos como si fuera una cortesana.

Sin previo aviso la puerta de la habitación se abrió. Una mujer de edad, encorvada y contrahecha, entró llevando consigo una palangana con agua y unas toallas colgadas del brazo.

¿Ya se ha levantado, mi señora?

Pues no, como puedes ver sigo en la cama — contestó Dywane con sarcasmo — ¿Y tu quien eres?

Me llamo Gant, sólo Gant, y soy vuestra doncella, para lo que gustéis ordenar…

Ya veo.

Os he traído agua caliente, por si queréis lavaros…

A decir verdad, lo que realmente me gustaría es que me devolvieran las ropas y las cosas con las que viene aquí…

¿No le gustan a la señora los vestidos? — quiso saber Gant, que se ataviaba modestamente con una ropa raída y vieja — yo sería feliz con poder ponerme, aunque fuera sólo una vez, un vestido como ese…

Pues a mi no me pasa igual ¿No sabes donde están mis cosas?

Mi señora, Gant no sabe nada de nada, aparte de lo que necesita saber.

Dywane se quedó pensativa un instante, sopesando sus opciones y tratando de recordar la situación en la que se encontraba. Había jugado su última carta y la jugada le había salido muy bien, pero la partida todavía continuaba, y tenía que ser igual de lista si quería ganarla.

Vuestro Rey ¿No deberías avisarle de que estoy despierta?

Seguro que ya lo sabe, mi señora — contestó la anciana doncella — si lo se yo, que no soy nadie ¿Cómo no va saberlo él?

¿Es por el espejo? — preguntó entonces — puede espiar lo que pasa aquí dentro ¿verdad?

Mi señora ¿no os gustaría tomar un buen desayuno, ahora que ya estáis levantada?

Lo dudo, a menos que tengáis café en este mundo, que es lo único que me apetece para desayunar…

No os entiendo, mi señora…

¿Qué desayunáis aquí, en tu mundo?

Si mi señora quiere acompañarme al comedor lo verá por si misma.

Diana Dywane acompañó a Gant hasta llegar a una amplia sala en la que una mesa llena de alimentos se situaba en el centro.

Entre las carnes asadas, el pan, las frutas, las extrañas guarniciones y el vino, Dywane se decidió por una copa de agua. No era de comer demasiado, y menos por las mañanas, y el banquete del día anterior había sido muy copioso.

¿No queréis mejor un poco de vino? — preguntó la doncella —

¿Vino? No, gracias, es muy temprano para mi…

Como quiera la señora…

La doncella se retiró dejándola sola ante aquel descomunal banquete. Permaneció allí al menos veinte minutos, contemplando aquella gran cantidad de comida que no iba ni a probar. Entonces llegaron unos soldados, el que parecía un capitán y dos guardias armados con lanzas.

Mi señora — dijo el que mandaba — ¿Habéis acabado ya? Su majestad el rey pregunta si os complacería entrevistaros con él.

Ante la educada pregunta en semejante situación Diana se puso a reír, por primera vez desde que pisara aquel mundo. Pero enseguida dejó de hacerlo. Estaba adquiriendo una falsa sensación de seguridad y en realidad no tenía las cosas tan controladas como quería pensar.

Dígale al Rey que estaré encantada de hablar con él.

Los soldados condujeron a Dywane por los pasillos del enorme palacio. Aunque pretendían escoltarla, que los dos soldados armados fueran detrás no hacía sino desvanecer la ilusión de que era una invitada.

Llegaron por fin al salón del trono. La sala era larga y en el fondo se encontraba el majestuoso asiento. El rey descansaba cómodamente sentado mientras una muchacha desnuda, arrodillada frente a él, le lamía el miembro.

Majestad — dijo el capitán tan pronto hicieron acto de presencia en la sala — la mujer que habéis mandado llamar ya está aquí.

"Otro cerdo obsesionado con lo que le cuelga entre las piernas" pensó Dywane al ver la escena.

Hacedla pasar y dejadnos solos — ordenó el rey —

Los soldados obedecieron y Diana se acercó al trono. El Rey en ningún momento apartó a la muchacha de su regazo.

Yo soy Moloch I, soberano de Gehena ¿Cuál es vuestro nombre?

Me llamo Diana Dywane.

Espero que disculpéis que tome mi desayuno mientras hablamos — dijo señalando a la muchacha entre sus piernas — y si os apetece podéis probar vos también. No encontraréis un semen más exquisito que el mío…

No, gracias — soltó Dywane con una mueca de asco —

¿Habéis descansado bien? ¿Todo está a vuestro gusto?

¿Dónde está mi compañero? Ya sabéis, el muchacho…

Me parece que no lo habéis comprendido — dijo el Rey con un gesto de desdén — aquí, el que hace las preguntas, soy yo…

Y yo, al parecer, la que tiene las respuestas…

¿Dónde está el cuerpo de mi hija?

Lo encontraréis en su palacete, lo dejamos allí.

¿Le cortaste tú, la cabeza?

¿Qué tipo de pregunta es esa? ¿pretendes que reconozca que intenté asesinar a tu hija?

Tengo formas de sacarte la información que no quieras proporcionarme voluntariamente… — mientras hablaba, acariciaba el cabello de la chica que tenía entre los muslos —

No, yo no le corté la cabeza ni tampoco se la corté luego en dos mitades.

¿Quién lo hizo?

Quizá te gustaría saber — dijo Dywane intentando conducir la conversación a sus propios intereses — que ella intentó matarme a mi primero…

Eso no tiene nada de malo — dijo el rey y de pronto esbozó una mueca de placer —, yo mismo lo haría encantado, aunque tal vez te violara primero…

Dywane sintió un escalofrío. "Hay cosas peores que la muerte" pensó. Entonces el rey echó su cabeza hacia atrás y empezó a eyacular. El esperma salía a borbotones escapando de la boca de la muchacha, que no dejaba de chupar. Dywane apartó la vista, asqueada, el Rey sonreía satisfecho.

¿Seguro que no queréis un poco? — dijo el Rey — hay de sobras para las dos…

¡Por favor! — dijo Dywane recuperando su insolencia — ¡Intento no vomitar!

La muchacha terminó su tarea y levantó la cabeza para limpiarse la boca con el dorso de la mano. El Rey le acarició la mejilla cariñosamente durante un instante, luego, con un movimiento rápido y brusco, le rompió el cuello con las dos manos y la arrojó a un lado.

Dywane se sobresaltó mucho. Respiraba con fuerza, tenía mucho miedo.

Luego me tomaré el postre con vos — dijo el Rey dirigiéndose a Dywane — quiero saborear esos pechos que tan deliciosamente asoman por encima del vestido…

¡Vuestra hija nos tomó prisioneros, a mí y a mi compañero, para utilizarnos en sus planes para acabar con vos!

Una conspiración en mi contra — dijo el rey pensativo — y dirigida por mi hija ¿Y que más sabes?

No, se acabó, no voy a decir ni una palabra más a cambio de nada — Dywane estaba desafiante — yo también quiero cosas…

Ni se te ocurra jugar a este juego, ya te he dicho que te podría sacar la información mediante otros métodos…

Entonces ¿Por qué estás aquí, preguntándome? ¿Qué vas a hacer? ¿leerme la mente? ¿Torturarme?

Quizá te rompa el cuello, como he hecho con esta sirvienta…

Lo dudo…

¿Qué es lo que quieres?

Dywane pensaba en el ajedrez, aunque debería haber pensado en el poker. Lo que tenía era una buena mano, si la jugaba bien ganaría la partida, esa euforia era la que le permitía salir adelante a pesar del terrible miedo que sentía.

Dos cosas solamente. Quiero que mi compañero y yo salgamos de aquí sanos y salvos y quiero las cosas que me han sido sustraídas al ser hecha prisionera.

¿Tus cosas? — dijo el Rey divertido — Eso no es problema, las tengo aquí mismo…

Recogió una alforja que colgaba de una de las aristas del trono y volvió a sentarse. Se puso entonces a sacar objetos de ella. El primero fue el teléfono móvil.

¿Qué es esto? Nunca había visto nada igual ¿Algún tipo de joya?

Es un sistema de comunicación — aclaró Dywane — pero sólo funciona en mi mundo

¿Y esto que es? — dijo sacando un cargador de las pistolas que Diana había perdido nada más llegar a este mundo —

Munición para nuestras armas…

Ya veo ¿Y esto?

El Rey Moloch sacó de la alforja el cucharón mágico que servía para controlar al hada Foxglove. El cucharón, que había sido de oro, era ahora de latón apagado. Eso le pareció muy interesante a Dywane, significaba seguramente que el hada había muerto. No es que apreciara a aquella criatura, pero se sentía indiscutiblemente responsable por esa muerte. Además, si el hada había muerto ¿Qué había sucedido con los otros dos?

Es sólo un utensilio de cocina, nada importante…

Ya veo — dijo el rey.

En un momento concreto el monarca rozó su barriga con el dorso de la mano. Su barriga, manchada de gotas de su propio semen. Con esa misma mano examinó el cucharón, y algo extraño sucedió cuando el semen entro en contacto con el utensilio.

¿Qué es esto? — preguntó Moloch mientras el cucharón adquiría el aspecto de estar tallado en un gigantesco rubí — ¿Qué es lo que hace?

A Dywane le pareció sobradamente interesante. Tanto que la emoción que le embargó de pronto la tuvo que disimular para que el monarca no notara nada.

— No tiene importancia, se pone así cuando detecta calor, de esa forma se sabe cuando la sopa está caliente y cuando está fría…

No veo nada entre tus cosas que merezca ser conservado — dijo el rey volviendo a meter el cucharón, el móvil y el cargador en la alforja — por mi puedes quedártelo — y se lo entregó —

Gracias.

Ahora ¿me dirás lo que quiero saber?

Lo haré — dijo Dywane al mismo tiempo que pensaba "jaque mate" — tu hija Lilith nos secuestró con engaños a mi y a mi compañero, con intención de conseguir información para usarla contra ti. Luego consiguió dominar mágicamente a mi compañero y concluyó que su enorme poder era todo lo que necesitaba para usarlo como arma contra ti, así que mandó matarme. Afortunadamente pudimos darle la vuelta a la situación e interrogamos a tu hija. Entre la información que obtuvimos reconoció ser la responsable de la muerte de tu esposa, aunque en realidad fue un accidente, ella buscaba asesinaros a vos. Y fue en el transcurso del interrogatorio que mi compañero le arrancó la cabeza a Lilith, pero en realidad fue un accidente…

El Rey Moloch se levantó de su trono, todavía desnudo y con las vergüenzas colgando. Tenía el puño apretado y el ceño bruscamente fruncido.

Me has hecho un gran servicio, mujer. Llevo mucho tiempo buscando una prueba de la culpabilidad de mi hija mayor…

Eso pensaba.

Por supuesto tu compañero será ejecutado, aunque sea culpable nadie puede atentar contra la vida de mi hija sin pagar por ello…

¡Pero dijiste que nos dejarías salir de aquí sanos y salvos!

Yo no he prometido tal cosa, mujer — dijo el rey con una sonrisa llena de maldad — lo único que te prometo es que, para agradecerte el servicio que me has prestado, no te mataré…pero tienes que ser castigada. Nadie obliga a Moloch I soberano de Gehena a dar su brazo a torcer sin pagar un precio…

Moloch volvía a tener una soberbia erección y sus ojos no se apartaban del escote de Diana. Ésta perdió por un instante la compostura, retrocediendo sobre sus pasos a la vez que buscaba en la alforja con prisa.

Yo no iría tan deprisa — dijo Dywane y luego dobló el cucharón que acababa de sacar de la alforja —

A pesar de ser ahora de rubí, el utensilio se dobló igual que si continuara siendo de metal. De repente, un dolor insoportable se apoderó de los genitales del Rey Moloch I. Se desplomó en el suelo sujetándose sus partes y chillando de dolor hasta que Dywane volvió a colocar el utensilio en su posición original.

Pero… pero ¿Qué brujería es esta? — quiso saber el rey, todavía en el suelo —

Esto, mi repugnante y asqueroso rey de la mierda, en mi mundo lo llamamos "te tengo cogido por los huevos". Así que prepárate, por que las cosas por aquí van a cambiar un poco.

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