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Los Agentes del Ojo (17)

en Grandes Series

Tan solo era una habitación vacía más en el fondo de la mazmorra, iluminada por dos antorchas. Lo extraordinario de ella es que la ocupaban cinco hombres de aquella raza de piel roja, parecidos a demonios. Los cinco se encontraban completamente desnudos. Eran jóvenes y musculosos y sus miembros estaban ya bastante duros y gruesos, ya que se los estaban masajeando. Uno de ellos destacaba sobre los demás pues en lugar de piernas tenía dos patas peludas propias de una cabra. Su miembro también era de mayor tamaño y del final de la columna vertebral le surgía una cola cilíndrica acabada en punta de flecha.

De repente la Duquesa entró en la sala. Los cinco hombres la recibieron con una sonrisa de satisfacción y rodeándola de inmediato. Con la colaboración de todos le fue sustraído el vestido. Ella era escasa de pecho pero ancha de caderas, y sus piernas eran también parecidas a las de una cabra. Lucía asimismo una cola delgada y acabada en punta de flecha.

Uno de los hombres fue a posar su mano en el ancho trasero de la Duquesa, acariciándoselo dulcemente para después dejar que los dedos se adentraran entre sus piernas. Ésta, por su parte, hizo que su cola (completamente prensil) se enroscara en el erguido pene del hombre. Otro puso su mano también entre sus piernas, pero por delante. Otro la besó. La mano izquierda de la Duquesa fue a agarrar el pene de éste, mientras su mano derecha agarraba el del hombre con patas de cabra. Éste último pasaba su mano por los casi inexistentes pechos de la Duquesa, rozando sus pezones y dejándoselos muy duros. El quinto, al que los demás no le dejaban sitio, se contentó con mirar mientras acariciaba los traseros de dos de sus compañeros.

La Duquesa cambió entonces radicalmente de postura, se agachó con el fin de dar placer oral a los chicos. Su boca iba de un miembro a otro, lamiéndolos en toda su longitud. Uno de ellos (aquel al que no le dejaban más que mirar), se agachó junto a ella para ayudarla en su tarea. Los penes de los cuatro hombres eran presas de las bocas de la Duquesa y del quinto de ellos. Luego cambiaron de posición, la Duquesa Sofía se colocó de pie y uno de los soldados tomó su lugar. Entre éste y el que ya estaba agachado se trabajaron a conciencia los miembros de los otros tres (incluyendo el de mayor tamaño que apenas les cabía en la boca) y la vagina de la Duquesa.

Pronto uno de ellos eyaculó en la boca de uno de sus compañeros. La Duquesa se abrazó entonces al hombre que tenía a la derecha, le besó y le acarició el trasero. Enseguida se apartaron de los demás y ella rodeó su cintura con las dos piernas, dejando que el hombre la sujetara por los brazos. Entonces se la clavó entera entre las piernas.

Tres de los chicos estaban tumbados en el suelo, abrazados, acariciándose mutuamente en el pecho y en el vientre y besándose en la boca. Sólo quedaba un quinto desocupado, precisamente el de las patas de cabra y el pene de mayor tamaño. Entonces la Duquesa y su compañero tuvieron el detalle de cambiar de postura. Él se tumbó en el suelo boca arriba para que ella continuara cabalgando a horcajadas y el otro tipo, el de las patas de cabra, pudiera introducir su pene de tamaño superlativo en la su boca. De hecho lo introducía ora en la boca de la Duquesa, ora en la de su compañero tumbado. Pero pronto la Duquesa, mientras saltaba rítmicamente sobre su compañero, le indicó al de las patas de cabra que hiciera otra cosa. Éste se situó detrás, le levantó la cola acabada en punta de flecha con una mano e introdujo su miembro por el ano.

El miembro mayor de lo normal de aquel hombre penetró por el recto en toda su longitud y grosor sin problema ninguno. Ahora la Duquesa tenía un pene alojado en su vagina y otro, mucho más grande, en su recto. Hizo un ademán y los otros tres chicos que se estaban entreteniendo juntos se acercaron. Dos de ellos aproximaron sus penes erguidos para que la Duquesa se preocupara por ellos con sus manos y con su boca. El que quedaba hizo ademán de sentarse en el rostro del que estaba tumbado, que le acariciaba con la lengua tanto el miembro como el ano.

De repente por la puerta abierta de la sala hizo acto de presencia el capitán Kurm.

No mostró sorpresa o recato alguno, sólo se situó a una cierta distancia y dijo lo que tenía que decir.

Mi señora, el prisionero está listo para el interrogatorio.

La Duquesa, sin sentirse especialmente contrariada, se sacó un pene de la boca e hizo ademán de levantarse. Sus hombres entendieron y se apartaron. Luego el que tenía patas de cabra extrajo su larga verga de su ano y después ella misma se levantó de encima del último de los soldados.

Estaré lista en un instante — dijo la Duquesa — Asegúrate de que estos soldados cobren una buena paga extraordinaria…

Por supuesto, mi señora.

La Duquesa no ocultó su desnudez al Capitán ni tampoco se preocupó de ella para ir de la sala donde había estado hasta su habitación. Una vez allí se hizo con una palangana a la cual vertió algo de agua de un jarro. Luego untó una esponja con algo de jabón líquido salido de un pequeño frasco y se puso a lavarse meticulosamente.

¡Por favor! — dijo una vocecita al otro lado de la habitación — ¡Sácame de aquí!

La Duquesa fijó la mirada en la jaula de oro donde estaba encerrada Foxglove. Los barrotes de la jaula no eran lo suficientemente estrechos como para que no pudiera deslizarse por ellos pero la trampa consistía en que, aunque forrados en oro, eran en realidad de hierro. Tocarlos le producía un dolor indescriptible y, si prolongaba el contacto mucho tiempo, quemaduras. Estar en esa jaula, además de ser una pesadilla hecha realidad tras pasarse cuarenta años encerrada, le provocaba una sensación de nausea y mareos que le revolvía el estomago todo el tiempo.

Ya te acostumbrarás — dijo la Duquesa sin dejar de frotar su cuerpo con la esponja — Si te portas bien luego te traeré unas flores para que te las comas…

¡Por favor! — dijo el hada llorando —si me liberas haré lo que quieras, puedo satisfacerte como no puede hacerlo un hombre, puedo darte más placer que cien hombres y cien mujeres…

¡Pero que chiquitina tan lasciva! — Dijo la Duquesa acercándose a la jaula — Otro día jugaré contigo, pero ahora no…

¡Puedo darte riquezas! ¡Oro y plata! ¡Diamantes!

La Duquesa continuó lavándose mientras el hada seguía suplicándole con lágrimas en los ojos. Luego, cuando estuvo satisfecha de su higiene sacó un vestido de un arcón. Era un vestido verde oscuro, con largas mangas que comenzaban en las axilas, una abertura vertical en el pecho y una larga cola. Además, había adornos en forma de pico por todo el vestido.

Cuando se disponía a marcharse Foxglove le pidió algo diferente.

Por favor, tengo sed…

Pobrecita chiquitina… — dijo la Duquesa —

Fue entonces hasta su tocador para recoger de allí un portavelas chato que para el tamaño del hada parecía un balde. Lo lleno con el agua que quedaba en el jarro y abrió la portezuela de la jaula para meterlo dentro. Rápidamente el hada se abalanzó sobre la mano de la mujer intentando que funcionasen sus encantamientos.

¿Eso querías hacer? — preguntó la Duquesa sin dejar de sonreír — a mi no puedes hacerme nada…

La Duquesa cerró la portezuela para la mayor de las frustraciones de Foxglove, después abandonó la estancia.

La Duquesa se presentó entonces en lo que parecía un calabozo. La sala era bastante amplia, las paredes tenían grilletes colgando, había potros y otros instrumentos de tortura, incluyendo lo que parecía una dama de hierro, una silla con clavos y algo que debía servir para colgar a la gente cabeza abajo. Joe Ryder se encontraba atado a un potro de pies y manos, boca arriba y completamente desnudo. El verdugo que tenía a su lado todavía no había comenzado a hacerle nada.

Si me permite, señorita — dijo Ryder tan pronto la mujer hizo acto de presencia en la sala — tengo que realizar una queja. Yo pedí una habitación con vistas al mar y la que me han dado no tiene ni ventanas…

Déjanos solos — indicó la Duquesa al verdugo —

El grifo de la ducha no funciona… — continuó burlándose Ryder —

La Duquesa esperó a que el verdugo se hubiera marchado. Mientras, acarició el torso desnudo de Ryder pausadamente.

Eres atractivo a pesar de tener esa piel pálida tan desagradable…

Tú tampoco estás mal, para ser una monstruosidad con cuernos que no se muere cuando le disparan…

Y eres muy divertido — añadió a la vez que su mano se dirigía a sujetar el pene de Ryder que estaba ya algo duro —

¿Cómo es que hablas mi idioma?

No hablo tu idioma — contestó sin dejar de acariciarle el miembro — Creo que no tenéis mucha magia allí de donde procedes. Una simple hadita es un montón de magia para vosotros…

Eso que estás haciendo — quiso saber Ryder, que ya empezaba a tenerla muy dura — ¿es una especie de técnica de tortura que no acabo de entender?

Como toda respuesta la Duquesa se introdujo su verga en la boca para darle largas chupadas. Luego se la sacó aunque continuó friccionándosela con ganas.

Eres sin lugar a dudas la criatura más singular que ha salido de los túneles desde que los abrimos. Si mi padre busca algo en vosotros tú tienes que saber lo que es.

Para empezar — dijo Ryder mientras la Duquesa volvía a introducirse el pene en la boca — no se quien es tu padre y no sabía nada del túnel ni de vosotros hasta hace una semana…

Mi padre es el rey Moloch — dijo volviendo a sacársela de la boca — el que me desterró a vivir bajo tierra en las profundidades de nuestro palacio.

Eso si que parece una historia interesante…

La Duquesa Sofía se arremangó entonces el vestido y se sentó a horcajadas encima de Ryder. Hizo que su largo pene le entrara en la vagina y comenzó un vaivén acompasado.

Así fue… — comenzó la Duquesa hablando entrecortadamente debido al placer que notaba — yo soy la hija menor de tres hermanos. Cuando mi padre muera mi hermano Nisroc será coronado, y si a éste le pasara algo malo sería mi hermana Lilith la reina ¿Qué expectativas de conseguir poder tengo yo?

No me lo imagino — dijo Ryder también afectado por el placer —

Así que me convertí en la mayor cortesana de palacio, la puta de todos los hombres y mujeres que quisieran un culo real…

¿Para conseguir poder?

Si… — dijo la Duquesa dejándose llevar — pero también por que me lo paso en grande —

Y, claro… ¡Dios! Eso a tu padre no le gustaba…

¿Por qué no iba a gustarle? Él… él me utilizaba como su espía personal, averiguando secretos… secretos sobre las intrigas de palacio…

Entonces… ¿entonces por que te desterró aquí?

Por que — en ese momento la Duquesa aceleró su ritmo — por que me guardé secretos para mi, había… había una conspiración para asesinar a la reina… mi madre…

Y tu no le dijiste nada…

Exacto…

Pero el tiempo de hablar se había terminado. La Duquesa Sofía continuó con su frenético vaivén, cada vez más rápido, cada vez más entregado. Los dos estuvieron callados por un rato. Ella le ponía las manos en el pecho y disfrutaba del tacto de sus pectorales. Ryder, por supuesto, no podía tocar nada ni hacer nada.

La Duquesa tuvo un orgasmo primero. Chilló mientras lo tenía y se convulsionó toda ella. Luego desmontó de su corcel y agarró el miembro de Ryder para agitarlo con mucha violencia.

Venga — le dijo mientras le daba placer — ahora te toca a ti ser sincero ¿Qué has venido a hacer aquí? ¿Qué quiere mi padre de vosotros?

Estoy aquí para averiguar por que… — dijo Ryder no sin cierta dificultad — por que se ha abierto un puente entre tu mundo y el mío… ¡Oh, Dios! Queremos saber si representa una amenaza para nosotros… y si lo es acabar con ella…

Sofía le chupaba la verga que hacía pocos segundos se encontraba alojada en sus entrañas. Daba dos o tres chupadas para volver a agitarle el pene furiosamente.

¿Eso es todo? El puente entre realidades lo han abierto los hechiceros de mi padre, pero también ignoro por que — Sofía hizo entonces una pausa para volver a lamerle el miembro — En cuanto a acabar con nosotros, no podríais.

De pronto un violento esputo de semen surgió del glande de Ryder para estrellarse en el rostro de la Duquesa. Lejos de contrariarla ésta recogió con su lengua todo lo que pudo.

¡Qué rico! Todavía no había probado el semen hoy…

Tengo… — dijo Ryder recuperándose — tengo otra pregunta ¿Cómo he llegado aquí?

¿Qué quieres decir? — contestó la Duquesa limpiándose la boca con el dorso de la mano — entraste por el túnel, como todos…

No recuerdo haber entrado por ningún túnel. Lo último que recuerdo es haberme acostado con dos señoritas muy simpáticas, y luego ¡zas! la mazmorra donde me tienes encerrado…

Eso debe de ser por que estabas hechizado — contestó la Duquesa —

¿Hechizado?

Si. Realmente no tenéis mucha magia en tu mundo. Supongo que te hechizó esa pequeña hada que traías contigo. Son peligrosas si no tomas precauciones.

Las palabras que Diana Dywane pronunciara una vez acerca de lo peligrosa que le resultaba ese hada volvieron a su cabeza. "Hoy has sido tus compañeros, mañana podemos ser tu o yo..." Ahora se encontraba en un lío, y era culpa de Foxglove. O más bien era culpa suya, por haber sido demasiado negligente con ella.

Bueno — dijo entonces Ryder — supongo que ahora viene el momento en el que me desatas y me dejas ir…

No. — contestó secamente la Duquesa — ahora viene el momento en el que te dejo aquí para que mi padre el rey te interrogue, torturándote si es necesario.

Mientras no me haga lo mismo que tu… — contestó jocosamente —

¿Quién sabe? No tengo permitido estar presente cuando hace los interrogatorios.

¿Puedo preguntarte algo más? Dos cosas para ser precisos.

Claro, adelante.

La primera es si los conspiradores de los que no avisaste a tu padre acabaron asesinando a tu madre.

Así fue — contestó la Duquesa con una mueca de dolor en el rostro — y eso es algo que me pesa más que el destierro. ¿Y tu otra pregunta?

Si ¿Conocéis en este mundo a un tipo llamado Harry Houdini?

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