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Los Agentes del Ojo (9)

en Grandes Series

John Henry, estos son tus nuevos compañeros, Joe Ryder (A quien ya conoces) y el Profesor Traknor.

Diana Dywane presentaba al muchacho al resto del grupo en una planta distinta del mismo edificio de Westmister. El muchacho vestía con su mejor traje de los domingos, corbata incluida, y ciertamente le hacía parecer algo tonto. Pero su extraordinaria estatura y presencia compensaban con creces esta impresión.

No sabía... — dijo el muchacho visiblemente sorprendido — que existieran gorilas que hablasen...

Soy único en el mundo, chico...

Entonces, un surtidor luminoso surgió del bolsillo de Ryder hasta detenerse cerca del muchacho, para que pudiera verla bien. Era la pequeña hada Foxglove, que seguía desnuda y también sonriente.

Tú también eres un humano muy guapo...

Mi... mi madre nunca me explicó que existieran cosas como estas...

No te trastornes, John. — le tranquilizó Diana sujetándole por el brazo — Todas estas cosas son extraordinarias y se salen de lo que tu madre o cualquier otra persona corriente del mundo pudiera saber. Conocerás otras cosas trabajando aquí, igualmente raras y extraordinarias.

Dywane condujo al grupo hasta lo que daba la sensación de ser una especie de zona sanitaria. De hecho el personal llevaba bata y guantes como los de un cirujano.

Nos falta reclutar a un miembro más para tener el equipo completo — dijo Dywane a la vez que repartía unas placas identificativas a cada uno excepto al hada — por desgracia le hemos perdido la pista y hasta que no la recuperemos tendremos que ocuparnos de otro tipo de trabajo.

Dywane continuó el tour hasta una antesala que comunicaba con lo que parecía un quirófano. A través de un cristal podían ver una camilla sobre la cual, atado fuertemente con correas, estaba la criatura llamada Kalamó, aún inconsciente.

¿Qué es eso? — preguntó John Henry — ¿Y por que está atado?

Eso es una bestia asesina, John — dijo Dywane inmediatamente — y el motivo por el que os he reunido a todos vosotros aquí.

¿No se ha despertado? — preguntó el Profesor Traknor —

No, creemos que tiene una conmoción grave, pero teniendo en cuenta su fisonomía no podemos estar seguros...

Le pegaste muy fuerte — dijo Ryder dándole un codazo a su compañero —

Y más fuerte debería haberle dado...

¡Es un demonio horrible! — añadió Foxglove revoloteando por delante del cristal —

Entonces ¿tu especie conoce a ese tipo de criaturas? — preguntó Dywane con mucha curiosidad —

Me aburro — contestó el hada — ¿cuándo empieza la diversión?

¿Lo ves? ¡Me ignora! — dijo dirigiéndose a Ryder — su especie es así...

No se lo tengas en cuenta. Yo también tengo ganas de ignorarte a veces...

Diana Dywane contó mentalmente hasta diez antes de perder la paciencia. Luego prosiguió con su explicación.

La primera vez que apareció esa criatura fue en Ámsterdam. Suponemos que el poco inglés que sabe debió aprenderlo allí. En la ciudad se le consideraba un peligroso asesino en serie, pero cuando nuestros agentes investigaron quedó claro que era algo todavía más terrible. Violador de mujeres y de hombres, asesino, caníbal... y una criatura monstruosa y poderosa...

No me pareció ni tan fuerte ni tan peligroso cuando lo tuve delante — intervino el gorila —

Su fuerza física aumenta o disminuye según la ocasión, por lo que hemos podido observar. Las muestras de tejido y fluidos que hemos conseguido del espécimen nos hacen pensar en una biología parecida a la nuestra, pero completamente distinta, así que ¿quién sabe que capacidades tiene en realidad?

Es como un demonio salido del infierno — comentó John Henry —

Y su mundo bien lo parece, realmente. Cuando lo capturamos enviamos a varios agentes a reconocer la zona. Trazaron algunos mapas de la ciudad señalando las calles que nuestro mundo comparte con el suyo.

Pero eso ¡es del todo imposible! — sentenció el profesor —

Posible o no, sabemos de la existencia de calles en Ámsterdam donde, si uno se adentra, acaba visitando un mundo completamente distinto al nuestro, un mundo alienígena. Nuestros agentes describieron un cielo púrpura y un sol granate, un calor sofocante, como de desierto, vegetación extraña, de color negro o azul y animales que no existen en nuestra realidad. Enviamos siete agentes, pero tres de ellos nunca regresaron.

Y esa infección dimensional — preguntó el profesor — ¿se ha extendido? ¿Tenemos acotada el área que ocupan esos portales a otras realidades?

¡Es usted muy brillante, profesor! Ya pensamos en eso y si, tenemos delimitada la zona de intrusión de la otra realidad, nos parecía lo mismo que a usted, que sería peligroso si aumentaba su superficie e involucraba más áreas de la ciudad, pero le alegrará saber que de momento no, se han mantenido donde están.

Por suerte...

Mañana por la mañana partiremos hacia Ámsterdam en misión de reconocimiento. Hasta entonces, descansen y utilicen el tiempo como mejor les apetezca. Duerman bien esta noche, mañana puede ser un día duro.

¿Puedo llamar a mi madre por teléfono? — preguntó John Henry con ansiedad —

Por supuesto — contestó Diana acariciándole la mejilla — siempre que quieras.

Yo creo — dijo el profesor — que me quedaré leyendo en la habitación que tan amablemente me ha proporcionado nuestra anfitriona...

¡Vamos, vamos! — empezó Ryder cogiendo por los hombros a sus dos compañeros — ¿Llamar a tu madre? ¿Leer? Tenemos una noche entera para nosotros ¡vayámonos de pubs!

¡Si! ¡Diversión! — exclamó la diminuta hada haciendo cabriolas en el aire

Señor Ryder — intervino Dywane — le recuerdo a usted y a sus compañeros que mañana por la mañana tienen que partir para una misión. Una noche en vela y una resaca no me parecen las mejores formas de prepararse...

¿Quiere decir con eso que tu no vas a venir?

Me temo que tampoco vas a poder contar conmigo — replicó el profesor — no quiero dedicarme a causar el pánico entre los parroquianos...

¿Qué pánico? ¿Y ese disfraz tuyo del abrigo y el sombrero? Los pubs están casi a oscuras ¿quién se va a dar cuenta de que eres un gorila de dos metros que habla?

Creo que yo tampoco le acompañaré, señor Ryder — intervino John Henry — soy menor de edad para que me permitan entrar en uno de esos locales, además no he pedido permiso a mi madre para hacer ese tipo de cosas...

No puedo creer lo que estoy oyendo — Ryder mantenía los brazos en jarras hablándoles a todos en un tono elevado — ¡Cuantas excusas! ¿Quién va a pedirte a ti el carné de identidad? ¿Y tu madre? ¿Cómo se va a enterar si está a cientos de kilómetros de aquí?

¡Yo no tengo por costumbre mentir a mi madre, señor! — contestó John Henry furioso —... ni a nadie...

¿Quiere decir esto que no habrá diversión? — preguntó con voz queda Foxglove sentándose en el hombro de Ryder —

Parece ser que si, estos son unos aburridos...

Como respuesta el hada se desplazó tocando las cabezas de Henry y del profesor. Enseguida algo cambió en sus comportamientos.

Bueno... — empezó el Profesor — supongo que si me disfrazo concienzudamente...

Supongo que mi madre tampoco querría que me quedara aquí aburrido — continuó John Henry —

Diana Dywane apartó a Ryder de los demás y le habló en susurros, intentando que lo que decía quedara entre los dos.

¿Has visto lo que ha sucedido? Esa criatura los ha hechizado, les ha cambiado por completo la opinión sobre algo, sin remordimiento ni reflexión...

Si, ya lo he visto... tal vez tenias razón... pero me pregunto por que no te ha cambiado a ti...

¿Vamos a ir a divertirnos? — preguntó el hada aproximándose a Ryder — Ahora ya lo he arreglado...

Si, ya lo he visto — contestó éste — pero dime ¿por qué no has arreglado también a la señorita Dywane? Ella tampoco quiere venir...

Pues por que no quiero que ella venga, tonto. Ella no me gusta...

Ryder... — se apresuró a decir Dywane — ¿puedes acompañarme un segundo?

Dywane condujo a su compañero hasta una cámara insonorizada del tamaño de una cabina telefónica.

Esto sirve para hacer test de capacidad auditiva, está insonorizada, y aunque las puertas son de aluminio la estructura tiene hierro más que suficiente para que no se nos acerque...

Si vas a decirme que ya me lo dijiste ahórratelo — contestó Ryder —

Ya habrá tiempo para ello. Ya la has visto, es totalmente amoral e irresponsable, y muy poderosa. No podremos controlarla así como así. Hoy han sido tus compañeros, mañana podemos ser tu o yo...

Vale, ha controlado la mente a esos dos, pero si nosotros la controlamos a ella con ese cucharón mágico que tenía aquel tipo ¿en qué seremos mejores?

En que utilizaremos esas capacidades para ayudar a la humanidad, no para divertirnos...

De momento lo que ha hecho no es tan grave. La tendré vigilada, te lo prometo, pero no podemos culparla por seguir su naturaleza...

Después de unas horas, ya entrada la tarde, Ryder, Traknor y Henry caminaban por la ciudad en busca de un buen lugar donde echar un trago.

Es curioso — comentó el profesor — pero ahora mismo ya no encuentro que haya sido una buena idea esta salida...

A mí me sucede lo mismo, señor — intervino Henry — no hago más que pensar en lo que diría mi madre...

¡Vamos, vamos! No me iréis a dejar colgado ahora ¿verdad? — zanjó Ryder —

Enseguida entraron en un concurrido pub. El humo, la penumbra y la algarabía hacían muy difícil que nadie se fijase en ellos. Se sentaron juntos en una mesa vacía de un rincón.

Yo iré a buscar la primera ronda — dijo Ryder a sus compañeros — ¿qué vais a tomar?

Creo que una pinta de negra estará bien — dijo el profesor —

Señor Ryder — continuó John Henry visiblemente incómodo — soy menor de edad, no puedo beber alcohol... no tendría ni que haber entrado aquí...

John, amigo ¿qué crees que va a pasarte por que te bebas una cerveza?

No lo se, pero si las leyes lo prohíben, por algo será...

Si, por que un niño borracho es una cosa muy fea pero tú levantas tractores con una mano ¿Cómo te vas tú a emborrachar?

Bueno pues... no sé...

¿Rubia o negra? — sentenció Ryder para no darle más vueltas al asunto —

Rubia, supongo — dijo John Henry recordando la cabellera rubia de su madre —

¿Y yo? — dijo una voz saliendo del bolsillo de Ryder — ¿qué voy a beber yo?

No lo sé — dijo Ryder sacando al hada de su bolsillo y colocándola encima de la mesa — ¿qué bebéis las hadas?

Gotas de rocío...

Procurad que no la vea nadie, enseguida vuelvo.

¿No deberías llevar ropa? — preguntó John Henry a Foxglove —

Tenía un vestidito, pero se me perdió...

Yo creo, chico — intervino el gorila — que así está la mar de bien...

Enseguida Ryder se presentó con tres jarras de cerveza, dos negras y una rubia.

No es mala — dijo el profesor probando la suya — aunque prefiero un buen vino...

Pues yo me imaginaba que, siendo alemán...

Amigo Joe, ya habrás notado que no se puede decir que yo sea un alemán corriente...

Es amarga — dijo John Henry probando la suya — me imaginaba un sabor parecido al de la Coca Cola...

Estos americanos — se mofó Ryder —

Déjale en paz, sólo es un muchacho...

Foxglove, por su parte, se había encaramado a la jarra de Ryder para meter la cabeza dentro. Había tomado un buen sorbo y luego la había vuelto a sacar, con el pelo lleno de espuma.

¡Qué rica! Pero me he llenado enseguida...

Ten cuidado — le recomendó Ryder — se sube a la cabeza...

Y tras estas palabras le sopló suavemente para quitarle la espuma del pelo.

Hola ¿Podemos sentarnos?

A su mesa se habían acercado tres chicas. Ninguna debía tener más de veinticinco y eran atractivas a la manera inglesa. Una era rubia y rolliza y vestía vaqueros y camiseta ajustada. Otra era morena y alta, muy delgada, con un aire sofisticado. Por último la tercera tenía el cabello recogido en una cola y llevaba gafas, aunque destacaba por tener unos pechos especialmente prominentes que se asomaban a un generoso escote.

Con un movimiento más rápido que la vista el profesor Traknor recogió a la pequeña hada con su puño de encima de la mesa y la colocó en el bolsillo de su abrigo.

Claro, sentaros — dijo Ryder exhibiendo su encantadora sonrisa — estos son mis amigos John y Julius.

Encantadas — dijo la morena — yo soy Katleen y estás son mis amigas Moira y Ellen.

Ellen, la del enorme escote, se sentó al lado de un rígido John Henry.

Nunca había visto un chico tan alto y tan bien formado — le dijo Ellen — ¿eres deportista?

Yo... no, soy granjero...

Y las chicas se rieron sin que John supiera por que.

Pues a primera vista pensábamos que erais de algún equipo de Rugby — dijo Moira sentándose al lado del profesor — ¿has visto el tamaño de estos brazos?

El profesor Traknor no dejó que la muchacha le cogiera del brazo. En su lugar se levantó y se excusó, diciendo que se le había hecho muy tarde. Luego salió disparado hacia la puerta del pub, pero Ryder fue a su encuentro.

Pero bueno ¿qué mosca te ha picado? Son tres chicas estupendas, sólo se han sentado a hablar...

Y ciertamente, no tengo intención de estropear la conversación cuando alguna de ellas me quite la bufanda y vea mi rostro de simio debajo.

Eso no tiene por que pasar, pero si pasa ¿qué? ¿Por qué tienes que avergonzarte de cómo eres?

No me avergüenzo, amigo mío, pero si abandoné la civilización fue para evitar ese tipo de juicios fáciles, sobre todo con respecto al sexo opuesto...

Así que es eso ¿verdad? Conozco chicas que se lo han hecho con bestias mucho más espantosas que tu...

Si, y yo he visto esas películas donde pobres mujeres fornican con caballos y con perros. No me dio nunca la sensación de que ninguna de ellas estuviera teniendo una experiencia enriquecedora, más bien todo lo contrario, y no quiero ser yo quien haga que una chica tenga que pasar por eso.

Estoy un poco borrachina — dijo entonces Foxglove desde el bolsillo del abrigo del profesor —

¿No vas a volver adentro?

No, creo que volveré a la base y leeré tal y como tenía previsto.

De acuerdo, pues nos veremos mañana...

El hada cambió de bolsillo describiendo un vuelo errático.

¡Tienes unos brazos de hormigón! — decía Moira sujetando los bíceps de John —

¡Y mira que pecho tan duro! — dijo Ellen sobándole por encima de la camisa —

Hola — dijo Ryder tan pronto regresó a la mesa — pido disculpas en nombre de mi amigo, no se encontraba bien...

¿Tú también eres tan musculoso como tu amigo? — preguntó Ellen muy melosa —

Eso tendrás que averiguarlo tu solita...

Señor Ryder — dijo de pronto un muy incomodo John Henry — ya he acabado mi cerveza ¿sería tan amable de explicarme como puedo conseguir otra?

Claro, muchacho, acércate a la barra y pídela. Paga lo que te pidan y ya está...

Me gustaría que me acompañara, si no es molestia...

Ryder se levantó a auxiliar al chico. Con mal humor le preguntó que le sucedía.

Señor Ryder, no conozco mucho las costumbres de su país, pero juraría que esas mujeres quieren... es decir... hacerlo conmigo ¿lo entiende?

Claro que quieren hacerlo, nunca han visto un tío como tu, están todas locas por probarte ¿nunca te has acostado con una chica antes?

Yo no he dicho eso, señor...

Mira, chico, esta noche te lo puedes pasar de maravilla. Escoge la que quieras, la que más te guste, yo ya me quedaré con las otras dos. No hay nada como echar un polvo antes de viajar...

Pues... creo que me quedo con Ellen...

Buenas tetas, bien escogido, pues nada, volvamos a ver que tal nos va.

¿Quiénes son esas? — preguntó el hada asomándose de pronto por el bolsillo del abrigo —

Como toda respuesta Ryder la empujó para abajo escondiéndola otra vez.

Ryder y Henry regresaron a la mesa con bebidas para las chicas. Éste último se sentó al lado de Ellen y, para sorpresa de la chica, alargó el brazo para acariciarle el cabello.

Esto... ¿Te gusta mi pelo? — preguntó extrañada —

Si, me recuerda al de otra persona. También me gustan tus pechos...

Joe Ryder escupió la cerveza que estaba tomando en ese momento, de la impresión. Inmediatamente se puso de pie y arrastró a su amigo a un rincón para reprenderle.

¡No puedes soltarle algo así a una chica! ¿Y a que viene eso de tocarle el pelo?

Me gusta su pelo...

Pero ella no te ha dado permiso para que se lo acaricies...

¡Yo tampoco le he dado permiso a ella para que me toque los brazos o el pecho!

¡Es diferente! Lo que le has dicho a esa chica es una grosería...

No sé decir otra cosa que aquello que pienso...

Puedes decirle que te gusta su cabello, si quieres, o su sonrisa, o como va vestida, pero nunca jamás le digas que te gustan sus pechos o su culo o que te la quieres tirar...

¿No era eso lo que queríamos?

¿No eras tú el súper inteligente? ¿El que sacaba notas excelentes sin asistir a clase?

El resto de la velada transcurrió de otra forma. John, con miedo a equivocarse, dejó que su amigo hablara por él. Las chicas parecían encantadas con todo cuanto Ryder dijera. Las bromas más insustanciales se tornaban carcajadas. Entonces empezaron los besos. John no lo sabía, pero la bebida producía ese efecto en las personas (a él no le producía ninguno) y nadie había besado antes a John a excepción de su madre, pero cuando Ellen lo hizo tuvo una erección.

Las chicas propusieron, ya entrada la noche, ir a otro sitio. Moira y Katleen se marcharon con Ryder y John se quedó solo con Ellen.

Paseaban por la calle, que se encontraba solitaria y silenciosa, y Ellen se agarraba a su brazo.

Eres un chico muy callado — dijo Ellen — ¿qué edad tienes?

Casi diecisiete...

¿En serio? Nunca he conocido a nadie de tu edad que tuviera un cuerpo como el tuyo...

Yo no he conocido nunca a nadie de tu edad...

¡Qué gracioso eres! — rió la chica —

¿Gracioso? No pretendía hacerte reír...

¿Qué te gustaría hacer? — preguntó Ellen con cierta malicia en la mirada —

Me gustaría... hacerlo contigo...

La muchacha sonrió y condujo al muchacho un par de calles más adelante, hasta llegar a un portal en el cual había un rótulo que decía "Pensión Northbridge". Entraron y pidieron al encargado una habitación.

Era una pensión modesta y barata, la habitación era sencilla. Tan sólo una cama no muy grande, una mesilla de noche, un pequeño armario y una ventana cuya persiana estaba rota.

Sin ceremonia ninguna Ellen comenzó a desnudarse.Empezó por la blusa. Sus pechos eran realmente grandes y el sujetador apenas podía contenerlos.

Me gustan tus pechos — dijo John admirándoselos y recordando los de su madre —

¿Tú no vas a desnudarte?

John se empezó a quitar también la ropa. Primero el cinturón y luego la camisa. Cuando Ellen vio el torso desnudo de John, sus brazos musculosos, su pecho corpulento y su estomago recio dejó lo que estaba haciendo para mirar. Algo se humedeció entre sus piernas mientras admiraba el cuerpo del muchacho, pero cuando este se quitó el pantalón, no fue capaz de dar crédito a lo que se insinuaba en sus calzoncillos.

¡Dios mío! ¡La tienes enorme!

John se quitó también los calzoncillos. Su miembro estaba totalmente erecto y era grande y hermoso. Ellen no pudo continuar desnudándose, tenía que comprobar que aquello que tenía ante sus ojos era real. Así que se acercó gateando por encima de la cama para cogerlo con las manos. John le acarició el pelo, pero se detuvo un instante recordando lo que su amigo le había dicho.

¿Puedo acariciarte el pelo?

¿El que? ¿El pelo? Acaríciame lo que quieras... ¡Dios! ¡Me ha tocado la lotería!

Ellen no podía esperar más. Con una mano sujetaba el miembro erecto del chico mientras que con la otra le palpaba el musculoso vientre. Quiso entonces comprobar una teoría y miró el trasero del muchacho: efectivamente, tal y como se había imaginado era una preciosidad musculosa y de formas perfectas. Ellen lo sujetó con una mano, estrujando a placer, mientras hacía poco menos que lo mismo con su otra mano y con el miembro de John.

¡Qué bueno que estás! — exclamó Ellen presa de la excitación — No sabes las cosas que voy a hacer contigo...

Me gustan tus pechos — replicó entonces John quitándole el sujetador a Ellen —

John actuó como estaba acostumbrado. Le sujeto y acarició los pechos a la chica, que creía morir, luego se puso a besárselos para continuar luego con el cuello. En ningún momento ella dejó de agárrarle el miembro.

Oh, John, me vuelves loca... que manos tan fuertes tienes...

John puso en practica las cosas que le había enseñado a hacer su madre. Por ejemplo deslizó furtivamente una mano entre las m piernas de Ellen y dejó que el dedo medio se introdujera en su vagina. Para la chica fue como si la penetraran de pronto. A John se le quedó la mano totalmente mojada.

Pero de repente Ellen notó un cambio en su compañero de cama. Aunque se besaban y acariciaban, el pene que tenía en la mano estaba cada vez menos duro, hasta llegar un momento en el que estuvo completamente flácido.

Pero... ¿qué pasa? — quiso saber la chica — ¿es que no te gusto?

John se levantó y simplemente se dedicó a mirar por la ventana.

John, cariño ¿qué sucede? Vuelve a la cama...

Lo siento, pero no creo que a mi madre le pareciera bien nada de esto...

¡No puedo creerlo! ¿Tu madre? ¿Con eso me sales ahora?

Lo siento, no puedo hacer nada...

Sé que eres menor de edad — dijo Ellen bajando de la cama y yendo a regañar a su amante cara a cara — pero nunca he conocido a nadie tan mojigato como tu...

John no contestó nada. Se limitó a mirar por la ventana. Su cuerpo musculoso, su espalda, su trasero firme y digno de una escultura griega... sólo aumentaban el deseo y la indignación de Ellen.

Pero ¿cuándo vas a dejar de hacer lo que te diga tu madre? ¿No te parece que ya eres mayorcito para pensar todo el día en tu madre?

John cogió su ropa y comenzó a vestirse. Las palabras de Ellen se convirtieron de reproches en insultos, pero él no las oía ya, Se sentía culpable por haberle sido infiel a su madre, pero al mismo tiempo, pensar en ella le tranquilizaba y le hacia sentirse como en casa.

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