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Los Agentes del Ojo (15)

en Grandes Series

La noche del extraño mundo en el que John Henry y Diana Dywane se encontraban estaba cambiando. Una luz roja se apoderó de todo el ambiente creando una atmósfera del todo extraña.

¿Qué sucede? — preguntó John Henry —

Creo que está amaneciendo — dijo Dywane —

Efectivamente, en pocos segundos un sol de color rojo granate fue apareciendo por el horizonte. Al mismo tiempo, algo se hacía consistente junto a ellos. Al principio su presencia era fantasmal, pero poco a poco fue perdiendo la transparencia hasta convertirse en un objeto sólido. Se trataba de un carruaje tirado por una de aquellas bestias reptilianas. Era lujoso y de estilo recargado, de colores verdes, azules y rojos.

El cochero era otro ser de piel roja y cuernos en la frente que vestía una túnica púrpura. Bajó del pescante de un salto y se acercó a abrir la puerta del coche.

¿Qué es esto? — quiso saber John Henry — Ha aparecido de la nada…

Creo que tenemos problemas — anunció Diana Dywane —

Del carruaje salió una mujer extraordinariamente hermosa, la misma con la que Kalamó había hablado desde su cautiverio en la sede del Ojo en Londres, pero esto ni Dywane ni Henry lo sabían.

Serena y cordial se dirigió a los dos sin mostrar amenaza ninguna.

Bienvenidos a nuestro mundo — dijo abriendo los brazos en señal de amistad — soy la princesa Lilith de Gehena…

Dywane no esperaba un recibimiento tan amistoso de esta gente. Admitió para si que quizá hubiera exagerado su alarma a la hora de juzgarlos, quizá la criatura encerrada en el laboratorio no era más que un criminal fugado en este mundo, y en cuanto al incidente que acababan de protagonizar, el agresor había sido John Henry, pero aún así no quiso apresurar sus conclusiones. Era mejor esperar para saber que sucedía.

Nosotros somos Diana Dywane y John Henry, de la Tierra.

Así que vuestro mundo se llama "la tierra" — dijo la princesa con curiosidad

¿Cómo es que hablas inglés? — preguntó John Henry —

¿Inglés? Supongo que te refieres a vuestra lengua. No la hablo, es sólo un encantamiento menor, para que podamos comunicarnos, cualquiera puede acceder a él…

Mi ama — dijo la vieja decrepita — han quemado la casita de la Vieja Araña —

Confío en que esta repugnante y vil criatura no os haya molestado demasiado…

Pues en realidad si — dijo Dywane tocándose las heridas que la soga le había causado en el cuello — por poco me mata…

La Princesa Lilith extrajo una pequeña cajita exquisitamente adornada de su costado. Al hacerlo, la anciana se fue empequeñeciendo a ojos vista al tiempo que su forma cambiaba. En pocos minutos se transformó en una pequeña araña que la mujer colocó en el interior de la caja para luego volver a guardarla.

Me disculpo por ello. Pero por favor, os lo ruego, aquí no estáis seguros, venid conmigo, subid al carruaje…

¿No estamos seguros? — quiso saber Dywane — ¿Por qué? ¿no eres la princesa de este mundo? ¿Qué tienes que temer?

Tengo que temer a mi padre y a sus soldados. Pronto, subid al carruaje, si mi padre descubre que estáis aquí no volveréis a ver la salida del sol.

De mala gana Dywane subió al carruaje y animó a John Henry a hacer lo mismo.

El interior era lujoso y confortable así como mucho más espacioso de lo que parecía por fuera. El carruaje se puso en marcha, no parecía ir demasiado rápido.

De acuerdo — dijo Dywane que se había sentado justamente delante de su anfitriona — ¿A dónde nos lleva?

A un lugar seguro, naturalmente…

¿Y ese lugar seguro es…?

Disfruto de un palacete en un ducado vecino. Allí es donde vamos.

¿Y por que huimos de su padre?

La princesa observaba con ojos seductores a los dos pasajeros de su carruaje. Pero sobre todo a John Henry, ahora vestido solamente con una camiseta hecha jirones.

¿Todos los hombres en tu mundo son tan altos y musculosos?

No, claro que no… — contestó John Henry que no era para nada ajeno a la belleza de la mujer ni a la prominencia de sus pechos — hay variedad…

El joven es tan solo un adolescente — quiso explicar Dywane a la princesa — ignoro como miden ustedes el tiempo, pero él sólo tiene diecisiete años…

Mi padre es el Rey Moloch I, un tirano que esclaviza a su pueblo y comete genocidio tras genocidio para mantenerse en el poder.

Y tú estás en su contra.

¡Oh, si! Gehena necesita un gobernante con sabiduría, alguien que traiga prosperidad al reino…

¿Gehena es vuestro reino? ¿O es vuestro mundo?

Ambos son la misma cosa.

Intrigas por el poder, se dijo a si misma Diana Dywane. La sociedad que estaba contemplando, de momento, parecía del todo medieval. Hijos que traicionan a sus padres para conseguir el poder, familias enfrentadas unas con otras ¿pero donde encajaba la invasión a su mundo en todo esto?

¿Y por que Gehena está invadiendo nuestro mundo?

Es uno de los planes siniestros de mi padre — dijo la Princesa Lilith sonriente, pasandose la lengua por el labio superior — quiere invadir vuestro mundo ahora que ya ha expoliado el suyo…

Un escalofrío recorrió la espalda de Diana Dywane. Si la invasión era el motivo de la intrusión en su realidad tal y como se temía, las cosas estaban especialmente mal.

Yo no lo permitiré — dijo entonces John Henry —

¡Que valiente! — exclamó la princesa — sin duda eres un joven idealista y de principios…

Mientras conversaban algo cambió en la iluminación fuera del carruaje. La luz rojiza del amanecer se tornó de nuevo oscuridad.

¿Qué le ha pasado a la luz del amanecer? — dijo intranquila Diana Dywane —

Nada, simplemente en esta parte de Gehena aún no ha amanecido.

Antes de que Diana pudiera preguntar otra cosa el carruaje se detuvo y el cochero abrió la puerta. En el exterior había un paisaje completamente diferente al que habían dejado atrás y era poco probable que, en los apenas diez minutos que llevaban viajando, hubieran recorrido una distancia semejante como para que el relieve se alterase de esa forma.

Ante ellos se erguía una mansión siniestra y coronada de torretas acabadas en punta. Las ventanas eran estrechas, en forma de ojiva, y enredaderas negras y nervudas se distribuían por toda la fachada como una plaga vegetal.

La vista circundante era desoladora, no había una mala hierba ni un triste árbol. El terreno era volcánico y las montañas que se dibujaban en el horizonte yermos volcanes también.

Unos criados encorvados (que a Dywane se le antojaron de la misma ralea que la criatura que tenía prisionera en Londres), se acercaron al coche haciendo reverencias.

¡Poderosa señora! — decía uno de ellos — hemos recibido vuestra llamada, está todo preparado…

Excelente, mi fiel Thanotó… — contestó con un tono dulzón la Princesa Lilith —

Por favor, señora, no nos castiguéis si algo no se encuentra a vuestro gusto…— infirió otro de repente con desesperación en la voz —

¿Castigaros? Por favor, Rhadlov, yo nunca haría una cosa así…

Cierto, poderosa señora, muy cierto — dijo Thanotó inclinándose más todavía —

Por favor, poderosa señora — continuó Rhadlov — no nos castiguéis por insinuar que vais por ahí castigando criados sin motivo…

La princesa acarició la cabeza del criado con indulgencia y luego se dirigió a la puerta.

Mis… ayudantes — comenzó a decir — han preparado alojamiento para los dos…

Todavía no se muy bien por que tenemos que escondernos…

Ya se lo he dicho — contestó la princesa encogiéndose de hombros — mi padre el Rey Moloch quiere invadir vuestro mundo y…

¿Y por ese motivo tenemos que escondernos aquí? ¿no sería mucho más útil que volviéramos a nuestro mundo y preparáramos una defensa?

Todo a su tiempo, querida ¿no te interesa saber más acerca de todo esto?

En eso tienes razón.

John Henry y Diana Dywane aceptaron la invitación y entraron en la casa. Por dentro no era mucho menos siniestra y lúgubre. La luz de las antorchas hacía reinar la penumbra y la arquitectura producía una extraña sensación de vértigo.

Los criados condujeron a los dos invitados hasta un salón majestuoso con una mesa larga en medio. Sobre la mesa, además de varios candelabros, había todo tipo de manjares reconocibles: animales asados, frutas, algún tipo de pan de color tostado y varias jarras de algo similar al vino.

Dywane llevaba ya muchos años dedicándose a su trabajo y durante ese tiempo había aprendido muchas cosas. Su formación incluía todo tipo de temas curiosos y extraños, y el comportamiento singular de la magia era uno de ellos. Normalmente, aceptar la invitación de una criatura sobrenatural (tal y como habían hecho ellos dos) era un error que se pagaba caro, pero comer la comida que se ofrecía y beber la bebida era una sentencia de muerte o de algo peor.

No tenemos hambre, Princesa — dijo Al contemplar el banquete ante si —

Bueno, yo un poco — balbuceó Henry —

El joven parece que si tiene apetito — indicó la Princesa ofreciéndoles asiento — y vos por lo menos aceptarás un poco de vino…

Yo no beberé ni comeré nada, y el chico tampoco.

Pero… — dijo Henry confuso —

Creo que no debería hablar por los demás. El muchacho tiene hambre…

Pero no comerá nada ¿Por qué no nos explica lo que sea que tengamos que saber sobre los planes de su padre?

Tal vez… — comenzó la Princesa Lilith levantándose de su asiento — por que no me gusta la descortesía ni los malos modales.

Ante el claro ambiente hostil que se estaba fraguando Diana Dywane se puso alerta y empuñó uno de los cuchillos que había sobre la mesa. Esperando que John hiciera lo mismo le alentó con un pisotón en el pie.

A mi — comenzó Diana midiendo cuidadosamente sus palabras — lo que no me gusta nada es que me aten una soga al cuello e intenten ahogarme cuando menos me lo espero…

Y a mi… — continuó la princesa — no me gusta nada que me trate de una forma tan familiar una plebeya pálida…

La piel de la princesa había adquirido un tono oscuro y sus ojos habían perdido las órbitas. La tensión se podía cortar entre las dos mujeres y Dywane sabía que podía esperarse algo más que improperios y gritos en esta situación.

De repente Lilith se serenó. Volvió a sentarse tranquilamente y relajó sus facciones, de la ira pasó a una sonrisa.

— Es por la tensión que debo soportar — dijo encogiéndose de hombros — las maquinaciones de mi padre me hacen sentir tan indignada que una simple nimiedad me saca de quicio…

Claro — contestó Dywane — eso pensaba…

Me disculpo si he dicho algo inapropiado…

No es necesario, Princesa… pero ibas a contarnos algo ¿no es así?

¡Ya habrá tiempo para ello! — dijo levantándose de la mesa — ahora supongo que deseareis descansar…

Yo no me canso nunca — sentenció John Henry —

Ignorando sus palabras Lilith indicó a sus criados que acudiesen.

Llevad a los invitados a sus aposentos.

Thanotó y Rhandlov acudieron para acompañar a Dywane y Henry.

—Les hemos preparado dos lujosas cámaras — dijo Thanotó — una en frente de la otra…

John dormirá en la misma habitación que yo — sentenció Dywane —

¡Vaya!— exclamó Lilith — empezaba a preguntarme que relación os unía, si erais ama y criado o si erais familia. Ahora ya veo por que os acompaña un joven tan apuesto…

Dywane no quiso comentar nada al respecto y dejó que los condujeran hasta una habitación que, efectivamente, estaba provista de todo tipo de lujos, incluyendo un espejo de cuerpo entero y bonitas cortinas de algo parecido a la seda. Sólo había una cama para ambos y John entró compungido, sin saber que pensar.

Señorita Dywane — dijo una vez se hubo marchado el criado — no entiendo que idea le ha llevado a solicitar una única habitación para los dos…

¡Pues déjame aclararte que no tengo ningún interés en acostarme contigo!

Dywane se sentó en la cama y se quitó las botas. Descansó un poco los pies y movió el cuello de un lado a otro.

Necesito un baño…

Seguramente si se lo pedimos a los criados…

Desesperada, Dywane contó hasta diez mentalmente. Luego se encaró al muchacho intentando tener el mayor tacto posible.

John, debes intentar comprender la situación en la que nos encontramos. Esa mujer, por más que aparente lo contrario, no es amiga nuestra. Nos tiene aquí por algún siniestro motivo y todo cuanto nos rodea es una trampa mortal.

¿Por eso no me dejó comer? ¿La comida estaba envenenada?

Lo dudo, no creo que quiera matarnos, lo habría hecho ya. Pero si comemos algo de lo que nos ofrezca puede que cambiemos, que nos convirtamos en otra cosa y hasta incluso es posible que no volvamos jamás a nuestro mundo. Y sucede lo mismo con cualquier muestra de hospitalidad que nos procure, incluyendo el baño que necesito.

¿Y que vamos a hacer ahora?

Para empezar dejar esta conversación. Estoy completamente segura de que posee algún medio para espiarnos mientras estamos aquí, seguro que ahora mismo oye todo lo que decimos, así que es inútil planear nada, sólo servirá para darle ventaja.

¿Y que podemos hacer entonces?

Hay que conseguir algo que le sea del todo extraño, algo que le impida anticiparse…

Dywane pensó por unos instantes en silencio. Repasó mentalmente todo el equipo que aún le quedaba. Entonces se le ocurrió algo. Sacó de un bolsillo el teléfono móvil.

Tal y como cabía esperar no hay cobertura, estamos en otro planeta. Pero puedo escribirte un mensaje y dejártelo leer. No se si ese hechizo de traducción funcionará con la lengua escrita, pero dudo que pueda interpretar el lenguaje abreviado que se utiliza en los móviles.

Dicho y hecho, Dywane escribió un largo mensaje en su teléfono y luego se lo dejó leer a John. Cuando lo hizo, lo borró.

Bueno… — dijo entonces Dywane — creo que lo más sensato que podemos hacer es irnos a dormir, llevamos toda la noche en vela y necesitaremos todas las fuerzas que podamos reunir.

Dywane se quitó la ropa de espaldas al chico. Se quedó tan solo en ropa interior. El muchacho sintió algo de pudor al ver el cuerpo de su jefa semidesnudo, pero todavía le ponía más nervioso dormir en la misma cama con ella ¿Qué diría su madre si lo viera?

Señorita Dywane, si usted lo prefiere yo puedo dormir en el suelo…

¡Basta de tonterías! —dijo Dywane deshaciendo la cama — sólo vamos a compartir la cama, nada más. Es lo suficientemente grande para que quepamos los dos y por lo tanto innecesario que uno de los dos duerma en el suelo.

John Henry obedeció. Se quitó los pantalones y se metió en la cama. Su jefa apagó las velas que mal iluminaban la habitación e hizo lo mismo.

John no se cansaba y a menudo se preguntaba si realmente necesitaba dormir. Según su madre cuando era pequeño podía pasarse las noches despierto sin que el cansancio le derrotara. Muchas noches las había pasado en vela sin sufrir extenuación o agotamiento.

En cualquier caso, esa noche no era diferente. Se encontraba en otro mundo, mucho más lejos de casa que cuando estaba en Londres. Aquí no podía llamar a su madre y además tenía a una hermosa mujer a su lado. No entendía los convencionalismos que se establecían entre hombres y mujeres, Joe Ryder había tratado de explicárselo pero había sido incapaz de entenderlo. No sabía muy bien si las palabras de Diana Dywane pretendían impedir que sucediese nada o, por el contrario, propiciarlo. ¡Maldita la manía de decir una cosa para expresar justamente lo contrario! En casa, con su madre, todo era mucho más sencillo. Había acabado por aprender a interpretar la más leve insinuación de ésta. Sabía lo que quería decirle aún antes de que se lo dijera, y ella nunca le mentía ni utilizaba palabras que significaran otra cosa. Nunca se equivocaba con ella, la comprendía y ella le comprendía a él.

Con sigilo John salió de la cama. Intentando hacer el menor ruido posible se puso los pantalones y las botas y caminó hasta la puerta.

La enorme mansión estaba desierta. Los pasillos sonaban a vacío.

John quería tomar el aire. Sabía que no podía encontrar ningún jardín donde serenarse, pero el paisaje volcánico de fuera ya le serviría.

Caminó hasta la puerta de entrada pero estaba cerrada. Ni su fuerza sobrehumana fue capaz de romper la cerradura.

John recordó la casa de la Vieja Araña y como una simple señal en el suelo era capaz de impedirle el paso. Buscó algo parecido en aquella puerta pero no había suficiente luz.

De repente pudo ver bastante más claro lo que estaba mirando. Había una luz a su espalda. Inmediatamente se giró y vio a su anfitriona, la princesa Lilith, provista de un candelabro.

¿Nos dejas?

Yo… sólo quería tomar un poco el aire…

No es buena idea salir a estas horas. Hay bestias feroces que salen a cazar por estos parajes…

No me da miedo ninguna bestia.

¡Que valiente eres! — dijo Lilith aproximándose al muchacho un poco más —

No he conocido ninguna que pudiera hacerme daño… ¿Cómo has podido acercarte sin que te oyera?

Lilith le acarició su robusto brazo con la mano que no sujetaba el candelabro. Una corriente eléctrica recorrió el cuerpo de John.

Si, se que eres muy fuerte, la Vieja Araña me lo dijo… que puedes diezmar ejércitos tu solo…serias muy útil para derrocar a mi padre…

Su padre… ese hombre malvado…

¡Si! Muy malvado…

No me gusta que haya gente que abuse de otros.

Pero aún así — continuó Lilith acercándose todavía más al muchacho — por fuerte que seas todos tenemos nuestras debilidades, y noto que tu tienes una…

Lilith sujetó la cara de John con una mano mientras utilizaba la otra para alumbrar lo que estaba haciendo. Observó sus ojos muy de cerca, con su rostro a escasos centímetros de los de él.

¡Si! Esa es tu debilidad ¿con tu propia madre? ¡Que agradable sorpresa!

John intentó zafarse, las palabras que balbuceaba la princesa le incomodaban, pero pronto ésta le besó en los labios. Fue un beso totalmente lascivo y John tuvo una erección al instante. Cerró los ojos y lo saboreó, y cuando los abrió, ya no tenía a Lilith delante suyo ni tampoco el lúgubre castillo: en su lugar se encontraba en la granja de Kansas y junto a él estaba su madre otra vez.

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