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Recuerdos de Ana

en No Consentido

Le costó abrir los ojos. La cabeza le dolía como si la hubiesen utilizado del alfiletero. Tenía hambre. Eso era. No había comido desde… ¿Cuánto hacía que estaba allí, sin comer? ¿Y donde era allí?

Estaba oscuro. Intentó acostumbrar los ojos a la penumbra. El dolor de cabeza no le dejaba pensar. No se podía mover ¿Por qué no se podía mover? Algo le sujetaba los brazos y las piernas ¿correas? Eso debía ser. Estaba tumbado, sobre algo blando, confortable… ¿Qué hacía ahí? ¿Por qué le costaba tanto acordarse? Le escocían los ojos ¿por qué? Tenía que acordarse…

Ana.

Se acordó de Ana.

Había roto con Ana y no lo podía soportar, aunque no quería que nadie lo supiera. Sobre todo ella. Ella era la que no necesitaba saberlo.

Dos años y medio … le dolía la cabeza, pero recordar aquel fin de semana en aquella casa rural le dolía todavía mas…recordar su vientre desnudo, el tacto de la piel de sus hombros, el sabor y la textura de sus pezones, el sonido de sus labios al rozarse con los suyos…

Le dolía mucho la cabeza, le escocían los ojos ¿Qué estaba haciendo allí? Intentó liberarse, pero no fue capaz. Lo que fuese que le sujetaba estaba hecho a conciencia.

Ahora recordaba a Mario. Había quedado con Mario porque no podía soportar pensar en Ana. ¡Maldita Ana! ¿Y que se suponía que iba a hacer sin ella? ¿Cómo se las iba a arreglar?

Recordaba haberse masturbado mirando las fotos de las vacaciones en Menorca. Las fotos en las que salía en bikini, las que estaba medio desnuda, en la cama… se masturbaba y lloraba…

Ahora se acordaba. Quedó con Mario para salir por la noche. Si podía beber un poco, bailar un poco y conocer a alguna chica... Antes lo hacían. Antes de conocer a Ana. Salía por la noche a bares de copas y siempre acababan bajándole las bragas a alguna guarra. Nunca fallaba.

Mario y él comenzaron donde siempre, como siempre, con la actitud de siempre.

Primero bebieron un poco, luego bailaron un poco…él se moría por dentro. La bebida no le hacía sentirse mejor. Todo el tiempo pensaba en Ana.

—    Este de ahora — decía Mario — este de ahora si eres tú…

Y él lo miraba sonriendo, pensando en todo lo contrario, en que no era él en absoluto, en que todo aquello era una gran mentira. Y se obligaba a mentir con vodka y con ginebra.

—    Bueno — recordó haberle dicho — ya se ha acabado jugar a las casitas ¡Ahora vamos a divertirnos!

Se les acercaron dos chicas increíbles. Una de ellas era muy delgada, la otra no tanto. La delgada era rubia y tenía los dientes muy grandes. Le encantaba una buena dentadura en una chica. Tenía pechos pequeños y se le marcaban los pezones por debajo de la ropa. La otra llevaba el pelo teñido de lila. Esta si que tenía las tetas grandes. La verdad es que era la que estaba más buena de las dos y tenía cara de viciosa. Mario y él lo comentaron a media noche. “tiene cara de guarra” decía él “me la pido para mi, tu te quedas con la rubia”.

Bailaron buena parte de la noche, cada uno con la que había escogido. La del pelo lila se frotaba contra él como una serpiente. Podía oler su perfume, sentir el calor de su cuerpo. Hacía mucho ya que no estaba con una mujer. Con una mujer que no fuese Ana.

—    ¿Cómo habías dicho que te llamabas? — le dijo ya entrada la noche —

—    Laura.

La del pelo lila se llamaba Laura. Su amiga Macarena. Se acababa de acordar.

¿Y que más había pasado esa noche? No conseguía acordarse. Estaba atado, a oscuras, le escocían los ojos… ¿se habían ido Mario y él con esas dos chicas?

Haciendo un esfuerzo se acordó. Laura y él habían salido afuera. Le había acorralado hasta una pared para besarle en la boca y ella misma le había sujetado las manos y las había conducido a sus pechos y entre sus piernas. Como siempre pasaba, siempre había una guarrita con ganas de follar.

Ahora se acordaba. No había podido soportarlo. La había empujado de mala manera, le había dicho que no le tocara y se había vuelto corriendo a adentro.

Tenía que hacer esfuerzos por no llorar. No podía soportarlo más. Veía a Ana en los ojos de Laura, en sus pechos… la olía, la sentía…le dijo a Mario que se marchaba, que no se encontraba bien. Mario quiso acompañarlo, pero Macarena se lo impidió.

Por fin lo recordaba todo. Recordaba haberse marchado de allí. Decidió regresar a su casa andando. Era una larga caminata, pero así tendría tiempo de despejarse la mente. Lloraba como un niño y no quería hacerlo. Necesitaba recomponerse, volver a ser él mismo, como había dicho Mario.

Y no había recorrido ni tres manzanas cuando un coche se acercó a donde él estaba.

—    ¡Eh, tú! — le dijeron — ¿Dónde piensas que vas?

Se giró para ver quien le interceptaba. Al volante estaba Macarena y en el asiento del copiloto Laura. Era la que acababa de gritar, la que se asomaba por la ventanilla con aspecto de estar muy enfadada.

—    ¿Y a ti que te importa? — no tenía ganas de juegos — ¿Por qué no te metes en tus asuntos?

—    ¿Qué pasa? — replicó Laura  — ¿No somos lo bastante buenas para ti?

—    Anda… — dijo Macarena — sube al coche, te llevaremos a donde quieras…

—    No necesito que me lleven… marcharos ya…

Las chicas se miraron la una a la otra y sonrieron. No era una mueca de alegría, sino más bien de todo lo contrario.

—    Venga, no seas así… — replicó Laura — si me das un besito nos marcharemos contentas…

—    No te voy a dar nada…

Y continuó caminando, pasó de largo y dejó el coche atrás. Ni se dio cuenta de que las dos se habían bajado.

Laura se colocó delante. Sonreía. Él no. Trató de esquivarla y seguir caminando, y entonces comenzaron a quemarle los ojos. Seguramente era un spray de pimienta. Luego sintió un golpe en la cabeza y un fuerte dolor. Y debieron golpearle una segunda vez.

Comenzó a gritar. No sabía donde estaba pero sabía que se encontraba en un aprieto. Estaba atado ¿Qué le habían hecho aquellas dos locas? Aquello era del todo intolerable. No deseaba encontrarse en aquella posición ni un segundo más.

Y de repente, se encendieron las luces.

—    Deja ya de gritar, imbécil… — dijo una voz femenina —

Pudo ver por fin la habitación en la que se encontraba. Estaba completamente desprovista de muebles. La pintura de la pared era de hacía mucho tiempo. La luz provenía de una bombilla que colgaba del techo, pues aunque un gran ventanal se encontraba en una pared cercana, estaba cerrado a cal y canto.

—    Si vuelves a gritar — dijo Laura mostrándose ante él — te amordazo ¿lo has entendido?

—    ¿Qué es esto? Desátame ahora mismo…

—    ¡Que te calles!

Alguien por detrás le colocó un paño en la boca y apretó fuerte hasta amordazarle la boca. Luego se dejó ver. Era Macarena. Él podía mover el cuello, así que pudo contemplar como las dos mujeres se abrazaban, sobaban y besaban lascivamente.

—    Me lo voy a follar — susurraba Laura muy excitada — me lo voy a follar…

Se dio cuenta de que estaba atado a una cama de hierro y, por más que forcejeaba, no era capaz de liberarse. Echando un vistazo pudo darse cuenta de que eran correas las que le ataban. Seguramente parte de un equipo de escalada.

Laura se quitó la camiseta y se quedó con las tetas al aire. Macarena le acarició una, se apoderó de ella y se la chupó casi un minuto entero. Después, Laura se acercó a él, con una pose agresiva. Le quitó la mordaza antes de comenzar a hablar.

—    A mi, nadie me rechaza ¿entiendes? Y tú no vas a ser el primero…

—    Por favor… — comenzó a decir desesperado — si me sueltas no le diré nada a nadie…

Macarena se acercó a la cabecera para darle una pastilla azul. Le hizo tragársela y luego le hizo beber un poco de agua.

—    Nadie me rechaza… cuando yo elijo a un tío me lo follo, por las buenas o por las malas…

Entonces se asustó de verdad. Laura alcanzó un cuchillo. Un machete, en realidad. Lo mostró y se acercó a su indefenso cuerpo, que comenzó a temblar. Primero le desabrochó el botón del pantalón. Luego acercó el filo del cuchillo a la pernera izquierda. Comenzó entonces a cortar la tela, sólo la tela. Pronto, el pantalón fue  un montón de jirones de los que Laura pudo desembarazarse a pesar de las ataduras. Después hizo lo mismo con la camiseta hasta dejarlo solamente en calzoncillos. Estos fueron los más sencillos de cortar.

—    No tiene una polla fea… — dijo Laura dejando a un lado el cuchillo y apoderándose de un pene que comenzaba a dejar de estar flácido —

—    La verdad es que no — dijo Macarena acercándose al falo — y la pastilla le está haciendo efecto…

—    Por favor… no…

Veía a Ana en el rostro de cualquiera de ellas. Recordaba las felaciones que ella le practicaba, lo mucho que le gustaban.

Laura se la metió toda en la boca para mamar con ganas para sacársela enseguida y ofrecérsela a Macarena, que haría lo mismo. Las dos daban cuenta de pene y testículos, voraces, y poco a poco, pese a la extraña situación, se le puso muy dura.

Al poco, perdieron el interés. Macarena se concentró en los pechos de su amiga, que le resultaban más apetitosos que el miembro viril que se erguía entre las dos.

Para entonces ya la tenía totalmente dura. Incluso notaba que demasiado dura. Además, no se sentía especialmente excitado por la situación… al contrario, hubiese deseado desatarse y salir corriendo de allí.

Macarena y Laura se besaban en la boca y se acariciaban utilizándolo a él como cama.

—    Por favor… — comenzó a decir, lastimero — no hagáis esto…

Macarena y Laura lo miraron un momento. Luego continuaron como si nada hubiese ocurrido. Macarena se apoderó de aquel pene que ya estaba en su absoluto esplendor, para chuparlo con insistencia, mientras Laura terminaba de desnudarse.

La rubia se hizo a un lado y Laura se sentó en su regazo. El miembro penetró entero en las entrañas de la chica, que entornando los ojos susurró algo parecido a “así”. Macarena le decía en voz alta “venga, fóllatelo”.

Hacía mucho tiempo que no estaba dentro de una mujer. Mucho menos una mujer que no fuese Ana. Su pene dolorido estaba completamente abrazado por el sexo de aquella chica. Estaba muy mojada. Entraba y salía con mucha facilidad.

Durante un rato estuvo contemplando los pechos y el rostro de Laura mientras se movía encima de él. Comenzaba a cogerle el gusto a estar así. Hubiese deseado poder mover las manos para sujetarle las tetas. De repente Macarena, que debía haberse quitado la ropa mientras tanto, se subió a la cama y le puso el culo en la cara. No podía usar las manos para separar los labios vaginales de la chica, así que trató de hacerlo con la lengua. Macarena, por su parte, tan solo se frotaba, restregando su mojado coño por su cara, muy excitada.

El no podía verlo, pero las dos chicas se besaban y tocaban mientras se aliviaban la entrepierna.

Pronto, intercambiaron las posiciones. Él eyaculó tan pronto como Laura dejó de cabalgarle. De su glande surgieron tres abundantes chorros que acabaron estrellándose en su vientre.

El coño de Laura estaba aun más mojado que el de su amiga cuando ésta se lo puso en el rostro. Literalmente se sentó en su cara, acomodando su culo como si se tratase de un cojín. Macarena se encaramó a su polla que, por el efecto de la viagra, continuaba erecta a pesar de haber eyaculado.

La rubia no tardó en anunciar que se corría. Lo hizo a gritos, despreocupada de que alguien la oyese. Él se asfixiaba con las nalgas de Laura en su cara, pero en cuanto Macarena dejó de gritar y se bajó de la cama Laura hizo lo mismo.

Ignorándolo a él, se motaron su propia fiesta a otro lado de la habitación. A duras penas, ladeando la cabeza, pudo contemplar como Macarena lamía entre las piernas de Laura hasta conseguir que esta tuviese un orgasmo.

Continuaba con la polla tiesa. La pastilla todavía hacía efecto. Laura volvió a la carga, metiéndosela en la boca. Él pensó en que aquella polla había eyaculado ya, que había probado los dos coños… debía estar bastante sucia.

Laura no paró de chupar hasta conseguir que se corriera. Lo hizo fuera de su boca, apenas se tragó unas gotas. Después, al comprobar que todavía mantenía la verticalidad, volvió a cabalgarlo y más tarde Macarena lo hizo también.

¿Cuánto tiempo estuvo allí? ¿Tres horas? ¿Cuatro? Eso sin contar el tiempo que pasó inconsciente. Le picaba la cara todavía.  Aquellas dos mujeres estuvieron utilizándolo sexualmente todo el tiempo. Parecían insaciables y, cuando no lo usaban a él, se concentraban la una en la otra.

Se esforzó en vano en recuperar su pena, en recordar a Ana. A fin de cuentas, lo único que le quedaba era su miseria. Aquellas dos mujeres se lo habían llevado todo. Ya no podía recordarla. Cuando trataba de pensar en su suave piel, en el tacto de sus nalgas o el roce de sus labios, le venían a la cabeza los abusos de Laura y Macarena. Los pechos de una mientras daba saltos en su vientre o como se habían dedicado a mamársela. De Ana ya sólo le quedaba una inmensa tristeza, pero no podía recordar de donde venía. Tenía un vacío que no sabía como llenar.

—    Si eres listo — dijo Laura — te irás a casa y te olvidarás de todo.

Las dos chicas se habían ido a duchar. Tras un buen rato regresaron con otra ropa, trayéndole una especie de chándal para sustituir las prendas que habían hecho jirones con las tijeras. Mientras hablaban, le iban aflojando las correas.

—    Nadie te va a creer, si lo cuentas — continuó Laura — estás cosas sólo pasan en los relatos eróticos de escritorzuelos que publican en Internet… es demasiado inverosímil para que nadie te crea…

—    Además — intervino Macarena, que era la que llevaba el chándal — como se te ocurra contar algo, te cortamos los huevos…

Dolorido y tremendamente triste, fue vistiéndose con la ropa que le ofrecían. Cuando despertó, hubiera estrangulado a sus dos raptoras. Ahora no tenía fuerzas.

—    ¿Puedo irme ya?

—    Claro… pero ¿no me vas a dar un beso?

Sin esperar respuesta Laura acercó los labios y le besó utilizando la lengua. Algo despertó en él. Recordó un beso lejano. Recordó como besaba a Ana.

Abandonó por la puerta principal un edificio de apartamentos de la zona vieja de la ciudad. Era de día. Le habían devuelto sus cosas, incluyendo el teléfono móvil, así que pudo saber que eran las diez de la mañana. Hacía calor y le apetecía caminar. Continuaba entumecido por haber estado tanto tiempo atado a aquella cama.

Pasó por delante de la terraza de una cafetería y decidió sentarse a desayunar. Pidió una pasta y un café a la camarera. Una muchacha muy guapa. Pensar en chicas siempre le llevaba a pensar en Ana. Se sintió confortado al hacerlo. Su gran amor, como la echaba de menos… Hacía una mañana esplendida. Sonrió. Fue un alivio comprobar que todavía sabía como hacerlo.

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