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Olga (1: Las bragas)

en Lésbicos

Olga, capitulo 1.

Las bragas.

Hacía sólo mes y medio que Olga trabajaba en la oficina, pero ya se encontraba en la mente de todos.

Aquella chica tenía algo especial... si, era simpática y era guapa, pero lo que verdaderamente llamaba poderosamente la atención de todo el mundo se encontraba por debajo de su cintura: su anatomía, sencilla y esbelta de cintura para arriba, se prolongaba por debajo en dos enormes muslos de pavo de Navidad uniéndose en el emperador de todos los culos: enorme, firme y prominente, capaz de sostener encima suyo una bandeja de desayuno continental o una maceta con un geranio.

Nadie se atrevía a declarar abiertamente su admiración por su anatomía descomunal, está de moda, más bien, admirar a chicas delgadas y esbeltas, pero en secreto era la fantasía más recurrente de todos los trabajadores de la oficina: Todos se giraban para mirarle el culo cuando pasaba por el lado, todos se acercaban alguna vez durante la jornada por su mesa con alguna excusa, todos se esforzaban por darle conversación y ninguno le miraba a la cara, ya fueran hombres o mujeres. Nuria, la directora, solía cerrar la puerta de su despacho con llave y masturbarse al tiempo que se imaginaba a Olga sentándose en su cara, asfixiándola con los carrillos de su culo y restregándole el coño por el rostro; López, de contabilidad, solía sacarse la poya para tocársela y admirársela, e imaginarse como desaparecía en el interior del recto de Olga; incluso Ana, su compañera de escritorio, no podía evitar fijarse en como se le marcaban las bragas cuando llevaba pantalones ajustados o que espectáculo suponía que Olga se pusiera de puntillas para alcanzar un archivador que se encontraba en lo más alto de un armario.

Por su parte, la chica se mantenía del todo ignorante de significar tanto para los coños y las poyas de toda la oficina y, en realidad, se avergonzaba de ser un prodigio de la naturaleza. De si misma le gustaban sus ojos verdes o su cabello negro, pero sus embarazosas nalgas hubiera preferido extirpárselas a tenerlas detrás. De haber sabido el efecto hipnótico que su culo provocaba en la gente muchos interrogantes de su vida podrían haberse resuelto sin problemas: sabría por que su padre tenía la manía de pellizcarle el culo en broma y quizá haber adivinado como después el viejo iba a pelársela en el lavabo sintiéndose un miserable por desear a su propia hija; sabría por que se hacía un silencio sepulcral en el instituto cuando salía a escribir algo en la pizarra o por que aquella dependienta se desmayó de la impresión cuando entró en el probador a llevarle unos pantalones y se la encontró en braguitas y agachada, intentando quitarse los pantalones.

¿Cuánto tiempo podía pasar hasta que, esa olla a presión que era su oficina, explotara? ¿Cuánto tiempo su culo podría pasearse poniendo a mil a todo el mundo sin que alguien se descontrolase?

Todos los días a las diez en punto Olga y Ana salían a desayunar a la misma cafetería que estaba enfrente de la oficina, y todos los días Olga se tomaba una pausa durante el desayuno y se iba al lavabo. Echaba el pestillo, se quitaba los pantalones, se bajaba las bragas y se sentaba en la taza, con sus descomunales muslos bien separados. Se masturbaba a placer y luego se volvía a vestir, se lavaba las manos y regresaba con su compañera. Eso la relajaba mucho y le ayudaba a afrontar las vicisitudes de la jornada.

Aquella mañana, como todas las mañanas, las dos chicas salieron a desayunar y, como todas las mañanas, Olga se excusó para ir al servicio. De nuevo se quitó los pantalones y dejó sus braguitas en sus tobillos. Separó sus piernas y una mano se puso a acariciar su clítoris distraídamente mientras la otra dejaba que los dedos profundizaran. Su mente comenzó a visualizar las enormes y jugosas poyas que acostumbraban a poblar sus fantasías masturbatorias, pero esta vez le resultó un poco difícil. Su cabeza trataba de imaginarse torsos masculinos y manos fuertes, pero en su lugar le venían a la cabeza senos femeninos, uñas pintadas, piernas largas y de piel tersa y vaginas palpitantes.

No es que nunca hubiera tenido antes fantasías homosexuales pero ¿por qué ahora?

Olga no lo sabía, pero su subconsciente si. Él había captado como Ana le miraba entre las piernas mientras le hablaba, fijándose en como se le marcaba el chocho en los pantalones de lycra; en como la miraba el culo mientras ponía los archivadores en la estantería; En como se había chocado con ella algunas veces rozándole levemente el culo con la mano. De haberlo sabido no le habría extrañado tanto que, al intentar imaginarse a George Clooney separándole los muslos y metiendo su boca entre ellos, le llegara la imagen nada menos que de Ana haciendo precisamente eso.

Olga tuvo que reprimir un grito al correrse y sacó los dedos empapados de su propio interior. Se limpió, se puso de nuevo la ropa, se lavó las manos y salió a reencontrarse con Ana.

El resto de la jornada se sintió un poco incomoda con ella. Empezó a darse cuenta de cómo la miraba, sus ojos siempre por debajo de su cintura. Incluso improvisó algunas posturas para comprobar si era cierto o sólo imaginaciones suyas: separar los muslos al sentarse, tirarse del pantalón hacia arriba al incorporarse... y la vista de Ana estaba siempre allí, con una expresión de absoluta lascivia en el rostro. También propició los roces y los choques, lo que la condujo a llevarse un pellizco en el culo y un sobe en la nalga izquierda.

Su compañera de trabajo la turbaba enormemente. Por una parte no quería creer lo que estaba viendo y, por otra (una muy pequeña pero que ganaba fuerza inexorablemente), deseaba que fuera cierto. Olga notó entonces que estaba mojando las bragas.

Pronto Olga fue siendo presa de un sopor que se originaba en lo más hondo de su coño y que le inundaba todo el cuerpo, erizando sus pezones y haciéndole respirar entrecortadamente. Levantó entonces su gigantesco culo de la silla, se excusó torpemente, y se fue lo más deprisa que puedo hacia el lavabo. Entró en uno de los vateres y casi se arrancó los pantalones y sus empapadas bragas. Se sentó en la taza y separó cuanto pudo sus muslos de cerda en medio de los cuales había un caliente y mojado coño cuyo aroma perfumaba toda la habitación. Olga cerró los ojos y pellizcó suavemente su clítoris con el pulgar. En su imaginación, su chocho se frotaba furiosamente con el de Ana. Su coño se mojó aún más, empapándole la mano, hacía tiempo que no se hacía una paja tan buena, pensó.

Olga continuó un buen rato acariciando su abultado clítoris, introduciéndose los dedos y jadeando, pero de pronto necesitó abrir los ojos pues hubiera jurado que no sólo escuchaba sus propios gemidos. Y así era. Ana estaba de pie, junto a ella, con la cremallera del pantalón abierta y la mano dentro, bajo sus bragas. Con las prisas había olvidado echar el pestillo. Olga se quedó estupefacta por un instante, sin decir una palabra, y sin dejar de mirarla reaccionó juntando las piernas. Ana extrajo la mano de entre sus bragas y se agachó para separarle las piernas a su compañera de trabajo hasta que de nuevo estuviera aquel coño bien abierto ante si. Olga volvió a cerrar los ojos y unos dedos que no eran suyos se fueron abriendo paso en su caliente abertura. Notó como le introducían al menos dos dedos mientras dejaban el pulgar en su clítoris jugueteando y, con la otra mano, exploraban por debajo de su camiseta buscando una de sus tetas y agarrando un ya bastante duro pezón.

Los dedos entraban y salían del húmedo coño, Ana dejó que se deslizaran más de dos, y lo cierto es que no tuvo problemas para ello pues Olga tenía una vagina en proporción a su culo, un enorme coño caliente y chorreante en el que la mano entera de Ana desapareció sin ninguna dificultad, entrando y saliendo, follándola, llenándola...

Olga colaboraba. Sujetaba la muñeca de Ana para que esta no dejara de introducir la mano entre sus piernas y la guiaba para que fuera cada vez más deprisa. Ana, por su parte, se las había arreglado para levantar la camiseta de Olga y bajarle la copa del sujetador. El pezón erecto estaba ahora siendo acariciado por su lengua.

A duras penas podía reprimir Olga gemidos y gritos. Cada vez que su coño se llenaba y se vaciaba se volvía loca, y tenía que morderse el labio para no gritar.

Ana sacó definitivamente la mano del interior de su compañera, toda viscosa y mojada, y se agachó hasta poner su cara entre los dos rollizos muslos. Era un espectáculo a disfrutar con los cinco sentidos. Podía saborear el penetrante aroma a coño caliente que tenía sólo a escasos centímetros de su nariz; ya había usado el tacto para disfrutarlo y la visión de aquella enorme vulva, rosada y palpitante, era asombrosa; el silencio que se auto inflingía Olga permitía a Ana escuchar como el rítmico vaivén de su mano producía un "chof chof chof" delicioso; Sólo le quedaba un sentido con el que apreciar su chocho, así que lo abrió bien con las manos y metió la lengua, intentando recoger cuanto más zumo mejor. Como un niño que se comiera un pastel de chocolate Ana se pringó toda la cara, sólo que no de chocolate, sino de zumo de coño, salado, caliente y pegajoso.

El clítoris de Olga estaba también en proporción de su culazo y de su coño sin fondo: era abultado y protuberante como un pequeño pene. Ana se lo podía meter en la boca y notar entre sus labios como se hinchaba, boxear con su lengua utilizándolo de saco de entrenamiento y morderlo con delicadeza, notando como latía entre sus dientes de forma acelerada.

Inesperadamente, Olga se corrió en la boca de su compañera, eyaculando mucho más abundantemente de lo que hubiera conseguido un varón. La corrida inundó la boca de Ana y se fue en su mayor parte garganta abajo. Ana tragó y enseguida fue a por más, no quería desperdiciar una gota.

Olga gritó. No pudo contenerse ante las cosas tan deliciosas que la lengua de Ana le hacía entre las piernas y se puso a chillar. Algo más consciente que ella, Ana alargó una mano (perdida de caldos de coño) para taparle la boca.

Una vez más tranquila, llena de sudor, con el coño dolorido pero satisfecha... Olga abrió los ojos. Ana se había puesto de pie y la contemplaba desde arriba con deseo. En un arrebato Olga se subió los pantalones y se incorporó.

¿Adónde vas? — preguntó Ana — aún no hemos acabado...

Esto no está bien — balbuceó Olga —

Olga intentó salir de la pequeña habitación pero Ana la sujetó: una mano en un pecho y otra en el culo, amasando con ganas. Olga forcejeó en silencio... Pero Ana la sujetaba más fuerte.

Déjame...

Olga empujó a Ana contra la pared todo lo fuerte que pudo. Después abrió la puerta y salió corriendo del lavabo sin mirar atrás.

Respiraba entrecortadamente y la cabeza le daba vueltas cuando avisó en recepción de que se marchaba a casa por que no se encontraba bien. Eva, la secretaria de recepción, le aseguró que se encargaría de decírselo a la directora mientras la repasaba de arriba abajo con la mirada. Olga tenía a la vista los pezones erizados, marcándose a través de la camiseta, la cara enrojecida y la boca entreabierta. Eva se mordió el labio inferior cuando Olga se dio la vuelta, a la vez que se ponía de puntillas para alzarse por encima del mostrador y mirarle el culo. Asegurándose de que nadie la veía, se tocó el coño por encima del pantalón mientras la veía marcharse.

Enormemente turbada, incapaz de pensar en nada de lo que acababa de suceder, Olga salió a la calle y llamó a un taxi. No estaba en condiciones de utilizar el servicio público. El taxista se quedó con la boca abierta cuando la vio e incluso salió del coche para abrirle la puerta y así mirarle el culo cuando subiera. Olga tomó asiento y entonces se dio cuenta de algo que, con las prisas, no había podido advertir antes: había perdido sus bragas.

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