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Respira hondo y sonrie

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RESPIRA HONDO Y SONRIE

¡Señor Seoane, señor Seoane!

Fernando Seoane despertó poco a poco respondiendo a los violentos zarandeos a los que era sometido. Abrió los ojos en tres tiempos, acostumbrándose a la luz. Estaba en lo que parecía ser la habitación de un hospital, tumbado en la cama.

¿Dónde estoy? —preguntó intentando distinguir a las personas allí congregadas—

Está usted en un hospital, ha tenido un accidente. Lleva algunos días en coma.

Fernando Seoane comenzó a recordar: el coche, el accidente, su familia…

¿Teresa? ¿Andrés?¿María? ¿Dónde están mi mujer y mis hijos? ¿Están bien?

Están estupendamente, le esperan aquí fuera, en el pasillo…

¡Gracias a Dios!— suspiró Fernando aliviado—

¡Es una broma! —gritó de pronto el doctor — en realidad murieron todos en el accidente, sólo usted ha sobrevivido, de milagro…

El doctor y la enfermera se partían de risa ante la ocurrencia. Fernando Seoane se había quedado blanco como el papel.

Mi… mi familia… muerta…

Oiga, al menos podía fingir que le ha hecho gracia ¿no? —dijo el doctor visiblemente molesto por la reacción de Fernando — ¡encima que uno intenta animarle…!

Pero… mi familia…

Si, se han muerto ¿Qué quiere que yo le haga? Yo pretendía hacérselo más llevadero haciéndole alguna broma…

¿Y que voy yo a hacer ahora?

Pues por lo pronto abandonar el hospital. Necesitamos camas y usted ya lleva aquí muchos días viviendo de la sopa boba.

Pero… necesito orientarme, saber exactamente que ha ocurrido con mi familia…

¿Qué cree que soy, médium?

El médico y la enfermera salieron de la habitación. Murmuraban algo parecido a "no sé para que se molesta uno en inventarse bromas" y ella le contestaba "son una gentuza, doctor".

Al día siguiente por la mañana le dieron el alta. Sólo tenía la ropa que llevaba puesta cuando aconteció el accidente, raida y estropeada. También llevaba la cartera con todas sus cosas excepto el dinero. Se quejó a una enfermera que lo ignoró con un gesto desdeñoso y se fue canturreando algo así como "Santa Rita Rita…" De modo que no podía ni coger un autobús.

Fernando no tenía más familia en el mundo que la que había perdido y aquella que le correspondía políticamente, su suegra y su cuñada. Se extrañó que no hubiesen venido a verle al hospital así que decidió visitarlas en primer lugar. Para ello tomó un taxi. Ya lo pagarían ellas cuando llegara a su casa.

O me paga usted la carrera o no se baja del coche con los huesos enteros —le comunicó el taxista, un tipo calvo, musculoso y rudo, una vez hubieron llegado a su destino

Por favor, ya le he dicho que le pagará mi suegra, si no me cree venga conmigo…

Seguro que es usted un pobretón sin vergüenza que se quiere aprovechar de un trabajador honrado, sólo hay que ver la ropa que lleva — y dicho esto sacó una palanca de hierro de debajo del asiento—

A Fernando le dolía la cabeza. Esperaba un respiro que nunca llegaba. En compañía del taxista llamó a la puerta de la torre donde vivía lo que le quedaba de su familia.

¡Vaya! Así que eres tú — dijo su cuñada al abrirle la puerta — ¿qué es lo que quieres?

He salido del coma, necesito hablar con vosotras…

¡Ejem! — dijo el taxista —

—Y este señor necesita que le paguen la carrera…

Su cuñada Ascen hizo un gesto de disgusto y llamó a su madre a gritos. Una señora mayor no tardó en hacer acto de presencia en el portal.

No queremos saber nada de ti, desalmado.

A Fernando el dolor de cabeza se le acentuó de pronto.

No lo entiendo ¿qué es lo que he hecho?

¿Crees que no sabemos que el accidente fue culpa tuya? Siempre te ha gustado beber, no lo niegues. ¡Mira a lo que te ha llevado el vicio!

Fernando odiaba el alcohol. Le sentaba mal al estomago y nunca bebía, nisiquiera una copa de cava en Navidades.

No queremos que vuelvas por aquí. Has de saber que mientras estabas en coma hemos puesto el asunto en manos de abogados. Hasta que no se solucionen las cosas no podrás tocar ni un duro de la cuenta corriente.

Y sin dejarle articular palabra ninguna le cerró la puerta en las narices. Antes de que pudiera reaccionar se abrió de nuevo, sólo un resquicio, lo suficiente para que su cuñada asomara la nariz y le susurrara "te odio, así te pudras en el infierno".

Muy bien — dijo el taxista rodeándole con el brazo — ¿y como piensa el señor pagarme la carrera?

Fernando se pasó las horas posteriores a su salida del coma limpiando el taxi de aquel hombre horrible con agua y jabón. Cuando terminó, no sintiéndose satisfecho, el tipo le quitó los zapatos y se los quedó.

Fernando se enfrentó entonces a la caminata más dura de su vida. Dos horas y media descalzo hasta llegar a su casa. Por lo menos allí podría descansar de todo lo que le había sucedido.

Cuando intentó usar la llave vio que alguien había cambiado la cerradura. Mientras se aseguraba de que realmente ese era su apartamento alguien abrió la puerta. Era un jovenzuelo con un pendiente en la ceja, tres en la nariz y otros dos en el labio, perilla, largas patillas y unos pantalones militares que se le ajustaban en las caderas, algo debajo de la cintura.

¿Usted que quiere?

Fernando se quedó anonadado ante el joven, con la llave en la mano.

—¿eres sordo o subnormal? —volvió a preguntarle el joven—

Esta es mi casa… —contestó Fernando susurrante—

¿Pero tú de que vas? Aquí vivimos mi novia y yo, tu estas flipando…

He estado en coma un tiempo, yo vivía aquí.

El joven se quedó un rato pensativo y seguidamente le hizo pasar.

—¡Noe! —Gritó desde la entrada hacia el interior de la casa —

¿Qué pasa? – le contestaron desde el otro extremo del apartamento—

¡Está aquí el pavo que vivía aquí antes! ¡El que se quedó en coma!

¡Pregúntale lo del grifo!

Que el grifo del agua caliente va mal – dijo el joven dirigiéndose a Fernando al mismo tiempo que le hacía pasar — que primero sale caliente, luego helada, luego otra vez caliente…

Hay que dejarlo un rato abierto antes de ducharse – contestó Fernando —

¡Es que vaya tela, colega ¡ — se oyó desde el otro lado de la casa — ¡Es para flipar la mierda de casa que tenias! ¡Que una este pagando un alquiler para esta mierda pues que quieres que te diga, colega!

Y otra cosa, que el otro día vinieron los del butano y que no sabemos si has pasado la revisión hace poco o que…

Fernando asintió con la cabeza. Sólo murmuró algo como " en el 2003".

¡Y como estaba la cocina de mierda, colega! ¡Tu mujer tenía que ser pero una guarra…! — se escucharon una vez mas los gritos desde el otro lado del apartamento—

Bueno, tú ya te vas ¿no? — le dijo el joven a Fernando—

Pero yo vivo aquí…

¿Tú estás flipando o qué? ¡Que te he dicho que te pires!

Fernando, ignorando su cansancio dio media vuelta y se marchó. Tras de si se escucharon una vez más los estridentes gritos desde el lugar más recóndito de la casa:

—¡Dale aquello para que se lo lleve!

Y Fernando se marchó de verdad, pero esta vez cargando con un cuadro horrible del niño Jesús y la virgen María que ya estaba en su dormitorio antes de que entraran a vivir en esa casa allá por el 77.

Con el cuadro bajo el brazo se dirigió al bar de la peña futbolística que frecuentaba casi todas las tardes después de trabajar. Allí se encontraba con sus amigos, veían los partidos, tomaban algo (él siempre un cacaolat)…

Cuando le vieron entrar sus amigos quedaron boquiabiertos. Enseguida algunos de los mejores se abalanzaron a abrazarle, a preguntarle como se encontraba y a zarandearlo cariñosamente. El dueño del bar sacó enseguida un cacaolat y se lo sirvió en un vaso.

Gracias amigos, no sabéis lo duro que es esto. He perdido a Teresa y a los niños, no sé lo que voy a hacer ahora…

Saldrás adelante, no te preocupes.

Eres un tío grande, lo superarás.

Es un golpe muy fuerte pero al menos tú estas bien.

Las palabras de ánimo de sus amigos reconfortaron a Fernando.

Tampoco es que tus críos fueran gran cosa…

Tu hijo decía que no le gustaba el fútbol ¿verdad? Seguro que era maricón, no pierdes gran cosa…

Y tu mujer, pues no quería ser yo el que te lo dijera pero, bueno, llevabas unos cuernos pero gordos gordos…

Fernando ya no se sintió tan bien. Terminó su cacaolat y se marchó, con su cuadro bajo el brazo a meditar sobre lo que debía hacer. Antes pidió a sus amigos si podían prestarle unos zapatos, pero todo fueron excusas. "Yo te los dejaría pero…" " Es que tu no tienes el mismo número que yo…" " Es que dejar unos zapatos…" Pero el más concluyente fue el dueño del bar " desde luego, estas no sé cuanto sin venir por aquí y nada más vienes para dar sablazos. Eso no se hace, Fernando".

Con la ropa raida y sin zapatos la verdad es que le daba vergüenza pasarse por la oficina, pero era el último lugar donde podía encontrar algo de consuelo.

Todos en la oficina se quedaron callados al verle llegar, mirándole con una mezcla de curiosidad y horror. Como él esperaba le repasaban de arriba abajo, deteniéndose especialmente en los pies.

Tras un rato alguien avisó al jefe y este pidió que le trajeran a Seoane a su despacho sin demora.

Su jefe, un cerdo seboso que fumaba puros, le hizo sentarse en la silla delante de su opulenta mesa de su no menos opulento despacho.

¿Cómo le va, Seoane? — preguntó en tono familiar — Hace tiempo que no sabemos de usted…

He estado en coma, señor Duque, tuve un accidente con el coche. Mi mujer y mis hijos han muerto…

Si yo no lo he acusado a usted de nada… — dijo el señor Duque encogiéndose de hombros—¿por qué se pone usted a la defensiva?

Como Fernando enmudeció su jefe continuó hablando.

¿Sabe que personas se ponen a la defensiva, Seoane? Las que han hecho algo malo. Usted lleva tres semanas sin aparecer en su puesto de trabajo ¿le han hecho un justificante en ese hospital donde dice usted que ha estado en coma?

No señor, no se me ocurrió…

¡Que casualidad! Mire Seoane, en realidad estoy dispuesto a confiar en su palabra y aceptar que ha estado usted en coma como dice, aunque espero que no pretenda cobrar la baja…

Fernando sólo decía que no con la cabeza.

¡Pero lo que me toca de verdad los cojones es que se presente usted en mi casa vestido como un pordiosero y descalzo!

Fernando intentó arreglarse la costura del hombro que estaba totalmente descosida.

Empezara de nuevo el lunes, sea puntual. Hará horas extras, por supuesto. Tiene que recuperar el tiempo perdido.

Fernando abandonó el despacho cabizbajo. Su jefe lo llamó una última vez antes de que cruzara la puerta del todo.

Se deja su cuadro.

Extenuado, Fernando Seoane deambuló por las calles próximas a su oficina hasta dar con un callejón en el que había un almacén que parecía abandonado. Se acomodó en el portal y dejó descansar los ojos hasta que se durmió.

Despertó unas horas después. Otros vagabundos se habían unido a él en tan extraño hotel. Eran tres tipos, de una edad parecida a la suya, mal vestidos y mal afeitados, por no decir sucios y desnutridos. A su lado Fernando parecía elegante. Cada uno llevaba consigo bolsas, algún cartón de vino… pero por encima de sus otras pertenencias destacaban un paragüero que llevara uno de ellos, una pecera vacía que llevara otro y una ardilla disecada que llevara el último.

¿Qué os ha pasado a vosotros? — preguntó Fernando a sus compañeros — a mí me han sacado del coma apenas hace unas horas…

Cierra el pico y no te acerques a mis cosas — fue lo que obtuvo por toda respuesta.

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