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Educando a M

en Intercambios

Prólogo

Alfredo se duchó a conciencia, poniendo especial cuidado en dejar su pene como una patena. Estaba nervioso, excitado. Tenía muchas ganas de que llegara aquella noche.

Se secó con la toalla y se puso perfume. Cuando llegó a la habitación ya tenía el principio de una buena erección.

—    ¿Qué tal? — le dijo a María José, que le esperaba tumbada en la cama en ropa interior —

—    Nerviosa…

La situación era más tensa que agradable, pero Alfredo no sabía muy bien qué hacer para relajar la tensión. Se subió a la cama y besó a su novia en los labios. Luego la abrazó y continuaron besándose. Alfredo ya tenía una erección importante. Alargó entonces las manos para quitarle el sujetador a María José.

—    Por favor — dijo ella alterada — ¿no podríamos apagar la luz?

—    Pero… ¿por qué? Si lo que quiero es verte…

—    Ya, pero me da un poco de vergüenza…

—    Pero… lo estuvimos hablando ¿no?

De repente, Alfredo y María José se separaron como si, en lugar de amantes, fueran personas muy lejanas.

—    Tienes razón — reconoció María José — no debería haberlo dicho…

—    No, apaga la luz si quieres… no pasa nada…

—    No. Tengo que ser de otra manera… lo siento…

María José, como tratando de enmendar su error, alcanzó con la mano el miembro de Alfredo. La discusión no había contribuido en nada a afianzar la erección que tenía, así que se encontró con un pene algo flácido, aunque un par de toqueteos fueron capaces de hacer que en seguida se pusiera como Dios manda.

Alfredo quedó sentado y María José se agachó en su regazo. Se metió el miembro en la boca y comenzó a chupar. Él se sintió en el cielo pero, tras unos segundos, María José se detuvo, con una expresión de apuro en el rostro.

—    No te gusta nada ¿verdad?

—    No es eso… no lo sé…

—    Lo estuvimos hablando…

Y, de repente, el caldeado ambiente se tornó gélido y la distancia que les separaba se convirtió en un abismo.

 

María José esperaba sentada en la mesa de una agradable terraza, hacía muy buen día. Llevaba gafas de sol y un bonito vestido de verano. Ella siempre había sido muy atractiva, rubia, alta, de generosas formas y rostro angelical…los chicos hacían cola por salir con ella, aunque claro, su padre se encargaba de ahuyentarlos.

Su amiga Lola, en cambio, nunca había sido de las más guapas. Normal, tirando a fea, solían decir, pero había tenido docenas de novios, cada mes uno distinto.

—    ¿Qué tal? — saludó Lola, muy contenta — hace por lo menos una semana que no nos vemos…

—    Hola — se levantó María José, dándole dos besos a su amiga — pues ya me hacía falta verte, ya… no estoy pasando mi mejor momento…

Lola, que ya conocía a su amiga, tomó asiento y la quiso reconfortar tocándole el brazo. María José lo agradeció.

—    ¿Qué te sucede? Pensaba que todo eran fuegos artificiales entre Alfredo y tú…

—    Que va… si tú supieras… soy una tonta, siempre lo estropeo todo…

—    Normalmente, María José, en una relación, la culpa no es de uno solo…

—    Esta vez sí — dijo muy compungida — esta vez soy yo la que lo está echando todo a perder…

Llegó el camarero entonces. María José pidió un róibos y Lola un café con leche, con alguna pasta para acompañar. Lola puso cara de escepticismo. Conocía a su amiga y sabía que los problemas siempre se le hacían un mundo. Seguramente no había para tanto.

—    No está mal, el camarero — dijo para disimular — me lo imagino con la cabeza entre mis piernas…

—    ¡Pero qué cosas dices! — Se escandalizó María José —  siempre estás con lo mismo…

—    ¿Qué pasa? ¿Qué tú no te lo imaginas…? Está bueno ¿verdad?

—    No, yo no me lo imagino, tengo pareja ¿sabes?

—    Sí, claro, tienes pareja, pero no te has metido a monja ¿no?

María José mostró una mueca de tristeza muy diferente a la de fastidio de hacía un momento. Eso puso en guardia a Lola, que comprendió que su amiga tenía un problema serio.

—    Es eso ¿sabes? — comenzó María José — soy incapaz de soltarme con Alfredo —

—    ¿Soltarte?

—    En el sexo — susurró María José — cada vez que quiero hacer algo con él pienso en mi padre, es como si lo tuviese en la habitación, desaprobándome… tengo miedo que Alfredo me deje por esto…

—    Bueno… a mí, eso es lo que menos me preocupa — contestó Lola — lo importante es que, si no puedes disfrutar del sexo, te estás perdiendo una parte muy importante de la vida…

El camarero llegó entonces con lo que habían pedido. Las dos esperaron a que hubiese servido antes de comenzar a conversar de nuevo.

—    Esto, por ejemplo — dijo Lola señalando con la cabeza al camarero que se alejaba — ¿realmente no te gusta? ¿no te parece que está bueno? ¿Qué problema hay en decirlo, en reconocerlo?

—    No lo sé… mi padre siempre decía que eso es de gente enferma…

—    ¿Y tú qué crees? ¿Eso es de tener una enfermedad?

—    No, no lo creo… creo que mi padre exageraba…

—    ¿Y porque actúas entonces como si él estuviera mirándote…? ¿no te gustaría actuar de otra forma? ¿no te gustaría disfrutar de tu sexualidad?

—    Sí, me gustaría, claro que si… pero no sé porqué siempre pienso en lo que decía mi padre…

—    Pues eso es lo que tienes que solucionar. Tienes que dejar eso a un lado, no por Alfredo ni por vuestra relación, hazlo por ti.

 

—    ¿Estás segura de esto? — quiso saber Alfredo — el otro día no estabas cómoda ni con que te viera desnuda…

—    Ya lo sé… — dijo María José, apurada — pero es algo que tengo que hacer, y necesito que tú me ayudes…

—    Pero quizá podríamos ir poco a poco…

—    No, no quiero ir poco a poco, quiero tirarme a la piscina y quiero hacerlo ya.

—    Muy bien… entonces…

—    Entonces harás una lista de las fantasías sexuales que quieres hacer realidad conmigo. No me la dejarás leer y las iremos realizando una a una, por orden, sin excusas, sin paños calientes…

—    De acuerdo, de acuerdo… — se encogió de hombros — pues así lo haremos.

Capitulo 1.

María José llevaba un vestido veraniego de color blanco que acompañaba su cabello rubio y sus ojos azules. Estaba permanentemente ruborizada mientras caminaba por el parque zoológico cogida de la mano de Alfredo.

—    No tienes que hacerlo si te resulta un problema…

—    Ya lo hemos hablado. Tengo que hacerlo porque tengo un problema ¿vale? — y volvió a sonreír y a ruborizarse — aunque tú también… se te ocurre cada cosa…

—    Dijiste que escribiese mis fantasías…

—    Que no pasa nada, si es que estoy muy nerviosa… me tiemblan las piernas sólo de pensarlo…

—    ¿Llevas las bragas puestas?

—    ¡Si que las llevo! Ahora me las quito… pesado…

María José miró que no pasara nadie, se arremangó un poco el vestido y se bajó las braguitas, unas braguitas blancas de encaje. Las recogió de sus tobillos y las guardó en su bolso.

—    ¡Madre de Dios! ¡Que vergüenza! — dijo casi riendo —

—    Venga — le sujetó Alfredo del brazo — vamos a ver a los monos…

La valla del recinto de los gorilas de montaña apenas tenía un metro. Lo que realmente alejaba a los animales de los visitantes era un amplio foso.

María José se sentó entonces en la valla y se arremangó el vestido hasta la cintura. Cualquiera que hubiese pasado por delante le habría visto la entrepierna.

Nerviosa, se tapó enseguida cuando vio llegar a unos padres con sus dos hijos. A Alfredo no le dio tiempo a sacarle una foto.

—    Nos van a arrestar por exhibicionismo… — dijo riendo —

—    ¿Nos van? Te arrestarán a ti, que eres la guarra que está enseñando el chichi…

María José le contestó con un puñetazo en el hombro.

Los chimpancés estaban en un recinto protegido por un cristal. María José aprovechó que no había mucha gente alrededor para levantarse el vestido y mostrar el trasero. Alfredo aprovechó para sacar una foto con su cámara digital, más en cuanto ella escuchó el “clic” volvió a bajarse el vestido.

—    Tienes un culo maravilloso — le dijo Alfredo besándole en los labios —

—    Estoy temblando como una hoja — contestó ella —estoy súper emocionada…

María José salió corriendo con su novio de la mano. Tras el recinto de los simios había un pequeño museo que hablaba sobre los primates y sus semejanzas con nosotros los humanos. No había que pagar entrada, así que se metió corriendo arrastrándolo a él.

La exposición tenía estatuas, fotos y explicaciones en las paredes. Estaba más bien oscuro, con la luz suficiente para poder observar todas esas cosas.

—    Mira… — dijo María José bajándose el tirante del vestido —

De repente, uno de los pechos de María José estaba fuera del vestido. Su mirada insinuante era muy distinta del rostro de confusión al que Alfredo estaba acostumbrado. Alargó la mano y acarició el pezón con el dedo. Luego le sujetó el pecho a manos llenas e, inmediatamente, se acercó para llevarse el pezón a la boca.

María José le empujó y se subió el tirante a la vez, escondiendo su desnudez de la pareja que acababa de entrar en la sala en la que ellos se encontraban.

Con prisa, avanzaron por la pequeña exposición hasta la sala de los chimpancés. En aquella sala, en la penumbra, solamente había un señor mayor, con gafas y un bolso de mano, leyendo muy atentamente la explicación que rezaba bajo unas fotos de una familia de chimpancés. María José se arrimó a Alfredo y se subió el vestido hasta el ombligo. Alfredo le comenzó a acariciar entre las piernas, primero el interior de los muslos, luego el pubis y, para terminar, la vulva. La acarició por fuera hasta que María José comenzó a gemir muy flojito, entonces le separó los labios e introdujo un par de dedos, buscando su clítoris.

El gemido, ahora en voz alta, de María José alertó al hombre con gafas que se giró y no pareció ver nada fuera de lo normal. Inmediatamente la pareja de la sala anterior irrumpía en ésta.

—    Manda huevos… — dijo con una expresión de fastidio el marido de la pareja aquella —

María José y Alfredo salieron corriendo de la exposición riendo como locos. “Manda huevos” decían una y otra vez imitando la voz del hombre de la sala de los chimpancés.

Se besaron y abrazaron en un impulso. Alfredo tenía los dedos perdidos pues había encontrado grandes humedades allí donde los había metido. María José respiraba con fuerza, excitada, y él tenía ya una erección que amenazaba con romper sus pantalones.

—    ¡Vamos a ver los elefantes!

María José se adelantó, no quería caminar a su lado. Y así, desde donde estaba, Alfredo podía ver como se levantaba el vestido, ajena a la gente que paseaba a su lado, mostrando su redondito culo o, si se daba la vuelta, su vagina de escaso cabello rubio.

Había un enrome árbol junto a la jaula de los elefantes, un árbol cuya copa entraba dentro de su recinto. Los tranquilos animales se paseaban aburridos por allí y sólo ellos podían ver nítidamente a María José, detrás del frondoso árbol.

Alfredo la besó y le levantó el vestido. Le acarició su firme trasero y llegó hasta su preciado tesoro, húmedo y palpitante.

—    Así, mi amor — dijo María José besándole — así…

Alfredo introducía los dedos índice y anular bien adentro mientras, con el pulgar, frotaba su clítoris. María José gemía con fuerza y le acariciaba entre las piernas, por encima del pantalón, mirando a los elefantes, que no mostraban ningún tipo de interés por el espectáculo que tenían delante.

—    Mamá… — se oyó la voz de una niña — ¿Qué están haciendo esa señora y ese señor?

Antes de que la bomba explotara dejaron las manos quietas y se escabulleron como pudieron, cada uno por un lado diferente. La madre de la niña le regañaba por apartarse tanto “si te portas así, no vamos a venir otro día…” le decía.

Junto a la piscina de los leones marinos María José y Alfredo se dieron un beso, muy largo y muy cálido.

—    ¿Cómo te los estás pasando? — quiso saber él —

—    Me alegro mucho de que hayas tenido esta fantasía — contestó María José — hacía tiempo que no me sentía tan viva…quiero follarte…

Inmediatamente la erección que tenía Alfredo se multiplicó por mil. La pregunta era ¿Dónde?

La piscina de los leones marinos estaba encima del acuario. Podías visitar el acuario y amplios ventanales daban al interior de la piscina. Se podían observar a los leones marinos nadar bajo el agua. Pero estaba oscuro.

Deambularon por los pasillos buscando un lugar adecuado, sin gente… se detenían de vez en cuando, se besaban y se ponían aun más calientes… de repente llegaron a un ala que estaba precintada “próxima exposición ecosistema del arrecife tropical”. Saltaron la valla y se colocaron junto al ventanal. María José se arremangó el vestido y Alfredo se bajó los pantalones. La tenía tiesa como un poste y María José se la sujetó con fuerza, acercándola hasta la entrada de su vulva. Se la metió de un golpe, encontrando ninguna residencia, al contrario, estaba tan mojada que penetró sin esfuerzo causando en ella un espasmo de placer. Nunca la había encontrado tan receptiva, tan excitada, tan entregada… se besaban apasionadamente y él le bajó los tirantes para dejar al aire sus pechos. Hermosos pechos, sabrosos pezones en su boca… un león marino pasaba por detrás, nadando sin prestarles atención…María José pensó que se trataba de su padre, apareciendo por detrás, juzgando lo que hacía… pero lo ignoró…

—    ¡Dios! — gritaba María José — si…

—    No grites — le regañó Alfredo — nos van a oír…

—    Que nos oigan…

Y continuó gritando sin parar. Alfredo empujaba salvajemente, sin detenerse, sin piedad, y ella movía las caderas como nunca, disfrutando de cada arremetida y gritando como un animal salvaje. Todos los gritos que se había estado ahorrando todos estos años salieron de golpe de su garganta. Y todo terminó con una gran explosión.

—    Me he corrido dentro — se disculpó Alfredo — lo siento…

—    No importa — dijo María José, sudada y jadeante — ya me tomaré  una pastilla… ha sido increíble…pero no ha venido nadie…

—    Es verdad… y mira que hemos hecho ruido…

—    Lástima…

—    Si…

—    ¿Vamos a ver las fieras?

Capitulo 2.

María José solía escoger un tipo de ropa que, aunque le favoreciese, resultase del gusto de su padre. Nunca antes había vestido de esa forma: una camiseta ajustada, sin sujetador. Se le marcaban los pezones y el corte terminaba un poco antes del ombligo; una falda muy corta, una talla menos de la que necesitaba, si se sentaba y hacía in cruce de piernas mostraba un kilómetro de muslo, si se agachaba, enseñaba las bragas sin poder evitarlo; pero tampoco llevaba bragas, no exactamente. Llevaba un tanga color fucsia así que, si se agachaba o se le levantaba la falda, lo que enseñaba era el culo; y unas medias medio rotas, y zapatos de plataforma… y el maquillaje… nunca había llevado los labios tan rojos ni sombra de ojos tan oscura…ni se había peinado con trenzas en su vida, ni cuando era pequeña.

—    No se que parezco — dijo al mirarse al espejo —

—    ¿Un putón?

—    Supongo — sonrió — Que bien ¿no?

—    Si prefieres ir de otra forma…

—    Alfredo, ya lo hemos hablado, voy a ir así y voy a hacer lo que hemos dicho…

María José besó a su novio, que no podía tener las manos quietas y las dejó corretear por debajo de la faldita.

Algo más tarde, entraban juntos en un club nocturno. Alfredo se acercó a la barra a pedir una bebida mientras María José, como si hubiese venido sola, se ponía a bailar en la pista.

Se aseguró que, desde donde estaba, Alfredo pudiera verla en todo momento.

A María José le gustaba bailar, aunque prefería hacerlo en compañía. Sola, como estaba, y vestida de esa forma, se sentía observada por todos, desnuda, deseada por todos.

Echó un vistazo a su alrededor, buscando algún chico que bailara solo y no se encontrara muy lejos. Había un muchacho, algo más joven que ella, bailaba fatal pero no estaba mal. María José se puso delante y comenzó a moverse.

El chico, como pudo, le siguió el juego. La repasó con la mirada de arriba abajo antes, pero se puso a bailar. Poco a poco ella se fue acercando más, nerviosa y excitada a la vez, hasta conseguir sujetarle por los hombros. Echó un vistazo furtivo, para comprobar que Alfredo la estaba mirando, y entonces besó al muchacho. No fue un beso en los labios, fue algo lascivo y que dejó al muchacho sorprendido y caliente. La mano de María José palpó la entrepierna del chico para cerciorarse del efecto del beso.

Alfredo no se perdía un detalle. El chico manoseaba a su novia por debajo de la falda, le tocaba el culo a manos llenas mientras ella le besaba y le tocaba la polla. Alfredo también se tocó la suya.

María José dejó de bailar y tomó al chico de la mano, atrayéndolo fuera de la pista. Localizaron una mesa vacía, una en la que Alfredo pudiera verles desde la barra, dejó que el chico se sentara primero y ella lo hizo en su regazo. Lo rodeó con sus brazos y volvió a besarle. Amparada por la oscuridad del local se arremangó la camiseta para sacar a pasear sus tetas. El chico lo entendió y fue a comérselas.

—    Fóllame — le dijo al oído —

María José estaba especialmente excitada. Le tocaba al muchacho entre las piernas, le desabrochó la cremallera y la polla surgió como el resorte de una caja de sorpresas.

—    Eres increíble — dijo el chico —

Pero María José le hizo callar con su lengua. Le acariciaba la polla, que parecía una piedra, y enseguida bajó la cabeza para metérsela en la boca.

Su padre apareció por detrás, con una voz profunda que retumbaba en todo el local a pesar de la música. Le decía que aquello era asqueroso, que sólo una enferma haría una cosa así. María José lo ignoró y se la tragó hasta que el glande chocó con su garganta. Su padre desapareció paulatinamente. A cada chupada, su voz se hacía más tenue.

María José pensaba en un polo de hielo, uno de nata, con la crema resbalando por su barbilla… y no pudo evitar enviar una mano a apartar un poco el tanga y acariciarse el clítoris.

El muchacho eyaculó en su boca, lo que le cogió por sorpresa. Le apetecía tragárselo pero no pudo, era demasiado, muy espeso, muy de repente…

Escupió en el asiento la mayor parte y luego se limpió la boca con el dorso de la mano. Besó al chico en los labios y salió corriendo hacía la barra.

—    No quieras saber como estoy… — le dijo a Alfredo —

—    Pues anda que yo…

Se besaron en la boca y se abrazaron. El culo de María José continuaba estando en el lugar perfecto. Sin duda cualquiera que mirara en esa dirección se lo podía ver, ya que la falda estaba hacía arriba.

Apresurados se marcharon los dos corriendo a los servicios. Se metieron corriendo en una cabina. Estaba terriblemente sucio, con el suelo mojado y un olor asqueroso, pero les dio igual. Alfredo se sentó en la tapa de la taza y María José encima de él. Él mismo apartó el tanga a un lado y le abrió los labios con los dedos. La polla entró enseguida, como si ese fuese su lugar. María José emitió un gemido que, seguramente, afuera podrían haber oído pese al volumen de la música.

—    Fóllame… — gritaba — fóllame…

Ya no tenía la camiseta puesta. Sus tetas se movían arriba y abajo a cada saltito. Ella era la que dirigía la función, haciendo que la polla entrase y saliese de sus entrañas como el pistón de un motor.

Su padre abrió entonces la puerta de la cabina.

—    Estoy muy decepcionado, jovencita — dijo muy severo — nunca que creí que mi propia hija acabaría siendo una… golfa…

—    Cállate ya, viejo idiota…

Alfredo quiso saber si María José había dicho algo. Su padre se desvanecía y ella parecía más caliente aun si cabía.

—    Si… — dijo sin dejar de mover las caderas hacía un lado y a otro — he dicho que me folles…

Alfredo volvió a correrse dentro. Las pastillas anticonceptivas eran ahora parte de su dieta. Ella no tardó mucho más en llegar al orgasmo y le dio la bienvenida gritando. Cuantas veces había esquivado ese gran amigo que era el éxtasis…cuanto tiempo perdido…

—    ¿Quieres que busque a otro chico?

Capitulo 3.

—    No me puedo creer que me hayas pedido esto — dijo Lola dejando su bolso en el sofá —

—    Si no te parece bien la idea… lo dejamos…

—    ¿Quién te ha dicho que no me parece bien? ¡Me encanta! Siempre he pensado que tenías un cuerpo increíble…

—    ¿A si?

María José sonrió por debajo del bigote. No se había imaginado que su amiga tuviese esos secretillos.

—    Eres tu — se sinceró — nunca te hubiese imaginado haciendo una cosa así… incluso el comentario que acabo de hacerte. La María José que yo conozco se hubiese ruborizado y enfadado…

—    Puede que esa María José se haya ido… ya te he contado lo que he estado haciendo con Alfredo…

—    Si, y me sorprende. Si lo has pasado bien, enhorabuena… pero me gustaría saber una cosa… todas esas fantasías que habéis hecho realidad…

—    No demasiadas…

—    Eran fantasías de él ¿verdad? Incluso esta, la de hacer un trío con una amiga…

—    Si. Le dije que escribiera las fantasías que tenía, que las iríamos realizando…

—    Las de él…

—    Claro, las de él…

—    ¿Y las tuyas?

—    ¿Qué quieres decir?

—    Pues que está bien ir a por las fantasías de tu pareja pero… tu tendrás las tuyas ¿verdad? Las podríais realizar juntos…

—    Pues… tienes mucha razón…

María José se quedó pensativa, pero sus pensamientos fueron interrumpidos por la llegada de Alfredo. Saludó a las dos con un beso. Se le veía nervioso con Lola.

—    Nunca pensé — dijo Lola — que me deseabas tanto como para proponer un trío conmigo…

—    ¿Qué? — se ruborizó Alfredo — ¡No! Yo propuse lo del trío, pero a ti te escogió ella…

—    Ya lo se — sonrió maliciosamente — te estoy tomando el pelo…

—    Me tengo que duchar ¿Ok? Enseguida estoy con vosotras…

Lola propuso tomar una copa, así que fueron al mueble bar, a servirse ron con coca cola.

—    ¿Qué te parece? — le dijo mientras bebían con tranquilidad — ¿Empezamos sin él?

—    ¿Qué? No sé… se supone que la gracia está en que nos vea juntas…

—    Y no verá…no te preocupes, que nos verá…

Lola dejó el vaso a un lado y fue a besar a su amiga. Primero en la boca, luego en el cuello, sujetándola de los hombros y arrimándose a su espalda. De repente le agarró de las tetas con ambas manos.

—    Me alegro mucho de que ya no seas tan mojigata — le dijo mientras le besaba el cuello —

—    Yo también — susurró ella — me alegro mucho…

El padre de María José observaba desde una distancia prudencial, y los comentarios reprobatorios  los susurraba sin que se le entendieran.

La camiseta de María José se fue al suelo y detrás de ella, el sujetador. Lola se las estuvo acariciando a manos llenas antes de rodear a su amiga y comenzar a lamer sus pezones. María José le tocaba el culo a su amiga por encima del pantalón. Les sobraba toda la ropa.

De repente Alfredo salió de la ducha, con la toalla en su cintura. Se acercó un poco a ellas, algo sorprendido.

—    Habéis empezado sin mí…

—    Si — contestó Lola — pero ya puedes unirte a nosotras ¿no?

—    Ven aquí — dijo María José alargando el brazo hacía él —

Alfredo dejó caer la toalla, estaba completamente desnudo. Se abrazó a las dos chicas que comenzaron a besarle: primero María José, luego Lola, y luego, se besaron entre ellas. Alfredo se concentró en su novia y en sus suculentos pechos, mientras Lola buscaba la polla que la toalla acababa de dejar libre.

Con unos cuantos tocamientos y besos, la tuvo tiesa del todo, así que Lola se arrodilló para chupársela.

María José fue a buscar su bebida. Le dio un buen sorbo y se quitó la falda que llevaba y las braguitas. Se tocó entre las piernas. Ver a su novio con su mejor amiga, en su presencia, tenía un morbo que no alcanzaba a comprender. Su padre murmuraba algo y hacía muecas de ira. Lo ignoró, apenas lo escuchaba, y se agachó para compartir la comida con Lola.

Las dos chicas se pusieron juntas a dar cuenta de la polla de Alfredo. Era otra fantasía del muchacho hecha realidad. Luego Lola lo dejó para quitarse la ropa.

Lola era más bien delgada, tenía poco pecho y las caderas anchas. Sus piernas y sus brazos eran musculosos y lucía poco trasero. Tampoco era muy agraciada, la boca muy grande, la cara muy larga… aun así, tenía algo que hacía que todos los chicos la buscaran, un encanto especial que iba más allá de su aspecto físico.

Cuando se reunió de nuevo con la pareja María José se incorporó. Alfredo la besó mientras echaba mano entre sus piernas. Luego ella besaba a María José, le acariciaba los pechos y también ente las piernas.

En un rápido movimiento, Lola hizo que su amiga se doblase sobre la cintura, apoyándose en el mueble bar, mostrando su trasero en perspectiva. Fue por detrás y comenzó a acariciar su vulva con las manos.

—    Joder… — dijo Alfredo, que andaba con la polla tiesa en la mano —

—    Mola ¿he?

Lola se agachó para alcanzar con la lengua el mojado tesoro que escondía su amiga. Alfredo se masturbaba.

—    Te gusta verlo ¿verdad? — decía Lola — a dos chicas juntas…

—    ¿A que hombre no le gusta?

—    No hables tanto… — le regañó su amiga —

Lola acomodó a Alfredo para que se la clavara por detrás a María José. Estaba más que a punto de recibir una buena estocada.

—    ¡Uf! — gritó maría José en cuanto la notó dentro —

—    Venga — comenzó Lola — vamos a darle a tu novio un buen espectáculo —

Lola se acercó al mueble bar. Bebió un sorbo de su vaso y luego comenzó a besar a su amiga en la boca y acariciarle los pechos. Después  dejó que ella le lamiera los suyos.

Al rato de estar metidos en esa tesitura se desplazaron al sofá. María José se colocó boca arriba y Alfredo se la volvió a clavar. Por su parte, Lola acomodó su culo en la cara de su amiga. María José nunca había lamido un coño, era la primera vez que hacía algo así pero alguna idea tenía y pretendía aprobar con nota. De hecho, no se conformó con lamer su rajita, sino que también se dedicó a su ano.

Alfredo y Lola se besaban en la boca mientras recibían el placer en sus genitales.

La primera que se corrió fue María José, ruidosamente, como de costumbre.

El padre de María José se marchaba. Cruzaba la puerta de la calle con destino desconocido. Su amiga y su novio se besaban en la boca, ahora de pie.

—    Oye… — les interrumpió María José — vuélvemela a meter… pero por el otro lado…

—    ¿Cómo que por el toro lado? — quiso saber Alfredo —

—    Por el culo, idiota… — le regañó Lola — quiere que se la metas por el culo…

—    ¿Estás segura?

—    Vamos a probarlo todo ¿no?  A ver que tal sabe por ahí…

María José se puso a cuatro patas en el sofá. Alfredo trajo un lubricante con el que Lola le embadurnó el pene. Luego, utilizó ese mismo lubricante para llenarle el ano a su amiga. Cosa que fue de lo más placentera, ya que para hacerlo introdujo los dedos en su agujero.

—    ¿Estás lista?

—    Si, venga… no me hagas esperar más…

Alfredo apoyó el glande en la entrada del ano de su novia. Comenzó a empujar y su polla entró sola en sus entrañas.

—    ¿Cómo lo notas? ¿te hago daño?

—    No, nada de daño, al contrario, está bien… dale…

Cuando sus testículos chocaron con el espectacular culo de su novia Alfredo empezó a meterla y sacarla. Para él era una maravilla, era bastante más estrecho que  su vagina y se apoderaba de su polla como si hiciera fuerza. Para ella… era una nueva y maravillosa experiencia.

—    Si… — murmuraba María José — es delicioso…

—    Estoy orgullosa de ti — le dijo Lola besándola en los labios — ¿esta era tu fantasía?

—    Si, esta es una de ellas, pero tengo otra más importante…

—    ¿De verdad? ¿Y cual es?

María José se la dijo al oído.

—    Pero serás cerda…

Alfredo anunció que se iba a correr.

—    ¡En la cara! — le pidió María José — échamelo en la cara…

Tras una buena corrida en su cara, los tres hicieron una pausa para beber y recuperar fuerzas. Cuando estuvieron listos, fue Lola a la que se la clavó Alfredo y maría José la que le puso el coño en la cara.

Capitulo 4.

—    No se si me va a hacer mucha gracia esto — dijo Alfredo receloso —

—    Si no te parece bien, no lo hacemos…

—    ¿Con todo lo que tú has hecho por mí? No estaría bien…

—    Pero a ti te gustó verme con otro hombre en el club…

—    No, si eso no es problema, me pone mucho, pero tenerlo tan cerca… eso ya es otra cosa…

—    Eres un homófobo…

—    ¡No soy ningún homófobo! — protestó Alfredo — pero no me gustan los tíos…

—    Tranquilo — sonrió María José — ya lo tocaré yo por ti…

Al rato llamaron a la puerta de la habitación. En la recepción del hotel ya les habían informado que esperaban a una persona, y habían dejado instrucciones de que le permitieran subir.

—    Hola — dijo un muchacho alto y atractivo, de color, al otro lado de la puerta, con acento francés — soy Philippe…

—    Hola Philippe — le dijo María José repasándolo de arriba a bajo — no te quedes en la puerta…

Philippe saludó a Alfredo con un apretón de manos. El muchacho echó un vistazo a su alrededor.

—    Os debe de haber costado una fortuna, esta habitación…

—    Lo mejor de lo mejor — contestó Alfredo — ¿Y si comenzamos ya?

La suite contaba con una suerte de salón contiguo al dormitorio. Philippe se fue derecho allí y comenzó a quitarse la ropa. Los otros dos le siguieron y le imitaron, Alfredo estaba un poco intimidado pero  siguió adelante.

Philippe tenía un cuerpo musculoso y delgado y, cuando se desembarazó de sus calzoncillos, exhibió una polla que, incluso flácida, era tres veces la de Alfredo.

María José, en ropa interior, se acercó a besar a su nuevo amigo. Con un gesto invitó a un cohibido Alfredo a participar. Estuvieron los tres en la cama, besando y acariciándola a ella. Alfredo echó un vistazo a la entrepierna de él. Con cuatro besos aquello había crecido una barbaridad.

Philippe tomó la iniciativa. Le bajó las bragas a María José y luego le separó bien los muslos. Con unos dedos expertos le abrió los labios vaginales y luego se puso a masturbarla. María José gemía mientras Alfredo la besaba, tratando de atraer su atención en vano.

Philippe tenía unas manos muy fuertes, aunque era especialmente delicado. Sustituyó sus dedos mágicos por su lengua, más mágica todavía. Alfredo se quedó a un lado, hasta que María José abrió los ojos. Le hizo un gesto entonces para que le pusiera la polla en la boca. Se la comería mientras Philippe se lo comía a ella.

Las atenciones de Philippe eran solamente un preliminar. Cuando consideró que María José ya estaba sumamente caliente, la hizo girar sobre si misma y se puso de costado. Se la introdujo de un golpe. Era mucho más grande que la de Alfredo, mucho más grande, la llenaba por completo, era algo descomunal en sus entrañas.

María José perdió el interés por mamar la polla de su novio, que volvió a quedar eclipsado en un segundo plano. Lo que Philippe le hacía entre las piernas no se podía ignorar así como así. De repente cambiaron de posición, Philippe se tumbó boca arriba, para tener acceso a las tetas de María José, y ésta se colocó encima, cabalgando como una amazona.

—    Alfredo — susurró al borde del orgasmo —

—    ¿Qué? — contestó éste algo molesto — ¿Qué quieres?

—    Métemela por el culo mientras… mientras él me folla…

Alfredo recuperó algo de la excitación del momento y se acomodó como pudo en la cama. Se colocaron de costado: Philippe a un lado, Alfredo en otro, y ella en medio. Ambos empezaron a penetrarla, cada uno por un orificio diferente. Se sintió empalada, completamente llena. Alfredo notó como tocaba con la polla algo duro y enorme dentro de su novia. Pero quiso desterrar esos pensamientos de su cabeza.

María José se corrió primero, entre gritos y gemidos, pero sus dos amantes no lo hicieron enseguida y estuvieron empujando cada uno por su lado durante bastante rato, proporcionándole a ella un nuevo orgasmo y otro más.

—    En mi cara — les dijo cuando anunciaron que se iban a correr — echádmelo en la cara…

Y asó lo hicieron los dos, casi a la vez, masturbándose sobre su rostro angelical, poniéndolo perdido de espeso semen, y María José regocijándose, masturbándose a la vez a pesar de haberse corrido en tres ocasiones.

La habitación estaba pagada por todo el día, así que nadie la abandonó hasta el día siguiente: María José se entretenía comiéndole la polla a Alfredo, dejándose follar de nuevo por Philippe; haciendo que Alfredo la sodomizara mientras se la comía a Philippe… tuvo problemas para sentarse durante una temporada larga.

Epilogo.

—    No me puedo creer esto — protestó María José, a punto de llorar —

—    Lo siento— dijo Alfredo — yo tampoco lo acabo de entender… es que, vas demasiado aprisa para mi… cada día son más cosas, más fantasías… no puedes parar… se ha despertado en ti algo inexorable y yo no puedo seguirte el ritmo…

—    Creía que era lo que querías…

—    Yo también, pero es demasiado ¿entiendes?

—    Es por Philippe ¿verdad? Te resultó un problema verme con él…

—    No es por Philippe… no lo sé… estuviste toda la noche follando con los dos ¡Nunca tenías bastante!

—    Sólo quería divertirme…

—    Lo siento, de verdad, pero yo no puedo superar esto…

Alfredo se dio la vuelta y se fue, dejando a María José sola en la acera.

Trató de no llorar, no era buena idea entrar con los ojos llorosos.

Caminó un poco hasta la residencia y dijo en la recepción que venía a visitar a su padre.

—    Ya puede pasar, su padre ya está preparado… conoce el camino ¿verdad?

—    Si, he venido otras veces…

—    Muy bien, que pasen un buen día…

María José cruzó la sala común en dirección a la habitación de su padre. Una habitación pequeña pero amplia y soleada.

Un anciano de aspecto agradable, muy bien vestido, peinado y afeitado, le aguardaba en una silla de ruedas.

—    ¡Hija! Te estaba esperando — sonrió el anciano — estás muy guapa esta mañana…

—    Gracias papá… ¿Qué tal estás? ¿preparado para dar un paseo?

—    Claro, hija, claro… ¿no vienes con tu novio?

—    No… creo que hemos roto…

El anciano no dijo nada, sólo puso una cara de compasión. Dejó que su hija le empujara la silla fuera del cuarto, en dirección a la sala común.

—    ¿Sabes? — le dijo de pronto — tampoco me gustaba mucho ese chico… creo que debía de ser uno de esos que sólo quieren arrebatarte tu pureza…por suerte lo has mandado a paseo bien pronto…

—    Papa…

—    No necesitas ningún chico que te quiera por tu cuerpo, indecente, sucio…

—    No ha sido así, papá…

—    Tú eres una florecilla delicada, los hombres todos buscan lo mismo…

Pero María José ya no le escuchaba. Pensaba en Philippe y su enorme polla, en hacer un trío con él y con Lola, en buscar un tipo al azar en la discoteca y dejarse follar en los lavabos…

—    ¿Me estás escuchando, hija?

—    Claro que si, papá… y no temas, ya sabes que siempre te hago caso en todo lo que me dices.

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