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La pequeña Savannah

en Interracial

12 de Septiembre de 2008

-Hola Jack, ¿Qué es ese rumor de que Lehman Brothers va a anunciar la suspensión de pagos?

-Larry, no hagas caso de esas tonterías, ya sabes que Barclays está a punto de comprarnos. –la voz de Jack sonaba apurada pero no temerosa desde el otro lado de la línea –Tranquilo tío, sabes que somos colegas, te dije que te avisaría con tiempo si había algún problema y lo haré confía en mí.

-Por favor no me dejes tirado, ya sabes               que somos una firma pequeña y tenemos más del sesenta y cinco por ciento de nuestros activos en vuestros fondos. Si hay un problema más nos  caemos con todo el equipo.

-Tranquilo, somos amigos ¿No? –replicó Jack.

Cuando colgó Larry deseó haber tenido esa conversación en persona. Necesitaba tratar de esas cosas cara a cara. En el mundo de los negocios nada era blanco o negro y el gris plomizo de aquella situación exigía saber que parte de lo que le contaban era verdad.

15 de Septiembre de 2008

-¡Jack, maldito cabrón! ¡Me mentiste! ¡Sabías perfectamente que Barclays se iba  a retirar! ¡Ahora tengo un montón de vuestros bonos que no son más que papel higiénico!

-Oye tío, lo siento, yo estoy tan sorprendido como tú. La dirección lo mantuvo todo en secreto para intentar dar sensación de fortaleza y tentar al Barclays para que subiese su oferta. Te juro que no sabía nada.

-Y yo  me lo creo. Por eso acabo de enterarme que dos de vuestros mejores clientes vendieron  dos mil millones de dólares de vuestros fondos. Perdieron mucho dinero, pero no están arruinados. ¿Qué coños les digo ahora a mis clientes? Si estuviese ahí te rompería la cara. ¡Cabrón, hijo de p…!

2 de Octubre de 2008

 

 

Larry se bajó del John Deere y escupiendo en el suelo observó con detenimiento la gigantesca pila de estiércol que tenía ante él. A pesar de estar ya en pleno otoño el sol caía de plano calentando y resecando la tierra y haciéndole sudar. Su viejo siempre había tenido la puñetera manía de amontonar el estiércol para que madurase lo más cerca posible del límite de su granja, “que huelan esa basura esa pandilla de jodidos negros”, decía siempre luciendo  la más apreciada característica de la gente de la América profunda. Y es que no a todos los afroamericanos de Harrison les había ido mal en la vida y los Jewison (curioso apellido para una familia de color) habían conseguido comprar esa pequeña granja de cincuenta hectáreas al lado de la suya a principios de los setenta y a base de trabajo duro y astucia la habían hecho prosperar.

Cogió la horca y empezó a cargar estiércol en el remolque. Cuando era joven recordaba como ese trabajo lo hacían casi todos sus vecinos de forma mecanizada mientras que él tenía que joderse y hacerlo a la manera tradicional. Finalmente tuvo que darle la razón a su padre. Mientras sus vecinos se hipotecaban y arruinaban poco a poco, el viejo zorro como lo llamaban en el pueblo, mantuvo los gastos al mínimo y consiguió mantenerse a flote en los peores momentos. Cuando casi todos se arruinaron él incluso fue capaz de   comprar algo más de tierra y maquinaria a buen precio, pero el estiércol que usaba para abonar sus productos ecológicos seguía manejándolo de la misma manera.

Larry dejó un momento el apero y se miró las manos, las mismas que no hacía tres meses recibían todas las semanas una manicura de cincuenta pavos ahora estaban enrojecidas tras unos pocos minutos de esfuerzo. Se las escupió y olvidando una vida que le pareció ya muy lejana, siguió con su ardua tarea.

Un ligero carraspeó le hizo volver la cabeza. Al otro lado de la valla de madera,  una silueta oscura y una sonrisa amplia y blanca se recortaba contra el sol vespertino. La joven, tenía unos ojos grandes y almendrados y el pelo, negro como el futuro de Larry, lo tenía peinado en una tirante cola de caballo de la que sólo un mechón rebelde escapaba a su control haciéndole cosquillas en la frente. La mujer lo soplaba frecuentemente mostrando a Larry unos labios gruesos y jugosos que estaban pintados de un rojo llamativo pero no estridente. Su indumentaria fue lo que más llamo su atención, acostumbrado a los ambientes más pijos de Nueva York donde ninguna mujer se atrevía a salir de casa sin sus Manolos, su Cartier, su Dolce & Gabanna y su Iphone, aquellas botas de montar gastadas y el sombrero Stetson que aparentaba ser centenario colgando de su cuello, le descolocaron por un momento. Sin embargo el  vestido de verano ligero abrochado por delante, exudaba feminidad. Su sencillo escote en v dejaba ver una piel suave y oscura y  el sol lo atravesaba desde atrás haciéndolo traslúcido y revelando la figura en forma de reloj de arena de la joven. Larry clavó la horca en el suelo y poniendo las manos sobre la base del mango, esperó acomodado en ellas su barbilla.

-¡Vaya! Así que es verdad lo que dicen en el pueblo, el gran Larry Lynch ha vuelto a casa. –dijo la joven fingiendo sorpresa.

-Y tú debes ser  la pequeña Savannah Jewison, –dijo Larry escarbando profundamente en su memoria.

-Muy bien, aunque debes reconocer que he crecido algo. –dijo haciendo una pirueta exhibiendo unas piernas largas y atléticas bajo el vuelo del vestido.

-Recuerdo cuando eras tan pequeña como un guisante y te colabas en el huerto para robarnos los tomates.

-Sí, tu padre es un imbécil y un malnacido, pero tengo que reconocer que sus tomates son únicos, aún sigo entrando a robárselos de vez en cuando. –dijo ella guiñando uno de sus ojos y mostrando unas pestañas largas y rizadas. -Pero cuéntame,  ¿Qué es de tu vida?

-La verdad es que te lo puedo resumir en tres o cuatro frases. –dijo Larry mientras veía como Savannah se tumbaba de lado sobre una paca de alfalfa del montón que habían puesto allí probablemente para ocultar la pila de estiércol. –Salí del pueblo con una beca de fútbol de la universidad de Notre Damme, termine económicas, me lesioné, trabajé durante dieciséis horas al día en una gran consultora por un sueldo irrisorio en Boston, dos años después me contrataron como jefe de la sección de fondos de inversión en una firma pequeña pero con muy buena reputación. Durante cinco años me fue de perlas, trabajaba menos y ganaba dinero a espuertas hasta que hace dos semanas, lo perdí casi todo,  afortunadamente, con lo que me dieron por el loft y el Mercedes clase S pagué mis deudas y aún me sobraron unos miles. Y ahora aquí estoy, de nuevo de vuelta con el rabo entre las piernas. Y tú ¿Qué cuentas?

-Aún menos que tú. Terminé el instituto y estudié dos años agronomía en la universidad de Arkansas y volví para ayudar a mis padres con los animales. Mis hermanos trabajan en el negocio del gas y se mueven por todo el país, así que cuando mi padre murió de cáncer hace cuatro años me dejó a mí la granja.

-Vaya, siento mucho lo de tu padre, el mío decía que era un negro piojoso que le robó la granja a los Carson, pero en mi opinión los Carson eran una pandilla de garrulos perezosos y semianalfabetos.

-Bah. –Dijo haciendo un gesto con la mano –es la vida. Ahora crio vacas lecheras y hago queso que vendo por todo el Condado de Madison y en algunas tiendas de Little Rock.

La conversación languidecía y Larry estaba a punto de comenzar a palear mierda de nuevo cuando Savannah intervino de nuevo:

-¿Sabes que de pequeña estaba enamorada de ti? –preguntó mientras se estiraba como una pantera en lo alto de un árbol.

-¿De veras? –preguntó Larry curioso por saber dónde quería llegar la joven.

-¡Oh! Sí, iba  a todos los partidos, me encantaba verte atravesar el campo apartando defensas con un brazo mientras que en el otro acunabas el balón con la suavidad de una matrona. Soñaba con ser yo la que estaba en tus brazos en vez de ese trozo de cuero con forma de melón. En  las vacaciones,  cada vez que ibas a cargar estiércol, me escondía tras los arbustos y observaba tu torso desnudo y musculoso contraerse y sudar con el esfuerzo.

-Pues nunca me di cuenta.

-No me extraña, en aquella época yo tenía doce años. Igual no quieres saber esto, –dijo ella tumbándose boca arriba y dejando que sus manos descansasen entre sus piernas –pero mi primer orgasmo fue pensando en ti.

-Seguro que no fue pensando únicamente –dijo Larry riendo.

-Desde luego que no, todas las noches durante dos años acaricié mi cuerpo desnudo soñando con que eran tus manos y tu cuerpo el que estaba sobre mí, poseyéndome como un animal enloquecido…

Aparentando no darse cuenta de lo que hacía, Savannah soltó dos de los botones del vestido en introdujo una de sus manos entre sus piernas. Intentando ocultar el movimiento de sus manos dobló una de sus piernas. La falda del vestido resbaló hacia abajo dejando a la vista una pierna larga, oscura, brillante y perfectamente torneada y un culo grande y musculoso.

Larry se quedó petrificado notando como su pene crecía bajo los pantalones rozando el mango de la horca. Con un supremo esfuerzo se mantuvo quieto poniendo cara de póquer mientras la joven le miraba con el deseo y el placer marcado en su rostro.

Savannah entreabrió sus labios y dejo salir la punta de su lengua entre ellos. Se negaba a hacerle ninguna señal, si quería tomarla tendría que ser él el que diese el primer paso. Fingiendo ignorarle, cerró los ojos y se concentró en el movimiento de sus dedos en su sexo. Pasaron unos instantes, no sabía si fueron unos segundos o unos minutos, pero cuando los volvió  a abrir tenía a Larry a sus pies, observándola. Savannah fijo sus ojos color caramelo en Larry y siguió acariciándose con suavidad.

-Aún de vez en cuando me masturbo pensando en ti… -dijo ella entreabriendo sus piernas dejando a Larry vislumbrar un tanga translúcido y húmedo de deseo.

Larry sin decir nada tiro de los tobillos de la mujer y sacándole las  botas comenzó a besar y a chupar la  punta de sus pies.

-… imagino que soy una  bella esclava en una plantación de algodón donde mi amo, un tipo muy parecido a tu padre, me folla todas las noches con su polla gorda y venosa y después de utilizarme me devuelve a mi humilde choza porque es incapaz de aceptar  que está enamorado de una cochina negra… -continúa mientras ronronea y tensa sus largas piernas cuando los besos suben por ellas y se internan entre sus muslos.

-…finalmente, un día llegas tú, un empresario del norte, forrado de dinero, al que no le importa de dónde venga el algodón mientras le salga barato. Después de una opípara comida el amo le invita a inspeccionar a caballo la propiedad. Cuando me veis enseguida te quedas prendado de mí y mi amo celoso por la mirada preñada de lujuria que te lanzo a mi vez, se inventa una excusa y me ata a un árbol totalmente desnuda para azotarme. Mi cuerpo entero desnudo y brillante de sudor tiembla de horror ante el terrible castigo que me espera, hasta el punto de que apenas noto como la áspera corteza del árbol y la apretada cuerda de cáñamo laceran mi piel. Tú te colocas al lado del  amo, intentando pensar únicamente en el extraordinario beneficio que el algodón de ese hombre te va  a proporcionar. El primer latigazo silva y se estrella en mi espalda haciéndome gritar de dolor, un fino hilo de sangre recorre mi espalda desde el lado derecho de mi omóplato hasta la parte baja izquierda de mi espalda. Jadeo, gimo y pongo todo mi cuerpo en tensión esperando el siguiente azote, pero este nunca llega. Muerta de miedo giro la cabeza lo poco que me lo permiten las ataduras para ver como aquel desconocido de ojos dulces sujeta el antebrazo del amo impidiéndole que descargue un nuevo golpe sobre mí. Poco a poco su voluntad y su fuerza van imponiéndose y retorciendo el brazo al amo consigue desarmarlo. Mi amo, furioso, hace el gesto de desenfundar  su Colt pero tú eres más rápido y de dos puñetazos lo tumbas inconsciente en el suelo. Sin perder un segundo me desatas, tapas mi cuerpo con los restos de mis harapos y huimos a galope tendido. Corremos y corremos, no paramos ni miramos atrás hasta cruzar la frontera del estado. Exhaustos y con los caballos a punto de reventar, paramos en un soto al lado de un riachuelo. Tú, solícito, coges tu caro pañuelo de encaje, lo humedeces en la fresca agua del riachuelo y me limpias la herida con suavidad. Yo me muerdo los labios y trato de no gritar de dolor. Cuando terminas ves como una gruesa lágrima escapa a mi control y resbala por mi mejilla, tú la recoges con un beso, mis harapos caen al suelo y hacemos el amor, te entrego mi cuerpo con todo mi ardor y en plena libertad…

De un tirón  Larry incorporó a Savannah y besó sus labios encendidos por el deseo interrumpiendo su narración, su boca le supo a fresas y a canela. Mientras exploraba los labios y la boca de la joven, Larry atacó su vestido, unos botones se soltaron, otros saltaron ante su precipitación.

Larry se separó unos segundos para poder admirar el cuerpo de la joven, el sujetador blanco de encaje y escote bajo, destacaba sobre sus piel oscura y brillante como el ébano y contenía unos pechos grandes y turgentes que subían y bajaban con la agitada respiración de la mujer, pugnando por escapar  de su encierro.  Larry bajó las copas del sujetador  y admiró los pezones grandes y negros que agresivos apuntaban hacia él. Sin poder contenerse y los pellizcó suavemente…

-¡Eh cuidado! –refunfuñó Savannah entre jadeos arañando su pecho.

Larry la besó de nuevo mientras acariciaba los flancos de la joven.  Con suavidad atrajo a la mujer hacia ella hasta que sus sexos se rozaron. Savannah gimió y se retorció frotando su sexo excitada. Él tirando de su cola de caballo hacia atrás, le besó el cuello y los hombros y le estrujó los pechos.

 La muchacha  apartó el tanga a un lado y cogiendo la polla de Larry trató de acercarla a su coño rosado y húmedo. Sus manos eran bonitas con dedos finos y largos aunque el trabajo manual las había vuelto un poco ásperas...

-Vamos, vamos, vamos… -imploró  ella.

Larry la ignoró  y se dedicó a jugar con ella dejándole que su glande entrara en ella pero apartándose cada vez que Savannah quería profundizar. Tras un breve y delicioso forcejeo Larry se rindió y clavó su miembro profundamente en el interior de la joven. Con su miembro profundamente alojado en el interior de Savannah, abrazó a la joven y la besó, eliminando cualquier distancia entre ellos, formando con sus cuerpos uno sólo. Poco a poco Larry empezó a moverse dentro de ella primero despacio, luego ante las súplicas de la mujer y su propio deseo empezó a moverse más deprisa pero sin dejar de abrazarla ni besar todo lo que estaba al alcance de su boca.

Larry se separó de ella, aún no quería correrse. Savannah adivinándolo se quedó allí sentada, expectante, con las piernas abiertas y su sexo rojo y húmedo. Larry volvió a contemplarla y acercándose a ella le acarició su piel suave, le besó los pechos y le chupó los pezones. La joven suspiró y con sus manos sobre la cabeza de él fue siguiendo el recorrido de los labios de Larry hasta el interior de sus piernas. Cuando la lengua de él rozó su clítoris Savannah gritó y arqueo su espalda hasta casi romperse. Larry siguió chupando y lamiendo su sexo mientras ella movía sus caderas  hasta que los gemidos y jadeos de ella se interrumpieron con el orgasmo…

-Dios… -fue lo único que acertó a decir ella cuando los relámpagos de placer comenzaban a disiparse.

Savannah se bajó de las pacas y apoyando sus manos en ellas le dio la espalda a Larry. Con un pequeño estremecimiento retraso el culo y junto las piernas dejando atrapada entre sus muslos su vulva aun congestionada. Un fino hilillo, producto de su orgasmo resbalaba de su interior por efecto de la gravedad.  Larry se acercó y adelantando una mano evitó que cayera al suelo mientras que con la otra acariciaba el culo redondo y los muslos suaves de la mujer.

Cuando acercó de nuevo su boca  al sexo de Savannah, esta vez no fue tan delicado, sus labios se cerraron ante su vulva empujando, chupando con fuerza y golpeando su clítoris con toda la fuerza que le permitía su lengua.

-Sí, así, más fuerte –dijo ella mientras movía las caderas al ritmo de lo lametones.

Larry se incorporó y apoyó su verga dura y caliente como un hierro al rojo sobre el culo de Savannah que inmediatamente vibro a su contacto. La joven separó sus piernas y se puso de puntillas para atraerle hacia su interior. Larry la acaricio y metió dos de sus dedos en su coño haciéndola gemir y retorcerse.

-¡Vamos cabrón, follame de una…!

 La frase quedo suspendida en el aire por la bestial acometida de Larry, Savannah gritó y hubiese perdido el equilibrio de no estar agarrada a la alfalfa, pero enseguida se rehízo y cerrando los ojos se concentró en el salvaje placer que le proporcionaba aquel miembro duro que se clavaba en su interior sin contemplaciones.

Larry siguió penetrándola con fuerza, tiro de su cola de caballo hacia atrás para incorporarla y poder besarla y acariciar sus pechos. La joven, de puntillas y sin apoyos se tambaleó pero él la cogió por la cintura y siguió follándola hasta que su cuerpo quedó relajado e inerme sobre la paca de hierba tras su segundo orgasmo.

Savannah, satisfecha se giró y poniéndose de rodillas le cogió la polla. Sus labios gruesos y rojos envolvieron el glande arrancando a Larry una palabrota, poco a poco toda la longitud del pene fue despareciendo en el interior de la boca de la joven hasta casi hacerlo desaparecer. Larry, casi sin darse cuenta, comenzó a acompañarla con los movimientos de sus caderas.

Savannah sacó el pene de su boca y comenzó a lamerlo y mordisquearlo  sin dejar de mirar a Larry a los ojos.

Con un suave empujón Larry apartó un poco a la joven y apuntando a sus pechos se corrió. Tres largos chorreones blancos se derramaron con la fuerza  de un torrente entre los pechos oscuros de la mujer.

Savannah cogió el miembro aún palpitante de Larry y se lo metió en la boca con una sonrisa satisfecha.

-¿Qué pasó con la joven esclava? Preguntó Larry mientras permanecían tumbados desnudos uno al lado del otro.

-La verdad es que con el tiempo la trama se ha hecho más enrevesada  y te prometo que no te decepcionará, pero para saber el final tendrás qué ganártelo. –respondió ella acariciando su miembro ahora flácido e inerme.

Un rato después Larry comenzó a palear de nuevo abono mientras Savannah le contemplaba desde la alfalfa con un aire de hembra satisfecha.

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