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El Último vuelo del Electra

en Grandes Relatos

12

 

Ahora que lo tenían reducido no sabían qué hacer con él. Se limitaba a estar sentado sobre el suelo, quieto como una estatua y silencioso como una piedra. Lo habían probado todo y no habían conseguido nada.

Se les acababa el tiempo y lo sabían y lo peor era que él también  lo sabía.  Ni las amenazas, ni la privación de agua y comida hicieron ninguna mella en el soldado.

Estaban a punto de rendirse cuando June dijo que tenía una idea y dejó a Dana vigilándole. Volvió de madrugada con un paquete que dejó al lado de la puerta y se sentó frente al teniente Unemaro.

—Teniente, vamos a dejarnos de tonterías. Ambos sabemos que estamos en un punto muerto. Así que le voy a decir lo que vamos a hacer. Vamos a liberarte a cambio de que hagas una sola cosa por nosotras.

El hombre arqueó las cejas por toda respuesta. Algo era algo.

—Sé que no nos crees, —continuó armándose de paciencia— pero ahora no tenemos por qué mentirte. Es verdad que la guerra ha terminado. Te soltaremos y todo lo sucedido quedará entre nosotros, solo te exigimos que conectes con alguien por radio y le hagas unas preguntas para que te convenzas de que te hemos estado contando la verdad.

—No importa. —dijo el japonés con voz ausente— Ya no tengo honor y que vosotras mintáis para protegerme no hace que esta mancha desaparezca. Además aunque quisiese, no tengo forma de comunicarme con el exterior. La única manera de hacerlo sería la radio, pero no funciona y hace decenios que no tengo repuestos.

—Si hubiese una manera, ¿Prometerías escuchar y pedir ayuda para salir de aquí?

El teniente estaba confundido. Estaba dispuesto a morir de hambre y sed, o de un tiro en la nuca, pero no entendía por qué aquellas mujeres insistían en su mentira hasta el punto de prometerle dejarlo en libertad a cambio de una simple promesa.

—Y si conocéis la manera  de comunicaros con el exterior, ¿Por qué no lo hacéis vosotras mismas?

—Porque no podemos hacerlo nosotras solas. —dijo June abriendo el paquete y mostrándole la  vieja radio que había extraído del Electra— No sabemos cómo hacerla funcionar.

Unemaro observó el aparato sin poder creer lo estúpido que había sido, ¿Cómo demonios no se le había ocurrido antes a él? Ahora que tenía la forma de comunicarse con sus superiores estaba inmovilizado. Impotente ante los caprichos de dos mujeres.

—¿Qué respondes? —preguntó Dana impaciente.

Unemaro se mantuvo en un hosco silencio.

—Está bien, te lo vamos a poner un poco más fácil. —dijo June— Te dejaremos que intentes contactar con tus superiores para que veas que decimos la verdad. La única condición es que hables en inglés para que podamos entender lo que dices.

El teniente no podía negarse. Su deber estaba por encima de su honor, cuarenta años era demasiado tiempo para mantenerse aislado  sin intentar contactar con sus superiores. Así que sin otra alternativa optó por rendirse y asentir.

—¿Lo prometes por el honor del Emperador?

—Lo prometo. —dijo Unemaro escupiendo cada palabra con una rabia que les hizo a las mujeres temblar de miedo— Pero si resulta que me habéis mentido os mataré como a las perras sarnosas que sois.

June no se lo pensó dos veces. Sabía que aquel juramento ataba a aquel hombre y la devoción que sentía por su emperador le obligaría a cumplir con su promesa. El soldado se frotó las muñecas sin decir nada y tras devolverle la circulación a sus manos, cogió el paquete y se internó en un estrecho pasadizo que había disimulado tras una bandera japonesa, en el otro extremo de la habitación.

La  radio del avión funcionaba perfectamente, así que el teniente solo tuvo que conectar unos cables y poner en marcha el generador con la gasolina que había sacado del avión de las gaijin. El vetusto cacharro emitió un reconfortante zumbido y el dial se iluminó.

Unemaro escogió la frecuencia establecida y emitió la palabra clave. No hubo respuesta. Cambió a la frecuencia de emergencia y una voz, que no reconoció la clave,  le dijo que aquella era una frecuencia restringida y que debía abandonarla de inmediato.

Recordando su promesa, el teniente Unemaro respiró hondo y agarrando el micrófono con fuerza, comenzó a hablar en inglés:

—Soy el teniente Kai Unemaro, del tercer batallón de ingenieros del regimiento Aoba. Número de identificación  07492E-47-3. Exijo hablar con quién esté al mando.

—Pero...

—Está bien, deme su nombre y su número de identificación y ya arreglaré esto con sus superiores...

—No creo que sea necesario, teniente, enseguida le pongo con mi capitán.

Se oyeron unos ruidos y un agudo pitido antes de que una voz ronca y autoritaria les interpelase:

—Aquí el capitán Aoyama ¿Quién demonios me despierta a estas horas de la madrugada?

—Teniente Kai Unemaro, señor, en misión especial para el emperador en la isla Gardner.

—¿La isla Gardner? ¿Dónde puñetas está ese cochino lugar?

Se oyeron unos susurros y crujido de papeles del otro lado del micrófono y lo siguiente que oyeron fueron las palabras del capitán teñidas de asombro.

—Me está tomando el pelo, hijo. —dijo el capitán sin saber que estaba hablando con un septuagenario— Desde que perdimos la guerra, el ejército japonés no tiene permitido  tener un solo soldado fuera de su país, ni siquiera en misiones para la O.N.U.

Las palabras del capitán cayeron como una losa encogiendo el corazón de Unemaro. Era cierto que Japón había perdido la guerra. Y él había desperdiciado media vida en una isla perdida en medio del Pacífico.

—¿La O.N.U.? —preguntó el teniente automáticamente, sumido en la confusión.

—¿Qué? ¿Cómo coño no sabe lo que es la O.N.U.? —preguntó el capitán.

La situación se estaba volviendo surrealista. Ninguno de los interlocutores entendía nada de lo que estaba diciendo el otro, así que fue Dana la que se adelantó y tomó con decisión el micrófono.

—Hola, me llamo Dana Pinkerton, soy reportera del Times...

—Señorita, le ruego que abandone esta frecuencia...

—... y estaba sobrevolando la isla Gardner cuando el teniente Unemaro, ignorante de que la  guerra había terminado, nos ha derribado cumpliendo órdenes recibidas hace casi cincuenta años. —continuó Dana antes de que el hombre pudiera cerrar la conexión— Al parecer se quedó incomunicado debido al avance aliado y no ha tenido noticias de sus superiores en todo este tiempo.

—Joder ¿Me está diciendo que el teniente Unemaro no se ha rendido aun y que ha derribado un avión americano?

—¡No! ¡Le estoy diciendo que avise a sus superiores y a la embajada americana y que hagan algo para sacarnos de aquí de una puñetera vez!

 

 

 

 

 

 

 

13

 

Pasaron la noche en el búnker. Los nervios y las promesas del hombre que estaba al otro lado de la radio hicieron que las expectativas le impidiesen dormir, así que cuando Unemaro pasó silenciosamente a su lado, Dana lo oyó.

La curiosidad y la ausencia de sueño la animaron a seguirlo para averiguar qué era lo que iba a hacer. Cuando salió tras él, el amanecer ya empezaba a adivinarse en el horizonte. Vio a Unemaro unos metros más adelante, vestido con un lujoso kimono y con una pequeña espada en una de sus manos.

Dana tuvo un mal presentimiento y se mantuvo lo más cerca posible del soldado. El hombre se acercó a la playa y se sentó sobre la arena, con la espada a su lado. Con extrema lentitud sacó un pañuelo con el sol naciente y unos ideogramas que no comprendió inscritos en él y se envolvió la mano derecha con él antes de coger el pequeño sable mientras los primeros rayos de sol asomaban por el azul y uniforme horizonte del océano.

—¡Teniente, no lo haga, por favor! —exclamó Dana adelantándose.

—¡Váyase! No es asunto suyo. Me he deshonrado. Todos estos años de sacrificio han perdido todo su sentido. La muerte es la única salida para recuperar mi honor. —replicó Unemaro con el rostro rígido.

—Se equivoca, Kai. Al contrario, ha cumplido con su deber más allá de lo esperado.

—Y a usted que más le da. Después de todo yo maté a su marido. Y la violé.

—Lo sé. —respondió Dana sin poder contener las lágrimas— Pero entiendo que nada de eso hubiese ocurrido si no le hubiesen abandonado en este lugar. Sé que da miedo volver a la civilización después de tantos años, pero se lo debe a su familia, se lo debe a la historia y me lo debe a mí.

La mano de Unemaro se cerró en torno a la empuñadura del tanto. La hoja tembló y brilló a la luz del amanecer, parecía envuelta en llamas.

—Por favor, cumpla las órdenes del emperador y ríndase. —dijo Dana de la forma más autoritaria posible.

Aquello pareció acabar con la resistencia del hombre y el tanto cayó de sus manos mientras el hombre se doblaba y gemía en silencio. Dana no pudo evitarlo y se acercó para abrazarle y consolarle.

Un día y medio después, el estruendo de un motor les sacó de sus pensamientos. Esta vez el hidroavión no fue recibido por salvas de artillería antiaérea y después de dar una pasada se posó majestuosamente en las tranquilas aguas de la laguna interior.

Dana y June se abrazaron y se besaron extasiadas al ver la aeronave acercándose a la playa, era una sensación agridulce. Por fin terminaba aquel infierno y habían descubierto el misterio de la desaparición de Amelia Earhart, pero Larry no estaba allí para compartir el triunfo y nunca volvería acompañarlas su sonrisa traviesa, ni sus brazos fuertes y protectores...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Epílogo

 

... Y listo, había terminado el libro con sus aventuras en un tiempo record. En seis meses prácticamente no había hecho otra cosa que teclear en su máquina de escribir. Le estaba echando un vistazo a las fotos que había seleccionado para acompañar el texto cuando June se acercó por detrás y la rodeó por los hombros.

Juntas vieron la foto del Electra, con Amelia y el señor Martin charlando amigablemente en primer plano, una foto aérea de la Isla Gardner, el segundo Electra justo antes de partir de Port Moresby, varias fotos del  rescate de los restos del avión de Amelia y un par de fotos del Teniente Unemaro; una, la que le hicieron en el momento de su ingreso en la Marina Imperial  y otra vestido con un kimono ceremonial, recibiendo de manos  del mismísimo emperador Hiroito  la orden del servicio distinguido ante la mirada orgullosa de una anciana y un hombre de mediana edad.

—¿Crees que es justo que reciba esa medalla después de lo que nos ha hecho? —preguntó June tras observar la foto.

—Sé que lo que hizo es un crimen de guerra, pero cincuenta años aislado en una isla del tamaño de una nuez, en total soledad, me parecen castigo suficiente. Puedo entender que en su estado no pensase con claridad. Perdono, pero no olvido y sé que él tampoco lo olvidará.

—Yo no sé si algún día podré. —dijo June cogiendo la última foto. Era la tumba de Larry, una sencilla cruz de coral blanco, en un alejado atolón, en medio del Océano Pacifico.

Con los ojos velados por las lágrimas, Dana se estiró y echó la cabeza hacia atrás, June acercó sus labios y la besó suavemente mientras sus manos se deslizaban por los jugosos pechos de Dana, acariciándolos y estrujándolos con fuerza.

La periodista giró la silla y se levantó abrazándose al esbelto cuerpo de June, empujándolo por todo el piso hasta tumbarlo sobre la cama. Las luces de Central Park se colaban por la ventana, manteniendo la habitación en la penumbra. Dana se tumbó sobre June frotando su cuerpo contra el de ella, expresando su profundo amor y deseo por aquella mujer hermosa e intrépida, con caricias y besos suaves y pausados.

June no podía esperar más, aquel cuerpo la volvía loca. Así que se aprovechó de su fuerza, volteó a su amante y le arrancó el camisón con precipitación, chupando violentamente aquellos pechos grandes y pesados hasta que todo el cuerpo de Dana comenzó a retorcerse.

Con una sonrisa maliciosa se apartó y desnudándose a su vez buscó en el cajón y sacó un consolador doble.

—¡Purpura! Mi color favorito. —dijo Dana justo antes de que June se lo metiese en la boca.

Ambas chuparon y lubricaron abundantemente el dildo antes de que June la penetrase con él y luego se introdujese en su coño el otro extremo. Empezaron a moverse con suavidad mirándose a los ojos, cada una desde su extremo del consolador, parando ocasionalmente para besarse, acariciar sus pechos o pellizcar suavemente sus pezones. June fue la primera en empezar a gemir y a retorcerse con más intensidad y las manos de Dana se acercaron a su sexo y acariciaron su pubis y su vulva con suavidad haciendo aun más intenso el placer de su amante.

Tras unos segundos, Dana se separó y cogiendo el consolador con la mano, empezó a penetrarla cada vez más rápido a la vez que besaba el cuello y los preciosos pechos de June, que no aguantó mucho más y se corrió con un grito estrangulado.

Con su coño aun chorreando los flujos del orgasmo, June tumbó a Dana y abriendo sus piernas le comió el sexo. Moviendo la lengua como si fuese una alocada mariposa libó los jugos que salían del coño de Dana consiguiendo excitarla hasta que intensos relámpagos de placer recorrieron su cuerpo atenazándola. Aun estremecidas se abrazaron desnudas, sin  dejar de  tener la sensación de que de nuevo Larry se había apartado para que ellas pudiesen estar juntas...

 

 

FIN

Esta nueva serie consta de 12 capítulos. Publicaré uno  a la semana. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

https://www.amazon.es/dp/B06VWK44ZG

Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

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