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La cabeza del mono (1)

en Grandes Series

AÑO 1 D. L.*

 

 

27 de Diciembre

Querido Diario, te escribo por tres razones:

 La primera es que el logopeda me lo ha recomendado. Dice que me vendrá bien para regenerar no sé qué de unas conexiones corticales, la segunda es porque es lo que se supone que hacemos las mujeres y la última y más importante es que necesito un punto de partida para mi nueva vida y quizás esto me ayude.

Antes de empezar a poner fechas y contar las banalidades propias del día a día creo que debería explicar la cadena de hechos que me ha llevado hasta aquí.

Y por cierto, mi mujer es una bruja  y a la vez una estúpida.

Prólogo 2 junio 23.00 horas

 

Todo ocurrió en un plis. Eran las diez de la noche, la temperatura era perfecta, el Mercedes era nuevo, la carretera ancha, recta y solitaria y yo estaba totalmente sobrio. La culpa fue de una pequeña distracción. Nadie me mandó quitar las manos del volante para acompañar el salvaje vaivén de su boca en mi miembro.

No me pasó toda la vida por la cabeza  como aseguran los protagonistas de las telenovelas; en lo que pensé realmente fue que iba a tener que pagarle a esa furcia  ciento treinta pavos sin llegar a correrme.

La colisión con el bordillo y las tres vueltas de campana fueron un flash y  lo demás lo sé gracias a un enfermero.

Prólogo 3 de Junio 00.00 horas

Les costó cuarenta y cinco minutos reanimarme. Por los informes médicos, sé que llegué a urgencias con diversas fracturas, entre ellas una en las vértebras cervicales   que me provocó tres paradas  en la UVI móvil de las que salí de milagro.

Mi compañera de viaje no tuvo mejor suerte, además del pintalabios corrido tenía un serio traumatismo craneoencefálico que rápidamente degeneró en un coma irreversible.

Prólogo  3 junio 03.00 horas

A esta hora llegó mi mujer… Helena. Helena es la jefa de neurocirugía del hospital Virgen del Carmen donde evidentemente fui a parar. Esto en otras circunstancias no significaría mucho ya que ahora cualquier matarife tiene un título similar o incluso más rimbombante, pero en este caso también es considerada como una de los tres mejores neurocirujanos de hoy en día a nivel mundial.

A pesar de la hora, llegó impecable con su bata blanca refulgente a la luz de los fluorescentes que sólo dejaba ver la parte inferior de sus esculturales piernas y los negros y vertiginosos Manolos que había calzado para la ocasión.

-Hola Julio ¿Qué tenemos?

-Hola Helena se trata de tu marido…

-Eso ya lo sé, si no, no estaría aquí a las tres de la mañana -interrumpió Helena cortante mientras le quitaba la carpeta con el informe del desaguisado de las manos. Y sólo es mi marido hasta  cierto punto, estamos separados, no quiero volver a repetírtelo.

Según parece bastaron cuarenta y cinco segundos de explicaciones  para que la cara de mi querida media naranja pasase por todos los colores del arco iris, primero blanca como una sábana, luego de un rojo intenso de vergüenza y finalmente casi violeta por haberse olvidado de respirar de la rabia que sentía.

Llegado a este punto, le pregunté al enfermero que me estaba contando todo si también se había puesto verde de envidia pero no pudo confirmarme este extremo.

-Está claro que ella no tiene remedio, la hemorragia ha sido masiva y solo el manitol la mantiene respirando.

-Pues tu marido… ejem... tu… ex no está mucho mejor. Le hemos tenido que reanimar tres veces y las constantes se están deteriorando poco a poco.

-La lesión medular es a nivel de la C3**, es lógico. Creo que deberíamos llamar a trasplantes Julio, encárgate tú.

-Ya lo estamos haciendo. ¿Sabes qué es lo más curioso?

-Sí, que el pene está intacto. –dijo Helena aún cabreada.

-Bueno eso también, pero a lo que me refiero es a que tienen el mismo grupo sanguíneo y comparten los antígenos de histocompatibilidad –la sonrisa y el guiño de Julio no lograron escapar a la inquisitiva mirada  de mi enfermero informante. -y además ella tiene tarjeta de donante.

-Prepáralo todo Julio, a la una del mediodía operamos –replicó mi mujer con una sonrisa más ancha que la del doctor Frankenstein  –y más te vale que no se te muera ninguno de los dos mientras tanto.

Y evidentemente no me morí. A las ocho terminó el turno del enfermero y no he logrado averiguar nada más de lo que pasó hasta que desperté.

  

Prólogo 6 de Septiembre

 

 

Nunca había despertado con dolor de todo. Me dolía el pie derecho y la rodilla donde tenía un aparatoso vendaje. Me dolía al respirar, probablemente por haber estado intubado varios meses. Me dolían los brazos atravesados ambos por las agujas que me nutrían y me dopaban. Y me dolía la cabeza… ¡Y como me dolía! Era como si el tipo del anuncio de la crema de manos noruega me estuviese pasando la espátula por todo el cráneo intentando arrancarme el periostio como si fuese pintura vieja, y por dentro sentía mi cerebro freírse y borbotear de una manera insufrible.

Lo único que no sentía dolorido era el cuello y debía de ser porque lo tenía aprisionado por un aparato metálico que o estaba atornillado a la cama o debía pesar un par de toneladas, ya que no podía moverlo ni un milímetro.

Intenté llamar a las enfermeras a base de insultos y berridos pero no funcionó. Mi cerebro sabía lo que quería decir pero las órdenes se diluían por el camino y solo llegaba a emitir balbuceos inconexos. Lo intenté de nuevo y esta vez no conseguí ni siquiera eso. Fue entonces cuando me preocupé. Intenté levantar la cabeza para  hacer un mínimo control de daños pero la gola que me habían puesto me lo impedía. Con inmenso alivio el siguiente intento no fue en vano y conseguí levantar una pierna lo suficiente para poder verla allí, delgadísima y esblancuchada. Debieron   ser las brumas de la anestesia pero en ese momento no noté que también me había adelgazado el hueso. Intenté mover los brazos y aunque lo conseguí no pude alzarlos más de los cinco centímetros  que me permitían las correas y no pude vérmelos.

Durante la siguiente hora el dolor se acentuó aún más y me impidió hacer ningún otro esfuerzo, incluido el de pensar.

La llegada de la enfermera fue saludada por una sarta de improperios y epítetos que nacieron en mi mente  y se quedaron por allí rebotando en el interior de mi cráneo. Era realmente frustrante que de mi mente saliese una elaborada obra literaria como “dame la puta morfina bruja del demonio o haré que te tragues los putos zuecos solo después de romperte los putos dientes con ellos” y de mi boca únicamente saliese un tímido barboteo y un fino hilillo de baba.

-¡Qué bien! Por fin has despertado –Exclamó aquel mandril gordo y pelirrojo mientras me limpiaba las babas-  Sé que tienes un poco de dolor pero va a venir la doctora pronto a verte y te necesita consciente y atenta, perdón, atento.

-Bbbbu bbd –respondí yo con el rostro como la grana.

La mañana transcurría abrumadora. Los dolores iban siendo clasificados en cuanto llegaban en incomodidad, hormigueo, quemazón, retortijón, pinchazo, aguijonazo, estocada, mazazo o garrote vil. Llegó un momento en que solo percibía esos dos últimos y en ese mismo maldito instante apareció la faz borrosa y sonriente de mi ex frente a mis ojos.

-¡Hola cariño! –exclamo con sorna. –que grata sorpresa. ¿Cómo nos encontramos hoy?

-Como la mierda y esperando que me digas lo que has hecho conmigo bruja sádica. –pensé  yo, evidentemente.

-Vamos a ver –dijo mientras empezaba a explorarme.

-Veo que no puedes hablar, eso es normal pero veamos los ojos –dijo ella enfocándome con una linterna de bolsillo –Pupilas normoreactivas, ¡guau! nunca había experimentado nada tan emocionante.

-¡Ja! Eso es porque no has conocido a Irina y Svetlana vaca frígida –pensé yo.

-Quizás puedas controlar los músculos palpebrales…

-¿palpe qué?

-Intenta parpadear dos veces cariño.

-Me ha dicho cariño dos veces. ¿Qué coño le pasa a esta tía? ¿Por qué está tan contenta? Ni siquiera estoy muerto. –intentaba razonar y a la vez, sobreponiéndome al dolor,  parpadear con éxito.

-¡Oh! ¡Estupendo!

A ella le parecería estupendo pero a mi empezaba a parecerme vagamente siniestra tanta alegría. No recordaba en todos los años que estuvimos juntos una sonrisa tan amplia y sincera.

-Veamos querido, puedes mover esas bonitas piernas para mí. –dijo Helena mientras yo movía débilmente mis piernas.

-No está nada mal para haber estado cinco meses inactivo. Tranquilo poco a poco recuperaras el control del cuerpo y en unos días incluso empezarás a hablar. Por el momento nos arreglaremos con tus párpados para comunicarnos. ¿Te parece bien un parpadeo sí y dos parpadeos no?

-Cerré una vez los ojos con fuerza.

-Estupendo, es una lástima que los abogados no sepáis Morse, seguro que tienes muchas preguntas.

-Más insultos que preguntas Helena harpía –pensé yo.

-¿Cómo te encuentras? ¿Te duele la cabeza?

- Un parpadeo furioso.

-Es normal, has pasado en un coma inducido todos estos meses. Lo siento pero necesitábamos que estuvieses inmóvil para que se pudiesen regenerar todas las fibras nerviosas.

Yo me limité a hacer una mueca y sacarle la lengua, una cosa que sorprendentemente conseguí hacer sin dificultad.

-Si ya sé que me odias un poco, pero enseguida te daremos los analgésicos. Lamentablemente aún no podemos soltarte, sigue siendo fundamental el reposo absoluto.

Los siguientes minutos los dedicó a pincharme  por todas partes como si tuviese la lepra preguntándome si sentía la aguja o no. Yo respondía  moviendo los párpados aplicadamente con la esperanza de que acabase pronto y me diese mi dosis.

-Esto es casi espectacular Lewis, el BDNF*** de la Facultad de Valencia y el etilenglicol valen su peso en oro. Tienes que tener un poco de paciencia, y te garantizo que llegarás a estar como nuevo, en ciertos aspectos incluso habrás salido ganando. ¿De acuerdo?

Yo me limité a cerrar los ojos dócilmente y a rezar para que terminase esa cháchara tan poco usual en ella y me diesen las drogas. El dolor de cabeza había amainado un poco, pero todo mi cuerpo me hormigueaba como si estuviese desentumeciéndose tras un largo sueño. Parecía que Helena me lo había despertado con los pinchazos. Por un momento se me pasó por la cabeza que esa puta me hubiese convertido en un zombi o hubiese realizado algún otro rito vudú. Sensación que no me abandonó del todo cuando me dijo que se iba pero que volvería pronto para  hablar   de un cambio importante que se iba a producir en mi vida. Esa  última frase quedó flotando en mi subconsciente mucho después incluso de que me hubiese hundido en las brumas de la droga.

Prólogo    12 de noviembre

 

No sé si eran las drogas o la vuelta del cuerpo a la actividad pero el dolor fue remitiendo día a  día hasta que el 12 de noviembre amanecí  apenas con una ligera molestia. Pero eso no iba a durar.

A eso de las diez de la mañana apareció Helena, con su bata inmaculadamente blanca, como siempre y un espejo.

O soy un vampiro o teme que se le corra el rimmel con la emoción, pensé con el buen humor que me proporcionaba la ausencia de dolor. Sin embargo la seriedad de su cara me indicó que esa no era una visita de cortesía como las que había recibido hasta ahora.

-Hola Lewis, veo que te encuentras ya mucho mejor –dijo helena casi sin hacer caso de mi parpadeo de asentimiento.

-Creo que ha llegado el momento de soltarte y dejar que te muevas libremente. Pero antes debo informarte de algunas medidas extremas que tuvimos que tomar dada la gravedad de tu situación.

Al fin íbamos a llegar al fondo del asunto. Mi ex había estado muy cómoda hasta ahora ya que mi única forma de comunicarme era decir sí o no, lo cual limitaba bastante mi capacidad para hacer preguntas. Lo que estaba claro era  que había hecho algo muy gordo y por la forma en que lo estaba demorando  probablemente me costaría bastante  entenderlo.

-Verás, –empezó Helena levantado los ojos del informe sobre mis constantes en el que aparentemente estaba enfrascada. –en el accidente en el que te viste implicado con aquella… señorita sufriste lesiones muy graves. Tu cabeza resultó ser lo único que quedó prácticamente indemne. El resto  parecía un montón de cascotes, tenías la cadera y el fémur derecho rotos por varios sitios, cuatro costillas hechas papilla, dos de las cuales habían perforado el pulmón. Tenías también el bazo roto con su correspondiente hemorragia interna…

A medida que enumeraba mis lesiones, me iba encogiendo cada vez más y juré que jamás volvería a repetir la estupidez de dejarme hacer una mamada  en un coche en marcha; en ese momento no sabía lo fácil que me iba resultar cumplir esa promesa.

-… Todo esto podríamos haberlo solucionado con un poco de suerte, –mi ex continuaba la descripción pormenorizada de mis heridas ante mi imposibilidad para interrumpirla y obligarla a que fuese al grano. –pero lo peor era  el cuello, lo tenías roto a la altura de la tercera vértebra cervical. La vértebra estaba literalmente machacada y la medula espinal estaba hecha pulpa. La sección de la  médula  a esta altura es incompatible con la vida. Tuviste tres paradas y sólo podíamos mantenerte con vida unas horas más.

Helena interrumpió un momento la explicación, no sé si para tomar un poco de aire o para  preocuparme un poco  más.

-Analizamos todas las opciones y tanto  Julio como yo llegamos a la conclusión de que la única solución para salvarte la vida era un trasplante.

Reconozco que no entiendo demasiado de medicina pero lo último que pensé que se pudiese hacer en mi caso era un trasplante y además, un trasplante de qué.

-Te hemos practicado un trasplante de cuerpo –dijo Helena ante mi cara de incredulidad.

Si me hubiese dicho que me había metido una bomba  por el culo no hubiese puesto mayor cara de sorpresa. Helena se mantuvo callada un momento mientras lo digería. Un trasplante de cuerpo, eso suponía que habían sacado mi cerebro de mi cuerpo y lo habían metido en otro, pero cuál. Y entonces vino a mí como un fogonazo la imagen de mis piernas pálidas y delgadas. Las levante un poco de nuevo para volver a vérmelas. ¡Esa puta me había metido en el cuerpo de una mujer!

El grito se debió oír en todo la planta, un grito agudo, de mujer, por cierto.

-¡Vaya! Para ser lo primero que dices no está mal y lo entiendo. Pero era lo único que podíamos hacer. Después de todo tuviste una suerte increíble. –Dijo  mientras yo pensaba que la suerte la había tenido ella al encontrar los dos conejillos de indias perfectos– Tu  compañera de coche estaba clínicamente muerta cuando llegó. En el resto del cuerpo solo tenía una  fractura en la cabeza de la tibia, pero había salido despedida del coche y había aterrizado de cabeza contra el asfalto dañándose el lóbulo frontal y el parietal derecho. Cuando hicimos los análisis resulto que erais totalmente compatibles, además tenía carnet de donante y según la guardia civil no tenía ningún familiar conocido.

Debió de ser el shock el que me desató la lengua, ya que mientras Helena hablaba yo lograba sisear con dificultad toda clase de insultos que ella aparentaba no oír.

Entonces dio vuelta al espejo y al fin pude mirarme. Desde aquella pequeña superficie reflectante me miraba una mujer con el rostro demacrado pero aun así bello. Lo que no se puede decir es que no tenga gusto a la hora de elegir mujeres. Ahora tenía unos ojos grandes y almendrados de color chocolate oscuro, tanto que casi no se distinguía la pupila, la nariz era recta y un pelín grande y los pómulos muy marcados aunque esto probablemente se debía a la extrema delgadez que experimenta cualquier persona que ha sufrido un proceso de recuperación tan largo. Sin embargo, mi demacrado estado no había podido estropear el perfecto óvalo que era el contorno de mi cara (¿o es aún suya?) ni los labios gruesos y perfectamente delineados que destacaban en aquel rostro pálido y macilento. Al contrario de lo que me imaginaba, no me habían afeitado la cabeza, con lo que mi cara estaba enmarcada por  una melena de espeso  brillante y ligeramente ondulado  cabello negro.

-¿No me cortasteis el pelo? –fue lo único que se me ocurrió decir.

-Estuvimos a punto –respondió Helena – pero a alguien se le ocurrió que podía servir para disimular las cicatrices, jamás volveré a operar a nadie con un moño, fue una pesadilla.

Me quedé callado un rato intentando asimilar aquella bomba. En mi cerebro se amontonaban imágenes borrosas del accidente, de las luces de la ambulancia y de mi pasado en los juzgados con un negro vacío y un sinfín de interrogantes que constituían mi futuro. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué iba a ser? ¿En qué me iba  a convertir?

-Deberías mirar la parte positiva –dijo Helena rompiendo mi ensoñación.

-¿Cuál es? –dije yo en un susurro entrecortado sin poder despegar mi mirada del espejo.

-Has pasado de un cuerpo de cincuenta y tres años a uno de veintiséis. –respondió Helena. No todo el mundo puede rejuvenecer treinta años de golpe.

-¿Y esa crema que te regalé por tú cumpleaños? –Repliqué jocosamente- Además siempre dijiste que lo que tenía podrido era el cerebro y ese sigue teniendo medio siglo. Si me das a elegir prefiero tener pene a rejuvenecer treinta años. ¿No podíais habérmelo trasplantado también?

-Estás mal de la cabeza. Olvídate de esas pamplinas, tú a partir de ahora eres  una mujer a todos los efectos.

-Imposible sigo teniendo el cerebro de un hombre.

-Eso te parece, pero tu cuerpo es el de una mujer y si el proceso es igual que en los animales de laboratorio, pronto empezarás a experimentar el efecto de retroalimentación de las hormonas adrenales y sexuales de tu nuevo cuerpo. Y créeme cambiarás.

-No sé, –susurre ahora con inseguridad –si lo que dices es cierto, como  explicas que no ocurra eso en las personas que cambian de sexo.

- Es muy sencillo y a la vez muy complicado. Esas personas, al contrario que tu tienen el mismo material genético en todo su cuerpo,  el proceso se produce desde las primeras etapas del desarrollo y en él también ayudan factores hormonales, con lo que básicamente tienen un problema anatómico. En tu caso hay dos códigos genéticos y dos sistemas endocrinos compitiendo en el mismo individuo por obtener el control  y por extraño que parezca, es el cuerpo  el que termina ganando sobre el cerebro. Aún no sabemos por qué.

-En que animales habéis probado.

-En ratas, perros y chimpancés y no ha habido diferencias significativas. En unos pocos meses te sentirás tan femenina como yo.

Cerré los ojos y la mandé a la mierda, estaba muy cabreado y necesitaba pensar. Antes de alejarse con una sonrisa, me dio un beso y le dijo a la enfermera que me soltase un rato más tarde pero que si montaba jaleo que volviese atarme.

Prólogo 19 de Noviembre

 

 

Pasé una semana sin ver a mi doctora favorita, dándole vueltas al asunto y esperando a  Helena, primero para estrangularla, y pasado el tiempo para pedirle más explicaciones. Finalmente, tras una semana de rehabilitación intensiva con fisioterapeutas neuropsiquiatras y logopedas apareció por la puerta tan fría e impecable como siempre.

-Hola querida ¿Cómo te encuentras hoy?

-Buenos días doctora Mengele. ¿Ya se ha aburrido con los gemelos y viene a darme la vara un rato? –pregunté aún lleno de rencor ante las revelaciones de los días anteriores. Por cierto ¿qué sabe tú equipo de rehabilitación sobre la naturaleza de mi dolencia?

-La verdad, que eres la víctima de un horroroso accidente de tráfico del que has salido de milagro. Por favor querida –dijo Helena separando la ropa de cama y cogiendo el fonendoscopio– no he venido a discutir. Sólo quiero ver cómo estás.

-Eso no hace falta que lo veas ya te lo digo yo; estoy bien jodido y digo jodido no jodida y si vuelves a tratarme de mujer te tiro por la ventana y luego me tiro yo.

-No seas melodramático, gracias a esta operación tienes toda la vida por delante –dijo apartándome el pijama y auscultándome.

Al levantar Helena el pijama, dejando a la vista mis pechos enhiestos y turgentes terminados en una areola oscura del tamaño de una moneda de dos euros, toda mi determinación por conservar mi identidad se tambaleó.

-¿De verdad era necesario todo esto? –le pregunté con tristeza.

-Pues claro que sí Lewis ¿Me crees capaz de hacer todo esto sólo por curiosidad científica? Tú estarás confundido, pero yo me juego la cabeza si esto llega a saberse.

-Podías haberme hecho sólo un trasplante de médula espinal.

-Era una opción, -respondió Helena mientras me ayudaba a incorporarme para seguir auscultándome –pero la parte más arriesgada del trasplante era precisamente empalmar tú médula con la del donante.

-En el accidente –continuó la doctora –una sección de ocho centímetros de médula quedo aplastado e inservible. Conectar dos secciones de médula que han sido cercenados limpiamente en un laboratorio es difícil, reconstruir una sección de pulpa medular es imposible y  hacer un trasplante de médula espinal de un donante requeriría dos empalmes de médula de dos individuos distintos que aunque muy similares no tienen la misma disposición exactamente. Con esto multiplicas por dos el  tiempo de la operación, el riesgo de cometer un error en una operación que apenas te deja margen para ello, el tiempo de recuperación, el riesgo de secuelas y el de rechazo o fracaso de la intervención y eso sin contar el calamitoso estado en que estaba el resto de tu cuerpo.

-¿Cuántas posibilidades tenía de salir adelante tras el trasplante? –pregunté sin querer saber la respuesta.

-Un sesenta por ciento, mientras que con un trasplante de una sección de médula hubiese bajado a menos del veinticinco. Aunque no lo creas, también lo valoramos pero tenías más posibilidades jugando a la ruleta rusa.

Al final, a mi pesar, no pude evitar darle la razón, Helena me había salvado la vida y lo había hecho lo mejor que había sabido. Intenté buscar un fallo en su razonamiento, pero no había nada que objetar.

-Excelente, –dijo Helena al más puro estilo Montgomery Burns –no hay ningún signo de problemas respiratorios ni cardíacos, parece que las funciones vagales se han restablecido al cien por cien y ningún síntoma de rechazo.

-Ahora descansa y deja de comerte la cabeza –dijo ella mientras me arropaba con mimo –piensa que aún estas viva y tienes un nuevo mundo ante ti. Y créeme, ser mujer también tiene sus ventajas.

Prólogo  23 de Noviembre

Aquel  fue el día  en el que me di cuenta hasta qué punto mi vida había cambiado.

Me desperté lleno de energía e incluso hice la tanda de ejercicios de rehabilitación matinales por fin sin ningún collarín estrangulándome, con buen humor, pensando en maneras de denunciar a mi ex a las autoridades. Estaba fantaseando con verla sometida a juicio, privada de la licencia y despreciada por sus colegas cuando percibí un agudo pinchazo en el vientre.  Al principio no le di importancia. Ya me habían prevenido contra dolores raros y fugaces, los llamaban disestesias, sinestesias o algo parecido. Pero el dolor se repitió de nuevo a la misma altura del vientre. Terminé los ejercicios como pude y volvieron a llevarme a mi habitación.

El dolor continuó toda la mañana y después de la comida me rendí y un poco preocupado llamé a la enfermera.

-Hola, que tal nos encontramos hoy –parecía que nadie tenía otro saludo un poco más original- ¿Quieres algo?

-Llevó un par de horas con bastantes molestias en el vientre.

-Mmm, déjame ver. –dijo apartando la sábana y levantándome el pijama sin ninguna ceremonia.

La mancha de sangre que apareció entre mis piernas primero me asusto, pero cuando vi la cara de diversión que ponía la enfermera al ver mi miedo, caí y me sentí gilipollas. Me había comportado como una adolescente del siglo diecinueve. Lo único que me pasaba es que tenía la regla. Afortunadamente para aquella enfermera regordeta, yo aún no  podía mover nada más que los brazos y débilmente, si no, le hubiese quitado esa sonrisita condescendiente a hostias.

-Tranquila querida, –esta fue la primera vez que me trató de mujer y en adelante continuó haciéndolo –en realidad no esperábamos que te recuperases tan rápido. En un minuto te traigo un paracetamol y unas compresas y mando a un auxiliar para que te lave y te cambie la ropa de cama.

La enfermera se fue sin volver a taparme. Me incorporé trabajosamente con la intención de bajarme un poco el pijama pero me quede congelado. Hasta ese momento no había visto mi cuerpo desnudo y la vista de una mata de rizado pelo negro donde en tiempos había estado mi adorado e industrioso pene me dejo helado. Sin pensarlo acerque mi mano al pubis enredando el pelo con mis dedos.

-¿No es un poco pronto para andar haciéndote  deditos? –me pregunto la auxiliar mientras portaba un paquete de sábanas en su regazo.

Aparte la mano de mi sexo como si quemase.

La mujerona me limpió, me puso unas bragas que picaban como si fuesen de esparto y me colocó una compresa que por su tamaño podría secar el Mar Caspio. A continuación, con una ínfima ayuda por mi parte, me sentó en un sofá para poder hacer la cama con más comodidad.

La habitación era pequeña pero coqueta, estaba en una esquina del edificio en la séptima planta y tenía dos ventanales con bonitas vistas a las montañas, pero lo mejor es que era individual. Nada de pedos, nada de ronquidos, nada de visitas gritonas e inoportunas. El sofá estaba en una esquina. Asiéndome al marco de la ventana conseguí incorporarme lo suficiente para mirar por ella.  La vida continuaba allí fuera. El día era luminoso pero el viento lo hacía desapacible y la gente apuraba el paso para exponerse lo mínimo posible a aquel cortante viento del norte. De repente me di cuenta de lo mucho que necesitaba estar ahí fuera, sentir el viento en la cara, pasear por las calles y disfrutar del sol otoñal. Intenté estirar el brazo para abrir la ventana pero la auxiliar no me lo permitió.

-¿Está usted loca? Ni se le ocurra, acaba  de recibir un trasplante y la medicación que le administran para el rechazo es tan fuerte que un resfriado podría matarla.

Así qué allí me quedé, mirando las nubes correr por el cielo ante mi ventana y eliminando restos de tejidos y sangre por mi seminueva y flamante vagina.

Prólogo  1 de Diciembre

 

 

La nieve cubría las montañas. Ahora ya no me costaba ponerme en pie y mantenerme apoyado en el alfeizar de la ventana aunque seguía sin poder abrirla. El aire fresco tendría que esperar.

-¡Hola, buenos días! –Exclamo el masajista entrando por la puerta. – ¿Cómo nos encontramos hoy?

No respondí nada. En realidad estaba pensando en que si volvía a escuchar esa puñetera pregunta abriría la ventana y me tiraría.

Toni tenía unas manos tan finas y hábiles como tosco era su aspecto. Con su metro ochenta y cinco, sus más de cien kg de peso y su cabeza en forma de pera coronada por una mata de espeso pelo canoso  parecía un gorila gigantesco. Siempre traía consigo su mesa de masajes portátil donde me trasladaba como si fuera una pluma.

Como todos los días me quitó el pijama, (a estas alturas hacía tiempo que había desaparecido la vergüenza de que todo dios me viese en bolas) y me tapó el culo con una toalla.

Al principio fue como siempre, me aplicó esencias y empezó a trabajar en mis músculos y mis articulaciones  doloridos por las intensas sesiones de rehabilitación, pero tras los primeros quince minutos note un ligero cosquilleo en la ingle. Toni no solía hablar mientras trabajaba con lo que mi mente comenzó a concentrarse en la labor de sus manos. Sus dedos firmes y precisos se hincaban en mi espalda contracturada deshaciendo nudos. El alivio fue dando paso poco a poco al placer y los dedos de Toni empezaron a parecer de fuego. Por allí por donde pasaban me inflamaban. Finalmente se concentró en mis piernas. Empezó por mis pies y fue subiendo poco a poco por mis piernas hasta terminar en mis muslos. Cuando acabó y me dejó de nuevo en la cama mi sexo estaba húmedo y mi cuerpo estaba estremecido de placer.

Esa misma noche me masturbe y tuve mi primer orgasmo… ¡que pobres somos los hombres! Ahora comprendo por qué les resulta tan difícil a las mujeres describir lo que sienten. Las contracciones y el placer que irradia de la zona vaginal son similares a lo que sentía cuando era hombre en mis ingles, pero la  descarga que electrizo todo mi cuerpo seguida de esa sensación de placer y plenitud me dejo sorprendida e inerme. Lo mejor es que, ya en plan experimental, continúe masturbándome y conseguí dos nuevos orgasmos, intensos y completos en pocos minutos.

Las mujeres somos la bomba.

Prólogo 9 de diciembre

 

 

Esa noche no pude dormir. Al fin me habían quitado todos los calmantes y analgésicos que me daban para mantener relajada la musculatura del cuello y la espalda y supuse que iba a sufrir este problema durante varios días.

El insomnio nunca ha sido un problema demasiado relevante en mí y en las raras ocasiones en las que se presentaba lo aprovechaba para pensar en mi agenda de trabajo, en repasar el alegato del día siguiente o en despertar a la furcia de turno para echarle otro polvo pero, ni tenía agenda, ni tenía juicio, ni tenía furcia, así que mis pensamientos terminaron orbitando alrededor de mi nuevo sexo.

Nunca en mi vida he destacado por mi empatía con las mujeres. Desde luego que la he fingido muchas veces en los juicios, intentando que los jueces o el jurado conectasen con mi defendida y en los bares para ligarme a la divorciada de turno, pero era todo una pose.

Ahora que era una mujer, me dediqué a pensar toda la noche en el modo en el que mi vida iba a cambiar… y no me gustó nada.

Suponiendo que pudiese recuperar mi vida y mi trabajo, no sabía muy bien cómo  iba a poder manejarme con mis clientes. Antes, cuando una negociación se ponía difícil normalmente recurría a la camaradería y a los chistes verdes, y terminábamos en una especie de competición a ver quién bebía más o quién follaba más.

Además los tipos que acaban en los casos penales, en los que estaba especializado, no suelen caracterizarse por su educación o por su feminismo.

Por otra parte, con el sexo, mi confusión era total y desde mi experiencia con el masajista iba en aumento. Sólo pensar en lo que era capaz de obligarle a hacer a una mujer en el pasado hacía que un escalofrío recorriese mi cuerpo. Las mujeres me seguían atrayendo, al menos de momento, pero la opción de una relación lésbica no me atraía lo más mínimo y otro cambio de sexo para acabar con un micropene de cinco centímetros era una perspectiva que me resultaba de lo más deprimente.

Al final sólo pude llegar a una conclusión. Lo  único que siempre he tenido a mi favor es que por muy chungo que fuera el berenjenal en el que me  metía nunca perdía los nervios ni el optimismo y siempre  lograba salir a flote.

Me dormí totalmente convencida de que lo único que podía hacer en aquel momento era esperar y ver, quizás todo se fuese resolviendo sólo.

Prólogo  20 de Diciembre

 

 

Mi recuperación se estaba acelerando. La pierna respondía casi a la perfección. Tampoco había indicios de rechazo con lo que me habían bajado la dosis de inmunosupresores y ya no necesitaba la mascarilla para dar paseos por los pasillos del hospital. Por fin, casi siete meses después, se empezaba a hablar del alta.

 Pero antes había que solucionar algunos problemillas.

-Hola querida, tenemos que hablar. –Helena acababa de entrar en la habitación taconeando con determinación.

Yo estaba sentada en el sofá mirando a través de la ventana. Al fin había conseguido librarme del camisón del hospital y llevaba puesto un pijama y una bata decentes.

-Hola Helena, ¿Cuál es el problema?

-Como sabes, en unos pocos días, saldrás por fin de aquí. Y antes de que eso ocurra deberías tener una nueva identidad.

-¿Y cuál es el problema? No es la primera operación de cambio de sexo en este país.

-En realidad es algo más complicado que eso. En los archivos ya hay una tipa con tu foto y tu huella dactilar que debería estar muerta.

-Ya lo sé, pero es una donante.

-El problema es que la operación no es del todo legal.

-¿No del todo legal o totalmente ilegal? –Estaba empezando a mosquearme.

-Cuestión de puntos de vista. Además estas viva ¿no? –respondió mientras se sentaba en la cama y cruzaba la piernas con elegancia.

-Sí, claro. ¿Tienes pensado algo?

-Tú eres la picapleitos Chanchullera. ¿No me digas que no se te ocurre nada?

-Bien, déjame pensar un poco. –dije mientras me incorporaba y le daba vueltas al asunto. –Por lo menos aún no me habréis matado, supongo.

-Aún figuras como paciente de este hospital si es a lo que te refieres.

-Ajá. –dije con satisfacción. ¿Todavía tienes el teléfono del Embajador chileno?

-Sí y ¿Qué?

-¿No te dijo después de la operación que le pidieras lo que quisieras? Pues le pides un documento de identidad para mí y un diploma de la universidad de Valparaíso.

-Buena idea, pero ¿Para qué quieres el titulo? Aquí no te servirá de mucho.

-Para ejercer no, pero Lewis recuperará la conciencia unos pocos días, los suficientes para venderme el bufete y morir en paz. Conozco un notario que me debe un favor gordo como el globo terráqueo.

-¿Y el dinero? –pregunto Helena intrigada.

-Tengo una cuenta en Suiza con dinero suficiente… y pienso vendérmelo barato. –respondí con una sonrisa.

-¡Cerdo cabrón! –Explotó mi ex –Sabía que me la estabas pegando en el acuerdo. ¿Cuánto me escaqueaste? ¡Ojala te hubiese dejado morir como la rata de estercolero que eres!

-Vaya, vuelvo a ser un hombre –repliqué con sorna- No te quejes, que como aún no he cambiado mi testamento, cuando muera esa pasta ira a parar a tu bolsillo. Considéralo tus emolumentos.

 

*D.L: Después de Lewis.

**C3: Denominación habitual entre los especialistas de la tercera vértebra cervical.

***BDNF: Factor neurotrófico  derivado del cerebro. Proteína englobada en el grupo de los factores de crecimiento nervioso.

   

Espero que os haya gustado el principio de esta historia. Para los que les parezca un argumento demasiado fantasioso aquí tenéis el enlace para una noticia de El Confidencial. Temblad, el próximo podríais ser uno de vosotros. http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2013/07/03/ldquoel-trasplante-de-cabeza-ya-es-posible-y-sera-una-realidad-en-menos-de-dos-anosrdquo-124195

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