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Atrapada Nina. Capítulo final

en Grandes Series

25

 

Se despertó con la cabeza mirando hacia los pies de la cama y las sabanas arrebujadas en torno a su cintura. Tenía el cuerpo pegajoso y acalambrado. Se estiró palpando en la penumbra pero no dio con el cuerpo de Ricardo. Estuvo a punto de pensar que se había ido, pero el ruido de alguien trasteando en la cocina le dijo que probablemente estaba haciendo algo para desayunar.

Se levantó y subió la persiana. Al parecer la nieve había caído durante toda la noche y había una capa de diez centímetros cubriendo el suelo. Ahora las nubes se habían ido dejando un día resplandeciente hasta el punto de que tuvo que apartar la vista de toda aquella luz que le llegaba desde todo los ángulos posibles.

Con los ojos haciéndole chiribitas desvió la mirada y se encontró con su imagen en el espejo del armario. Se habían pasado toda la noche follando y la batalla había producido daños. Con una sonrisa se miró los chupetones del pecho izquierdo y los arañazos y mordiscos en hombros y  glúteos. Recordando cada momento en que habían sucedido, una placentera excitación recorrió su cuerpo concentrándose en su sexo irritado, pero de nuevo hambriento.

Jamás se había sentido tan atraída por un hombre. La fuerza de Ricardo y su manera de moverse dentro de ella la volvían loca hasta el punto de perder el control. Deseando atraerle de nuevo, se puso las sandalias de tacón y totalmente desnuda se dirigió a la cocina.

En cuanto entró, Ricardo se giró y tras mirarla de arriba abajo dejó la espátula que tenía entre manos y le dio un beso lento y tierno, antes de obligarle a darse la vuelta y despedirla con una suave palmada en el culo.

Nina se alejó, no sin antes simular una mirada enfurruñada y frotarse la marca que había dejado la mano de Ricardo en su nalga. Sin descalzarse se dirigió de nuevo al dormitorio y estaba recomponiendo un poco la cama cuando oyó un golpe sordo y un gemido proveniente de la cocina.

Alarmada se acercó a la cocina y al asomarse por la puerta vio a Ricardo inconsciente. De su cabeza surgía un fino hilillo de sangre. Asustada se abalanzó corriendo sobre él, pero unas manos gruesas y peludas la interceptaron y la agarraron por la espalda.

—Te lo dije, Zorra. Si te follabas a ese negro habría consecuencias. Hueles a sexo y a sudor de negro, furcia, ¿Cuántas veces has dejado que te meta la chorra? —dijo su agresor sobando sus pechos y explorando su sexo con rudeza como si estuviese intentando averiguarlo por sí mismo.

Nina se quedó rígida agarrándose al brazo que le aprisionaba el cuello, intentando entender que estaba pasando. Se suponía que Jorge estaba en la cárcel. Entonces se dio cuenta de que aquella no era la voz de Jorge, la conocía, pero no lograba ubicarla. De cualquier manera, identificar a su agresor no era lo más importante, ayudada por el chute de adrenalina, recordó lo que había aprendido en las clases de autodefensa y con toda la violencia de la que fue capaz le clavó el tacón de la sandalia en el empeine. El hombre aulló de dolor y aflojó un poco la presa. Era todo lo que necesitaba. Envolviendo con una mano el puño de la otra, pegó un grito y le clavó el codo en las costillas. No esperó a ver el resultado y salió de la cocina corriendo en dirección al salón, cogió el bolso de encima del sofá y se encerró en el baño.

Jadeando y temblando dejó caer el bolso al suelo y se miró al espejo tratando de ordenar sus ideas, entonces lo recordó aquella voz y aquellos brazos gordos y peludos... ¡Era el cerrajero! Estaba segura. Durante un instante intentó explicárselo, pero no había tiempo, la imagen de Ricardo inconsciente e indefenso la devolvió a la realidad, tenía que hacer algo. Agachándose se acercó al bolso. En ese momento alguien dio un fuerte golpe a la puerta del baño.

—Ni se te ocurra llamar a la policía, zorra, o mataré a tu mandingo. —dijo el cerrajero desde el otro lado de la puerta.

Ella ni siquiera respondió y se limitó voltear el bolso y vaciarlo por el suelo. Fue entonces cuando el espray de pimienta salió rodando por el suelo hasta topar contra el tacón ensangrentado de su sandalia.

La idea se le ocurrió inmediatamente, buscó a su alrededor, aun necesitaba un arma y no se le ocurría nada hasta que se fijó en la cisterna del váter. Ignorando los gritos y los golpes del asesino desenroscó el botón y sacando la tapa de la cisterna la posó con cuidado sobre el lavabo.

En ese momento sonó el teléfono.

—Cógelo, zorra. —oyó decir al cerrajero desde el otro lado de la puerta.

Era el teléfono de Ricardo, el cerrajero le estaba haciendo una videollamada. Descolgó y vio el rostro del hombre, rojo de rabia y contraído en un gesto de dolor.

—Abre la puerta zorra o te juró que lo mato. —dijo el hombre enfocando el móvil de manera que ella viese que tenía un cuchillo apretando el cuello de su amante inconsciente— ¿Sabes zorra? Cuando te eche la mano encima, te juro que te vas a enterar, pienso enseñarte lo que es una polla de verdad y quizás, si te portas bien y me la comes con dedicación, no os mate.

A pesar de temblar de arriba abajo, estaba decidida, no iba a dejar que aquel cabrón se saliese con la suya. El que se iba a enterar era él.

—Está bien, está bien. —dijo— pero no nos hagas daño.

—Muy bien. Buena chica.

Nina se acercó y quitando el pestillo abrió la puerta ligeramente y se retrasó un par de pasos. El cerrajero se asomó con precaución, entró cojeando en el baño, con un gran cuchillo en su mano derecha  y la vio. Nina estaba desnuda, de pie frente a él, temblorosa, con las manos a la espalda y el rímel convertido en gruesos churretes que corrían por sus mejillas. El asesino se quedó parado un instante admirándola, era todo lo que necesitaba. Con un grito descargó el espray de pimienta en los ojos del cerrajero.

El hombre pegó un alarido y soltando el cuchillo se echó las manos a los ojos. Con otro grito salvaje Nina cogió la tapa de la cisterna y la descargó con todas sus fuerzas sobre la cabeza del hijoputa. La tapa se rompió y con un gemido el hombre se desplomó inconsciente rompiéndose la mandíbula contra el borde de la bañera. Inmediatamente cogió el teléfono y mientras llamaba a la teniente Rodríguez ató al cerrajero inconsciente con los cordones de sus botas. Unos segundos después salía corriendo hacia la cocina sin dejar de explicarle a Nina lo que había pasado.

Encontró a Ricardo sentado sobre el suelo de la cocina, agarrándose la cabeza justo en el punto donde el cerrajero le había golpeado, con gesto confuso.

Nina se arrodilló a su lado llorando y besándole aliviada al verle vivo. Él la cogió por los hombros y la estrechó contra su cuerpo, diciéndola que no se preocupara, que se encontraba bien mientras ella le besaba la cara y la frente.

Los siguientes minutos fueron los más largos de su vida. Poniéndose una bata cogió un trapo y le limpió la herida a Ricardo mientras a los lejos oía el sonido de las sirenas acercándose.

Mía y los paramédicos llegaron casi a un tiempo. Tras inspeccionar a Ricardo y asegurarla de que solo estaba un poco conmocionado y que debería pasar la noche en el hospital, pero que no corría peligro, Nina les guio al baño.

—Le has dado bien. —dijo Mía mientras los sanitarios inspeccionaban la mandíbula rota y el enorme chichón que adornaba la frente de su agresor— ¿Cómo hemos podido confundirnos de persona?

—Lo he estado pensando mientras llegabas y ahora recuerdo. ¿La lata de refresco que encontraste en el lugar del crimen era de Coca Cola?

—Sí, ¿Cómo lo sabes?

—El día que reparó la puerta de la garita les vi a él y a Jorge bebiendo un par de ellas, debió cogerla aquel día, en previsión de que quizás la necesitase más adelante.

—Muy astuto y cuando mató a Dani, quizás en un ataque de rabia, le entró miedo y decidió colgarle en muerto al guarda de seguridad. —terminó la policía.

—¿Soltaréis pronto a Jorge? —preguntó Nina preocupada.

—Hablaré con el juez inmediatamente. La única prueba que lo relacionaba directamente con el crimen es la lata de refresco. Con lo que ha pasado aquí y teniendo en cuenta tu testimonio, no tardará en salir de la cárcel.

En ese momento llamaron por teléfono a la detective y Nina volvió a su habitación para ponerse algo y acompañar a Ricardo al hospital. En cuanto se hubo puesto el abrigo agarró la mano de Ricardo y solo se la soltó cuando lo dejó en manos del médico de urgencias.

Epílogo

Los siguientes días solo se separó de Ricardo cuando los médicos le hicieron el escáner para asegurarse de que no había ninguna lesión importante. Le acompañó aquella noche en el hospital y le llevó a casa con la excusa de que no debía estar solo tras recibir un golpe tan feo en la cabeza y se pasaron cinco días abrazados amándose sin salir de casa más que una vez para reponer la despensa.

Pero todo lo bueno se acaba. Las vacaciones de navidad habían terminado y volvía a estar en la oficina. Le había costado un montón separarse de Ricardo, pero la vida continuaba y ahora que la empresa funcionaba a pleno rendimiento requería más que nunca su atención.

Después de charlar un rato con Javier y expresarle lo contenta que estaba de que volviese a estar en su puesto, subió a la oficina y se sentó en la silla sintiendo una ligera incomodidad producto de las largas sesiones de sexo a las que le había sometido Ricardo. Arrellanándose en el sillón se regodeó en aquel escozor que le evocaba imágenes de placer desatado. En ese momento el teléfono la interrumpió. Ahora aquel aparato no era una fuente de inseguridad, lo cogió y respondió. Era Mía.

—Hola, teniente. ¿Qué tal?

—Muy bien. Me he pasado estos días interrogando al sospechoso y al final después de halagar un poco su ego ha terminado confesando. Al parecer se fijó en ti el día que fue a cambiarte la cerradura. Al darte las llaves se quedó una copia y a partir de entonces comenzó a seguirte a todas partes. Entraba en tu casa se metía desnudo en tu cama y jugaba con tu ropa interior, hasta llegó a llevarse alguno de tus tangas.

—Dios, creo que voy a quemar toda la ropa de cama...

—Ya sé y eso no es todo, para tenerte más controlada puso micrófonos en el salón y la habitación te ahorraré los comentarios que hizo. El día que te siguió en medio de la lluvia y te vio en el portal con Ricardo fue el que lo cambió todo. —continuó Mía— El muy cabrón casi choca contigo cuando saliste corriendo del portal y apenas logró retirase lo suficiente para que no lo identificases. A partir de ese momento solo pensó que debía castigarte por ir con otro hombre y comenzó a acosarte.

—¿Y Dani? —preguntó Nina a pesar de que no quería escuchar la respuesta.

—Fue el asesino el que rompió la cerradura de la garita solo para poder colarse en la planta a husmear. Cuando lo llamaste acudió y trabó amistad con Jorge y consiguió que este le colase en la fiesta de la empresa. Procurando que no le detectases, se mantuvo siempre alejado, pero no dejó de vigilarte y se dio cuenta cuando los dos os esfumasteis. Cuando volviste enseguida supo lo que habías hecho y rápidamente tomó una decisión. Saliendo de la fiesta se fue a su coche esperando a que saliese Daniel dispuesto a seguirle. Al contrario de lo que pensabas, creemos que fue durante la fiesta cuando aprovechó para coger una de las latas de refresco vacías de las que consumió tu guarda de seguridad aquella noche.

—¡Dios como se puede ser tan retorcido!

—Ese hombre es realmente diabólico. Cuando Daniel salió de la fiesta lo siguió a su casa y forzando la entrada con un destornillador allanó su casa y le atacó. Daniel no tan fuerte y algo borracho no tuvo oportunidad. El asesino lo limpió todo a conciencia y dejó la lata de Coca Cola en el cubo de la basura seguro de que la encontraríamos. Fue un golpe maestro y nosotros picamos. Creo que a pesar del placer que sentía al vengarse, se asustó de lo que había hecho y decidió que dejaría de acosarte y que Dani pagase el pato, pero los micrófonos seguían allí y no podía evitar seguir escuchando y cuando os oyó a ti y a Ricardo, ya sabes... volvió a perder el control y decidió mataros a los dos, costase lo que costase. El resto ya lo sabes de primera mano. Por cierto, he estado hablando con el juez y el fiscal y dada la situación han rechazado la petición del cerrajero de acusarte por agresión y lesiones, es evidente que lo hiciste en defensa propia.

—Gracias, Mía. Ricardo me ha asegurado que aunque estimasen la acusación, ningún jurado me consideraría culpable, pero la verdad es que prefiero no tener que pasar el mal trago. ¿Necesitas algo más?

—Sí, solo una cosa. Me gustaría pasar por tu piso y hacer un barrido para llevarnos todos los micrófonos y añadirlos al saco de pruebas que tenemos contra ese desalmado.

—No faltaba más. —dijo echando un vistazo a su agenda— Aunque tengo un día movidito podré estar en casa en torno a las ocho de la tarde. Si te parece, te llamo cuando llegue.

—Estupendo. No tardaremos mucho. Te lo prometo. —dijo la teniente antes de despedirse y colgar.

Apenas había terminado de cortar la conexión cuando el teléfono volvió a sonar. Paula no se anduvo por las ramas Habían tenido una corta conversación después de volver a casa con Ricardo y ahora quería todos los detalles.

—Así que ya estás trabajando. Creí que todavía estarías ayuntándote y mancillando tu tálamo con ese abogado macizo. —la saludó ella— ¿Qué es lo que ves en él?

—Tú no lo entiendes pero la sensación de despertar esta mañana con sus brazos envolviéndome y sentir su miembro reposando contra mi espalda, no hay nada más placentero en el mundo.

—Sí y seguro que solo os dedicáis a abrazaros, cuéntame todos los cochinos detalles.

Normalmente no contaba a su amiga aquellas cosas, pero con sus palabras Paula había vuelto a recordarle la deliciosa incomodidad que sentía en sus partes bajas y no pudo evitar contárselo.

—Cada vez que le veo en la cama desnudo no puedo evitarlo. Con un empujón suave le obligo a separarse y a tumbarse boca arriba sin despertarle. Entonces me giro y tirando de la sábana observo su cuerpo oscuro y musculoso como el de una pantera. No puedo evitarlo le acarició el torso y recorro con mis dedos las marcas que han dejado mis uñas en su piel la noche anterior. Me acerco y le beso, y lamo su cuerpo para impregnarme de su sabor. Un intenso aroma a sexo y sal invaden mi boca y noto como mi cuerpo despierta. Él en cambio sigue durmiendo. Mientras tanto mi boca avanza en dirección a sus ingles.

—Sigue, sigue.

—Creí que no te iban los heteros.

—¿Y eso qué tiene que ver? Un buen polvo es un buen polvo. Deja de discutir y continúa. —le exhortó su amiga.

—Mi boca tropieza con su polla y no puedo evitarlo. La cojo entre mis manos y la sacudo con suavidad mientras beso sus testículos. En seguida notó como Ricardo se despierta aunque permanece inmóvil dejando que chupe y me meta en la boca sus huevos. La piel de su escroto, libre de pelos se contrae y se estremece y yo cada vez más hambrienta recorro la polla de Ricardo con mi lengua hasta llegar al glande. Me lo meto en la boca, aun sabe a semen. Eso me excita aun más y chupó con fuerza. Su polla crece en mi boca hasta obligarme a apartarme para poder respirar. Le doy varios chupetones hasta arrancar a mi hombre el primer gemido. Entonces me adelanto y me tumbo encima de él. Nuestros sexos contactan y yo me inclino y le doy un largo beso. El me lo devuelve cada vez con más intensidad y me da los buenos días mientras restriega su miembro hambriento contra su pubis.

—El despertador suena en ese momento. No tenemos mucho tiempo así que decido matar dos pájaros de un tiro y salgo de la cama. El protesta, yo le ignoro y me dirijo al baño contoneándome. Solo cuando desaparezco tras la puerta, asomo la cabeza y con un gesto de mi dedo le invito a acompañarme.

—Cuando el llega yo ya estoy bajo la ducha. El agua tibia corre por mi cuerpo haciéndome cosquillas y aumentando aun más mi excitación. Ricardo entra en la ducha y me abraza por detrás me obliga a retrasar la cabeza y me besa mientras acaricia mi cuerpo mojado. Su lengua explora mi boca recorre mi cuello y mi columna vertebral produciéndome escalofríos. Hambrienta me inclino apoyando los manos en el alicatado, separando las piernas y levantando las caderas. Ricardo no se hace esperar y envuelve mi sexo con la boca. Me estremezco de arriba abajo, sintiendo como su lengua entra profundamente en mi vagina y sus dientes acarician con suavidad mi vulva. Gimo y muevo mis caderas arrasada por el placer. Le deseo dentro de mí, pero él interrumpe sus atenciones y comienza a enjabonarme el cuerpo. Le necesito dentro de mí de cualquier manera, así que cojo el gel y descargando una buena cantidad en mi mano apartó a Ricardo de un empujón me enjabono el culo y separando de nuevo las piernas y poniéndome de puntillas me meto el dedo en el culo abriéndolo y enjabonándolo.

—¡Serás putón! —exclama Paula riendo.

Nina ya no estaba contando la anécdota solo a su amiga. Se había excitado tanto recordando que había puesto el manos libres y seguía hablando mientras se masturbaba.

—Ricardo retira mi mano e imitándome enjabona su dedo y me penetra. Yo le recibo con un gemido mientras el mueve su dedo con sabiduría relajando mi esfínter hasta que ya no puede esperar más. Apoyando la frente en el cristal de la mampara espero y siento como tantea mi ano con la punta de su miembro hasta que suave pero firmemente comienza a perforarlo. Me muerdo la mano ahogando un grito de dolor. Todo mi cuerpo se tensa. Al principio creo que su polla va a ser demasiado grande para mí, pero Ricardo acaricia mi cuerpo y me perfora un poco más solo lo suficiente para superar mi esfínter. Con un jadeo de alivio noto como el dolor se suaviza. Ricardo consciente de mi incomodidad se limita a acariciarme y esperar y luego comienza a moverse con suavidad mientras desliza su mano por delante de mi muslo para alcanzar mi pubis y masturbarme. Poco a poco sus besos y caricias surten efecto; el dolor se aplaca y el placer aumenta. Al final soy yo la que empieza a moverse. Me clavo su estaca hasta lo más hondo de mis entrañas con un largo gemido. Él ya no puede aguantarse más y comienza a sodomizarme, cada vez más intensamente, haciendo que mi cuerpo se estremezca con cada empujón. Con cada golpe me levanta del suelo y yo aterrizo de puntillas con un grito de placer. Animado acelera aun más, acompañando cada embate con un gemido bronco hasta que no puedo más y me corro. El orgasmo me asalta paralizándome y caigo al suelo de la ducha a cámara lenta. Ricardo intenta agarrarme pero mi cuerpo resbaladizo se escurre entre sus brazos y me quedo sentada con su polla justo a la altura de mis ojos. Me yergo y la meto entre mis pechos. Ricardo los aprieta con ella y comienza a mover las caderas con las manos libres, levanto mi mirada y le sonrío. Esta vez soy yo la que perfora su ano. Ricardo se queda rígido un instante, solo hasta que la punta de mi dedo acaricia su próstata.

—Te las sabes todas. ¿Eh?

Nina ya no le escucha solo siente como su cuerpo se estremece con cada caricia y cada palabra.

—Ricardo ruge y se folla mis tetas con fuerza. Yo sigo masajeando su ano a la vez que lamo su glande cada vez que asoma de entre mis pechos hasta que no aguanta más y se corre como una fuente cubriendo mi cara y mi cuello con una lluvia cálida y excitante que el agua tibia de la ducha no tarda en llevarse.

A la vez que su relato Nina deja de masturbarse. Su sexo grita pidiéndola que continúe, pero ella quieres sentir ese ardor y esa necesidad el resto del día hasta que llegue Ricardo.

Se despide de su amiga prometiéndola que el fin de semana quedaran en el Lagoon para tomar algo los cuatro juntos y trata de concentrarse de nuevo en el trabajo. La excitación que siente es una tortura y trabaja con apremio para poder salir un poco antes. Sabe que Ricardo llegará hacia las siete de la tarde y quizás tenga el tiempo suficiente para hacer el amor antes de que llegue la teniente a registrar su casa.

Enfrascada en sus tareas no se da cuenta de que por primera vez en mucho tiempo las realiza con una sonrisa esplendida iluminando su cara. Ha pasado por mucho, pero por fin es libre, por fin es feliz.

Fin

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Romeo y Julieta

Hermana... mía.

La Final cap1

El Míster

Verano del 44

Enemigo público V

Desafío Extremo

Enemigo publico IV

El edredón

Enemigo publico 3

Enemigo público

El tatuaje

Historias de la B. La heroína

Enemigo Público II

El Leñador

Enemigo público