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Smallbird y el enamoraputas: Capítulo 4

en Grandes Series

4

Desperté con una respetable erección. Desde que me empezaron a bombardear con radiaciones y atiborrarme con la quimioterapia mi libido había desaparecido sin dejar rastro, así que no podía quejarme, tras tres días, aquel caso ya estaba dando beneficios.

Llegué a la oficina a eso de las diez. María ya estaba en su puesto y me recibió con una sonrisa nerviosa. Vi como se mordía el labio inferior dudando si preguntarme algo. Finalmente no me dijo nada y cuando estuve instalado en mi escritorio me trajo un café.

—Aun no sé nada. Es demasiado pronto, pero no te preocupes, no me he olvidado de ello. —dije yo ante la indecisión de María.

—Gracias, jefe.

—No te preocupes, María. Si es inocente lo sacaré de esta.

—Sé que es un perfecto gilipollas, pero no es ningún terrorista. —dijo ella mientras retorcía un pañuelo de papel entre su manos— Cuando estaba casada con él, a menudo se metía en líos, sobre todo robos y hurtos, pero era muy cuidadoso y siempre que olía problemas escapaba como un conejo.

—Te entiendo, —dije yo levantándome, rodeándole los hombros con mi brazo y acompañándola a su puesto— ahora no te preocupes, deja que yo me encargue.

La mujer sonrió agradecida y se enjugó una lágrima con cuidado, para no estropearse el rímel. La dejé sentada, un poco más tranquila y volví a mi despacho.

El resto de la mañana la pasé metido en el ordenador, primero estudiando una copia del expediente del ex de María que me había enviado el comisario Negrete  y  luego navegando por internet y cruzando los datos de todas las fábricas de placas solares con las imágenes del Google Maps. Como esperaba no había muchas fábricas de esas en la ciudad y solo una que estuviese cerca de una gasolinera de Cepsa. Con ayuda del Streetview seguí el camino que me había descrito Luz y tras un par de horas más conseguí encontrar un lugar que coincidía con lo que me había descrito la estríper.

Estaba deseando ir allí inmediatamente y echar un vistazo, pero tenía toda la tarde ocupada y pensándolo mejor, si quería esquivar a los guardias de seguridad de la urbanización, sería mejor hacerlo arropado por la oscuridad.

Odiaba toda aquella parafernalia. Lo peor del cáncer no era que te llevase al borde de la muerte, lo peor era que aunque estuvieses curado, ese pequeño defecto genético seguía ahí colgando como una espada de Damocles, amenazando con volver a reaparecer en cualquier momento. Así que, cada seis meses tenía una revisión. Cada seis meses me hacían una batería de pruebas y me decían que, por el momento, estaba sano.  Yo suspiraba profundamente y le daba las gracias al doctor antes de despedirme por otros seis meses.

—Bueno, Leandro. Los resultados del escáner son perfectos y los análisis no revelan ninguna anomalía. Estás totalmente sano. —dijo el doctor Morón cerrando el abultado dossier con las pruebas.

—Aleluya. —dije yo intentando adoptar una postura cómoda en aquella silla de diseño— ¿Ya puedo irme?

—Sé que esto no es nada agradable, pero solo  necesito un poco más de tu tiempo. Acabaremos rápido.

—De acuerdo. —respondí resignado— ¿Qué más quieres?

—Desnúdate de cintura para arriba y siéntate ahí. —respondió el doctor indicándome la camilla.

A continuación el matasanos  me tomó las constantes y comenzó a auscultarme mientras me hacía la serie de preguntas habituales, a las que yo repliqué con mis respuestas habituales.

—Bueno ¿Algo nuevo que no me hayas contado aun? —dijo el médico sacando el palo de helado de mi boca.

—No sé si significa algo, pero hoy me he despertado con una erección. —dije más bien con la intención de provocar al doctor que para informarlo.

—Estupendo, eso siempre es una buena noticia. —dijo el doctor acercándose al ordenador y tecleando un par de frases— Aprovecha y sácale brillo a al instrumento, que la vida son dos días.

—¿No me diga? —repliqué yo un poco cabreado por la inoportunidad del comentario.

El médico notó que había metido la pata y se apresuró a completar el resto de la exploración. Yo mantuve el aire hosco hasta que finalmente me despidió con una sonrisa  y me dijo que tuviese cuidado con los excesos.

En cuanto salí del hospital llamé al comisario Negrete. Con el mismo tono cascarrabias de siempre me dijo que el capitán Méndez era el encargado del caso del ex de María. Dijo que le había telefoneado y que hablaría conmigo. Al parecer habían detenido al ex de María con una mochila repleta de explosivos.

El comisario no lo sabía, pero el capitán me debía un favor como el globo terráqueo. Cuando estaba haciendo las pruebas para entrar en la brigada antiterrorista, le había pasado de tapadillo unos cuantos calmantes para permitirle pasar la última prueba con la rodilla hinchada como un botijo. Eso le permitió soportar el dolor y superar el periodo de adiestramiento.

Nunca le había pedido que me devolviese el favor y ahora había llegado el momento. La comisaría de Méndez no estaba muy lejos, así que decidí presentarme allí. Por experiencia, sabía que siempre era mejor reclamar las deudas en persona.  

—Lo siento tío. —respondió Méndez— Le detuvimos con una mochila repleta de explosivos plásticos, estamos aplicándole la ley antiterrorista. Nadie puede verle salvo nosotros.

—Está bien. —dije yo respirando profundamente— Os quedan poco más de veinticuatro horas y si no me equivoco, aun no os ha dicho nada.

—¿Cómo demonios lo sabes? —preguntó él sorprendido.

—Si no, no me lo hubieses prohibido tan tajantemente. —repliqué yo desenvolviendo un caramelo.

—Bueno, entonces no hace falta que te diga nada más.

—Vamos, ese tipo puede ser muchas cosas, pero ambos sabemos que no es un terrorista. He leído su expediente. Nunca he visto a ningún delincuente tan obsesionado por evitar cometer delitos mayores. Menudeo de drogas, hurto y robo sin violencia... siempre que hay un problema prefiere huir como un conejo que usar los puños.

—Ya veo, —dijo Méndez frunciendo el ceño— ahora es cuando me vas a proponer un trato.

—Exacto, el caso es que hay por ahí una célula terrorista esperando una nueva remesa de explosivos para perpetrar un atentado y ese Don Nadie de ahí, —dije señalando teatralmente la puerta de la sala de interrogatorios— aunque no sea un asesino de masas, puede tener información importante para  dar con esa célula.

—Ya, y ahora quieres que te deje entrar a charlar un rato con él y confiar en que luego me lo contarás todo.

—No, lo vamos a hacer aun mejor, tu podrás escuchar en directo, puedes dejar la cámara encendida.

—¿Cómo piensas hacer que hable?

—Eso es cosa mía. —respondí dirigiéndome a la puerta antes de que Méndez se lo pudiese pensar mejor.

No pude evitar un escalofrío al entrar en la sala de interrogatorios. Fría, aséptica, monocolor... Era igual que todas las que había frecuentado durante mi carrera. Lo único que las diferenciaba era el tipo que estaba sentado en la silla metálica, esperando poder librarse de la que le había caído, fuese inocente o no.

Le dije al tipo que estaba vigilando que Méndez quería verle y me senté con cuidado frente a Fernando. El tipo tenía un aspecto lamentable, se le notaba cansado y nervioso, pero el rictus de su boca identificaba su determinación de no soltar una sola palabra. Sabía que su vida le iba en ello.

—Hola Fernando, soy Leandro Smallbird. —empecé enseñándole el carnet de detective— Vengo de parte de tu exmujer.

—¿Un detective? —preguntó el hombre— ¿Para qué quiero un detective? Lo que necesito es un abogado.

—Vamos tío, no seas simple. Sabes que con el sueldo de tu exmujer contratar un abogado o un burro muerto tendrían el mismo efecto. —repliqué yo.

—¿Y tú, que puedes hacer por mí ?

—Puedo sacarte de este lío. Pero hay dos condiciones.

Fernando bufó por toda respuesta.

—Primero. No volverás a recurrir a María para salir de aprietos y menos a su dinero.

—Yo no...

—Segundo, vas a contarme toda la verdad, si me mientes en una sola cosa, ahí te quedas, haciéndole compañía a estos chavales tan majotes. —dije señalando con un dedo el espejo trucado que había empotrado en la pared, justo detrás de mí.

—¿Y la cámara? —dijo Fernando señalando la lucecita del instrumento.

—¿Eres inocente? ¿No?

—Claro que sí. —Respondió con vehemencia.

—Entonces no tienes nada que temer.

—Sé de sobra como funciona esto. Buscarán cualquier resquicio en mi declaración para colgarme el muerto.

—Por eso no te preocupes, esto no es un delito cualquiera, si hacen algo así, dejaran un grupo terrorista sin control, campando por ahí con sus bombas pret a porter. Además conozco a esa gente, he hecho un trato con ellos.

Fernando pareció pensárselo una eternidad antes de asentir con gesto de derrota. Sabía perfectamente que yo era su mejor y probablemente única oportunidad de salir de aquel lío.

—Está bien. ¿Qué quieres saber?

—Solo lo que pasó. —respondí con un gesto tranquilizador.

—No hay mucho que contar. —dijo él— Estaba en la estación del metro, ya sabes, me dirigía a...

—Fernando... —le reconvine con mirada seria.

—Está bien. Está bien. Estaba merodeando por la estación, intentando aprovechar la hora punta para robar alguna cartera a algún turista despistado.

—Eso está mejor, continúa, por favor.

—La verdad es que no había demasiado movimiento aquel día y estaba a punto de subir a un tren y cambiar de estación cuando apareció aquel tipo. Tenía pinta de pez gordo, vestido como un pincel y con unos modales un tanto envarados, pero llevaba algo que me llamó la atención. Llevaba una mochila  de camuflaje, grande y de aspecto pesado, colgada del hombro. Le seguí y vi como se paraba justo detrás de una columna y posaba la mochila a su lado.

—Me acerqué por su lado ciego y esperé pacientemente a un par de metros de distancia, simulando esperar el siguiente tren. Dos minutos después empezó a oírse el rumor del  convoy. Era el momento que estaba esperando. Como cualquiera, el desconocido no pudo evitar girar la cabeza en dirección al ruido y aproveché el momento para coger la mochila y salir corriendo.

—¿Qué hizo el hombre?

—Eso fue lo que más llamó mi atención. Esperaba oír pasos apresurados y gritos tras de mí, pero no oí nada. Por curiosidad eché un rápido vistazo a mis espaldas y vi al hombre parado, mirándome fijamente, quieto como una estatua, sin apartarse siquiera de la columna.

—¿Qué ocurrió después? —continué animándole a terminar.

—Salí corriendo con la mochila golpeándome la espalda y me hubiese salido bien si no hubiese sido por aquellos dos guardas de seguridad. Al girar la esquina a toda velocidad tropecé con ellos. Intenté disculparme y seguir mi camino, pero uno de ellos me había detenido recientemente por una pequeña  confusión sin importancia y al verme correr de esa manera decidieron detenerme y preguntarme por lo que llevaba en la mochila.

—Y vieron los explosivos...

—Créeme, yo fui el primer sorprendido. Si lo hubiese sabido, hubiese dejado la mochila en los servicios y me hubiese esfumado.

—Gran idea, dejar explosivos y detonadores en un lugar público para que cualquier zumbado pueda utilizarlos. —aquel hombre era idiota— Dime algo de aquel tipo, el lugar exacto dónde se colocó, su aspecto, algún detalle que nos sirva para identificarle.

—Era un hombre del montón. Moreno, delgado, alrededor de uno ochenta, vestía un traje hecho a medida de color gris y una visera que no le pegaba demasiado. No sé qué más decirte.

A continuación le pregunté por el lugar exacto dónde había cometido el robo y me lo describió con toda la precisión que pudo. Tras un par de minutos más de preguntas intrascendentes, en las que no logré averiguar nada más de relevancia, me levanté, dando por terminado el interrogatorio.

—Un momento, —dijo Fernando con gesto ansioso—¿Cuándo me vas a sacar de aquí?

—Tranquilo, solo es cuestión de tiempo. —respondí abandonando la sala de interrogatorios.

Cuando cerré la puerta, Méndez estaba esperando cruzado de brazos, con cara de fastidio.

—De nada. —le dije con sorna— Creo que deberías mirar las imágenes del metro y ver si vuestro "terrorista" consigue identificar al hombre de la mochila. No creo que sea muy difícil. Le he dicho que le conviene colaborar. No creo que tengáis problemas.

—Sabemos lo que tenemos que hacer. —replicó el capitán un poco picado por la facilidad con la que había conseguido convencer a aquel robaperas.

—Hazme un favor y mantenle en el trullo el mayor tiempo posible. Que sude un poco y piense que se la hemos jugado.

—No te preocupes, solo por obligarme a dejarte entrar ahí dentro, se las voy a hacer pasar moradas hasta que cumpla el plazo de detención. Y por cierto, —dijo mientras me daba la mano para despedirme— con esto estamos en paz.

—A mi me parece que más bien me debes otra, pero me conformaré con que me invites a un par de birras la próxima vez que nos veamos en una barra americana. —dije entre risas mientras tomaba el camino de la salida.

—Vete al cuerno Smallbird. —replicó Méndez a modo de despedida.

La noche era fría y sin luna, perfecta para un incursión. Estudiar el terreno que rodeaba la urbanización de John con el Google Earth había dado sus frutos y había encontrado una estrecha vereda que daba a la parte trasera del recinto de la urbanización. Era apenas un ligero rastro  que discurría entre una plantación de olivos, insuficiente para que pasase un coche, pero que no implicaría demasiada dificultad para mi Ducati.

La verdad es que podía haber ido en pleno día por la entrada principal y pedir una cita con aquel hombre, pero tal y como se comportaba, me daba la impresión que los métodos usuales no darían buen resultado. Si quería hablar con un tipo tan escurridizo sería mejor pillarlo desprevenido.

En poco más de media hora llegué a la entrada del camino. El tiempo estaba empeorando, un aire  frío estaba empezando a soplar, cada vez más insistente y empujaba pesados nubarrones en dirección este sin dejar escapar más que una gota aquí y otra allá, de momento. Cambié el mapa del motor, seleccionando el modo off road y me interné en el estrecho camino en segunda, procurando hacer el menor ruido posible.

Avancé a paso de tortuga, evitando piedras y con las luces apagadas, aprovechando la escasa luz nocturna y ayudándome de la brújula y el GPS del móvil para no perder el camino. Tras un cuarto de hora, llegué a la urbanización.

El recinto estaba rodeado por un muro sencillo de un metro y medio de altura, coronado por una alambrada. Apoyándome en el sillín de la moto me icé y con la ayuda de un cizalla que había traído, hice un agujero en la alambrada y me colé dentro.

En cuanto puse los pies en la acera miré a ambos lados buscando signos de haber sido descubierto. El lugar estaba desierto. Avancé en dirección a la casa de mi objetivo intentando esquivar los haces de luz de las farolas y aprovechando cualquier muro y obstáculo para agazaparme tras él. Siempre atento a cualquier ruido o movimiento.

La urbanización no era muy grande, apenas una docena de casas, pero todas respiraban exclusividad y dinero por los cuatro costados. Tal como había visto en la pantalla del ordenador, la de John era la finca más pequeña, aun así no podía imaginar el dinero que podía haber costado.

Me acerqué por un lateral, intentando encontrar un lugar por el que colarme, pero no encontré ningún resquicio. El dueño valoraba mucho su intimidad y no veía modo de entrar, así que, sin muchas esperanzas, decidí acercarme a la entrada principal. Cuando vi la puerta entreabierta, mi viejo instinto de policía se despertó al instante.

Entre sin quitarme los guantes. En ese momento eché de menos la pistola que había dejado con la placa de policía. Se me había pasado por la cabeza sacarme una licencia, pero la burocracia es tan espesa que desistí rápidamente. Total, ¿En qué lío podía meterme siguiendo a defraudadores de seguros y maridos puteros?

Con todos los sentidos alerta, entré en la finca. El edificio estaba totalmente a oscuras, con la puerta abierta de par en par. Entre en el chalet y en la penumbra pude ver que era tan espartano y minimalista como me lo había descrito Luz. Las ondas del agua de la piscina se reflejaban en el techo haciendo dibujos abstractos. Todo estaba aparentemente en orden. Un ligero chapoteo llamó mi atención. Era la toma de la depuradora de la piscina. Abrí el ventanal y me dirigí hacia el agua. Algo flotaba sobre ella. Me acerqué un poco más con un mal presentimiento. Un instante después estaba en el borde observando una figura vestida impecablemente, flotando boca abajo sobre el agua verdosa, rodeada con una pequeña mancha de sangre que se iba diluyendo poco a poco en el agua.

Me retiré un instante con la intención de sacarme la ropa e introducirme en el agua para asegurarme de que el tipo estaba muerto cuando un movimiento fugaz a mi espalda me puso en guardia. Me volví inmediatamente, solamente para ver como una figura se escurría hacia la parte posterior del edificio. Ya sé que debía haber salido de allí cagando melodías y avisar a la policía, pero el viejo instinto  se impuso sobre la lógica y fui tras aquella sombra desconocida.

El asesino dobló una esquina y se coló en una puerta que daba al garaje. Busqué un arma a mi alrededor y solo encontré un recogehojas. Aunque era mejor que nada, no por ello dejé de sentirme menos ridículo. Abrí la puerta con la punta de mi improvisada arma y eché un rápido vistazo.

El interior estaba tan limpio como el salón y vacio salvo por un 911 y un Ford GT brillando amenazadores con la escasa luz reinante. Entre la penumbra, pude distinguir en una de las paredes, una completa colección de herramientas, perfectamente ordenadas, brillando  tenuemente. Con el recogehojas preparado, entré en el local. Mala idea, antes de dar cinco pasos en el interior, un lacerante dolor en la nuca y la oscuridad me asaltaron sin que pudiese hacer nada para defenderme.

Una voz familiar me sacó de la inconsciencia. Abrí los ojos de mala gana, la cabeza me estallaba de dolor y todo daba vueltas en torno mío. Entre los destellos de las luces estroboscópicas de los coches patrulla aparcados alrededor del edificio, pude distinguir la sonriente cara de Arjona.

—Hombre, detective. Bienvenido al mundo de los vivos.

—Gracias,  Arjona. —dije intentando incorporarme sin éxito— ¿Qué ha pasado? —pregunté totalmente desorientado.

—Eso queríamos preguntarte a ti. Hay un muerto en la piscina y tú durmiendo la siesta en el garaje. —dijo Arjona sonriendo de nuevo— ¿Qué pasó? ¿Perdiste los nervios y lo mataste?

—No me hagas reír, Arjona, que me estalla la cabeza. Te tenía por un policía mejor. —Arjona siempre había sido un tipo listo, pero un poco vago y siempre buscaba la solución más fácil.

—Solo me limito a evaluar las pruebas y tras analizarlas, llegar a la conclusión más probable.

—Sí y lo más probable es que yo he entrado en la casa de ese desconocido, lo he matado sin motivo alguno y luego me he golpeado en la nuca porque no se me ocurre otra manera de esperar a que vinieseis a detenerme.

—Reconozco que aun queda algún dato que confirmar...

—Vamos, eso no te lo crees ni tú. —le interrumpí— ¿Qué pasa? ¿Todavía estas enfadado por obligarte a ver todas aquellas películas de gays?

Arjona torció el gesto, recordando el caso de aquel friki, autor de relatos guarros y películas porno caseras y estaba a punto de sacudirme un puñetazo cuando apareció una joven enfermera interponiéndose entre nosotros.

—Por favor, detective. Este hombre ha sufrido una contusión grave y tenemos que llevárnoslo. —dijo la mujer examinando con cuidado el prominente chichón detrás de mi oreja.

—¡Pero es el testigo de un asesinato! —intentó protestar Arjona.

—Lo entiendo, pero el muerto no va a irse a ningún sitio y este hombre podría sufrir una crisis. —replicó la enfermera inspeccionándome los ojos con una linterna y haciéndome las típicas preguntas de "¿Cómo te llamas?" " ¿A qué te dedicas?" o "¿Quién es el presidente del gobierno?"

Yo, a pesar del dolor de cabeza y el mareo conseguí responder a las dos primeras preguntas arreglándome para hacer un corte de mangas a Arjona. De la tercera, nadie en este país conocía la respuesta.

En dos minutos llegaron dos esforzados camilleros que me pusieron un aparatoso collarín  y me ayudaron a subir a una camilla. Antes de que me sacasen me despedí con un guiño de un evidentemente frustrado Arjona mientras le animaba a trabajar un poco.

Cuando llegamos a urgencias, por fin un médico me dio algo para transformar mi agudo dolor de cabeza en una lejana molestia. Tras hacerme una radiografía y cerciorarse de que mi cráneo seguía intacto me dejaron en una pequeña habitación donde estaría en observación durante cuarenta y ocho horas. El aburrimiento y las drogas consiguieron que me quedase casi inmediatamente dormido.

No había manera de despertar un día sin dolor de cabeza. La enfermera había entrado en la habitación a eso de las ocho de la mañana como uno de los secuaces de Atila. Encendiendo luces y pegando gritos. La típica y estúpida frase de "¿Cómo nos encontramos hoy?" hizo que tuviese que tragarme un áspero insulto. El chichón latía dolorosamente detrás de mi oreja mientras la mujer me tomaba las constantes vitales y me sacaba otra muestra de sangre.

Independientemente de mis deseos, la mujer subió la persiana y dejó que la luz del sol penetrase en la habitación, deslumbrándome y acabando con mis últimas esperanzas de seguir durmiendo. Afortunadamente, también traía consigo una colección de pastillas de colores para mí. Apenas había acabado de tomarlas cuando un par de auxiliares todavía más gritonas que la enfermera entraron parloteando como cacatúas en la habitación y me dejaron un sustancioso desayuno.

Comí el racimo de uvas, la leche aguada y las dos galletas integrales que sabían a esparto sin poder dejar de compadecerme de los pacientes que se veían obligados a pasar en aquel lugar varios meses seguidos.

Media hora después, las cacatúas volvieron taconeando con sus zuecos y hablando del último capítulo del Sálvame mientras recogían los restos del desayuno y adecentaban un poco mi habitación. Cuando salieron, creí que por fin podría descansar, pero a los pocos minutos apareció un médico con pinta de estar muy ocupado.

La mirada de desinterés que hecho a mi historial me tranquilizó. Después de haber sufrido un cáncer, aprendías a interpretar el pronóstico solo con el lenguaje corporal de la gente que te atendía.

Durante un instante el Doctor Juárez me hizo un rápido examen ocular y de mis reflejos y con una sonrisa de satisfacción me dijo que estaba evolucionando favorablemente. Tras asegurarme que estaría fuera antes de veinticuatro horas se despidió y me dejó al fin en soledad.

Por fin estaba solo. Cogiendo una revista que alguien debía haber dejado allí aquella noche me dirigí al tigre. La cabeza aun me dolía un poco, pero conseguí moverme por la habitación con paso bastante más firme de lo que esperaba. Mientras leía la revista sentado en el trono, no dejaba de pensar en el cuerpo de aquel hombre flotando en la piscina. ¿Quién podría haberle matado? ¿Tendría que ver con alguna de mis clientas? Aquel caso se acababa para mí justo cuando se ponía interesante.

Intentando pensar una manera de poder quedarme con al menos una parte de los adelantos que había recibido por investigar el caso, bajé la persiana y me dispuse a dormir una merecida siesta cochinera.

Cuando volví a despertarme me sentía bastante mejor. Abrí los ojos y me encontré los ojos claros y preocupados de María fijos en mí. Cuando se dio cuenta de que volvía a estar consciente no pudo evitar darme un maternal abrazo.

—Gracias a Dios. Estaba preocupadísima. Aunque me han dicho que estás aquí por precaución, no me fio de esos matasanos. Vine anoche en cuanto me enteré. Ya estabas sedado, pero de todas maneras pasé un par de horas hasta asegurarme de que estabas bien.—dijo ella casi sin respirar y ahogándome con sus enormes pechos— ¿Cómo te encuentras?

—Bien, bien. Solo ha sido un golpe. El tipo que me sacudió solo quería noquearme.

—¡Qué bien! Ahora estoy más tranquila. Las flores y los caramelos son míos. —dijo señalando los regalos que estaban colocados en la pequeña mesa a la derecha de mi cama.

—Gracias, pero no tendrías que desperdiciar tu escaso sueldo en estas cosas. —dije metiéndome uno en la boca.

—Oh, no es nada, sobre todo comparado con lo que estás haciendo por mí. —dijo ella con mirada expectante.

—¡Ah! Sí. Hablé ayer con tu ex. No te voy a contar los pormenores del caso, pero tenías razón en parte en que era una confusión. Creo que si colabora saldrá bastante bien parado.

—¡Gracias, jefe! —exclamó María volviendo a ponerme las tetas sobre la cara— No sé cómo te lo voy a pagar.

—Créeme, no ha sido nada. Lo único que te pido es que no te dejes embaucar otra vez por ese idiota y no le permitas entrar otra vez en tu vida.

—Te lo prometo, lo único que quería era que no se pudriese en la cárcel.

—Perfecto, ahora vete, aquí no haces nada. Tomate el día libre, vete de compras o a tomar un café con las amigas.

—De acuerdo, jefe. —dijo la mujer con una sonrisa.

—Por cierto, antes de irte, ¿Puedes hacerme una foto del chichón?— le pedí girando con delicadeza la cabeza.

María cogió su enorme móvil y sacó varias fotos. Cuando me las enseñó observé durante un instante el feo huevo que tenía tras la oreja. La piel estaba tensa y amoratada y una pequeña herida en forma de "T", como la del rótulo de un establecimiento, marcaba la zona exacta del impacto. No creí que me fuese a ser de utilidad, pero nunca se sabía. Tras echarle un último vistazo, le devolví el móvil a María y la dejé marchar, dispuesto a descansar un rato por fin.

En ese momento la puerta se abrió y Carmen entró en la habitación.

—Hola Carmen. —le saludé— ¿Vienes a interrogar a tu principal sospechoso?

—Vamos, Smallbird. Sabes perfectamente que eso fue una tontería de Arjona. Estoy convencida de que tenías una razón perfectamente lógica para estar allí y que me la vas a contar ahora mismo.

—De acuerdo, teniente, no tengo nada que ocultar.

—Bueno, antes de nada. ¿Qué tal te encuentras?

—Me duele la cabeza y llevó desde las siete de la mañana intentando dormir una siesta sin éxito, pero por lo demás no hay queja. —respondí exagerando un poco— El médico me ha dicho que en un día estaré fuera. Por cierto, ¿Quién me encontró?

—Uno de los vigilantes que estaba de ronda vio la puerta de entrada abierta. Al llamar al timbre sin obtener respuesta, entró y vio el cadáver de la piscina. Llamó a la policía y al poco de llegar,  Arjona te descubrió mientras se cercioraba de que no había nadie más en la casa.

—En fin, podía haber sido peor. ¿Qué es lo que quieres saber?

—Vayamos directos al grano. ¿Puedes contarme qué demonios ha pasado?—preguntó Carmen acercando una silla a la cama y sentándose en ella.

—Me temo que no voy a poder contarte demasiado. —respondí yo levantando el respaldo de la cama con un mando y poder así mirar a Carmen a los ojos.

—¿Puedes decirme al menos quién es ese hombre?

—Ni idea, en realidad creí que tú podrías averiguarlo. ¿No sabéis quién es el dueño de la propiedad?

—La casa está a nombre de un Holding con sede en Gibraltar. Cuando intentamos profundizar un poco más nos encontramos que las propietarias son varias empresas con sede en las islas del canal y otros paraísos fiscales, que evidentemente se han amparado en el secreto profesional para no decir ni pío.

—Pues lo único que sé de él es que se hace llamar John, que le gustan las putas caras y la música clásica...

A continuación le conté todo lo que había pasado en los últimos días, evitando nombrar a mis clientes a pesar de las presiones e insultos de Carmen. Tras hacerme varias preguntas más para puntualizar algún detalle y cerciorarse de que no le ocultaba nada importante, dio por terminado el interrogatorio.

—Por cierto. Mi moto...

—La encontramos esta mañana cuando buscábamos pruebas en los alrededores. La detective Viñales la vio apoyada contra el muro de la urbanización. Está en el depósito. Puedes ir a recogerla cuando quieras.

—Gracias, Carmen. —le dije sinceramente agradecido— Ahora ella es la única mujer que hay en mi vida. Si me faltase...

—No seas payaso, Smallbird. —dijo la teniente con un bufido— Y te recuerdo que tu caso ha terminado, no quiero verte husmeando por ahí y entorpeciendo mis movimientos.

—Desde luego. Ahora eres tú la que mandas. —respondí señalando la placa de teniente que llevaba prendida al cinturón. La placa que había llevado yo durante casi siete años hasta que el maldito tabaco me la arrebató— Aunque por lo que veo no tienes mucho por dónde empezar. ¿No hay imágenes de la urbanización la noche del asesinato?

—Parece ser que los vecinos son muy celosos de su intimidad y, tras un incidente en el que uno de ellos apareció en un programa de cotilleos poniendo los cuernos a su mujer con una jovencita pechugona, las retiraron todas. Ahora deja de hacer preguntas. No me obligues a tomar medidas extremas.

Tras darme un maternal beso en la frente y desearme lo mejor, salió de la habitación sin darse la vuelta. Carmen era una policía aguda y eficiente. A pesar de que podía sentir la tensión que estaba sufriendo en el nuevo cargo, estaba seguro que la división de homicidios seguiría funcionando tan bien como lo hacía cuando estaba yo al mando. Con un suspiro, no pude evitar pensar en todos los casos que habían pasado por mis manos mientras estuve al frente de la sección. Y no pude dejar de sentir un poco de envidia; aquel caso era un verdadero desafío. Solo el de aquel escritor de novelas porno baratas parecía tan interesante como este. Y yo debería mantenerme al margen.

Poniendo los brazos tras la cabeza me dije que ahora no era asunto mío. Así que al día siguiente haría los informes para mis clientas y cerraría el caso. No podía quejarme, con lo que había sacado a las dos mujeres tendría suficiente para mantener la agencia un par de meses más hasta que llegase la primavera y con ella los accidentes y las infidelidades.

Tras insistir un poco y firmar un par de papeles que eximían de toda responsabilidad a los facultativos, aquella misma noche  me dieron el alta.  Pensé en recoger mi moto, pero aun notaba el efecto de las drogas en mi cuerpo y preferí dejarlo para el día siguiente. Luego pensé en irme a casa a dormir, pero me había pasado las últimas treinta y seis horas durmiendo así que sabía que no iba a pegar ojo. El ir de borrachera tampoco me pareció muy prudente después de haber sufrido una contusión de consideración. Como no me quedaba otra, cogí un taxi y me fui directamente a la oficina dispuesto a aprovechar el insomnio para hacer los informes pendientes.

Mi despacho estaba tan polvoriento y desordenado como siempre, contrastando vivamente con el espacio que ocupaba María en recepción. La secretaría me había dejado los datos de los dos casos cuidadosamente apilados al lado de su ordenador. Los cogí de su mesa y los llevé a mi despacho. A continuación abrí el ordenador y letra a letra comencé a redactar el informe para Svetlana y para Luz.

Me iba más o menos por la mitad, cuando oí como la puerta de la agencia se abría. Sin dejar de fijar la vista en la puerta de mi despacho y cagándome en mi estupidez al no haber cerrado la puerta, revolví en el cajón de mi escritorio, buscando el abrecartas de plata, obsequio de una clienta agradecida y me preparé para repeler a cualquier agresor.

La puerta del despacho se abrió y yo solté el abrecartas, sintiéndome ridículo al ver a Svetlana entrar por la puerta con una gabardina ceñida estrechamente a su talle.

—Hola, detective. —saludó con un gesto triste— He visto la luz en la ventana del despacho y he decidido entrar y charlar un rato.

Su voz era suave y acariciadora como siempre, pero la mujer no podía evitar que trasluciese su tristeza. Ya sabía que John había muerto.

—Sí, he visto su foto en los periódicos —dijo sentándose frente a mí y cruzando las piernas, permitiendo que pudiese ver una buena porción de ellas a través de la abertura de la gabardina.

—Lo siento mucho. Llegué tarde. No pude hacer nada por él. —dije yo— Precisamente estaba con el informe del caso. Mañana lo tendrás listo y podremos cerrar el caso. Siento que haya acabado así.

—La verdad es que he venido porque quiero contratarte otra vez...

—Creo que sé lo que me vas a pedir y esta vez te lo digo en serio, no es buena idea. —le dije a modo de advertencia.

—Quiero que encuentres a la persona que lo mató.

—Vamos, Svetlana. Sabes perfectamente que ese caso lo lleva la policía. Ellos lo resolverán y gratis.

—No me fio de los madeross —el rencor hizo que aflorase el acento eslavo de sus bonitos labios— Sabes tan bien como yo que no hay muchas posibilidades de que encuentren al causante de la muerte de John. Lo más probable es que le den unas cuantas vueltas hasta que los periódicos se olviden y luego le darán carpetazo.

—Svetlana esto no es Europa del Este, aquí la policía resuelve los casos...

Sin decir nada más, la mujer abrió el bolso y dejó un fajo de billetes de cien sobre mi escritorio.

—Ahí hay diez mil y recibirás otros treinta mil más cuando encuentres al asesino... y lo mates. —dijo la rubia levantándose.

—No sé quién crees que soy, pero...

Las palabras se quedaron atascadas en mi garganta. Con un movimiento rápido la escort se había quitado la gabardina, dejándola caer a sus pies y mostrando un cuerpo fascinante, adornado por un conjunto de lencería no menos espectacular.

Antes de que pudiese decir nada, se inclinó sobre mí y puso unos dedos largos y finos sobre mis labios. Yo callé y miré los pechos de la joven, grandes y pesados balanceándose y pugnando por salir del delicado bordado del sostén.

La mujer se irguió frente a mí, encaramada en aquellos vertiginosos tacones, dejando que la repasase aquellos deliciosos pies, subiendo por aquellas piernas envueltas en unas medias sin costura y siguiéndolas hasta los muslos. Admiré como las trabillas del liguero estiraban  el elástico de las medias un instante antes de intentar entrever su pubis a través del complicado bordado de su tanga.

Intentando fingir al menos un poco de indiferencia, observé el delicado hueco de su ombligo, su vientre plano... pensando que hasta la forma en la que sus costillas se marcaban en la piel era excitante.

Cuando llegué a los pechos, la mujer se los estaba acariciando con suavidad por encima del sujetador y en cuanto se dio cuenta de que se los estaba mirando con el dedo corazón rodeó el tirante y se bajó una de las copas, permitiendo que viese el pecho grande y turgente con el pezón rosado y la areola del tamaño de una moneda de dos euros.

Una uña larga y afilada de color rosa palo rozó la areola que enseguida se contrajo y se endureció junto con el pezón.

Sobreponiéndome, seguí subiendo y observé su cuello largo y delicado, pálido como el de un cisne, su mentón cuadrado, sus labios gruesos pintados del mismo tono que las uñas y brillantes como si estuviese pasando su lengua continuamente por ellos.

Su nariz pequeña y ligeramente respingona me apuntaba con superioridad y sus ojos grandes y claros, a pesar de que intentaban ser dulces y excitantes, hacían exactamente los mismo.

Apenas llegué a admirar su cabellera rubia, larga y lacia porque Svetlana se arrodilló frente a mí y me acarició con suavidad el paquete.

Podría decir que me resistí heroicamente todo lo que pude. Aunque teniendo en cuenta que no tenía contacto con una mujer desde hacía meses debieron de ser un eterno  par de centésimas de segundo.

La prostituta sonrió mostrando unos dientes regulares y blancos como perlas mientras me abría la bragueta.

Sí, ya sé que podía haber hablado. Podía haberle dicho que no pensaba matar a nadie. Pero al final hice lo que todo hombre hubiese hecho en mi caso; cerrar la boca y observar alucinado como la mujer más hermosa que había visto en mi vida cogía mi polla y besaba con suavidad la punta de mi glande.

Increíblemente estaba tan descolocado que tarde unos segundos en sentir nada. Svetlana parecía ser consciente del efecto que causaba y sin dejar de escrutar mi rostro se metió parte de mi polla en su boca.

Agarrando el tallo de mi miembro empezó a subir y bajar con sus labios, chupando con suavidad y acariciando la parte inferior de él con su lengua.

En ese momento empecé a entender la diferencia entre una puta normal y una de lujo, Svetlana no se apresuraba. El placer era intenso, pero ella lo manejaba con habilidad, llevándome al borde del orgasmo una y otra vez antes de retirarse para darme un respiro, en vez de acelerar el ritmo y acabar lo antes posible. En cuanto me veía suspirar de alivio, volvía de nuevo, lamía con suavidad el tronco de mi polla y saboreaba mi glande como si fuese una fruta exquisita hasta que finalmente se  metía el pene entero en la boca y comenzaba de nuevo a chupar.

Mientras me acercaba al clímax de nuevo, no pude evitar pensar que aquella mujer valía hasta el último euro de su costoso caché. Cuando la mujer me dio un último y profundo chupetón no aguanté más y eyaculé en su boca, uno tras otro, repetidos chorros de semen.

Svetlana no demostró enfado por haberme corrido en su boca y se tragó toda mi semilla chupando para apurar hasta la última gota de mi orgasmo sin dejar de mirarme a los ojos.

Sin cambiar su gesto me volvió a colocar los pantalones, se arregló el pintalabios en un pequeño espejito y echando un último vistazo al dinero para recordarme el trato abandonó el despacho.

La observé alejarse con la gabardina sobre el hombro, recreándome en aquel culo tembloroso y en aquellas piernas largas, esbeltas y firmes. Y no pude contenerme:

—Por cierto. Una última pregunta.

Ella se volvió arqueando una ceja. Sus pechos se agitaron dentro del sujetador al girarse bruscamente, provocándome otro latigazo de deseo.

—¿Dónde estabas la tarde noche de antes de ayer?

Svtlana, para mi placer, me miró fijamente echando chispas por los ojos.

—¡Vete a la mierda! —exclamó abandonando la oficina de un sonoro portazo.

¡Joder que manera de chuparla! —pensé aun temblando y cubierto de sudor— Pasándome la mano por la cara me di cuenta de que desde que había empezado aquel jodido caso me sentía vivo de nuevo. Seguiría investigando. Aunque no era lo suficientemente idiota para matar por un polvo, aquel dinero me vendría bien y si la mujer quería averiguar quién había asesinado a ese hombre, lo haría. Aunque no fuese un teniente de policía, aun podía poner en práctica más de un viejo truco.

Tarde veinte minutos en recuperar el uso de las piernas lo suficiente para poder dirigirme a casa. Aquella noche dormí como un bebé sin necesidad de emborracharme antes.

Esta nueva serie de Smallbird consta de 18 capítulos. Publicaré uno  a la semana. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

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