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World Wildlife Zombie IX

en Grandes Series

Fuencarral. Veinticuatro de julio, 19.15 h

 

—¿Quién diablos sois vosotros? ¿Eso es una cámara?—dijo Fele al entrar en el Humvee y no ver los esperados uniformes de la UME.

—Agustina Juárez y Alberto Yeres,  periodistas. —dijo Agustina engranando la marcha atrás y pisando el acelerador a fondo para salir de allí sin preocuparse de cuantos cuerpos aplastaba.

—¿Qué hacéis aquí? Se supone que esta zona está en cuarentena.

—Bueno, lo mismo podría preguntaros a vosotros. —replicó ella con desparpajo.

—Necesitamos este vehículo... —empezó a decir Fele.

—Y yo necesito una noticia —le interrumpió Agustina antes de que aquel hombre se atreviese a confiscarle el Humvee.

—Estamos en misión oficial...— intentó justificarse el sargento.

—Por las pintas que lleváis, bien podríais estar de camino al  carnaval de Tenerife. —dijo ella tan obstinada como siempre— Así que, si no tenéis  una orden judicial no tenéis nada que hacer. Aunque quisiera, el vehículo es propiedad de la empresa Mediaset y no tengo autorización para dejárselo a nadie. Eso sí,  podría llevaros  a dónde quisieseis, incluso os dejo conducir.

Fele sospesó la oferta detenidamente mientras se alejaban del tumulto a toda velocidad. La verdad es que podía mandar a la mujer que  les dejase delante de un coche cualquiera, pero perderían mucho tiempo entrando en él y haciéndole el puente y nunca sería mejor que aquel tanque.

—Está bien. —respondió Fele— Pero yo conduzco y tú me prometes que no vas a enviar lo que grabes hasta que yo no haya informado a mis superiores.

—Perfecto —respondió Agustina con una sonrisa frenando en seco el todoterreno, cediéndole el volante a  Fele y sentándose al lado del padre Matiacci que no pudo evitar una mirada nada casta al escote de la joven.

Fele arrancó el Humvee con suavidad y se dirigió hacia el sur ignorando semáforos y señales mientras el cámara gordito no paraba de enfocar a todas partes desde el asiento del acompañante y la morena con figura de diosa no paraba de cascar y hacer preguntas.

—Y usted padre, ¿No cree que hay mejores cosas que hacer? ¿Qué lee?

El padre Matiacci levantó los ojos del texto y le mostró la portada del libro con la esperanza de que la joven se callara obviamente sin resultado alguno.

—Malleus Maleficarum —leyó Agustina—¡Joder! El martillo de las brujas. ¿En serió cree que dentro de un libro escrito en el siglo quince por dos misóginos reaccionarios es la solución a todo esto?

—Reconozco que no es un dechado de virtudes y modernidad, de hecho hacia más de veinte años que no le echaba un vistazo, por eso estoy repasando algunos pasajes. —replicó el cura un poco exasperado por la interrupción—  Dado el origen de este... suceso  me parece que es la única fuente de dónde podemos sacar una solución.

—¿Estáis diciendo que el gobierno sabe el origen de todo este pandemonio? —preguntó Agustina llamando la atención de Alberto para que  tomase un primer plano del padre Matiacci— como representante de la prensa y de la libertad de información exijo saberlo.

—No te preocupes —dijo Fele dando un volantazo y metiéndose por la M30 en dirección contraria, pronto lo averiguarás.

Afortunadamente sabían dónde buscar y tenían un tanque, así que Fele no pensaba andarse con sutilezas. Se salió por el cruce de Las Ventas y dejando la entrada del cementerio a la derecha avanzó por la Avenida Daroca un poco más despacio, pero no demasiado, para evitar que la masa de zombis que se abalanzaba dejándose atropellar no interrumpiera su avance.

Pasaron  por el sitio  dónde habían  abandonado apuradamente el cementerio hacia menos de  veinticuatro horas  y no pudieron evitar un repelús. Uno de los zombis dio un salto  y se agarró al espejo retrovisor del Humvee manoteando  el cristal y aullando enloquecido.  Alberto gritó y Agustina casi se meo en las bragas del susto, pero los policías ni se inmutaron. Reinaldo bajó la ventanilla de su puerta y sacando la Katana le cortó el brazo a aquella bestia a la altura del hombro. El zombi intentó agarrarse con la otra mano a cualquier superficie del todoterreno pero falló y se escurrió bajo las ruedas. El Humvee rodó  por encima del cuerpo aplastando su torso.

—Bueno, creo que era más o menos por aquí. ¡Agarraos! —dijo Fele abriéndose para luego apretar el pedal del acelerador a fondo  girando el volante hacia el muro del cementerio.

El impacto hizo tambalear los dientes de todos los pasajeros, pero el muro, víctima de largos años de abandono no resistió el impacto y se desmoronó sin producir más daños al vehículo que un faro roto y el parabrisas del lado de Alberto astillado.

El sargento no se detuvo a hacer un control de daños y giró a la derecha embistiendo tumbas y panteones a toda velocidad hasta llegar a una de las avenidas dónde paró un instante para orientarse.

—¡Tranquilo tío! —dijo la reportera— Se supone que debo devolverlo de una pieza.

El cementerio estaba casi vacío de zombis. Solo los cuerpos que estaban demasiado deteriorados para poder trepar por la pared se habían quedado dentro. Disponían de unos minutos antes de que el estruendo atrajese a los que estaban fuera y Fele no pensaba desperdiciarlos.

Ignorando a Agustina, avanzó  unos segundos intentando recordar algo que le sirviese de pista y no tardó en encontrarlo. Dando un volantazo, giró a la izquierda y se internó entre las tumbas destrozando las pocas que habían quedado intactas por la explosión de energía sobrenatural.

Menos de un minuto más tarde el montón de flores que delataba la situación de la tumba  estaba a  la vista. Fele sonrió y apretó un poco más a fondo el acelerador con su meta ya a la vista. Paró  a diez metros del panteón y salió flanqueado por sus dos compañeros mientras el resto se quedaba en el vehículo esperando a que asegurasen la zona.

Apenas habían puesto el pie en el suelo cuando dos siluetas se abalanzaron sobre ellos. Reinaldo y  Fredo no tuvieron que emplearse a fondo ya que aquellos zombis no eran más que despojos polvorientos pero  la distracción casi les hizo perderse la figura oscura que salía corriendo del lugar dónde estaba el panteón con un bulto en los brazos.

—¡Se lleva el libro! —Gritó el padre señalándole.

Fele no se lo pensó y salió corriendo tras el ladrón. El tipo estaba en forma, pero el bulto que llevaba parecía bastante pesado  con lo que se fue acercando rápidamente. Un zombi apareció por la derecha del hombre y este tuvo que parar un instante para derribarle de un golpe con el libro. Intentó  echar a correr de nuevo, pero Fele se lanzó en plancha y lo tiró al suelo de bruces.

—Estás detenido. —dijo Fele dando la vuelta al desconocido.

—Pero que cojones, ¡Nuno! —dijo sorprendido al verle la cara.

Nuno no se paró a darle explicaciones a Fele y le dio un puñetazo a su sorprendida cara. A continuación salió corriendo a toda velocidad.

—¡Nuno! —gritó Fele.

Nuno se dio la vuelta automáticamente al oír su nombre y esa fue su perdición. Al girarse de nuevo para continuar corriendo apareció el todoterreno  a su lado. Agustina solo tuvo que abrir la puerta para derribar a Nuno que estaba de espaldas a ella.

***

 

Escotofia miró el reloj impaciente y echó un vistazo rápido  desde detrás de una lápida. Nuno ya debería estar de vuelta con el libro. Después de maldecirse por haber perdido el tiempo de una manera tan estúpida salió de su escondite para intentar averiguar algo.

Se acercó solo un momento en la dirección en la que el GEO se había ido, pero en cuanto vio el todoterreno parado con tres tipos intentando meter a Nuno  en él, supo que estaba todo perdido. Se dio la vuelta lo más rápido que pudo para dirigirse hacia el coche, pero por el rabillo  del ojo vio como un hombre con alzacuello saltaba del vehículo y señalándole salía corriendo tras ella.

***

 

—¿Quién es esa?  —dijo el padre Matiacci saliendo del coche en pos de Escotofia que escapaba a la carrera—¡Detenedla!

—Fredo, cubre al padre Matiacci —dijo Fele mientras porfiaba para meter a Nuno en el Humvee.

La mujer intentó zafarse, pero el padre, a pesar de su edad se mantenía en una forma envidiable y esquivando algún que otro zombi que Fredo se encargó de ultimar, logró asir a la mujer por un brazo antes de que pudiese encaramarse a  las tumbas que le servirían para saltar el muro.

La mujer intentó revolverse y empezó un  conjuro pero el inquisidor no le dejó terminar y le arreó un puñetazo haciendo que cayese al suelo atontada.

Antes de que pudiese recuperarse, el inquisidor sacó un pañuelo de su bolsillo,  se lo metió a la mujer en la boca y le ató las manos a la espalda con unas bridas sin dejar de murmurar oraciones en latín.

—¿No ha sido un poco brusco padre? —pregunto Fredo cuando llegó a su lado—¿Qué hay de lo de poner la otra mejilla?

—Eso se lo dejo al Papa y a sus excelencias del colegio cardenalicio que se lo pueden permitir. La lucha contra brujas y demonios no  me permite ser  compasivo. —respondió el  padre levantando a una Escotofia dolorida pero no  derrotada.

—¡Perfecto! —exclamó Fele— ¿Estamos todos?

Sin esperar una respuesta  Fele arrancó levantando una nube de polvo y huesos podridos y se dirigió a la brecha que habían hecho en el muro. Mientras tanto respondía las preguntas que le hacía Agustina rellenando los huecos que le faltaban para comprender lo ocurrido.

Salieron por la brecha del muro atropellando a los zombis que empezaban a acudir buscando la fuente del alboroto.

—¡Eh tío! —dijo Reinaldo al oído de Fele—Nos olvidamos de los voluntarios.

—Coño, es verdad —respondió el sargento frenando en seco.

En cuanto el vehículo se detuvo Fredo y Reinaldo saltaron del Humvee y se acercaron al primer zombi que vieron. Tal como habían planeado, Fredo hizo de señuelo y mientras el zombi se abalanzaba sobre él y le mordía la armadura el novato le cogía los brazos y se los ataba a la espalda con una brida. A continuación cogieron la cinta americana y le envolvieron con ella hasta convertirlo en una momia que se retorcía en el suelo.

El siguiente en caer fue uno  del tamaño de un jugador de baloncesto, lo  derribaron con un golpe en la rodilla, lo tumbaron de cara al suelo y lo inmovilizaron.

Diez segundos después, otros tres zombis más se dieron cuenta de su presencia y se acercaron babeando aullantes. Con una sonrisa, los dos hombres, con el cupo ya cubierto, se despacharon a gusto arrancando brazos y machacando cabezas hasta que las criaturas quedaron reducidas a pulpa.

Se hubiesen quedado un rato más, pero las ordenes de Fele fueron perentorias y cogiendo un paquete cada uno los arrastraron hasta el todoterreno  y los cargaron en la parte trasera donde ya esperaban Nuno y la bruja.

Era noche cerrada cuando llegaron al Escorial. La señora ministra ya estaba esperando a las puertas del palacio. Fele la observó con detenimiento. Tenía el gesto cansado, pero en sus rasgos se podía adivinar la determinación que le había llevado hasta allí. Una ráfaga de aire frío proveniente de la montaña atravesó la plaza y le hizo abrazarse el torso con un gesto de disgusto.

Sin quitarle los ojos de encima, Fele se acercó con el libro de conjuros bajo el brazo y le hizo un rápido informe de la situación. A Clara no le gustó nada ver a Agustina saliendo del coche con sus vaqueros ajustados y su juventud insultante y aun menos el trato al que Fele había llegado con ella, pero reconoció a regañadientes que no había tenido  margen de maniobra.

—Necesito un lugar seguro para interrogar a la mujer y a los otros dos individuos. —dijo  el padre Matiacci acercándose a la pareja cuando terminaron de hablar—Si no le importa me los llevaré a una de las celdas del monasterio. Según me han informado, mi congregación aun tiene un lugar dedicado a los interrogatorios.

—¿Ahora piensa someterlos a tortura? —dijo la ministra  sin creer lo que estaba oyendo— Padre Matiacci, el gobierno español agradece la prontitud con la que el vaticano le ha enviado para ayudarnos, pero me temo que no puedo dejarle la tutela de los detenidos, aunque podrá estar presente en el interrogatorios.

—¿Y el libro? —preguntó Matiacci— Estoy seguro de que el Papa le agradecerá y se sentirá en deuda con usted si nos lo cede para la biblioteca vaticana.

—Eso tendré que discutirlo con el presidente, yo no tengo potestad, pero supongo que tras haberlo analizado podremos llegar  a un acuerdo satisfactorio para ambas partes. De momento voy a mandar hacer unas copias para que lo estudie. Estamos muy interesados en su opinión.

El padre Matiacci asintió con la cabeza y se alejó con  evidente cara de disgusto camino del monasterio para echar una cabezadita antes de que al día siguiente comenzasen los interrogatorios.

Fele dio órdenes a Fredo y a Reinaldo para que acomodasen a los detenidos y los zombis  y se iba a alejar con la ministra cuando se les acercaron los dos periodistas.

—Señora ministra, ahora que tienen a los causantes de todo este lío ¿Que piensan hacer con ellos? —dijo Agustina pegando la alcachofa a la boca de Clara.

—Ahora no, señorita...

—Juárez, Agustina Juárez.

—De momento no hay declaraciones y le anticipo que si publica el origen de esta desagradable situación el gobierno lo negará.

—Pero, los ciudadanos deben ser informados...

—Sí, pero esos ciudadanos no lo entenderían y probablemente se produciría una caza de brujas. Puede decir que estamos tras la pista de los culpables y que estamos investigando las circunstancias en las que se ha producido este desastre. —dijo Clara intentando convencer a la joven.

—Y que gano a cambio de colaborar. —preguntó la reportera en plan gallito.

—Que no te eche a patadas de aquí. —dijo la ministra empezando a perder la paciencia— Sargento llévese a los dos de aquí  y alójelos en el gimnasio. Si dan el más mínimo problema o desobedecen una orden tiene mi permiso para echarlos.

Palacio del Escorial. Veinticinco de julio, 6.15h

 

Fele despertó al alba y tras pegarse una ducha rápida se dirigió al área de detención que habían habilitado sus compañeros. La verdad es que no habían pensado demasiado y habían usado las antiguas mazmorras que había en los sótanos del palacio.

Como en toda construcción del siglo dieciséis, los calabozos no eran precisamente cómodos. Eran húmedos, fríos, oscuros y apenas tenían mobiliario. En una de las celdas habían depositado a los zombis aun atados y amordazados, en otra a los dos imbéciles para que se hiciesen compañía y en la última a la bruja mientras que a Nuno le habían llevado a los cuarteles de la guardia y había quedado esposado a un radiador hasta que se le pasase la tontería.

Cuando llegó a la puerta el legado papal ya estaba esperando. Observaba a la mujer a través de la estrecha mirilla. Tras saludarse Fele hizo un gesto a un policía nacional que había pasado la noche de guardia para que abriese la puerta.

—Hola —saludó Fele con una sonrisa— ¿Qué tal ha pasado la noche?

—Bien, gracias. —respondió ella— La manta picaba un poco y el colchón no era muy cómodo, pero no hay queja.

Los cercos que presentaba la mujer bajo los ojos sin embargo le decían al policía que la bruja no podía haber dormido mucho. Cogiéndola por un brazo, le ayudó a levantarse y la llevó por una serie de pasillos hasta los cuarteles de la guardia dónde Fredo y Reinaldo ya habían preparado una sala de interrogatorios.

La estancia era cuadrada y tenía casi sesenta metros cuadrados. El techo era alto y no tenía más que una ventana que sus hombres se habían encargado de tapar para que no pasase un solo rayo de luz. Así mismo la habían despojado de todos los muebles excepto de una sencilla mesa de madera, unas sillas y una cámara con trípode que estaba grabando todo lo que pasaba desde una esquina.

Fele sentó a la bruja en una silla  sin molestarle en quitarle las esposas, se dirigió unos instantes a la cámara para describir las circunstancias del   interrogatorio y comenzó a preguntar.

—Veamos doña Escotofia Martínez, ¿Es ese su nombre?  —empezó Fele.

—¿No necesito un aboga...?

Antes de que terminase la pregunta Fele se levantó de la silla e inclinándose sobre la mujer le sacudió un bofetón con todas sus fuerzas. La mujer volteó la cabeza como una muñeca y después de escupir un poco de sangre en el suelo se volvió hacia el policía con un gesto de ira e impotencia.

—No  quiero volver a escuchar otra gilipollez. El gobierno ha declarado el Estado de Sitio o sea que todas tus garantías constitucionales quedan suspendidas hasta nueva orden. —dijo Fele levantando la voz— Así que a partir de ahora responderás a mis preguntas si no quieres que te deje en manos del padre Matiacci. Por si no lo sabes es miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe. ¿Te suena el nombre?

El cuerpo de Escotofía se vio atravesado por un escalofrío, pero cerró los labios hinchados por el bofetón y no dijo nada.

—Bien, veo que lo has cogido. —dijo Fele satisfecho— Ahora empecemos de nuevo. ¿Eres Escotofia Martínez?

—Sí.

—Los dos idiotas que han provocado todo este lío la han identificado como la propietaria de este libro. —dijo posando el pesado tomo sobre la mesa— ¿Es eso cierto?

—Sí.

—Entonces ¿Puede decirme exactamente qué demonios es?

—Es un grimorio.

—¿Un qué? —preguntó Reinaldo.

—Un compendio de hechizos y rituales para convocar demonios y hablar con los muertos. —intervino el inquisidor— El más conocido es el Gran Grimorio del papa Honorio, aunque la versión que circula por ahí no es la verdadera.

—¿Cómo lo conseguiste? —dijo Fele interrumpiendo la explicación.

—Ha pertenecido a mi familia desde hace generaciones. Lo único que sé de su origen es que fue escrito en el norte de Francia o el  este de Alemania que era el lugar de procedencia de la familia de mi bisabuela.

—¿Qué tipo de hechizos contiene exactamente?

—De todo, —respondió la mujer—desde como quitar una verruga hasta como convertir a alguien en un sapo.

—¿Se puede realmente hacer eso? —preguntó Fredo fascinado.

—Si tienes conocimientos y poder suficiente sí.

—¿Cómo funciona exactamente? —dijo Fele tomando de nuevo el mando del interrogatorio.

—Esto no es como las instrucciones de un electrodoméstico, es más bien... como alta repostería.

—¿A qué te refieres exactamente?

—Verás, se puede hacer casi cualquier receta de comida con más o menos pericia, pero hay muchos postres que si no sigues la receta al pie de la letra y tienes cierto dominio sobre la técnica nunca te saldrán. Esto es lo mismo. Se necesita seguir la receta al pie de la letra y tener ciertos conocimientos previos para que los resultados sean los esperados.

—¿Hay alguna receta en este libro que indique como crear un zombi?

—Sí.

—¿Has creado zombis en alguna ocasión?

—Si has hablado con esos dos mequetrefes sabes de sobra que lo he hecho.

—¿Se puede revertir el hechizo?

—Sí se ha hecho tal como figura la receta en el grimorio, sí. Pero en este caso no tengo ni idea.

—Explícate.

—La receta describe la forma de crear un zombi. Para revertir el hechizo basta con destruir su cerebro. Pero llevar a cabo una receta de esta complejidad lleva años de estudio. Las cantidades de los ingredientes no vienen en gramos u onzas, son pellizcos, puñados, soplos... Cuando se crea un zombi se maldice el lugar donde reposa el cuerpo el instante suficiente para reanimar el cuerpo, luego el efecto desaparece.

—No sé cómo se las arreglaron esos dos que han maldecido una gran extensión de terreno de forma permanente. Para poder revertirlo necesitaría el grimorio, saber que hicieron exactamente esos dos y aun así lo más probable es que todo el proceso me llevase años y fracasara. —continuó la bruja tras tragar saliva.

—¿Estás segura? —preguntó Fele inclinándose sobre la mujer con gesto amenazador.

—Por supuesto —respondió ella sin amilanarse— Si realmente fuese capaz de deshacer todo esto estaría negociando con tu jefa y no aguantándoos a vosotros.

Fele le sacudió otro bofetón para bajarle los humos y se sentó para meditar la siguiente pregunta.

—¿Qué le has hecho a Nuno?

—Nada que él no quisiera. —dijo Escotofia con una sonrisa torcida.

—¿Qué le has hecho? —repitió Nuno apoyando la pregunta con otro bofetón.

—Le hice un conjuro amoroso, nada más. —respondió ella bufando de rabia.

—¿Cómo se elimina?

—Basta con que deje de tener contacto conmigo unos días para que los efectos desaparezcan.

Fele continuó haciéndole preguntas a la mujer durante casi una hora, pero no consiguió averiguar nada más. Se levantó de la silla con un gesto de incomodidad y le cedió el testigo al legado papal.

—¿Desde cuándo te dedicas a la brujería? ¿Hay más como tú? —preguntó el legado tomando las riendas del interrogatorio mientras Fele observaba  con el libro bajo el brazo.

—El padre Matiacci tiene la misma autoridad que yo en este momento. Te conviene que respondas a sus preguntas. —dijo Fele ante el obstinado silencio de Escotofia.

—¿Desde cuándo te dedicas a la brujería? ¿Hay más como tú? —repitió el legado papal con aparente serenidad.

—Desde que tengo uso de razón. Mi madre me enseñó a mí, mi abuela enseñó a mi madre y así generación tras generación.

—¿Hay más como tú?

—Lo ignoro. Desde las persecuciones que sufrimos en la edad media nuestros grupos se fueron atomizando cada vez más hasta convertirse en akelarres familiares. Actualmente vivo sola, así que no conozco a ninguna bruja más.

—¡Mientes! —exclamó el inquisidor levantándose de la silla y arreándole a la mujer un puñetazo en la mejilla que la tiro de la silla.

—Vaya derecha padre —dijo Fredo colocando a la bruja de nuevo en el asiento— ¿Seguro que solo se dedican a estudiar el evangelio en el seminario?

—Estamos tratando con fuerzas oscuras y sumamente peligrosas no se puede tratar a estas personas con guante blanco. —repuso el padre Matiacci mientras le repetía la misma pregunta a Escotofia.

La bruja sangraba por un corte que el anillo del legado le había hecho en el pómulo pero mantenía la mirada serena y desafiante. Observándola atentamente Fele llegó a la conclusión de que no le iba a resultar sencillo al legado quebrar la resolución de esa mujer.

—Bien, empecemos por el principio. Como conociste a esos dos imbéciles...

Tras tres horas de interrogatorio estéril por parte del inquisidor, Fele se cansó del espectáculo y cogiendo el libro salió de la sala de interrogatorios en dirección al despacho de la ministra.

—Hola, tú debes ser Fele. —dijo el gobernador Gálvez acercándose en cuanto Fele estuvo en el pasillo como quien no quiere la cosa.

—Sí, señor.

—¿Qué tal ha ido el interrogatorio?

—Lo siento señor, pero debo informar directamente a la ministra.

—Bueno, no hay por qué ser tan estrictos. Después de todo estamos todos en el mismo bando. —dijo el hombrecillo mientras acompañaba a Fele en dirección a las escaleras—Lo único que quiero saber es si la bruja sabe cómo deshacer este entuerto.

Fele se giró y observó la mirada calculadora del hombre. Cuando le dijo que no, vio como ponía cara de conmiseración  a pesar de que sus ojos sonreían emocionados y desaparecía rápidamente de su vista.

Despacho del Ministerio del Interior. Veinticinco de Julio, 10.05h

Al llegar a la puerta dio un par de toques y pasó sin esperar respuesta. Las secretarias aun no habían llegado y la ministra le recibió aun con la bata puesta, el pelo revuelto y una taza de café en la mano.

—Siento estas fachas —dijo la ministra señalándose la bata de raso y los tacones—pero anoche trabajé hasta las cinco de la mañana. Siéntate y cuéntame.

Fele obedeció aunque dudaba que aquellas sandalias de tacón fuesen lo que utilizaba la ministra al salir de la cama. Sin dejar de observar el cuerpo que se adivinaba bajo el fino tejido de la bata  esperó pacientemente a que ella acabara el café.

—Y bien. —dijo la ministra— ¿Qué tal ha ido el interrogatorio?

—La bruja no ha dicho demasiado. Aun estamos en ello, solo es cuestión de tiempo —dijo Fele.

—Espero que la periodista no se entere del resultado de los interrogatorios.—dijo la ministra sentándose en una silla y cruzando las piernas— Lo que  aun no sé es que pinta esa putilla.

—¡Ah! ¿Agustina? —dijo Fele haciéndose el despistado y disfrutando de los celos que Clara apenas podía disfrazar en su voz— Ella tenía algo que yo quería y yo tenía algo que ella quería.

—Explícate —dijo la ministra cruzando los brazos.

—Tenía un Humvee, un todoterreno semiblindado con capacidad para siete personas y un buen maletero. Y yo a cambio le di información.

Clara se levantó como un resorte y su bata se abrió ligeramente mostrando un poco más de piel blanca y suave. Estaba a punto de gritar alguna burrada cuando Fele le interrumpió.

—No sea melodramática. Le conté cosas que no puede publicar sin una confirmación oficial que nunca le daréis. ¿Acaso crees que alguien publicara que el origen de todo este lío es un aquelarre y un misterioso libro de brujería? Además he quedado en que no publicara nada sin decírnoslo antes.

—¿Y te fías de esa mocosa?

—Claro que no, pero no tenía alternativa y un trato es un trato.

—¿No será que quieres tantear ese culo joven y prieto? —preguntó la ministra con recelo.

—Tranquila no tengo ninguna intención de liarme con una jovencita terca y egoísta. —dijo Fele sonriendo con suficiencia.

—Y luego dicen que los políticos somos unos mentirosos. —replicó ella levantándose y dándole la espalda.

La ministra se volvió para que Fele no viese como se ruborizaba. El deseo por tener aquel hombre dentro de ella le abrasaba. Con temor y satisfacción oyó como el hombre se acercaba. Por un instante recordó la  bofetada y la increíble sesión de sexo con Fele. Aquel hombre no se mostraba servil y complaciente. Decía lo que pensaba y tomaba lo que quería y eso era algo a lo que no estaba acostumbrada.

Cuando finalmente se dio la vuelta vio al hombre frente a ella sonriendo con condescendencia. No pudo evitarlo, fue un acto casi inconsciente. Levantó la mano e intentó cruzarle la cara, pero el GEO ya lo estaba esperando y apartó su brazo con facilidad.

—Llevó treinta horas con los nervios de punta. —dijo Fele agarrando las muñecas de Clara que se contorsionaba inútilmente intentando liberarse—Con la adrenalina a tope y tú no haces más que provocarme.

—Suéltame cerdo y vete con tu nueva putita. —dijo ella intentando liberarse de nuevo.

En ese momento vio con satisfacción como los ojos del hombre fulguraban de nuevo como el día de la entrega de medallas. Sin decir palabra la empujó, obligándola a atravesar el despacho en dirección al dormitorio y siguió haciéndola recular hasta que sus rodillas chocaron con la cama doblándose y haciéndola caer indefensa sobre el colchón.

Clara observó a aquel hombre, con su armadura de combate aun salpicada de sangre abriéndose la bragueta y no pudo evitar pensar excitada en la escena de Excalibur dónde Uther Pendragon viola  a la duquesa haciéndose pasar por su marido para concebir a Arturo.

La ministra abrió las piernas con la imagen del guerrero follándose a Elayne con la armadura puesta. Fele acarició el interior de sus piernas unos instantes antes de apartar el tanga y observar el sexo de Clara hinchado y rebosante de humedades.

El policía no se lo pensó y la penetró. Su polla resbaló en el coño anegado de Clara hasta que sus huevos hicieron tope. Clara gimió y arqueó su espalda atravesada por mil aguijonazos de placer.

La ministra percibió como su vagina se electrizaba ante la súbita y anhelada situación. Pasado el primer momento de intenso placer,  Fele no le dio cuartel y le observó agarrase a sus caderas metiendo y sacando la  polla de  su coño. El rictus de satisfacción, sus chaleco antibalas, sucio de tierra y sangre y su polla machacando sus hipersensible sexo hizo que la mujer se corriese en cuestión de segundos. Los relámpagos de placer irradiaban de su sexo y se extendían por todo el cuerpo contrayendo su músculos, obligándola a combarse  e incluso a dejar de respirar.

 Fele sacó su miembro del interior de la Ministra del interior y lo restregó contra el exterior de su sexo disfrutando con cada gemido y cada insulto de la mujer.

Tras unos segundos  Clara se sentó en la cama sintiendo como los jugos del orgasmo rebosaban y le hacían cosquillas en el interior de sus muslos. El policía se acercó a ella y quitándose la ropa le acercó la polla a la boca.

La ministra se metió el miembro de Fele en la boca mientras acariciaba y arañaba su pecho y su musculado abdomen.

Increíblemente Clara aun se sentía excitada. Mientras chupaba y mordisqueaba el miembro del policía notaba como su sexo palpitaba hambriento y tener la polla dura y caliente de aquel hombre en su boca la excitaba aun más.

Tras un momento en el que dejó que él  alojase su polla en el fondo de su garganta se apartó y tumbándose en la cama separó sus piernas.

Fele observó a la ministra tumbada sobre la cama con la cabeza levantada y desafiante hacia él. Los flujos del orgasmo habían escurrido y formado finos regueros que habían corrido por el interior de sus muslos. Fele se inclinó entre ellos saboreando la mezcla de sudor y sexo, avanzando en dirección al coño de la mujer.

Clara recibió la boca del policía en su sexo con un grito y agarrándole por el pelo empezó a mover las caderas desesperada. Todo su cuerpo hormigueaba de necesidad.

El policía lamió y exploró el sexo hinchado y sensible de la mujer, recreándose en su clítoris hasta casi enloquecerla de placer y deseo.

Temiendo que volviera a correrse Fele cogió sus piernas y siguió besando y mordisqueando pero esta vez en dirección a sus pies, quitándole las sandalias para poder chuparlos y acariciarlos.

Con un gemido Clara le dio un empujón a Fele y se apartó sentándose en la cama y mirándole desafiante. El policía la imitó sentándose frente a ella y se quedo quieto observando su melena castaña reposar sobre sus pechos grandes que temblaban por efecto de la agitada respiración de la mujer.

Fue Clara la que acabó con la momentánea tregua y se sentó encima de él. Sin prisa le cogió la mejilla para acercar los labios del hombre a los suyos y le besó. Fele respondió invadiendo la boca de la ministra con su lengua a la vez que estrujaba sus pechos y pellizcaba suavemente sus pezones.

Clara estaba tan excitada que no podía ni pensar, lo único que quería era tener la polla de aquel hombre en sus entrañas. Irguiéndose ligeramente cogió el miembro de Fele con la mano y se lo metió poco a poco en su culo.

Su ano  protestó contrayéndose dolorosamente, pero ella estaba tan caliente que apenas lo notó. Fele soltó a su vez un quedo gruñido y se dejó hacer.

Tras unos segundos el dolor remitió dejando paso al placer. La ministra se echó hacia atrás y apoyando los brazos en la cama por detrás de su espalda comenzó a alzar las caderas y dejarlas caer empalándose con aquel falo duro y ardiente.

Fele se limitó a disfrutar y a observar el cuerpo de la mujer cubierto de sudor por el esfuerzo de la incómoda postura mientras subía y bajaba sus caderas. Adelantando sus manos acarició sus muslos tensos y su sexo intentando aumentar su placer.

 El sargento no pudo aguantarse más y se corrió dentro de la ministra llenando el culo con su  leche. Con la polla aun dura se incorporó y tumbándose sobre ella la penetró con todas sus fuerzas acariciando sus sexo y pellizcando sus pezones hasta que la mujer se corrió con un grito estrangulado.

El placer se extendió como una oleada por todo su cuerpo agotado y dolorido, combándolo y agarrotándolo una vez más antes de caer sobre la cama totalmente relajada. Clara cerró los ojos mientras Fele, aun sobre ella le apartaba el pelo de la cara. Tenía el cuerpo caliente y sucio, el sudor cubría su piel y se unía al que caía del cuerpo del hombre que aun tenía sobre ella haciéndole cosquillas. Finalmente Fele sacó la polla de su culo y se tumbó a su lado aun con la respiración agitada.

La ministra le miró y se estrujó los pechos lanzándole una mirada desafiante. Su cuerpo brillaba glorioso mientras él lo acariciaba con suavidad intentando convencerse de que aquello era solo sexo.

GUÍA  DE PERSONAJES DE WORLD WILDLIFE ZOMBIE:

 

Carlos y Fernando: amiguetes y porreros que roban a la bruja.

Doña Escotofía Martínez: bruja perteneciente a una antigua estirpe  de brujas que huyeron de Centroeuropa en la edad media propietaria de un poderoso libro de magia.

Josele el hurón: traficante y colega de Carlos y Fernando.

Rafael "Fele" Arienza: Sargento de los GEOS.

Nuno rodríguez: El más veterano de los compañeros de Fele.

Fredo: compañero de Fele.

Reinaldo: el novato del grupo de Fele.

Clara Ayuso: Ministra del interior.

Margarita Alcazar: Vicepresidenta del gobierno.

Martín Gálvez: Gobernador civil de Madrid.

Agustina Juárez y Alberto Yeres: periodistas en plan freelance antiguos trabajadores de Telecinco.

Vicenzo Badalamenti: empresario del juego en Las Vegas.

Padre Giusseppe Mattiaci: Miembro de la congregación para la doctrina de la Fe emviado por el Papa.

Cecilia y Lily: Activistas de un grupo defensor de los derechos de los animales.

Manuel Llopart: Director del CESID.

Pedro Molina: Coronel del ejercito de tierra jefe de la sección de guerra química y bacteriológica.

Isabel Jover: Neuróloga becada por el CESID.

Fernando: Tertuliano de la pajarita en el programa de Al Rojo Escocido.

Pili: Tertuliana del pelo rubio  en el programa de Al Rojo Escocido.

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