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Atrapada Nina Capítulo 22

en Grandes Series

22

 

El día siguiente despertó igual que ella, frío y tempestuoso. El agua nieve caía casi horizontalmente impulsado por un fuerte viento del oeste, estrellándose contra los cristales y haciendo inútil cualquier paraguas. A pesar de que no le apetecía nada, se levantó. Mientras desayunaba encendió el móvil y llamó a la oficina para avisar que llegaría tarde. Como siempre había dos llamadas perdidas a las tres de la madrugada, pero al parecer su acosador había quedado tan satisfecho por la llamada del día anterior que no había vuelto a insistir.

Tras darse una ducha rápida se vistió y salió de casa. Una vez fuera, el tiempo era todavía más asqueroso de lo que parecía desde la ventana. Subiéndose el cuello del abrigo se refugió en el portal hasta que llegó el taxi que había llamado y en veinte minutos estaba en comisaría.

Esta vez Mía no estaba en su despacho y tuvo que esperar diez minutos. Cuando apareció su sonrisa no daba lugar a dudas.

—Hola, teniente, venía a traerte una nueva grabación, pero me da la sensación que no vas a necesitarla. —dijo Nina  a modo de saludo.

—Envíamela de todas maneras, pero no creo que la necesitemos. Tienes razón, las huellas que sacamos de la lata de refresco  dieron resultado y hayamos una coincidencia en los archivos. Al parecer el propietario de las huellas fue fichado hace cinco años por un hurto sin importancia, pero eso bastó. Lo tenemos detenido desde las ocho de la mañana. —respondió la detective triunfante.

La oleada de alivio que la recorrió fue tan grande que casi se olvido de preguntar quién era el asesino. En ese momento le daba igual. Lo único que importaba era que la pesadilla había terminado. Solo después de un minuto y tras soltar un largo suspiro, le preguntó por la identidad de su acosador.

—Es Jorge, el guardia de seguridad. —respondió Mía.

Nina sonrió aunque en el fondo de su mente se negaba a pensar que aquel tipo pudiese ser un tipo tan frío y calculador. A pesar de que todo encajaba; los encuentros en la nave a oscuras, las miradas que le echaba cada vez que pasaba por delante de él y la forma en que trataba de encontrarse con ella como por casualidad, recordándola la importancia de mantener las puertas cerradas o de que todo el mundo tuviese su identificación visible, no terminaba de creérselo. Quizás si le viese lograría aceptarlo con más facilidad.

—¿Ha confesado?

—No, pero solo es cuestión de tiempo. Ahora mismo está en la sala de interrogatorios. —respondió la detective.

—Te parecerá una tontería, pero necesito verle. Necesito ver que todo esto es real.

—Lo entiendo. No hay problema, la sala de interrogatorios tiene una anexa de observación podrás verlo sin que él sepa que estás ahí. —dijo ella guiándola por una serie de pasillos.

Finalmente la teniente se detuvo ante una puerta y la abrió franqueándole el paso. La habitación era un pequeño cubículo de tres por cuatro metros en el que destacaba un amplio ventanal oscurecido. En cuanto entraron la teniente cerró la puerta y la atención de ambas se centró en lo que estaba sucediendo la habitación de al lado. Jorge, vestido con un chándal sucio, con aspecto sudoroso y atemorizado miraba hacia la mesa a la que estaba esposado mientras un detective le interrogaba y le aseguraba que lo mejor era que confesase si quería salir de la cárcel antes de hacerse viejo.

Lo observó unos instantes y a pesar de que lo vio allí, con los ojos bajos y actitud culpable, algo seguía sin encajar.

—No sé, será que he visto muchas películas, pero esa no me parece la actitud de un asesino a sangre fría. A mí me parece más bien un niño pillado en falta.

—Lo entiendo, pero las pruebas son definitivas. No hay ninguna otra manera en que las huellas hubiesen podido llegar al piso de Dani. Registramos su casa y no encontramos el teléfono desechable, pero en su móvil personal había fotografías tuyas, incluso hay una en la que se te ve desaparecer en la fiesta de la mano de la víctima. También encontramos una colección de pornografía en la que abundaba el sado.

—¿Y su madre?

—Está chocha del todo. Cuando le dijimos porque deteníamos a su hijo se rio y dijo que su hijo era demasiado inútil para hacer lo que decíamos. Los servicios sociales se están ocupando de ella en estos momentos.

En ese momento el hombre se puso a llorar balbuceando que era inocente y que él no había hecho nada. Las dos mujeres lo observaron. Estaba a punto de derrumbarse, pero a pesar de las presiones del detective se obstinaba en repetir que era inocente.

—Por cierto, solo para asegurarnos, ¿Has recibido nuevas llamadas?

—Dos a eso de las tres de la mañana, —dijo mostrándole el móvil a la detective— pero desde entonces, nada.

—Eso solo hace que confirmarlo. El móvil desechable es el  único cabo suelto, aunque tenemos más que suficiente para atraparlo, ese sería el último clavo. Probablemente lo esconde en algún lugar, quizás en su garita. ¿Podemos registrarla?

—Por supuesto. —dijo Nina— Me encargaré de que el guarda que haya ido a sustituirle la cierre y espere a que lleguéis para registrarla.

Echando un último vistazo a Jorge, encogido y lloroso, le dio las gracias a Mía y tras abrazarla se despidió, tenía un trabajo que atender.

Siempre había pensado que cuando detuviesen al asesino, se sentiría aliviada y volvería a recuperar la vida que tenía antes inmediatamente, pero no fue así. Mientras subía al taxi de camino a su trabajo no sintió el alivio y la alegría que esperaba. Sentía que todo aquello era una especie de pesadilla de la que despertaba violentamente, con la sensación de estar aun sumergida en ella. Y luego estaba Jorge. Las pruebas estaban ahí, pero no se imaginaba que el hombre que la aterrorizaba solo con un par de palabras fuese aquella ruina llorosa, que ni siquiera se atrevía a mirar a su interrogador a los ojos.

Había estado deseando llamar a Paula toda la mañana para contarle la noticia, pero la semilla de la duda se lo impedía. Las pruebas estaban allí. Jorge era el culpable. Aun así aquellas semanas habían sido tan duras que parecía que su mente se negaba a admitir que aquella amenaza había dejado de existir. Aun después de haber visto al asesino con sus propios ojos, esposado y derrumbado, en cuanto salió a la calle, lo primero que hizo fue mirar a su alrededor buscando a alguien acechando en la oscuridad.

Con el transcurso de la mañana la sensación de que algo no encajaba se fue esfumando y la incredulidad fue dando paso a una tranquilidad que no sentía desde hacía meses. Con especial interés se dedicó a su trabajo, no sin lamentar que hubiese sido necesaria la muerte de un inocente para que ella pudiese ser libre por fin.

Después de la comida se sintió lo suficientemente convencida como para llamar a Paula y contarle la buena noticia. Su amiga no la decepcionó la felicitó y enseguida dijo que tenían que celebrarlo. Ella intentó negarse, el día siguiente era laborable y con el fin de año acercándose, un montón de trabajo se acumulaba, aun así Paula siguió dándole la matraca hasta que aceptó reunirse con ella en el Lagoon para tomar una copa.

A pesar de que no tenía mucho tiempo no dejó de ir al gimnasio y cuando salió de la clase de defensa personal apenas tuvo tiempo para darse una ducha y ponerse unos vaqueros y una blusa. Se puso el abrigo y pidió un taxi. Fuera había comenzado a nevar débilmente y el frío la hizo estremecerse, pero también sentirse viva. Por primera vez salió a la calle sin el peso que suponía su acosador y no pudo evitar sonreír durante todo el camino que le separaba del pub.

El Lagoon era un local grande y oscuro donde se reunía lo mejor de la comunidad gay de la ciudad. Lo mejor de todo era que allí todo el mundo era bien recibido y no había que ser gay para sumergirse en aquella atmósfera desenfadada. Decorado con neones y bolas de espejos y la música de Alaska tronando a todo trapo, hacía que Nina tuviese la sensación de que al traspasar la puerta hacía un viaje en el tiempo, directa a los años ochenta.

Aun era un poco pronto y apenas había gente, así que no le costó encontrar a su amiga en un reservado abrazada a un joven mulata realmente hermosa. Pidió una copa en la barra y se acercó a ellas.

—Hola, Paula. —saludó— Y tú debes ser Cristal. Paula me ha hablado mucho de ti.

Tras los saludos y los besos de rigor se sentó y antes de que pudiera decir nada Paula intervino.

—¿Cómo te encuentras?

—Estoy un poco... ¿Cómo te diría? Como si no me lo creyera del todo. Salir sin tener que mirar a mi espalda constantemente y responder al teléfono sin miedo. Es como si hubiese estado encerrada en una cárcel y de pronto me sintiese totalmente libre. ¡Es todo tan irreal!

—Lo entiendo. —dijo Paula— Pero ahora tienes que olvidarlo todo y divertirte, eres una mujer joven, hermosa e independiente, es el momento de disfrutar de la vida. Prométeme que durante las dos próximas semanas vas a llevarte a un tío distinto a la cama cada noche. Tienes que desquitarte de estas semanas de angustia.

—Ojalá fuese tan fácil, además no creo que aquí encuentre muchos voluntarios —replicó Nina con una sonrisa.

—Siempre puedes unirte a nosotras —intervino Cristal guiñando un ojo juguetona.

La joven era tan cautivadora como Paula la había descrito, era todo curvas y tenía unos ojos grandes con unas pestañas largas oscuras y rizadas. Antes de que pudiese negarse se levantó y tiró de Paula y de Nina hacia la pista de baile. Al principio Nina se sintió un poco cohibida. El local ahora estaba más lleno y se sentía un poco extraña al sentir las miradas apreciativas de las mujeres y el aparente desinterés de los hombres.

La música de Alaska la ayudó a relajarse y poco después se olvidó de todo y bailó con sus amigas mientras gritaba más que cantaba a grito pelado el "Cómo Pudiste Hacerme Esto a Mí".

Olvidándose de todo se dejó llevar. Bailaron juntas un buen rato. La música cambió y el DJ pinchó una mezcla de tango y música electrónica. Las caricias de las dos mujeres se hicieron más intensas y personales y Nina hizo el amago de apartarse, pero Cristal se dio la vuelta y la animó a unirse al trío.

La caribeña era todo sensualidad, con un vestido largo, blanco y ceñido, todo el mundo la miraba mientras se retorcía con Paula meciéndose a sus espaldas y acariciando sus caderas y sus flancos. Con una sonrisa traviesa se unió y agarrándose a las manos de Paula la rodearon en un estrecho abrazo mientras ella con los brazos en alto no dejaba de bailar sensualmente en el centro.

Cuando terminó la canción volvieron al reservado.

—¿No es una diosa? —preguntó Paula tirando de su novia suavemente para darle un beso.

—Por un momento hasta he considerado la posibilidad de salir del armario. —bromeó Nina mientras Cristal sonreía nada cohibida y pegaba un trago a su copa.

—Ahora quedas tú. —continuó Paula— ¿Cuándo vas a quedar con el abogado macizo?

—No sé... Le he dado tantas veces calabazas que no creo que siga interesado en mí y no le culpo.

—No seas idiota. —le interrumpió ella— Todos los hombres desean lo que no pueden tener. Estoy seguro de que ahora mismo se la está pelando pensando en ti.

Nina sintió como sus mejillas se sonrojaban. Paula tenía la cualidad de incomodarla con solo una frase. Los recuerdos de las manos de Ricardo sobre su pecho la asaltaron tan vívidos que su cuerpo reaccionó humedeciéndose.

—Vamos. —insistió— Después de lo que ha pasado tienes más derecho que nadie a ser feliz. Prométeme que mañana le llamarás.

—¿Y después de todo lo que ha pasado qué le digo? Me siento tan tonta.

—No hace falta que le digas nada. Invítale a pasar la noche de fin de año contigo. Si acepta, deja que rellene todos tus agujeros y luego le das todas las explicaciones que quiera. —sentenció su amiga acariciando suavemente el vientre de su novia.

Se alegraba por Paula. Sabía que llevaba mucho tiempo buscando una compañera y estaba convencida de que aquella joven era perfecta para ella. Levantando la copa brindó por ellas y tras desearlas un feliz año, apuró la bebida de un trago. Era tarde y tenía que irse a casa. Cuando se despedía, Paula se ofreció a salir con ella a esperar al taxi, pero se lo impidió y se alejó en dirección a la puerta dejando a las dos mujeres acariciándose en el reservado.

Fuera seguía haciendo mucho frío, pero había dejado de nevar antes de que los copos hubiesen cuajado en el suelo, así que no le costó demasiado encontrar un taxi. Montó en él y le dio la dirección. Fuera, un tipo con una sudadera oscura y con la capucha echada sobre la cabeza, le echó una fugaz mirada al taxi y siguió su camino. Nina lo miró y por primera vez en mucho tiempo no se sintió amenazada por la curiosidad de un desconocido.

Esta nueva serie consta de 25 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que os guste.

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