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Hasta el Quinto Pino y Más Allá. Capítulo 22

en Grandes Series

 

Capítulo 22: Bautismo de fuego

 

 

 

Como por ensalmo, el campo magnético generado por las bovinas se activó atrayendo e inmovilizando a los gigantescos acorazados contra el suelo. Incapaces de moverse, los blindados solo podían disparar hacia adelante.

Los hombres de Kallias se retiraron a la tercera línea de trincheras y se desplazaron a los flancos, evitando lo peor del fuego de los acorazados mientras concentraban el fuego sobre los pocos deslizadores que habían escapado de la trampa.

Al ver como sus blindados se quedaban clavados al suelo, el resto del ejército detuvo su avance desconcertado. Ese era el momento acordado para que los francotiradores entrasen en acción. Con los oficiales kuan estáticos, esperando órdenes superiores, su tarea se convirtió en un tiro al pato. Las cabezas de los oficiales más cercanos desaparecieron de encima de sus hombros en cuestión de segundos. La tropa, estupefacta se quedó congelada, sin saber qué demonios hacer y en ese momento Minos y Ariadna se pusieron en pie en la arista del cráter  y con un grito y una señal del brazo ordenaron avanzar al batallón.

Dominado por el subidón de adrenalina, me levanté de un salto y gritando como un enajenado para superar mi terror, me lancé corriendo hacia la llanura derribando con el rifle láser a todo el que se me ponía a tiro.

Mientras Minos y sus hombres embestían a la estupefacta infantería, Ariadna y yo nos desviamos hacia los blindados. Dejándola a retaguardia para que me cubriese las espaldas,  me acerqué al  primer monstruo, uno de los que estaba a retaguardia de la punta de lanza y me subí a él buscando la escotilla. Dos disparos de láser en la bisagras de la escotilla superior bastaron para conseguir un acceso al interior del acorazado.

Sobreponiéndome al estruendo de la batalla, pedí a los ocupantes de aquel trasto que se rindieran. No esperé a oír la respuesta y lancé una ráfaga al interior. Enseguida oí unos gritos y en cuanto apareció una cabeza por la escotilla la cogí y tirando con fuerza de ella lancé el  kuan que la portaba sobre los hombros por el aire con todas mis fuerzas. Aquel ligero cuerpo describió una bonita parábola y terminó aterrizando en el suelo con un ruido sordo a unos diez metros de distancia.

Los otros dos ocupantes, dos rancors, siguieron el mismo destino, antes de que saltase dentro y me asegurase de que no había nadie más en el interior del blindado.

Apenas tuve tiempo de echar un vistazo a aquel prodigio de tecnología alienígena, tenía sesenta acorazados más que liberar.

Salí de un salto de la máquina y me erguí sobre la torreta. La batalla iba viento en popa. El ala derecha de la infantería enemiga huía desordenadamente hacia el campamento mientras la izquierda intentaba resistir desesperadamente, azuzada por los oficiales kuan supervivientes.

Ariadna, mientras tanto, estaba al pie de la última línea de acorazados cubriéndome mientras disfrutaba de su nuevo juguetito, matando a todo el que pretendían acercase a nosotros, con siniestra puntería.

De un salto me encaramé en el siguiente acorazado y repetí la maniobra, una y otra vez, avanzando de fila en fila y "liberando" los blindados para la causa rebelde.

Unos pocos minutos después, el coronel se había librado de los deslizadores y ya estaba rodeando la impotente formación de blindados. Al ver lo que estaba haciendo, inmediatamente ordenó a varios equipos hacer los mismo mientras que con los hombres restantes atacaba a la infantería enemiga por el otro flanco.

Al verse amenazados por los dos flancos e indefensos, los oficiales kuan recibieron la orden de retirarse a su campamento. A pesar del duro castigo que estaban recibiendo, los kuan se las arreglaron para retirarse en relativo orden, esperando hacerse fuertes tras el escudo del campamento y aguantar la última embestida del ejército rebelde.

Sin embargo, el Coronel Kallias tenía otros planes. Diez minutos después se había reunido conmigo y tras liberar el ultimo acorazado, dimos la orden a los operadores de los generadores que los apagasen.

Inmediatamente, los pesados vehículos comenzaron a levitar de nuevo.

Enseguida los acorazados se llenaron de rebeldes que giraron aquellos trastos ciento ochenta grados y se dirigieron a la base enemiga tratando de mantener la formación mientras disparaban sus pesadas armas a la máxima cadencia posible.

El escudo rápidamente empezó a sufrir el efecto de las continuas andanadas y aunque en un primer momento resistió, todos los presentes, atacantes y defensores sabían que solo era cuestión de tiempo.

En una maniobra desesperada la flota kuan en órbita lanzó un par de escuadrones de cazas armados para el ataque a tierra para intentar detener al ejército rebelde. En cuanto estuvieron a tiro, todo el ejército rebelde levantó sus armas en dirección al cielo. Lo bueno de las armas láser es que aunque sean ligeras tienen un buen alcance, son precisas, rápidas y pueden penetrar el blindaje de los cazas, por eso, cualquier ataque aéreo contra un ejército bien pertrechado se convertía prácticamente en una maniobra suicida, y esta vez no fue una excepción.

Apenas una docena de los cincuenta interceptores lograron hacer una primera pasada sobre el ejército rebelde y ninguno pudo efectuar un segundo intento.

Inmediatamente los kuan se dieron cuenta de que la batalla estaba perdida y empezaron a evacuar los restos de su ejército, convirtiendo la retirada en una carrera contra el tiempo, intentando llevarse la mayor cantidad posible de efectivos antes de que cayera el escudo.

Lo que más me chocó de todo aquello fue el relativo silencio en el que se estaba desarrollando aquel drama. La artillería de los acorazados apenas hacia una especie de sordo zumbido y el escudo apenas emitía un tañido apagado como el de una campana cuyo badajo hubiese sido envuelto con un trapo cada vez que recibía un impacto.

Exactamente setenta minutos después, una de las lanzaderas explotó cuando estaba intentando despegar. El escudo había caído y dos tercios de lo que quedaba del ejército enemigo se habían quedado en el planeta sin  escape posible.

El ejército humano dio un alarido triunfante y se preparó para el asalto final, pero el coronel no tenía las mismas intenciones. Consciente de que los oficiales kuan habían abandonado a sus hombres, Kallias inmediatamente vio la ventaja de la situación y detuvo a sus hombres sedientos de sangre.

—¿Cuál es el plan? —pregunté al coronel cuando al fin llegué a su lado.

Kallias miraba el campamento enemigo desde un promontorio. Los soldados que habían quedado tirados en el planeta se atrincheraban tras cualquier obstáculo que les proporcionase un mínimo de protección. Sabían que su situación era desesperada.

—Míralos. —dijo el coronel— Ahí tienes a esos pobres desgraciados. En un planeta al que probablemente les han traído contra su voluntad, para matar a una gente que ni siquiera conoce y cuando las cosas se han puesto un poco crudas sus oficiales se han largado en la primera lanzadera y les han dejado a merced de los lobos.

—Podríamos matarlos. —continuó mientras inspeccionaba las líneas enemigas con unos binoculares— Pero según mi experiencia, los muertos no suelen servir de mucho.

—Entiendo.

—Sé que esa gente han matado a cientos de hombres de nuestro bando, pero haríamos un flaco favor a la causa rebelde si los exterminásemos.

—Prefieres utilizarlos en tu propio beneficio. —le interrumpí yo con una sonrisa— Seguirán siendo carne de cañón, pero ahora bajo tus órdenes. No eres tan estúpido como suponía.

El coronel me escrutó con aquellos ojos de un tono gris glacial y me devolvió la sonrisa consciente de que no se me escapaba el objetivo de sus maniobras.

—La cuestión es que esos soldados ahora están pensando que se acerca el fin de sus vidas y yo sin embargo les voy a dar una oportunidad de seguir viviendo y de elegir con libertad el bando que quieren tomar.

—¿Devolverás a los que no se quieran unir a tu bando? —pregunté.

—En la medida que este en mi mano sí. Siempre que no destruyan todo el material que hay en el campamento, que es  realmente lo que  me interesa.

En ese momento llegaron Minos y Ariadna. La mujer parecía una diosa con el uniforme parcialmente desgarrado, la cara tiznada y acunando su nuevo rifle en el regazo como si se tratase de su bebe.

Inmediatamente el coronel les dio órdenes de ir al campamento enemigo para establecer contacto e iniciar unas negociaciones. Yo decidí que ya me había jugado suficiente el pellejo por aquel día y esperé al lado del coronel.

La charla duró poco y los dos volvieron acompañados de un rancor de aspecto curtido, con una herida aun sangrante en una de sus patas.

—¿Eres tú el que representará a tus camaradas en las negociaciones? —preguntó el coronel mientras hacía señales a un sanitario para que se ocupase de la herida del rancor.

—Soy Hagos, suboficial del ejército kuan, creo que uno de los pocos  que quedan vivos y recibiré asistencia cuando mis compañeros la reciban. —dijo escupiendo un gargajo verdoso en el suelo y apartando al enfermero.

—Muy bien. No me andaré por las ramas entonces. —replicó el coronel sentándose ante una mesa e invitando al rancor a hacer lo mismo— Ambos sabemos que estáis jodidos. Solo es cuestión de tiempo. Sin escudo, solo tengo que apuntar los acorazados hacia el campamento y destruiros sin recibir un rasguño.

Hagos era un veterano. Sabía que el coronel quería algo y no se dejó amilanar, pero tampoco le contradijo. Simplemente se limitó a dejarle hablar.

—Soy un hombre de acción y un soldado y no hay cosa que más me enerve que la cháchara de los políticos. —dijo el coronel comenzando un discurso que obviamente tenía preparado— Ambos  sabemos que esos cabrones de ahí arriba, os han traído medio a rastras a este sistema a pelear en una guerra que la mayoría no entendéis y los que la entendéis no la aprobáis, para luego escapar con el rabo entre las piernas mientras os dejan tirados aquí abajo. Yo no soy partidario de las masacres sin sentido y aunque quizás algunos de los habitantes de este planeta desearían vuestra muerte, soy consciente de que en todo este asunto no habéis tenido oportunidad de elegir.

El rancor asintió inconscientemente mientras se rascaba la herida. Aquel tajo chamuscado tenía que doler de cojones.

—En fin no me voy a extender más. Si os rendís y entregáis vuestras armas, podréis marcharos en libertad o...

—... unirnos a vuestra rebelión. —le interrumpió el rancor con aquel movimiento de párpados que tanto me recordaba a Saget— ¿Y si no queremos hacer ni lo uno ni lo otro?

—El que quiera la licencia la tendrá, pero no puedo garantizarles ni el pasaje a otro sistema ni la seguridad en este. La gente está bastante cabreada con los kuan y no puedo protegeros si no estáis bajo mi autoridad.

Hagos le miró y tamborileó con sus garras sobre la mesa.

—Tengo bastantes heridos...

—Serán atendidos, por supuesto. —le interrumpió el coronel.

—Bien. —dijo el rancor levantándose mientras se sujetaba la herida de la pata— Expondré sus condiciones. Comprenda que solo soy un representante.

—Lo entiendo, pero no tenemos mucho tiempo. Me gustaría que os decidieseis mientras las naves kuan aun están ahí arriba para que los que quieran volver puedan hacerlo. Si la flota se va, no tendremos forma de enviarlos a casa.

—Además —continuó el coronel— como muestra de buena voluntad, te enviaré de vuelta con dos de mis mejores hombres y un equipo médico que se quedarán hasta que todo el proceso haya terminado y os ayudarán con los heridos. Confió en que si no os interesa la oferta de paz me los devolváis sanos y salvos.

El rancor asintió mientras Minos y Ariadna se levantaban y se ponían a su lado.  Tras un corto saludo salieron del barracón y subieron al deslizador en el que ya estaba esperando el equipo médico.

Desde la puerta los observé marchar mientras el coronel daba unos pasos y se paraba a mi lado.

—¿Funcionará? —le pregunté.

—Claro que sí. No habría enviado a Ariadna al campamento si hubiese dudado de ello. Aunque no lo creas, me importa la vida de mis hombres tanto como la mía. Cuando mandaron a ese rancor, ninguno de esos tipos creía que pudiese salvar la vida. Como mercenarios tenemos fama de no tener misericordia con nuestros enemigos, pero los rebeldes nos contratan para que la rebelión tenga éxito, no para matar gente inútilmente.

—Hablando de pagos. —dije yo sacando el tema— Yo tampoco trabajo por amor al arte, como comprenderás.

—No te preocupes, se te pagara lo que se te prometió. —respondió Kallias sin apartar la mirada del deslizador, ahora un pequeño punto en el arrasado horizonte.

—Está también el tema de los acorazados. Hemos capturado cincuenta y ocho intactos.

—¿Y? —preguntó el coronel frunciendo el ceño.

—Que sin mi idea, no tendríais ninguno, es más, ahora mismo estaríais criando malvas. Teniendo en cuenta que cada uno vale varios miles de créditos, lo justo es que reciba una compensación.

—No sé en qué demonios estás pensando, pero no nadamos en la abundancia. —le advirtió el coronel.

—Lo sé, pero no quiero dinero. —le respondí.

—Desembucha de una vez.

—Necesito un copiloto para mi nave. Estaba pensando en Ariadna...

—Ni hablar, es mi soldado más valiosa. —dijo sin dejarme terminar.

—Si en verdad lo es, deberías dejarla venir conmigo. No sé si te has fijado, pero está bastante quemada. ¿Cuánto tiempo lleva haciendo lo mismo? ¿Siglos? La he observado y está cansada, necesita un cambio de aires. Si me la dejas no solo saldarás tu deuda conmigo, sino que dentro de un tiempo volverá con las pilas cargadas.

El coronel dejó los binoculares y me miró. Aquel hombre no solo era un oficial, también era un líder y amaba a sus hombres, aun a pesar de verse obligado en ciertos momentos a mandarlos a la muerte. Muy a su pesar sabía que yo había salvado el pellejo de muchos de ellos y  que estaba en deuda conmigo.

—Sé que parece que has perdido un soldado, pero si lo piensas bien puedes haber ganado un contrabandista. —añadí guiñando un ojo.

No hacía falta que dijese nada más. Kallias conocía el valor de poder disponer de alguien que pudiese acceder a lugares que nadie podía, romper bloqueos para abastecerle y ser de la suficiente confianza como para saber que no le iba a dejar tirado en situaciones críticas.

Probablemente Ariadna era la última persona de la que quería prescindir, pero los beneficios superaban claramente a las pérdidas y finalmente asintió.

Esta nueva serie  consta de 24 capítulos. Publicaré uno  a la semana. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

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