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Jane VIII

en Grandes Relatos

8

 

Jane se despertó al día siguiente con un ligero escozor en su sexo y la sensación de haber traicionado a Patrick. Sabía que estaba en lo más profundo de una selva que apenas conocía. No sabía el camino a casa y las probabilidades de volver a Inglaterra eran remotas, aun así no dejaba de pensar en que Patrick probablemente le seguía siendo fiel.

Tarzán se despertaba con el alba, así que cuando subió a tomar un poco el sol, él ya había conseguido algo de fruta y estaba comiendo un par de plátanos.

Se acercó a ella con una sonrisa y un sospechoso bulto en el taparrabos pero Jane lo rechazó con un gesto cansado. Estaba un poco enfadada con él. No por el hecho de haberla follado. El salvaje no había hecho nada malo. En tal caso ella había sido la zorra infiel, pero la forma tan bruta y egoísta de hacerle el amor le había enojado.

Sin embargo la reacción de Tarzán encogiéndose de hombros, dándole una fruta y quedándose a su lado tranquilamente sin decir nada la desarmó. Como un adolescente timorato fue acercándose poco a poco hasta que le paso un brazo sobre su hombro. La sensación de protección y de calor que le transmitió el salvaje fue tan intensa que no pudo evitar temblar ligeramente.

Para disimular su turbación Jane cogió un pequeño peine, lo único que había salvado de su vida anterior y comenzó a cepillarse su melena.

Tarzán observo a aquella deliciosa criatura atusarse el pelo. El sol de la mañana, aún bajo, arrancaba chispas de aquella melena roja como el fuego de la sabana. La deseaba tanto como la noche anterior. La sensación de poseerla, de unirse a ella, como hacían sus compañeros de tribu entre ellos, le hizo sentirse completo. No había dormido en toda la noche concentrado en el aroma a sexo que había dejado Jane en él y masturbándose varias veces para descargar la intensa excitación que le producía.

Jane notó como Tarzán se acercaba un poco más y le cogía el pequeño peine de las manos. Imitando sus gestos el hombre metió el peine en la melena y tiró hacía abajo. El peine tropezó con un nudo y Jane se quejó al sentir el tirón.

-Más suave Tarzán –dijo ella –con suavidad, poco a poco y cuando encuentres un nudo demasiado fuerte coge de la melena por encima antes de tirar más fuerte.

El hombre no respondió fascinado como estaba por el brillo que adquiría el pelo con las sucesivas pasadas. En pocos minutos le cogió el tranquillo a la tarea y Jane empezó a disfrutar, sintiendo como las manos del hombre dejaban rastros de fuego en su cuello y como los suaves y repetitivos tirones le producían una sensación de placer y serenidad.

Pronto hizo demasiado calor para permanecer allí arriba así que todos bajaron de las copas de los árboles y se pusieron a comer. A medida que avanzaba el día las malas sensaciones de la mañana se fueron disipando hasta quedar totalmente olvidadas. El encuentro con Blesa había terminado con su inseguridad a la hora de moverse por la selva, pero no se lo dijo a Tarzán que seguía acompañándola en su desplazamiento por las lianas abrazándola amorosamente.

Era tarde y el estanque ya estaba casi vacío, solo dos esquivos sitatungas, que desparecieron en cuanto ellos llegaron, estaban bañándose en el agua.

Tarzán se tiró sin ninguna ceremonia mientras que Jane, olvidado todo su pudor se desnudó y se metió poco a poco en el agua. Tarzán, no pudo evitar mirar y quedar hipnotizado al ver como los pezones rosados de Jane se endurecían por efecto del agua fría. Se acercó a Jane dispuesto a follársela como había hecho la noche anterior pero ella escapó nadando con una sonrisa.

Tarzán intentó atraparla, pero la fuerza de él, la suplía ella con una técnica depurada manteniendo las distancias. Cuando finalmente la atrapó, ella se dio rápidamente la vuelta impidiendo que la penetrase por la espalda y colgándose de su cuello le beso.

Tarzán abrió los ojos sorprendido cuando Jane le metió la lengua en la boca.

-Esto es un beso –dijo ella volviendo a besarle.

-A Tarzán gustar beso –dijo introduciendo violentamente la lengua en la boca de Jane hasta dejarla sin respiración.

-Buff ¡No seas bruto!  -Dijo ella jadeando -¿recuerdas esta mañana con mi pelo? Pues esto es lo mismo. Si lo haces con suavidad es más placentero.

-Placen…tero. –repitió él besándola esta vez con más suavidad.

El beso fue largo, sus lenguas se acariciaron con suavidad y se exploraron sin tregua. Jane cogió una de las manos de Tarzán y la puso sobre su pecho. El hombre había aprendido la lección y se la estrujó con suavidad, acarició sus pezones y les dio suaves pellizcos haciéndola suspirar y gemir poseída por un deseo irrefrenable.

Cogiéndola en brazos, la llevó hasta la orilla del estanque. Jane se sentó en el borde y cogiendo la cabeza de Tarzán se la guio con suavidad hacia su sexo. El salvaje se sumergió entre sus piernas y le besó su sexo. Jane se mordió los labios y soltó un largo gemido. El hombre siguió acariciando y chupando el sexo de la joven y disfrutando con las contorsiones que provocaba en ella cada vez que descubría una parte especialmente sensible.

Jane sufrió en sus propias carnes lo rápido que aprendía Tarzán. En pocos minutos se encontró gritando y jadeando con todas sus fuerzas con un orgasmo descomunal crispando todos los nervios de su cuerpo.

Tarzán se detuvo y observo con curiosidad y excitación el cuerpo de Jane caliente y jadeante tensarse con el placer. Jane salió del agua y tumbándose en el suave césped de la orilla invitó a Tarzán a acercarse.

El hombre se acercó y siguiendo sus instrucciones se tendió sobre ella. El peso del hombre sobre su cuerpo menudo la excitó de nuevo y cogiendo el miembro duro y caliente del salvaje lo guio hacia su coño. Tarzán, como un alumno aplicado, le metió su polla y se fue abriendo paso lentamente en el húmedo coño de Jane, empujando con suavidad y acompañando sus penetraciones con suaves suspiros.

Con las piernas de Jane entorno a sus caderas Tarzán se deslizaba con deleite en el interior de la joven aprovechando para sobar y chupar los pechos de la joven.

-Más rápido… –dijo Jane jadeando-

Con suavidad Jane tiro del pelo de Tarzán para acercárselo a su boca y lo besó mientras los movimientos se volvían más urgentes. Cuando deshicieron el beso se miraron a los ojos y los movimientos de él se volvieron más rápidos y violentos hasta que eyaculó en su interior.

La sensación de correrse dentro de la mujer mientras ella le miraba y sonreía abrazada a él fue indescriptible y tan excitante que acentuó aún más su deseo. Olvidándose de lo aprendido comenzó a penetrarla rápida y violentamente haciendo saltar el cuerpo de la joven con cada embate, estrujando sus pechos y retorciendo sus pezones haciéndola chillar jadear y gemir a la vez.

Está vez Jane no se quejó, sólo podía gritar descontroladamente mientras él la follaba llevándola al orgasmo y llenando su coño con su leche de nuevo hasta hacerlo rebosar.

Cuando acabó, Tarzán se derrumbó sobre ella sin fuerzas para gritar. Jane se limitó a sonreír disfrutando con el peso del hombre sobre ella y su miembro mermando lentamente en su interior.

Lo primero que hizo Patrick fue alquilar una pequeña plantación en las afueras, lejos de las miradas curiosas de la gente. Sabía que un hombre con una hiena por mascota no debía exponerse en público así que se despidió de la señora Bowen dándole las gracias y prometiéndole que seguiría abasteciendo su cocina regularmente.

La mansión era más pequeña aún que la de Lord Farquar, pero era más que suficiente para él. Además los anteriores inquilinos se habían dedicado a cazar fieras para  circos y zoológicos  así que había un cercado bastante grande donde podía tener a la hiena sin llamar la atención.

A la noche siguiente de instalarse cogió un trozo de hígado de su última presa y se dirigió al basurero.

Del lugar emanaba una peste inmunda, pero cuando pasaron unos minutos el olor se volvió soportable y cesaron las náuseas. En cuanto encontró un lugar adecuado apagó la linterna y se quedó acuclillado esperando una señal de sus invitadas.

No tuvo que esperar mucho para que apareciese la primera atraída por el olor de la víscera fresca. La noche era oscura y tras acostumbrar sus ojos a la oscuridad apenas podía distinguir las esquivas siluetas de la hienas moviéndose en la distancia.

El no saber cuántos animales había y que era lo que querían, le resultaba desasosegante pero no estaba dispuesto a tirar la toalla tan fácilmente y palmeando el revólver que colgaba de su cadera llamo a los animales para que se acercasen.

El primero en aproximarse fue un joven macho. Le sorprendió su fuerte olor a carne podrida. Pegó un mordisco apresurado al trozo de hígado que Patrick le ofrecía y se largó rápidamente  tragando su trofeo antes de que nadie pudiese reclamarlo.

Pasaron los minutos y parecía que no iba a acerarse ninguna hiena más hasta que se acercó por fin una hembra. Iba a coger un buen trozo de carne cuando un soberbio ejemplar le dio un fuerte mordisco en el cuello para ahuyentarla y hacerse con un gran trozo de hígado. Patrick no opuso resistencia y dejo que se llevase toda la pieza. Mientras, la hiena se separó unos pocos metros y devoró su premio con fruición.

Patrick ya sabía lo que quería.

La siguiente semana volvió puntualmente todas las noches al basurero a alimentar a las hienas. Aunque otros ejemplares se acercaban a comer la primera en hacerlo era siempre la gran hembra. Tras uno pocos días era capaz de acariciar su pelo áspero y mugriento mientras la hiena devoraba carne y trituraba huesos como si fuesen palos de cerillas.

La cercanía con esos animales le permitió descubrir que las hembras eran más grandes y fuertes y eran las que mandaban y mantenían la disciplina en el grupo que podía llegar a ser muy grande. También descubrió que veían perfectamente en la oscuridad y tenían un olfato finísimo ya que en cuanto llegaba al basurero tardaban unos pocos minutos en llegar.

Siguiendo las instrucciones de Subumba no le dio un pedazo de carne impregado con la poción que le había dado hasta que estuvo totalmente seguro de que la hiena confiaba en él. El animal olfateó la carne intentando descubrir el origen del extraño olor pero finalmente se lo tragó. En pocos segundos comenzó a tambalearse y en menos de un minuto la hembra estaba inconsciente en el suelo. Patrick desenfundó el revólver y se acercó al cuerpo dormido vigilando la reacción de las otras hienas. Un viejo macho gruño y les enseño los dientes, pero un disparo al aire y la falta de una líder que les guiase provocaron una rápida retirada.

Patrick cogió el cuerpo inerte y se lo echó al hombro, su cuerpo vaciló ante los casi setenta quilos que debía pesar el animal pero aguantó lo suficiente para poder depositarlo en una carretilla que había dejado fuera del vertedero. Con un suspiro de satisfacción empujó la carretilla y se dirigió a la casa de la hechicera.

Cuando Mili puso el pie en su amada Inglaterra lo hizo del brazo de Avery. Una fina llovizna les recibió recordándoles que estaban en casa. El tren resultó tres veces más cómodo y rápido que el africano y demasiado atestado como para tener un compartimento para ellos solos. Una vez en Londres Mili tuvo que mantenerse de nuevo en segundo plano para mantener las formas. El viaje empezaba a convertirse en un sueño lejano.

Pasaron la noche en casa de los Brown, una familia de ricos comerciantes que habían ganado su fortuna con la compañía de las indias y que le habían hecho ganar mucho dinero a Avery. James Brown no había perdido las esperanzas de casar algún día a su hija de mediocre belleza pero tremendamente joven y rica con él y cuando se enteró de la desaparición de Jane le dio su más sincero pésame y le ofreció solapadamente la compañía de su hija para consolarle.

Para alivio de Mili, Avery rechazó agradecido la oferta y se limitó a cenar y pasar la noche en casa de su amigo. Al día siguiente se levantaron pronto por la mañana y envió a Mili con  su equipaje por delante  a Hampton House mientras él iba a visitar el London Times y hacía todos los preparativos para hacer una discreta ceremonia por su hija desaparecida. Terminó con el tiempo justo para coger el último tren y llegó a la estación del condado de Lansing poco después de medianoche.

Cuando traspaso la puerta Mili le estaba esperando.

-El resto del servicio quería quedarse a esperarle –dijo ella dejando de tutearlo desde el momento que atravesó el umbral –pero les he dicho que entendías que debían levantarse pronto para cumplir sus tareas y agradecerías lo mismo que la recepción fuese mañana por la mañana.

-Has hecho bien –dijo el acariciando su cara –y sigo siendo Avery, para ti he dejado de ser el Conde de Lansing, por lo menos cuando estemos solos.

-El servicio también ha querido expresarte lo mucho que sienten su pérdida. –respondió ella suspirando con alivio –No son capaces de imaginarse Hampton House sin las risas y las carreras de la señorita Jane.

-Lo sé, a mí también se me va a hacer difícil.

-Quizás yo pueda hacer algo para aliviarte mi señor –dijo ella apretándose a Avery y acariciándole con suavidad la bragueta.

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