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Jane III

en Grandes Relatos

Rukungiri era un villorrio de apenas quince casas  rodeadas de un cerco de espinos para proteger a los habitantes y sus animales de los depredadores. Las casas eran de barro y estiércol mezclados con paja y estaban dispuestas sin orden ni concierto en un pequeño claro  entre la maraña de arbustos espinosos que cubría el valle.

Habían tardado casi una jornada en llegar y estaban mugrientos y cansados pero no disponían de tiempo, así que se dirigieron a la choza del jefe de la aldea y con la ayuda de uno de los guías contrataron a un par de rastreadores que decían saber dónde encontrar gorilas.

Desde el primer momento Jane desconfió de aquellos dos tipos. Las miradas que le lanzaban eran torvas y parecían esconder algo pero cuando dijo a su padre que aquellos dos tramaban algo, él la ignoro cegado por su ambición por conseguir su ansiado trofeo.

Los nuevos guías les condujeron a través de estrechos valles a una pequeña llanura al borde del bosque tropical donde establecieron el campamento. Esa noche Jane estaba tan rendida que ni siquiera tuvo fuerzas para acercarse a la tienda de Patrick.

Cuando despertaron  al amanecer cogieron sus armas y una mochila cada uno y se internaron en la selva tras los pisteros dejando al resto de porteadores y la mayor parte de la impedimenta en el campamento.

En cuanto entraron en el bosque se dieron cuenta de la dificultad de su tarea. Los arboles no eran muy altos pero eran muy frondosos y apenas dejaban pasar la luz, sus raíces muy superficiales junto con las enredaderas que lo  cubrían todo les hacían tropezar ralentizando su avance. Además el terreno era abrupto y había que tener cuidado donde ponías los pies porque la mezcla de barro y hojas muertas lo hacía sumamente resbaladizo. Los claros eran frecuentes y solían estar cubiertos de una espesa vegetación que en ocasiones era más alta que ellos y estaban cubiertos de una densa niebla.

Jane sudaba y jadeaba subiendo por las empinadas laderas pero seguía alerta preocupada por aquellos  tipos. Sus miradas esquivas y sus sonrisas serviles no la engañaban, se traían algo entre manos.

Pasado el mediodía se derrumbaron en un claro exhaustos. Comieron rápidamente y en silencio. A pesar de las promesas de los guías no habían visto un solo animal y Jane tenía la sensación de que no hacían nada más que dar vueltas en círculo y cada vez estaba más paranoica.

Después de una hora de descanso continuaron su trayecto por un angosto camino que se abría paso a duras penas en la maleza. Poco a poco el paisaje se volvió más abrupto hasta que llegaron a un caudaloso torrente que había escavado una profunda fisura en el terreno. El único puente disponible era el delgado tronco de un árbol derribado por alguna tormenta. El tronco era tan fino que apenas cabía el ancho de una bota dentro. Pero el guía con el extremo de una cuerda lo atravesó con la facilidad de un mono y ató la cuerda a un árbol cercano para que pudieran tener un apoyo extra. Primero pasaron los dos guías y luego los hombres le dejaron pasar a Jane primero. El tronco estaba resbaladizo y ver la corriente bajo ella turbia y tumultuosa diez metros bajo ella le puso nerviosa pero agarrándose firmemente a la cuerda siguió avanzando y con un suspiro puso el pie en la otra orilla.

En ese momento, con una sonrisa de satisfacción propia de un chacal, uno de los guías le agarró por la espalda inmovilizándola mientras el otro cortaba la cuerda y le daba una patada al tronco dejando a Patrick y a su padre aislados en la otra orilla. Pero eso no fue lo peor, por detrás de ellos desde la espesura se oyó un fragor y con unos gritos escalofriantes aparecieron una decena de guerreros portando lanzas. Afortunadamente Henry y su padre eran veteranos curtidos y no se dejaron llevar por el pánico. Junto con Patrick hicieron una descarga cerrada con sus fusiles y derribaron a tres atacantes. Cuando terminó de disparar su arma Henry tiro su rifle al suelo y con un revolver que llevaba a la cadera los mantuvo a raya y derribó  a otro mientras sus compañeros recargaban. Antes de un minuto había tres  negros más en el suelo sangrando. Por su parte Henry que era el que más se había expuesto tenía una lanza clavada en el muslo aunque no por eso dejaba de disparar a aquellos condenados.

El hombre que la sujetaba aflojo un poco su presa concentrado en el drama que se producía al otro lado del torrente y eso fue lo que estaba esperando Jane. Con un taconazo de sus botas sobre el pie desnudo de su captor logro zafarse y cogiéndolo del brazo y haciendo palanca con su cadera lo derribó en el suelo dando un último tirón en el hombro para intentar dislocárselo. No se quedó a comprobarlo y salió corriendo en dirección a la espesura antes de que el otro hombre pudiese reaccionar.

Salió corriendo como una bala, medio agachada para evitar las enredaderas y hacerse menos visible para los dos hombres que habían salido tras ella. Mientras avanzaba podía oír como parloteaban en su lengua ininteligible, cada vez más cerca. Tras diez minutos de persecución estaba empezando a cansarse. Consciente de que no podía seguir corriendo y caer desmayada en brazos de sus captores decidió esconderse tras un árbol y hacer frente a sus perseguidores.

Se apoyó de espaldas contra la dura corteza y relajo su respiración tal como Lun Pao le había enseñado. Cuando apareció el primero corriendo como un loco Jane se limitó a salir del abrigo del tronco en el momento preciso y arrearle con todas sus fuerzas en el cuello con el canto de la mano. El hombre cayó al suelo boqueando como un pescado fuera del agua agarrándose el cuello maltrecho, Jane no se lo pensó y le arreó una patada con su bota en la sien dejándolo inconsciente.

En ese momento apareció el segundo hombre cojeando ostensiblemente, con el brazo derecho colgando inerte y con un enorme machete en la mano izquierda. Jane vio enseguida que la mano izquierda no era su mano dominante y pensó que tenía una oportunidad. Se puso en guardia y esperó…

En ese momento un terrible aullido conmocionó la selva, parecía el grito de un animal iracundo pero en el fondo a Jane le pareció que tenía algo de  humano, quizás fuera  la forma de cerrarse la “o” al final del aullido. El grito volvió a repetirse reverberando por todo el dosel de la selva incapacitándola para averiguar el lugar de origen. Su atacante se quedó petrificado y el machete comenzó a temblar en su mano, aterrado soltó el arma y desapareció en la espesura gritando ¡Shetani…mzungu! A pleno pulmón. Ella salió corriendo en dirección contraria. Tras unos segundos se lo pensó mejor y volvió sobre sus pasos intentando volver al arroyo para  reunirse con Patrick y con su padre, pero ya era demasiado tarde, estaba total e irremediablemente perdida en la selva.

Estaba realmente confundido. Siempre había creído que era único. Desde la primera vez que se vio en el estanque de la luna y reconoció la imagen que se reflejaba en él cono suya, empezó a sospechar que Idrís no era su verdadera madre. Más tarde cuando comenzó a hablar y vio por primera vez a los monos del suelo fue consciente de cuál era su verdadera naturaleza. Pero hasta que no vio a esa mujer menuda, con el pelo del color del fuego no se dio cuenta de que había más monos calvos de piel pálida. Una súbita oleada de curiosidad le invadió mientras seguía observando a la joven mona blanca, quizás ella pudiese explicarle de dónde venía. La siguió desplazándose entre los árboles y pudo sentir su dolor y su desconcierto, pero no por eso dejo de intentar salir de la selva aunque sin éxito. La vio vagabundear sin rumbo fijo durante horas hasta caer agotada en un claro y quedarse inmediatamente dormida. Poco a poco se deslizo por una liana y bajo al suelo. El claro era pequeño pero el inconfundible aroma de Blesa la pantera negra le indicaba que era uno de los lugares favoritos de paso. No podía dejar a la mona allí o acabaría siendo la merienda de alguien. A pesar del volumen de su ropa le resulto sorprendentemente ligera. Estaba tan exhausta que apenas soltó un ligero suspiro cuando él se la hecho al hombro y trepó por el árbol más cercano. Se desplazó rápidamente y en silencio por la bóveda del bosque. Sus pasos eran firmes y silenciosos y cuando llegó a un lugar apropiado la depositó en  una horquilla mientras arrancaba unos brotes tiernos y un montón de hojas para hacerle una cama mullida. Por último la depositó en ella y le ató una liana en el tobillo para evitar que se estrellara contra el suelo veinte metros más abajo. La mona seguía durmiendo. Se acercó y la olisqueó. Olía a sudor y a miedo pero también a algo más un aroma fresco y atrayente la rodeaba atrayéndole como un imán. Acaricio su piel suave y observó sus manos finas con unas uñas largas y frágiles. La mona se revolvió inquieta en sueños y murmuro algo que él no entendió. La indecisión lo paralizo unos minutos pero finalmente decidió ir a buscar a Idris, ella le ayudaría con la mona. Se cercioró una vez más de que todo estuviese en orden y salió en busca de su madre.

La escaramuza duró apenas unos minutos pero el resultado para los atacantes fue devastador. Siete de los atacantes estaban muertos o  gravemente heridos.  Patrick salió en  persecución del resto, dejando a su futuro suegro cuidando la herida de Henry, para intentar conseguir información pero los perdió de vista en pocos minutos y volvió sobre sus pasos. De vuelta al lado del torrente intento despabilar a alguno de los heridos pero dos se murieron en sus brazos y el tercero no entendía nada de lo que trataba de preguntarle. Frustrado y rabioso los remató y se acercó a Henry:

-¿Cómo te encuentras? –Preguntó Patrick preocupado por la mancha de sangre que empapaba el pantalón del viejo.

-Bien hijo, creo que la lanza  no ha tocado ningún vaso importante, Avery me la ha sacado sin hacer más destrozo, como en los viejos tiempos. Un par de semanas en cama y como nuevo.

-¿Qué te parece si te dejamos aquí un rato mientras vamos en busca de Jane? ¿Estarás bien?

-Sí, adelante no os preocupéis por mí, el torniquete ha cortado la hemorragia y aún puedo aguantar un buen rato, pero volved al anochecer u os perderéis y de nada le serviréis a Jane si no podéis encontrar el camino de vuelta en este laberinto.

Le dejaron a Henry las mochilas y casi todo el agua que llevaban encima y se fueron torrente arriba para buscar un sitio por donde atravesarlo. Les costó casi una hora pero finalmente consiguieron vadearlo. La corriente era rápida y el agua estaba sorprendentemente bastante fresca lo que supuso un momentáneo alivio para sus cansados músculos. Una vez alcanzaron la otra orilla siguieron el riachuelo corriente abajo hasta volver a encontrar a Henry. Se despidieron de nuevo y se internaron en la selva siguiendo el rastro de Jane. Afortunadamente el rastro era claro y no tardaron en encontrar a uno de los captores inconsciente. Tenía un feo hematoma en el cuello y un huevo de considerables dimensiones en la sien izquierda. Patrick intentó despertarlo pero a pesar del fuerte zarandeo el hombre permaneció en el mismo estado. Lo ataron a un tronco por si despertaba y siguieron adelante. Doscientos metros más adelante el rastro se bifurcaba e incapaces de decidirse se dividieron. Avery cogió el ramal de la derecha que le pareció más prometedor y Patrick se internó en la jungla por la izquierda quedando en ese lugar en dos horas y pegando un tiro al aire cada diez minutos si encontraban a Jane.

Patrick encontró al segundo porteador tirado a la sombra de un árbol con un hombro dislocado y un pie machacado. Al ver al hombre blanco apuntándole con el cañón del fusil intentó huir pero solo logró dar unos pocos pasos antes de caer al suelo. Estaba febril y muerto de miedo.

-La mujer, ¿Dónde está? ¿Dónde la habéis llevado?

-Yo capturar para vender a caravana de sal, ella me golpeó y escapar, yo no saber dónde está.

-¿Estás completamente seguro? –preguntó Patrick metiéndole el cañón del fusil en la boca y amartillando el arma. –Si no me lo dices ahora mismo te mato a ti y a todo el pueblo.

-Yo no saber Shetani – muzungu, él se la llevó.

-¿Quién coños es ese? ¿Es el jefe del pueblo?

-Yo, shetani, él saberlo todo…

-¿Quién es shetani? ¿Dónde puedo encontrarlo? –volvió a preguntarle exasperado.

-Yo, él, solo saberlo él…

-¿Cuántos eráis?

-Yo, él, Mzungu , Shetani…

-A la mierda –dijo Patrick apretando el gatillo y escupiendo el cadáver –y luego arreglaré cuentas con el resto de tu aldea negro miserable.

Patrick siguió adelante unos cientos de metros pero pronto se convenció de que el rastro desaparecía a la altura del pistero, así que volvió sobre sus pasos y luego fue tras Avery. Lo encontró dos horas más tarde  en un pequeño claro del bosque totalmente desconcertado.

-Patrick ¿La has encontrado? –preguntó Avery con un deje de esperanza en la voz.

-No, encontré a otro de los secuestradores pero no me dijo más que incoherencias y a su lado se perdía el rastro con lo que este debe ser el bueno.

-Yo también lo creo y creo que estaba sola, un poco más atrás el rastro se confunde en varios puntos, como si hubiese dudado la dirección que debía tomar pero luego coge esta dirección y llega hasta aquí. Creo que se sentó aquí a descansar pero luego es como si se hubiese esfumado.

-No hay manchas de sangre –puntualizó Patrick –aún está viva. Inspeccionemos detenidamente los alrededores en algún sitio tiene que volver a aparecer el rastro.  

Inspeccionaron el lugar durante horas desesperados sin  encontrar ninguna pista del paradero de Jane.

-Vámonos Patrick, debemos volver al campamento antes de que anochezca y con Henry a cuestas tenemos el tiempo justo.

-¿Y abandonamos a Jane?

-Yo tengo tantas ganas de encontrarla como tu pero de nada le serviremos si nos perdemos nosotros también. Debemos volver a la aldea y conseguir dos nuevos guías y luego empezar un registro sistemático antes de que lleguen las lluvias.

No del todo convencido Patrick siguió a Avery y juntos deshicieron el camino. Cuando llegaron junto al hombre inconsciente que habían atado con intención de intentar interrogarlo de nuevo descubrieron que algún depredador se les había adelantado y estaba parcialmente devorado, un escalofrío les recorrió a ambos al pensar en Jane sola en aquella terrible semipenumbra. Cuando llegaron hasta el torrente vieron que Henry estaba con un ojo abierto y el otro cerrado. A pesar de estar herido no estuvo parado y ayudándose de un machete había cortado un troco no muy grueso pero de aspecto resistente y lo había acercado a la orilla.  Cuando los vio se levantó ansioso y su decepción se hizo patente al no ver a la joven con ellos. Con un gesto de resignación hurgó en la mochila saco una cuerda y ató al extremo una piedra. Al tercer intento logro atravesar el rio y atando el otro extremo a la rama lograron improvisar una pasarela. Avrery le contó lo sucedido y Henry se mostró de acuerdo con sus planes. Dejando la mayor parte de su equipo escondido partieron los más rápido que la pierna de Henry les permitía y llegaron al campamento justo cuando el sol estaba a punto de ponerse. Dejaron a Henry al cuidado de los porteadores y continuaron en dirección a la aldea de los traidores con ánimo sombrío.

Cuando llegaron era casi medianoche. Se abrieron paso a machetazos en el cerco de espinos y penetraron en la aldea como un vendaval. Cada uno armado con dos revólveres recogidos en el campamento sacaron a todos los habitantes de las chozas a rastras medio dormidos y aterrados y mataron como a un perro al único que se atrevió a oponer resistencia. Curiosamente aparecieron dos hombres que hablaban su idioma así que expusieron sus peticiones con total claridad. Se llevarían a dos hombres que conociesen el bosque atados y desarmados. Si encontraban a Jane  les permitirían conservar la vida, si no matarían a todo hombre mujer y niño de la aldea y los dejarían allí tirados para que fuesen pasto de las fieras. El viejo jefe inmediatamente comprendió su delicada situación y le dijo algo a un niño que inmediatamente desapareció en la espesura. Aguardaron tensos y con las armas dispuestas hasta que veinte minutos después el niño volvió acompañado de los tres guerreros supervivientes del ataque. Patrick levantó automáticamente el arma y le pegó un tiro en la frente a uno de ellos.

-Sólo necesitamos dos.

Los otros dos  se pusieron de rodillas implorando clemencia. Avery , sin decir palabra, les ató las manos por delante dejando un trozo de cuerda de unos dos metros y dándole una de las cuerdas a Patrick abandonaron la aldea con los nativos abriendo camino en la oscuridad. 

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