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Smallbird y el enamoraputas. Capítulo 16

en Grandes Series

16

 

Me levanté resacoso, pero más dispuesto que nunca a acabar con aquel asunto de una vez por todas. Cuando cogí el móvil ya tenía un mensaje de Gracia esperando. En él me decía que había habido suerte con la identificación facial. La INTERPOL había identificado al hombre como José Fernando Copal. La INTERPOL había logrado relacionarle con la muerte de casi una docena de personas aunque se sospechaba que eran muchas más.

El expediente que me había mandado la detective por wasap era  bastante corto. El hombre había nacido en Barranquilla y había empezado su carrera en el cártel de Medellín a finales de los ochenta con apenas doce años. De esa época databa su primera y única detención. Cumplió ocho meses en un correccional al sur de México antes de fugarse, demostrando que era un chico de recursos.

 Teniendo en cuenta que la vida media de un sicario de su edad era drásticamente corta, aquel chico empezó a destacar. Le detuvieron un par de veces más  sin poder formular ninguna acusación contra él. A partir de ese momento, en el mundo del hampa, comenzó a ganarse la reputación de ser una persona a la que recurrir cuando el trabajo requería ser especialmente discreto. Y es una fama que se ha ganado justamente ya que, cuando la policía ha conseguido relacionarle con algún crimen, siempre mediante pruebas circunstanciales, él hacía mucho tiempo que se había largado a un país sin tratado de extradición.

Llamé a Gracia y charlé un rato con ella. Liberarían a Abelardo a lo largo de la mañana. Estaba claro que el señor Copal era el responsable del crimen, pero por lo único que podían acusarle era por falsificación de documentos. Sería muy difícil conseguir la extradición con Colombia por un delito semejante. Le di las Gracias por informarme y le pregunté si el comisario había cambiado de opinión por casualidad y había decidido poner a Mirto bajo vigilancia. Ella se rio por toda respuesta y me deseó suerte antes de colgar.

Salí zumbando hacia la oficina. María ya estaba en su escritorio y me saludó con su sonrisa habitual, en el fondo era un pedazo de pan. Me dio el correo y me dijo que había llamado una tal Rosa López preguntando por mí.

Entré en el despacho y llamé inmediatamente a la joven para decirle que liberarían a su padre aquella misma mañana. La joven pareció aliviada, pero ante mi consejo de contarle a su padre toda la verdad dio un resoplido y sin darme las gracias colgó el teléfono. Pequeña furcia desagradecida.

No tenía ningunas ganas de comenzar otra tediosa sesión de vigilancia, pero si quería avanzar un poco más en la investigación no tenía otro remedio.

Entré en el edificio de Mirto y  fingí dirigirme a un bufete de abogados de la planta dieciséis para sortear a los de seguridad. Una vez en el ascensor, fui a la sede de la constructora para cerciorarme de que la secretaría estaba en su puesto de trabajo.

Esperé a la puerta paseando por el pasillo arriba y abajo hasta que alguien abrió la puerta y a través de la abertura tuve una fugaz imagen de la joven, vestida con su perenne sonrisa, sentada frente a su escritorio.

La verdad es que iba a ser un coñazo vigilar la puerta del edificio e identificar a la secretaría entre tanto trasiego de gente, pero no tenía más remedio, así que me senté en una mesa soleada, en la terraza de una cafetería con vistas al rascacielos  y pedí un café largo y bien caliente para contrarrestar el frío de la mañana.

A eso de la una y media, su inconfundible silueta emergió del edificio y se dirigió calle abajo. Yo esperé un poco y salí tras ella. Seguí aquellas cimbreantes caderas durante unos doscientos metros hasta que finalmente entró en un restaurante vegetariano.

Me quedé a la puerta sin poder creer en mi suerte. Esperé quince minutos, entré con el paso seguro y me dirigí a la barra. El local no era muy grande y tal como me imaginaba, estaban todas las mesas ocupadas. En una pequeña mesa del fondo, la secretaria comía un gran fuente de forraje con aire ausente, sin reparar en mí.

—Lo siento mucho, señor, pero no tengo mesas libres.—dijo una camarera al acercarse a mí.

—No se preocupe Paula. —repliqué consciente de que eso de llamar a los camareros por el nombre que rezaba en la placa contribuía a hacerlos más complacientes— He quedado aquí con una amiga.

Eché una teatral mirada en torno al minúsculo comedor y saludándola con la mano como si fuese amiga de toda la vida, me acerqué a la pequeña mesa donde comía mi objetivo. La camarera vino detrás de mí, dispuesta a echarme del local a la primera señal de incomodidad de la joven.

—¡Hola, Malena! ¿Qué tal? —la saludé guiñando un ojo.

La joven me miró extrañada unos segundos antes de reconocerme y antes de que dijese nada, me senté en la silla libre que había frente a ella y seguí hablando sin darle tiempo a replicar.

—Veo que has empezado sin mí; —continué— haces bien. Siempre llego tarde.  No sé cómo me las arreglo.

La camarera, al ver que Malena no reaccionaba con hostilidad hacia mí, se retiró para buscar un servicio.

—Gracias, Malena. Me has salvado la vida. —le dije ignorando la mirada recelosa de la secretaria— Siempre como aquí, pero normalmente lo hago más tarde, cuando el local está casi vacío y nunca he tenido problemas para conseguir mesa.

—¿De veras? —preguntó Malena sin terminar de creerse mi trola.

—Ya lo creo, cuesta encontrar un vegetariano decente tan cerca del centro. Debe ser la cercanía de los tiburones de la bolsa que solo quieren carne fresca. —dije sonriendo— Si me ayudas con la mentirijilla, yo invito.

—Bueno, la verdad es que me vendrá bien un poco de compañía, nadie en la oficina es... ya sabes, vegetariano y comer siempre sola es bastante aburrido.

—Sí, la verdad es que yo soy bastante nuevo en esto. —dije para cubrirme por si metía la pata— Estuve enfermo de cáncer hace poco y me he dado cuenta de lo importante que es una dieta libre de venenos para tener una vida sana, así que dejé el tabaco, las grasas de la carne y el mercurio del pescado. Espero que no me critiques por comer un huevo de vez en cuando, pero en eso el médico fue inflexible, dice que necesito proteínas para recuperarme.

No hay nada como sacar en la conversación una enfermedad terminal para conseguir que las mujeres se ablanden. Malena pareció relajarse por fin y no hizo ningún gesto a la camarera cuando esta se acercó con un servicio y la carta.

Eche un vistazo a la carta y me decanté por una crema de champiñones y unas albóndigas de tofu.

—Siempre me pasa lo mismo, está todo tan bueno que no sé muy bien que elegir... —dije frotándome las manos.

—Espero que no estés aquí para sonsacarme nada sobre el trabajo, porque si es así ya puedes largarte.

—¡Oh! No te preocupes por eso. La verdad es que ya han identificado al asesino, aunque no creo que le echen el guante fácilmente.

—Me alegro. No conocía mucho al señor Al Hariz, pero siempre fue muy cortés conmigo, no se merecía lo que le pasó.

—Desde luego. —dije yo pensando en las miles de personas que suspirarían de alivio al saber que uno de los  principales causantes de sus desdichas estaba criando malvas.

Consciente de que aun no me la había ganado, cambié rápidamente de conversación y la desvié a temas de actualidad. Resultó que Malena era una gran aficionada a las novelas policíacas y le conté algunas batallitas para entretenerla.

Una de las cosas que tengo a mi favor es que aunque a primera vista doy un poco de grima, cuando una mujer se toma la molestia de hablar conmigo, descubre que soy un tipo bastante divertido y con un montón de anécdotas entretenidas que contar.

Malena terminó su macroensalada de brotes tropicales y mientras yo conseguía engullir las albóndigas sin vomitar, se levantó dispuesta a marcharse.

—Bueno, tengo que irme. —dijo ella—Ya llegó cinco minutos tarde.

—Mea culpa. —dije levantándome cortésmente— Para compensarte deja que yo pague la cuenta.

—Lo siento, no puedo...

—Bueno, ¿Por qué no quedamos para comer mañana, más o menos a la misma hora? Estoy un poco harto de comer solo. Te prometo que mañana te dejo pagar a ti. —la interrumpí sonriendo y poniendo cara de perrito abandonado.

La joven pareció dudar, pero finalmente aceptó. En el fondo estaba tan cansada de comer sola como perjuraba estarlo yo.

A partir de aquel día comenzó un laborioso trabajo de pico y pala para ganarme la confianza de Malena. Había comenzado a trabajar en la vigilancia del cornudo, pero pasase lo que pasase, todos los días llegaba al restaurante, nunca a la misma hora, unas veces un poco más pronto, otras veces un poco más tarde, pero no fallaba nunca. La joven hablaba de todo menos de su jefe y yo, como un buitre carroñero, esperaba pacientemente una oportunidad.

Y finalmente la oportunidad llegó. En cuanto entré en el restaurante y la miré a los ojos supe que había pasado algo. Intenté animarla soltando un chiste sobre el tiempo que seguía sin darnos tregua, pero apenas me hizo caso. Estaba ausente, con la mirada perdida en no se sabía muy bien qué.

—¿Te encuentras bien? —pregunté tras el tercer chiste fallido.

Al oír la pregunta su mirada pasó de ausente a tensa. Por fin había conseguido llamar su atención.

—No... no sé si debo. No sé si quiero.

—Mi última intención es presionarte, —dije yo intentando engatusarla sin que ella se diese cuenta— pero por experiencia sé que no es bueno guardárselo todo para uno mismo. ¿Es por el trabajo? ¿Tienes problemas?

—No, bueno sí. Es por mi jefe. Es todo tan confuso...

—Adelante, estás con un amigo. — dije yo cogiéndole de una mano y de paso haciéndome sitio a codazos en el infierno.

Los bonitos labios de la joven temblaron, podía sentir como la duda se apoderaba de ella, por un momento pensé en darle un nuevo empujón, pero me limité a mirarla y a sonreír con toda la dulzura que me fue posible.

Tras unos segundos más se derrumbó. sus lagrimas rebosaron de sus grandes ojos castaños y cayeron sobre la ensalada vegetal. Le apreté la mano con fuerza y dejé que se desahogase. Cuando logró controlarse se enjugó las lágrimas con un pañuelo que sacó del bolso y comenzó a contar su historia:

Ser joven y atractiva, aunque no lo imagines, a veces es una maldición. Lo creas o no, en los dos últimos años no ha pasado una sola noche en la que no haya deseado ser una mujer del montón, hasta fea. Que solo se me valorase por mi intelecto y por mi capacidad de trabajo y no por mi figura. Me miro al espejo, desnuda, y no veo un cuerpo bello si no una especie de muñeca que todo el mundo desea manosear.

Hace dos años no pensaba lo mismo, en realidad en ese momento, con un hijo de tres años, el padre desaparecido, y mi subsidio de desempleo a punto de caducar, solo pensaba en conseguir un trabajo. Me presentaba a todas las entrevistas en las que podía colarme, pero a pesar de tener los estudios de empresariales, mi ausencia de experiencia hacía que cada entrevistador enarcase una ceja mientras me decía que tendría noticias suyas.

Evidentemente nadie me volvía a llamar. Hasta que un día Jorge Mirto irrumpió en mi vida. Salía de mi enésima entrevista con la misma sensación de hastío y frustración. Siempre las mismas preguntas para las que no tenía la respuesta adecuada.

Salí del despacho de recursos humanos como un vendaval, jurándome que iría a la próxima entrevista armada y al cruzar la esquina me di de bruces con Jorge. La carpeta con mi currículo y mis méritos voló por los aires esparciendo una lluvia de hojas. Inmediatamente, unos hombres enormes intentaron apartarme mientras yo me disculpaba por mi torpeza.

Jorge me echó una mirada rápida y su rostro inmediatamente se relajó. Apartando a sus gorilas se agachó ayudándome a recoger mis papeles.

—¿Así que quiere formar parte de nuestra empresa señorita Montero? —preguntó él mientras leía apresuradamente mi currículo— ¿Qué tal le ha ido en la entrevista?

—Me temo que no muy bien, no  tengo suficiente experiencia.

—Debe ser muy duro y además veo que tiene un hijo que depende de usted. —añadió ayudándome a levantarme— Es cierto que este puesto no es para usted, pero probablemente tenga algo, ¿Por qué no viene a verme la semana que viene a mi oficina?

Cogí la tarjeta que me tendía sin saber que estaba a punto de firmar un pacto con el diablo. Sin decirme nada más, se giró y continuó por el pasillo flanqueado por sus guardaespaldas mientras le seguía confusa con la mirada.

Aquella semana pasó con desesperante lentitud, cada día me levantaba más nerviosa y mientras me movía por el piso como un animal enjaulado, mi ánimo subía y bajaba como en una montaña rusa. A veces me sentía ya como una trabajadora de una de las empresas más fuertes del país y otras veces creía que estaba siendo objeto de una elaborada broma.

Finalmente el día llegó. Al contrario de lo que pensaba, Jorge no se había olvidado de mí y cuando llamé para concertar una cita me la dieron sin ningún problema. Me miré al espejo una última vez antes de salir a buscar mi destino. Una minifalda justo por encima de la rodilla, la única blusa que me quedaba en un estado decente y una chaqueta entallada en la que había invertido los últimos euros que me quedaban.

No estaba totalmente satisfecha, pero era todo lo que podía hacer. Me estiré un poco las medias y me puse los zapatos de tacón antes de salir de casa echa un manojo de nervios.

La entrevista fue genial, Jorge resultó ser un hombre amable y cercano y me contrató como asistente personal. Me encargaría de llevarle la agenda diaria y de conducir las visitas a su despacho además de manejar la centralita. El sueldo era bueno y además tenía todo tipo de extras; ayudas para la guardería de mi hijo o para ropa ya que decía que yo era parte de la impresión inicial que se llevaban sus clientes y que tenía que ir siempre impecable.

No me daba cuenta de que estaba cayendo en una trampa. Tras dos meses trabajando no podía estar más satisfecha. Trabajaba mucho, pero el sueldo era tan generoso que me había permitido trasladarme a un barrio mejor y pagar la entrada para un coche. Por fin parecía que la suerte me sonreía hasta que llegó aquel viernes que jamás olvidaré.

Estaba acabando de elaborar la agenda del lunes siguiente cuando el señor Mirto me llamó a sus despacho. Sin dejar de leer y firmar papeles, me dijo que aquel sábado me necesitaría. Con una sonrisa extraña, me dijo que iba a tener una reunión muy importante en su casa de la sierra y que me necesitaba. Antes de que yo pusiese ninguna objeción, dijo que ya había arreglado todo para que alguien se ocupase de mi hijo.

Yo, sin sospechar nada, accedí. Al día siguiente subí al coche sin sospechar nada. En media hora estaba entrando en una enorme finca en el centro de la cual había una especie de pabellón de caza.

Entre en el edificio oscuro y atestado de trofeos, los ojos grandes y muertos de cabras montesas, rebecos y ciervos, observándome desde las paredes me provocaron un primer punto de incomodidad. En cuanto me vieron, los guardaespaldas salieron al exterior del pabellón y me quedé sola ante mi jefe que me observaba sentado cómodamente desde su sofá degustando una copa de coñac..

—Siéntate. —dijo dando un par de palmadas al cojín que había a su derecha.

Me senté con precaución y estirándome la falda miré a mi alrededor preguntándome dónde demonios estaría el resto de la gente. Mirto echó un largo vistazo a mis piernas sin hacer caso de mi mirada de incomodidad y sonrió satisfecho.

Intentando ignorarle revolví en mi bolso y saqué una agenda y un lápiz, conteniendo mi impulso de cruzar las piernas y enseñar a mi jefe una mayor porción de mis muslos. En ese momento aun no sabía lo que ocurría, pero con cada segundo que pasaba estaba más convencida de que no era nada bueno.

—Siempre tan profesional. —dijo el hombre dando un nuevo sorbo al coñac— ¿Estas contenta con tu trabajo?

—Sí, señor Mirto, nunca pensé que conseguiría un trabajo tan bueno. Quiero que sepa que le estoy muy agradecida por haber confiado en mí.

—Eso espero, —dijo dándome dos suaves golpes en el muslo—porque todo ese dinero, el horario flexible, la guardería... todo tiene un precio.

—¿Qué insinúa? —pregunté poniéndome rígida, pero sin atreverme a apartar la mano del constructor de mi pierna.

—¿Te imaginas el número de personas  mejor cualificadas que tú pasaron por mi oficina reclamando el puesto que ocupas? ¿Diez? ¿Cien? ¿Mil? ¿En qué crees que eres mejor que ellas?

—Sé que no era la mejor de los candidatos, pero imagine que mis circunstancias...

Una áspera carcajada interrumpió mi torpe respuesta. Por fin Jorge apartó su mano de mi muslo y se levantó dirigiéndose a una caja de madera que tenía sobre un escritorio de madera de cerezo. De ella sacó un puro enorme y tras aspirar su aroma lo encendió con parsimonia dejando que el humo lo envolviese. Yo le observé consciente de que estaba a punto de escuchar la horrible realidad.

—La única razón por la que te contraté es porque eres la mujer más hermosa que he visto en mucho tiempo. —dijo dando una larga calada al cigarro.

—Lo siento señor Mirto, pero no sé que pretende...

—Lo sabes perfectamente —replicó mi jefe— La cuestión es ¿Cuánto valoras tu trabajo?

—Por favor, señor Mirto. —supliqué mientras él me cogía por la mano y me obligaba a levantarme.

—Puedes irte cuando quieras, pero si lo haces no hace falta que te presentes el lunes a trabajar.

En ese momento me asió por la cintura y me atrajo hacia él. Nuestros cuerpos chocaron mientras mi cabeza daba vueltas por efecto de la mezcla de amenazas y humo de tabaco. Le miré a los ojos y supe que tras esos ojos marrones no había ni un rastro de compasión, solo había determinación. Abrí la boca para suplicar de nuevo pero las palabras murieron antes de salir de mi boca, sabía que tenía que elegir, bueno si hubiese tenido elección.

La sonrisa de mi hijo al tener un lugar cómodo y cálido donde vivir y la certeza de que nunca le faltaría de nada, me convencieron de que era lo que debía hacer. Cerré los ojos  y acerqué lentamente mis labios a los de mi jefe.

Un instante después sentí su lengua apestando a habano entrar en mi boca y explorarme en un largo beso. Con un movimiento me levantó en el aire y de un empujón me lanzó contra la pared. Abrí los ojos sobresaltada y apenas tuve tiempo de poner las manos para amortiguar el impacto que me dejó sin resuello.

Sin dejar que recuperase el equilibrio Don Jorge se abalanzó sobre mí y me acorraló arremangándome la falda y explorándome los pechos a través del tejido de mi blusa.

—A partir de ahora no quiero que lleves ropa interior. Quiero que todos los que te vean sepan lo que se pierden. —dijo abriéndome la blusa y desabrochándome el sujetador.

Mis pechos se bambolearon y él, desde detrás, me los sobó y estrujó a placer mientras yo contenía las lágrimas. Nunca he odiado tanto ser hermosa como en aquel momento. Allí de cara contra la pared con la falda por la cintura y aquel hombre sobando mi cuerpo a mis espaldas, me sentí humillada e impotente... Hasta pensé que en cierto modo lo merecía al haber sido tan ilusa de pensar que aquel hombre tenía corazón.

Con un par de golpes bruscos, separó un poco más mis piernas para a continuación explorar mi entrepierna como un veterinario exploraría una vaca a punto de parir.

Cerré los ojos deseando que todo aquello se quedase en solo un sucio magreo, pero cuando me arrancó el tanga de un brusco tirón sabía que solo eran vanas ilusiones.  Tirando de mi melena me obligó a torcer la cara y a besarle justo antes de que me penetrase.

Sus labios ahogaron mi grito de angustia al sentir la polla de mi jefe invadiéndome . Intenté suplicar de nuevo, pero estaba rígida y paralizada por el pánico. Mirto deshizo el beso y tirando de mis caderas para hacer su cabalgada más cómoda comenzó a embestir mi cuerpo rígido, mientras sobaba mi culo y mis muslos diciéndome lo hermosa que era.

Impotente, intenté relajarme, sabía que aquella era la primera vez de muchas, así que intenté  adoptar un postura más cómoda y apoyé las manos y la frente contra la pared mientras gemía quedamente. Quizás si me mostraba complaciente acabaríamos antes.

Con un suspiro mi jefe se separó y me obligó a arrodillarme frente a él. Por primera vez vi el objeto de mi tortura, grande y venoso, palpitando y estremeciéndose de deseo. Impaciente, Jorge la cogió entre sus manos y me la metió en la boca sin contemplaciones.

La punta de su glande penetró en mi garganta hasta hacer tope. Me atragante y las lágrimas que hasta ese momento había logrado contener resbalaron por mis mejillas creando abstractos dibujos de rímel en mis mejillas.

—Vamos, chupa. —dijo mi jefe cogiéndome del pelo y moviendo sus caderas.

Medio asfixiada obedecí chupando con fuerza, intentando acabar con aquello de una vez. Mi jefe comenzó a gemir y me acarició, pensando que  me estaba aplicando para darle un mayor placer. A punto de correrse se apartó de nuevo. Yo hice el amago de volver a cogerle el miembro para continuar pero él me lo impidió tirando de mi cabello con una sonrisa.

Con un segundo tirón me ayudó a levantarme, me llevó hasta el escritorio de cerezo y me obligo a sentarme en él.

—Eres muy bella. Jamás había visto unos pechos tan bonitos. —dijo pellizcándome los pezones— Y sabes chuparla muy bien.

Para corroborarlo me metió dos de sus rechonchos dedos en mi boca profundamente obligándome a chuparlos. Yo se los chupé atragantándome de nuevo. Don Jorge sacó los dedos cubiertos de mi saliva y abriéndome las piernas los introdujo en mi sexo.

Con su habitual falta de tacto comenzó a masturbarme haciendo que poco a poco mis gemido se hiciesen sinceros. Inconscientemente separé un poco más las piernas, momento que aprovechó él para penetrarme de nuevo.

Excitada, cerré los ojos y me imaginé de nuevo en los brazos de el único hombre al que había amado. Aquel que al abandonarme había provocado la serie de sucesos que me había llevado hasta aquel pabellón de caza. Dejándome llevar por imágenes casi olvidadas, acaricié aquel cuerpo fofo y sudoroso, hinqué mis uñas en su espalda y me corrí con un sonoro grito.

Don Jorge tiró de mí y obligándome a ponerme de rodillas de nuevo se masturbó y eyaculó sobre mi cara con un ronco bramido.

—Después de aquello no me dejó vestirme en todo aquel fin de semana y me follaba cada vez que se le antojaba. Al menos cumplió su parte del trato y no me echó al día siguiente como me temía, aunque a partir de aquel momento me convertí en su esclava. Incluso ha llegado a cederme a sus amigos y clientes en alguna ocasión. Mañana será uno de esos días en los que antes de que termine desearé que me trague la tierra. Solo la sonrisa de mi hijo me da fuerzas para continuar.

—No  me puedo imaginar lo que estás pasando. —dije yo alargándole un pañuelo para que se secase una solitaria lágrima que corría por su mejilla.

—Y esta noche tengo que volver a pasarla con él. —dijo desesperada—  Cada vez se me hace más difícil. Me encuentro atrapada. No sé cómo salir de esta situación.

La joven dijo que necesitaba un cigarrillo así que pagué la cuenta y salimos fuera. Con manos temblorosas sacó un pitillo y lo puso en su boca. Adelantándome, cogí mi mechero y lo encendí. Malena le dio dos ansiosas caladas y eso pareció serenarla un poco. Observé esfumarse la columna de humo mientras recordaba aquella cálida sensación de paz en el momento que la nicotina comenzaba a fluir por mi cuerpo.

—Supongo que lo peor será que te ande prestando por ahí.

—Me vende como si fuese un saco de estiércol, a cambio de un favor o un poco más de dinero. Cada día me resulta más difícil... repitió de nuevo.

—¿No te has planteado dejar el trabajo? —pregunté. —ahora tendrás algo ahorrado y con la experiencia que has adquirido, no te resultará tan complicado conseguir uno nuevo.

—No sabes hasta qué punto es poderoso ese hombre, si quisiese, podría hacerme desaparecer sin dejar rastro.

El miedo en los ojos de esa mujer no eran pura superstición, inmediatamente supe que allí había algo.

—¿A qué te refieres?

La joven miró a ambos lados como esperando que hubiese alguien escuchando. Dudó, estaba a punto de salir corriendo, pero mi instinto sabía que necesitaba contarle aquello a alguien así que no la apuré y solo le apreté el brazo suavemente para que darle fuerzas.

—Todos los años daba una fiesta es su casa. En ella su hija tocaba acompañada por una orquesta alguna de sus piezas preferidas. Hace año y medio invitó a un cliente suyo y nadie sabe cómo, pero su hija se enamoró de él.

—Omar.

—Omar al Hariz. Fue un flechazo. Seis meses después, Omar fue a la oficina y le pidió la mano de su hija a Jorge. La discusión fue monumental. Don Jorge le amenazó y le dijo que no se acercase a su hija o lo mataría. Quince días después ocurrió el accidente.

—Sí pero fue su hija la que murió. —repliqué aparentando  extrañeza— ¿Qué tiene que ver?

—Que era el coche  de Omar el que se salió de la vía. Y si solo fuese eso, podía haber pasado por una coincidencia, pero unos meses después, un viernes, vino un tipo a la oficina. Después de que se hubiese ido todo el mundo. Yo lo vi entrar porque me había olvidado algo en la oficina y tuve que volver cuando ya casi estaba en el coche. Cuando salía por segunda vez de la oficina se cruzó conmigo. No tenía aspecto de empresario ni de funcionario, parecía sudamericano y sus ojos eran más fríos y vacios que los de mi propio jefe. Dos días después la foto de Omar flotando boca abajo en la piscina salía en todos los periódicos. Sé que suena a locura, pero tenías que haber visto esos ojos...

—¿Eran estos por casualidad? —dije mostrándole la foto.

 

Cuando salí del restaurante, mi primer impulso fue llamar a Carmen. Con el testimonio de Malena, ahora no podría negarse a reabrir el caso e investigar a Jorge Mirto. Miré el reloj, eran casi las cuatro y media de la tarde de un viernes previo a un puente. Sopesé las posibilidades. Toda la sección estaría preparando sus minivacaciones. Carmen iría al pueblo con los niños, Arjona se pasaría los tres días en Ibiza bebiendo y follando... si podía. Incluso Negrete estaría planeando una escapadita con su actual esposa.

No había que ser muy listo para saber que joderle los planes a toda la división de homicidios solo serviría para cabrearlos y ponerlos en mi contra. Me costaría convencerlos y encima cada vez que les necesitase en el futuro solo conseguiría burlas y una patada en el culo. Así que decidí esperar al martes, ¿Qué podía pasar en tres días?

Esta nueva serie de Smallbird consta de 18 capítulos. Publicaré uno  a la semana. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella

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Una Vendimia Diferente

Smallbird y el enamoraputas: Capítulo 2

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Hercules. Relato Completo.

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Hércules.Capítulo 23.La Libertad Guiando al Pueblo

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Hércules. Capítulo 20. Un Nuevo Jugador.

Hércules. Capítulo 19. Joanna.

Hércules. Capítulo 18. Primera Misión.

Hércules. Capítulo 17. Adiestramiento.

Hércules. Capítulo 16. Un nuevo Hogar.

Hércules. Capítulo 15. El juicio.

Hércules. Capítulo 14. El Ángel Negro.

Hércules. Capítulo 13. Entre rejas.

Hércules. Capítulo 12. Detención.

Hércules. Capítulo 11. Furia Ciega.

Hércules. Capítulo 10. Siguiendo el rastro.

Hércules. Capítulo 9. Amor cruel.

Hércules. Capítulo 8. Tierra Prometida.

Hércules. Capítulo 7. De Compras.

Hércules. Capítulo 6. Akanke.

Hércules. Capítulo 5. Un buen partido.

Hércules. Capítulo 4. La Venganza de Hera.

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