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El Último Vuelo del Electra: Cap 4

en Grandes Relatos

4

El despegue no fue tan sencillo ese día. Con los tanques de combustible atiborrados de gasolina y los tres a bordo, el viejo Electra necesitó la casi totalidad de los dos kilómetros de la pista para alzar el vuelo. Finalmente June tiró de los mandos y el avión fue tomando altura poco a poco hasta dejar, primero Port Moresby y luego la isla de Nueva Guinea, tras ellos.

Un par de horas de vuelo después, Dana empezó a pensar que aquella aventura no iba a ser tan emocionante como creía, el monótono zumbido y las vibraciones  de los motores  embotaban sus sentidos y el inacabable Océano Pacifico había hecho que mirar por la ventanilla dejase de ser entretenido en poco más de treinta minutos.

A pesar de todo, procuraba parecer ilusionada y hacia todo tipo de preguntas sobre el avión y el viaje. Lo que más gracia le hizo fue la mezcla de instrumentos antiguos y modernos con los que estaba equipada la cabina del avión para hacer más segura la navegación. No podía evitar comparar la antigua radio de lámparas original al lado de la compacta Sony de transistores que estaba justo encima.

June llevaba los mandos casi todo el tiempo y manejaba  la radio mientras que su hermano se ocupaba de la navegación, tomando datos como la velocidad del aire, la presión atmosférica y otros, indicándole a la aviadora las correcciones que debía realizar para mantener el rumbo.

Cuando se cansaba de observar, Dana daba saltitos en el avión y hacia estiramientos para combatir el frío que se colaba por las rendijas de la gruesa cazadora de cuero que le había regalado Larry, a juego con la suya, una cazadora de aviador de la segunda guerra mundial auténtica que había comprado especialmente para el viaje.

Tras diez horas de vuelo preparó unos sándwiches y los llevó a la cabina.

—¿Cómo va todo, chicos? ¿Por dónde vamos? —preguntó la reportera mientras repartía los bocadillos.

—Muy bien, cariño, ahora mismo estamos a unos mil ochocientos kilómetros de la isla Gardner y unos dos mil cuatrocientos de la isla Howland. —respondió Larry.

—¿Eso significa que vamos a pasarnos otro medio día dentro de este molinillo de café? ¿Habrá combustible suficiente?

—No te preocupes. Nos quedan unas siete horas de viaje y según mis cálculos tenemos combustible para otras diez.

—Y lo mejor es que pararemos en Howland solo lo necesario para volver a llenar los tanques y partiremos para Hawái. —intervino June con una sonrisa maléfica.

—Eso quiere decir...

—Que te vas a pasar  treinta horas casi seguidas dentro de este trasto. —dijo su cuñada soltando una carcajada.

—Eso no me lo dijisteis cuando me desafiasteis a que os acompañase. —dijo Dana medio en broma, medio en serio— Si lo llego  a saber, me hubiese ido a Honolulu a esperaros tomando el sol y cociéndome a base de daiquiris.

Los pilotos rieron y le tomaron el pelo a la neoyorkina, diciéndole lo mucho que se iba a divertir en su media hora de paseo en tacones por la arenosa isla Howland.

Dana aceptó las bromas con deportividad y se fue a por un termo de café que compartieron en la cabina. El ronroneo de los motores se estaba volviendo hipnótico y como no tenía nada que hacer, decidió tumbarse un rato en un colchón que los hermanos habían colocado en la sección de cola, entre dos enormes tanques auxiliares de combustible.

Fue Larry el que la despertó cinco horas después, diciéndole que la isla Gardner estaba ya a la vista.

Dana se acercó a la cabina para ver a través del parabrisas un pequeño punto oscuro destacando a más de cuarenta kilómetros en la inmensidad azul del Océano Pacífico.

—Ahí la tienes, Nikumaroro.

—¿Nikumaroro? —preguntó Dana extrañada.

—Es el nombre que le dan los habitantes del archipiélago de las Kiribati a la isla Gardner.

—Bueno, se llame como se llame, vamos a echar un vistazo. —dijo su hermana inclinando el morro y enfilando hacia la isla sin poder reprimir su entusiasmo a pesar de las casi nulas posibilidades de dar con una pista de Amelia o de su Electra.

June redujo la velocidad y fue descendiendo paulatinamente hasta los doscientos pies, haciendo que el momento de llegar a la isla se alargase. La tensión fue creciendo entre los aventureros a medida que se acercaban a la isla. Los dos hermanos agarraban los mandos con fuerza haciendo que los nudillos se volviesen blancos y exploraban el agua, buscando cualquier sombra o pista en el agua. No podían evitarlo, estaban todos emocionados. De repente, una nube de humo negro estalló  veinte metros delante de ellos y a su izquierda.

—¿Qué demonios? —dijo June sorprendida tirando del timón.

En un instante el espacio que les rodeaba se volvió un infierno. Pequeñas nubecillas negras estallaban alrededor del avión, enviándoles metralla que repiqueteaba contra el fino aluminio del fuselaje.

June tiró instintivamente de los mandos intentando girar ciento ochenta grados y alejarse lo antes posible de las explosiones. El Electra deceleró y se ladeó. June se dio cuenta tarde de su error. Antes de que pudiese rectificar tres impactos directos sonaron a su derecha e hicieron estremecer la aeronave.

Dana estaba al borde de la histeria. No sabía qué demonios pasaba. Lo único que sabía es que el motor derecho estaba en llamas. Solo la calma con la que afrontaban los dos hermanos la situación, impidieron que perdiese el control.

Con una exclamación, Dana apuntó al ala derecha. En ella se veían tres agujeros del tamaño de puños, uno de ellos en el motor de estribor. Grandes lenguas de fuego salían de los escapes amenazando la integridad del aparato. Larry, desde el asiento del copiloto, activó los extintores y las llamas fueron inmediatamente sustituidas por una densa nube de humo negro.

Durante los siguientes segundos, los pilotos comprobaron el estado del aparato. El fuego antiaéreo había cesado, pero esa era la única buena noticia.

—Con el avión en este estado no llegaremos muy lejos. —dijo Larry— Tenemos que aterrizar cuanto antes.

—Pues esa isla es el único lugar en quinientos kilómetros a la redonda. —dijo June — Agarraos, creo que el aterrizaje va a ser bastante movido.

A continuación June apagó completamente el motor de estribor mientras ponía el de babor a máxima potencia. Manteniendo el avión a duras penas nivelado, trazó un amplio círculo en torno a  la isla, buscando el lugar más apropiado para aterrizar y de paso deshaciéndose de todo el combustible que podía para intentar minimizar el riesgo de un incendio durante el aterrizaje.

Tratando de no pensar en la posibilidad de que los desconocidos abriesen fuego de nuevo, enfiló la playa, bajando los flaps y disminuyendo la velocidad hasta casi entrar en pérdida. Poco a poco la pequeña lengua de arena se hizo cada vez más grande a medida que se acercaban. Cuando estaban a menos de veinte metros del suelo, June estuvo a punto de bajar el tren de aterrizaje, pero pensó que en aquella arena blanda sería más un obstáculo que una ayuda y finalmente optó por aterrizar de panza.

Con todos los músculos tensos por el esfuerzo fue acercando el avión al suelo hasta que estuvo a menos de quince pies. Fue entonces cuando lo dejó caer casi de golpe. Todo el avión se estremeció con el impacto, pero continuó de una pieza y comenzó a resbalar por la arena, dando pequeños tumbos cuando topaba con las pequeñas irregularidades de la playa.

Las hélices del motor restante se doblaron al chocar contra el suelo. Larry apagó inmediatamente el motor y observó con atención como June manejaba con habilidad el timón mientras la nave resbalaba perdiendo velocidad poco a poco.

Parecía que todo iba a salir bien cuando una roca, salida de la nada, se interpuso en su camino. June no pudo esquivarla y el Electra chocó contra ella y pegó un salto. El impacto fue demasiado para su maltrecha ala derecha que se desgajó limpiamente del fuselaje. Afortunadamente, la velocidad había disminuido bastante porque tras unos segundos de lucha con el timón, June perdió finalmente el control y haciendo un trompo la nave se estrelló de lado contra un par de palmeras que había en la orilla de la playa.

***

El ruido de los motores lo alertó. Afortunadamente estaba cerca del antiaéreo y tras una corta carrera, le quitó la funda, se colocó en posición y amartilló el arma. Gracias a sus constantes cuidados, el Tipe 98* estaba como el primer día que el almirante Yamamoto lo puso personalmente bajo su responsabilidad. Kai Unemaro había sido elegido para aquella misión por el mismo almirante entre varios miles de aspirantes tras un brutal entrenamiento. Había recibido órdenes escritas en persona por el mismísimo Emperador y las había cumplido con la eficacia que se esperaba de él.

Ahora tenía una nueva oportunidad de servir al Emperador. Aguzó la vista y esperó pacientemente a que el avión se pusiese a tiro. Poco a poco fue recopilando más información. Era un bimotor americano, el ruido de los motores era inconfundible. Durante un segundo había albergado la esperanza de que hubiesen venido a por él, se sentía viejo, cansado, y desesperadamente solo, pero tras un segundo de desesperación, la férrea disciplina que le había ayudado a sobrevivir en ese infierno inhóspito, le ayudó  a recuperarse y le incitó a observar  aquel objeto atentamente con sus binoculares.

Cuando estaba a tan solo un par de kilómetros, distinguió perfectamente la silueta del avión y la sorpresa le dejó casi petrificado. Era prácticamente el mismo que había derribado hacia casi cincuenta años, hasta tenía el mismo color plateado, tan llamativo y fácil de enfilar con la mira.

Apuntó hacia el aparato y abrió fuego. Al contrario que el piloto del otro avión, que se pegó al suelo acelerando e intentando atravesar la isla lo más rápido posible para hacer más difícil su puntería, este perdió velocidad e inclinó  el avión bruscamente, intentando girar ciento ochenta grados y mostrándole la panza entera para que hiciese blanco.

Mientras Kai apretaba el gatillo recordó como el otro avión, hacía medio siglo, había pasado como una flecha a su lado  y solo por pura suerte, con  uno de sus disparos, le había arrancado uno de los estabilizadores de la cola. El piloto intentó nivelar el avión, pero estaba demasiado cerca del suelo y rozó la arena con la punta del ala derecha haciendo que picara de morro sobre la laguna,  capotando varias veces a gran velocidad y desintegrándose en el agua.

En esta ocasión fue más fácil y tras los primeros disparos corrigió ligeramente el alza y alcanzó al avión. Dos impactos en el ala y uno en el motor hicieron que todo el ala derecha desapareciese en pocos segundos oculta bajo un intenso humo negro.

***

Con una sonrisa de satisfacción vio como el avión cambiaba de nuevo de rumbo y trazaba un amplio arco en torno a su isla. Al fracasar la maniobra de evasión, el piloto optaba por la única alternativa posible y enfilaba de nuevo hacia la isla. Su única posibilidad de sobrevivir era aterrizar en la playa antes de que el bimotor se partiera en dos.

 Kai se relajó y observó las evoluciones del bimotor con la mano en el gatillo, pero sin la intención de disparar para ahorrar sus preciosas municiones, seguro de que terminaría por estrellarse.

Pero se equivocó. Con una maestría que contradecía la torpe maniobra anterior, el piloto estabilizó el avión y sin abrir el tren de aterrizaje se posó con suavidad en la arena. A pesar de la pericia del aviador el ala derecha estaba tan mal que solo aguantó unos trescientos cincuenta metros antes de desprenderse con el motor  averiado  mientras el resto del avión resbalaba y giraba sobre sí mismo hasta chocar finalmente de lado contra un par de enormes palmeras.

Kay soltó un juramento, cogió su ametralladora Nambu** y salió corriendo en dirección al avión estrellado.

***

June era una artista. De no ser por la pérdida del ala, podía haber salido del avión sin despeinarse siquiera. Afortunadamente, cuando toparon con las palmeras iban ya a muy poca velocidad y el único daño que habían sufrido era un pequeño corte en la frente de Larry.

Salieron del avión aun medio mareados por el choque y deslumbrados por el sol, de manera que cuando vieron a aquel hombre menudo, con un fino bigote y unas gafas redondas, vestido con el uniforme de teniente del ejército japonés, creyeron que estaban viendo visiones.

Larry fue el primero en reaccionar y se acercó a él gritando indignado:

—¿Pero qué demonios crees que estás haciendo? —dijo Larry a grito pelado— Has estado a punto de matarnos.

—¡Alto! ¡De rodillas! ¡Son prisioneros de su Majestad el Emperador del Japón! —dijo el hombre levantando una fea ametralladora.

—¡Maldito estúpido! La guerra terminó hace cuarenta años. ¿Estás loco?

Larry no fue consciente del peligro que corría. Se irguió aun más, soltando maldiciones e intentó correr hacia el soldado, pero una ráfaga atravesó su pecho y lo paró en seco.

El tiempo se detuvo en ese instante y las dos mujeres observaron como Larry caía y su sangre  era absorbida por la arena. Dana fue la primera que corrió hacia su marido gritando de angustia. Cuando  llegó a su lado, Larry apenas se movía. Lo cogió en los brazos, presionando las heridas que tenía en el pecho, mientras su marido intentaba hablar, consiguiendo únicamente escupir cuajarones de sangre espumosa por la boca.

June llegó a continuación. Sus palabras y sus gritos se unieron a los de Dana hasta que una voz autoritaria les interrumpió.

—¡Vamos! ¡De rodillas! —gritó él japonés pinchándolas con el cañón aun caliente de la ametralladora.

June se levantó como una flecha e intentó golpear al soldado, pero este, a pesar de su edad, la esquivó con facilidad y la golpeó en el estómago con la culata de la ametralladora.

***

Era increíble. ¿Cómo se atrevían esos barbaros a humillarle enviando mujeres a hacer las tareas de los hombres? No había ningún honor en matar a una mujer aunque fuese un enemigo. Al hombre le había proporcionado una muerte digna, pero ¿Qué coños iba a hacer con aquellas dos mujeres? Maldiciendo su suerte, cogió a la joven delgada y semiinconsciente sobre un  hombro y colgándose la ametralladora del otro, cogió a la otra por su abundante melena rubia y tiró de ella para separarla del hombre que ya estaba muerto.

La joven intentó abrazarse al cadáver desesperada, pero Unemaro, a pesar de ser casi un anciano, era más fuerte y la arrastró, separándola de Larry, obligándola a ponerse de pie a base de fuertes tirones de su pelo y alejándolas del cuerpo agonizante.

*El cañón antiaéreo ligero de 20mm más usado por el ejército japonés en la Segunda Guerra Mundial.

** La Nambu tipo 99 era una ametralladora ligera a la que se le podía acoplarr una bayoneta.

Esta nueva serie consta de 12 capítulos. Publicaré uno  a la semana. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

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