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Smallbird y el enamoraputas. Capítulo 13

en Grandes Series

13

 

Una de las últimas siestas de la tarde anterior se había prolongado un poco más de lo esperado y desperté a las cinco de la mañana. Tenía un fuerte dolor de espalda y todos los músculos doloridos como si me hubiese pasado la noche corriendo la San Silvestre. Me levanté doblado como una escuadra del sillón de oficina y me dirigí al sofá para intentar dormir otro rato hasta que abriesen la cafetería de enfrente y pudiese tomar un buen café.

No fue una buena idea, el tresillo aun estaba impregnado del aroma de María, lo que despertó recuerdos que me impidieron pegar ojo. Pensé en servirme un whisky para intentar alejar las preocupaciones de mi mente, pero mi decepción fue total cuando descubrí que la última botella que me quedaba yacía vacía en la papelera. Estuve a punto de volver a casa en la moto, pero el móvil me chivó que había dos grados bajo cero en el exterior, así que opté por tumbarme y mirar al techo, rezando para que por lo menos se me aliviase el dolor de espalda.

Mi mirada se fijó en una araña que corría por la pared, era gorda como la uña de mi dedo y se movía ignorando mi interés por ella. Por un instante pensé matarla con un zapato  y no pude evitar preguntarme si Dios nos miraba con el mismo desprecio con el que miraba yo al bicho y por eso de vez en cuando decidía pisarnos un poco con la bota. La araña pareció darse cuenta de que estaba siendo el objeto de mi atención, recorrió con sorprendente rapidez el techo y se escondió en una grieta de la escayola desapareciendo de mi vista y esperando un momento mejor para tejer su tela y atrapar alguno de los bichejos que pululaban por mi despacho.

Entonces miré alrededor y me di cuenta del desorden y el polvo acumulado. Por un momento se me pasó por la cabeza recoger un poco aquel chigre, pero una punzada en la espalda me ayudó a olvidarme de mis intenciones. A cada momento me iba pareciendo más al estereotipo de un detective;  un despacho sucio y desordenado, golpes en la nuca, polis cabreados y encima me follaba a mi secretaria... debería pensar en ceder los derechos de la historia a un estudio de cine.

Al fin llegaron las siete y media y conseguí levantarme del sofá y dirigirme a la cafetería para desayunar un buen tazón de café con leche. Sin prisa leí la prensa del día. En todas las primeras planas aparecían el comisario Negrete y el capitán Méndez felicitándose por la detención de toda una célula terrorista que, según rezaban los titulares, estaba preparada para realizar un atentado inminente. Leí con atención la noticia, cómo siempre era una mezcla de medias verdades y exageraciones que convertía a los terroristas en una especie de amenaza mortal que solo la habilidad de los hombres de Méndez y Negrete habían sido capaces de eliminar.

Leí la noticia en un par de periódicos más, pero por ninguna parte se podía leer como la intervención de un oscuro detective del tres al cuarto le había sacado las castañas del fuego a la Policía Nacional. Con una sonrisa irónica devolví los periódicos al mostrador y subí a la oficina.

Entré en la oficina frotándome las manos con fuerza para intentar calentarlas tras haber estado expuestas a la heladora mañana. María acababa de llegar, estaba clasificando el correo aun con los guantes puestos. De nuevo tenía esas arrugas de preocupación que tanto me exasperaban. La saludé y cogí el correo que había seleccionado para que le echase un vistazo y me recluí en mi despacho.

Tomé un par de antiinflamatorios, revisé las facturas y salí de la oficina. Fuera, el sol brillaba tímidamente haciendo el ambiente al fin soportable. Arranqué la moto y la dejé calentar un buen rato antes de dirigirme hacia las afueras.

La empresa de telefonía tenía una serie de naves que ocupaban una manzana entera de un pequeño polígono industrial cerca del barrio de Hortaleza, a pocos metros del IFEMA. La mayor parte la dedicaban a oficinas y en la parte trasera había un garaje donde había todo tipo de vehículos, desde pequeños Smart, para callejear por las atestadas calles del centro, hasta camiones todoterreno similares a los que usan los bomberos forestales para encargarse de las averías en terreno abrupto.

Eran casi las once de la mañana y el lugar estaba semivacío. La mayoría de los vehículos que quedaban estaba siendo sometidos a distintas reparaciones o  a operaciones de  mantenimiento.  Me acerqué a uno de los mecánicos y carraspeé para llamar su atención.

—Hola, buenos días. ¿Qué desea? —saludó el mecánico mientras se limpiaba las manos con un poco de estopa.

—¿Está el encargado por aquí? —pregunté yo mientras observaba el garaje con aire descuidado.

—Pues lo siento, pero hoy no estará en toda la mañana.

—Vaya faena, la verdad es que tengo un problema, pero quizás usted pueda ayudarme.  Hace unos días tuve un pequeño incidente con uno de los empleados de su empresa y quería tratar de arreglar el asunto por las buenas.

—¿Qué pasó? —preguntó el hombre receloso.

—Digamos que su compañero se saltó un stop e impactó contra la aleta de mi coche, por si fuera poco me echó una bronca de cojones...

—Te estás quedando conmigo. —me interrumpió el mecánico— Si vienes haciendo preguntas raras, por lo menos tapate la cabeza.

—¿Y? —pregunté sorprendido.

—Lo que te ha pasado es que te has peleado con alguno de mis compañeros y ahora quieres averiguar algo de él para denunciarle. No pienso decirte nada.

—¿Cómo sabes..?

—La herida que tienes detrás de la oreja esa cicatriz en forma de T solo te la pueden haber hecho con esto. —respondió el hombre sacando  una herramienta de aspecto macizo del maletero de la furgoneta que estaba arreglando.

Sin que le preguntase me  mostró la bisagra en forma de "T" que tenía en la pesada cabeza que permitía pasar un cable de dos dedos de grueso para a continuación guillotinarlo gracias a la fuerza que se ejercía con la ayuda de un mecanismo hidráulico.

—Esto  lo llevan todos los que se encargan de reparaciones del cable y de repetidores.

—¿Cómo se llama ese trasto y dónde puedo conseguir uno igual? —pregunté intentando que no me temblase la voz de emoción.

—Es un cortacables hidráulico de guillotina de 40mm. Creo que hay un almacén de herramientas pesadas justo en la salida de la M40.

Sin despedirme siquiera, salí a toda velocidad del taller y me subí a la moto. Mientras recorría el polígono buscando el almacén, llamé a Gracia y le dije que se reuniera conmigo en la morgue. El tono de mi voz hizo que obedeciera sin hacer ninguna pregunta.

La herramienta en cuestión me costó algo más de doscientos euros. Antes de comprarla me aseguré de que era el mismo modelo que me había enseñado el mecánico comparándolo con una foto que le había hecho con el móvil. Pedí factura y una copia y salí en dirección a la M40 como una exhalación. El tráfico era escaso y me costó horrores mantenerme por debajo de los límites de velocidad.

Estaba seguro de que había encontrado el arma del crimen y de regalo tenía un sospechoso con móvil y oportunidad.

Cuando llegué, Fermín y Gracia me estaban esperando en el recibidor de la morgue.

—¿Qué demonios ocurre que sea tan urgente para que dejemos todo lo que tenemos entre manos para atenderte a ti? —preguntó Fermín con el ceño fruncido.

—Tengo el arma del crimen de Omar y un sospechoso.

—¿Cómo? —preguntó Gracia abriendo los ojos sorprendida.

—Vamos a tu despacho. —le dije a Fermín disfrutando de la incertidumbre de mis dos compañeros.

Cuando saqué el maletín de plástico pusieron cara de interés, pero cuando extraje la herramienta y les mostré la bisagra de apertura de la cabeza abrieron los ojos totalmente sorprendidos.

Para no tener que perder el tiempo iniciando el vetusto ordenador donde estaba almacenado el informe de la autopsia de Omar, Fermín se abalanzó sobre mí con impaciencia midiendo con un calibre las dimensiones de la bisagra y de mi cicatriz hasta que con exclamaciones de gozo comprobó que evidentemente era el arma homicida.

—¡Excelente! —dijo Fermín cogiendo las instrucciones de la herramienta y empezando a escribir un anexo al informe de la autopsia— ¿Puedo quedármela?

—Por supuesto. —respondí yo entregándole la factura— Son solo doscientos ochenta euros.

Fermín me miró frunciendo el ceño de nuevo, pero necesitaba la herramienta para mostrarla ante un jurado en caso de que no apareciese la verdadera arma del crimen y con un gruñido me hizo un recibo.

Yo lo recogí con una sonrisa y llevándome a Gracia por los hombros nos dirigimos a la salida.

—Bueno, ahora tenemos el arma del crimen, —dijo Gracia— ¿Y qué?

—Qué tengo un sospechoso con el móvil y una herramienta exactamente igual a esa. Ahora solo tienes que convencer a Negrete de que pida una orden de registro para buscar el arma homicida.

Mientras ella  escuchaba atentamente le conté lo que se había perdido sobre el padre de Rosa mientras había estado investigando a la célula terrorista. Al principio se mostró un poco escéptica, pero cuando le conté que había estado en la urbanización de Omar y había intentado colarse, se convenció finalmente de que merecía la pena investigarle.

Después de hacerle prometer que me avisaría cuando fuesen a hacer el registro me despedí y tras comer algo volví a la oficina regodeándome por el hecho de haberme vuelto a adelantar a la policía. Estuve a punto de llamar a Negrete para tomarle un poco el pelo, pero al final opté por no cabrearlo.

Cuando llegué, María estaba en la oficina abroncando a su hijo. Al vernos se disculpó, terminó la discusión y se acercó preguntándome si podía hablar un momento conmigo en mi despacho.

Disculpándose dijo que le habían llamado  del colegio esa mañana, al parecer, Pablo, su hijo mayor, había montado una bien gorda y tenía que hablar con el director para intentar que no le expulsaran. Se las había arreglado para dejar a la niña pequeña con una vecina, pero no tenía con quien dejar a Pablo. Yo le dije que no había problema que si no era mucho rato me quedaría con él.

María sonrió  y se despidió deshaciéndose en agradecimientos mientras obligaba a pasar a su hijo a mi despacho con un empujón y le decía que se portase bien por una vez en su vida.

Era un chico delgado y llevaba el pelo largo y descuidado tapándole parte de la cara. Decididamente tenía el mismo aire desastrado y huidizo de su padre, solo los ojos grandes y verdes como los de su madre que me miraban desde de detrás de aquel flequillo de pelo oscuro y observaban el lugar con interés, me recordaron a su madre.

—¿Esperabas algo más emocionante? —le pregunté sentándome y poniendo los pies sobre la mesa al ver la mirada de decepción con la que Pablo observaba las paredes amarillentas, el sofá ajado y el escritorio descantillado.

—No sé, esperaba algo más moderno y limpio, ya sabes cómo los detectives de las series...

—Sí, bueno supongo que no has visto ninguna que tenga más de cinco años. Castle, Grisson y compañía no son la realidad. Los casos se resuelven pateando la calle y siendo aburrido y repetitivo con los sospechosos hasta que meten la pata... y por supuesto, el dinero no nos llueve del cielo y no podemos permitirnos nada más que cuchitriles como este. Yo me identifico más con el Joe Hallenbeck del Último Boyscout o con el Jack Gittes de Chinatown.

—¿Quiénes son esos? —preguntó el chico con curiosidad obligándome a poner los ojos en blanco.

—Déjalo, es cine de verdad, no lo entenderías.

—Por lo menos tendrás algún hierro, ¿Puedo verlo?

—No tengo pistola, es más, cuando fui policía la tuve y solo la saqué de su funda cuando tenía las evaluaciones. Nunca he necesitado un arma y ahora menos. Si un caso se pusiese peligroso, se lo dejaría a la policía. No soy ningún héroe que pone su vida en peligro todos los días.

—Joder, vaya muermo. Cuando mamá me habló de que trabajaba en una agencia de detectives me imaginaba otra cosa. Eres tan aburrido como mi madre. El único viejo que conozco que mola es mi padre.

Aquel chaval ya me estaba empezando a caer gordo. Fuera porque no estoy acostumbrado a tratar con niños o porque aquel era decididamente gilipollas,   el caso es que perdí la paciencia y no pude evitarlo.

Fingiendo ignorarle encendí el ordenador y abrí el archivo  del expediente que me había dejado Carmen sobre el padre del chaval y fingí estudiarlo con atención unos minutos.

Tras decirle que no tocase nada, me fui al tigre con un periódico y esperé unos minutos confiando en la curiosidad del chico. Sentado en el trono leí con tranquilidad imaginando al chaval en mi ordenador y observando el historial de ladrón de poca monta y cobarde a tiempo completo de su padre sin poder reprimir una sonrisa.  Seguro de que le había dado tiempo suficiente, tiré de la cadena y esperé unos segundos para darle tiempo al chaval de dejar el ordenador como estaba y sentarse de nuevo en el sofá.

Cuando salí del baño, Pablo seguía sentado y el archivo continuaba abierto por la misma página, pero la cara del chico lo decía todo. Reprimiendo una sonrisa de triunfo, cerré el archivo y me metí en internet a leer las noticias, esperando a que volviese su madre.

Cuando volvió, María tenía aun la cara seria, pero se la notaba algo más relajada. Cogió a Pablo por el brazo y dándome las gracias por ocuparme de él, se lo llevó a casa mientras le gritaba al chico no se que de acosar a compañeros y que era su última oportunidad. El chico aguantaba la bronca con los ojos perdidos, aun acusando el golpe de haber averiguado quien era en realidad su padre.

Estaba a punto de irme cuando Gracia llamó para decirme que habían pedido la orden de registro y preguntarme si quería estar presente. Sabía que a los polis les gustaba hacer ese tipo de maniobras a altas horas de la madrugada. Eso, unido a que la casa de Rosa estaba a casi una hora de viaje y que los registros solían durar varias horas tediosas en las que yo no podría hacer nada más que estarme quieto sin tocar nada, me aconsejaron declinar la invitación. Dándole las gracias a la detective y diciéndole que me avisase si detenían al padre de Rosa y lo interrogaban me despedí y salí de la oficina.

Me volví a casa con la sensación de que el caso, a falta de algunos detalles estaba prácticamente solucionado. Conduje la Ducati relajadamente entre el tráfico y hasta disfruté del aire frío que se colaba por las rendijas de mi ropa.

Cuando dejé la moto en el garaje tenía ganas de celebrarlo, así que en vez de cenar comida congelada en casa decidí dar buena cuenta de unas raciones en el bar de la esquina. Cogí el teléfono y estuve a punto de llamar a María, pero recordé la bronca que tuvo con su hijo y me imaginé que no estaría de humor para celebraciones. Gracia estaría ocupada preparándose para el registro así que solo me quedaba Fermín. Contestó al segundo timbrazo y aceptó tomar algo conmigo aunque se negó a ir a aquel "chiringuito infecto" y dijo que vendría a recogerme para ir a cenar a un establecimiento donde las cucarachas no formasen parte del aliño.

Me duché rápidamente y cuando salí a la calle, Fermín ya estaba aparcado en doble fila esperándome con el Porsche Boxter descapotado echando miradas ansiosas a las mujeres que pasaban a su lado por la acera.

A mí el patólogo no me parecía mal tipo, pero las mujeres no parecían opinar lo mismo. Se había casado tres veces y ahora volvía e estar más solo que la una. Para compensar la soledad y la crisis de los cincuenta se había comprado aquel pequeño deportivo al que amaba tanto como yo a mi Ducati. El se obstinaba en decir que aquel trasto era un bajabragas. Yo, riendo, siempre le replicaba que si lo que quería era ligarse una mujer decente lo que debía tener era un monovolumen lo más aparatoso posible.

Subí al coche y salimos quemando rueda camino del centro y de una noche de celebraciones...

Esta nueva serie de Smallbird consta de 18 capítulos. Publicaré uno  a la semana. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella

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