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La princesa blanca 10

en Grandes Relatos

10

 

Cuando abrió la persiana Joey vio que la mañana del examen no iba a ser diferente. No llovía pero una espesa niebla cubría toda la ciudad, tan espesa que casi no veía el Civic aparcado en la acera. Desayuno en compañía de su madre, que tenía turno de tarde en el hospital para variar y salió al oscuro exterior. Una humedad fría le envolvió y se coló entre su ropa provocándole un escalofrío.

Le divertía y relajaba ir los días de examen a clase con Mike. Mientras el resto de los alumnos de la clase se pasaban el trayecto hablando de constantes y reacciones,  Mike se pasó todo el camino preguntándole detalles y pidiéndole una exhaustiva comparativa entre madre e hija.

El examen fue muy bien y  cuando la señora Freemantle ordenó que diesen vuelta a los cuestionarios Joey suspiró satisfecho.

—¿Qué tal? —le abordó Amber al salir del aula.

—Bastante bien.—Dijo Joey con cara seria— ¿Y tú?

—Aprobaré sin problemas. Gracias, me has salvado la vida.—dijo ella sonriendo.

—Me alegro por ti Amber —replicó Joey escuetamente.

—Es una pena que no sigas dándome clases. Mi padre está impresionado y hasta mi madre, que casi nunca se interesa por mi carrera académica, me ha preguntado si no vas a continuar con las clases. —dijo Amber con un gesto raro al ver la involuntaria sonrisa de Joey cuando ella mencionó a su madre.

—Gracias, pero tú ya puedes preparar el resto de los exámenes sola. Yo no dispongo de tiempo suficiente y como la historia de la princesa ha terminado, tampoco te vas a perder nada. —Dijo Joey satisfecho al ver el rictus de desagrado en la cara de la animadora.

—No tenías por qué acabar la historia así.

—Pues a mí me pareció un final bueno y sorprendente. Como tú me has enseñado, y te lo agradezco, las buenas historias no tienen por qué tener un final bonito. —replicó Joey mientras se daba la vuelta y se alejaba camino de la biblioteca con una sonrisa de satisfacción en la cara.

                                                                              ***

Nayam atravesó la improvisada pasarela y con un suspiro de alivio puso sus pies en tierra firme. El puerto de Alisse había sido preparado y adornado a conciencia para recibirla. Gallardetes con los colores de la casa real de Gandir y de la de Juntz se alternaban a ambos lados de una alfombra roja, formando una avenida de unos cientos de metros que le llevaría ante su prometido.

Antes de iniciar el corto paseo ante las miradas curiosas de los ciudadanos que se agolpaban en el muelle para poder ver a su futura reina, la joven respiró hondo varias veces intentando despejar de su mente la tormentosa travesía que había sufrido desde Styros. En unos segundos una docena de guardias alpinos les rodearon a ella y al embajador Carra y formaron una imponente escolta a su alrededor.

Con una señal suya, la escolta empezó a moverse y Nayam  se dirigió al destino que le esperaba con una mezcla de pesar y emoción embargándola. El rey Deor II Había organizado la ceremonia cuidadosamente y Nayam se sintió halagada al ver a la multitud saludar a su futura reina con alegría mientras sonaban las fanfarrias llenando de un ruido ensordecedor hasta el último rincón del puerto.

Mientras se acercaba al hombre que le esperaba en pie, en un palco preparado para la ocasión aprovechó para observarlo detenidamente.

A pesar de tener casi cincuenta años y tener el pelo y la barba casi totalmente blancos le esperaba de pie, erguido, sin aparentar cansancio. Su rostro le recordó a su antiguo prometido, con las cejas finas y arqueadas y esos ojos profundos y grises que tanto adoraba.

Su figura era atlética, para nada gorda y fofa como  la de su padre. Supuso que las continuas batallas contra los trasgos y el ambiente más austero de la corte de Juntz le habían ayudado a mantenerse en forma. Vestía una fina cota de malla de el célebre acero de Juntz junto con una capa roja con los ribetes de piel de pantera de las nieves y en su cabeza lucía la pesada corona de Kroll el primer y legendario rey de Juntz.

La ceremonia de recibimiento fue larga y tediosa. El embajador Carra fue el primero en hablar y leyó un largo discurso con el que el padre de Nayam, conocido en todo el continente por su verborrea, entregaba a su hija acompañada de una espléndida dote y les deseaba a ambos un reinado feliz lleno de vástagos y prosperidad para los dos reinos, que mediante ese enlace establecían una duradera alianza.

Mientras el embajador se eternizaba en el florido discurso de su padre  Nayam tuvo la oportunidad de  inspeccionar a los hombres que rodeaban al rey. Bastaron unos segundos para que Nayam descubriese en los ojos de los más cercanos a su futuro esposo una oscura fuente de desazón. Esperaba que no fuese por su causa.

Las trompetas indicaron el fin del florido discurso de su padre y fue entonces cuando el rey Deor II se adelantó.

—Queridos súbditos, está será vuestra futura reina. Mi deseo es que la respetéis y la améis como a mi anterior esposa. Estoy seguro de que a pesar de su juventud será una digna consorte y  nos ayudara a olvidar las recientes desgracias que nos han asolado con su belleza y su inteligencia. Espero ser merecedor de su amor y del amor del pueblo de Juntz. Que los dioses juzguen mis actos y que los vean dignos de alabanza a sus ojos.

Tras el escueto discurso, Nayam descartó la larga perorata que había preparado junto con su padre y cuando se acercó al lado del rey habló con el corazón:

—Se que todos sabéis que mi futuro era otro hasta hace unos pocos días. La fatalidad ha llenado de tristeza este gran reino y yo solo espero cumplir con los mandatos de mi amo y señor a partir de estos momentos. Estoy segura de que con el tiempo llegaré a amar este espléndido reino y a sus valientes ciudadanos.

Nayam se retiró entre los aplausos de la multitud y por primera vez desde que estaba en el palco se atrevió a mirar a su futuro esposo a los ojos, una leve señal de asentimiento y una sonrisa de satisfacción le dijeron que  había pasado la primera prueba.

Serpum apuró el  viaje parándose a descansar sus viejas y doloridas articulaciones lo mínimo indispensable y consiguió llegar al lugar de la emboscada en poco menos de dos días. Los dos hombres que le escoltaban descabalgaron inmediatamente y con las ballestas cargadas tomaron posición en lugares altos para poder ver con facilidad a cualquiera que se acercase.

Al menos Guldur había sido sincero con el lugar de la emboscada y no le resultó demasiado difícil encontrar el lugar. El puerto de Irval estaba en el límite con el reino de Gandir, pero también llevaba a las montañas Roda famosas por sus cabras de enormes cuernos y especialmente difíciles de cazar.

El príncipe Eldric había ido a conseguir un buen trofeo para su colección pero en el camino de vuelta, cuando atravesaban el Cañón de Cesi, un pasaje estrecho pero de paredes no muy abruptas fueron atacados y toda la expedición de Guldur cayó víctima del ataque de un número indeterminado de bandidos.

 Las alimañas se habían ocupado de que de los cadáveres sólo quedasen los huesos, pero eso era suficiente.

Tal como había dicho Guldur, dos de los cadáveres estaban del  lado más cercano del derrumbe mientras que el resto habían caído en el otro lado agrupados en un pequeño espacio, probablemente en su intento por proteger al  príncipe. Inspeccionó lo que quedaba de los hombres con detenimiento e inmediatamente le llamaron la atención dos cosas.

Los bandidos habían dejado casi todas las armas y no parecían haberse llevado la carne de los caballos y sin embargo se habían llevado los cadáveres de los suyos. Esa no era la forma típica de actuar de esas gentes.  En los grandes grupos de bandidos el principal problema era sin duda el avituallamiento y dejar allí tirada la carne de varios caballos para poder  llevarse a sus camaradas muertos no era normal. Por otra parte, por la experiencia que tenía, los bandidos solían abandonar a sus muertos y solo si se sentían seguros o el caído era un miembro importante, le daban sepultura en las inmediaciones.

Habían tenido suerte y el tiempo había sido bastante seco y benévolo con lo que aún se podían ver huellas en las partes más blandas del suelo. La mayor parte  pertenecían a lobos, panteras y buitres pero también quedaban algunas de las características huellas que dejaban las botas claveteadas de los guardias alpinos que escoltaban al príncipe Eldric. Sin embargo no pudo encontrar ningún rastro de pisadas de los atacantes.

El arcipreste empezó a buscar trazando una espiral que tenía como centro el lugar de la batalla en busca de cualquier rastro. Cuando terminó de inspeccionar el campo de batalla no encontró ni un solo indicio que le revelara la naturaleza de los atacantes. Volvió al lugar de los restos y miró a su alrededor. El lado derecho del cañón era más abrupto y estaba del lado de Juntz mientras que el otro era más practicable y tras él estaban las casi desiertas llanuras que separaban los Alpes del  Oeste del rio Juin en Gandir. Serpum  se dirigió hacia esta ladera y buscó entre los escombros hasta que encontró una pequeña vereda.

La siguió durante unos minutos y pronto vio que había sido barrida para borrar cualquier posible rastro. El arcipreste se armó de paciencia y siguió ascendiendo y siguiendo la vereda  buscando un error en los bandidos hasta que su paciencia tuvo un premio.  Unos trescientos metros por encima del campo de batalla uno de los bandidos había tropezado y se había salido del camino. Probablemente había estado a punto de caer pero había conseguido afianzar uno de sus pies evitando resbalar por la pendiente, pero dejando una huella fuera del camino de la que no se habían percatado los que iban por detrás borrando las huellas.

El arcipreste se acercó y a pesar de que no era muy nítida su forma y tamaño eran inconfundibles. Era la huella de un trasgo.

Albert se aseguró de que la puerta principal estaba cerrada antes de salir por una ventana de la parte trasera de la posada. Con un poco de suerte los parroquianos, al ver la puerta cerrada, se darían la vuelta y conseguiría ganar algo de tiempo.

Cuando salió al exterior, la luz del alba comenzaba a adivinarse sobre los tejados de la ciudad. Albert apuró  el paso y llegó en apenas diez minutos al prostíbulo de Kondra. Cuando llamó a la puerta el criado negro salió a recibirle y aunque era muy tarde la visión de la bolsa llena de monedas  le franqueó la entrada al establecimiento.

Kondra le recibió en una sala amplia, decorada en tonos oscuros y tenuemente iluminada. Al ver a aquel hombre alto, de pelo oscuro y ojos azules no pudo evitar un gesto de admiración. Sin decir nada la mujer lo observó con detenimiento e inmediatamente detectó lo que  no cuadraba en aquel hombre. A pesar de sus vestimenta sencilla pero de calidad, como la que llevaría cualquier persona que lleva una vida desahogada, el cuerpo musculoso y la postura marcial que adoptó mientras esperaba le convencieron de que estaba en peligro.

La madame hizo un rápido gesto al criado que se abalanzó sobre la espalda del visitante como una fiera. El ataque fue rápido, pero el gesto  de Kondra no le había pasado desapercibido a Albert que agarró al hombre por el brazo y cargando el peso sobre la cadera uso el impulso del hombre para proyectarlo por encima de él y estrellar su cuerpo contra el suelo violentamente.

El hombre se quedó tumbando balbuceando mientras Albert volvía a adoptar la misma postura descuidada aunque levemente marcial que había mantenido antes del ataque.

—Eres bueno. —dijo Kondra sentándose en un diván y cruzando las piernas procurando que la raja de su túnica mostrase casi toda la longitud de su pierna.

—En efecto, puedo matarte a ti o a ese buey cuando quiera.—replicó Albert.

—Pero no vas a hacerlo porque...

—He venido por cierta información.

—Esta es una casa de secretos, y mi reputación depende de que sigan siendo secretos. —dijo levantándose y acercándose.

El fuerte y dulzón aroma del perfume de la mujer penetró en las fosas nasales del guardia provocando en él una ola de deseo. La mujer lo percibió enseguida y sus labios rojos se curvaron formando una sonrisa socarrona.

—La información que te pido no influirá para nada en tu reputación, no quiero secretos de alcoba. No me interesa la política de esta ciudad. —dijo Albert sin poder quitar la mirada de un sensual lunar  que tenía la mujer justo encima del  labio.

—¿Y cómo piensas conseguir esa información?

—No es mi intención hacerte daño,  pero no te confundas, si me veo obligado a sacártelo a golpes lo haré.

—Si me lo sacas por la fuerza podría mentirte pero si llegamos a un acuerdo... los negocios son los negocios. Yo tengo algo que tú quieres, tú tienes algo que yo quiero. Es una sencilla transacción. —dijo la mujer dejando que su túnica resbalara hasta el suelo— ¿Hay trato?

Albert se quedó un rato observando el cuerpo moreno y turgente a pesar de la edad, los ojos grandes y oscuros y su sexo totalmente depilado.

La mujer se acercó y totalmente desnuda cogió de la mano a Albert y lo llevó a una habitación un poco más pequeña que tenía una enorme cama con dosel por todo mobiliario. Kondra desvistió a Albert poco a poco, aprovechando cada prenda para acariciar el cuerpo de Albert sensualmente con sus manos de dedos largos, suaves y enjoyados

Cuando la mujer llegó a su calzones metió la mano por dentro de ellos y apretó su cuerpo desnudo al de él. La polla de Albert se endureció inmediatamente ante la satisfacción de Kondra que se agachó y bajó al fin los calzones de Albert para poder admirarla.

Kondra la besó con suavidad y al apartarse,  el miembro totalmente erecto sufrió un par de movimientos espasmódicos.  Se levantó y observó  el cuerpo desnudo  del  hombre. El torso musculoso junto con el pelo largo y oscuro y el ligero aroma a sudor la excitó como hacía mucho tiempo. Deseaba acoger aquel hombre entre sus muslos y que le hiciese vibrar de placer. Dejándose llevar por sus instintos se acercó al hombre que seguía de pie y dándose la vuelta se frotó contra él como una gata en celo. Enseguida notó la dureza de su polla y sus huevos rozando contra sus nalgas y el nacimiento de su espalda.

Esperó unos momentos y el hombre reaccionó aprovechando su mayor envergadura para envolverla con todo su cuerpo. Dentro de sus brazos, Kondra se sintió a la vez protegida y vulnerable. Mientras se frotaba contra su polla excitada las cicatrices de los brazos que la envolvían no paraban de recordarle que ese era un hombre acostumbrado a matar y que con un sólo movimiento podía romperle el cuello.

Con un sentimiento morboso cogió sus manos y las puso sobre sus pechos. Albert respondió dándoles un apretón descomunal. Kondra tembló con violencia y se separó del guerrero para tumbarse en la cama. La mirada ansiosa del hombre calmó sus dudas cada vez más frecuentes a medida que pasaba el tiempo. ¿Sigo siendo bonita?  ¿Los hombres me desean?

Los labios del hombre la sacaron de su ensimismamiento cuando contactaron con su sexo. Kondra bajo las manos y revolvió su pelo mientras el hombre la hacía doblarse de placer con cada beso y cada lametón.

Ella intentó apremiarle para que la follase de una vez, pero el guerrero disfrutó de su impaciencia y con sus labios recorrió sus muslos y su vientre, se paró a contar con sus dientes las costillas de Kondra  una a una y se entretuvo chupando y sobando sus pechos y sus pezones hasta que creyó que se iba a volver loca.

Cuando la penetró lo hizo sin contemplaciones. El guerrero se dejó caer de un sólo golpe, utilizando su polla como un ariete que penetró  con facilidad en su coño lubricado y sensible.

El peso de aquel cuerpo duro y sudoroso  sobre ella le volvía loca. Kondra abrazó al hombre  y gimiendo con fuerza le clavó las uñas en la espalda. El hombre empezó a moverse lentamente mientras ella le acompañaba contrayendo los músculos de su vagina cada vez que el enterraba su polla en lo más profundo de su interior.

Kondra no tardó en correrse con un grito de placer y con su cuerpo entero crispado mientras el hombre seguía montándola sin descanso. Con un gran esfuerzo consiguió separarse de él y poniéndose en pie se agarró a uno de los postes del dosel invitando a Albert a acercarse.

De nuevo el hombre la penetró haciéndola sentir toda su potencia.  Los empujones se hicieron más fuertes y urgentes y notó como el hombre se derramaba en su interior.

—Sigue, no te pares. —dijo ella con la voz ronca de deseo y el coño rebosante de su semilla.

El hombre la obedeció y siguió empujando con fuerza haciéndola gemir y gritar de deseo. Mientras la follaba, el hombre le acariciaba todo su cuerpo haciendo que las oleadas de placer rebotasen por todos sus nervios.

Casi se había olvidado de que hacía unos minutos le había amenazado con matarla cuando las manos de Albert se cerraron entorno a su cuello. El hombre apretó lo suficiente para que su respiración se hiciese más dificultosa. El chute de adrenalina producido por el terror que le produjo la sensación de que aquel hombre estaba dispuesto a matarla fue tan fuerte que se corrió de nuevo casi inmediatamente pero el guerrero siguió empujando en su interior inclemente apretando cada vez con más fuerza haciendo que pareciera que el orgasmo no iba a terminar nunca.

Cuando la soltó cayó de rodillas inspirando con ansia, electrizada por todas las sensaciones que atravesaban su cuerpo.

Aun jadeante cogió su pene y se lo metió en la boca, el sabor del semen junto con el de los jugos de su orgasmo invadieron su boca. Su miembro duro y caliente golpeaba el fondo de su garganta mientras Kondra le miraba a los ojos para poder interpretar los gestos del hombre y saber que era lo que más le gustaba. Con satisfacción vio como el vientre del hombre, brillante por el sudor, se contraía y se corría abundantemente dentro de su boca. Kondra chupó con fuerza la lanza del guerrero hasta asegurarse que había salido la última gota.

—Linnet, la joven que te trajo Nisgar ¿Qué has hecho con ella?  —dijo Albert mientras descansaba al lado del cuerpo desnudo de Kondra.

—¿Por qué lo quieres saber?

—No necesitas saberlo y es mejor para ti que no lo sepas. Yo he cumplido mi parte, ahora te toca a ti.  ¿La tienes aquí?

—No, descubrí que era virgen y se la vendí a unos monjes para la ceremonia del Tannit.

—¿El Tannit? —preguntó Albert dándose inmediatamente cuenta de su error.

—¿Quién eres? —preguntó  Kondra  sintiendo un escalofrío.—Todos los habitantes de Irlam conocen la sagrada fiesta del Tannit.

—Eso no te importa. —dijo él con brusquedad.

—Es la ceremonia anual en que los habitantes de Irlam celebran el poder de nuestro único dios Assab. La ceremonia se celebra en Eruud, la ciudad santa de Irlam, a orillas del lago Blanco. En la ceremonia, las más hermosas vírgenes venidas de todos los rincones del reino son subastadas en matrimonio a los nobles de Krestan  y Noab. El primer hijo del matrimonio pertenecerá también a los monjes. Si es mujer se quedará a servir en el templo, si es hombre será educado para formar parte de las lanzas negras, la escolta del emperador.

Las candidatas son expuestas ante los fieles y la más bella, elegida por aclamación popular, la Baddi´a, será entregada como esposa al campeón de los juegos que se celebran durante las festividades. 

—¿Los juegos?

—Una sangrienta competición en la que cualquier ciudadano puede participar. El ganador se lleva a la Baddi´a  junto con un puesto en la corte, el resto de los pretendientes,  un lugar en el paraíso.

—¿Cuánto hace que se fueron?

—Creo que salieron con la última caravana hace un día y medio.

Albert se levantó. Su cuerpo desnudo, musculoso y aún brillante por el sudor le recordó a Kondra que su vida estaba en las manos de aquel hombre. Mientras miraba su culo pensaba que no era tan mala idea morir en ese momento después de haber hecho el amor, a manos de su amante y así evitar el temible paso del tiempo, las arrugas, la enfermedad y el olvido.

Sin embargo Albert se vistió y con una mirada supo que todo lo que había pasado allí no saldría de la alcoba.  Kondra tenía un nuevo y peligroso secreto.

Guldur estuvo vigilando la posada toda la noche desde los restos de un edificio derruido en la esquina este de la plaza. La noche fue fría, tediosa y estéril. Fastidiado pensó que mientras esperaba allí, con el culo medio congelado, Albert estaría durmiendo a pierna suelta en una cama mullida entre sábanas limpias y con el calor de una furcia a su lado. Pero cuando vio que amanecía y parecía que la posada no despertaba empezó a temer que algo hubiese ido mal.

Cuando empezaron a llegar los parroquianos y advirtió como se daban la vuelta confusos ante las puertas de la posada cerradas a cal y canto, salió de su escondite e inspeccionó el edificio con más detenimiento. Las puertas y ventanas de la fachada principal estaban cerradas y asegurados, pero cuando dio la vuelta al edificio descubrió que una de las ventanas del primer piso estaba abierta.

Utilizando un par de cajones de madera que había tirados en el callejón se agarró al alfeizar y con agilidad se introdujo en el edificio.

El interior estaba totalmente a oscuras y en silencio. Atravesó la pequeña habitación que debía de ser un almacén de mantas y salió a un estrecho pasillo en el que había cuatro puertas, cada una con una placa de madera que tenía marcada a fuego un número.

Las dos primeras puertas se abrieron sin resistencia dando paso a unas habitaciones pequeñas, mal iluminadas y pobremente amuebladas, totalmente vacías. Cuando se acercó  a la tercera puerta, una mezcla de olor a mierda y a corrupción asalto sus fosas nasales. Intentó abrirla pero estaba cerrada con llave. Dos patadas bastaron para tirar la puerta abajo.

Cuando entró, los cuerpos de los dos hombres rodeados por un gran charco de sangre ya coagulada le dijeron que Albert se le había escapado.

Examinó  el lugar en busca de huellas pero Albert era un gran rastreador y sabía cómo evitarlo. Dio una patada de frustración al cuerpo inerte de Vulk y se dirigió a la habitación restante.

La puerta cedió a la tercera patada con un crujido y con satisfacción  vio a la joven desnuda atada y temblando encima de la cama.

—Estúpido sentimental —siseó con desprecio mientras se acercaba a la joven.

Con una sonrisa tranquilizadora se acercó a la joven y la desató.

—Gracias mi señor —dijo la joven frotándose las muñecas erosionadas por las ligaduras. —¿Y mi padre?

—Me temo que ha sido asesinado. ¿Sabes quién ha podido hacer algo así?

—Un desconocido me ató y me encerró en esta habitación, luego me quedé dormida. Más tarde me despertaron ruidos de golpes y gritos.

—¿Que decían? —preguntó él expectante.

—No lo sé, no podía distinguir palabras solo  golpes y ruidos apagados...

Guldur interrogó a la joven sin ningún resultado. Era obvio que no sabía nada y que Albert la había apartado de la acción para no tener que matarla. Un par de bofetones le bastaron para soltar la lengua de la joven que  le confirmo que Nissa  había dormido allí y que no la había visto al día siguiente pero no supo decirle que había sido de ella. Por un momento estuvo tentado de matar a la joven por pura frustración pero finalmente se convenció de que tenía mejores cosas que hacer.

Guía de personajes:

Reino de Juntz.

Rey Deor II: Soberano de Juntz.

Eldric: Único hijo varón del rey Deor. Príncipe heredero de Juntz. Prometido con Nayam de Gandir.

Nissa: La hermana de Eldric. Prometida con Taif príncipe heredero de Gandir.

Serpum: Conocido en la corte de Juntz como el arcipreste. Preceptor de los hijos del rey y fiel amigo y consejero del soberano. Tiene un oscuro pasado que solo el Rey Deor conoce.

Coronel Magad: Jefe de los Guardias Alpinos La élite del ejército de Juntz

Albert:  Miembro de la Guardia Alpina y guardaespaldas de Nissa.

Guldur: Compañero de Albert en la Guardia y guardaespaldas del príncipe Eldric.

Fugaz: Caballo del príncipe Eldric.

Reino de Gandir.

Accab I: 2º rey de la decimotercera dinastía de Gandir.

Taif: Primogénito del rey Accab y heredero al trono de Gandir.

Nayam: Princesa de Gandir.Primera hija de Accab. Prometida al príncipe heredero de Juntz y tras su muerte del rey Deor.

Reino de Irlam

Senabab: Rey de Irlam.

Kondra : Madame del prostíbulo más lujoso de Senabab.

Swich: Espía de Juntz en Veladub.

Nesgar: Posadero ladrón y traficante de seres humanos en Veladub.

Vulk: Cómplice y guardaespaldas de Nesgar.

Amwar: Supremo sacerdote de Veladub.

Algún lugar en la costa oeste de los EEUU

Joey: estudiante y autor de la princesa blanca. Enamorado de Amber.

Amber: Jefa de las animadoras.

Sres. Kingsey: Padres de Amber.

Johnny:  Novio de Amber y quarterback del equipo.

Mike: Mejor amigo de Joey y loco del skate.

Judith: Amiga y compañera de Joey desde la infancia.

Robert y Nora Rosen: Padres de Judith.

Srta. Freemantle: Profesora de química en el instituto dónde estudia Joey.

Lisa: Madre de Joey.

He colgado un mapa de los tres reinos en esta URL por si queréis consultarlo. Lo hice para mi propio uso a la hora de escribir la historia, así que no esperéis una obra de arte.

[URL=http://www.subirimagenes.com/otros-mapaprincesablanca-8904614.html][IMG]http://s2.subirimagenes.com/otros/previo/thump_8904614mapa-princesa-blanca.jpg[/IMG][/URL]

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Hércules. Capítulo 17. Adiestramiento.

Hércules. Capítulo 16. Un nuevo Hogar.

Hércules. Capítulo 15. El juicio.

Hércules. Capítulo 14. El Ángel Negro.

Hércules. Capítulo 13. Entre rejas.

Hércules. Capítulo 12. Detención.

Hércules. Capítulo 11. Furia Ciega.

Hércules. Capítulo 10. Siguiendo el rastro.

Hércules. Capítulo 9. Amor cruel.

Hércules. Capítulo 8. Tierra Prometida.

Hércules. Capítulo 7. De Compras.

Hércules. Capítulo 6. Akanke.

Hércules. Capítulo 5. Un buen partido.

Hércules. Capítulo 4. La Venganza de Hera.

Amor en Yavin

Hércules. Capítulo 2. La rendición de Diana

Hércules. Capítulo 2. La muerte de Piper

Leia entre asteroides.

Hércules. Capítulo 1. El capricho de Zeus.

Hércules. Índice y guía de personajes.

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