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Smallbird y el enamoraputas: Capítulo 2

en Grandes Series

2

 Me levanté con la lengua ligeramente  pastosa y la sensación de que había pasado toda la noche experimentando todo tipo de sueños húmedos, de los que desgraciadamente no recordaba más que unos pocos flashes.

Miré el reloj. Las once y cuarto. Lo único bueno de ser tu propio jefe es que no tienes que dar cuenta a nadie cuando haces alguna estupidez o llegas tarde al trabajo. Me levanté y me dirigí al baño tropezando y trastabillando entre la mezcla de ropa, libros y suciedad  que adornaban el suelo de la habitación.

Me lavé la cara,  bebí un largo trago de agua directamente del grifo y me miré al espejo. No tenía demasiada mala pinta. Mi cara afilada volvía a recuperar poco a poco aquella tez aceitunada que me daba un aire bohemio y mi mata de pelo volvía a crecer tan espesa como antes de comenzar con la quimioterapia. Me miré los ojos, esos ojos pardos, casi ambarinos como los de una fiera, acostumbrados a derretir voluntades. A pesar de estar inyectados en sangre poco a poco volvían a recuperar el brillo perdido.

Bebí una taza de café expreso y fui a la oficina. María ya estaba tecleando en el ordenador, tan puntual como siempre. Nunca me he explicado como una secretaria tan cumplidora podía estar tan necesitada de trabajo como para aceptar aquel puesto.

A pesar de sus cuarenta y pico años, no demasiado bien llevados, aun tenía unos ojos claros, grandes y bonitos y una figura  a la que, pese a estar un poco pasada de kilos,  sabía sacarle partido con trajes ajustados, escotes generosos y tacones de vértigo, dándole un atractivo nada despreciable.

Me saludó con una sonrisa amplia y roja como la sangre y me dio las gracias por la paga. Llegaba justo a tiempo para pagar las facturas del dentista.

—No hace falta que me des las gracias. —repliqué yo — Soy yo el que debería pedirte perdón por los continuos retrasos. Afortunadamente, anoche nos cayó un buen caso. Quiero que pases a limpio las notas que te dejé sobre la mesa y las metas en el ordenador.

—De acuerdo jefe. —dijo ella apartando la mirada y recolocándose la gafas con un gesto nervioso.

La dejé trasteando en el vetusto ordenador y me fui a mi despacho. Reclinándome en la silla puse los pies sobre el escritorio y volví a repasar lo que sabía. Tenía que encontrar a un desconocido, sin saber su nombre  y con una vaga descripción. Lo único que tenía era un concierto en una mansión que no encontraba, un  coche de alquiler del que no sabía ni la marca, ni el modelo y un hotel por el que pasaban varios cientos de personas cada día.

Podía intentar encontrar a alguien que me facilitase la lista de clientes del hotel, pero con la mierda de la ley de protección de datos me sería difícil si no imposible. Esa lista no sería accesible a cualquiera y dar los datos de un cliente, que se supone tan distinguido,  supondría jugarse el puesto de trabajo.

A esas alturas mi mejor opción era encontrar a alguien en el hotel que hubiese visto a la pareja salir del coche e identificarlo. Un coche tan especial como el que había descrito la escort no debía ser muy frecuente. Desgraciadamente, como la mayoría de las gente, solo se fijó en ciertos detalles mientras que los verdaderamente importantes se le habían escapado.

Parecido a un Mercedes pero sin la estrella. ¿Qué querría decir? ¿Sería un BMW o un Audi? Lo que estaba claro era que era uno grande y de gama alta y por lo que dijo, no creía que fuese una limusina o un SUV.

Tras tomarme otro café, me volví a poner la cazadora y salí de mi despacho.

—Me voy, María. Te quedas al mando, si me necesitas llámame al móvil. Volveré después de comer. —dije saliendo sin esperar respuesta.

La recepción del Madrid Tower era amplia y lujosa, pero un poco fría para mi gusto. Cuando llegué era más o menos el mediodía y estaba desierta salvo por dos ancianos ingleses que le estaban dando la brasa a la joven recepcionista. Me quedé de pie unos instantes observando a la pareja y tratando de pasar desapercibido. La recepcionista estaba bastante ocupada atendiendo a los clientes y dándoles indicaciones con lo que pude observar el lugar detenidamente.

Me dirigí con paso pausado directo a los ascensores, mirando el techo, los grandes ventanales y el mobiliario minimalista e intentando aparentar desinterés. Mi mirada se fijó en el botones, que permanecía de pie al lado de los ascensores, resoplando con aire aburrido.

Me senté unos instantes en uno de los incómodos sofás que había frente a los ascensores y fingí hacer una llamada con el móvil mientras evaluaba las posibilidades que tenía con aquel chaval.

Tras ver como se escarbaba la nariz y sacaba un moco, ignorando lo que pasaba a su alrededor,  concentrado en realizar una pelotilla con él, ajeno a mis miradas, me convencí  de que era mi mejor baza  y me acerqué al ascensor.

—¿Sube o baja? —dijo el chico lanzando la pelotilla sobre el impecable suelo.

—Subo, por supuesto. —respondí yo sonriendo.

—¿A qué planta?

Eche un rápido vistazo a los botones.  El hotel tenía treinta y un plantas; miré a la parte de arriba y vi que había una cafetería y un restaurante en la última planta.

—A la treinta y uno, es la hora del brunch.

—Muy bien, señor. —dijo el joven apretando el botón— creo que el pescado hoy esta fresquísimo.

—Gracias, joven. Lo tendré en cuenta —dije ajustándome la corbata que me había puesto para la ocasión, en un vano intento por conseguir un toque de respetabilidad — Por cierto ¿Eres nuevo? Creo que nunca te había visto por aquí.

—La verdad es que llevó ya un tiempo aquí, señor, aunque normalmente estoy en el turno de noche, quizás por eso no se acuerda de mí.

—Ah claro... Entonces tú eres... —dije intentando disimular mi satisfacción por el inesperado golpe de suerte.

—Fran, señor.

—Eso es, Fran. Lo tenía en la punta de la lengua. No nos conocemos, pero tengo un amigo que me ha hablado muy bien de ti.

—¿Ah, Sí? —preguntó el chico ligeramente receloso.

El botones me miró de arriba a abajo con aire incrédulo, pero tras un instante de duda, decidió seguirme el juego cuando metí la mano en el bolsillo para mostrarle un billete de veinte euros.

—Verás, estoy buscando al hombre que me habló de ti. El otro día vino acompañado de una rubia de las que quita el hipo. Quizás la recuerdes. —dije alargándole el móvil con la foto de Svetlana.

—Mmm —meditó el chico mientras hacía desaparecer el billete que le había pasado junto con el teléfono— Muy guapa, aunque no sé...

Procurando tapar con mi cuerpo el ángulo de la cámara del ascensor, le di otro billete de diez.

—¡Oh! ¡Sí!  ¡Claro! La chica. Iba con un tipo moreno. Su amigo viene a menudo por aquí siempre con unas tipas guapísimas. Creo que se llama John.

—¿John que más?

—No sé. John. Supongo que usted lo conocerá mejor ya que es su amigo. —respondió el joven con sorna.

—¿Sabes algo de él? —pregunté yo ignorando el comentario del chico e intentando rentabilizar los treinta euros sin muchas esperanzas.

La verdad es que no mucho. Siempre que viene me fijo bastante más en las tías con las que llega que en él, así que ni siquiera puedo darte una buena descripción. Lo único que puedo decirle es que nunca trae equipaje y da buenas propinas.

Estaba convencido de que había tirado el dinero cuando se me ocurrió una última pregunta:

—¿Has visto el coche en el que suele llegar?

—Ya lo creo. —respondió Fran rememorando con envidia— Casi siempre llega en un Maybach gris, uno de los largos. Esos bichos son una pasada.

—Interesante, muchas gracias, Fran.

En ese momento se abrieron las puertas del ascensor.

—Planta treinta y uno, señor. —anunció el botones como si lo que había pasado hacia unos instantes no hubiese ocurrido nunca.

—¡Vaya! —exclamé yo palpándome los bolsillos— Creo que me he dejado la cartera en el coche y no sé qué ha pasado con el dinero que llevaba suelto, me temo que voy a tener que volver a molestarte.

—No se preocupe, no es problema. —replicó el joven guiñándome un ojo— Para eso estamos, para ayudar a nuestros clientes y atender todas sus necesidades.

El viaje de bajada transcurrió en un silencio que el botones amenizó silbando una tonada. Cuando llegamos a la planta baja, me despedí y salí apresuradamente del hotel. No había conseguido el nombre de mi objetivo, pero había conseguido una buena pista.

Ahora entendía la descripción de Svetlana, Los Maybach son coches de superlujo y la empresa pertenece al grupo Mercedes. El aspecto exterior es muy parecido al de los coches de la estrella salvo por el tamaño. El interior es más amplio y de mayor calidad que un Mercedes corriente y en vez de la estrella tiene un par de emes como logotipo.

Lo más importante de todo es que son coches muy raros y muy caros, alrededor de medio millón de euros, lo que me ayudaría a acotar la búsqueda de las empresas de alquiler. Abandoné el hotel rápidamente y monté en la Ducati. Eran poco más de la una y cuarto, pero los cafés no mantienen mucho así que busqué un sitio barato para comer.

Cuando llegué a la oficina eran poco más de las tres y media. María aun tardaría un buen rato en llegar así que decidí echarme una siesta.

Una hora después un súbito portazo me sacó de un plácido sueño haciendo que casi me cayese de la silla en la que mantenía un precario equilibrio.

Salí de mi despacho frotándome los ojos. María se sobresaltó al verme aparecer. Se la veía realmente afligida.

—¿Pasa algo, María? —dije yo intentando parecer totalmente despejado.

—¡Oh! Siento lo del portazo... Creí que no había nadie. —dijo ella evidentemente al borde de las lágrimas.

—No te preocupes. No es que quiera meterme donde no me llaman. Pero ¿Te ocurre algo? ¿Estás bien?

—¡Oh! No, nada importante solo que... Es tan embarazoso... Si no te importa, prefiero no contártelo. —dijo ella compungida.

—Vamos, ven a mi despacho. —le dije abriéndole la puerta— Tengo el remedio perfecto para estas cosas.

Con un guiño cogí la botella de Whisky y serví dos copas. Sin pensarlo la mujer se bebió el líquido de un trago sin saborearlo. Tosió. Instantes después, el calor de la bebida incendió sus mejillas y pareció reanimarla lo suficiente para que me ayudase con la búsqueda de la empresa de alquiler.

Tal como había pensado solo cuatro empresas tenían Maybach entre sus coches, dos de ellas solo tenían el modelo corto, más barato y de las otras dos, solo Coches Frenández tenía uno de color gris.

María me pasó el número de teléfono y llamé a la empresa. Fingí ser un tipo interesado en alquilar el Maybach por un par de días.

—Perdone señorita, una última pregunta si me permite antes de colgar. —dije para terminar—Verá, la verdad es que soy un poco maniático y me gustaría saber entre usted y yo si sus chóferes son de fiar.

—Por supuesto señor. —respondió la secretaria un poco ofendida— todos nuestros conductores son hábiles y responsables y, Emilio, que es el que conduce siempre los coches caros, es el mejor que tenemos. Fue un antiguo piloto del DTM y jamás ha tenido un percance llevando a un cliente.

—¿Ah? ¿Sí? ¿El campeonato alemán de turismos? —dije yo fingiendo parecer súbitamente interesado— Es uno de los campeonatos de automovilismo que más he seguido últimamente. ¿Qué coche conducía? ¿Audi? ¿Mercedes? ¿BMW?

—Creo que llevaba un Opel, hace más de diez años, pero no estoy muy segura. Siento no poder decirle más.

—No se preocupe ha sido de mucha utilidad. —dije yo con una sonrisa de triunfo— Y muchas gracias por su atención. Le llamaré en un par de días para concretar las condiciones.

Colgué el teléfono satisfecho. No podía haber muchos Emilios que hubiesen conducido un Opel en el DTM. Una rápida búsqueda en internet me permitió descubrir que el hombre había participado en ocho carreras del campeonato del 2005 conduciendo un Vectra sin demasiado éxito.

Emilio Puig tenía su propia página web. Curioseando en ella averigüe que había competido en algunos campeonatos de resistencia a nivel europeo con fortuna variada. Entre sus mayores logros estaba un subcampeonato británico de resistencia.

El chófer seguía corriendo en su tiempo libre en campeonatos amateur de resistencia normalmente conduciendo el coche en equipo. El ricachón ponía el coche y conducía un rato y luego él tomaba el relevo y trataba de conseguir un buen resultado para que el propietario pudiese pavonearse mientras tomaba unas copas con los amigos.

Eché un detenido vistazo a una foto en la que aparecía tras un evento hacía dos semanas. El hombre posaba junto con su compañero  tras un trofeo, había engordado un poco y su mirada era más bien de fastidio que de triunfo, pero  sus ojos oscuros y penetrantes eran los de un hombre decidido y seguro de sí mismo.

Imprimí la foto para estar más seguro de reconocerle y dejé la oficina diciéndole a María que cerrase y se tomase el resto de la tarde libre.

La sede de Frenández estaba en un polígono industrial de las afueras. Entré en el taller y eché un vistazo, fingiendo estar un poco perdido. El Maybach no estaba allí. Un tipo trajeado me interrumpió y me preguntó si podía ayudarle. Yo fingí ser un aficionado que había conocido a Emilio en una carrera hacía años. Le conté que estaba allí por negocios y se me había ocurrido pasar por allí para saludarle. 

El hombre, muy educadamente, me acompañó a la salida y me dijo que estaba trabajando, pero que si quería verle volvería en un par de horas. Yo le agradecí al hombre la información y tras despedirme me fui a un mesón que había cincuenta metros más abajo, dispuesto a esperar la llegada del chofer.

Me senté con un café y el periódico del día, de cara  a la calle, de forma que viese llegar a Emilio. Tras tres largas horas y dos cafés más, estaba a punto de irme a casa a vaciar la vejiga cuando el Maybach apareció en el fondo de la calle rasgando la oscuridad con sus faros.

Me levanté de la incómoda silla de plástico como un resorte y salí del local. Tras pensarlo un momento decidí seguir con el cuento del aficionado que hasta ahora parecía haber dado bastante buen resultado.

Cuando llegué a la puerta, el hombre estaba pasando una gamuza por la carrocería del enorme coche, quitando el polvo y las marcas de dedos de la impoluta carrocería.

—Un coche impresionante. —dije yo interrumpiendo las suaves, casi sensuales caricias que el hombre estaba prodigando al coche.

Emilio se limitó a girarse y observarme con una mirada suspicaz, sin dejar de sacar brillo al coche.

—¡Oh! lo siento. Perdone si le interrumpo, probablemente no se acordará de mí, pero nos presentaron una vez cuando corrías en el DTM y he seguido tu carrera desde entonces. Trabajo para Bosch, he tenido que venir por cuestiones de negocios y he decidido pasarme por aquí un momento y saludarle.

El hombre primero puso cara de sorpresa y luego pareció escarbar en su memoria unos instantes, intentando localizarme, obviamente sin éxito. Tras un instante mirando la mano que le alargaba, la estrechó con fuerza y me sonrió.

—La verdad es que en aquella época conocí a mucha gente, me disculpará si no me acuerdo de usted.

—Por supuesto, lo entiendo perfectamente, soy Leandro Suárez. Es un placer volver a charlar contigo y trátame de tú, por favor. Eras un piloto muy rápido. Lástima que se apoye tan poco en este país a este deporte. Si te hubiesen respaldado creo que hubieses llegado muy lejos.

—Ya lo creo —replicó el piloto obviamente halagado— Este país es una mierda. Para apoyar a los pilotos nunca hay un duro, pero para hacerse fotos con el campeón, salen amigos por todas partes. Mira a Mehri, cada vez que veía a esos inútiles conduciendo un fórmula uno solo porque tienen un padrino que ha puesto una millonada mientras  él se arrastraba por la pista en aquel trasto infumable me llevaban los demonios.

—Cuánta razón tienes —dije poniendo cara de circunstancias.

Charlamos unos minutos más y aprovechando que eran casi las diez le invité a cenar por los viejos tiempos. El chófer pareció dudar por unos instantes, pero finalmente aceptó.

Comimos un par de chuletones y bebimos un par de botellas de vino. Yo me dediqué a comer con desgana y a llenar su copa tan pronto como la veía vacía, animándole a contar sus batallitas. Cuando terminamos intentó pagar su parte, pero yo insistí y me hice cargo de la cuenta a cambio de que él me invitase a un par de Gyntonics.

Tres horas después, yo estaba medió trompa, pero él estaba como una nasa.

—Y slabes que... —dijo el chófer con la boca pastosa— Pronto no podremos conducir. Esos hijosputa nos están quitando el volante poco a poco. ¿Te acuerdas del mítico anuncio del Golf, el hombre que lo perdía todo, pero aun le quedaba su coche?

—Si claro, es uno de los mejores anuncios que he visto nunca. —respondí yo esperando pacientemente mi oportunidad.

—Puess eso. Ahora para anunciarlo ponen a un viejo... diciendo que el coche aparca solo, te avisa si cambias de carril o si te quedas dormido... ¡Vaya mierda!

—Ya lo creo —dije yo simulando dar un nuevo trago a mi copa.

Emilio me imitó y apuró medio cubata antes de continuar su diatriba:

—Y los todoterrenosss, ¿Qué me dicesss de los todoterrenosss? Ahora para lo único que valen es para que la furcia de turno use la reductora para salir del garaje y lleve los niños a clase. Esto es el fin. Aprovecha y compra un buen coche ahora, porque dentro de diez años no se volverá a vender un coche sin piloto automático y estoy convencido de que en poco tiempo solo los ricachones podrán conducir sus propios coches... y los tiposss como yo pasarán a la historia.

—Sí, es una lástima que un cochazo como el que llevas ahora lo lleve en el futuro un ordenador. —dije yo intentando llevar la conversación a mi terreno.

—Desde luego, tengo la mejor oficina del mundo.

—¿Tienes muchos clientes? Ese trasto tiene pinta de ser muy caro.

—¡Oh! La verdad es que son más de los que puedas sospechar. Algunos muy fielesss. —dijo apurando su enésima copa.

—Lo entiendo, ese cacharro tiene un montón de sitio detrás. Seguro que más de uno se ira de putas con él. Lo que habrás visto por ese retrovisor... —añadí yo intentando tirarle de la lengua.

—La verdad es que, salvo uno, el resto son empresarios que quieren trasladarse lo más cómodamente posible por la ciudad, pero hay un cliente concreto que siempre va de juerga con mi coche.

—Ahh, siempre me ha gustado saber a qué tipo de garitos van esos hombres en busca de mujeres.

—Normalmente le recojo en el centro, le llevo a una dirección, cada vez distinta, dónde recoge a una chica y se la lleva a un hotel del centro, después me largo y  vuelvo a buscarle  a las diez de la mañana del día siguiente, dejándole donde le he recogido.

—Pues vaya. Yo que creía que esa gente tendría sus propios putiferios, donde mujeres que quitan el hipo se pasean con un antifaz por toda indumentaria y cumplen hasta los más sórdidos deseos de sus clientes.

—La verdad ess que no hay nada  de excepcional salvo en la belleza de lass chicass que contrata, deben ser más caras que el coche.

—¡Mierda! ¿Seguro que no le has llevado nunca a un sitio  especial? —pregunté agotando el último cartucho.

—Bueno, ahora que recuerdo una vez entró en el coche mostrándome un panfleto con una preciosa mujer en bikini y el nombre de una sala de striptease.

—¿Una sala de Streptease? —pregunté sorprendido.

—Sí, ya sé que parece un poco absurdo, pero así es. El caso es que le tuve que llevar a aquel antro de las afueras y esperar fuera mientras veía la actuación. Volvió una hora después, ssolo, como si aquella noche le hubiese bastado con meter un par de billetes en el tanga de una bailarina y beber una cerveza.

En ese momento estuve tentado de intentar sobornar a aquel hombre para que me dijese la dirección de mi cliente, pero por los detalles que me había dado estaba casi seguro de que no sabía dónde vivía y preguntarle solo haría arriesgarme a que detectase que mi interés por el desconocido era algo más que casual y se cerrase como una ostra.

Así que opté por seguir tirando del hilo de la estríper. Ella podría saber algo más de mi objetivo y estaba seguro de que sería mucho más fácil de convencer, y más barato para mi clienta.

Tras un par de copas más, el piloto me dijo el nombre del local y el de la estríper. Luz la Luminosa era un nombre un tanto raro para una bailarina exótica. No tardaría en comprender que le venía que ni pintado.

Esta nueva serie de Smallbird consta de 18 capítulos. Publicaré uno  a la semana. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

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La cabeza del mono (3)

Jane IV

La cabeza del mono (2)

Jane I y II

Jane III

La cabeza del mono (1)

El confesionario

Jane II

Jane I

Bluetooth 3ª Parte

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El calendario

Una vendimia diferente

Navidad de cuero

Supervivencia

La pequeña Savannah

La Colaboracionista

Misterio en la granja

Groom Lake

La Revisión

Romeo y Julieta

Hermana... mía.

La Final cap1

El Míster

Verano del 44

Enemigo público V

Desafío Extremo

Enemigo publico IV

El edredón

Enemigo publico 3

Enemigo público

El tatuaje

Historias de la B. La heroína

Enemigo Público II

El Leñador

Enemigo público