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Hasta el Quinto Pino y Más Allá. Capítulo 1.

en Grandes Series

Prólogo

 

El tugurio es asqueroso, el peor de todo el planeta. Oscuro, grasiento y lleno de humo, cada vez que entra, le parece estar en el centro de una turbina de Krat, pero la música es genial. No sabe de dónde ha salido, pero el ritmo hace que todos sus órganos se remuevan y las voces, extrañamente melódicas, cantan en un idioma que jamás ha oído y la llevan muy lejos de aquel infecto planeta.

—Hola, ¿Qué tal? —dice el desconocido, un humano de gesto presuntuoso, mientras se sienta a su lado, en la barra.

—Hola—responde ella a regañadientes, dando un nuevo trago a su coctel de Brüll y deseando que el tipo se calle y se emborrache lo antes posible, para poder seguir disfrutando de la música.

—Soy Marco Pozo, ¿Cómo te llamas tú? —dice él tipo haciendo una seña al camarero.

—Narah. —responde de nuevo secamente echando un vistazo de reojo a aquel humano.

La verdad es que no se ven muchos por ese sistema y lo observa con un poco más de detenimiento. A pesar de que los humanos no son demasiado altos este es especialmente bajo y tiene unos hombros anchos y un torso fuerte en forma de barril. Todo en el él da sensación de fuerza y solidez. Lo que más llama su atención a parte de su cuerpo, es su mata de cabello castaño y crespo y sus ojos negros, pequeños y brillantes como ascuas.

—Me encantáis las Turanias, con vuestros tres pares de pechos. Cuando froto mi varita mágica contra ellos, me siento en el séptimo cielo.

—Veo que eres un tipo fino y elegante. ¿Por qué no te vas a buscar una furcia muncar? Creo que acabo de ver una pasar camino de los baños. Si no ha encontrado nada para comer flotando en  la taza, seguro que se contentará con ese gusano. —responde ella señalando la entrepierna del desconocido.

Sin escucharla, él pide una copa y hace una seña al camarero para que le sirva otra a ella. Por lo menos no es tacaño. La música cambia y Narah ve como el humano tararea la nueva canción, pronunciado con facilidad aquel extraño idioma que nunca ha oído fuera de aquel establecimiento.

—Está bien, ¿Eh? —dice el al ver que Narah le está mirando boquiabierta.

—Sí, y jamás había oído a nadie que entendiese lo que dicen.

— ...Para los que vamos a bogar sin rumbo perpetuo. En cualquier otra dirección... con tal de no domar los caballos de la exaltación... —traduce el humano al común antes de dar un trago a su copa.

—¿Qué diablos es un caballo? —pregunta ella.

—Es un animal del planeta del que provengo.

—¿Ah? ¿Sí? —dice ella poco convencida— Llevo tres años viniendo a este tugurio asqueroso y preguntando a todos los camareros y encargados de dónde han sacado esta música y nadie me ha podido decir nada y tú, no solo lo sabes, si no que has estado allí. Perdona si no te creo demasiado.

El tipo ríe de buena gana, se acaba su copa de un trago y pide otra al camarero.

—Será porque probablemente soy el único que ha salido de aquel cochino lugar por sus propios medios. —replica él cuando termina de reír— Y antes de que preguntes, este magnífico establecimiento, al que tú llamas tugurio, es el Venecia, el mejor bar de copas de este sistema con diferencia, el único en el que puedes escuchar la mejor música de la galaxia y  es mío.

—Si has salido de ese planeta tu solo, ¿Cómo es que tú no eres el único de tu especie? —pregunta ella haciendo un gesto a su alrededor dónde un par de humanos se mecen al ritmo de la música en distintos estados de embriaguez.

—Es una buena pregunta, y yo también me lo cuestioné durante un tiempo hasta que di con la respuesta, pero eso requiere que te cuente una larga historia.

—Me muero por oírla. —dice Narah con voz cansada dando un trago a su copa.

—Ya que insistes tan efusivamente...

  Capítulo 1: Venganza

 

 La verdad es que no estaba destinado a surcar esta galaxia desde que nací. Mi planeta, la que llamamos sus habitantes Tierra, es una bola rocosa que orbita alrededor de una estrella de mediano tamaño, por ahí fuera,  en algún brazo de esta galaxia. Te preguntarás porque soy tan poco exacto sobre el lugar dónde se encuentra mi planeta natal, pero la verdad es que no sé dónde diablos está, aun que bien mirado, tampoco me importa demasiado. Te lo explicaré luego.

Mi planeta natal estaba dividido en múltiples estados. Nací en uno llamado España. Un país mediano en tamaño, ni muy rico, ni muy pobre. Muchos decían que era un país afortunado, con un clima templado y una gente alegre y bulliciosa, pero desde mi punto de vista era un país de cabrones.

Desde muy  pronto, mis padres descubrieron que no era normal. Mientras los demás niños querían ser ases del deporte, yo solo quería hackear la página del Ministerio del Interior y disfrazarme de caballero Jedi.

Mis padres se desesperaban, me sacaban de casa, me llevaban fútbol e insistían tontamente en que debía tener una educación. Lo del fútbol fue un auténtico desastre, y en el colegio fui una especie de paria al que todo el mundo despreciaba.

Pero todo se acaba y cuando terminé la carrera de informática, en un momento en que la economía en mi país crecía salvajemente, no tuve problemas para conseguir un buen trabajo en una filial de una empresa dedicada a la ingeniería y la construcción. Con el trabajo llegó el dinero a espuertas y con el dinero los amigos y una esposa con la que un par de años antes no se me hubiese ocurrido ni soñar, una zorra quince años menor que yo, de cuerpo sinuoso, piel color caramelo y ojos azul hielo que me enamoró, me esclavizó y a su debido momento me destruyó y luego se meo encima de mis restos... Pero vayamos por orden.

Podía haber elegido cualquier empresa, los bancos y las compañías de seguros eran los que más pagaban, pero a mí me gustaba participar en algo constructivo, no solo hacer más ricos a aquellos mercachifles, por eso elegí Horcar Ingeniería. Era una gran empresa. Se dedicaba sobre todo a la construcción, pero tenía departamentos dedicados a casi todo lo que uno se pudiese imaginar, desde el diseño y construcción de turbinas y grandes motores a la creación de lubricantes en una división petroquímica.

Pronto encontré mi sitio en la sección informática del enorme departamento de I+D de la empresa. En cuestión de tres o cuatro años, me convertí en el jefe de sección a cargo de casi cuarenta personas dedicadas a la elaboración de programas, cada vez más necesarios en los cálculos de ingeniería y en el manejo de la maquinaria y las factorías que tenía la compañía por medio mundo.

Y entonces llegó la crisis. Había más casas que personas dispuestas a comprarlas... muchas más. Los precios bajaron y luego se desplomaron, ayudados por una crisis financiera mundial, favorecida por el irresponsable comportamiento de los bancos. Si hubiese optado por trabajar para los ladrones, probablemente podría haberlo visto y haberme protegido, pero la verdad es que la crisis me pilló totalmente desprevenido.

La empresa se vio en problemas y como cualquiera, lo primero que hicieron fue reducir el dinero en los departamentos no esenciales. El presupuesto de mi departamento primero se redujo a la  mitad y luego en un sesenta por ciento más... Y luego llegó ella.

Itziar, o como yo la llamaba, la Politziar, era un pelirroja, alta, de tez pálida y ojos pequeños y desconfiados. Era una recién licenciada en económicas por alguna universidad de pijos, venida de no sé qué círculo del infierno para sustituirme y reestructurar todo el departamento. La mujer no veía la razón para tener a un ejército de programadores cuando el mismo trabajo lo podían hacer unos cuantos cientos de adolescentes indios en alguna filial en el culo del mundo por una miseria, así que me vi degradado, mi sueldo reducido a la cuarta parte y destinado a digitalizar documentos que nadie tenía la más mínima intención de estudiar.

Me cabreé, grité y amenacé con largarme. Pero ella sabía que en esos momentos no tenía dónde ir, se rio de mí y me animó a hacerlo, consciente de que así se ahorraba un abultado finiquito.

Cuando el dinero dejó de fluir, mi amada Lola empezó a ser algo menos cariñosa, hasta que un día, cuando llegué a casa, la vi vacía. Poco después nos presentamos ante el juez donde se divorció de mí y de paso se quedó con lo poco que me quedaba más una pensión que me dejaba lo justo para vivir y pagar la hipoteca.

Pero es verdad aquello que dicen de que lo que no te mata te hace más fuerte. Aquella megacrisis fue el punto de inflexión. No podía caer más bajo, así que me puse manos a la obra y tracé un plan.

Lo bueno de ser el último mono en un departamento al que nadie interesa, es que puedes hacer lo que te dé la gana. Nadie mira para ti, ni te pide cuentas mientras no molestes. Yo no volví a tener un acceso de furia, traté a mi jefa con servil deferencia, aguantando sus insultos y sus desplantes con una sonrisa estúpida mientras esperaba mi oportunidad.

Y esta llegó en forma de una serie de golpes de suerte. El primero fue en el trabajo. Por casualidad empecé digitalizando las miles de cartas que llegaban al departamento de todo tipo de grillados que decían tener la solución para el hambre en el mundo, energía gratis para todos y esas estupideces. Y una de ellas llamó  poderosamente mi atención; hablaba de un motor para naves espaciales, infinitamente más potente y mucho más sencillo y  barato de construir que cualquiera de los que se estuviesen diseñando en ese momento.

La carta adjuntaba una memoria y un estudio. Mis  conocimientos de física son limitados, pero los de matemáticas eran los suficientemente buenos para saber que los cálculos eran coherentes.

Me llevé los documentos a casa y durante meses los estudié hasta convencerme de que eran correctos. Entonces, un plan empezó a forjarse en mi mente.

Lo primero que hice fue seguir escarbando en aquella basura en busca de  buenas ideas, y descubrí que aquello era una mina. Seleccioné lo que necesitaba y contacté con los remitentes para enterarme de la situación en la que se encontraban sus investigaciones.

La mayoría estaban en punto muerto por falta de dinero, así que solo me faltaba la financiación. Estaba empezando a forjar una estafa piramidal para conseguirme la pasta, cuando  en ese momento llegó el segundo golpe de suerte en forma del Euromillón.

Ciento sesenta millones de euros, el mayor premio hasta el momento, y era todo mío. Esto aceleró aun más mis planes y me evitó tener que dar muchas explicaciones. Todo estaba dispuesto, pero aun tenía que hacer un par de cosas.

En cuanto le enseñé el boleto, mi empleado de banca pasó de mirarme por encima del hombro y amenazarme con ejecutar la hipoteca a arrastrarse ofreciéndome el oro y el moro a cambio de dejar todo aquel montón de dinero en sus avariciosas manos. Yo deposité el boleto encargando al banco que lo cobrase y conseguí un adelanto de unos cientos de miles, cuarenta mil de los cuales los saqué en efectivo.

Al día siguiente, me presenté a mi último día de trabajo. Lo aproveché para revisar los últimos documentos que tenía pendientes y me guardé los que me parecieron más prometedores.

Al final de la jornada, me acerqué a la oficina de mi jefa y abrí la puerta sin llamar. Me la encontré de pie, reclinada en su sillón, con las botas apoyadas en el escritorio mientras hablaba por teléfono.

Me lanzó una mirada gélida, pero no me mandó marchar, ni cambió de postura, mostrando toda la longitud de unas piernas largas y esbeltas  que asomaban por el escueto vestido de lana con cuello de cisne.

Mientras hablaba,  yo me dediqué a observar sin disimulo como sus pechos grandes y pesados tensaban la lana verde azulada antes de dirigir mi mirada hacia su cara y estudiar aquellos ojos pequeños tras unas gafas de pasta, que se apoyaban en una nariz pequeña y pecosa. Sus labios se fruncieron con un gesto de disgusto al oír algo que no le agradó demasiado, respondió con un "ni lo sueñes" y siguió escuchando mientras jugaba con uno de los rizos de su cabello en llamas.

Escuchó algo y echándose hacia atrás rio mostrando una dentadura blanca y perfectamente regular salvo por una pequeña rendija entre los incisivos. Yo aproveché para echarle un nuevo vistazo a aquellos pechos redondos y tiesos y esperé pacientemente.

—Bueno, chica, tengo que dejarte. Uno de mis monos está esperando un poco de fruta, ya hablamos. —dijo Itziar colgando y dejando el móvil sobre el escritorio mientras apartaba las botas del mueble y se levantaba.

—¿Nadie te ha enseñado a llamar antes de entrar? —dijo acercándose a mí intentando dominarme con la altura que le proporcionaban los tacones de sus botas.

—Alguna vez he oído algo de eso, aunque por lo que tengo entendido tampoco es de muy buena educación poner las pezuñas encima de la mesa.

—¿Qué coños quieres? —preguntó Itziar.

—En realidad poca cosa, solo he venido a despedirme.

—Vaya, ¿Cómo es posible que un zurullo como tú haya conseguido un trabajo nuevo?

—La verdad es que he conseguido financiación y voy a montármelo por mi cuenta.

—¡Ah! ¿Sí?

—Desde luego, y de hecho aun me ha sobrado un poco de pasta  con la que no sé qué demonios hacer. —dije soltando un fajo de billetes.

Politziar me miró a mí y luego miró los quince mil euros que había encima del escritorio y yo no pude evitar una sonrisa al ver las chispas de avaricia iluminando sus pequeños ojos.

—¿Quieres decirme algo con eso? —dijo la mujer justo antes de que me hurgase en el bolsillo y sacase otro fajo.

—No sé qué te crees que soy...

—Solo quiero evitar los engorrosos juicios en los que los abogados son los únicos que ganan. —dije yo agarrándola por la cintura y estampando mis labios en los de ella.

Itziar se revolvió e intentó despegarse, pero yo saqué otro fajo y se lo mostré antes de dejarlo sobre la brillante madera de nogal, acabando con toda su resistencia. Nuestras lenguas se juntaron y su cuerpo se apretó con fuerza contra el mío.

—Eres un cerdo. —dijo ella cuando se separó para coger aire— Debería pedir auxilio y ver como los de seguridad te echan a patadas...

—Puedes hacerlo cuando quieras. Yo y mis amigos de colores nos iremos y no te volveremos a  atosigar más. —dije yo arrinconándola contra el gran ventanal que dominaba el despacho y sopesando sus pechos a través de la lana del vestido.

Itziar abrió la boca para decir algo, pero yo se la tapé con un beso largo, húmedo y sucio. Sin dejarla pensar, agarré  la falda de su vestido y se lo alcé. El cuello de cisne se quedó enredado a su cabeza, cegándola y aproveché para besar y sobar su cuerpo, tan rotundo como me imaginaba. Ella gimió y protestó, pero no se terminó de quitar el vestido, enredado justo por encima de su nariz.

Eché el resto de la prenda hacia atrás, pero sin quitársela de la cabeza y le di un beso antes de retirarme y observar como la mujer besaba al aire frustrada. Me aparté y la observé un instante. Itziar, excitada, intentó atraerme soltándose el sujetador. Sus enormes pechos, operados, perfectamente redondos y con los pezones mirándome directamente a los ojos, me atrajeron como imanes que no pude resistir.

Me abalancé sobre ellos como un hombre sediento, los chupé y los mordisqueé hasta hacerla aullar  para a continuación bajar por su vientre.

Sin miramientos agujereé sus pantis con mis dedos y aparte el tanga. Itziar lo sintió y abrió las piernas, mostrándome su sexo hinchado y hambriento.

Con una sonrisa, agarré a mi todavía jefa por el cuello antes de guiar mi polla al interior de su coño.

Ella soltó un grito estrangulado y se agarró a mí mientras yo levantaba una de sus piernas por encima de mi cintura y luego de mi hombro para hacer más profundas mis penetraciones.

Joder como lo necesitaba. No recordaba la última vez que había echado un polvo, así que aproveché y la penetré con fuerza, como si no hubiera un mañana, mientras ella se agarraba a mí, a ciegas, gimiendo desaforadamente.

Con un movimiento brusco, le di la vuelta y la penetré justo antes de quitarle el vestido de los ojos. Al verse desnuda contra el ventanal, instintivamente reculo, lo que aproveché para darle más fuerte.

Sin dejarla volverse o cambiar de lugar la asalté salvajemente hasta que se corrió con un gruñido estrangulado.

Separándome, la senté sobre el escritorio y aun estremecida la masturbé de nuevo sin ningún cuidado, dándole palmadas y fuertes lengüetazos en su pubis y su vulva.

Cuando estuvo de nuevo excitada, la tumbé y de un par de tirones abrí aun más el agujero de sus pantis.

Itziar se revolvió al ver mis intenciones, pero cuando solté otros dos fajos de billetes dejó que hincase mi polla hasta el fondo de su culo. Su grito de dolor me excitó aun más y tras contenerme unos instantes, comencé a sodomizarla, primero lentamente, metiendo y sacando mi miembro del estrecho agujero y disfrutando como un loco cada vez que atravesaba aquel estrecho y delicado esfínter, una y otra vez hasta que ella dejó de quejarse.

Poco a poco, comencé a moverme con más fuerza mientras mi jefa se acariciaba el clítoris y se metía los enjoyados dedos en el chocho.

Cuando me di cuenta estaba dándole candela con todas mis fuerzas, haciéndola gemir y obligándola a morderse la mano para no gritar mientras una lluvia de papeles, antes pulcramente ordenados sobre la mesa, nos rodeaba.

A punto de correrme, tiré de ella y obligándola a arrodillarse me masturbé y eyaculé sobre su cara, cubriendo sus gafas con mi leche.

Con un gesto rápido me sacudí una vez más la polla antes de metérmela de nuevo dentro de los pantalones.

—Ha estado bien. —dijo Itziar incorporándose sin molestarse en limpiarse las gafas— Lo habría hecho por menos.

—A mí todavía me quedaba algo más. —repliqué dirigiéndome a la puerta.

—Quizás haya un puesto libre en tu nueva empresa... —dijo ella cogiendo una lagrima de semen con uno de sus dedos y saboreándola detenidamente.

—Quizás, ya te llamaré. —respondí saliendo del despacho y pensando que era lo último que haría en mi vida.

Esta nueva serie  consta de 24 capítulos. Publicaré uno  a la semana. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella

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