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Las colinas de Komor XXXI

en Grandes Relatos

XXXI

 

Al día siguiente se despertó con unas pésimas noticias. Apenas se había quitado de encima las telarañas del sueño cuando Hawkins le llamó para avisarle de que los afganos habían desaparecido sin dejar rastro. Se habían esfumado en cuestión de unas horas y los de inteligencia no tenían ni una sola pista. Al parecer, por un problema de software se habían visto obligados a retirar el dron y no habían dispuesto de un repuesto hasta casi seis horas después.

Los de inteligencia les habían asegurado que no tardarían en recuperar el contacto, que en seis horas, con las camionetas cargadas como iban, no tenían tiempo para alejarse mucho del último punto de contacto, pero Ray sabía que aquello solo eran promesas y las promesas a veces no se cumplían.

Preocupado salió a correr y su estado de agitación no pasó desapercibido por mucho tiempo. Enseguida Monique le preguntó si toda iba bien y él se lo contó intentando quitarle importancia a pesar de que por primera vez desde que llegó a aquel lugar estaba realmente preocupado.

Haciendo de tripas corazón sonrió e intentó aparentar normalidad. Incluso cuando se formó la cola en el dispensario contuvo las ganas de cachear a mujeres y niños consciente de que se estaba dejando llevar por la paranoia.

Intentando evitar darle demasiadas vueltas a algo que podía no ser nada, cogió el libro y continuó leyendo.

 

Capítulo 41. En busca de la verdad

 

Amara

La llegada del invierno y la nieve no les permitió descansar como todos esperaban, es más, les había traído nuevos trabajos. Al de limpiar los alrededores del campamento y el techo de los barracones se había unido la obligación de cuidar de los más de cien caballos que les habían traído. Por suerte bajo la cobertura de los árboles la nieve era menos espesa y parte de la comida la obtenían del sotobosque aligerándoles en parte el trabajo.

Por otra parte, al día siguiente de haber recogido sus armas, Albert les anunció que a partir de ese momento los jefes de grupo tendrían que preparar turnos de guardia y mantener una vigilancia constante del perímetro del campamento con la orden de detener y llevar ante él a todo el que pillasen husmeando.

Y por si fuera poco, también reduciría la ración a un cuarto de la que estaban recibiendo con la obligación de complementarla con el producto de la caza de animales del bosque con la única condición de que no podían usar trampas.

Al principio, a Amara le pareció una especie de tortura gratuita, ya que el adiestramiento se había extendido y debido al entrenamiento en equitación apenas tenían tiempo libre, pero pronto se dio cuenta de que lo que estaba haciendo era obligándoles a aprender a seguir rastros y desplazarse en silencio por el bosque.

Y les costó bastante tiempo. Las primeras semanas pasaron verdadero hambre ya que la mayoría de las expediciones volvían con las manos vacías o con unos pocos conejos o roedores asaltados en sus madrigueras y algunas aves que conseguía ella y los de su sección subiendo a los árboles y sorprendiéndolas mientras dormían.

Después de muchos intentos fallidos finalmente habían aprendido y se habían recuperado, aunque sin llegar nunca a sentir sus estómagos llenos en ningún momento.

Aquel día había sido especialmente duro. La nieve había caído en abundancia durante toda la mañana y se habían visto obligados a hacer el entrenamiento con la nieve hasta las rodilla. Cuando llegó la noche todos estaban exhaustos. Le hubiese gustado tirarse en su jergón como los demás, pero como jefa de su sección se obligó a superar su cansancio y tras cenar un poco cogió el arco y se internó en la espesura.

Pocos segundos después se le unió Sardik.  Amara, aliviada de tener un compañero de caza, le sonrió agradecida. Él se limitó a asentir con la capucha ocultando sus facciones.

El ir acompañada de Sardik le dio más confianza. Pronto había demostrado ser uno de los mejores cazadores. Su puntería era espléndida y era casi tan bueno como ella siguiendo rastros lo que multiplicaba casi por dos sus posibilidades de conseguir una presa.

Sin necesidad de hablarlo se dirigieron hacia el este, hacia un arroyo cercano que desaguaba más allá en el Brock. Se sentían cansados y no tenían muchas ganas de hacer una larga caminata, así que esperaban encontrar el rastro de algún animal al que pudiesen seguir.

Por una vez tuvieron suerte y en la orilla descubrieron los rastros de dos ciervos, probablemente una madre y su cría de la primavera anterior.

La  espesura del Bosque Azul impedía que se acumulase demasiada nieve en el sotobosque, apenas la justa para hacer más cómoda la persecución. Avanzaron en silencio siguiendo las huellas de los dos animales cuesta arriba, hacia el corazón del bosque, sin apresurarse, poniendo especial cuidado en donde ponían los pies.

De vez en cuando Amara le paraba con un gesto, se agachaba y estudiaba una huella o un mechón de pelo prendido en un arbusto. Pronto supo a donde se dirigían y Amara se relajó un poco.

—Van hacia el claro de los marags. —aquellos arbustos eran especialmente apreciados por los herbívoros ya que conservaban unas hojas verdes y jugosas incluso en lo más crudo del invierno.

—Ya veo, será mejor que nos separemos un poco, y nos acerquemos por el otro lado para evitar que nos huelan.—susurró él asintiendo— Tú por la derecha y yo por la izquierda, atenta a las señales y no hagas ruido.

Amara asintió con la cabeza y se separó unos cincuenta metros de su compañero deslizando los pies con suavidad e intentando no pisar ninguna rama seca o cualquier otra cosa que le pudiese delatar.

Tal y como esperaba se encontró a los dos animales en el claro, una hembra de ciervo de bosque, enorme, y su cría del año que ya debería de pasar de los sesenta kilos de peso. Si lograban derribarlos a los dos, no tendrían que cazar en un par de días.

El problema era que si iban a por los dos animales podían quedarse sin ninguno. Asomando la cabeza interrogó a Sardik silenciosamente. Él no se lo pensó. Con los dedos señaló  a los animales, dejándole claro que él se ocuparía de la madre mientras ella intentaba matar a la cría.

Con dos dedos le indicó que necesitaba un par de minutos para conseguir el lugar óptimo para atacar y comenzó a desplazarse siempre oculta tras los límites del claro. En cuanto estuvo en posición miró hacia donde Sardik debía estar agazapado y a pesar de que no le vio tensó el arco y apuntó hacia su presa.

Consciente de que era más importante la pieza de su compañero esperó a que fuese él el que disparase primero. No falló, su flecha se clavó en el costado y atravesó el corazón de la madre. En ese momento, al ver a su madre dar un salto y caer fulminada a su lado, la cría, al estar acostumbrada a seguirla, se puso inmediatamente rígida y alerta sin saber muy bien qué hacer y Amara aprovechó para disparar a su vez.

La peor puntería de Amara la suplía con su rapidez y en un instante había clavado dos flechas en el cuerpo del cervato, una en el cuello y otra en el pecho haciendo que no diese más que un par de saltos antes de caer exánime en el suelo del claro.

—¡Excelente! —gritó ella mientras se reunía en el claro con Sardik, con el cuchillo de despellejar ya en la mano.

Se acercaron a los dos cadáveres y enseguida empezaron a eviscerar y despellejar a los animales con su carne aun palpitante. Sardik trabajaba con habilidad y pericia haciendo que el trabajo no fuese tan pesado.

—¿Te dedicabas a esto antes de lo de ... de  que te encerraran? —preguntó ella.

—No, aunque era una afición. Mientras unos se iban de putas otros íbamos al Bosque Azul o a las llanuras al sur de Komor a cazar. —contestó él sin dejar de trabajar en la cierva— Siempre que podía me escapaba.

—¿Estabas de caza cuando ocurrió?

Sardik agarró el cuchillo con tal fuerza que se le pusieron los nudillos blancos y su respiración se volvió más acelerada. Amara temió haberse sobrepasado con aquella pregunta. Sardik apenas hablaba y ahora que había empezado a abrirse con ella temía haber metido la pata. Pero aquel hombre le atraía y quería saber más cosas de él.

Finalmente soltó el cuchillo y la miró.

—¿Por qué quieres saberlo? —le preguntó el atravesándola con la mirada.

—No sé. Supongo que en parte es curiosidad, pero creo que llevas rumiando ese asunto desde que perdiste a tu mujer y eso no es bueno. Esas cosas hay que echarlas fuera, si no te van corroyendo por dentro hasta dejarte sin alma.

—¿Crees que soy un desalmado? —le preguntó Sardik con una sonrisa torva.

—Aun no. —dijo ella sin amilanarse y tras una pausa repitió— Aun no.

Sardik volvió a coger el cuchillo y continuó su sangrienta tarea. Ella no le apremió, simplemente esperó a que él mismo se convenciese y todo aquello se fuese acumulando en su mente hasta generar la presión suficiente para obligarle a hablar. Finalmente, tras unos minutos,  los labios se despegaron y las palabras de Sardik surgieron como un torrente. Aceleradas, a veces incluso tan atropelladas que le costaba entender algunas palabras, sin embargo no le interrumpió y le dejó contar su historia, temerosa de que el hombre parase y no pudiese continuar.

—Mi familia se ha dedicado al curtido de pieles desde hace generaciones y yo seguí la tradición. No sé si lo sabes, pero hay pocos oficios más penosos y desagradables. Las pieles apestan, la orina y las heces de paloma que se utilizan para curtirlas no son mucho más agradables y los tintes sueltan vapores nocivos que te obligan a ser sumamente cauteloso cuando los manipulas. Con un trabajo así el olor a muerte y a detritus siempre te acompaña aunque acabes de salir de los baños.

—Por eso nuestra curtiduría estaba un poco alejada de la ciudad, cerca del río. A pesar de todo o precisamente porque nadie quería dedicarse a eso, nos ganábamos bien la vida. Durante mucho tiempo eso no me importó. Las miradas de asco y la hostilidad en la escuela la superé a base de ignorar a todo el mundo y pelearme con todo el que se metía conmigo hasta que me dejaban en paz.

—El problema fue cuando llegó el momento de encontrar una mujer con la que compartir mi vida. Entonces el desprecio y el aislamiento que antes me había parecido una bendición, ahora me parecían una condena. Todas las mujeres me miraban con asco cada vez que intentaba hablar con ellas, ni siquiera las más desesperadas dejaban que me acercase. Mi madre me pedía que tuviese paciencia, que aparecería la mujer perfecta, pero yo en mi pretendida sabiduría adolescente estaba seguro de que aquello nunca ocurriría.

—Pero mi madre resultó tener razón. Por aquella época había empezado con mi afición. Siempre que podía me escapaba con el arco y una bolsa de comida y pasaba la tarde acechando y persiguiendo. De vez en cuando tenía suerte y traía una buena piel de lobo de las llanuras o un buen ejemplar de hayax que devorábamos con placer.

—Aquella tarde, vagabundeando por el bosque me encontré con una extraña caravana formada por carromatos de colores que formaban un círculo en torno a una alegre fogata. Sin conocerme de nada y sin arrugar la nariz ante el "aroma" que desprendía me invitaron a su mesa y contaron divertidas historias, porque eso era a lo que se dedicaban. Eran un grupo de actores que representaban sus obras ante los hombres más poderosos del continente.

—Aquel espectáculo me resultó maravilloso, pero había una silueta en especial que no dejó de llamarme la atención en toda la noche. Kinesha era menuda y bajita, tenía una piel bronceada y un cuerpo flexible y musculoso. Sus movimientos eran pura armonía y su larga melena negra y rizada la envolvía como un remolino de estorninos.

—Incomprensiblemente ella también se fijó en mí y su mirada, con aquellos ojos rasgados y oscuros atravesó mi corazón como un cuchillo al rojo. Desde el primer momento supe que la amaba y cuando terminaron los cuentos ella se sentó a mi lado a cenar. El jefe de la caravana me miró mal, pero yo estaba en las nubes charlando con Kinesha y sumergiéndome en aquellos ojos oscuros.

—Sabía que no tenía mucho tiempo. Aquella caravana apenas se quedaría una semana descansando en el bosque, así que volví todas las noches. Cuando terminaba la cena nos escapábamos para acariciarnos y besuquearnos  hasta que finalmente me armé de valor y le pedí que se convirtiese en mi esposa. Contra todo pronóstico accedió. Al día siguiente me presenté con mi padre y se inició una dura negociación.

—Afortunadamente, nuestra posición era desahogada y mi padre consciente de lo duro que era encontrar una pareja para alguien de nuestra estirpe no escatimó y consiguió la mano de Kinesha. Debido a la premura de tiempo la boda se celebró al día siguiente, antes de que la caravana se  marchase camino de Puerto Brock.

—A pesar de todo fue una boda fantástica. Bailamos y cantamos hasta el amanecer y todo el mundo parecía alegre y satisfecho, solo el jefe de la troupe y un joven un poco mayor que yo eran ajenos a la fiesta y se limitaron a beber toda la noche.

—Finalmente la caravana se marchó y Kinesha y yo iniciamos nuestra vida juntos. Y nos fue bastante bien. Durante ocho meses fuimos la pareja más feliz del mundo, trabajábamos juntos, vivíamos juntos... follábamos juntos.  Solo nos separábamos cuando yo salía de caza. Aunque había intentado aficionarla, a ella nunca le gustó derramar sangre.

—Pero nada bueno dura eternamente y un día, a la vuelta de una expedición de caza, encontré la curtiduría en silencio. Un presagio encogió mi corazón. A la carrera entré en la curtiduría, me dirigí a nuestras habitaciones y la encontré allí tumbada, fría, pálida.

A pesar del tiempo Amara notaba perfectamente como aquellos sucesos estaban marcados a fuego en el corazón aun sangrante de Sardik. El hombre interrumpió la narración unos instantes antes de terminar:

—El corte y la sangre empapando todo su abdomen indicaban perfectamente la causa. Alguien le había clavado un cuchillo de despellejar en el vientre. Mi corazón se rompió en mil pedazos y me derrumbé. Todo lo que ocurrió en adelante lo tengo borroso. Sé que llegó el jefe de la milicia y me detuvo. Al parecer no creía que una mujer tan hermosa amase a un "gusano pestilente" como yo. Su investigación de siete minutos concluyó con que yo, en un ataque de celos, le había clavado el puñal en la barriga. De nada sirvió que toda la familia le dijese que yo había estado todo el día de caza y que aun estuviese cubierto por la sangre del ciervo que había cazado, es más eso acabó de convencer a aquel borrego, pensando que era la sangre de mi esposa.

—Mi familia intentó sacarme por todos los medios. Pagaron a un tipo que investigase que había pasado e intentaron interceder por mí al descubrir que la caravana había pasado cerca de allí justo el día que asesinaron a Kinesha, pero a mí todo me daba igual, estaba destruido, no quería nada más que hacerme una bola y dormir hasta que llegase la muerte.

—Cuando el barón emitió su sentencia debió de pensar que algo no cuadraba, porque en vez de colgarme de un cuerda decidió encerrarme y tirar la llave... ¡Menuda suerte la mía! Ni siquiera la muerte vendría pronto a consolarme.

Sardik terminó de hablar tan bruscamente como había empezado. Su cuchillo reposaba sobre la cierva ya prácticamente desollada. Al contrario de lo que esperaba no lo recogió inmediatamente sino que siguió con la mirada baja sumido en sus pensamientos. Amara no lo pudo evitar, con delicadeza apartó el mechón de pelo gris que cubría sus ojos y le obligó a mirarla.

—Tú no hiciste nada malo.

—No estaba cuando me necesitó. —respondió  sin levantar la vista— No estaba allí. No tuve tiempo de defenderla, de morir por ella.

—No la conocía, pero estoy segura de que si te amaba, dio las gracias a los dioses de que no estuvieses con ella, de que sobrevivieses. Porque cuando amas a alguien, aunque muera, sigue viviendo dentro de ti y velando por ti. Yo no creo que Albert haya sido una casualidad. El destino ha querido darnos una segunda oportunidad, Kinesha ha querido darte una nueva oportunidad.

El hombre finalmente levantó la vista. Sus ojos castaños se clavaron en ella como intentando creer lo que Amara le estaba explicando. En ese momento supo lo que tenía que hacer. Olvidándose del bosque, de las presas y de la guerra se acercó y lo abrazó.

Sardik durante un instante se quedó quieto antes de devolverle el abrazo. Y entonces ocurrió; primero fue un sollozo entrecortado para pasar a convertirse en llanto. Sin moverse le apretó aun más y dejó que se desahogara.

Poco a poco Sardik recobró el control sobre sí mismo. Una mirada bastó para convencerle de que aquello quedaría entre ellos para siempre. Sin decir nada volvió al trabajo, pero Amara pudo detectar un sutil cambio en su actitud sus movimientos no eran tan mecánicos como si hubiese dejado de moverse por inercia como lo había hecho hasta entonces. Amara le ayudó, pero sin apartar los ojos de aquel hombre. No sabía exactamente por qué, pero quería que aquel hombre fuese feliz. No; Quería ser ella la que le hiciese feliz.

Enarek

No hay mejor lubricante que el dinero. Gracias al oro que había traído de Samar se las había arreglado para montar su prostíbulo en poco más de una semana. Había elegido una vieja casa abandonada hacia tiempo por un tejedor sin fortuna que se había mantenido vacía largo tiempo por el precio elevado que exigían sus propietarios.

Enarek con la bolsa llena, apenas regateó. Acordó un abultado alquiler consciente de que solo la necesitaría unos pocos meses y contrató un ejército de albañiles y decoradores que la dejaron lista antes de que la competencia se diese cuenta de lo que pasaba.

Tras acomodar a cada una de las chicas en su habitación se aseguró de hacer pequeños agujeros en las paredes para poder observar y oír con comodidad y discreción.

En contraposición con el otro prostíbulo la había llamado La Casa de los Más Bajos Placeres, consciente de que la mayoría de los hombres, lo que realmente querían hacer cuando acudían a un lugar así, era dar rienda suelta a sus más bajos instintos.

El cartel de la entrada hizo de reclamo y las chicas hicieron el resto. Enarek las había aleccionado bien aprovechando y alentando las ambiciones y miedos de cada una, haciendo de todas ellas la imagen de la lujuria femenina.

A todos los que venían, fuesen ricos o pobres, les recibía con un trago y después de asegurarse de que habían pagado el servicio por adelantado, charlaba un rato con ellos y les recomendaba una de sus chicas. Evidentemente cada cliente podía elegir entre seguir sus recomendaciones o tomar su propia decisión.

El general Aloouf era uno de esos. Era la primera vez que venía, pero no hizo falta tantearlo. Conocía a los de su tipo, siempre convencidos de su propia infalibilidad. Charló un rato con él y consciente de que no le haría ningún caso dejó que eligiese.

Miró a su alrededor en el cómodo recibidor, donde las chicas esperaban vestidas con túnicas vaporosas  y sentadas o tumbadas en distintas posturas,  intentando estimular a la clientela, hasta que finalmente se decantó por Azur.

Tal y como esperaba la chica había sido un éxito y para evitar que acabase demasiado quemada la reservaba y procuraba que no trabajase más que las otras. Sin embargo, una noche con el general  era precisamente lo que había deseado para ella desde que había inaugurado el prostíbulo.

Enarek era consciente de que su propia juventud se estaba agotando, y aunque seguía siendo bella, aquello no duraría eternamente y solo tenía una oportunidad de convertirse en una mujer respetable, sí no lo conseguía se veía convertida en una madame agriada de piel fofa y arrugada, explotando y a la vez envidiando la juventud de sus esclavas.

—Quiero que te esmeres con él. —le dijo mientras se acercaba a ella y le cogía de la mano para entregarla al cliente— Compórtate como una gata en celo y no le des descanso. Hazle todo lo que desee y todo lo que no se atreva a pedir y luego dale conversación. Si lo haces bien te daré el resto de la noche de descanso.

La joven le lanzó una mirada fugaz y a continuación cogió la mano del general y le mostró sus dientes blancos y regulares como las perlas que colgaban de su cuello.

Impaciente, observó como la joven le cogía de la mano al general y lo guiaba escaleras arriba a su habitación.

Dejando a un sirviente de confianza al mando, les siguió escaleras arriba y deslizándose por una pequeña puerta se coló en su sala de observación. Con la excusa de que todas las habitaciones de la casa diesen al exterior había ordenado a los albañiles que tirasen tabiques y colocasen las habitaciones como los radios de una rueda dejando una pequeña habitación interior para guardar trastos.

La realidad era que así había conseguido un cómodo observatorio. Mediante pequeños agujeros disimulados en la pared y un rudimentario pero efectivo sistema formado por una especie de membrana podía ver y escuchar todo lo que ocurría en cada una de las habitaciones.

La habitación de Azur era la más lujosa. Estaba decorada con pesados cortinajes de seda y tenía una enorme cama de ébano con un dosel sujeto por unas columnas de palisandro que se retorcían en espiral hasta perderse en un mar de gasa. Además Enarek había mandado instalar un arnés colgado del techo para que los clientes pudiesen atar y colgar a la joven si así lo deseaban.

Cuando llegó, Aloouf ya se había desnudado mostrando un cuerpo bastante bien conservado para su edad. El hombre, aunque pasaba de los cincuenta, aun mantenía la espalda recta y a pesar de una incipiente barriga se podían adivinar los músculos bajo la piel de los pectorales. Era evidente que aun hacia ejercicio diariamente.

El general se abalanzó sobre Azur arrancando la suave túnica y magreando y lamiendo la oscura piel de la esclava dispuesto a penetrarla casi inmediatamente.

Azur podía haberle dejado hacer y probablemente la sesión hubiese acabado rápidamente, pero era consciente de las instrucciones recibidas. La joven sonrió, pero le refrenó obligándole a sentarse en un cómodo sillón mientras ella se retorcía y se acariciaba el cuerpo desnudo.

El hombre la siguió el juego y con la polla erecta clavó los dedos en los brazos del sillón mientras la observaba darse la vuelta, separar las piernas en inclinase mostrándole el sexo, en esta ocasión minuciosamente rasurado.

Aloouf miró él coño y las piernas de la joven con avaricia. No hacía falta ser un genio para saber qué era lo que quería y la joven dio un par de pasos hacia atrás para ponerse a su alcance. El general acarició la piel suave y aromática de la prostituta, cerrando las manos en torno a su culo y separando los glúteos para ver el sexo de la esclava en toda su gloria.

Relamiéndose, pasó la mano suavemente por la vulva y el clítoris y la joven tembló de arriba  abajo, tal como la había enseñado.

Aloouf retiró los dedos y se los llevó a su ganchuda nariz, los olfateó y con una sonrisa los saboreó. Azur le miró y se pasó la lengua por los labios al ver cómo la polla del general palpitaba y se movía ansiosa.

Azur flexionó un poco las piernas y comenzó a mover las caderas en un baile lento y sensual poniéndole el sexo a pocos centímetros de su miembro.

Él no le hizo caso y volvió a acariciar el culo de la joven antes de atravesarle el ano con el dedo. La prostituta se puso rígida y soltó un apagado gemido sin dejar de moverse clavándose el dedo más profundamente y soltando un gritito.

La chica estaba haciéndolo tan bien que Enarek no pudo evitar sentirse ligeramente excitada. Desde el día en que la había ofrecido por primera vez a aquel mercader la había estado enseñando todos los trucos necesarios para volver aun hombre loco de deseo y la esclava había sido una alumna aplicada y aventajada, solo había que ver como se separaba en ese momento, como si realmente echase de menos  el dedo del general explorando su culo.

Sin pensar en lo que hacía las manos de Enarek se colocaron nerviosamente el vestido anhelando el contacto con su cuerpo.

Mientras tanto Azur se había arrodillado ante el sillón y mirándo al general con ojos de adoración acercó los labios a su polla, púrpura de deseo. Su labios gruesos y pintados de color azul rozaron suavemente el glande haciendo que el hombre soltase un gemido.

La prostituta sonrió y le dio un suave lametazo. El miembro entero se retorció antes de que ella lo cogiese y se lo metiese entero en la boca. Aloouf apoyó la mano suavemente sobre la brillante melena de la joven y empezó a acompañar sus  movimientos de cabeza con las caderas  a la vez que soltaba gemidos cada vez más fuertes.

Con un último bramido el hombre se incorporó y cogiendo a la joven por el pelo la puso en pie. Deseoso de mostrar que aun era un hombre joven y fuerte, la levantó en el aire. Azur soltó un gritito y rodeó las caderas del general con sus piernas, procurando que sus sexos se tocasen.

El hombre pasó los brazos bajo sus piernas y la penetró. Azur soltó un largo gemido y comenzó a balancearse al ritmo de los embates de su cliente. Dando un par de pasos la sentó sobre un tocador y siguió follándola, aprovechando que tenía las manos libres para estrujar sus pechos pellizcar sus pezones.

Azur gritó al ritmo de sus empeñones y agarrándose a su cuello le dio un largo beso.

Cuando sus labios se separaron, la joven le miró a los ojos y le dijo lo mucho que estaba disfrutando y que quería hacerle un regalo.

Confundido, el general  dejó que la apartase con un ligero empujón. Azur se bajó del mueble, se dio la vuelta y con una actuación digna de la mejor actriz giró la cabeza y simulando miedo y excitación a la vez, se separó los cachetes dejando a la vista el delicado agujero de su ano.

El hombre se relamió y se acercó con la polla erecta en su mano. En cuanto el glande tocó la entrada del delicado esfínter, Azur simuló vacilar, pegó un pequeño saltito y le pidió que fuese delicado, que nunca lo había hecho por detrás.

La actuación era soberbia. Enarek inconscientemente se había echado las manos a la entrepierna mientras observaba como el hombre ensartaba el culo de la joven poco a poco mientras ella jadeaba y se quejaba quedamente, mordiéndose el labio y clavando las uñas en el mueble.

La expresión del general era el culmen del placer, entraba y salía de aquel delicioso culo mientras Azur gemía y se movía simulando incomodidad a la vez que se masturbaba al igual que Enarek, desde su escondrijo, hacia otro tanto.

Cuando se dio cuenta, Enarek estaba imitando el ritmo de los empujones de Aloouf con sus dedos mientras mordía las perlas que adornaban su cuello.

Tomándose un respiro el hombre se inclinó y acarició el cuerpo sudoroso y jadeante de la joven y le besó y le lamió la oreja y el cuello, paladeando el sabor salado de su piel.

Incorporándose de nuevo agarró a la joven por el culo y comenzó a sodomizarla con todas sus fuerzas. Azur gritaba y se estremecía cada vez con más fuerzas hasta que experimentó o simuló un monumental orgasmo.

El general, hinchado como un pavo, le dio un par de enormes empujones que levantaron a la joven del suelo y a continuación se separó. La joven cayó de rodillas ante él, temblorosa, justo antes de que Aloouf se acercase y eyaculase sobre su cara.

La joven sonrió mientras el hombre se estremecía y se metió su polla en la boca apurando hasta la última gota de  su semilla.

Enarek observó la escena sin dejar de masturbarse, deseando ser ella la que recibiese aquella lluvia cálida y excitante antes de sentir como un placer intenso irradiaba de su vagina y se expandía por todo su cuerpo hasta ahogarle la respiración.

Cuando se recuperó abrió de nuevo los ojos y observó de nuevo el interior de la habitación. Los dos amantes se habían tumbado en la cama y se estaban acariciando mutuamente. Azur le halagaba y el general, poco acostumbrado a aquel tipo de atenciones, se creía cada una de las palabras de la joven.

—En fin, supongo que tendré que irme. —dijo el hombre sin hacer gesto alguno de incorporarse.

—No te preocupes, mi señor. Mi ama sabe perfectamente quién eres y no se ofenderá si paso un rato más contigo.

—¿Realmente te apetece?

—¿Cómo no me va a apetecer yacer con el hombre más atractivo y poderoso de Komor? —la joven sonrió y le besó con suavidad dejando que el hombre acariciase su cuerpo.

El general río ante la ocurrencia de Azur y se giró para poder mirarla a los ojos.

—¿Te gustan los hombres poderosos? Te aseguro que no es tan divertido.

—Sobre todo cuando estamos a un paso de una guerra. —puntualizó ella.

—¿Cómo lo sabes? —la interrogó el hombre desconfiado.

—Todo el mundo lo comenta. —respondió ella sorteando el problema con aplomo— Los almacenes de grano, la milicia movilizada. Las mujeres de los soldados no paran de cuchichear y de quejarse de que apenas los ven...

—Y yo que creía que lo estaba llevando con discreción. —se lamentó.

—¿Ganaremos? —le preguntó Azur temblando y haciendo todo un derroche de aptitudes teatrales.

—Eso espero, pero no me preguntes cómo. Incomprensiblemente todos confían en un desconocido y en su tropa de  doscientos delincuentes.

—Yo creía que tú eras el general... —la joven seguía tirándole de la lengua.

—Sí y estoy al mando de las tropas estacionadas en Komor, pero no estoy al mando de la estrategia general de la guerra. Los samarios son más y están mejor preparados. Yo no tengo ni idea de que se podría hacer, pero ese tipo parece estar muy seguro de lo que hace.

—Entiendo, ¿Y no tienes un pelín de curiosidad?

Enarek observó a la joven admirada. La forma en que había llevado la conversación y en la que estaba incitando al general era magistral. Aquella chica era un genio, podría llegar a ser una espía excepcional y precisamente por eso no podía seguir viva mucho tiempo, lamentaría tener que matarla cuando todo aquello terminara.

Capítulo 42. Emboscadas

 

 

Neelam

Cuando llegó aquella tropa, se imaginó que su casa se convertiría en un manicomio, pero nada más lejos de su imaginación. Pasaba casi todo el día sola y apenas veía a Albert nada más que para desayunar y para dormir.

A pesar de que sabía perfectamente que Albert solo cumplía con su deber e intentaba protegerla, no por eso dejaba de sentirse menos sola. Se giró en la cama y con un suspiro de alivio comprobó que su esposo aun estaba en la cama.

Miró hacía la ventana. La rendija de luz que asomaba por la fina abertura entre  los postigos le decía que no tardaría en levantarse. No tenía mucho tiempo. Antes de que se despertase se arremangó el camisón hasta la cintura y se montó sobre él.

Albert gruñó y abrió los ojos al mismo tiempo que su miembro crecía bajo sus piernas. Neelam no pudo evitar un escalofrío de placer al sentir el calor palpitante de aquel apéndice y se frotó contra él ahogando un suspiro.

—Buenos días, mi amor. —dijo inclinándose y dándole un beso rápido, pero apartándose inmediatamente para evitar que Albert se lo devolviese.

—Nos hemos levantado juguetones. —dijo él sacando uno de sus pechos de su camisón y dándole un suave chupetón que excitó hasta el último poro de su piel.

Gimió suavemente y  recorrió lentamente su pene con el sexo, cubriéndolo con el producto de su excitación. Albert adelantó los brazos y le acarició los pechos unos instantes antes de coger su melena y tirar de ella para acercar su boca.

Le besó e intentó retirarse de nuevo, pero Albert esta vez la estaba esperando y cogiendo su  nuca besó y saboreó sus labios, incitándola a abrir la boca.

Siempre la sorprendía la velocidad con la que la volteaba y tomaba el control. En un instante se vio debajo de él, soportando aquel cuerpo duro y macizo sobre ella.

Abrió las piernas y clavó las uñas en su espalda mientras dejaba que la lengua de Albert entrase en su boca y la explorase hasta que sintió que se quedaba sin aire.

Su esposo se apartó un instante y ella aprovechó para coger una bocanada de aire. Bajando las manos y dejando el rastro de sus uñas en su piel las metió entre sus cuerpos agarrando su miembro y acariciándolo, sintiendo como palpitaba y se lubricaba entre sus dedos.

Bajó la mirada y observó aquel cuerpo. Deseó morderlo y arañarlo, comprobar que era de un mortal, pero él no le dio tiempo y la penetró antes, de un solo golpe, haciendo que todo su cuerpo se retorciese de placer.

—¡Sí, mi amor! —le susurró al oído— Dame más fuerte, quiero sentirte dentro de mí.

Albert tan silencioso como siempre la miró y la besó antes de hacerle caso y darle una serie de amplios y profundos empujones haciéndola sentir toda su potencia. Ella se agarró a sus glúteos acompañando los movimientos de sus caderas mientras le mordía la áspera barbilla y el cuello.

En poco meses había aprendido que era lo que le gustaba y no paró de susurrarle al oído mientras se agarraba a él y entrelazaban sus piernas.

A punto de llegar al orgasmo, Albert se  apartó y hundió la cara entre sus muslos. Neelam gritó y le insultó mientras cerraba sus muslos en torno a su cabeza impidiéndole apartarse. El orgasmo llegó arrasándola y obligando a combar su cuerpo hasta que solo su cabeza estuvo en contacto con la cama.

Con un movimiento rápido se separó y lo obligó a tumbarse mientras le cogía la polla. Olía a su placer consumado. La husmeó un instante y la lamió paladeando el sabor ligeramente ácido de su propio orgasmo. Albert se derrumbó boca arriba suspirando y ella se adelantó por su cuerpo besando y mordisqueando su torso mientras alojaba el miembro entre su pechos brillantes y resbaladizos del sudor de ambos.

Levantando la vista, sonrió y le golpeó la polla con los pechos, más  grandes y más pesados que nunca. Albert gimió de impaciencia, pero esta vez le dejó la iniciativa. Poco a poco sus labios volvieron a bajar hasta su ingle, le mordisqueó los muslos y le chupó los testículos antes de meterse la polla en la boca.

No supo cuanto tiempo pasó, en ese momento solo contaban los gemidos broncos de Albert y las involuntarias contracciones de sus rocosos abdominales, solo supo que al final él se irguió y tirando de ella la sentó en su regazo penetrándola de nuevo.

Neelam comenzó a saltar sobre el miembro de Albert, mirándole directamente a los ojos:

—Te amo. —susurró  entre suspiros— Quédate conmigo hoy, por favor.

—Dioses, no me hagas esto.  —respondió él entre dientes.

Ella lo ignoró e insistiendo se agarró la melena y la levantó por encima de su cabeza mientras saltaba sobre su regazo clavándose sin pudor aquella deliciosa estaca.

Albert la abrazó, besó su cuello y axilas y le mordió los pezones, especialmente sensibles, haciéndola gritar. Finalmente la abrazó con fuerza mientras se corría en su interior provocándole un nuevo orgasmo.

Neelam, entre gemidos, se dejó caer hacia atrás, suplicándole con  la mirada.

—No, no puedo hacerlo. —dijo él— No sería justo. Ellos ni siquiera pueden levantarse con un cuerpo cálido a su lado todas las mañanas.

Neelam fingió enfurruñarse, en el fondo sabía que lo que su esposo decía era cierto. Aun así hizo un último intento:

—¿Y si te digo un secreto? —le tentó mientras le acariciaba el ombligo.

—¿Un secreto? ¿Qué clase de secreto? —preguntó él súbitamente interesado.

—Pues un secreto. —respondió ella haciéndose la dura.

—Quizás con un poco de tortura... —aventuró él rozando sus pechos con los labios.

Ella intentó apartarle, pero él se lo impidió, besándole el cuello y haciéndole cosquillas con sus manos.  Ella rio e intentó apartarle golpeándole sin fuerza.

—¡Vamos! ¡Cuenta! —rugió dándole un fuerte chupetón a su pezón.

Forcejearon unos instantes hasta que finalmente se rindió. Albert se irguió y la observó un instante. Incapaz de mantener el secreto un segundo más le miró y se acarició protectoramente el vientre.

En un principio  Albert se quedó parado y llegó a creer que no lo cogería, pero tras unos segundos una amplia sonrisa iluminó su cara.

—¿De veras? ¿Cuánto hace?

—Creo que estoy de un poco más de tres meses. Quería estar segura antes de decírtelo. —se disculpó ella.

—Te quiero, amor. Soy el hombre más feliz de la tierra. Me gustaría quedarme contigo, pero no puedo. —le dijo dándole un beso— Pero te prometo que esta noche llegaré pronto.

Algo era mejor que nada. A pesar de ello, todavía seguía un poco enfadada y le lanzó la almohada mientras se iba.

Gazsi

El dolor de huevos era insoportable. Oír los gemidos de placer de Neelam mientras hacía el amor con el capitán era una tortura. Lo había probado todo, taparse los oídos, contar ovejitas, masturbarse como un poseso, pero lo único que funcionaba era salir a correr, tan rápido como podía, hasta que el cansancio superaba la excitación.

Necesitaba echar un polvo, pero sabía que no se lo podía permitir. En ciertos momentos no podía evitar recordar con nostalgia la época en que cada vez que le picaba tenía una puta o una campesina a mano. Ahora era consciente que había gente que dependía de él y a la que debía dar ejemplo.

—¡Puta mierda! —gritó y escupió a sobre la nieve.

No sabía cuándo exactamente, pero había dejado de ser un crápula y ahora era un tipo responsable. Si le daban tiempo incluso daría su vida con gusto por la causa. —pensó con acritud— Afortunadamente el baile de primavera se acercaba de nuevo y pronto podría desfogarse. Estaba seguro de que con su nuevo uniforme habría más de una mujer interesada en cederle sus favores.

Eso le animó algo, pero aun estaba de un pésimo humor. Afortunadamente tenía a mano unos cuantos en quién descargar su mal humor y hacerles  pasar un mal día, así que decidió adelantarse al capitán y desayunar con los chicos para empezar el entrenamiento lo antes posible. Con un poco de suerte, cuando llegase Albert yo los tendría renegando, cubiertos de una gruesa película de sudor.

Manlock

Aquella mujer nunca le decepcionaba. Apenas había llegado a Komor y ya le había enviado un par de mensajes valiosos. Era una pena que no tuviese más que unas pocas palomas, pero si seguía así, quizás fueran suficientes.

En ese momento entraron su visir y el general Minalud, el comandante de su ejército,  encabezando al resto de personalidades que formaban el consejo que le ayudaba a gobernar, aunque en estas cuestiones solo confiaba en el general.

—Han llegado noticias de Komor.

—¿Y como están las cosas? —preguntó Minalud.

—Quizás mejor de lo que esperábamos. —respondió el barón — Están tan desesperados que lo han fiado todo a un plan que ni siquiera aun conocen. Todo depende de un desconocido recién llegado del otro lado del Mar del Cetro y que ha vaciado la cárcel de bandidos y asesinos para formar un pequeño ejército.

—¿Y qué pretende hacer?

—Como ya te he dicho, ni idea. Mis informantes me han dicho que ha dividido sus hombres como un ejército en tres secciones; una de infantería, otra de arqueros y una tercera que no saben muy bien, pero que podrían ser caballería.

—Qué curioso. —comentó el Anciano Helik rascándose la barbilla para hacerse el entendido.

—¿Cuántos son? —preguntó el visir.

—Unos doscientos cincuenta. —apuntó el barón.

Todos miraron perplejos y alguno soltó una franca carcajada, pero el general se limitó a adoptar aquella pose que tanto conocían todos los presentes, con los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada perdida, pensando.

—Quizás solo pretenda ganar tiempo, desgastarnos. Hay que ser conscientes de que el viaje hasta Komor es largo y no andamos precisamente bien de víveres.

—¿Qué pueden hacer doscientos cincuenta delincuentes contra todo nuestro ejército? —intervino Helik sin tratar de ocultar su desprecio.

—Si se colocan en el Paso, unos pocos hombres pueden bloquearnos. —dijo el general.

—No por mucho tiempo. El Paso de Brock es el más amplio, pero no el único. Nos retrasarían un par de semanas como mucho. —dijo Arquimal.

—Quizás ese sea su objetivo. —apuntó Arvak desde el otro lado de la mesa— ¿Y si lo tomamos ahora mismo?

—Seguramente no tendrán ahora mismo muchos hombres, pero la nieve acumulada es un obstáculo prácticamente insalvable, bastarían un par de soldados un poco más listos que una cabra para detenernos.

 Además ese maldito paso en muy fácil de defender desde el lado de Komor pero muy complicado hacerlo desde Samar.  

—¿Y justo después del deshielo? —preguntó el barón.

—Sí esperan un ataque y es lo que parece, —respondió el general— tendrán una fuerte guarnición esperándonos y perderemos el efecto sorpresa si es que aun lo tenemos. No sé. Yo creo que lograríamos el mismo efecto adelantando un par de semanas la salida de varios destacamentos, por estos tres pasos —dijo señalando tres estrechos pasos en el mapa justo al este del río Brock— Así cuando llegásemos al Paso del Brock con el grueso del ejército los  pillaríamos por la espalda con los destacamentos y tomaríamos el paso fácilmente, sin darles tiempo a establecer nuevas líneas defensivas.

—¿Nuevas líneas defensivas? —preguntó burlón Helik— ¿Dónde? Todos fuimos testigos de la forma en que nuestro ejército barrio al de Komor con facilidad y eso que era mucho mayor que el actual.

—No te equivoques, Arquimal. —replicó Minalud— En aquella ocasión peleamos cerca de nuestras murallas y en un terreno que facilitaba las maniobras de nuestro gran ejército.

—¿Insinúas que esta batalla la podemos perder? —preguntó el barón.

—No, estoy seguro de que ganaremos, debemos ganar, tenemos que ganar. Lo que pasa es que no me gustan los imprevistos y ese desconocido, aunque este al mando de un puñado de hombres sin disciplina, es una incógnita que sería conveniente despejar antes de que ataquemos. Mientras más información tengamos sobre sus planes, más fácil será la conquista y menos hombres perderemos.

—¿Cuántos hombres te llevarás? —inquirió Arvak.

—Me llevaré el grueso del ejército y dejaré un regimiento de veteranos para proteger la ciudad de los salvajes de las estepas, aunque no temo ataques. Les hemos dado duro durante el verano, precisamente para que nos dejen en paz este año.

—Bien, ¿Alguna pregunta más? —dijo el barón mirando a su alrededor.

Todos los presentes parecieron satisfechos con las explicaciones del general Minalud y no hubo más comentarios.

—Perfecto, entonces decidido. En principio no haremos nada que pueda poner sobre aviso al enemigo, a no ser que nos vengan nuevos informes que nos obliguen a alterar los planes. Ahora si me seguís, creo que hay algo preparado para picar...

Capitán Nafud

Cuando el general Aloouf le propuso aquella misión le pareció un poco desleal, pero tenía que reconocer que hasta a él le picaba la curiosidad y además le pareció prudente. Hacía casi medio año que se había llevado a aquel ejército de delincuentes y no habían vuelto a tener ninguna noticia de él. Nadie parecía haberlos visto ni sabía nada, ni siquiera los campesinos y comerciantes que usaban aquella carretera hasta el Paso del Brock.

Era verdad que en invierno aquella ruta se hacía poco menos que impracticable, pero siempre había una urgencia o una necesidad que hacía ir a la gente a Komor y nadie había sabido indicarle ni siquiera el lugar exacto del campamento, haciendo todavía más difícil su misión.

Solo un viejo buhonero que había recorrido mil veces aquel camino le dio una pista; un sendero recién hecho que partía del camino principal y que se dirigía a la única parte del Bosque Azul que atravesaba el Rio Brock, en los límites de Amul. Parecía el sitio adecuado, pero no tenía ninguna pista más.

Aprovechando el fin de una de aquellas interminables tormentas de nieve cogió a diez hombres y equipados con raquetas ya que el espesor de la nieve en aquella época hacía que las monturas fuesen poco menos que inútiles se puso en camino.

Tal como esperaba el camino fue lento y trabajoso. El producto de las últimas nevadas del invierno se acumulaba en el camino y aunque la temperatura había subido algo, la nieve seguía helada haciéndoles resbalar incluso con las raquetas puestas.

Lo que les hubiese llevado poco más de media jornada en circunstancias normales les estaba llevando una eternidad. Avanzaban en una formación apretada, con dos hombres un poco adelantados por los flancos a izquierda y derecha para evitar sorpresas.

Todavía no entendía como habían permitido a aquel desconocido llevarse a todos aquellos bandidos y delincuentes. Según su punto de vista un ladrón sería un ladrón toda su vida y un asesino lo mismo. Aquella gente era brutal y astuta, lo que él aceptaba que no eran malas características para un soldado, pero le faltaba lo más importante honor y disciplina. Jamás podrías confiar en que un delincuente se someta a la dura disciplina de la vida castrense. Seguramente en vez de defender Komor, estarían planeando arrasar y robar las granjas circundantes. Si se atrevían a cometer algún delito él se encargaría personalmente de devolverles a patadas al lugar de donde no deberían haber salido, de la cárcel.

Al menos parecía que el tiempo les acompañaría miró hacia el cielo azul y despejado antes de bajar la vista observando aquellos campos de labor salpicados de pequeños grupos de árboles aquí y allá, que les proporcionaban algo de sombra y les permitían descansar los ojos del resplandor producido por el reflejo del sol en la nieve.  A su derecha, alto en el cielo, un cuervo graznó haciendo levantar a todos la cabeza.

Se sentía cansado y los ojos le ardían. Afortunadamente pronto se pondría el sol y podrían acercarse al lugar que les había indicado el buhonero cubiertos por la oscuridad. Les daría a aquellos bandidos una bonita lección.

Ankurmin

No podía comprender porque era imprescindible que estuviese congelándose el culo subido a aquel árbol durante cuatro horas. Había que estar realmente loco para desplazarse por aquella carretera con semejante capa de nieve, pero las órdenes eran órdenes y aunque hace pocos meses no se hubiese imaginado obedeciendo, ahora estaba subido allí arriba como un mono apoyado en una horquilla y mirando hacia el camino.

Quizás fuese porque por primera vez en su vida tenía el sentimiento de pertenecer a algo. Amaba a sus compañeros como a hermanos y admiraba a su capitán y confiaba ciegamente en él. Abrió un paquete de galletas que había preparado y partió una. Comió la mitad de un bocado y le fue dando pequeños trozos a Bihar, el cuervo crestado que hacía guardia con él.

Cuanto más conocía a aquellos bichos, más le fascinaban, eran tan fieles y obedientes como los perros y más inteligentes en algunos aspectos. Los habían cuidado y adiestrado y ahora podían hacer cualquier cosa y eran especialmente útiles para llevar mensajes. Sabía que si tenía que comunicarse con Sardik, el mensaje le llegaría en poco más de un cuarto de hora y la respuesta estaría de vuelta en apenas una hora.

Alisó sus plumas negras y brillantes y le pasó el dedo por la cresta. El animal, orgulloso de su apéndice azulado graznó y le picó suavemente el dedo para expresar su irritación y Ankurmin no pudo evitar una sonrisa.

Fue entonces cuando un rumor de reniegos y pasos en la nieve le puso en alerta.

Desde su escondite en una pequeña, pero espesa arboleda vio acercarse un hombre por el camino. En cuanto vio la arboleda el desconocido se acercó renegando. Ankurmin lo observó sintiendo como la adrenalina fluía por su venas haciendo que todos los músculos se pusiesen en tensión.

Haciendo signos a Bihar de que se mantuviese en silencio inspeccionó al soldado con curiosidad. Era bastante alto y se le veía en buena forma. Vestía una cota de malla y un gorro de cuero que tenía encasquetado hasta los ojos y unas raquetas para andar por la nieve con un mínimo de comodidad. De su cadera colgaba una espada y del hombro una ballesta descargada.

El hombre se acercó hasta unos cien metros y dirigió su mirada hacia las sombras sin demasiado interés. Parecía que iba a irse, pero en el último momento cambió de idea y se acercó.

¿Le habría visto? Ankurmin se apretó aun más en su escondrijo con la mano preparada en el arco, dispuesto a atacar si se veía en peligro. Las órdenes eran claras. Mantenerse oculto e informar y solo responder si era atacado.

El hombre se internó en el pequeño bosquecillo y tras mirar a su alrededor se dirigió directamente hacia su árbol. Temblando por la tensión vio como el hombre llegaba hasta el pie del árbol y en ese momento vio como se bajaba los pantalones y agachándose se disponía a cagar.

Ankurmin tuvo que morderse para no soltar una carcajada de alivio. Durante unos instantes observó aquel culo blanco intentando sin éxito recordar cuando había sido la última vez que había acariciado uno, pero él prefería el de las mujeres así que apartó la vista y le dio al soldado un poco de intimidad mientras sacaba una estrecha tira de papel pensando en el mensaje que debía escribir.

Apenas había terminado el soldado subirse los pantalones cuando más ruidos carretera abajo llamaron su atención. Parecía que aquel hombre era solo un batidor que iba por delante de una tropa de unos diez hombres. Los vio acercarse mientras el explorador salía de la arboleda. Llevaban el mismo uniforme  e iban en columna de a dos siguiendo a su oficial y dirigiendo la vista a su alrededor constantemente. Era evidente que buscaban algo. Inmediatamente garrapateó una nota y atándola a la pata del Bihar le ordenó que se la llevase a Sardik.

Albert

—¿Cuándo ha llegado el cuervo? —preguntó mientras desmontaban.

—Hace media hora exactamente. —respondió Sardik entregándole el billete.

—Una docena de hombres uniformados y armados, a pie procedentes de Komor. —leyó Albert— Parecen buscar algo y avanzan tomando precauciones con batidores. ¿Quién está de guardia y dónde exactamente?

—Ankurmin. Un buen chico. Está en la arboleda que hay tres horas al sureste. —le informó Gazsi.

—Perfecto, vamos a prepararles una sorpresa. Dile a Ankurmin que se mantenga en su puesto e informe inmediatamente si vienen más tropas, aunque los dudo. Tendrá que aguantar un turno más antes de que le llegue el relevo.

—A sus órdenes, capitán. ¿Qué cree que han venido a hacer aquí? —le  preguntó Sardik que no había podido reprimirse.

—Supongo que los generales tienen curiosidad. No temas, pero vamos a tener que detenerles, no me gustan las visitas no programadas y no quiero que vean el campamento. Trae a diez de tus mejores arqueros, con las capas blancas por encima del uniforme, no quiero que los soldados nos identifiquen inmediatamente. Ah y llama a Hlassomvik y a Amara, hoy vamos a practicar la emboscada.

Mientras Sardik hacía los preparativos Albert examinó el terreno en un mapa y decidió el lugar de la emboscada. A una milla y media de allí había un puente sobre un pequeño arroyo seguido de una curva cerrada. Justo  a unos cincuenta metros a ambos lados del camino había unas pequeñas lomas donde se acumulaban la nieve formando  profundos neveros que les ayudaría a ocultarse. Además, al estar a la salida del puente los batidores no habrían tenido tiempo de desplegarse y sus hombres pasarían fácilmente desapercibidos.

En cuanto llegó Sardik con todos los demás les explicó el plan. Básicamente era el mismo que habían practicado una y otra vez aquel invierno. Cinco hombres al mando de Amara se situarían a la izquierda del camino, Sardik guiaría a los de la derecha y Hlassomvik esperaría bajo el puente a que la tropa pasase para ocuparlo y cortarles la retirada.

Mientras tanto Gazsi y él se ocuparían de perseguir a los batidores y capturarlos.

Capitán Nafud

Después de hacer una pequeña parada para comer algo de queso y pan, continuaron el camino. El sol se estaba poniendo y un viento proveniente del norte levantaba pequeñas nubes de nieve lanzándoles esquirlas de hielo a la cara, impidiéndoles mirar directamente hacia adelante.

Según las indicaciones del buhonero el camino del que había hablado debía de estar muy cerca de allí. A pesar de que no creía que los hombres de Albert estuviesen alerta con aquel tiempo aminoró el paso y ordenó a sus soldados que no se distrajesen. Cuando pasaron el puente y el camino giró al oeste aunque solo eran apenas trescientos metros no pudieron evitar un suspiro de alivio. Según el mapa que le habían dado apenas quedaban tres millas para llegar a Amul. Pronto llegarían a su objetivo. Echarían un vistazo y se irían rápidamente con el viento a su espalda.

Tras dejar el arroyo atrás subieron una pequeña cuesta y volvieron a ser azotados por aquel viento acuchillante. Bajaron las cabezas y avanzaron en la nieve. Nafud levantó un instante la cabeza y vio los dos montículos, pero no habían nada allí que llamase su atención e inmediatamente bajó de nuevo la cabeza para evitar la nieve helada que le golpeaba el rostro sin piedad.

Ese fue su error porque cuando volvió a subirla se encontró con tres figuras vestidas de blanco que le apuntaban con sus arcos.

Los hombres se quedaron petrificados unos instantes. Finalmente salieron de su estupefacción y echaron mano a sus armas, pero ya era demasiado tarde. De sus flancos, de pequeñas depresiones producidas por el viento justo al lado de los montículos que había dejado atrás emergieron más hombres cubiertos con las capas blancas que los habían hecho invisibles en la nieve.

¿Cómo coños podía haber pasado aquello? ¿Dónde estaban sus batidores? Si salían vivos, aquellos dos borricos se pasarían dos años limpiando letrinas. Instintivamente soltó un reniego y echó mano a la empuñadura de su espada.

—Yo que tú no haría eso. —dijo uno de los desconocidos que se había adelantando un par de metros y le apuntaba con su arco.

—¿Quiénes sois? ¿Qué queréis? —preguntó el capitán sin apartar la mano del pomo de la espada, pero sin desenfundarla, consciente de que si lo hacía serían fácilmente asesinados al estar copados y en inferioridad numérica.

—Somos los duendes del bosque y solo queremos que os estéis quietos mientras os desarmamos —contestó el desconocido sin molestarse en retirar a capucha y haciendo una seña a varios hombres para que se hiciesen con las armas de sus soldados.

—¿Sabéis quién somos? No tenéis ni idea de lo que estáis haciendo. El ejercito de Komor os lo hará pagar. —dijo el capitán intentando inútilmente recuperar el control de la situación.

Sin hacer caso los desconocidos se acercaron y desarmaron a sus hombres. Por último, el que parecía ser el jefe se acercó dispuesto a quitarle su espada. Nafud vio la oportunidad. Si podía dominarle y poner un puñal en su cuello, quizás podría obligar a los bandidos a retirarse.

El hombre se acercó hasta que el vapor del aliento le rozó la cara y alargó la mano para coger su espada. Ese era el momento que esperaba y de la parte trasera de sus caderas sacó una daga que tenía oculta y la blandió mientras levantaba su rodilla para arrear al desconocido un golpe en la ingle.

El desconocido sin embargo lo estaba esperando y se desplazó un par de pasos evitando el rodillazo mientras bloqueaba el ataque cogiéndole por la muñeca y aprovechando su impulso para voltearle y hacer dar con sus huesos en la nieve.

Sin decir una sola palabra, el desconocido le mantuvo en el suelo, de cara a la nieve mientras utilizaba un trozo de cordel para atarle las muñecas. El capitán se encogió preparado para recibir una lluvia de patadas e insultos, pero lo único que hizo el hombre fue ayudarle a levantarse y hacerle formar con el resto de sus hombres que también habían sido maniatados.

Así esperaron durante cuarenta largos minutos en medio de la ventisca y un frío nocturno cada vez más intenso. Durante ese tiempo fantaseó con mil planes de fuga. Deseó que los batidores se hubiesen dado cuenta y llegasen para salvarlos. También intentó soltar sus ataduras, pero era imposible.

Por lo menos no les habían matado inmediatamente, lo que unido al silencio y la atención con la que los bandidos les vigilaban, hacía que cada vez estuviese más convencido de que aquellos bandidos eran hombres de Albert, lo que le tranquilizó un tanto aunque le resultó a la vez  bastante humillante. Les habían sorprendido y no habían tenido ni una sola oportunidad de defenderse.

Al final llegaron sus batidores, pero no como esperaba. Ambos venían atados con un par de hombres a sus espaldas empujándoles para hacerles caminar.

Con un par de empujones les obligaron a reunirse con ellos. Vieron que los dos hombres estaban en perfecto estado salvo por el ojo de uno de ellos que estaba bastante hinchado.

Al fijarse en los recién llegados inmediatamente reconoció a Albert por las descripciones del general. Se adelantó inmediatamente e hizo un último intento por salir de aquella situación con dignidad.

—¿Qué significa esto? Soy Nafud, capitán de la tercera compañía, segundo regimiento del ejército de Komor. Exijo que me sueltes inmediatamente.

—Buenas noches. Soy Albert, capitán del regimiento especial del ejército de Komor. Estáis entrando en terreno prohibido. ¿Qué hacéis aquí?

—Nos dirigíamos al el Paso de Brock cuando hemos sido detenidos por su... banda. —contestó él intentado subrayar con un toque de desprecio su última palabra.

—Prefiero que lo denomines regimiento si no te importa. Y no intentes insultar mi inteligencia. Sabes perfectamente que con lo que lleváis encima y en pleno invierno moriríais antes de hacer un tercio del camino. Os hemos estado observando. Insisto, ¿Qué habéis venido a hacer?

—Me temo que no puedo hablar de ello, capitán. —contesto él otorgándole aquel título a regañadientes— Órdenes del general Aloouf, que al parecer es también su general.

El hombre pareció meditar la situación un segundo mientras pasaba revista a los prisioneros. No pareció demasiado impresionado y a Nafud no le extrañaba. Todos su hombres estaban nerviosos y abatidos y evitaban la mirada del hombre bajando mansamente los ojos.

—De acuerdo. Es cierto. Aloouf es general de Komor y por tanto no tengo derecho a preguntarte sobre tu misión aunque me imagino cual es y me temo que vas a tener que volver sin llevarla a cabo. —replicó Albert.

A continuación el capitán dio unas órdenes y un par de hombres comenzó a soltar ataduras mientras el resto vigilaban con los arcos a mano.

—Ahora os daréis la vuelta y volveréis a Komor a paso ligero.

En ese momento pensó en una nueva alternativa para volver por lo menos con parte de la misión cumplida.

—Me temo que no va a ser tan sencillo tengo la orden de realizar una inspección de sus hombres y sus instalaciones para informar de su disciplina y capacidad de combate. —replicó Nafud frotándose las muñecas para recuperar la circulación en las manos.

—Como usted dijo, pertenezco al ejército de Komor, pero no estoy a las órdenes del general y no tengo por qué acatar sus órdenes. Si quiere una inspección que me envíe un mensaje y trataremos las condiciones. Entretanto ya sabe suficiente sobre la capacidad de combate de mis hombres. —dijo Albert— Lárguese antes de que me arrepienta y les haga volver desnudos en medio de la ventisca.

Abatido reconoció que no tenía otra opción. Les habían pillado desprevenidos y ahora tendría que pagarlo probablemente con su rango. Fue entonces cuando Albert le sorprendió pidiéndole tener unas palabras en privado.

Dando la espalda a los hombres y cogiendo a Nafud por los hombros le hablo:

—Sé perfectamente que esto no ha sido idea tuya y sé lo que pasará si admites ante tus superiores lo que ha pasado y en el fondo odio joder a un camarada por culpa de la caprichosa curiosidad de un general. Me gustaría arreglar esto para que quede entre nosotros.

Nafud no lo podía creer. Si hubiese sido él se habría regodeado y les había obligado a una retirada humillante. Sin embargo aquel hombre parecía querer ofrecerle una salida. Cruzando los brazos sobre el pecho esperó su propuesta.

—Si me prometes irte ahora mismo, te dejaré marchar con tus hombres. —dijo el capitán Albert— Solo tienes que decir que cuando llegaste se levantó una ventisca tan fuerte que os impedía ver nada. Al no dar con nuestro campamento y viendo que la ventisca arreciaba os visteis obligados a dar la vuelta.

—¿Y las armas? —preguntó Nafud.

—Si das tu palabra de honor de que te irás ahora mismo, te las devolveré.

La verdad es que no tenía muchas alternativas, o volver humillado y aceptar su derrota ante sus superiores o aceptar aquel arreglo. En el fondo Nafud sabía que si quería hacer carrera en el ejército no podía permitirse una metedura de pata como aquella. Miró a sus hombres un instante preguntándose si mantendrían el secreto. Afortunadamente los había seleccionado él mismo y eran hombres de su máxima confianza. Estaba casi seguro de que harían lo que les pidiese.

—Está bien, acepto. —dijo el capitán estrechando la mano del hombre que le había derrotado.

—Estupendo —replicó su oponente complacido mientras daba órdenes de que se devolviesen las armas.

—Sabes que si volvemos con las manos vacías, mandarán a más destacamentos en vuestra búsqueda. —le advirtió  Nafud.

—Es probable, pero pronto llegará la primavera y a partir de ese momento estaréis muy preocupados haciendo preparativos para la defensa de Komor. No tendréis hombres de sobra para dedicarlos a estas tonterías.

—Entonces, es cierto que la guerra es inevitable. —suspiró Nafud.

—En mi opinión los samarios no tienen otra salida. Pero tranquilo. Esta vez ganaremos.

—Me gustaría ser tan optimista como tú. Nuestro ejército nunca se ha batido y ellos tienen soldados veteranos.

—No te preocupes, si cada uno cumple con su misión, Komor se salvará.

La ventisca había amainado y se había convertido en una brisa apenas perceptible prometiendo una noche tan clara como heladora. Aun les esperaba una larga caminata sobre la nieve congelada así que se despidió de Albert y seguido de sus hombres dirigió de nuevo sus pasos hacia Komor mientras iba ideando un informe que le permitiese salir del paso.

Cuando terminaron las consultas Ray guardó el libro y se entró en el dispensario. Monique se había quitado la bata y estaba esplendida con unos leggins y una camiseta de tirantes ajustada. Ray no pudo evitarlo, se acercó a ella y abrazándola le dio un beso húmedo, largo y cargado de deseo.

La doctora se lo devolvió y dejó que las manos de Ray acariciaran culo y estrujasen sus pechos antes de separarse con un suspiro. Ray volvió a la carga y le besó el cuello mientras jugaba con su melena rojiza, pero entre jadeos la joven lo rechazó de nuevo.

—Lo siento, pero tengo que ir a ver al chico de anoche. —dijo ella.

—¿Puedo ir contigo? —preguntó Ray.

—De acuerdo, pero nada de tocamientos ni besos Tengo una reputación que mantener. —respondió Monique con una sonrisa.

Ray tuvo que entrecerrar los ojos al salir y exponerse a la intensa luz exterior. Pasearon en dirección al barracón de los internos. Mientras avanzaban uno al lado del otro se sintió tentado de coger la mano de la doctora, pero al final optó por no hacerlo ya que no pararon de cruzarse con sus colegas por el camino y estaba claro que ella aun no se sentía totalmente cómoda.

Había visto el barracón por fuera y no le había llamado especialmente la atención, pero por dentro estaba tan bien equipado como cualquier hospital de campaña, aunque era algo más pequeño. El interior estaba dividido en dos estancias una más grande con camas en ambos laterales, cada una con sus monitores, sus conexiones de oxígeno y demás aparatos similares a las de cualquier hospital y al fondo separada por una cortina de plástico estaba una pequeña unidad de cuidados intensivos.

Hakim estaba tumbado en una de las camas con la pierna escayolada en alto y una vía en el brazo.

—Al final hubo suerte y en la rodilla solo tiene una dolorosa contusión. En una semana tendrá el alta.

Monique se acercó y le preguntó algo al chico en pastún mientras le tomaba el pulso y le auscultaba rápidamente. El chico respondió y la doctora dijo algo más y le hizo cosquillas. Hakim rio y se retorció todo lo que le permitía la pierna que tenía colgando de un complicado sistema de pesas.

—¿Puedo hablar un momento con él? —le preguntó Ray a Monique.

—Sí, aunque tendré que hacer de traductora.

—¿Puedes preguntarle qué sabe de las cavernas que hay bajo las montañas?

La doctora le miró un instante preocupada y luego tradujo la pregunta. El chico respondió y ella asentía sonriendo tranquila mientras fruncía ligeramente el ceño, probablemente concentrada en traducir aquel endemoniado idioma.

—Dice que todas las montañas alrededor del pueblo están llenas de ellas. Que durante la guerra con los rusos las utilizaban como refugios cuando los bombardeaban y que el ejército muyahidín se movía por ellas siempre que le era posible para estar a cubierto de las aeronaves rusas.

—Pregúntale si sabe de alguna caverna especialmente larga que lleve al norte y si hay mapas de ella.

—Hakim dice que solo sabe que las mayores están en el norte, pero no sabe hasta dónde llegan. —tradujo la doctora tras una pausa.

—¿Hay alguien en la aldea que las conozca? —insistió Ray sin perder la esperanza.

El chico levantó la mirada y se rascó la cabeza como si intentase recordar y finalmente, con una sonrisa dijo una ristra de rápidas frases que Monique a duras penas pudo entender.

— Dice que hay un viejo que vive en una pequeña casa en el extremo este del pueblo que formó parte del ejercito Muyahidín en los años ochenta y que seguramente sepa algo. Se llama Ahmed y dice que está un poco ido de la cabeza y que no para de contarles historias de cómo se dedicaba a tumbar helicópteros soviéticos durante la guerra.

Ray le dio las gracias y ambos se apartaron un poco de la cama para dejar al chico tranquilo.

—¿Crees que podríamos hacer una visita al anciano? —le preguntó a Monique.

—No veo por qué no. Los aldeanos ya se han acostumbrado a vuestra presencia y no hace falta que pases por el centro de la aldea.

—Necesito saber si esas cavernas son tan largas como sospecho y si los rebeldes las conocen. Es muy importante para saber si estamos realmente en peligro. —le explicó Ray— ¿Me ayudarás si voy esta noche a hacerle una visita al viejo Ahmed?

Esta nueva serie consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

 

Guía de personajes principales

AFGANISTÁN

Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL

Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.

Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.

Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.

COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO

Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.

Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.

Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash

Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.

Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.

Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.

Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.

Neelam. Su joven esposa.

Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.

Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.

Gazsi. Hijo de Orkast.

Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.

Argios. Único hijo del barón.

Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor

General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.

Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.

Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.

Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.

Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.

Manlock. Barón de Samar.

Enarek. Amante del barón.

Arquimal. Visir de Samar.

General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.

Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar

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