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La joven de la curva 3

en Grandes Series

3

 

 

Cuando Brooke se despertó yo estaba de pie, desnudo, mirando por la galería las tranquilas aguas del lago. Silenciosamente se acercó por detrás y me abrazó.

Un centavo por tus pensamientos.

—Primero tendría que desenmarañarlos para poder contártelos. —respondí yo acariciándole lo brazos cubiertos con un fino vello rubio.

¿Cuál es el problema?

—No sé. En realidad ninguno. Solo que...

—¿Dudas  haber estado a la altura? —preguntó Brooke divertida.

—Oh no, no es eso. En realidad sé  que no puedo competir en capacidades atléticas con tus compañeros de trabajo, sí algo sé de las mujeres es que para vosotras, el sexo es mucho más que un mete saca con un tipo que parece un búfalo. Es más, lo que me preocupa es que no sé si he actuado bien. Desde que Helena y yo lo dejamos, hace seis meses, no había estado con una mujer y creo que me he dejado llevar por la excitación del momento. No quiero que pienses que no te respeto por el hecho de dedicarte a ese trabajo. —respondí turbado.

—Seis meses, no está mal, eso son como treinta años de abstinencia en una mujer —dijo ella riéndose—No entiendo como no me despertaste otras tres veces esta noche para volver a follarme. Puedes estar tranquilo, hacía mucho tiempo que no tenía una velada tan especial con un hombre y el sexo fue el colofón.

—Sí, sobre todo cuando me corrí como un adolescente salido a la primera caricia. —dije yo recordando avergonzado.

—Oh deja de fustigarte, ¡Cómo sois los hombres! Para mí fue  tierno y halagador, y una vez se te pasó el apuro fuiste un amante hábil y atento...

En ese momento no pude evitarlo, me di la vuelta  y besé esos labios dulces y sonrientes. Brooke suspiró sorprendida aunque un segundo después estaba devolviéndome el beso con urgencia. Esta vez no hubo ropa que quitar así que en pocos segundos estábamos haciendo el amor de nuevo.

El resto del domingo fue una especie de vorágine. Desayunar, follar;  comer, follar; paseo, follar; cenar, follar; follar, follar...

Todo lo bueno se termina,  aquel fin de semana se esfumó en un instante y el lunes a las siete de la mañana sonó el despertador de nuevo. Refunfuñando y con mis músculos quejándose por el intenso ejercicio del día anterior me levanté de la cama dejando a una mujer preciosa durmiendo desnuda en mi cama.

El agua caliente me ayudó a despejarme y a relajar mis músculos atenazados por las agujetas. Brooke se coló un par de minutos después en la ducha.

—¿Te vas?  —pregunto ella cogiendo un poco de jabón en la palma de su mano y extendiéndomelo por la espalda.

No tengo más remedio. Hoy tengo que visitar cuatro bodegas. Si no me apuro, llegaré a casa a medianoche.—respondí yo dejando que las manos de Brooke me rodearan la cintura y enjabonaran mi pubis y mi culo.

¿Pero no te irás antes de haber quedado bien limpio, verdad? —dijo ella mordisqueándome el hombro.

Brooke no me dejó responder y con sus manos increíblemente suaves siguió enjabonando mi pecho y mi vientre a la vez que pegaba su cuerpo desnudo contra mi espalda. En pocos segundos volvía a estar empalmado. Intenté girarme para besarla pero ella me lo impidió y siguió bajando con sus manos.

Mi polla se bamboleaba erecta y hambrienta pero Brooke la dejó a un lado y comenzó a enjabonarme los huevos con suavidad hasta que todo mi bajo vientre hormigueó de deseo. Agachándose me besó y mordisqueó el culo. Con suaves empujones me obligó a inclinarme y a separar un poco mis piernas.

Me sentí un poco inseguro en una posición un tanto femenina. Esta vez fui yo el que se dejó hacer. Con el agua corriendo por mi espalda Brooke  cogió mi polla y empezó a masturbarme con suavidad mientras con su boca y su lengua me chupaba los huevos.

Poco a poco fue retrasando sus labios y su lengua hasta llegar a mi ano. En un primer instante me sentí incómodo pensando estupideces, pero la maestría de Brooke con sus manos y su lengua me hicieron olvidar todos los tabúes y me limité a disfrutar hasta que me corrí.

Brooke se apartó y al fin pude darme la vuelta para besarla. Su cuerpo brillaba con el agua que corría por su cuerpo haciendo su belleza irresistible. Esta vez fui yo el que se puso tras ella. Cogiendo champú le eché una generosa porción sobre su pelo y lo froté hasta que toda su cabellera estuvo cubierta de espuma. Con toda la delicadeza que pude le lavé el pelo, metiendo mis dedos entre su cabellera y masajeándole el cuero cabelludo.

Tras lavarle el pelo bajé mis manos y acaricie sus pechos, su cuerpo cálido y resbaladizo volvió a excitarme y mis besos se hicieron más ansiosos e insistentes. Le di la vuelta y me arrodillé frente a ella. Acerqué mi boca a su Monte de Venus y lo besé.

Brooke dio un respingo, separó sus piernas y adelantó su pubis. Embriagado por su calor me agarré a sus caderas y recorrí su vulva  con mi boca mordisqueando y lamiendo, sintiendo como el cuerpo de ella se estremecía con cada caricia.

Incapaz de contenerme más me erguí y poniendo a Brooke de cara a  pared le penetré. Brooke soltó un gemido y apoyándose en los azulejos comenzó a mover las caderas al ritmo de mis empujones. Mis manos recorrieron su pechos acariciando y pellizcando sus pezones con suavidad.

El coño de Brooke abrazaba mi polla y vibraba con cada embate, mis manos fueron bajando por su espalda hasta llegar a su culo. Agarré sus cachetes y tire hacia mí. Al hacerlo vi la estrecha abertura de su ano y juguetón quise devolverle el placer. Recorrí suavemente la sensible piel que lo rodeaba para a continuación penetrarlo con mi dedo pulgar.

El dedo enjabonado entró con facilidad provocando un largo gemido. Yo excitado, aumenté la fuerza de mis penetraciones mientras  movía mi dedo con suavidad en su ano. Brooke empezó a jadear con más fuerza y separó un poco más sus piernas deseosa de que la penetrase más fuerte y más profundo.

Un momento —dijo ella con la voz entrecortada por el placer— déjame a mí.

Cogiendo un generoso puñado de gel se separó y embadurnó mi polla con él. A continuación se volvió a dar la vuelta y dirigió mi miembro hacia su culo. Mi polla resbaló con suavidad en el estrecho conducto, un pequeño quejido de incomodidad me refrenó y empujé suavemente en su interior hasta que los quejidos cesaron.

Mientras apoyaba una mano en la pared, con la otra, Brooke empezó a masturbarse hasta que los quejidos fueron sustituidos por gemidos de placer. Poco a poco comencé a moverme con más violencia disfrutando de la estrechez y el calor del culo de Brooke. En pocos instantes estaba agarrado a sus caderas penetrándola con todas mis fuerzas haciendo que todo el cuerpo de la joven se conmoviera con mis andanadas. Segundos después Brooke se corrió. Inmediatamente me separé y me agaché para acariciar y besar su sexo y su culo intentando prolongar su placer.

Con Brooke aun jadeante introduje mi polla entre su piernas y me dedique a meterla y sacarla de entre sus muslos hasta que pocos segundo después eyaculé.

Después de volver a lavarnos el uno al otro, salimos del baño, desayunamos juntos y me fui a trabajar.

—No hace falta que te diga que estás en tu casa. —le dije dándole una copia de las llaves.

Con una sensación de tristeza dejé a aquella diosa desnuda diciéndome adiós desde la puerta mientras yo entraba en el coche rezongando y me alejaba a toda pastilla intentado que la espera fuese lo más corta posible.

La verdad es que nunca dejaré de pensar que soy tonto del culo. Pasé todo el puñetero día pensando en ella. Debía de estar en mi naturaleza eso de colgarme por las mujeres. Cualquiera en mi lugar, después de tener una relación como la que había tenido con Helena y le hubiesen dejado tirado de aquella manera, no pensaría en las mujeres nada más que para un polvo rápido y un adiós muy buenas. Pues no, yo me tenía que volver a enamorar como un maldito gilipollas y encima esta vez la relación era ya imposible desde un principio. ¡Estupendo!

Al mediodía llegué a la bodega de los Grisma.  Era una pequeña bodega familiar en la orilla derecha del Duero y les tenía un especial afecto porque habían sido los primeros en contratarme. Echamos un vistazo rápido al vino y en cuanto terminamos los dueños insistieron en que me quedase  a comer.

—Una buena carne y un mejor vino. —dije yo cuando hubimos terminado.

—Más te vale porque tú eres en parte culpable. —dijo Genaro, el cabeza de familia, un hombre alto y delgado a punto de jubilarse.

—Sí, lástima que no me hagas un poco más  de caso,  podrías tener un vino excelente. —respondí yo insistiendo en la discusión que tenía con él cada vez que iba a la bodega.

—Y yo te entiendo amigo, —replicó el con una sonrisa y una palmada en mi hombro— pero yo no quiero un vino que se parezca a los demás. Desde hace generaciones venimos haciendo el vino de esta manera. Sé que me tengo que adaptar a los nuevos tiempos y los nuevos métodos de elaboración pero creo que el valor de mi marca es el valor de la tradición y quiero mantener los aromas y los sabores lo más fieles posibles a los originales...

Genaro siguió hablando y yo contestaba y le decía que lo entendía intentando convencerle de mis puntos de vista pero hoy tenía la mente en otro sitio y el bodeguero no tardó en darse cuenta.

—¿Estás bien? Te noto un poco distraído.—preguntó Genaro mirándome con atención.

—No, todo va bien, de veras. Solo que anoche no dormí muy bien y estoy un poco cansado.

—¡Oh! Déjalo en paz Genaro ¿No ves que está enamorado? —dijo Elvira su mujer como quién no quiere la cosa.

Elvira no era una mujer muy habladora pero con un par de frases me había dejado desnudo. Yo me puse colorado, Genaro se rio, Luis, su hijo de veintipocos años se rio, Elvira se rio y yo terminé riendo para no parecer gilipollas.

—¡Joder! —Exclamó el bodeguero—Solo tenías que decirlo. Ve al sofá del salón y échate una siesta. Seguro que te has pasado toda la noche matando a polvos a la afortunada. Ya era hora hombre, desde que dejaste a tu mujer te veía cada vez más tenso y triste. Hoy te noté algo raro en cuanto entraste en casa, pero  si no llega a ser por mi mujer no me hubiese dado cuenta que era porque volvías a estar encoñado.

Fueron apenas veinte minutos, pero dormí como un bebe y me levanté con las pilas totalmente cargadas. Me despedí de los Grisma y visité las bodegas que me faltaban procurando entretenerme lo mínimo indispensable de manera que cuando llegué a casa eran poco más de las ocho y media de la tarde.

En cuanto aparqué el coche en la entrada, Brooke salió de por la puerta. Estaba preciosa con un vestido de punto y unas bailarinas.  Me saludó al veme salir del coche y se lanzó sobre mí abrazándome. Yo le devolví el abrazó y hundí mi nariz en su cuello aspirando el aroma de su piel y de su pelo.

Hola Juan, me he aburrido mucho sin ti —dijo Brooke separándose y poniendo morritos.

Yo me limité a  asentir embobado mientras observaba a la joven intentando grabar en mi mente cada uno de sus lunares y cada uno de sus movimientos.

Deja de mirarme como un pervertido y vamos dentro, la cena esta lista. —dijo Brooke cogiéndome de la mano y guiándome al interior de la casa.

Había puesto la mesa con mantel, servilletas e incluso unas velas que ni siquiera sabía que había. En el centro me esperaba una ensalada de arroz de aspecto delicioso.

No es gran cosa, pero en el pueblo no hay mucha variedad y temía coger el coche para ir a la ciudad y acabar en Sevilla esta vez.—dijo ella un poco insegura.

Tiene una aspecto increíble —dije quitándome la americana y sentándome a la mesa.

Brooke se acercó y me sirvió una generosa porción de ensalada antes de servirse y sentarse a su vez.

¿Qué tal te ha ido el día? —preguntó Brooke.

Bien, bien. —dije dando un bocado pensativo.

—¿Pasa algo? —preguntó ella.

No, que va... Es solo que había perdido la costumbre de que alguien me esperara con la cena en la mesa y me siento un poco raro.

—¿Cómo era tu Ex?

—Caprichosa, terca, lunática, aguda, mentirosa...

—La amabas—sentenció Brooke.

—Con toda mi alma —repliqué yo—y me ha costado un montón olvidarla.

—¿Qué fue lo que pasó?

—No sé, creo que se aburrió de mí. —respondí yo tratando de ser sincero— Al principio todo era nuevo y mágico. Yo trabajaba y ella pintaba. Decidimos establecernos aquí y ella puso todo su empeño y toda su energía en hacer la casa perfecta para nosotros y mientras hubo algo que hacer en la casa todo fue bien. Pero cuando la casa se terminó se quedó un poco como si no tuviese objetivo. Yo me pasaba muchas horas fuera de casa, incluso más que ahora y la pintura no era suficiente. Este lugar es precioso pero un poco solitario, supongo que no aguantó y se marchó dejándome la casa y la hipoteca.

—¿Lo supones?

—Sí, porque en realidad nunca recibí una explicación, un día volví y ya no estaba. Cogió sus cosas y desapareció. Le llamé por teléfono pidiéndole una explicación pero me dijo que no lo entendería y me colgó llorando, suplicándome que no le volviese a llamar. —respondí yo aun con un deje de amargura en la voz.

—¿Has vuelto a saber algo de ella?

—Hace un par de meses me encontré con una hermana suya por casualidad. Me dijo que vive en Francia y que tiene un nuevo novio.

—Que historia más triste, —dijo Brooke sentándose en mis rodillas y metiendo la mano por dentro de mi camisa— será mejor que haga algo para animarte.

Quince minutos después estaba en la cama abrazando su cuerpo desnudo mientras ella cabalgaba en mi regazo subiendo y bajando con suavidad, sin dejar de mirarme a los ojos. Esos ojos azules me miraban con tal intensidad y  abandono que sentía que me estaba haciendo el amor con ellos.  Nos dimos la vuelta. Con mi cuerpo sobre ella envolvió mi cintura con sus piernas y agarrándome por el pelo me obligó a sumergirme en aquellos dos lagos azules. La presión de mi cuerpo y el rítmico golpeteo de nuestros sexos acabo en un orgasmo tan intenso e intimo que  me conmovió.

Nos separamos jadeando y sudando y nos quedamos casi inmediatamente dormidos.

Inevitablemente sentí como aquella mujer me atrapaba con su sensualidad. Por la noches hacíamos el amor, por el día  pasaba el tiempo pensando en ella mientras trabajaba.

Finalmente llegó el día de la despedida. En realidad  recuerdo muy bien que recibí la noticia con una mezcla de tristeza y alivio.  Sabía que al día siguiente  estaría a diez mil quilómetros de distancia, probablemente no volvería verla en mi vida y pronto solo sería la mujer que encontré en la decimoquinta curva. ¿O no?

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