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El Roast de Adolf Hitler 8

en MicroRelatos

8. Sobrinita

La mujer se levanta y camina con decisión hacia el atril. No es guapa ni es elegante y al verla todo el público se convence que es lo contrario a la sofisticada Eva. Viste una sencilla falda y un jersey de color claro donde destaca una gran mancha de sangre en la parte izquierda del torso.

Se acerca al estrado y mira con curiosidad a su alrededor sin querer evitar una mirada de desprecio. Se fija especialmente en los invitados y escupe en el suelo.

—¡Pandilla de cerdos! Me alegra haber muerto antes de que mandaseis todo al carajo, ¡Hatajo de psicópatas! Y especialmente tú, Heinrich, te crees un tipo espiritual, un intelectual, pero en realidad eres un asesino de masas de lo más bestia y zafio como todas las ocas imbéciles que te rodeaban con sus bonitos uniformes y las calaveras en sus gorras. —Geli interrumpe su diatriba al girarse y ver a Eva.

—Y tú, —dice señalándola— ¿En qué coño estabas pensando cuando dejaste que ese degenerado se tumbase encima de ti e hiciese sus cochinadas? Yo no tenía elección, era una prisionera, pero lo tuyo no tiene explicación. Bueno, si tiene una explicación, debajo de esos preciosos rizos rubios solo hay telarañas.

Geli se da una pausa para respirar profundamente, como si necesitase un extra de oxígeno para enfrentarse a la atmósfera tétrica y viciada que rodea a su tío y examante.

—Hola, tío. —le saluda— El amigo Sammy me ha pedido que diga unas pocas palabras en tu honor, describiendo como cambiaste mi vida y la verdad es que no sé muy bien por dónde empezar.

Hitler se revuelve nervioso en su asiento, consciente de que su sobrina es depositaria de algunos de sus peores recuerdos.

—Cuando te conocí yo era una chica maja. Salía por ahí, tonteaba con chicos... Lo típico en una chica de mi edad, pero le pediste a mi madre que fuese a Múnich a ayudarte en las tareas de la casa y lógicamente me llevó con ella. El flechazo fue tan absurdo como instantáneo. No sé qué les pasa a los hombres cumplidos los cuarenta que os obsesionáis con tener un chochito  caliente a vuestro lado, mientras más joven mejor.

Hitler la mira y no puede evitar sonreír al recordar el primer día que la vio y la inmediata atracción que sintió hacía ella. Recuerda cómo era, alegre e inocente y enseguida desea estar de nuevo bajo ella desnudo recibiendo sus azotes...

—Pero como todo lo que amas, primero lo perviertes y luego lo abandonas a la aniquilación. Porque, que lo sepa todo el mundo, eres un jodido cabrón. Al principio te comportaste como un caballero, me paseabas por Múnich y me llevabas a la ópera para que te hiciese pajas mientras disfrutabas del Anillo de los Nibelungos, pero pronto esto no te bastó y cuando me di cuenta me pasaba el día encerrada en casa vestida únicamente con un corsé, unas medias, unas bragas y unas botas de cuero hasta las rodillas esperando a que llegaras.

—Y lo peor era que cada vez que llegabas era el mismo rollo. —continúa sin intentar ocultar su hastío— Te desnudabas, te ponías a gatas y me decías que habías sido un chico malo. Me describías con pelos y señales cada uno de los abyectos actos criminales que habías ordenado cometer y me suplicabas que te castigase. Yo cogía una fusta y azotaba ese culo peludo y flatulento con todas mis fuerzas, cubriéndote de insultos hasta que no podía levantar el brazo. Aun así, cada vez que lo hacía sentía que lo que hacías era descargar tu conciencia para cargar la mía con tus pecados y te odiaba por eso. Pronto las palizas no bastaron y dejaste todo en manos de mi imaginación. Te golpeaba te cubría el cuerpo de basura y meaba sobre ti obligándote a saborear mi orina.

—Mi vida era oscura y mi mente torturada conservaba cada una de las tenebrosas confidencias que me hacías. Estaba al borde de un ataque de nervios, pero entonces apareció Maurice y fue como un rayo de luz. Durante unos meses viví solo para esos fugaces encuentros donde desataba mi pasión con tu chofer. Era todo lo que no eras tú; gentil, guapo y un buen hombre. Cada vez que nos veíamos no podía evitar ahogarme en aquellos ojos  castaños Follamos desesperadamente, aprovechando todas las ocasiones, conscientes de que cualquiera de aquellos momentos podía ser el último. —dice Geli sin poder evitar acariciar su cuerpo al rememorar los momentos de placer prohibido con el chófer.

Hilter se revuelve, odia a aquel cabrón relamido. De no ser porque ella se lo suplicó de rodillas prometiéndole que jamás volvería a estar con otro hombre que no fuese él, lo hubiese mandado a un campo de concentración. Pero a su sobrina no le podía negar nada y como un gilipollas la creyó.

—Evidentemente mi tío se encargó de romper esa relación y otras. Me encerró y me vigiló aun más de cerca y yo lo único que podía hacer era seguir escuchando sus atrocidades, mearme encima de él y patearle los huevos con saña. Es verdad que aplastar los huevos de tu torturador es un desahogo, pero no era suficiente y al final conseguí eludir su vigilancia y me enamoré de un violinista austríaco.

—La autopsia, por llamarla de alguna manera afirmaba que me suicidé, pero como todos imaginaréis en realidad me suicidaron. Y por una vez estoy convencida de que no fue cosa tuya. Si me preguntáis quien fue, yo tampoco sabría decirlo a ciencia cierta, aunque tengo mis sospechas... Ese cabrón de Bormann, siempre vigilante entre las sombras, deshaciéndose de todo aquel que se acercaba demasiado a su amado Führer, probablemente vio la oportunidad y la aprovechó...

El caso es que estaba escribiendo unas líneas a  mi amante* cuando un desconocido se acercó a mí, me obligó a ponerme en pie cogiéndome por el pelo y dándome la vuelta, presionó el cañón de una pistola contra mis costillas y apretó el gatillo. Sin esperar a ver el resultado, me dejó caer y solo pude ver las botas de su uniforme, negras y brillantes, saliendo apresuradamente de la habitación.

—En fin, el caso es que la muerte resultó ser una liberación, querido tío. Mi relación con el violinista solo podía acabar de una manera; mal y probablemente volvería a someterme a tus juegos perversos. —dice Geli apartándose del atril y acercándose a Adolf.

—A pesar de que probablemente fuese la persona que mejor te conocía, aun sigo preguntándome de dónde procedía esa mente podrida y perversa. —piensa  Geli en voz alta— Nunca llegaremos a saberlo. ¿Sería el gas de más que aspiraste en Ypress? ¿O eran las siete cucharadas de azúcar que te echabas en el té todas las tardes? El caso es que nunca he conocido y probablemente nunca conoceré el origen de una mente tan podrida y perversa.

Geli termina su discurso y se gira dándole la espalda justo delante de ella. Desesperado intenta inútilmente alargar la mano para coger su culo. Desea amasarlo y azotarlo, desea beber su orina y degustar sus heces...

—Gracias, Geli. Tu discurso ha sido realmente revelador aunque reconozco que no es muy humorístico. —la despide Sammy mientras se acerca al atril— Seguro que el tío Adolfo echa mucho de menos que le patees los cojones ¿Verdad, Alfie? Siempre he creído que de las relaciones entre primos nunca sale nada bueno. En fin sigamos con nuestro próximo invitado.

El siguiente orador es el trepa y el pelota por excelencia. Solo en un régimen podrido y corrupto como el nazi podía haberse encumbrado una figura tan mediocre hasta el punto de dirigir la flor y nata del ejército alemán. Y como se puede esperar cuando las cosas se pusieron jodidas el tipo se dedicó a morder la mano que le había dado de comer pare evitar disfrutar de los salvajes paisajes siberianos.

Con ustedes el traidor, el mariscal cagón... Friderich Pauuulus.

*La muerte de Geli Raubal nunca ha sido esclarecida totalmente. Aunque lo más probable es que se suicidara, algunas circunstancias no cuadran, por ejemplo que la carta al amante quedara inconclusa. Por tanto  hay todo tipo de rumores sobre el final de la joven.

 

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