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World Wildlife Zombie V

en Grandes Series

Mausoleo de los Restrepo en el Cementerio de la Almudena. Veinticuatro de julio, 4.15 h

 

Podía decirse muchas cosas de aquellas criaturas, pero no que les faltase determinación. Llevaban ya cuarenta minutos dando golpes a la puerta y no parecían rendirse.

—Creo que tendremos que buscar otra manera de salir de aquí —dijo Fele — No parece que esos macacos se vayan a cansar.

El mausoleo constaba de una única sala de forma octogonal rodeada  por una docena de columnas profusamente  adornadas. El lugar daba más el aspecto de una tumba faraónica que de un mausoleo.  Adosados a las paredes de mármol había lujosos muebles y tapices, incluso dos armaduras completas, una de un caballero teutónico y otra  japonesa de bambú.

En la pared  del fondo, los nichos estaban  tan fuertemente asegurados que la detonación no había conseguido mover las lápidas.

Fele se acercó a la pared del fondo y comenzó a inspeccionar las lápidas detenidamente.  

—Ya  lo tengo, sé cómo salir de aquí —dijo Fele sacando la mina Claymore.

—Eh tío, cuidado con eso, que no es un juguete.

—Tranquilo novato, Vamos a abrir una de las tumbas, sacaremos el ataúd, colocaremos la bomba en el fondo y luego volveremos a poner el ataúd en su sitio antes de detonar la bomba, así entre el ataúd y la mina direccional conseguiremos abrir un boquete en la pared del fondo.

—Eso no servirá —dijo Nuno—El ataúd se desintegrará y no podrás dirigir la explosión con la fuerza suficiente para derribar la pared.

—No, salvo que cuentes con un pesado ataúd metálico. —replicó Fele señalando una de las lápidas en la que en elaboradas letras góticas podía leerse:

Joaquín Restrepo De La Barca, embajador de España en Japón, muerto en Kioto el diecisiete de febrero de 1887 a los cincuenta y seis años de edad. D.E.P.

—¿Y qué?

—Qué si las diñas en un país extranjero se usa un ataúd de metal estanco para trasladarte. En aquella época el traslado del cadáver debió de tardar varios meses, no creo que nadie se atraviese a cambiar de ataúd al tipo. Lo más probable es que le hayan enterrado en él.

—Bien, pongámonos manos a la obra antes de que esos apestosos tiren la puerta abajo. —dijo Fredo  cogiendo una maza enorme que tenía la armadura del caballero teutónico.

Con un solo golpe de la maza Fredo hizo añicos la lapida descubriendo un ataúd metálico profusamente adornado.

—¡Joder! ¿Te imaginas lo que podría hacer ese cacharro con la cabeza de uno de esos zombis?

Nuno se quedó mirando las armaduras mientras los otros retiraban el ataúd y colocaban la mina. La japonesa tenía dos espadas samurái. El policía las desenvainó y pasó un dedo por el filo de ambas, un par de gotas de sangre cayeron al suelo enloqueciendo aun más a los zombis que no cesaban de empujar allí fuera.

—Jefe, creo que  Fredo y yo deberíamos poner las armaduras antes de salir. Seríamos prácticamente invulnerables y a estas no se les acaban los cargadores —dijo Nuno blandiendo las espadas.

Fele se dio la vuelta tras volver a colocar el ataúd en su sitio y se rascó la cabeza pensativo.

—Es buena idea, pero Reinaldo te sustituirá. Está claro que Fredo con su envergadura, es el único que  puede mover  la gigantesca armadura del caballero teutónico, pero Reinaldo es séptimo Dan en kendo, creo que es el más indicado. Nosotros nos quedaremos con sus cargadores y sus subfusiles, solo conservaran las pistolas, si encuentran un sitio donde colocarlas.

La operación de vestir a los dos guerreros fue casi tan ardua como la de mover el pesado ataúd metálico, pero consiguieron estar preparados en menos de un cuarto de hora.

—¿Listos?

—No, un momento —dijo el novato cogiendo un tapiz arrancándolo de la pared y haciéndole un agujero con el cuchillo de combate.

—Estoy harto de ver a este gordo desnudo —dijo pasando la abertura por la cabeza de Fernando y atándolo a la cintura con el cordón de una cortina para terminar el improvisado poncho.

—¡A cubierto!

Una explosión atronadora lanzó el ataúd por los aires haciendo que se estrellase contra la pared contraria seguido de una densa nube de polvo y trozos de mampostería.

Cuando el ambiente se hubo aclarado un poco, Fele se asomó al nicho y vio con satisfacción un enorme agujero en el fondo por el que se veía la luz de la luna.

—Vamos no hay tiempo que perder. —dijo ayudando a entrar a Fredo con su armadura y empujándolo hasta que salió al exterior.

En dos minutos se habían deslizado todos por el estrecho nicho y volvían a disfrutar del cielo nocturno. Afortunadamente todos los Zombis cercanos se habían ido hacia la parte delantera del mausoleo y les dio tiempo a levantar a Fredo y alargarle la enorme maza.

—Mmmm. Excelente. —dijo cogiendo el terrorífico artefacto y balanceándolo un par de veces como si fuera un bate de béisbol.

Mientras tanto Reinaldo se había colocado a su izquierda con en una de las posiciones de guardia típicas del kendo.

—¡Adelante! ¡Matadlos a todos!  ¡Dios reconocerá a los suyos!* —dijo Fredo enarbolando la maza  y acercándose a un zombi solitario que se acercaba arrastrando una pierna.

El muerto en cuestión no debía ser muy reciente porque un golpe de la maza de Fredo recibido de arriba abajo lo convirtió en un amasijo de harapos y huesos rotos. Fredo sacudió la maza para soltar el cráneo que se había quedado encajado en ella y soltó una risa hueca desde el interior del yelmo.

—Este es el plan.— dijo Fele desde la retaguardia— Avanzaremos hacia el muro que hay a la derecha  con Fredo y Reinaldo abriéndonos paso en el mayor silencio posible y nosotros  les cubriremos desde atrás con los HKs.  Solo usaremos las armas de fuego en caso de emergencia ¿Entendido?

—Los dos señoritos en el medio —dijo  Nuno empujando a Fernando y a Carlos, aun enfadado por no poder ponerse la armadura samurái— No me pienso perder  el día que los cuelguen por las pelotas. ¿Crees que lo televisaran?

Fele esperaba que a medida que se alejaran del mausoleo  los zombis aumentaran en número, pero  solo había alguno que otro disperso que  Fredo y el novato se encargaron de eliminar con eficacia y en silencio.

—Dios, esto es divertidísimo. —dijo  Reinaldo  arrancando la cabeza  a una mujer de un solo mandoble con su katana.

En menos de cinco minutos llegaron hasta el muro. Fele se subió a él y miro alrededor mientras ayudaba  a Nuno a subir. Al mirar a la derecha entendió por qué les había resultado tan fácil llegar hasta allí. La entrada principal estaba ocupado por miles de zombis aullantes. Con horror contempló cómo un centenar de antidisturbios  acosados se retiraba  como podía hacia el muro trescientos metros más allá.

Con un gesto paró al samurái y al caballero que estaban empezando a  despojarse de las pesadas armaduras para poder encaramarse al muro.

—Hay compañeros cercados más adelante. —dijo Fele preparando el arma—Tenemos que ayudarlos.

—¿Qué hacemos? —dijeron los dos a la vez mientras se volvían a ajustar los yelmos.

—Bien. —dijo el sargento parándose a pensar un instante—Avanzad al lado del muro y nosotros caminando por encima. La mayoría de esas bestias está atacando por el frente, si nos damos prisa podréis atacar por el flanco y contactar con los antidisturbios. Luego con vuestras armas y nuestros subfusiles les cubriremos la retirada. Me temo que tendréis que ser los últimos en salir.

—No problemo —dijo Fredo desde el interior de su yelmo poniéndose en marcha.

Avanzaron con precaución sin apurarse para que Fredo y Reinaldo no se agotaran por el excesivo peso de las armaduras.

Los zombis estaban tan concentrados en los antidisturbios que la primera noticia que tuvieron de ellos  fue cuando Fredo le arrancó la cabeza a uno con un golpe de su maza.

***

Jonás cerró los ojos y levantó el escudo. Alex le arrancó el escudo de un manotazo y con un alarido intentó morderle el cuello. Jonás instintivamente levantó el brazo y notó como los dientes de lo que había sido su compañero entraban en su carne y llegaban hasta el hueso.

Alex retiró la cabeza frustrado y apartándole el brazo se preparó para no fallar esta vez. En ese momento su cabeza estalló como un melón llenando de sangre su visor. Jonás se dio la vuelta y vio a dos tipos con subfusiles segar las primeras filas de zombis desde lo alto del muro.

Aun no se habían repuesto del susto cuando dos caballeros medievales entraron por su izquierda aplastando miembros y cortando cabezas.

—Acabemos pues con esos turcos infieles —gritó el cruzado incrustando la cabeza en los hombros a un zombi cercano con un golpe de maza..

—¡Vamos! ¡Todos al muro! —dijo el samurái con su armadura cubierta de sangre ocupando el puesto de Jonás a la retaguardia de la formación.

Ayudados por las cuatro personas que había en lo alto del muro los antidisturbios empezaron a evacuar el cementerio mientras los dos caballeros frenaban oleadas de de zombis a base de movimientos de barrido.

Los zombis en vez de retirarse atacaron a los dos GEOS aun  con más fanática determinación, incluso saltándose los dientes al morder los miembros acorazados.

Tres minutos después ya solo quedaban ellos dos.  A una seña de Fredo ambos cargaron contra aquella masa aullante  aplastando y cortando miembros hasta formar un pequeño parapeto con los cuerpos inertes. Un silbido de Fele les indicó que ya estaban preparados para izarles y se dirigieron corriendo hacia el muro con los brazos en alto.

Dos cuerdas dobles pasaron por su cuerpo y al bajar los brazos quedaron encajadas en sus axilas. Los antidisturbios tiraron con tal fuerza del otro lado que, de no ser por sus compañeros, los dos GEOS hubiesen salido disparados por el muro.

Una vez recuperó el equilibrio en lo alto del muro Fredo levantó la visera de su yelmo y observó los incontables cuerpos mutilados que dejaban detrás. Los zombis estaban llegando a decenas de miles   al muro y lo arañaban intentando subir.

—Vámonos —dijo Fele—no tardarán en llegar a lo alto del muro aunque sea subiendo unos por encima de los otros.

—Gracias tíos —dijo Jonás abrazando a Fele—¿Se puede saber qué coños pasa y de dónde salís vosotros?

—Es una historia muy larga, pero en resumen seguíamos a estos dos. —respondió Fele señalando a los dos porreros que volvían a estar esposados— Creíamos que estaban cocinando drogas pero lo que estaban haciendo es causar este Pandemonium.

Antes de que Fele pudiese evitarlo Jonás se lanzó sobre los dos tipos lanzándoles puñetazos y patadas. Fele le dejó desfogarse unos segundos antes de separarlo.

—¡Hijos de puta! ¡Os mataré! ¡Lo juro! —gritó Jonás mientras sus compañeros se lo llevaban.

Mientras Jonás se calmaba un poco  Fele se volvió hacia Fernando ofreciéndole un pañuelo para su nariz sangrante.

—Ahora vais a contarme qué es lo que ha pasado ahí dentro. —le dijo Fele mientras apostaba a dos de los antidisturbios en lo alto de la tapia para vigilar el recinto.

—Nosotros solo queríamos... —dijo Fernando con los ojos llorosos.

Esta vez no hicieron falta los guantazos y los dos tipos contaron todo lo ocurrido en apenas veinte minutos. Fele les dejó terminar su relato antes de hacer una última pregunta:

—¿Y el libro?

—Quedó encima del panteón de Lucy. —respondió Carlos— No hace falta que le diga lo caliente que se puso la cosa. Como para parase a recogerlo...

—¡Hay que joderse! —dijo dando un guantazo a Carlos de pura frustración— Estos imbéciles se largan dejando tirado el libro que puede arreglar todo este lio o crear uno peor en el corazón del cementerio rodeado de cientos de miles de zombis enloquecidos.

—¡Señor!  —dijo uno de los centinelas del alto del muro cortando el hilo de sus pensamientos— Los zombis están empezando a subir unos por encima de los otros en varias secciones del muro. No tardarán mucho en saltarlo.

—¿Podemos detenerlos? —Pregunto Fele encaramándose a la improvisada muralla.

—Como puedes ver son demasiados. A nosotros no nos quedan municiones y a vosotros dos cargadores y medio. Imposible.

—Ya veo —comprobó Fele— retirémonos entonces hasta la puerta principal y que decidan los jefes, que para eso les pagan.

—¿Qué puñetas está pasando ahí dentro? —gritó el capitán Morales cuando vio aparecer a sus hombres desarmados y abatidos— ¿Dónde están sus escudos y sus cascos?  ¡Saben perfectamente por el reglamento que aquel que pierda su material de trabajo tendrá que reponerlo pagándolo de su propio bolsillo!

—¡Señor...!

—¿Y quiénes son esos dos espantajos? Esto empieza a parecer una fiesta de Halloween.

—Esos espantajos son los que nos han salvado el culo cuando usted nos abandonó a nuestra suerte rodeados de enemigos por todas partes. —respondió Jonás cabreado.

—No me levante la voz, cabo y cuénteme que ha pasado ahí dentro.

—Ha pasado que en cuanto avanzamos unos cien metros se nos echaron miles de zombis encima. En los primeros minutos perdimos al jefe de escuadrón y a otros diez compañeros más. Los que quedábamos nos reorganizamos y empezamos a retirarnos hacia la puerta cuando alguien tuvo la idea de salvar el culo, aunque fuera a costa de dejarnos tirados para ser el menú de esos energúmenos...

—Tenía que pensar en la seguridad de la ciudad. —intentó justificarse el capitán.

—... Atrapados como ratas, decidimos dirigirnos hacia la izquierda ya que allí el muro era más bajo con la intención de hacernos fuertes allí y por lo menos evacuar a parte del equipo. Conseguimos llegar a duras penas al muro pero la situación era desesperada hasta que llegaron esos dos espantajos como dice usted y  barrieron las primeras líneas de zombis dándonos tiempo para evacuar el recinto. —continuó Jonás con la sangre del mordisco goteando de su mano.

—¿Ha dicho zombis?

—Sí zombis, gente muerta, algunos varias décadas, lanzándose sobre nosotros y comiéndose a sus hombres. —intervino Fredo quitándose el yelmo y poniéndolo bajo el brazo.

—¿Qué clase de locura es esta? —preguntó  el capitán incrédulo.

—Por lo menos habrá pedido refuerzos. —dijo Fele acercándose.

—Claro, he llamado a los GEOS. El equipo que tenéis de guardia llegara en tres minutos.

—Estupendo, seis hombres contra decenas de miles de zombis. Llame a la central y que saque a todo el mundo de la cama. Esos bichos están empezando a trepar el muro y luego será imposible pararlos.

—Sargento, aquí las órdenes las doy yo y no se le ocurra volver a levantarme la voz. No pienso levantar a nadie de la cama. No sé que han fumado ustedes ahí dentro, pero les ha sentado mal...

Morales interrumpió su discursito cuando por la esquina aparecieron tres figuras que caminaban de manera desmadejada hacia ellos. Cuando olieron la tibia carne de los policías aullaron y se lanzaron ansiosos sobre ellos.

El capitán y un par de hombres más levantaron su armas para disparar pero Fele les paró con un gesto.

—Es mejor no hacer demasiado ruido. Fredo, Reinaldo, ya sabéis lo que hay que hacer. —dijo Fele señalando los zombis— Y demostradle al capitán de qué estamos hablando.

Fredo interceptó al primero arreándole un mazazo en la mandíbula. El zombi siguió avanzando con la mandíbula colgándole por un tendón aunque solo consiguió dar dos pasos más antes de que Fredo le derribara golpeándolo en el hombro y machacando su costado derecho.

Mientras tanto Reinaldo le cortó la cabeza al segundo con su katana y esperó a que el tercero se acercara.

En ese momento comenzó la demostración. En vez de arrancarle la cabeza o atravesársela con la katana, Reinaldo pincho una y otra vez con la espada el torso del zombi que seguía avanzando impertérrito.

El capitán vio alucinado como la espada atravesaba el cuerpo del siniestro ser saliendo por la espalda sin hacer que disminuyese ni su fuerza ni su sed de sangre.

Reinaldo siguió retrocediendo mientras el zombi mordía el bambú con saña hasta que al lado del capitán cercenó las dos piernas a la bestia.

El zombi siguió arrastrándose y dejando un pequeño rastro de sangre negra hasta que de un solo tajo el GEO le separó la cabeza del cuerpo.

—¿Ahora lo entiende señor? —preguntó Jonás.

—Sí, debemos retirarnos.—dijo el capitán consciente de la magnitud del peligro— ¿Está herido, cabo?

—No es nada. Es solo un mordisco.

—¿Un mordisco?¿Le ha mordido uno de esos bichos? Entonces estará infectado.... —dijo el capitán levantando el arma.

—¿Qué coños se cree que hace? —dijo Fele.

—No podemos permitir que muera y se convierta en otro zombi más. Sera mejor que lo matemos por precaución.

—¿Está oyendo lo que dice?—preguntó Nuno.

El capitán intentó apuntar a Jonás pero este fue más rápido y le arrancó el arma de un manotazo. Morales intentó golpearlo, pero el cabo le sujetó el brazo e inclinándose sobre él le arrancó un trozo de oreja de un bocado.

—Ahora estamos iguales, si yo estoy jodido usted también, pedazo de mierda. —dijo el cabo escupiendo el pedazo de oreja de su superior.

—¡Cabrón!  ¡Se acordará de esto! —dijo  el capitán mientras se presionaba la oreja para contener la hemorragia.

En ese momento llegaron los GEOS y Fele se acercó a ellos. Después de saludar a sus compañeros, ponerles al corriente de la situación y sugerirles que adoptasen una posición defensiva, les pidió una radio encriptada para poder hablar con su capitán y darle un informe detallado.

 Ministerio del  Interior. Veinticuatro de julio, 5.25h

 

Bueno señores, espero que no me hayáis despertado solo por ese video que acabo de ver. —dijo la ministra furiosa, pero tan hermosa como siempre.

—Parece ser que tenemos un problema importante entre manos, señora Ministra. —respondió el gobernador Gálvez intentando explicarse y apartar las imágenes de la ministra desnuda y atada a una mesa mientras era fustigada sin piedad que le asaltaban— Lo que acaba de ver no es un incidente aislado. Se han producido ataques inexplicables aquí, aquí y aquí. —dijo señalando el gobernador.

—Vaya, que raro. —dijo la ministra— Dos tanatorios, un geriátrico y un hospital. ¿Sabemos algo de los agresores?

—De los otros no tenemos más que datos confusos, pero el caso del hospital es similar al de la tele. —respondió el gobernador leyendo un informe que acababan de pasarle— Estaban reanimando a un borracho que había caído al Manzanares y tras darse por vencidos, el tipo se ha levantado y ha atacado a una enfermera arrancándole un pecho a mordiscos y tres dedos al médico que intentó separarlos. Al final, después de que tres de sus hombres resultasen gravemente heridos, un guardia jurado consiguió acabar con él de un tiro en la cabeza.

—Según el informe de los seguratas, el ahogado recibió diecisiete disparos antes de que un tiro en la cabeza acabase con él.

—¿Se puede saber que coños ha pasado? ¿Hay alguna droga nueva en la calle de la que no me  hayáis informado?

—No tenemos constancia, pero hay otro informe mucho más inquietante sobre el origen y solo porque viene de fuentes fiables...

—Estupendo, lo mejor para el final —dijo la ministra tirando el boli contra la mesa de caoba.

—Creo que conoce a Rafael Arienza, ya sabe, el tipo del pesquero en las Azores... —dijo el gobernador mientras advertía la ligera mueca de la ministra al escuchar el nombre.

—Sí , se quién es. —dijo ella notando como su sexo se humedecía con los recuerdos.

—El caso es que  nos acaba de enviar un informe rarísimo en el que dice que hay una horda de zombis en el cementerio de la Almudena y dice saber cuál es el origen de todo esto. Le he dicho que mandaría más policías, y él ha respondido que lo que necesita es al ejercito y armas pesadas.

—Ese chaval a perdido la cabeza.

—Yo también lo creía, pero según su superior es uno de los mejores y se fía al cien por cien de su informe. Así que le he mandado llamar para que haga el informe en persona. —dijo Gálvez  mientras observaba como la ministra ponía cara de póquer— Llegará lo antes posible.

—También necesitaremos al jefe de policía, a alguien de defensa, a alguien en el Ministerio de Sanidad, por si es necesario y deberíamos ir despertando a los secretarios generales de todos los ministerios para que los ministros puedan tener información detallada a primera hora.

—Desde luego Clara —respondió el gobernador tuteándola por primera vez.

—¡Ah! y que venga alguien del CSIC.

—¿Del CESIF? ¿Para qué queremos al sindicato de funcionarios? —preguntó Gálvez.

—¡El CSIC, burro! El consejo superior de investigaciones científicas. Ahí tiene que haber alguien que pueda explicarme que coños está pasando.

 

Calle Juan Bravo. Veinticuatro de Julio, 6.35h

 

El coche oficial avanzaba entre el escaso tráfico matutino relativamente rápido. Su excelencia el señor Ministro de Agricultura  tragó otro par de aspirinas a palo seco, había tenido una reunión del partido en Jabugo y se había pasado apoyando con su paladar los deliciosos embutidos y caldos de la zona, tenía una resaca horrible.

Le habían despertado hacía media hora, aun no sabía exactamente por qué, aunque la radio le dio una ligera idea. Algo estaba pasando en la ciudad. Había disturbios por todas partes y de los gordos, el pequeño hijoputa hablaba en su programa radiofónico matutino de una revolución comunista instigada desde el exterior por  elementos del terrorismo internacional y lo malo es que eso era lo más sensato que había oído en  los últimos minutos.

—¡Vamos rápido! —le dijo al chofer mientras se limpiaba el sudor de la frente con un pañuelo— Voy a ser el último en llegar, como siempre.

—Lo siento señor, —dijo el conductor volviéndose brevemente— iré lo más rápido posible.

En ese momento todo se precipitó, un tipo trajeado con pinta de tener mucha prisa apareció de detrás de un autobús. El chofer que acababa de volver la cabeza hacia la carretera, frenó a tope y los neumáticos del A8 mordieron el asfalto con violencia, pero iban demasiado rápido. El coche impactó contra el hombre que salió disparado dando un salto mortal y aterrizando veinte metros detrás de ellos.

—Estupendo, y ahora ¿Qué? —preguntó el ministro bebiendo un trago de agua de un botellín que llevaba consigo.

Con un "Dios mío, creo que lo he matado" el chofer salió disparado del vehículo en dirección a la víctima.

El ministro sacó su corpulenta humanidad del coche y se acercó al chófer a la vez que llamaba a urgencias.

El hombre aun respiraba y agarraba la mano del chófer con fuerza debido al intenso dolor mientras este trataba de calmarle.

—Vaya mierda el 012 está comunicando, tengo una reunión de urgencia, no podemos pasarnos toda la mañana aquí. —gruñó el ministro.

—Espere aquí y procuré que no se mueva tengo un teléfono en el coche para este tipo de emergencias. —dijo el chofer incorporándose.

El ministro se arrodilló y cogió la mano del herido que se quejaba débilmente.

—Vamos amigo, aguante un poco, la ayuda está en camino. —fue lo único que llegó a decir antes de que el hombre exhalase su último suspiro.

El ministro abrió los ojos asustado, jamás había visto la muerte tan de cerca y  lo único que se le ocurrió fue cerrar los ojos y rezar algo por aquel hombre.  Un ruido como el descorche de una botella de champán le hizo abrir los ojos  y  lo que vio le pareció un milagro.

—¡Dios mío! Está vivo...

Antes de que su excelencia pudiese decir nada más el hombre se lanzó sobre el cuello del ministro arrancándole la papada de un mordisco. El chófer que acababa de volver con un teléfono  vía satélite  reaccionó rápido y sacó la pistola descerrajando dos tiros  al agresor en pleno corazón. El tipo cayó de espaldas mientras el chófer se abalanzaba sobre el ministro intentando inútilmente contener la hemorragia del cuello.

Tras dos minutos un ruido a su espalda le hizo girar la cabeza. El hombre al que acababa de abatir estaba de nuevo de pie frente a él. Tenía la  cara y la camisa  teñidas con la sangre de su excelencia  y de sus ojos emanaba la maldad más pura. Intentó volver a sacar el arma de la pistolera pero el zombi estaba demasiado cerca y no tuvo ninguna oportunidad. El zombi hambriento se lanzó sobre él  y sus mandíbulas se cerraron con la fuerza de un cepo sobre su cuello desgarrando vasos y carne de un solo tirón.

Gabinete de crisis, Ministerio del interior. Veinticuatro de julio, 6.45h

 

Bueno. Son casi las siete de la mañana y estamos todos menos el señor ministro de yo me lo guiso yo me lo como.  —dijo la vicepresidenta con una sonrisa de desprecio— Así que será mejor dar por iniciada la reunión, hay muchas cosas que tratar. Clara por favor.

—Aun no tenemos todos los detalles, —empezó la ministra del interior su exposición mientras el gobernador repartía documentación apresuradamente reunida en unas carpetas a todos los presentes—pero parece ser que ha habido una serie de disturbios que han empezado en el barrio de Las Ventas y se han extendido en cuestión de minutos por toda la ciudad. En el mapa que tenéis en la carpeta podéis ver los puntos dónde se han producido los ataques.

—Ya veo. —dijo el ministro de Economía echando un vistazo al plano— La Almudena, el cementerio de Carabanchel, el de Fuencarral, dos iglesias, un hospital,  un tanatorio...

—Y eso solo son datos provisionales,  seguimos recibiendo datos de más disturbios por todo Madrid. —dijo Clara — Me temo que esto es solo el principio.

—¿Se sabe cuántos son? ¿Qué es lo que quieren? —preguntó el ministro de justicia colocándose nerviosamente las gafas.

—Aun no se sabe nada.

—Estos malditos perroflautas, ya os dije a todos que debíamos haber declarado al partido del coletas ilegal e introducirlo en la lista de organizaciones terroristas, ahora han montado una revolución. —exclamó el presidente de la comunidad.

—No sé que es,  pero esto no es una revolución. —dijo el rey entrando en la sala con su uniforme de capitán general del ejército de tierra— Siento llegar tarde y sin avisar,  pero hace quince minutos que me enteré de esta  reunión y he venido pensando que quizás podría ser útil.

—Majestad, lo siento mucho, ha debido ser un fallo de protocolo. —se excusó la vicepresidenta enrojeciendo y echando una mirada por toda la mesa intentando identificar al chivato.

Antes de que nadie dijese nada más el gobernador Galvez,  tan pelota y oportunista como siempre, le cedió su silla en la mesa y una carpeta  y se sentó en una de las sillas  destinadas a los secretarios y taquígrafos,  al  lado de la pared.

—¿Por qué dice que no es un golpe de estado, Majestad? —preguntó el ministro de Justicia.

—Qué yo sepa los cementerios y las iglesias no son objetivos estratégicos. —dijo el rey sentándose con tranquilidad y echando un vistazo al contenido de la carpeta.

Por deferencia hacia el rey, la Ministra volvió a comenzar desde el principio y realizó un escueto informe de la situación. Los presentes escucharon atentos y tomaron notas.

—¿Ha  habido algún disturbio fuera de la capital? —preguntó el rey de nuevo.

—No, majestad.  Parece ser que todos los casos se han producido en un radio de unos doce quilómetros en torno  al cementerio de la Almudena.

—¿Por qué ponen la Almudena como epicentro de todo esto? —preguntó  un joven que se estaba en la fila de los secretarios.

—Tenemos el informe de un sargento de los GEOS que estaba allí por casualidad y dice haber presenciado la causa de todo esto. Ha estado  toda la madrugada ocupado intentando sofocar los disturbios, pero viene hacia aquí para contarnos lo ocurrido de primera mano. —contestó el gobernador haciéndole una seña al joven de que estaba allí solo para escuchar.

—¿Alguien sabe dónde está nuestro presidente? —intervino por tercera vez el rey generando un incómodo silencio.

—En fin, señor... Majestad. —respondió la vicepresidenta— Verá, resulta que tenía una reunión... una comida de trabajo... el caso es que hay unas importantes negociaciones en curso...

—Déjate de sueldos simulados en forma de no sé qué puñetas y di la verdad. —Le interrumpió el rey con un tono de leve disgusto.

—Lo siento Majestad a ido a comer con Merkel. Parece ser que anoche le llamó furiosa pidiéndole que fuese a verla a Berlín para tratar los números del déficit de las comunidades...

—Y solo podía ir él... —dijo el rey irónico— De acuerdo.

—¿Hay alguna estimación de las victimas que se han producido hasta ahora? —preguntó el ministro de hacienda apresuradamente  para cambiar de tema.

—Esta es la parte más peliaguda del tema. —dijo el gobernador— Al parecer no se ha encontrado ningún cadáver. Eso sí, las salas de urgencias de los hospitales son un caos con casi tres mil  heridos.

—Sería interesante saber el tipo de heridas para saber de qué armas disponen los insurrectos—añadió el ministro de industria.

—Esta es  otra  cuestión interesante, el noventa y ocho por ciento de los ingresos es por mordeduras.

—¿Mordiscos?  ¡No me jodas!

—Para ser exacto bocados. A casi todos los heridos les faltan trozos de carne más o menos grandes, sobre todo en la zona del abdomen y los brazos.

—Joder —comentó el ministro de sanidad— así que además van de  droga caníbal hasta las cejas.

—Esa es una hipótesis —dijo el gobernador.

 —¿Y qué hay del video de esa periodista? ¿Es cierto o es un montaje? —preguntó el presidente de la comunidad.

—Estamos intentando confirmarlo. Le hemos pedido a la cadena la grabación original pero parece ser que solo tienen la copia que hemos visto, ya editada. No sabemos qué pasó exactamente, si son actores o es real, ya se sabe que los reporteros freelance son capaces de cualquier cosa, también puede tratarse de  un caso aislado de catalepsia o narcolepsia...

—Lo que sí está claro es que los muertos no aparecen por ningún sitio. —dijo el rey tirándose de la manga de su uniforme.

Un ligero toque en la puerta dejo paso a un ujier que anuncio que el GEO había llegado. La vicepresidenta le hizo pasar con un gesto.

Fele tragó saliva y entró en una  sala con una mesa de conferencias enorme en la que estaban sentados todos los peces gordos del gobierno y alguno más en sillas pegadas a la pared. Las miradas de todos aquellos tipos impecablemente trajeados le hicieron sentir un puerco con el uniforme lleno de barro y sangre y una barra de hierro que llevaba en el cinturón aun goteando sangre. Por un momento le dieron ganas de salir corriendo, pero al ver a la ministra del interior mirándole con una mueca de suficiencia, el fuego de la ira y el deseo  le ayudaron a olvidar sus miedos.

—Para el que no le conozca, —dijo Clara levantándose y cogiéndole del brazo— este hombre es Rafael Arienza, sargento del grupo alfa de los GEOS. Todos recordareis el caso del arrastrero colombiano en Las Azores, este hombre fue el que salvó la operación.

Fele se quedó parado electrizado por el contacto con la ministra y sometido a las escrutadoras miradas de los presentes. Respiró hondo y se preparó para dar el informe más increíble de toda su vida.

—Adelante, —dijo el rey— somos todo oídos.

—Se que lo que les voy a contar es totalmente increíble pero no es nada más que la pura verdad. —dijo  a modo de introducción— Como resultado de investigaciones del cuerpo nacional de policía nos pasaron el caso de un tipo que se dedicaba a traficar con estupefacientes. El día de ayer estábamos haciendo los últimos preparativos para intervenir y detener al sospechoso y a sus contactos cuando dos nuevos  personajes entraron en escena.

—Decidimos retrasar la operación para saber que se traían entre manos y les seguimos hasta el cementerio de la Almudena. Se detuvieron en la tumba de una rapera llamada Lucy Like y tras profanarla la sometieron a una serie de ritos para resucitarla y hacerla su esclava.

—¿Estás de coña, no? —dijo el ministro de sanidad.

—La cuestión es que algo salió mal. —continuó Fele ignorando al ministro consciente de que si se intentaba justificar jamás acabaría el informe— Al parecer los sospechosos no siguieron la receta al pie de la letra y se produjo una explosión cuya onda expansiva frio nuestras radios y móviles y despertó a todo el cementerio  y por lo que he averiguado de camino hacia aquí causo el mismo efecto por todo Madrid.

—¿Nos está diciendo que Madrid es un hervidero de zombis en este momento, sargento?

—Unos zombis especialmente agresivos. Los antidisturbios que fueron a reducirlos perdieron casi la mitad de sus efectivos en el cementerio.  —respondió Fele con un poco más de aplomo al ver que los presentes no rompían a reír.

Durante los siguientes minutos les explicó con todo detalle lo sucedido en el cementerio. Por los gestos de las personas allí reunidas vio que se lo estaban tomando en serio.

—¿Qué medidas se han tomado? —preguntó el rey.

—Hemos movilizado a todos los agentes de policía y a los bomberos para intentar controlar la situación aunque por los informes recibidos hasta ahora no hemos  tenido mucho éxito. —dijo el gobernador levantándose— Solo los bomberos han conseguido algún objetivo usando las mangueras de los camiones.

—Bueno, ¿Y ahora qué? —preguntó la vicepresidenta.

—Debemos evacuar la ciudad. —dijo Fele diciendo lo que todo el mundo estaba pensando.

—¿Una ciudad de cinco millones de habitantes? —pregunto la  vicepresidenta— ¿Estáis diciéndome que tenemos que dar la ciudad por perdida.

—Tal como lo veo excelencia hay otros cinco millones de personas enterradas en ese cementerio. Supongo que aun habrá de cien mil a dos millones con carne suficiente para moverse, si a eso le sumamos la gente enterrada en iglesias y cementerios menores tenemos un montón de zombis de la leche.

—Pero... —intentó decir la vicepresidenta.

—Sí solo fuese  eso, solo sería cuestión de traer al ejercito e ir limpiando calle por calle, pero el caso es que cada persona que muere en el área metropolitana se convierte inmediatamente en zombi con lo cual tendríamos cuantas... ¿quinientas... mil crisis al día? —le interrumpió Fele— Imposible. Afortunadamente parece que el radio del suceso es de menos de veinte kilómetros .

—Excelente. Esto es un desastre de proporciones mayúsculas. Los catalanes se van a estar riendo de nosotros diez años... —intervino el ministro de obras públicas tan beligerante como siempre.

—Creo que hay que declarar el estado de sitio. —dijo el rey—Hay que hacer un comunicado inmediatamente indicando a la gente que se quede en casa.

—Luego,  con la ayuda del ejercito podríamos crear corredores  seguros e ir evacuando los edificios manzana a manzana... —añadió el ministro de defensa— La  UME está  preparada para actuar en  cualquier momento.

—Antes de dar por perdida la ciudad creo que deberíamos recurrir a un experto. —dijo el ministro de justicia.

—¿Y en quién estás pensando? —preguntó la vicepresidenta.

—En la congregación para la doctrina de la fe. Según yo lo veo esto es un acto de brujería, creo que la inquisición es la organización apropiada para luchar contra este problema. Podemos llamar al Papa y en cuestión de horas tendremos aquí gente preparada para realizar un exorcismo.

—Ya salió el zumbado del Opus. —dijo el ministro de sanidad— ¿Y qué tal si vamos a Lourdes por unas cuantas cisternas de agua bendita y las esparcimos por la calle?

—No sé, —dijo la vicepresidenta—yo no lo veo una idea descabellada...

—¿Y el libro? —preguntó el rey — ¿Quién lo tiene ahora?

—Supongo que estará dónde lo dejamos, majestad. —respondió Fele.

—Pues deberíamos recuperarlo y también traer la única persona que sabe utilizarlo. —dijo el rey tironeándose suavemente de la barba—Creo que esa bruja es la única que puede saber cómo acabar con esto.

—En fin. Conclusiones, señores. —dijo la ministra del Interior— Son casi las siete y media y tenemos que hacer algo antes de que la gente salga de casa.

—Estoy de acuerdo con su majestad. Deberíamos declarar el estado de sitio y movilizar al ejército. —intervino el ministro de defensa.

—Sí,  pero antes hay que preparar una declaración y que la emitan en todos los canales de radio y televisión cada diez minutos obligando a la gente a quedarse en casa.

—Creo que a falta de nuestro presidente  yo soy el más adecuado para explicar esto. —dijo el rey  poniéndose en pie consciente de que ninguno de los allí presentes se atrevería  a hacerlo acabando con su carrera política.

—Bien, entonces todo arreglado. —se apresuró a decir la vicepresidenta ahora que tenía a alguien para comerse el marrón— En cuanto termine la rueda de prensa haré trasladar el congreso y la sede de gobierno al palacio del Escorial, creo que ante todo debemos mantener la calma y conservar la cadena de mando. El gabinete de crisis se reunirá de nuevo a mediodía. Para esa hora se reunirán con nosotros un grupo de expertos que ya está trabajando y podrá darnos una serie de directrices a seguir.

La reunión se dio por terminada y todos los presentes se apresuraron a salir zumbando para empaquetar sus cosas y salir corriendo con sus familias camino de las Islas Cayman o cualquier otro paraíso fiscal dónde hubiesen estado escondiendo la pasta que robaban.

En pocos minutos solo quedaron la vicepresidenta, la ministra del interior, el gobernador y el rey  para preparar la rueda de prensa. Fele hizo el ademán de retirarse, pero la ministra del interior lo detuvo.

—Espere, sargento. Desde ahora usted y su equipo quedan asignados al personal de protección del ministerio.  —dijo Clara al ver que Fele se dirigía a la salida— Ahora usted se dedicará a asegurarse que la rueda de prensa transcurre sin incidentes. Puede retirarse.

—A sus órdenes señora ministra. —respondió Fele sin pasar por alto la rápida mirada de lujuria de su excelencia— ¡Ah! y si me lo permite, Majestad, tenga el sable a mano. Es  lo más útil contra esas bestias. —dijo abandonando la sala para  buscar un sitio en el que quitarse la sangre coagulada del uniforme.

*Famosas frases pronunciadas por un monje cisterciense durante el sitio de una ciudad francesa en la cruzada albigense. Podéis imaginaros como terminó el asunto.

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