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Jane IV

en Grandes Relatos

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Jane despertó, vio una cara oscura, arrugada y curiosa, reculó asustada a toda velocidad, perdió pie y cayó fuera del nido. Un segundo después notó un tirón en el tobillo y quedo suspendida boca abajo a quince metros del suelo con el corazón en la boca. Levantó la vista y vio la cara del chimpancé asomándose por el borde del nido enseñándole su dentadura con una mueca sardónica.

-¡Joder! –dijo Jane por primera vez en su vida.

Respiró profundamente dos veces y reuniendo las fuerzas que le quedaban, logró doblarse sobre sí misma y agarrar la liana de la que estaba suspendida. Poco a poco fue trepando los cinco metros de liana que le separaban del nido bajo la atenta mirada del chimpancé que sonreía y se hurgaba la nariz disfrutando del espectáculo. Tras un par de minutos de agónico esfuerzo logró agarrarse al nido e izándose en un último esfuerzo logró pasar la cabeza por encima del borde. Ver la cara de un hombre blanco de pelo largo y enmarañado y sonrisa salvaje le hizo perder el equilibrio de nuevo cayendo otra vez al vacío.

-¡Joder! –Dijo Jane por   segunda vez en su vida mientras escuchaba furiosa las risas provenientes de arriba –me estoy empezando a cansar de hacer el idiota.

Jane se dobló de nuevo pero no pudo repetir la hazaña anterior y solo logró ver como  hombre y mono la observaban y parecían compartir algún tipo de broma. Jane cada vez más enfadada les hizo señas para que la izasen, pero ellos divertidos se lo tomaron con calma y estuvieron viéndola balancearse un rato  antes de empezar a tirar de la liana.

Cuando llegó arriba la cara de Jane estaba como la grana, más por el enfado que por haber estado suspendida varios minutos boca abajo. El chimpancé se apartó instintivamente al ver el gesto de ira de la joven, pero el hombre la miraba con descaro y  curiosidad infantil. Era un hombre joven, alto, vestía un minúsculo taparrabos de cuero con lo que  Jane pudo admirar su cuerpo  musculoso, sus  hombros anchos y su  pecho profundo. Tenía  el pelo largo y negro atado con descuido y los ojos marrones, unos ojos que la escrutaban como si fuese una especie de jeroglífico que aquel hombre intentaba desentrañar.  Sacando los labios hacia fuera y emitiendo un sonido parecido a un suspiro acercó la mano al rostro de Jane y le tocó la melena. Jane primero intentó apartarse pero como solo percibió un gesto de curiosidad le dejó hacer. Parecía no haber visto una persona de su raza en toda su vida. Cogió un mechón de pelo y se lo llevo  a la nariz olisqueándolo ruidosamente.

-¡Hey!, ¡Cuidado! –grito jane cuando el salvaje tiro del pelo para que la mona también lo oliera.

La chimpancé no fue tan comedida y después de aspirar el perfume del champú de Jane empezó a dar gritos y saltos y acabó encaramada en una horquilla dos ramas por encima de ellos. El salvaje observó las evoluciones de la mona  unos segundos y luego continuó examinando a Jane. Palpó su ropa e intento tirar de ella para ver lo que había dentro pero Jane se lo impidió con una sonora palmada.

-¿Hablas mi idioma? –Le preguntó Jane esperanzada.

-¿Parlez-vous  français? –repitió en francés recibiendo el mismo silencio por respuesta.

-¿tu parli italiano?

-¿Sprechen du deutch?

El salvaje se dedicó a mirarla sin decir una palabra. Jane, maldiciendo su suerte suspiró y empezó por el principio:

-Yo Jane, -dijo señalando su pecho con el índice –¿y tú? –dijo tocando su pecho.

El hombre respondió con una mirada interrogativa así que armándose de paciencia repitió otras dos veces hasta que finalmente el hombre respondió:

-¡Jane! –dijo señalándose no muy convencido.

-No, no, no –dijo ella perdiendo la paciencia y pensando que aquel tipo era más tonto que una piedra –Yo Jane, tú…

-¡Tarzán! –dijo con una sonrisa de iluminado.

-Tú Jane –dijo el salvaje hincando su dedo dolorosamente en una teta de Jane –yo Tarzán, tu Idrís –dijo señalando a la mona que seguía observándolos desde arriba.

-No, -dijo sacudiendo la cabeza –ella Idrís. Yo Jane, tú Tarzán, ella Idrís.

-Yo Tarzán, tu Jane, el-la Idrís. -Dijo el señalando correctamente con una sonrisa de satisfacción.

-Ahora sigamos con la lección –dijo arremangándose la blusa –tu y yo dijo señalándose a ambos -humanos, ella –dijo señalando a Idrís – mono.

-Tú, yo, humanos, ella mono.

-Yo, nosotros –dijo señalando a ambos –humanos. Idrís mono…

Cuando se dio cuenta el sol estaba alto en el cielo y un rugido de sus tripas le recordó  que no tenía ni idea de cuando había comido algo por última vez. Moviendo su mano sobre su estómago  y  haciendo el gesto de echarse algo a la boca le pidió algo de comer. El salvaje pareció entender, se irguió, se golpeó varias veces el pecho con los puños y desapareció en la espesura. Mientras volvía y siempre bajo la vigilante mirada de Idrís se sacó la bota para examinarse el tobillo que le había salvado la vida. Estaba magullado y tenía una pequeña escoriación en él pero podía moverlo con libertad y apenas le dolía. Probó a ponerse de pie pero toda la frágil estructura del nido se estremeció y con mucho cuidado volvió a dejarse caer en el lecho de hojas. Cuando miró por el borde vio que el suelo estaba a más de veinticinco metros de altura y por primera vez fue consciente de la fuerza que debía tener aquel hombre para haber logrado subirla hasta allí.

Mientras el hombre volvía Jane se dedicó a observar a Idrís, jamás había estado tan cerca de un animal salvaje y su ausencia de miedo ante su presencia le desconcertaba un poco. Con una señal inequívoca le animó a la chimpancé a que se acercase. Idrís pareció dudar unos momentos pero luego pudo más la curiosidad y se bajó de la rama en la que estaba encaramada dejándose caer con habilidad sobre el nido. Por  su aspecto con pelos blancos en la barbilla y algunas calvas distribuidas por todo el cuerpo daba la impresión de ser bastante anciana, pero sus ojos grandes y verdes expresaban vitalidad y curiosidad.

Con deliberada lentitud para no sobresaltar al animal fue acercando una mano hasta poder acariciar la mejilla de la mona. Idrís se giró un poco y olfateó la mano de Jane mientras emitía unos cortos suspiros. Jane sonrió por la calidez y la inteligencia con la que se expresaba el animal sin tener que decir una sola palabra. Durante unos instantes Jane consiguió olvidarse de su precaria situación; perdida en la selva, sin armas ni pertrechos y a merced de los caprichos de un salvaje incivilizado. Cuando Tarzán llegó con una selección de frutas entre los brazos Idrís estaba espulgando  amorosamente el largo y rizado pelo de Jane.

Diez minutos después Jane estaba tumbada en el nido sintiéndose atiborrada de plátanos y unos frutos amarillos y blandos que le dieron una ligera sensación de mareo. Ante la atenta mirada del salvaje se quedó rápidamente dormida.

Cuando despertó, el sol empezaba a caer y atendiendo a los gestos de Tarzán se levantó y se puso en movimiento tras él. Durante unos doscientos metros no le pareció tan difícil moverse por la bóveda forestal a pesar de que su ropa se enganchaba  y sus botas resbalaban en la corteza húmeda constantemente. Al igual que en el suelo, los animales tendían a moverse siempre por los lugares más accesibles y hacían pequeños senderos en el ramaje. Sin embargo, cuando llegaron al final del sendero y sus dos acompañantes se lanzaron con naturalidad al vacío para agarrar una liana y poder acceder al árbol siguiente se quedó congelada mirando al suelo treinta metros más abajo. Desde el otro lado Tarzán le hizo señas y la llamó por su nombre para que hiciese lo mismo pero rápidamente se dio cuenta de que Jane no era capaz, saltó de nuevo a la liana y con una naturalidad asombrosa, se acercó a ella la cogió por el talle y la deposito en el otro árbol. Fueron unos pocos segundos pero la sensación de ingravidez y el fuerte brazo del hombre ciñendo su talle contra el despertaron en Jane una punzada de deseo. Durante todo el viaje se repitió la situación. Ella avanzaba a trompicones entre un ramaje más o menos espeso y cuando llegaban a un obstáculo que a Jane se le antojaba insalvable, él la cogía por la cintura y ella entrecerraba los ojos, se dejaba llevar y humedecía su ropa interior con el deseo. Cuando volvía a poner el pie en un lugar más o menos seguro recordaba a Patrick y su compromiso y la culpabilidad y la vergüenza se apoderaban de ella.

Al llegar a su destino las botas sucias, la ropa ajada y el pelo revuelto merecieron la pena. A su derecha una cascada de veinte metros de altura desaguaba en un estanque de aguas frescas y cristalinas. En el claro que lo bordeaba una familia de gorilas remoloneaba entre la hierba verde y frondosa junto con un par de elefantes y unos antílopes parecidos a las jirafas pero con rayas blancas y negras  en las ancas como las cebras. Por los árboles que rodeaban al claro, jugaban, peleaban y gritaban los compañeros de Idrís ahogando los trinos de miles de pájaros.

Sin mirar a Jane Tarzán no se lo pensó y con el alarido que había escuchado cuando estaba en manos de los bandidos  se lanzó al estanque desde lo alto del árbol. Jane ayudada de una liana bajo hasta el suelo,  se quitó la ropa sucia detrás de un pequeño arbusto bajo la atenta mirada de los dos elefantes y con un movimiento furtivo se metió en el agua disfrutando de su frescor.

Al darse la vuelta vio como Tarzán observaba con curiosidad su cuerpo distorsionado por las ondas del agua. Jane se tapó los pechos y el sexo con las manos con una sensación de   vergüenza  pero también de emoción al ver el deseo  en los ojos del hombre.

Llevaban  días buscando y se les acababa el tiempo. Cada hora que pasaba las posibilidades de Jane disminuían y cada hora que pasaba sus ánimos decrecían. Con las primeras tormentas el suelo se embarró y los rastros, de  haber existido, habrían desaparecido, así que tuvieron que retirarse derrotados antes de que la temporada de lluvias los dejase aislados. El padre de Jane parecía haber envejecido diez años de repente .Cuando llegaron a la aldea, Patrick estaba tan furioso que mató a los dos guías y aunque no cumplió su promesa de matar a todos los habitantes de la aldea, le dio una soberana paliza al jefe  jurándole que si volvía a enterarse de que le tocaban un pelo a otro hombre blanco volvería para cumplir su promesa.

El viaje de vuelta a Ibanda fue triste por la ausencia de Jane y penoso por la lluvia que no dejaba de caer empapándolo y embarrándolo todo.

-Lo siento Avery –dijo Patrick con el refugio de caza ya a la vista –debí ser fuerte y negarme a llevarla conmigo. Es mi culpa, soy su prometido y debí imponer mi criterio.

-No te culpes Patirck, -respondió Avery –ambos sabemos que si adorábamos  a Jane, en parte era por su atrevimiento y su independencia. Nada en el mundo le habría disuadido de acompañarnos.

-Yo… la amaba sinceramente. No sé qué voy a hacer ahora sin ella. –dijo Patrick hundido.

-Debemos seguir adelante, volver a Inglaterra y continuar con nuestra vida, aferrándonos a su  recuerdo. –replicó el anciano con la voz temblando.

-No,  -dijo con una mueca  de tristeza –no me iré de aquí sin encontrar al menos su cuerpo. Eso se lo debo. Cuando termine la estación de lluvias volveré y la encontraré.

En el refugio les esperaba Lord Farquar lo bastante recuperado para poder viajar gracias a los cuidados de Mili, aunque la mirada esperanzada que lanzó a los dos compañeros se veló rápidamente ante el gesto de tristeza y derrota que portaban los dos hombres cuando traspasaron el umbral.

A  la mañana siguiente cogieron el tren con destino a Kampala y llegaron a la mansión de Lord Farquar ya avanzada la noche.

El ánimo en la mansión era el de un funeral. La casa permanecía  en un  silencio sólo roto por los ocasionales sollozos de Mili. Henry y Avery permanecían en el salón, sin hablar, fumando puros y bebiendo una copa de coñac tras otra. Patrick se dedicó a disparar su rifle practicando su puntería hasta que dejo de pensar en nada, cargar, apuntar, disparar, extraer el casquillo, cargar… continuó  bajo la lluvia  hasta perder la noción del tiempo. Cuando oscureció se retiró a su habitación totalmente indiferente a lo que ocurría a su alrededor.

Avery  se sentía totalmente vacío, su hija y única heredera, a la que amaba hasta el punto de dedicarle toda su vida, había desaparecido y ni siquiera tenía un cuerpo que llorar. Estaba bebido, pero el coñac tampoco ayudaba. A las dos de la madrugada Henry se disculpó y poniendo su mano vacilante sobre el hombro de Avery y apretándolo suavemente se retiró a sus aposentos. Avery siguió bebiendo y fumando en la  oscuridad hasta que se sintió lo suficientemente borracho como para caer inconsciente en la cama.

Una vez en su habitación se quedó sentado con la cabeza dándole vueltas pero incapaz de pegar ojo, los ojos verdes de Jane le miraban acusadores  desde el fondo de su mente. Se acercó al equipaje y revolviendo entre las armas sacó su revólver,  el viejo Colt Peacemaker  le había acompañado fielmente por todo el mundo. Acarició el cañón y con los ojos llorosos se lo metió en la boca. El sabor a hierro y lubricante invadió su boca. Apretando los dientes amartillo el arma y puso el pulgar en el gatillo… Unos suaves toques en la puerta interrumpieron sus pensamientos y acabaron con su determinación. Con un suspiro  apartó el arma y lo puso bajo la cama.

-Adelante –dijo Avery con la voz entrecortada mitad por efecto del alcohol, mitad por la emoción.

-Hola señor –dijo Mili atravesando el umbral con pasos vacilantes. –he oído ruidos en mi habitación y pensé que podría necesitar ayuda.

-Gracias, eres muy amable, pero no necesito ayuda –replicó Avery arrastrando las palabras. –nada puede ayudarme ahora.

-Entiendo perfectamente por lo que está pasando señor. He sido la doncella y confidente de Jane desde su juventud y la quise como como a una hermana. He sacrificado todo, incluso parte de mi felicidad por ella y nunca me he arrepentido. Jane era la criatura más valiente y generosa que nunca conocí.

-Lo sé y sé que ella también te quería y valoraba tu amistad y tus consejos. En fin, estoy convencido de que ahora está en un lugar mejor.

-Yo también, -dijo ella mientras se acercaba y le ayudaba a Avery a quitarse las botas. –Ahora debe acostarse e intentar dormir un poco. Yo le ayudaré.

Con manos hábiles fue quitándole la ropa  a un Avery ausente hasta que este quedó en ropa interior. Le ayudó a acostarse en la cama y se tumbó junto a él.

-¡Oh! Avery cuanto lo siento –dijo Mili apretándose contra él procurando que el hombre sintiese la tibieza de su cuerpo a través del tenue camisón.

Avery se removió pero no se apartó de aquel cuerpo generoso, cálido y acogedor. Mili alargó el brazo y rozó los calzoncillos con sus manos regordetas. La polla de Avery reaccionó ante el contacto pero lentamente por el alcohol que corría por sus venas. Mili introdujo sus manos bajo la tela y empezó a sacudir el pene de Avery con suavidad notando como crecía poco a poco. Avery gimió y se revolvió de nuevo pero no apartó a la doncella.

Con una sonrisa, Mili apartó el calzoncillo, se metió el pene semierecto de Avery en la boca y comenzó a chuparlo con fuerza. Poco a poco el pene  de Avery fue creciendo en la boca de Mili hasta llenarla por entero. En ese momento empezó a acariciarlo con su lengua con más suavidad, haciéndole disfrutar y embadurnándolo con su saliva, Avery  gemía suavemente  y acariciaba el pelo de la mujer con torpeza.

Mili se irguió y se quitó el camisón mostrando al hombre su cuerpo blando y generoso con unos pechos grandes y unos pezones rosados e invitadores. Avery alargó la mano y la introdujo en el triángulo de oscuro vello que había entre las piernas de Mili. La mujer se estremeció ligeramente al notar los dedos de Avery acariciar su clítoris y penetrar en su húmedo y cálido interior.  Excitada y deseosa por acoger el brillante miembro de Avery en su interior se agacho y le dio al hombre un largo y húmedo beso. Su boca sabía tan fuerte a una mezcla de Whisky y tabaco que le hicieron vacilar pero rápidamente se puso a horcajadas y sin darle tiempo a Avery a reaccionar se metió su polla hasta el fondo. Había dedicado tanto tiempo a Jane que hacía años que no yacía con un hombre. La sensación de tener de nuevo un miembro vivo, caliente y palpitante en su interior fue tan deliciosa que no pudo evitar un grito de placer y satisfacción. Las sensaciones irradiaban desde su vagina y se difundían por todo su cuerpo despertándolo de un largo sueño. Comenzó a moverse con movimientos lentos y profundos mientras dejaba que Avery manoseara y pellizcara sus pechos y sus pezones volviéndola loca de deseo. Cuando se dio cuenta estaba saltando con furia sobre el hombre empalándose con su miembro duro y ardiente. El orgasmo interrumpió el salvaje vaivén unos segundos mientras Mili jadeaba con su cuerpo crispado y sudoroso pero inmediatamente siguió subiendo y bajando por su pene con su coño aun estremecido hasta que  notó como Avery se corría dentro de ella inundando su vagina con su semen espeso y caliente.

Mili se derrumbó agotada sobre Avery y sintió el miembro del hombre decrecer lentamente en su interior. Cuando recuperó el resuello depositó un beso en la frente del hombre que ya roncaba ligeramente, se levantó de la cama y salió sigilosamente de la habitación. 

Se tumbó en su cama agotada pero satisfecha. Alargo su mano y recogió un poco de la leche de Avery que había escurrido por el interior de sus muslos. La observó a la luz de la luna y la acarició entre sus dedos. En ella residía su futuro, aunque sabía perfectamente que no era una jovencita, aún era fértil y pretendía aprovecharlo.

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