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Hasta el Quinto Pino y Más Allá. Capítulo 12.

en Grandes Series

Capítulo 12: Mis Amigas las Sombras

 

 

—Bien, no hace falta ser muy listo para saber lo que trama ese hijo puta. —dije yo.

—¿Podremos salir de aquí? —preguntó Aldara mientras miraba en las consolas como la flota de la Federación se reagrupaba en nuestro cuadrante y martilleaba el espacio circundante con todos sus sensores.

—En realidad no importa. —dije yo— El plan de escape viene a ser el mismo. Solo tendré que modificarlo un poco. ¿Puedes pedirle al almirante que se retire un par de miles de kilómetros?

—Sí —dijo Aldara cogiendo el comunicador que le cedía— Estoy segura de que lo hará encantado el muy cabrón.

En cuestión de unos minutos, todas las naves glee empezaron a   alejarse poco a poco mientras yo aceleraba suavemente el motor gravitatorio en dirección a la nube de naves de la Federación que esperaba con las armas a punto.

Tras coger suficiente velocidad. Apagué los motores y desplegué las velas solares. Con una sonrisa vi como los detectores de todas las naves Glee y de la Federación intentaban rastrearme desesperadamente mientras yo viraba tan rápido como las velas  me lo permitían y escudado en la noche de Pantor me dirigía hacia el gigantesco acorazado glee. El plan era sencillo: esconderme de la flota de la Federación pasando entre el acorazado Glee y Pantor para a continuación dirigirme a uno de los flancos de la flota enemiga confiando que el grueso de los detectores estarían orientados hacia la ruta que llevaba antes de desaparecer.

Solo había un problema. Si amanecía en el planeta antes de que hubiese rebasado a la flota de la Federación, nuestra nave quedaría perfectamente perfilada. Así que comenzó una desesperada carrera contra el tiempo. La aceleración que  me proporcionaban las velas era limitada y cada minuto que pasaba veía la cosa más ajustada. Para ponerme aun más de los nervios, Eudora no paraba de ajustar la cuenta atrás hasta el amanecer.

Cuando faltaban veintidós minutos para el amanecer conseguimos rodear la proa del acorazado tan cerca de él que mis pasajeros no podían entender como el pomposo almirante no había podido vernos.

A continuación nos encaramos a la flota enemiga. El tiempo volaba, pero cada vez estábamos más cerca.  Busqué un hueco entre dos corbetas de la Federación que pasaban a toda velocidad y maniobré mientras Aldara clavaba sus manos en mis hombros, incapaz de contener el nerviosismo. Dejé pasar la primera y me colé por el hueco que dejaba la segunda.

Se nos acababa el tiempo y aun tenía que pasar una anillo defensivo más.

—Las velas no serán suficientes, necesitamos más velocidad. —dijo Kremmark tranquilamente desde su asiento.

Era una jugada arriesgada y la segunda corbeta podía detectarme, pero era nuestra única posibilidad de pasar sin armar un estropicio. Justo cuando pasaba la segunda corbeta perpendicular a nuestra trayectoria con los motores a toda máquina encendí mi motor gravitatorio dos segundos a toda potencia esperando que el segundo anillo defensivo confundiera nuestra señal con la de la corbeta.

La corbeta se dio cuenta e intentó virar para buscar un blanco, pero el resto de la flota no se dio cuenta y cuando pudo poner todos los detectores en nuestra dirección ya era demasiado tarde, habíamos desaparecido de nuevo. Tal y como pensaba, todos los militares son iguales. En vez de avisar a toda la flota de la anomalía, la corbeta había rastreado la zona sin detectarnos, había intercambiado un par de comunicaciones y al darse cuenta de que era la única que había visto algo, había optado por echar la culpa a los ordenadores.

El impulso generado fue suficiente y pasamos el segundo anillo sin problemas. Nos alejamos durante dos días evitando patrulleras y corbetas que rastreaban el espacio circundante hasta a ochocientos millones de kilómetros del corazón del sistema. Finalmente, alejados de cualquier mirada, Eudora hizo los cálculos para poder generar el agujero que nos llevaría al sistema Altull, el corazón del imperio Glee.

La nave estaba en silencio, atravesando  el agujero negro. Kremark se  había retirado a descansar, dejándome a  solas con Aldara. La miré. Estaba sentada en el asiento del copiloto, recta, con la mirada perdida en las pantallas y los sensores que ahora solo reflejaban una niebla indefinida.

—¿Me vas a contar lo de tu tratamiento de alteza? —le pregunté para matar el aburrimiento.

Aldara me miró. y finalmente, como si le supusiese un gran esfuerzo me explicó:

—No es una gran cosa. Soy hija del Emperador, sí. Pero también lo son otras dos mil doscientas. —respondió ella— Nuestra especie se reproduce por huevos. En cada puesta nuestra madre produce alrededor de veinte huevos de cada vez. En el caso del resto de los individuos de mi raza hemos establecido mediante un tratamiento genético una importante reducción de la producción de huevos de manera que las hembras de mi especie ahora solo producen uno o dos, pero la pareja  real es la excepción, puede tener los huevos que quiera.

—Nacen más machos pero su deber será pelear desde que nacen hasta que el emperador solo le queden seis vástagos, su sucesor y otros cinco generales que controlaran las distintas ramas del ejército y el gobierno. Las hembras no tenemos un papel tan importante, nos usan para casarnos con sus subordinados y así mantener el control sobre su corte, y algunas, entre las que me encontraba yo, pasamos a ser investigadoras, científicas y sacerdotisas del culto de nuestro imperio, con lo que mientras más seamos, mejor. Obviamente, antes de salir del palacio nos hacen el mismo tratamiento que al resto de la población, para evitar la superpoblación.

—¿Y qué haces aquí en vez de estar en un laboratorio o un templo? —pregunté.

—Llegué al templo de Allasar cuando apenas era una niña, pero con la adolescencia empecé a desarrollar una valiosa cualidad que solo se da en uno de cada cien millones de glee.

—La capacidad de transfigurarte en casi cualquier ser viviente. —apunté yo.

—En efecto. Todo Glee con esta capacidad está destinado a ser incorporado al servicio de información del imperio y trabajar como espía, embajador o lo más frecuente ambas cosas a la vez. —dijo Aldara— Y aquí estoy con la mierda hasta el cuello, intentando evitar una guerra que no sé si siquiera el emperador quiere evitar.

—Entiendo, debe ser un trabajo muy solitario y más aun si no te sientes respaldada en tus misiones. —dije estrechando su mano con cariño.

—¿Y tu historia?

—Llegué aquí por accidente. Paseaba por las cercanías de mi sistema cuando me vi envuelto en una escaramuza entre dos naves y acabé siendo arrastrado por un agujero de gusano defectuoso que me trajo hasta este brazo de la galaxia.

—¿Quieres decir que no sabes de dónde vienes?

—Sé cuál es el planeta del que vengo, aunque en estos momentos no sé dónde está. Sé que alguna gente de estos sistemas pasó por mi planeta de origen y por eso veo humanos en esta parte de la galaxia, pero eso ocurrió hace mucho y no  he logrado encontrar las coordenadas.

—¿Cómo era tu planeta? —preguntó.

—Tenía un poco de todo. Grandes océanos, altas montañas desiertos ardientes y helados...

—Parece un bonito lugar.

—Te resultaría demasiado opresivo, tiene unas veinte veces la masa de Pantor.

—¿Hay también guerras en tu planeta?

—No sé si sabes por qué empezaron a traer humanos a estos sistemas, pero básicamente es que somos especialistas en degollinas. Y nuestras armas son mucho más... ¿Cómo las definiría? ¿Escandalosas?

—¿A qué te refieres?

—No sé muy bien como explicártelo. ¿Alguna vez has visto el resultado del ataque de una manada de Kavas? Pues imagínate lo que pasaría si las presas en vez de ser una docena de individuos fuesen varios miles . Todos tirados sobre el suelo. Ahí donde cayeron, con las ropas incapaces de contener las vísceras y la sangre que asoman por sus terribles heridas.

—¿Heridas?

—Si nada de las discretas quemaduras que hacen las armas láser.

—Sois unas criaturas desconcertantes.

—No lo sabes  bien. Capaces de torturar y matar a su vecino a palos y a la vez componer cosas como esta. —dije poniendo el "Claro de luna" de Debussi en el reproductor de música, intentando demostrar que la especie humana no solo era violencia.

Acostumbrada a la música chillona, en la que predominaba la percusión, el piano llamó inmediatamente su atención y la mirada de la Glee se perdió muy lejos de la nave, quizás en su planeta natal.

La miré divertido y Aldara pareció volver a la realidad. Sus tres ojos se fijaron en mí examinándome con detenimiento mientras la música nos envolvía. A pesar de que su rostro apenas reflejaba ninguna emoción, sus ojos lo decían todo. Nuestros rostros se acercaron como atraídos por un imán.

—Espléndido, —dijo Kremmark entrando en el módulo de navegación y rompiendo el hechizo— ¿De dónde ha sacado esa música? Jamás había escuchado nada parecido.

Aldara apartó la mirada azorada mientras un brillo tornasolado cubría su cuello por un instante.

Me apresuré a contestarle que era de mi planeta de origen, conteniendo las ganas de acariciar aquel cuello.

—Háblanos un poco más de tu planeta perdido. —pidió Aldara.

—Creo que tengo la respuesta perfecta —respondí pidiendo a Eudora que pusiese las Cuatro Estaciones de Vivaldi.

Mientras la música sonaba le describí el canto de los pájaros y el rumor de las fuentes en primavera; el sopor, las moscas y las violentas tormentas del verano; la alegría de la cosecha y el estruendo de la caza en el otoño y la caída de la nieve y el frío en invierno.

—Debe ser un lugar precioso. —dijo el director.

—Lo malo de esta composición es que solo muestra la parte bonita. Esta es una canción  de un estilo totalmente distinto. En ella se cuenta la historia de una mujer incapaz de tener hijos hace un trato con la luna y cuando finalmente tiene el bebe, lo que consigue es provocar los celos de su esposo. —añadí pidiendo a Eudora que tradujese con voz suave la canción de Mecano para que mis dos pasajeros pudiesen entender la letra.

Seguí pinchando música de todo tipo hasta que la Eudora salió del agujero de gusano a un tiro de piedra del corazón del imperio Glee.

El sistema Altull era el más antiguo del Imperio Glee. Los cuatro planetas habitados orbitaban  en torno a un sistema binario de estrellas formado por una enana blanca y una estrella amarilla.

—Parecen unos planetas la mar de monos. ¿A cuál quieres que nos dirijamos?

— Geeldara, el tercero. —respondió Aldara señalando con el dedo.

Mientras nos acercábamos, me dio tiempo para observar el planeta con detenimiento. Era todo lo contrario a lo que me esperaba. Era algo más pequeño que la tierra y apenas estaba inclinado sobre su eje, pero lo que más llamaba mi atención era los  colores verde y azul intensos y limpios que dominaban su superficie. Me esperaba que la civilización Glee hubiese acabado con el ecosistema del planeta hacía tiempo y se hubiese convertido en una especie de planeta superpoblado o ahogado por los residuos de la actividad de su civilización, como los planetas de la Federación que había visitado, pero parecía que estaba totalmente equivocado.

Desde apenas cinco mil kilómetros de distancia seguían sin verse las pústulas grisáceas que delataban la presencia de grandes ciudades. Aldara me miró y sonrió ante mi extrañeza.

—¿Sorprendido? No solo nos diferenciamos de la Federación en el físico, también lo hacemos en la forma de pensar. Para nosotros es tan importante el beneficio como mantener la harmonía en los mundos que colonizamos. La federación es como un parasito que extrae todo lo aprovechable de un planeta y lo convierte en un lugar en el que no es posible más vida que la de sus ciudadanos. Tú mismo lo has podido ver tanto en Pantor como en Corianto.

La verdad es que hasta ese momento no me había planteado aquel conflicto como una lucha de buenos y malos. Es más, supongo que estaba un poco influenciado por la guerra de las galaxias y tendía a asimilar a los glee con el maligno Imperio de Palpatine, lo cual era una solemne chorrada.

Más de cerca y tras haber orbitado un par de veces a su alrededor, pude comprobar que aquel planeta tenía un clima subtropical, el inmenso océano que lo cubría en casi cuatro quintas partes suavizaba su temperatura y las corrientes trasladaban el calor de los trópicos hacia las zonas polares impidiendo que estas se congelasen. La mayor parte de tierra firme estaba agrupada en una sola isla continente en la que solo pude adivinar una lujuriante vegetación en la que se alternaba el color azulado y el rojo.

Por más que lo intenté no pude descubrir una urbe digna de mención. Las únicas edificaciones visibles eran  pequeños puertos dedicados a la pesca que salpicaban todo el perímetro de la isla-continente y media docena de espaciopuertos esparcidos en su interior.

El control de navegación del planeta nos dio la autorización para atracar. Eudora, por una vez, descendió suavemente, hundiéndose entre nubes pesadas y húmedas.

Me puse un sencillo mono de Grafeno y salimos al cálido exterior. Aldara se había puesto una túnica de color azul turquesa, con dibujos que imitaban las escamas que su especie había perdido hacia eones, mientras que el director, ahora gobernador para dar una mayor sensación de independencia ante el Imperio, vestía un mono más amplio que el mío y una capa ricamente ornamentada, símbolo de la riqueza de su planeta.

La recepción fue discreta. Apenas un par de emisarios y un pelotón de tropas de élite glee, no sé muy bien si para protegernos o eliminarnos a la menor señal de peligro. Subimos a un pequeño tren que levitaba tranquilamente al pie del muelle y enseguida percibí la diferencia. A parte del calor y la humedad que saturaba aquel planeta, la sensación era totalmente distinta. Geeldara estaba habitado, pero no sobreexplotado como los enclaves de la Federación que había visitado. La cobertura vegetal de aquel mundo estaba casi intacta y gracias a la estabilidad del clima provocada por la nula inclinación del planeta sobre su eje y el gigantesco océano, era exuberante. Miré unos instantes el panorama, con enormes plantas herbáceas en las que se alternaban los rojos y los azules en sus hojas. Lamentablemente no pude disfrutar del espectáculo mucho tiempo, ya que el raíl magnético se internaba bajo tierra. Mientras circulábamos a toda velocidad entre aquella maraña de túneles Aldara nos contó que la mayoría de las edificaciones glee estaban ubicadas bajo tierra, lo que permitía mantener el planeta relativamente intacto y a los glee escapar del calor de la superficie.

Estaba empezando a aburrirme cuando  llegamos a una estación amplia y lujosamente decorada. Allí la recepción sí que fue más impresionante. El mismísimo primer ministro del Emperador estaba esperando en pie, con toda un ejército de subordinados vestidos con sus mejores galas.

Los glee no se habían molestado en revocar las paredes de los túneles. Al parecer toda la corteza del planeta estaba formada por piedra caliza originada por los restos de enormes formaciones coralinas entre los que había quedado atrapados millones de antiguas formas de vida fosilizadas, que al perforar los túneles habían quedado a la vista. Era como pasear por la galería de un museo que mostrase la historia natural de aquel planeta.

Los glee apenas se fijaban, pero tanto Kremmark como yo, admiramos cada uno de los fósiles y solo los ligeros empujones que nos propinaba Aldara nos permitieron avanzar tras los glee.

El pabellón de gobierno también estaba cavado en la roca, pero ocupaba toda la ladera de un enorme afloramiento que se elevaba varios cientos de metros sobre la llanura circundante y en ella habían excavado una serie de enormes ventanales y terrazas que permitían disfrutar de unas vistas espectaculares.

Yo ignoré el buffet alrededor del que se habían reunido los diplomáticos y me asomé a uno de los ventanales.

—Bonito, ¿Verdad? —comentó Aldara a mis espaldas.

Cogiéndome la mano me llevó a una de las terrazas y pasando la mano ante un sensor me invitó a seguirle fuera. El calor y la humedad hicieron que mi frente se perlara inmediatamente de sudor.

Me asomé a la barandilla. Las plantas crecían en aquel ambiente húmedo y de baja gravedad, superando fácilmente los cien metros de altura y creando una especie de manta roja y azulverdosa que cubría el planeta allí donde la tierra emergía del inmenso océano que se podía ver en el horizonte.

A nuestra derecha, una cascada descargaba desde lo alto del afloramiento originando un lago en forma de lágrima del que escapaba un caudaloso arroyo que se internaba en la selva camino del mar.

—El ochenta por ciento de este planeta está ocupado por un océano de un color verde esmeralda. Hace eones  cubría toda la superficie y los movimientos tectónicos y el impacto de un meteorito produjeron estos afloramientos, casi todos en una de las caras del planeta. —continuó— Perforamos túneles y construimos nuestras ciudades en ellos.

—¿Así que vivís bajo tierra? —pregunté yo.

—Originalmente éramos una especie anfibia y aun lo seguimos siendo. Nos gusta pasar largas temporadas en mares y océanos, pero en el agua no se puede desarrollar las tecnologías que nos han convertido en lo que somos, así que cuando estamos en tierra, para escapar del calor y los insectos, perforamos estos túneles.

—¿Todos los planetas que habéis colonizado son similares?

—Si no lo son, tratamos de reformarlos en la medida de lo posible para que se adapten a nuestras necesidades. Nos gusta estar cómodos.

—¿Por eso alquilasteis el sistema a la Federación? ¿Porque resultaría tremendamente complicado y costoso adaptar los planetas de aquel sistema?

—Nuestras sondas echaron un vistazo rápido y lo descartaron rápidamente. Cuando la Federación nos ofreció arrendarlo, no todos estábamos de acuerdo, pero finalmente la mayoría se impuso y esa mayoría es la que se siente traicionada y  para recuperar su crédito está empeñada en recuperar el planeta por cualquier medio.

Volvimos al salón y comimos un poco, observando el atardecer a través de los amplios ventanales. Mientras tanto Kremmark no paraba de conversar con los glee, consciente de que el tiempo se le echaba encima.

Era ya medianoche cuando los diplomáticos dieron por terminada la reunión informal. Los Glee querían separar a Kremark de nosotros para alojarle adecuadamente, pero Aldara insistió en que éramos sus invitados y que nos alojaríamos en su ala.

Las estancias de Aldara estaban varios niveles por debajo de la sala de reuniones. Aparte de eso, no se diferenciaban del resto de la edificación, salvo por algunos objetos decorativos que se había traído de diversos sistemas en recuerdo de sus misiones.

Los observé y me acerqué a un conjunto de bolas plateadas que parecían levitar dentro de un cubo de plástico transparente.

—Yo que tú no me acercaría demasiado. Es una trampa arquiliana y no esta desactivada.

Miré al objeto unos segundos más y luego la miré a ella.

—Has caído. —dijo ella riendo— Deberías haber visto la cara que has puesto.

—Vaya, los glee tienen sentido del humor. —intervino Kremark— Eso sí que no lo esperaba. Me gustaría intercambiar bromitas toda la noche, pero mañana me espera un día muy duro. Si es tan amable de indicarme mis aposentos, me retiraré a descansar.

Aldara frunció los labios y le llevó a una estancia al lado de su habitación. Después de acomodarlo, Aldara volvió al vestíbulo, donde yo esperaba y me guio hasta un amplio salón. No me había dado cuenta de cuánto habíamos bajado hasta que vi el amplio ventanal y la terraza que daban directamente al lago que había visto desde la sala de audiencias.

El agua era de un color rojo rubí, según me contó Aldara, debido a las algas que crecían en él. Sin decir palabra se desnudó y se dirigió a la terraza. Yo la seguí observando su culo redondo, sus muslos fuertes y el pelo grueso y crespo que cubría su cabeza y una franja de su espalda a ambos lados de la columna. Con la elegancia que le proporcionaban eones de evolución se lanzó al agua y solo entonces se dio la vuelta, invitándome a zambullirme.

Consciente de que era incapaz de desenvolverme con esa elegancia, opté por aprovechar la baja gravedad del planeta y exhibirme saltando con todas mis fuerzas hacia arriba.

Me despegué cerca de siete metros del balcón y cuando empecé a notar el suave tirón de la gravedad del planeta, me encogí imitando a los saltadores olímpicos, esperando hacer una múltiple salto mortal. No fue un aterrizaje limpio, es más, me zambullí de espaldas, pero al salir a la superficie comprobé que la había impresionado.

Miré sus ojos que ahora estaban mirándome desde detrás de sus parpados transparentes y me acerqué a ella. Con una sonrisa se zambulló y me esquivó sin dificultad. Su piel se había convertido en algo suave y resbaladizo, muy difícil de aprehender.

Me sumergí y supliendo con fuerza bruta la falta de técnica me hundí en aquel agua sangrienta tras ella.

Seguí a Aldara entre una miríada de pequeños pececillos de extrañas formas que evolucionaban a nuestro alrededor hasta que salió a la superficie y se subió a una roca que había  justo debajo de la cascada. Gracias a la baja gravedad de Geeldara las gotas de agua caían suavemente envolviéndonos en un manto refrescante.

La enana blanca asomaba aun en una cuarta parte por el horizonte haciendo brillar el cuerpo de la glee como si estuviese hecho de diamante.

Me acerqué a ella y la besé. Sabía al pescado que habíamos comido en la recepción. Acaricié con suavidad su rostro y su cuello mientras saboreaba su lengua, ligeramente rasposa.

—¿Estás segura de esto, alteza? —pregunté yo.

Por toda respuesta ella me tapó la boca  con un nuevo beso y se abrazó a mí. Mis manos se desplazaron por sus caderas y su culo y se hundieron en su gruesa cabellera. Me sorprendió al notar que el tacto era parecido a meter los dedos entre las fibras de una gruesa alfombra de lana. El pelo se erizó al notar mi contacto y la glee dejó escapar un suave gemido.

En ese momento Adara se dio la vuelta y dándome la espalda empezó a frotar su cuerpo contra el mío mientras emitía una especie de canción que recordaba ligeramente al canto de una ballena.

La suave caricia de su melena me resultó tremendamente erótica. Agarré a la glee por su resbaladizo vientre y froté mi polla erecta contra su espalda cálida y suave. En ese momento los gruesos pelos comenzaron enredarse en torno a mis genitales acariciándolos y estrujándolos con suavidad, magnificando mi placer e invitándome a empujar con más fuerza.

La canción se hizo menos elaborada y su timbre más ronco. Era evidente que Aldara estaba disfrutando. Girando la cabeza me miró e interrumpió su canción para besarme.

En cuanto separó sus labios de los míos dio un rápido salto y se zambulló en el lago mientras yo intentaba asir su resbaladizo cuerpo inútilmente.

Aldara asomó la cabeza en medio de la laguna y miró con una sonrisa mi dolorosa erección. Con un aire ofendido me quedé sobre la roca y decidí adoptar  varias poses en las que mi polla destacase tan estrambótica como fuese posible.

Ella rio y tras una nueva mirada me dio la espalda. Yo me tiré al agua y me acerqué a ella dando saltos fuera del agua  como un delfín medio muerto.

Me agarré a ella de nuevo y le mordí el cuello mientras volvía a frotarme contra su dorso. Aldara interrumpió su canto y comenzó a gemir mientras evolucionaba en el agua conmigo agarrado a su espalda como una especie de garrapata salida.

Poco a poco sus movimientos se hicieron más fuertes y menos coordinados hasta que con un agudo grito se sumergió hasta el fondo de la laguna y se puso rígida. Con la espalda combada se abrieron unas pequeñas fisuras entre su melena y de ellas emergieron   una docena de huevos transparentes del tamaño de pelotas de pin pon, que por unos instantes nos envolvieron antes de alejarse de nosotros, llevados mansamente por la corriente.

Aldara finalmente se relajó y se dio la vuelta para besarme. Con suaves empujones me llevó hacia la orilla donde me obligó a sentarme.

Con su cuerpo aun en el agua me cogió el miembro y se lo metió en la boca dándole suaves lametones con su lengua rasposa. Yo gemía y acaricia con suavidad su cara mientras ella me miraba con su tercer ojo a la vez que con los otros dos se concentraba en mi polla.

El placer que me provocaba era tan intenso que no tarde mucho tiempo en correrme. Aldara se apartó mientras me observaba eyacular con curiosidad. Cuando mis testículos estuvieron vacios, Aldara asió mi verga y la olisqueó, lamiendo los restos de semen que quedaban en ella. Cuando terminó nos dejamos resbalar de nuevo al interior de la laguna y nos abrazamos y acariciamos un rato más antes de volver de mala gana a las habitaciones.

Esta nueva serie  consta de 24 capítulos. Publicaré uno  a la semana. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella

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Leia entre asteroides.

Hércules. Índice y guía de personajes.

Hércules. Prólogo

En la estrella de la muerte

Cuento de Navidad. Cuarta parte.

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Historias de la B. La heroína

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