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Smallbird y el enamoraputas. Capítulo 15

en Grandes Series

15

 

Me desperté temprano, aquel día tenía una cita con el marido llorica así que me duché y me vestí con más cuidado que de costumbre. Cuando llegué a la oficina, para mi alivio, María estaba en su mesa, con los labios fruncidos y un gesto de cabreo que nunca había visto en su cara, pero presente.

El cliente entró justo detrás de mí y su gesto mutó en una maternal sonrisa de bienvenida. Hice pasar al hombre delante de mí al despacho mientras le susurraba a la secretaria que teníamos que hablar.

Atendí al hombre lo más rápido que pude  y tras aceptar el anticipo, le aseguré que me pondría en marcha lo más pronto posible. Dándole unas palmaditas en la espalda y asegurando a aquel turbado hombrecillo que todo podía ser un malentendido, le despedí prometiéndole que pronto tendría noticias a la vez que le hacía gestos a María para que entrase al despacho.

—Antes de nada, siento todo lo que ha pasado. —dije incluso antes de que se sentase frente a mí— La verdad es que no tengo hijos y quizás me apresuré al darle la información sobre su padre a Pablo, pero no podía ver como esta situación te roía por dentro. Siempre he sido partidario de decir las cosas como son.

—Ya, pero es mi hijo y yo soy la que debe decidir lo que debo contarle y cómo hacerlo. No tú. —replicó María tensa— ¿O estás insinuando que no soy una buena madre?

—Al contrario, es encomiable la manera en la que educas y proteges a tus hijos. Me puedo imaginar lo que estas luchando para sacarlos adelante, pero precisamente por eso, no entiendo porque permites que el soplapollas de tu ex aparezca en tu vida y la ponga patas arriba.

—No espero que lo entiendas. Tú no tienes hijos. Los hijos necesitan saber que sus padres son los mejores, no tienen que conocer sus defectos.

—No sé. En mi opinión solo haces que sobreprotegerlos y asilarlos de la realidad y eso no es bueno. Cuando se metan en problemas deben saber con quién deben contar y desde luego que esa persona no es su padre. En todo caso, debo reconocer que me excedí y debí dejar que fueses tú la que decidiese cuándo y qué contarles a tus hijos sobre tu exmarido. Por eso te pido que me perdones.

María me miró y asintió aun con el ceño fruncido. A pesar de que me perdonaba sabía que nuestra relación no volvería a ser la misma. Para ella lo primero eran sus hijos.

Es saber que no volveríamos a tener una relación tan estrecha me produjo a la vez alivio y desilusión. En el fondo había deseado que aquella relación continuase. Estaba casi seguro de que podía enamorarme de esa mujer. Me gustaba su cara, su cuerpo y su carácter dulce y abnegado.

Por otra parte soy consciente de que soy un tipo muy incomodo con el que vivir. Tarde o temprano haría alguna estupidez y perdería una secretaria  a la que me sería muy difícil sustituir, así que como en el fondo soy un tipo práctico, me limité a encogerme de hombros mientras ella me daba la espalda y volvía de nuevo a su puesto de trabajo.

Poniendo los pies sobre la mesa, cerré los ojos un momento. Mis pensamientos volvieron a la noche anterior. Si le contase a alguien lo que me había pasado estas últimas noches me tomarían por un mentiroso o un loco. La imagen del cuerpo de Rosa, sudoroso y jadeante, me asaltaba una y otra vez. La verdad es que aunque Rosa no se hubiese ofrecido, nunca permitiría que un inocente fuese a parar a la cárcel, estuviese o no a cargo de la investigación.

Cada vez estaba más convencido de que el sudamericano que había visitado la empresa en la que trabajaba López era el responsable del asesinato, pero solo era la mano ejecutora y eso me llevaba a la pregunta de quién más podía estar interesado en la muerte de Omar y solo me quedaba un sospechoso obvio.

Matar era fácil y barato. Cualquiera podía contratar a un sicario para matar a alguien, pagarle unos pocos miles y para cuando la policía quisiese saber que había pasado, el asesino estaría camino de su país de origen, pensando en cómo iba a gastar su fortuna recién adquirida. Pero matar a alguien, desviando la atención de su cliente e incluso proporcionando pruebas suficientes para enchiquerar a un sospechoso, eso era mucho más difícil y por tanto requería mucho más dinero, dinero que  Jorge Mirto poseía a espuertas.

Otra cosa era demostrarlo. Convencer a Carmen de que Abelardo López era inocente sería difícil, pero inducirla a  investigar a uno de los hombres más poderosos del país eso era casi imposible. De todas maneras tenía que intentarlo.

Así que abrí los ojos, me estiré unos segundos y poniéndome en pie salí de la oficina dejando a María trasteando en su escritorio con un aspecto algo más relajado.

La comisaría tenía un aire bastante menos tenso. Desde que habían desbaratado la célula terrorista y detenido a un sospechoso del asesinato de Omar, no había habido ningún caso relevante lo que ayudaba a mantener un aire relajado que me permitió pasar más o menos desapercibido.

Negrete, sin embargo, me detectó inmediatamente y reconoció mi cara de preocupación. Antes de que pudiese llegar a Carmen, abrió la puerta de su despacho y me hizo señas para que me acercara.

—Te conozco desde que entraste por primera vez por esa  puerta siendo un novato gilipollas que no sabía ni limpiarse el culo solo y conozco esa mirada. Esa cara solo significa problemas. ¿Qué cojones pasa ahora?

—Creo que tenéis al sospechoso equivocado.

—¡Dios! ¿Es que nunca traes una buena noticia? Cada vez que apareces por mi puerta es para cubrirme de mierda hasta el cuello. Debí de pegarte un tiro al verte aparecer por esa puerta.

—Lo siento jefe, es lo que hay.

—¡Es lo que hay! ¡Es lo que hay! Siempre la misma cantinela. Está bien, dime qué es lo que tienes.

—Será mejor que llames a Carmen,  —dije desenvolviendo un caramelo—así no tendré que repetir lo mismo otra vez y a Gracia también, ayer fue testigo de una conversación que en parte es la causa de mis sospechas.

Con gesto poco convencido, el comisario cogió el teléfono y mantuvo una corta conversación. En dos minutos las dos detectives estaban en el despacho. Por la forma en que me miraban me figuraba que Gracia ya le habría contado la conversación que habían tenido con el jefe de Abelardo.

—Me imaginaba que tarde o temprano vendrías por aquí. —dijo Carmen a modo de saludo— Gracia me lo ha contado todo. Una historia muy bonita, pero no son más que pruebas circunstanciales.

—Tienes toda la razón, Carmen, pero sabes perfectamente que esas pruebas bastarán para que un mediocre abogado eche por tierra la acusación, solo quiero evitar que quedéis como unos estúpidos.

—No, si tú no le mencionas tus sospechas a nadie. —replicó Carmen llevada por los nervios.

—Bueno, supongo que a ti no te importa que un inocente vaya a parar a la cárcel, pero yo tengo clientes que quieren saber la verdad y no creo que Abelardo sea el responsable del asesinato.

—Lo que quiero decir es que  te basas en mayor parte en tu intuición. —intentó justificarse la teniente— Me parece muy bonito todo lo que estás diciendo, pero yo me baso en los hechos. Abelardo tenía un móvil y una oportunidad y encontramos el arma del crimen en su casa...

—Yo diría que muy convenientemente. Supongo que también te habrá contado Gracia lo que opino de un asesino que conserva el arma del crimen en su casa, con la sangre de la víctima, pero sin sus huellas y luego insiste en que se la han robado hasta el punto de poner una denuncia.

—¿Y usted qué opina, detective Viñales? —preguntó Negrete sin poder evitar una sonrisa malévola.

—Escuché la declaración del jefe de Abelardo y me pareció bastante intrigante. No sé quién de los dos tiene la razón, pero imagino que no hay demasiados funcionarios extranjeros en el servicio de inspección de trabajo. —respondió la joven eludiendo con habilidad el compromiso en el que le había metido el comisario.

—Una buena idea. —dije yo pensando en cómo demonios no se me había ocurrido a mí— ¿Qué le parece comisario si Gracia y yo vamos a inspección de trabajo para ver si conseguimos algo de información sobre ese hombre? Si es verdad que existe y hablamos con él, daré por buena vuestra teoría y dejaré oficialmente de daros por el saco.

—De acuerdo, Smallbird. Todos estamos en el mismo barco, tenemos el mismo interés que tú en hacer justicia. —dijo Negrete mientras Carmen asentía aun convencida de que ella tenía la razón.

Diez minutos después estábamos en el coche de Gracia, camino del ministerio de trabajo. la detective se acercó a la recepcionista que estaba en el enorme recibidor y mostrando su identificación le hizo unas preguntas mientras yo observaba el espacioso edificio y la gran escalinata de piedra por la que subían indolentes los ocupantes de las oficinas de los pisos superiores. No podía imaginarme subiendo aquellas escaleras y enterrarme en un mar de papeles durante ocho horas, día tras día hasta la jubilación. Supongo que habría gente a la que le gustase, pero a mí me resultaba de lo más deprimente.

Seguí a Gracia escaleras arriba hasta el segundo piso y siguiendo las instrucciones de la recepcionista, nos introdujimos en un largo pasillo. Tras atravesar dos puertas, acabamos en las oficinas de inspección de trabajo.

El jefe de sección ya había sido avisado y nos esperaba con una sonrisa de compromiso a la puerta de su despacho.

—Buenos días, ¿En qué puedo servirles? —dijo el hombre sentándose e invitándonos a hacer lo mismo en unas sillas de aspecto bastante incómodo.

Gracia, esperó un instante hasta que  tras una fugaz mirada   se dio cuenta de que le dejaba a ella el interrogatorio.

—Buenos días señor Márquez, soy la detective Viñales y él es el señor Smallbird, un investigador adjunto. —dijo la joven mostrándole la placa.

El hombre cogió la placa de las manos de Gracia y la observó un instante antes de devolvérsela y preguntarnos de nuevo que podía hacer por nosotros.

—Verá, estamos investigando un caso en el que parece ser que alguien podría haberse hecho pasar por inspector de trabajo y queríamos saber si en efecto pertenece a su plantilla.

—De acuerdo, si es solo eso, no creo que haya problemas, ya sabe que ahora con la ley de protección de datos, cualquier consulta en profundidad requeriría una orden judicial.

—No se preocupe,  debe saber que la ley nos ampara. Toda empresa está obligada a proporcionarnos datos personales, siempre que estos sean necesarios para evitar un peligro real o para la represión de infracciones penales. —recitó Gracia— Además solo queremos saber si pertenece a su plantilla o no y si tenía órdenes de trabajo concretas para inspeccionar TELTALCO.

—Perfecto, no hay problema. ¿Cuál es el nombre? —preguntó el hombre encendiendo el ordenador.

—Ahí está el problema, la persona con la que hablamos no recuerda nada del tipo salvo una descripción bastante superficial de la persona.

—Entonces me temo que va a ser bastante difícil, solo en el área metropolitana tenemos cerca de un centenar de inspectores.

—¿Los conoce a todos? —pregunto Gracia.

—A unos más que a otros, pero sí, los conozco.

—Entonces no será tan difícil. Nuestro hombre es sudamericano, alto, delgado y con la nariz larga y fina.

—Mmm, no. El único que podría encajar es Quico, es hijo de ecuatorianos pero apenas mide uno sesenta y cinco y tiene un rostro más bien chato. Estoy seguro, no pertenece a nuestra plantilla.

—¿Podría haber venido alguien de otra oficina o de otra sección? —insistió Gracia consciente de que tenía que estar totalmente segura si iba a joderle el caso a su jefa.

—No sé, podría ocurrir, pero si me dais más datos de la visita podría responder con más precisión a  la pregunta. Toda visita tiene una orden de trabajo que esta informatizada, hasta las aleatorias. Incluye la hora, la empresa y el funcionario que la realizó, además de un informe de las posibles infracciones de la normativa que se hayan detectado.

—Fue para la sede que  TELTALCO tiene en Hortaleza, el día fue el viernes dieciséis a las seis de la tarde...

—¿Puedo preguntar qué fue lo que investigó el presunto funcionario? —preguntó el hombre frunciendo el ceño y dejando de teclear.

—Al parecer se concentró sobre todo en las herramientas de trabajo...

—Imposible. —nos interrumpió el funcionario— Un viernes a las seis de la tarde no se hacen inspecciones de trabajo. Solo en caso de que se produjese un accidente con heridos graves o víctimas mortales y lo requiriese un juez, se personaría uno de nuestros inspectores un viernes por la tarde para hacer una inspección. Imposible. —recalcó.

Sin darnos tiempo a replicar tecleó en el ordenador y nos mostró la pantalla.

—¿Ven? —señaló la pantalla con el dedo—No solo no hay órdenes de trabajo para inspeccionar TELTALCO sino que no hay ni una sola orden para esa tarde en concreto, pueden comprobarlo.

Estuve a punto de soltar un grito de triunfo mientras Gracia le daba las gracias a Márquez con un rictus de frustración en la cara. En el fondo aun esperaba que aquel inspector existiera y que tuviesen al verdadero asesino entre rejas. Ahora tenían que volver a empezar.

—Este puto caso es un asco. —dijo la detective una vez estuvimos de nuevo en el largo pasillo— Cada vez que parece que tienes algo se convierte en humo y se te escapa entre los dedos.

—Es frustrante, —convine yo— pero la verdad es que cada sospechoso que descartamos nos acerca un poquito más a la verdad. En el fondo a mi me resulta de lo más estimulante —dije pensando en que quizás antes de que terminase hubiese tiempo para follarme alguna mujer de bandera más.

Gracia me miró y soltó un resoplido de disgusto. Era evidente que yo no tenía que decirle a mi jefa que lo más probable es que el sospechoso que tenían fuese inocente.

—Quizás te anime si te digo que tengo una idea para que no te presentes ante Carmen con las manos vacías.

—¿Sabes? Creo que empiezo a conocerte y me da en la nariz que tienes un plan. ¿Qué coño te está rondando por la cabeza?

—Ya te lo contaré. Ahora llévame otra vez a TELTALCO, si haces el favor.

Gracia gruñó e insistió, pero no consiguió sacarme nada más que una sonrisa condescendiente. A las doce y media del mediodía no había casi tráfico y un cuarto de hora después estábamos de nuevo a la puerta de la sede de la empresa de telefonía. El jefe de Abelardo nos recibió con un leve arqueamiento de cejas. Cuando le expliqué lo que quería no puso demasiado problema y nos llevó a la sala que coordinaba la seguridad del complejo.

Con la ayuda de un hombre de uniforme cuya cara me sonaba vagamente, buscaron las grabaciones de las cámaras de seguridad. Mientras recopilaba archivos y los reproducía el hombre nos contó que era un policía jubilado de la comisaría de Chamartín. Resultó que habíamos colaborado en un par de trabajos y la atmósfera se distendió bastante mientras intercambiábamos batallitas.

Tras visionar varias grabaciones, hubo suerte con una. En ella se veía claramente al hombre que el jefe de López no dudo en señalar. Pacientemente le seguimos con las pocas cámaras que había en el local y a pesar de los saltos de tiempo en los que aparecía y desaparecía finalmente le veíamos subir en el exterior de las oficinas a un pequeño Fiat de color claro con una pegatina de Goldcar. Intentamos distinguir la matrícula, pero el ángulo no era bueno y solo distinguimos el tres final y las letras HNZ antes de que desapareciese de la vista de las cámaras.

—Esto ha ido mejor de lo que esperaba. —dije con las grabaciones de las cámaras de seguridad en la mano—quizás en un rato hasta podamos tener un nombre...

—Déjame adivinar. Ahora vamos a Goldcar.

—No, ahora vamos a comer algo. ¿Has comido alguna vez cerca del aeropuerto? Conozco un sitio buenísimo. —dije subiendo al Toyota.

A pesar de que apenas eran la una y media, La Torino ya estaba llena. Una sonriente camarera con acento argentino nos guio por el comedor y nos consiguió una pequeña mesa entre pilotos, turistas despistados y ejecutivos con prisas.

Comimos rápido y en silencio. La carne era bastante buena y yo insistí en invitar. Pedí factura y salimos a la calle. El rugido de los aviones despegando hacía que tuviésemos que interrumpir periódicamente la conversación.

Caminando, nos dirigimos a las oficinas que tenía Goldcar en Barajas. Nos atendió una joven que parecía estar hasta arriba de trabajo. Gracia le enseñó la placa y asintió aunque no cambió su cara de agobio. Tras nosotros se estaba formando una larga cola.

—Pregunten lo que quieran, pero háganlo rápido, por favor. Mi compañero está de baja y hoy esto es un infierno. —dijo la joven desde el ordenador.

—Verá uno de sus coches se ha visto implicado en un delito y queríamos saber si podría averiguar quién lo tuvo alquilado el día dieciséis del mes pasado. —dijo Gracia yendo directamente al grano.

—¿Tienen la matrícula? Preguntó la joven apartando un mechón de la cara y tecleando en el ordenador.

—Era un Fiat 500 de color claro, pero no tenemos la matrícula completa. El final es 3HNZ.

—Bien, tenemos tres coches que podrían coincidir. —dijo girando la pantalla para que pudiésemos ver.

—Este lo devolvieron a las cinco de la tarde del día dieciséis y no lo volvieron a alquilar hasta el diecinueve, no puede ser. ¿Podrías imprimir los contratos de los otros dos?

—Por supuesto —dijo la joven recogiendo los papeles que escupía la impresora y tendiéndonoslos.

—Gracias, no te molestamos más. —dije yo echando un rápido vistazo a los papeles y seleccionando rápidamente uno.

La chica apartó su vista rápidamente de nosotros y  se dedicó a atender a una cola de apremiantes pasajeros mientras abandonábamos la terminal.

—Ya tenemos un nombre. Solo puede ser este, el otro es un inglés de cara pecosa y blanca como la leche. —dije yo subiendo al coche de la detective— Kevin Suarez Olmos, treinta y cuatro años, natural de Bogotá.

Cuando llegamos a la comisaria Carmen recibió el golpe lo mejor que pudo. Sabía perfectamente que yo tenía razón. Abelardo López seguía siendo el sospechoso oficial, pero el tal Kevin tenía toda la pinta de ser un sicario. Había llegado el día ocho del mes pasado y se había ido justamente la noche del asesinato a eso de las tres de la madrugada.

Tenía toda la pinta de un golpe limpio y bien organizado. Mientras Negrete llamaba al Ministerio de Exteriores para conseguir información del  gobierno colombiano, Carmen descargó una buena imagen de Kevin de las grabaciones de la empresa de telefonía y la mandó a la INTERPOL. El programa de reconocimiento facial estaba aun en fase de prueba, pero ya les permitían usarlo en casos excepcionales. Tardarían unas horas, pero si tenían algo de ese hombre lo encontrarían.

—Bien, ahora solo queda esperar. —dijo Carmen— De todas maneras es evidente que ese hombre es un sicario y probablemente no llegaremos más allá. Solo tenemos pruebas circunstanciales.

—En el remoto caso de que lo capturáramos, jamás nos diría quién le contrató. —dijo Gracia mordiéndose las uñas de frustración.

—Al contrario. —dije yo—sabemos perfectamente quién lo contrató.

—¿Cómo? —dijo Negrete que entraba en el despacho de Carmen justo en ese momento.

—Es evidente. Este no es un sicario normal. No solo mato a Omar si no que le colgó el muerto a un sospechoso más que plausible. El hombre se tomó su tiempo. Vigiló a su víctima y de alguna manera se enteró de de la existencia de Abelardo, probablemente presenció la discusión con el segurata de la urbanización. Le investigó y le colgó el muerto limpiamente.

—¿Y qué?

—Que todo eso cuesta dinero. Mucho dinero. De entre todos los sospechosos, solo Jorge Mirto tiene la pasta y los contactos para contratar un profesional de ese calibre.

—¿Tienes pruebas? ¿Tienes un móvil?

—No tengo pruebas pero...

—A ver cómo te lo puedo explicar, —me interrumpió Negrete— solo un majara intentaría detener y procesar a uno de los tipos más ricos e influyentes del país sin una sola prueba. No dudo de que tengas razón en tus intuiciones. Sé que eres un gran detective, es más, tengo la convicción de que eres el mejor investigador que he conocido en mi vida, eres listo, intuitivo y nunca te das por vencido, pero si lo que dices es cierto, este caso no solo te queda grande a ti, nos queda grande a todos nosotros.

—Entonces, ¿Qué vas a hacer? ¿Procesar a ese pobre hombre que tienes en los calabozos? Tienes que pedir una orden... Tenemos que pinchar sus teléfonos y seguir sus movimientos... —insistí a pesar de que sabía que era una causa perdida.

—¡Joder Smallbird! —exclamó Negrete— ¿Dónde coños te crees que voy a encontrar un juez que me firme una orden semejante? Prefiero dejar el caso sin resolver. Necesito pruebas para hacer algo así y ambos sabemos que ese jodido sicario no ha dejado ninguna.

—Podemos intentar seguir el rastro del dinero.

— En el raro supuesto de que consiguiésemos identificar al sicario y con ello poder investigar el origen de su dinero, ¿A estas alturas crees de verdad que ese hombre no tiene una serie de cuentas en paraísos fiscales a nombre de testaferros? Estoy seguro de que ha puesto entre el asesino y él una serie de cortafuegos que hace imposible cualquier investigación, por no recordarte que para eso no solo se necesita una orden judicial, sino que también se necesitan peticiones por parte del Ministerio de Exteriores o de Justicia a los paraísos fiscales para que estos nos den una información que no nos proporcionarán ni borrachos, ese también es un callejón sin salida.

—¿Y si te consigo un testigo? —pregunté pensando en la secretaria de Mirto como último recurso.

—Si vienes con un testigo, escucharemos tu historia y obraremos en consecuencia. —replicó el comisario mirándome severamente— Pero con ese hombre no puedo permitirme ningún paso en falso. Me temo que tendrás que ocuparte del resto de la investigación tú solo.

—¡Señor, yo creo que...!

—¡Silencio, Viñales! ¡Esto no es una puta democracia! ¡Aquí se hace lo que yo digo, cojones! Si me entero de que alguien de esta comisaría le echa una mano a Leandro, le corto los cojones. ¿Entendido?

Una mirada bastó para que los tres nos encogiésemos. Sabía que cuando el comisario tomaba una decisión nada le haría cambiar. Así que ni se me pasó por la cabeza insistir.

—Está bien, solo una cosa más. —dije yo.

—¿Qué más quieres? —preguntó Negrete clavando sus ojos castaños en mí.

—Verás me gustaría saber cuándo vas a soltar al sospechoso. Tengo un cliente que...

—¡Joder Smallbird! —intervino Carmen—  ¿Cuántas personas te están pagando por investigar un solo caso? Como sigas así vas a conseguir una fortuna a nuestra costa. Hasta que no sepamos algo de la INTERPOL no  pienso hacer nada. Si conseguimos identificar a ese tipo como un asesino profesional lo soltaremos, pero sin no obtenemos ninguna información intentaremos conseguir una confesión o más pruebas contra él. De momento sigue siendo el sospechoso oficial.

—Y dale, ¿De veras piensas llevar a juicio un caso que hasta un estudiante de segundo de derecho podría desmontar? El arma del crimen tiene toda la pinta de estar manipulada. El personaje es un tipo que no tiene ni una multa de tráfico y el móvil, aunque posible, es bastante endeble. —dije yo perdiendo la paciencia— Bueno, como quieras, pero si finalmente identificas al supuesto asesino, avísame, por favor. Yo intentaré seguir haciendo vuestro trabajo.

—De acuerdo, tú mismo. —respondió ella lacónicamente.

—Creo que ya está todo claro. —repliqué yo sin poder evitar que trasluciese el enfado en mi voz— Sí no te importa me llevo esto, quizás lo necesite.

Cogí la foto que habían usado para enviar una imagen del supuesto sicario a la INTERPOL y me la guardé en la cazadora sin esperar una respuesta y salí de la comisaría sin despedirme. No esperaba que pusiesen un escuadrón de policía a mi servicio, pero sin tener siquiera a Viñales para apoyarme, me iba a costar un montón conseguir pruebas suficientes para convencer a Negrete, aunque no pensaba darme por vencido.

Cuando salí al exterior, una intensa necesidad de fumar un cigarrillo me asaltó. Por un instante se me pasó por la cabeza ir al estanco más cercano y fumarme un cartón seguido. Me apoyé en la moto y conté hasta cien. Lentamente, dejando que pasase el tiempo y el deseo se fuese diluyendo hasta convertirse en una brasa que unas copas de Whisky pudiesen apagar.

Monté en la moto y me fui a casa tan rápido como la lluvia, que comenzaba a caer de nuevo, me lo permitió.

 

Esta nueva serie de Smallbird consta de 18 capítulos. Publicaré uno  a la semana. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella

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El tatuaje: Vero

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La princesa blanca Epílogo.

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Verano del 44

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Historias de la B. La heroína

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