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La princesa blanca 11

en Grandes Relatos

11

Joey pasó el miércoles haciendo exámenes toda la mañana y por la tarde gastó hasta el último centavo que le habían dado los padres de Amber preparándose para la fiesta de la primavera del viernes por la noche. Por una vez y de modo excepcional, se llevó a su madre para que le asesorase.

Tras visitar casi todas las tiendas de la localidad, finalmente se decantó por un terno color antracita con un poco de brillo y una camisa color burdeos. Luego se cortó el pelo y finalmente pasaron por la floristería donde su madre le ayudó a escoger una orquídea blanca con pequeñas motas purpuras en la base de sus pétalos.

Probablemente llevar a su madre fue una gran idea, lo que no impidió que le pusiese  repetidamente en evidencia llorando de emoción cada vez que se cambiaba de traje.

Cuando llegó a casa estaba mentalmente agotado y se metió en la cama sin haber escrito una sola línea.

El jueves volvió a clase e hizo su último examen. Cuando salió de clase Mike le estaba esperando tan sonriente como siempre.

—Verás, —dijo acercándose y echándole el brazo bueno al hombro— Dawn, la chica con la que voy a ir al baile tiene una amiga y como Amber te dio calabazas...

—Lo siento, —le cortó Joey con un suspiro de alivio ya que se imaginaba como sería la amiga de Dawn— pero ya tengo pareja para el baile.

—¿Cómo? ¿Quién? —preguntó Mike sorprendido.

—Judith...

—¡Serás cabrón! ¡Joder con el artista atormentado! —exclamó Mike— ¿Cual será tu próximo ligue? ¿Miley Cyrus? En fin, no te preocupes por mí y disfruta de la noche, ya le encasquetaré la gorda a cualquier pringado.

—No olvidaré tu preocupación por mi bienestar. —dijo Joey irónicamente mientras salían por la puerta.

Cuando llegó a casa, su madre ya se había ido a trabajar. Joey se preparó algo para picar y se lo llevó a la habitación para seguir escribiendo.

                                                                              ***

No tardó mucho en encontrar a Swich. Tal como esperaba, estaba en una partida de naipes en una taberna del puerto. Cuando entró el soplón le reconoció inmediatamente y se excusó siguiendo a Guldur fuera del establecimiento. Guldur le hizo una seña y le guio hasta un callejón estrecho y apartado de la gente que corría atareada por los muelles.

—Hola Swich,—dijo Guldur —¿Te acuerdas de mí?

—Claro que sí.—respondió Swich  haciéndole un guiño cómplice—Hacía años que no te veía.

—Sí, hace tiempo que dejé el negocio.—dijo Guldur tratando de ser escueto.

—Dime, ¿Qué puedo hacer por ti?

—Verás quede en encontrarme con Albert aquí hace un par de días pero no he logrado dar con él. Me dijo que si había algún problema hablase contigo, que tu sabrías dónde buscarle.

—Vaya, ¡Qué lástima! He estado con él hace unas horas pero no sé nada de él desde la madrugada de ayer.

—¿Seguro? ¿Y no sabes dónde puede haber ido?—preguntó Guldur poniendo una mano en la cadera.

—Ni idea, nos hemos pasado casi dos días enteros buscando una joven por todas las posadas de la ciudad pero ayer en una de las últimas  por revisar me despidió con un gesto y no he vuelto a saber nada de él.

—¿Y no te dijo nada antes de despedirte?

—No.

—¿Seguro?—preguntó Guldur sacando la daga del cinto con un movimiento rápido y pegando su filo contra el cuello del soplón.

—¡Eh, tío! —dijo Swich tragando saliva— Cuidado con eso.

—Dime, ¿Dónde está Albert?

—No lo sé, por favor... Te juro que te he contado todo lo que sé...

Guldur hincó el filo de la daga en la garganta de Swich y la frase acabo en un apagado gorgoteo. Guldur le sujetó mientras caía y lo tumbó entre unas cajas vacías para que pareciese un borracho durmiendo la mona en el callejón. Limpió la daga en la camisa del cadáver y se alejó jurando camino de la mansión del gobernador.

Cuando él rey llegó con su prometida al palacio de las nubes Serpum estaba esperándole tal como había prometido. El anciano observó a la joven que acompañaba al rey con curiosidad y se alegró por su señor. La joven era realmente bella y su elegante vestido de algodón blanco insinuaba un cuerpo esbelto y turgente.

—Querido amigo, te presento a mi prometida, Nayam de Gandir —dijo el rey Deor con solemnidad.

—Es un honor conocer a mi futura reina —respondió el arcipreste haciendo una reverencia.

Por un momento los ojos del anciano se cruzaron con los de la joven y Serpum descubrió inmediatamente su secreto. Sorprendido de que aún quedasen personas con sus habilidades, una leve esperanza empezó a crecer en el corazón del anciano.

La joven, percibiendo que los dos hombres tenían asuntos graves que tratar, saludó al arcipreste  y  se excusó alegando el cansancio del viaje y dejando a los dos solos en la sala de audiencias. La seriedad en la cara del arcipreste le reveló al rey que no eran buenas noticias las que traía de su expedición.

—Creo que ya sé cómo ocurrió todo. —dijo Serpum  de pie mientras el rey se sentaba en el trono.

—Siéntate y cuéntame todo lo que has averiguado —dijo el rey invitándole con un ademán.

—No tengo pruebas, pero estoy casi seguro de que Guldur fue el que planeó el secuestro.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Porque nos mintió. Encontré el lugar de la emboscada donde cayó tu hijo. No fue obra de bandidos, dejaron la comida y se llevaron a sus muertos. Después de rastrear la zona encontré huellas de trasgos.

—¡Trasgos! ¿Por qué Guldur no nos dijo que los atacantes habían sido esas bestias?

—Porque no quería que lo relacionases con el secuestro de Nissa, además como te trajo a Eldric sabía que no mandarías a nadie a investigar  el accidente. Por si acaso mandó borrar todas las huellas y casi le sale bien.

—¿Qué ocurrió después?—preguntó el rey.

—Supongo que los trasgos rodearon los Alpes del Oeste y entraron en Juntz por el camino secreto hasta la gruta dónde Linnet debía traerles a la princesa según el plan de Guldur.

—¿Cómo sabes que fue Guldur?

—Sólo tres personas sabíamos de la existencia del pasadizo, tú, yo y Eldric y sólo dos tenían la llave colgando del cuello por una cadenilla. ¿Tenía tu hijo la llave cuando te lo entregó Guldur?

—Déjame pensar... —El rey Deor se acercó a un armario de la esquina de la sala y extrajo un pequeño cofre de plata de su interior— Ordené que todos los objetos personales de Eldric fuesen recogidos y guardados en este cofre.

Con  un gesto de dolor lo abrió y volcó su contenido sobre la mesa de los mapas. Un batiburrillo de anillos cadenas y otros pequeños objetos de adorno se esparcieron por la oscura madera. Revolvieron entre ellos pero no encontraron una llave como la que el rey sostenía en esos momentos en sus manos.

Guldur no sabía lo del pasadizo pero Eldric bien pudo opinar que debía saberlo por motivos de seguridad y podría habérselo contado.

—Todo encaja perfectamente pero, ¿Y el flechazo?

—Recordaras que yo mismo se lo curé. Era una herida superficial y no había afectado a ningún punto importante de su hombro, es más,  visto ahora con perspectiva me pareció raro que a pesar de que la flecha se coló por las juntas de la armadura apenas profundizo unos centímetros en el músculo. Si hubiese sido lanzada  con una ballesta debería haberle roto el hombro. Probablemente se la clavó el mismo con la mano para añadir verosimilitud a su historia.

—Y lo peor es que lo dejé ir a la fortaleza del Norte de dónde escapó y persigue a mi hija sin que Albert lo sepa. —dijo el rey dando un puñetazo en la mesa.—¿No puedes ayudar a Albert o mi hija de alguna manera? —preguntó Deor.

—Sabes que soy demasiado viejo. Mis poderes hace tiempo que se secaron y solo son un pálido reflejo de lo que llegaron a ser en mi juventud. Pero hay una pequeña esperanza. Tu prometida.

—¿Nayam?

—He percibido la magia en esa joven. Necesitaré tiempo y ella tendrá que acceder voluntariamente a ayudarnos.

—Dentro de dos días será la boda. Una vez sea la reina le contaré todo y estoy seguro de que cumplirá con su deber.

—No tenemos  tiempo mi señor, cada minuto cuenta. Mañana, cuando haya descansado, me ocuparé de ella. —replicó el anciano frunciendo el ceño y abandonando la sala  tras una silenciosa reverencia.

                                                                              ***

—Hola Judith —dijo Joey cogiendo el teléfono al segundo timbrazo.

—Hola Joey.

—¿Algún problema? —preguntó el.

—¡Oh, no! —se apresuró a decir la joven— Es que le he comentado a mi padre que tú me llevarías al baile y...

—¿No le parece bien?

—No, no es eso, de hecho le parece perfecto. Sabe que eres un chico de fiar, de lo que no se fía es de tu coche, dice que es un ataúd japonés con ruedas.

—Lo siento pero no tengo dinero suficiente para alquilar una limusina. —dijo Joey.

—Ya se lo he dicho a mi padre y me ha dicho que te presta su Cadillac.

—¿Su Cadillac Fleetwood Eldorado de 1968?

—Sí.

—¿El mismo coche por el que me echó de tu casa hace ocho años por haber puesto una lata de Coca Cola encima del capó?

—El mismo.

—Creo que tu padre te adora. —sentenció Joey.

—Por suerte para ti —dijo Judith riendo.

—Entonces mañana puedo ir hasta tu casa con mi Honda y luego vamos con el Cadillac a la fiesta.

—Esa es la idea.

—De acuerdo, mañana en el instituto hablamos de los detalles. —dijo Joey.

—Joey...

—¿Qué?

—Gracias por llevarme a la fiesta.

—Gracias a ti ... y a tu padre. —dijo Joey y colgó el móvil sonriendo.

                                                                              ***

El edificio del gobernador era el palacio más grande y majestuoso de Veladub. Estaba hecho totalmente con mármol traído del sur hacía más de trescientos años. A ambos lados de la escalinata que llevaba a las dos grandes puertas de bronce que guardaban la entrada, dos hileras de esfinges de diorita escrutaban con su negra mirada a todos los visitantes.

Guldur se acercó a la puerta y dos guardias enormes le cerraron el paso. Guldur se arremangó la manga derecha y los hombres abrieron los ojos sorprendidos y le franquearon el paso sin preguntas al ver el tatuaje que le confería un poder sólo comparable al del gran visir del rey Senabab.

Guldur se dejó las ropas arremangadas y se limitó a levantar el brazo ante cualquier funcionario que osaba interrumpir su camino hacia los aposentos privados del gobernador.

El mayordomo fue  el único con pelotas para detenerle y después de revisar el tatuaje atentamente invitó a Guldur a esperar en una sala mientras degustaba unos dátiles y un dulce vino del valle de rio Rumor.

El Gobernador apareció en menos de diez minutos con su blando corpachón embutido en una ligera túnica gris apropiada para el sofocante ambiente de sus aposentos.

—Me dicen que eres un agente del rey Senabab.— Dijo el gobernador levantando un pequeño libro de claves que llevaba en la mano—Acércate y enséñame ese tatuaje.

Los tatuajes de los agentes del rey tenían una parte más sencilla y reconocible por las castas inferiores del funcionariado y del ejército y aunque eran secretas, eran conocidas por un número amplio de personas. Estas eran las que les franqueaban el paso ante los funcionarios inferiores evitando engorrosas y estériles discusiones. Los había de tres tipos dependiendo de la importancia del personaje. La de mayor grado suponía la pena de muerte para aquel que intentase impedir acceder a su portador a cualquier instancia del reino con la excepción del rey, el gran visir y los gobernadores de cada región del reino.

El gobernador inspeccionó el tatuaje y verificó que era del más alto nivel, con disgusto tuvo que admitir que sus subordinados habían hecho bien y no podría descargar su ira sobre ellos.

La segunda parte del mensaje sólo podía interpretarse mediante el libro de códigos que tenía el gobernador en la mano. El mensaje que portaba en este caso era sencillo. "Este hombre es el brazo de su majestad el rey Senabab en cualquier lugar en el que se encuentre y se le debe proporcionar toda la ayuda que precise." Negarse a cualquiera de sus peticiones sería negar los deseos de su majestad y el culpable  por tanto sería reo de muerte.

Un sudor frío corrió por la espalda del alto funcionario. No se le ocurría que podía querer aquel desconocido de él. En lo único que acertaba a pensar era en el pequeño pellizco que se llevaba de los impuestos reales pero... todo el mundo lo hacia... ¿O no?

—¿Satisfecho? —pregunto Guldur impaciente por la minuciosa observación de que era objeto el interior de  su brazo.

—No hay la menor duda de la naturaleza de su mensaje. Estoy totalmente a tu servicio. —dijo el gobernador con una reverencia—¿Qué deseas de mí?

—Un peligroso agente de Juntz se ha infiltrado en la ciudad, necesitamos detenerlo inmediatamente antes de que escape.—respondió Guldur no sin detectar el leve suspiro de alivio del gobernador— Puede que vaya acompañado de una mujer joven de extraordinaria belleza, si los ven juntos debemos detenerlos a los dos. Quiero que ponga vigilancia en todas los accesos a la ciudad y la extremen  en el puerto. Si dan con él cárguenlo de cadenas y prepárenlo para llevármelo con una fuerte escolta a Krestan para ser interrogado por el rey. Yo recorreré la ciudad buscando en los lugares donde puede haber conseguido ayuda. Necesitaré un par de tus  mejores  hombres.

Las órdenes fueron cumplidas inmediatamente, Guldur le dio una rápida descripción de Albert al capitán de la guarnición y  diez minutos después estaba en la puerta oeste de la ciudad donde se encontró con Casir que seguía en el puente intentando robar a los viandantes despistados. Cuando el rufián vio a los soldados se puso rígido, pero enseguida reconoció a Guldur y se acercó con una sonrisa calculadora.

Después de un breve interrogatorio Guldur se convenció de que ni Albert ni Nissa habían pasado por allí.  La puerta oeste era el camino más rápido de vuelta a casa y el que no hubiese aparecido Albert aun, le tranquilizó. O bien Albert  no había encontrado  a Nissa o el viaje entre los trasgos le parecía demasiado arriesgado para la joven y había optado por coger un barco en Krestan o Noab. Cualquiera de las dos opciones significaba que si lograba huir tenía un largo camino por delante en un reino en el que Guldur  contaba con todas las  ventajas. Ni Albert ni Nissa escaparían de él.

Cuando finalmente llegaron los refuerzos, Guldur empezó a buscar a Albert en el interior de la ciudad.

Almorzaron los dos juntos y desnudos en la cama. Dos mujeres desnudas  de tez oscura y cuerpos brillantes les sirvieron queso, miel y pato confitado. Kondra utilizó todos los trucos de su oficio para mantener un poco más de tiempo a aquel hombre junto a ella pero llegado el mediodía Albert comenzó a impacientarse.

Kondra sabía cuando había perdido y con una sonrisa mandó preparar un paquete con dátiles galletas  y nueces kota para el viaje.

—Linnet es una joven muy afortunada... —le susurró al oído antes de despedirse.

—Lo es pero no de la manera que te imaginas. —dijo Albert mientras se vestía.

—Si alguna vez vuelves por aquí no dudes en volver a visitarme. —dijo la mujer pegando su cuerpo desnudo contra el de Albert y besándole a la vez que le cogía una de las manos y la ponía sobre su pecho desnudo y caliente.

El beso se prolongó durante lo que pareció una eternidad. Albert notó como su polla volvía a crecer dentro de sus ropas ansiando de nuevo el contacto con aquel cuerpo cautivador. La abrazó por última vez, recorriendo todos sus recovecos  con sus manos, tratando de fijarlos en su memoria y finalmente se separó.

Kondra  suspiró decepcionada y le dejó ir finalmente.

A pesar de ser mediodía las nubes bajas y la fina lluvia que caía y lo empapaba todo ayudó a Albert a despejarse y concentrarse de nuevo en su tarea. Atravesó las calles en dirección a la puerta sur de la ciudad con la intención de seguir el camino que había tomado la caravana en la que iba Nissa, pero a medida que se acercaba a ella vio que el gentío aumentaba hasta que al llegar a la puerta vio una larga cola esperando para salir.

—Vaya, con la prisa que tengo.—comentó en voz suficientemente alta para que lo oyera el tipo que le precedía.

—Sí la verdad es que es un coñazo, —respondió un tipo fuerte con pinta de leñador— Hacía tiempo que no pasaba, deben creer que los asesinos de Nesgar y Vulk están intentando escapar.

—No conozco a esos tipos —dijo Albert con la esperanza de que aquel hombre le contase algo más.

—Nesgar tiene una posada cerca del centro. Muchos dicen que ni él ni Vulk eran trigo limpio pero no creo que merezcan lo que les pasó. A Nesgar lo destriparon como a un conejo. Creo que la escena fue horrible. Afortunadamente a su hija no le hicieron nada y la encontraron atada y amordazada en la habitación de al lado.

—¿Fue un robo?

—Eso parece, todo el mundo sabía dónde buscar la caja con la  recaudación del día. Los primeros guardias en llegar la descubrieron vacía. Ahora están registrando a todo el mundo que sale de la ciudad en busca de los culpables.

—En fin,  no tengo mucha prisa —dijo Albert a modo de despedida— así que creo que voy a ir a alguna taberna a pasar el rato hasta que todo se tranquilice.

—Tienes suerte. Yo tengo que salir de aquí esta misma tarde o perderé el sueldo del día. —replicó el leñador girándose y avanzando un par de pasos en la cola.

Albert se dio la vuelta con la intención de dirigirse a un lugar tranquilo para pensar un modo de escapar de aquella ratonera cuando se topó de bruces con dos guardias que venían a reforzar la seguridad de la puerta. Albert se agachó e iba a pasar de lado  cuando vio en los ojos de uno de los guardias un destello de reconocimiento. El pobre hombre hizo ademán de echar la mano al pomo de la espada pero antes de que hubiese sacado un palmo de acero de la vaina Albert ya le había clavado su daga en la barriga.

El otro hombre se abalanzó sobre él para inmovilizarlo mientras daba un grito de alerta. Albert le cogió del brazo y con un sencillo movimiento de cadera mil veces practicado volteó al agresor sin soltarle el brazo dando con él en el suelo con un hombro dislocado.

No se paró a ver el efecto del grito de alarma del guardia y echó a correr hacia el centro de la ciudad.  Se introdujo por callejuelas estrechas y tortuosas, cambiando de dirección con frecuencia, intentando confundir a sus perseguidores pero estos seguían acercándose. Al dar vuelta a una esquina vio como una mujer de mediana edad abría la puerta de su casa con la intención de salir al exterior. Albert se lanzó como una flecha y con un empujón lanzó a la matrona dentro del edificio para colarse él a continuación y cerrar y asegurar la puerta.

Antes de que la mujer pudiese gritar sacó la daga y poniendo el dedo en sus labios le indicó que guardase silencio.

Segundos después pasó la guardia corriendo en su busca.

Sabía que disponía de poco tiempo. La guardia pronto se daría cuenta de que perseguía a un fantasma y volvería sobre sus pasos. Ató y amordazó a la llorosa mujer con unos jirones de tela que había sacado de una cortina y subió a la estancia superior. Como casi todas las casas de Veladub, en la parte superior tenía una trampilla para poder acceder al tejado y retirar la nieve o desperdicios que se acumulaban en él.

En cuestión de segundos estaba en el tejado. En esa zona del sur de la ciudad las casas eran pequeñas y se apiñaban muy juntas como cachorros intentando darse calor. Albert comenzó a saltar de una casa a otra intentado no llamar la atención.

Apenas se había saltado un par de tejados cuando se volvieron a oír los pasos apresurados de la guardia. Los hombres se pararon calle arriba de la casa dónde Albert se había escondido y comenzaron a patear las puertas con furia. Albert se alejó con sigilo un par de tejados más y después se alejo tan rápido como pudo en dirección este. Desde los tejados se divisaba casi toda la ciudad dispuesta en una ligera pendiente que daba al lago y al río Blanco. Al ver el río se acordó inmediatamente del puerto de las avellanas.

El rio Blanco corría de este a oeste desde el bosque oscuro y los indígenas que vivían en él traían en canoas frutos secos de todo tipo que cambiaban por ropas y grano. El lugar era apenas un pequeño muelle de madera  que se internaba en las pacíficas aguas del río blanco y apenas era usado por más que una docena de personas que se dedicaban al comercio de los frutos secos por lo que probablemente fuese la única salida de la ciudad que no estuviese fuertemente vigilada.

Finalmente llegó a un edificio más bajo, se agarró al borde y de un salto volvió a poner de nuevo el pie en las calles de la ciudad. Corrió durante otros cinco minutos en dirección norte y luego se introdujo  en una concurrida avenida y giró hacia el este.

Señor, han visto al fugitivo. —dijo un guardia acercándose a Guldur.

—¿Dónde?

—Trató  de escapar hará una hora  por la puerta sur.

—¿No lo detuvisteis?—pregunto Guldur ansioso.

—Dos de los nuestros lo intentaron, uno está muerto y otro herido de gravedad. Lo seguimos hasta el barrio de las costureras pero ahí le perdimos la pista señor.

—¡Putos inútiles! ¡Maldita sea! —dijo Guldur escupiendo al suelo con rabia—Ahora sabe que le buscamos. Supongo que tendremos todas las posibles vías de escape controladas.

—Desde luego señor...

—Vamos Albert dime que vas a hacer ahora... —meditó Guldur en voz alta ignorando al capitán de la guardia.

—No tiene dónde ir es cuestión de tiempo...

—No, mientras más tiempo le demos, más tiempo tiene para idear una ruta de escape.

—Pues no se me ocurre la manera. Como no se vaya nadando...

—Nadando —repitió Guldur con la idea rebotando en su cabeza queriendo avisarle de algo.

De repente Guldur se acordó del puerto de las avellanas.

—El puerto de las avellanas. —dijo Guldur temiéndose la respuesta.—¿Habéis puesto a alguien allí?

—Esta Raft.

—¿Solo un hombre? —rugió Guldur.

—Ese embarcadero se usa muy poco y no lleva a ninguna parte, —se defendió el hombre— muy pocas personas saben de él.

—Esperemos que tengas razón —dijo Guldur echando a correr sabiendo que si él conocía el lugar era muy probable que Albert también.

Cuando llegó al embarcadero solo había un hombre vigilándolo. Albert se acercó intentando sorprenderle pero las maderas crujieron alertando al guardia. Esta vez su contrincante tuvo tiempo de sacar la espada y los aceros resonaron y chispearon al contactar. El hombre era fuerte e intentó aprovechar eso para arrinconarle con las espadas entrecruzadas. Con un giro de muñeca le dio un golpe en la cara con la guarda de la espada. Albert retrocedió fingiéndose aturdido y el guardia le atacó confiado. Con facilidad rechazó el ataque del hombre que por un pelo logró evitar que el filo de la espada de Albert le rebanara el cuello.

Los dos contendientes recuperaron el equilibrio y se observaron. El guardia intentó defenderse y retrasar a Albert hasta que llegasen compañeros alertados por el barullo. Consciente de ello Albert se lanzó sobre el Guardia fingiendo un ataque para apartarlo y huir hacia las canoas que estaban amarradas al embarcadero. El hombre cayó en la treta y se movió rápidamente para impedirlo descuidando la guardia. Albert no tuvo piedad y le clavó la espada hasta la empuñadura.

Con  el guardia desangrándose a su lado Albert destruyó todas las canoas menos una, tiró los remos al rio para después acomodarse en la canoa restante y dirigirse rio arriba, hacia el este.

El embarcadero era un desastre. Las canoas  destrozadas y el cuerpo de Raft ya frío le indicaban a Guldur que Albert tenía una buena ventaja. Tendría que esperarle en la costa. Con un gesto de rabia le dio un puñetazo al capitán de la guardia que en ese momento se deshacía en disculpas y se alejó en busca de un caballo.

Guía de personajes:

Reino de Juntz.

Rey Deor II: Soberano de Juntz.

Eldric: Único hijo varón del rey Deor. Príncipe heredero de Juntz. Prometido con Nayam de Gandir.

Nissa: La hermana de Eldric. Prometida con Taif príncipe heredero de Gandir.

Serpum: Conocido en la corte de Juntz como el arcipreste. Preceptor de los hijos del rey y fiel amigo y consejero del soberano. Tiene un oscuro pasado que solo el Rey Deor conoce.

Coronel Magad: Jefe de los Guardias Alpinos La élite del ejército de Juntz

Albert:  Miembro de la Guardia Alpina y guardaespaldas de Nissa.

Guldur: Compañero de Albert en la Guardia y guardaespaldas del príncipe Eldric.

Fugaz: Caballo del príncipe Eldric.

Reino de Gandir.

Accab I: 2º rey de la decimotercera dinastía de Gandir.

Taif: Primogénito del rey Accab y heredero al trono de Gandir.

Nayam: Princesa de Gandir.Primera hija de Accab. Prometida al príncipe heredero de Juntz y tras su muerte del rey Deor.

Reino de Irlam

Senabab: Rey de Irlam.

Kondra : Madame del prostíbulo más lujoso de Senabab.

Swich: Espía de Juntz en Veladub.

Nesgar: Posadero ladrón y traficante de seres humanos en Veladub.

Vulk: Cómplice y guardaespaldas de Nesgar.

Amwar: Supremo sacerdote de Veladub.

Algún lugar en la costa oeste de los EEUU

Joey: estudiante y autor de la princesa blanca. Enamorado de Amber.

Amber: Jefa de las animadoras.

Sres. Kingsey: Padres de Amber.

Johnny:  Novio de Amber y quarterback del equipo.

Mike: Mejor amigo de Joey y loco del skate.

Judith: Amiga y compañera de Joey desde la infancia.

Robert y Nora Rosen: Padres de Judith.

Srta. Freemantle: Profesora de química en el instituto dónde estudia Joey.

Lisa: Madre de Joey.

He colgado un mapa de los tres reinos en esta URL por si queréis consultarlo. Lo hice para mi propio uso a la hora de escribir la historia, así que no esperéis una obra de arte.

[URL=http://www.subirimagenes.com/otros-mapaprincesablanca-8904614.html][IMG]http://s2.subirimagenes.com/otros/previo/thump_8904614mapa-princesa-blanca.jpg[/IMG][/URL]

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Smallbird y el enamoraputas: Capítulo 6

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Smallbird y el enamoraputas: Capítulo 5

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Una Vendimia Diferente

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¡Suplica!

La Feria de fenómenos del Doctor Lasko

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Hercules. Relato Completo.

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Hercules. Capítulo 32. El Borde del Precipicio.

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Hércules. Capítulo 29. Una Clase de Historia.

Hércules. Capítulo 27. Capitulación.

Hércules. Capítulo 26. Arabela Planta Cara.

Hércules. Capítulo 25. Duelo de Voluntades.

Hércules. Capítulo 24. Pico y Pala.

Hércules.Capítulo 23.La Libertad Guiando al Pueblo

Hércules. Capítulo 22. El Corazón de Afrodita.

Hércules. Capítulo 21. El Club Janos.

Hércules. Capítulo 20. Un Nuevo Jugador.

Hércules. Capítulo 19. Joanna.

Hércules. Capítulo 18. Primera Misión.

Hércules. Capítulo 17. Adiestramiento.

Hércules. Capítulo 16. Un nuevo Hogar.

Hércules. Capítulo 15. El juicio.

Hércules. Capítulo 14. El Ángel Negro.

Hércules. Capítulo 13. Entre rejas.

Hércules. Capítulo 12. Detención.

Hércules. Capítulo 11. Furia Ciega.

Hércules. Capítulo 10. Siguiendo el rastro.

Hércules. Capítulo 9. Amor cruel.

Hércules. Capítulo 8. Tierra Prometida.

Hércules. Capítulo 7. De Compras.

Hércules. Capítulo 6. Akanke.

Hércules. Capítulo 5. Un buen partido.

Hércules. Capítulo 4. La Venganza de Hera.

Amor en Yavin

Hércules. Capítulo 2. La rendición de Diana

Hércules. Capítulo 2. La muerte de Piper

Leia entre asteroides.

Hércules. Capítulo 1. El capricho de Zeus.

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