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Thriller

en Hetero: General

Ramón se dio unos últimos toques a los rizos de su peluca frente al espejo retrovisor y salió a la fresca noche de Hallowen.

Mientras se acercaba a la casa de Diana  miró hacia el cielo. La luna  grande y oronda  les observaba  agazapada tras las nubes  que se desplazaban lentamente arrastradas por un suave viento del sur.

—¡Hola Ramón!, Que disfraz más logrado. Date la vuelta y deja que te eche un vistazo. —dijo Diana al abrir la puerta de su casa.

Ramón levantó un brazo y dio una torpe pirueta y un gritito mientras se agarraba el paquete. La cazadora de cuero roja  con las dos tiras negras dispuestas en v  y los pantalones a juego crujieron a pesar de que se veían bastante ajados. 

—¡Tachan! —exclamó él extendiendo los brazos.

—A pesar de que los zapatos negros y los calcetines blancos es lo correcto, sigues dándome grima. —dijo ella.

—¡Ja, lo dices tú meneando esa  fusta!

Diana estaba espectacular vestida con un corpiño de cuero que realzaba su esbelta figura completado con un culotte también de cuero, unas medias de rejilla y unas botas de tacón de aguja hasta las rodillas. El largo pelo rubio se lo había teñido de violeta oscuro y se lo había recogido en un apretado moño escondiéndolo bajo una gorra de cuero de reminiscencias nazis.

Ella sonrió enseñando unos dientes blancos y brillantes como perlas que contrastaban con el maquillaje oscuro que adornaba sus labios y rodeaba sus ojos. Ramón sintió una punzada de deseo al ver a Diana morderse el labio y agitar la fusta  haciendo que chasquease contra sus botas.

—¡Vamos!  —dijo Diana cerrando la puerta.

—Cuando quieras dirty  Diana. —dijo Ramón haciendo una torpísima imitación del Moonwalker.

—Sin pasarse pequeño Michael —replicó ella dándole un suave golpe con la fusta en el muslo.

Subieron al coche y veinte minutos después estaban aparcando. Al salir del coche oyeron la banda sonora de Blade salir por todas las grietas de aquella vieja fábrica abandonada.

Los organizadores no habían necesitado mucho para convertir aquel edificio en un lugar oscuro y siniestro. La fábrica Homs era una gran nave de ladrillo de finales del diecinueve con  grandes ventanales oscurecidos por el polvo y  espesas telas de araña. La mastodóntica maquinaria textil estaba oxidada y parecía no haber sido usada en decenios.  Hasta habían tenido suerte con los antiguos focos que aun funcionaban bañando todo el lugar con una luz mortecina.

Los organizadores habían situado grandes  altavoces intentando cubrir todos los espacios y habían colocado jaulas con fantasmales gogós retorciéndose al ritmo de la música. La barra tenía casi cuarenta metros de longitud, la habían adosado a la única pared libre de maquinaría y la habían poblado con esculturales camareros y camareras vestidos con uniformes de aire gótico.

En cuanto entraron, Diana le cogió por el brazo y lo arrastró a una de las múltiples  pistas de baile.  La chica se pegó a Ramón inmediatamente y comenzó a bailar apretando su cuerpo contra el de él, exhibiéndolo con malicia. Ramón le acompañaba moviendo ligeramente las piernas y sujetándole por la cintura sin perderse ninguno de sus contoneos.

El escueto vestido y la mirada traviesa bajo la gorra ligeramente ladeada atrajo a varios moscones, incluso un par de ellos intentaron acercarse y afanarle la chica a Ramón recibiendo sendos fustazos acompañados de crueles sonrisas.

Bailaron sin descanso durante más de una hora, hasta que Ramón, agotado, se llevó a Diana hacia la barra. Pidieron dos cervezas. Diana retrasó la cabeza y bebió con avidez. Ramón observo el largo cuello de la joven  moverse mientras tragaba la cerveza fresca.  Él dio un trago a la suya sin apartar los ojos del cuello y del pecho ligeramente sudoroso de la joven. Esperó con paciencia a que la chica terminara la cerveza y le dio un suave beso.

Diana reaccionó devolviéndoselo y pegando su cuerpo contra el de él.

—Creí que no lo ibas a hacer nunca. —dijo ella dejándose asir por la cintura y dándole un segundo beso más largo y húmedo.

La lengua de Diana entró en su boca, traviesa  y apresurada, explorando cada rincón y colmando la boca de Ramón con una mezcla de aromas de cerveza y frutos secos. Sin pensar  recorrió con sus manos la espalda y el cuello de la joven que respondió suspirando sin dejar de besarle.

—Cabrón, que bien besas.  Espero que todo lo hagas así de bien. —dijo ella dándole un ligero fustazo en el culo.

Ramón no respondió y se limitó a  recorrer el cuello de la joven con sus labios  con suavidad, mordisqueando aquí y allá a medida que subía por el hacia su oreja.

—Vámonos, —le susurró él  al oído— tengo una sorpresa.

Tras diez minutos de forcejeo consiguieron salir de la improvisada macrodiscoteca y llegaron al coche.

—¡Eh qué haces! —dijo Diana un poco mosqueada cuando Ramón le ciñó un pañuelo oscuro entorno a sus ojos.

—Tranquila, es una sorpresa, —dijo el tratando de serenarla— y estoy seguro de que te gustará.

Diana refunfuñó un poco pero se dejó hacer sentándose obediente, aunque un poco tensa,  en el asiento del coche.

Ramón se sentó tras el volante y luego se inclinó sobre Diana; con la excusa de colocarle el cinturón de seguridad aprovechó para rozar con su boca las clavículas de la joven.

Diana suspiró y le insultó en voz baja un poco más relajada. Ramón arrancó el coche y encendió el radio CD. La música de Leonard Cohen  ayudó  a construir una atmósfera melancólica.

—Ya veo que lo tenías todo preparado. —dijo ella— ¿No me vas a dar una pista de adónde vamos?

—No, nada de nada.

El trayecto no fue muy largo y llegaron a su destino en apenas veinticinco minutos. Cuando Diana salió, ayudada por Ramón,  una suave brisa le asaltó poniéndole la piel de gallina.

—¿Dónde estamos?

—Paciencia,  en dos minutos habremos llegado y lo sabrás.

Ramón le cogió de la mano y le guio. Los tacones de sus botas se hundían en la tierra húmeda y le obligaban a apoyarse en Ramón para no tropezar. Se pararon un momento antes de oír un ruido de cadenas y unas bisagras que crujieron y chirriaron intentando oponerse sin éxito a  los empujones de Ramón.

El barro dio paso a la grava y anduvieron  unos metros hasta que finalmente Ramón se paró y abrazando a la joven por detrás  le susurró al oído.

—It's close to midnight and something evil's lurking in the dark 

Under the moonlight you see a sight that almost stops your heart 

You try to scream but terror takes the sound before you make it 

You start to freeze as horror looks you right between the eyes 

You're paralyzed* 

Con la última sílaba, Ramón tiró del pañuelo dejando que la joven recuperase la vista.

—¡Qué fuerte! —dijo ella, sonriendo al ver el panteón de mármol blanco adornado con una multitud de rosas y claveles.— ahora sé porque tardaste tanto en llegar hoy.

—Tenía que prepararlo todo, —le susurró Ramón al oído mientras abrazaba a la joven por el talle acercando su culo contra él— No te imaginas lo que me ha costado recoger todas las flores. he dejado casi limpias las tumbas de los alrededores.

Diana se giró  y le dio un largo y cálido beso a Ramón, dejando que este repasase todo su cuerpo con las manos. Apoyándose con las manos en los hombros de él dio un salto y se sentó sobre la lápida. Las flores le protegieron del frio mármol y amortiguaron la caida. Ramón intentó abalanzarse sobre ella. Con una sonrisa la chica levantó  sus piernas y le detuvo poniendo sus tacones de aguja sobre el pecho de Ramón.

Frustrado agarró las botas de ella por los tobillos  se los besó; continuó avanzando con labios y manos, pierna arriba hasta  llegar al interior de los muslos de Diana. La joven suspiró y le   revolvió el pelo con la fusta. Sin dejar de besarla, levantó unos momentos la vista y se paró  hipnotizado observando  como el sexo de la joven tensaba y se marcaba en el fino cuero negro del culotte. 

Diana le dio un golpecito con la fusta para sacarle de su ensimismamiento y Ramón con un gesto rápido se lanzó sobre el sexo de la joven que se dobló emitiendo un grito de placer.

Ramón no esperó, deseaba explorar el sexo de la joven sin barreras. De dos tirones le apartó el culotte hasta las rodillas y separándole las piernas todo lo posible se sumergió en la entrepierna de Diana. El chico notó como la vulva crecía en el interior de su boca y se abría ante sus ojos como una cálida y húmeda flor.

Diana gimió aguijoneada por el deseo y con una mano tiró de la suave piel de su monte de Venus para exponer la parte más sensible de su sexo a la boca de Ramón.

Ramón no se cortó y lamió y mordisqueó las partes más sensibles de la joven haciéndole disfrutar como una loca.

—¡Vamos, métemela! —dijo ella con la voz ronca de deseo.

Ramón tiró de ella por toda respuesta y dándole la vuelta la puso de pie con los brazos apoyados sobre la tumba rodeada por un intenso aroma a rosas. Con un movimiento rápido se colocó el preservativo y tras asegurarse de que estaba preparada le introdujo la polla poco a poco.

Diana dio un largo suspiro de satisfacción e intentó separar la piernas todo lo que el culotte que aun estaba enredado en sus rodillas se lo permitía.

Ramón empujó suavemente mientras acariciaba el culo terso y los magníficos muslos de la joven  tensos por el esfuerzo de mantener el equilibrio.  Estaba tan excitante con aquel traje que no pudo evitar tirar de su cuello y levantarle la cabeza para poder besarle la nuca mientras la follaba cada vez más duro.

La joven intentaba mantener el equilibrio sin ningún otro apoyo que sus piernas pero no tuvo más remedio que apoyarse en la mano que la sujetaba el cuello. La falta de oxígeno intensificó su placer hasta que no pudo contenerse más y se corrió con un largo gemido.

Ramón acarició los músculos tensos y vibrantes de la joven  y le soltó el cuello dejando que tomase una larga bocanada de aire.

Diana respiró el aire golosamente mientras él le daba la vuelta y la tumbaba sobre el panteón. La joven echó la cabeza hacia atrás viendo como un querubín la observaba desde un mausoleo cercano. Un par de segundos después notó como el culotte resbalaba por sus piernas hasta desaparecer liberándoselas. Diana abrió sus piernas inmediatamente mostrando a Ramón su sexo ardiente. Con un respingo recibió los dedos del hombre que jugaron con su sexo y lo penetraron buscando su punto G.

Un grito le indicó a Ramón que había dado con su objetivo y engarfiando los dedos lo acarició con suavidad obligando a Diana a suplicarle que le follase. No se hizo de rogar y la penetró disfrutando de la estrechez y el calor de la joven.

Una vez le hubo metido la polla hasta el fondo se paró  a pesar de las protestas de la joven y soltando los corchetes del corsé le sacó los pechos. Eran pequeños y redondos con unos pezones rosados, grandes, invitadores.

Diana ronroneó y disfrutó de la admiración de Ramón al tiempo que le golpeaba con suavidad los muslos con la fusta.

Ramón le asió los pechos y se los estrujó con fuerza mientras comenzaba a moverse en  su interior. Diana gimió y se dejó llevar disfrutando de la polla que le asaltaba una y otra vez sin descanso.

La joven se irguió y apoyando la fusta tras la nuca de él se agarró con las dos manos para mantenerse erguida y poder besarle mientras él seguía follándola.

Ramón agarró uno de los pechos y lo chupó y lo besó con violencia mientras la penetraba con más rapidez y contundencia, cada vez más cerca del clímax.

Diana sintió como la leche ardiente de Ramón se derramaba en su interior contenida por el condón.  Él siguió  penetrándola hasta que relámpagos de placer le atravesaron paralizándola.

Diana gimió y se retorció disfrutando de cada oleada de placer  dejando que el torso de Ramón descansase sobre su vientre.

—¿Qué es eso? —susurró Diana nerviosa al oír pasos y susurros entre la bruma.

Ramón al principió no respondió concentrado como estaba en escuchar  la respiración agitada y el corazón apresurado de la joven , pero al levantar la cabeza también él oyó chasquidos y risas ahogadas.

Diana se vistió apresuradamente y siguió a Ramón que avanzaba con autela entre las tumbas hacia un tenue resplandor que se acercaba hacia ellos en la oscuridad de la brumosa noche.

Un desgarrón entre la bruma permitió a la luna brillar e iluminar una fantasmal procesión de figuras vestidas con túnicas y capirotes blancos portando antorchas en las manos.

—Vamos, Pedro, no enredes.—dijo una de las figuras —aquí está bien.

Ramón y Diana suspiraron a un tiempo al ver que solo eran un grupo de gente disfrazada que también había elegido ese cementerio  para hacer alguna broma.

—¿Qué van a hacer? —preguntó Diana en un susurro mientras observaba como los encapuchados apagaban las antorchas.

—Ni idea ¿Una orgía?

Desde su escondite a unos metros del grupo pudieron ver como uno de los desconocidos sacaba de una bolsa una gran vasija de barro y un cucharón. Otro sacó una garrafa de agua mineral y la vació en la vasija junto con una monda de limón unos granos de café y varios puñados de azúcar.

—Ya sé lo que están haciendo —dijo Ramón con una sonrisa.

—¡El mechero! —pidió una de las figuras más altas.

—Mierda me lo dejé en el coche. —dijo otro.

—¿Alguien tiene uno?

Un murmullo negativo se extendió entre los presentes.

—¡Joder para una cosa que os encargo! ¡Manda huevos! ¡ Y encima apagais todas las antorchas!—dijo el tipo alto.

—¡Coño, esto es mucho más divertido si se hace a oscuras! —replicó otro encapuchado para justificarse.

—Quizás yo pueda ayudar —dijo Ramón saliendo del escondite con Diana cogida de la mano.

—¡Joder, que susto! —dijo una de las figuras con voz de mujer—casi me meo en las bragas.

—Buena aparición Michael, ¿Por qué no os unís a nosotros? —le preguntó  el hombre alto con una carcajada— este cementerio parece más concurrido que la Gran Vía.

Ramón y Diana se acercaron y se presentaron como Michael Jackson y Eva Braun mientras le tendían un mechero al cabecilla de la Santa Compaña.

—Apártate un poco Michael —dijo el que llevaba la voz cantante— no me gustaría volver a ver arder esos rizos.

El tipo no se hizo esperar y con una carcajada que pretendía ser lúgubre cogió un poco de orujo con el cucharón y le prendió fuego a la vez que comenzaba a recitar.

Todo el mundo se mantuvo en silencio observando bailar las llamas azuladas en el interior del recipiente mientras el hombre con voz profunda seguía recitando:

...Podridos leños agujereados,

hogar de gusanos y alimañas,

fuego de la Santa Compaña,

mal de ojo, negros maleficios;

hedor de los muertos, truenos y rayos;

hocico de sátiro y pata de conejo;

ladrar de zorro, rabo de marta,

aullido de perro, pregonero de la muerte...**

Poco a poco las largas llamas azules que surgían del cuenco fueron reduciéndose y amarilleando hasta que finalmente el maestro de ceremonias lo apagó de dos fuertes soplidos.

Con el  licor aun humeando otro de los encapuchados empezó a sacar pequeñas tazas de barro de un bolsa y sumergiéndolas en el recipiente las  llenó y las repartió entre los presentes. Otro más sacó un mp3 con unos altavoces y depositándolo sobre uno de los panteones lo conectó. La música celta inundó el cementerio invitando a la gente a beber, cantar y  bailar. El tiempo se volvió confuso, Diana y Ramón bailaron con los desconocidos ligeramente embriagados por la magia de la queimada hasta que la luz del sol les anunció que la fiesta terminaba.

Ramón paró el coche frente a la puerta de la casa de Diana minutos después de la salida del sol.

—Gracias, —dijo ella dándole un beso— Ha sido una noche mágica.

—Me alegro de que te haya gustado —dijo el acariciando el pelo violeta. Yo también me lo he pasado genial. Esos tipos estaban un poco locos pero eran divertidos.

—Casi me muero de risa cuando quedamos con ellos para el año que viene.—replicó ella —pero lo que más me gustó fue el sexo. Me ha encantado como te molestaste para prepararlo todo. Espero que esta no sea la última sorpresa que me tengas preparada.

—Descuida, —dijo Ramón entre beso y beso— no lo sera.

—Por cierto lo pasé también que no me fije de quién era la tumba...

Ramón le susurro al oído la respuesta provocando que la joven se dirigiese a casa en medio de de un torrente de carcajadas.

*Es casi medianoche

y algo malvado está acechando en la oscuridad,

bajo la luz de la luna,

ves algo que casi para tu corazón ,

intentas gritar,

pero el terror se lleva el sonido antes de que lo hagas,

comienzas a congelarte (paralizarte)

mientras el horror te mira directamente a la cara,

estás paralizado.

De la canción Thriller de Michael Jackson.

**Fragmento del conjuro de la queimada.                            

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