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Blanche (07)

en Grandes Series

Ayudada por el tabernero regresó a la mesa echando a continuación la cabeza sobre los brazos tendidos encima de ella. De esta forma tomó posiciones para no perderse nada de cuanto pudiera ocurrir.

Los clientes entraban y salían, sus conversaciones seguían girando sobre el caso Benson sin aportar nuevos datos que mantuvieran el interés.

Convencida de que nadie sospechaba de ella decidió poner en marcha una nueva fase de su plan.

Por la tarde aprovechó un momento en la taberna estaba vacía para preguntarle a Moisés.

- Conoces a alguien de Peña Alta.

- Por unos momentos Moisés pareció extrañado, Nunca en su vida había oído hablar de aquel pueblo.

- Dónde ésta eso ?.

- En Alabama.

- No, por que ?.

- Por que allí vive mi hermana, de allí vine yo hace ya tres años.

- Es grande aquello ?.

- No, es un pueblo pequeño pero muy bonito, tiene una fuente cuya agua dicen que cura las enfermedades, dicen que es milagrosa.

- Tu naciste allí ?.

- No, yo Nací en Oregón pero viví en Peña Alta antes de venir aquí.

La conversación fue interrumpida por la llegada de nuevos clientes pero ya la parte importante de su juego estaba hecha. Había inventado un pueblo y una hermana y el tabernero se lo había tragado.

Nada importante ocurrió en ese día en el que fingió sentirse enferma la mayor parte de él hasta el punto de que Moisés la sugirió que se fuera a casa mucho antes de lo habitual.

Se fue dando un amplio rodeo buscando un sitio donde no fuera conocida para cenar opíparamente y con el estómago lleno regresó a su casa dispuesta a contar otra vez su tesoro, Todavía necesitaba contar y recontar el dinero para convencerse de que estaba allí, de que ascendía a cinco mil dólares y de que a ella sola la pertenecía.

Durmió de un tirón en un sueño reparador y a la mañana siguiente se presentó en la taberna bastante antes de lo habitual fingiéndose tan enferma como lo había echo el día anterior.

Moisés al verla desharrapada, no se había arreglado a propósito para ofrecer mal aspecto, la sugirió si no habría hecho mejor en quedarse en casa hasta que se encontrara mejor.

- No, Moisés, allí sola entre cuatro paredes me encuentro peor.

El tabernero pareció comprenderla y se ofreció a servirla en lo que pudiera ser necesario.

A ultima hora de la tarde un cliente de la taberna trajo la noticia de que el viejo que había estado en la taberna el día en mataron a Benson había sido detenido, al parecer el sheriff había registrado la habitación donde se alojaba y había encontrado cerca de quinientos dólares que el viejo no había sido capaz de justificar.

De pronto Blanche se dio cuenta de la torpeza que había cometido guardando en su casa el dinero, si en vez de registrar la habitación del viejo hubieran registrado la suya estaba segura de que en pocos días su cuerpo haría compañía al de Thomas al extremo de una soga.

Dio gracias a Dios por no haber sido sospechosa de nada y tan pronto como hubo hablado con Moisés se marchó a su casa, fingiéndose más enferma que nunca.

Nada más llegar apartó quinientos dólares e hizo un pesado hatillo con el oro dentro de una tela embreada de las que empleaba en el invierno para tapar el ventanuco cuando el frió era insoportable o el agua se colaba por él y esperó impaciente hasta bien entrada la noche para con todas las precauciones dirigirse cargada con el hatillo y una soga hasta las ruinas desde donde había acechado la llegada de Benson.

Había visto allí un profundo pozo cubierto de maleza en cuyo fondo había agua que la pareció un sitio ideal para esconder su tesoro.

Nada más llegar apartó la maleza, viendo la luna llena reflejada en el fondo del pozo, ató a la cuerda una pesada piedra bajándola cuidadosamente hasta alcanzar el fondo del pozo, sacando la piedra a continuación comprobó por la parte mojada de la cuerda que el pozo tenía más de seis metros de agua. Comprendiendo que si arrojaba allí su tesoro jamás podría recuperarlo, cortó la soga un poco por encima de la parte mojada, ató el oro en un extremo y el otro a una gruesa rama arrancada de un árbol y con cuidado arrojo el conjunto al pozo. Oyó el golpear del oro contra el agua y después el de la rama.

Cuando se hubo asegurado que desde fuera no se veía más que un viejo tronco que flotaba en el agua del fondo del pozo se alejó tranquila de saber que nadie nunca la encontraría con el tesoro encima ni nadie que no se arriesgara a morir daría nunca con su tesoro.

Regresó tan subrepticiamente como había partido y exhaló un profundo suspiro de alivio cuando se encontró de nuevo en su maldito cuartucho con la tranquilidad de que nadie nunca la relacionaría con el robo del dinero al viejo Benson.

Después, por seguridad hizo un pequeño hatillo con las monedas apartadas y volvió a salir, pero esta vez no fue muy lejos, en la misma pared exterior de la casa había un hueco donde escondió las monedas envueltas en un trapo. De esta forma si alguien registraba su cuarto no encontraría más que las monedas ahorradas durante años de miseria y prostitución.

Siguió su estratagema de fingirse enferma día tras día buscando la forma de que cada día pareciese un poco más que el anterior hasta que una noche le dijo a Moisés que deseaba marcharse con su hermana a Peña Alta en el estado de Alabama.

El tabernero dijo que él la prestaría todo el cuidado necesario que pudiera requerir su estado y que si una vez nacido el niño deseaba quedarse con él estaría encantado.

Blanche tuvo que aclararle que no se encontraba embarazada si no enferma y que tenía miedo de llegar a morir lejos de su familia.

Moisés terriblemente asustado llamó al médico que la recetó unos brebajes que tuvo que dejar de tomar ya que la producían una tremenda colitis que amenazaba con ponerla enferma de verdad.

Por fin unos días después de que Thomas y el viejo amigo de Benson fueran ahorcados por la justicia la resistencia de Moisés cedió y muy a su pesar dejó marchar a Blanche sin oponerse.

La joven que día tras día había ido a ver el pozo decidió que era el mejor sitio para que siguiera guardando su tesoro durante su ausencia, es más, si sus planes salían como esperaba era posible que nunca volviera a buscarlo, pero no dejaba de ser reconfortante saber que en caso de apuro su tesoro estaría allí aguardándola durante años y años.

Por fin una mañana, reunió sus escasas y míseras pertenencias, recogió el dinero guardado en los huecos de la pared y después de cargarlo todo en una acémila se subió al animal con el placer de hacerlo sobre algo que la pertenecía aunque solo fuera un burro y rebosando alegría, salud y felicidad emprendió el viaje con la mente puesta en un punto de aquellas tierras que nada tenía que ver con Peña Alta (Alabama).

Al atardecer del quinto día al pasar junto a una plantación que había orilla del camino vio una muchacha negra que se la quedó mirando fijamente como si ignorará la tacita prohibición establecida desde siempre por la que un negro no debe mantener la mirada de un blanco si no quiere tener problemas.

- Que miras muchacha ?, interrogó Blanche molesta por la mirada de la negra.

- Nada amita, su mula es muy pequeña, dijo la muchacha con la mayor naturalidad.

Blanche soltó una carcajada, sin aclararla que no era una mula si no un burro.

- De verdad amita, Hata nunca vio una mula tan pequeña, dijo mientras se ponía a caminar a su lado al otro lado de la cerca que separaba la plantación del camino.

- Te gustaría montar en la mula ?.

- Claro amita, a Hata la gustaría mucho.

- Está tu amo en casa ?.

- No se, el amo nunca me dice cuando sale y cuando entra.

- Blanche volvió a reír, la respuesta de la muchacha era la más natural que se podía dar.

Quieres averiguar si tu amo está en casa y si está dile que una señorita desea verle.

- ¯oy volando, señorita, dijo Hata alejándose de la cerca con paso presuroso hacia una casa que se veía en la lejanía.

Por fortuna el sol declinaba ya y comenzaba a notarse con alivio su falta de intensidad, sabía que a una milla de allí había un pueblo en el que pensaba pernoctar por tanto no tenía ninguna prisa.

Esperó nerviosa unos minutos, si todo salía bien dentro de muy poco sería dueña de su primer esclava, estaba segura de que a partir de ese momento su vida comenzaría a cambiar.

Por fin junto a la casa comenzó a distinguirse una silueta que se acercaba hacia donde ella se encontraba. Poco después un hombre de alrededor de cincuenta años la saludaba.

- Desea verme, señorita ...

- Beatriz, Beatriz Duncan, dijo cambiándose de nombre.

- Bien, señorita Duncan, en que puedo servirla ?.

- ¯erá, vengo de Natchez y he tenido que dejar allí a mi negra con una vieja tía, hermana de mi padre, que se encontraba muy enferma, al pasar junto a su plantación he visto a Hata, esa negrita con la que le he enviado el aviso, me ha parecido una negra alegre e inteligente y me ha parecido que podía ser una buena compañía para el viaje. ¯erá, lo que deseo decirle es que aunque yo no soy quien habitualmente se encarga de esas cosas me gustaría comprarle esa negrita.

El hombre pareció sorprendido por la proposición de Blanche pero al fin reaccionó.

- No pensaba vender a Hata, es una de las muchachas más bonitas que tengo, en realidad pensaba reservármela para mi pero a una señorita tan guapa como usted se me hace difícil negarla nada.

Blanche notó bajo las palabras de adulación el tonillo del interés del hombre.

- Cuánto pediría usted por ella entonces ?.

Por unos instantes el hombre se rascó la cabeza bajo el sombrero pareciendo reflexionar, luego dijo.

- La va a comprar usted así, sin reconocerla antes ?.

- Confío en su palabra, y me ha dicho que es inteligente trabajadora y sumisa, además si le entendido bien la negrita está íntegra ?.

- No la he dicho todo eso, pero se lo podía haber dicho porque es verdad, en cuanto a que esté íntegra, le doy mi palabra de que lo está a no ser que la haya pasado algo desde la semana pasada. Hace una semana más o menos la reconocí personalmente y no creo que desde entonces acá a ningún negro se le haya ocurrido hacerla una marranada, saben que me la reservaba para mi y no creo que ninguno se haya atrevido.

- Está bien, en ese caso cuanto pide usted por ella ?.

- No preferiría usted una un poco más mayor ?. Tengo una que debe tener más o menos la misma edad pero que ya ha parido. No quiero que luego su señor padre pueda pensar que la vendí una negra yerma aprovechándome de su inexperiencia.

Blanche se sentía divertida con las palabras de aquel hombre. Al parecer pensaba que para que una hembra fuera realmente una hembra tenía que haber demostrado que era capaz de quedarse preñada y de parir.

- Estoy segura que Hata será tan capaz como la otra.

- Está bien señorita Duncan si tan empeñada está en que sea Hata se la puedo dejar por doscientos dólares.

- Doscientos dólares, señor es lo que se pide por una hembra hecha y derecha en el mercado de Natchez, por una muchacha como esa nadie pagaría más de cien.

- Señorita Duncan, es usted muy bonita pero entiende poco del precio de los negros, esa muchacha no saldría a subasta por menos de ciento cincuenta pero seguro que alcanzaría más de los doscientos.

- Es posible que tenga usted razón pero yo la necesito y no puedo ofrecerle más de ciento veinte.

Durante unos instantes el hombre la miró perplejo. Aquella alta y flaca joven no sólo le estaba diciendo que quería la negra si no además que la quería por un precio irrisorio.

De todas maneras su desparpajo era tan grande que se sentía inclinado hacia ella.

- No dude señor que si pudiera lograrla en ese precio me sentiría profundamente agradecida hacia usted y siempre habría alguna forma de pudiera expresarle mi agradecimiento.

El hombre, antes perplejo, se quedó ahora atónito, no conocía otra forma en que una mujer pudiera agradecerle un favor que no fuera pasando por la cama. Era ésto lo que la joven insinuaba ?. Naturalmente, que otra cosa podía ser ?. Quizá la joven, algo flaca, sentía que él la gustaba y era su forma de ofrecerse ?.

Blanche, divertida, sabía lo que pasaba por la mente del hombre. Si él hubiera sabido que ella no era más que una vulgar puta de Natchez o la hubiera despreciado o simplemente la hubiera pedido que se acostara con él por unos pocos dólares, pero él lo ignoraba, su orgullo se sentía halagado lo que la hacía más valiosa a sus ojos.

- Se quedará a cenar en mi casa señorita ?.

- Pensaba llegar hasta el próximo pueblo para pasar en él la noche.

- El pueblo está muy lejos y si no la molesta yo me sentiría muy agradecido con su visita, estoy solo, mi mujer y mi hija han ido a comprar ropas y no volverán hasta mañana por la tarde.

- No me importaría acompañarle pero antes me gustaría saber si puedo considerarme dueña de la muchacha o no ?.

- Naturalmente que sí, es una buena muchacha, pero no creo que esté mal vendida sobre todo sabiendo que es a una joven tan hermosa como usted, estoy seguro que tendrá una buena y agradable vida.

- No lo dude, en casa tratamos a los negros como si fueran de la familia.

- Tampoco es bueno eso, los negros son los negros, y deben ocupar su puesto, pero de tener que elegir prefiero venderlos a alguien que los trate bien.

Se habían puesto a caminar uno a cada lado de la cerca hasta llegar a la puerta que daba acceso a la plantación donde el hombre se apresuró a abrirla antes de que ella llegara.

- Tenga. dijo Blanche teniéndole los ciento veinte dólares acordados apenas hubo atravesado el umbral.

- No es necesario que me los de ahora, la muchacha ya es suya y mañana se marchará con usted.

- Ya lo sé, pero me quedo más tranquila pagando mis deudas, dijo Blanche insistiendo para que el hombre tomara el dinero. Sabía que la había comprado cien dólares más barata de su auténtico precio y no quería que aquel hombre pudiera arrepentirse.

La casa de Milton, así se llamaba el hombre era rústica pero grande, de sólida estructura, sus funcionales muebles no tenían nada de lujosos pero cumplían las funciones a que estaban destinados.

Milton dio órdenes a la cocinera para que preparara una cena algo especial y se hizo traer papel y pluma para extender el documento por el cual vendía la esclava Hata a Beatriz Duncan.

Una vez seco el documento se lo tendió a Blanche rogándola que no se lo dijera a nadie de la casa, ni siquiera a la propia Hata, para evitar tener que encadenarla por si a la muchacha la daba por escaparse aquella noche.

Cenaron opíparamente, Blanche tuvo que reconocer que la cocinera de Milton era estupenda y se prometió a sí misma que ella dispondría algún día de una mucho mejor.

La cena les fue servida por dos jóvenes hembras sin refinamiento pero eficientes, conocedoras de su oficio y atentas a las necesidades de los blancos.

A pesar de todo Blanche se dio cuenta que entre Milton y una de las negras había algo más que una simple relación de amo esclava, estaba inquieta y cada vez que creía no ser observada miraba a Blanche con miradas inquietas.

No tardó en llegar a la conclusión de que la joven era la amante de Milton en aquellos momentos y que su presencia en la casa la resultaba molesta y entrometida. Era evidente que para la hembra la presencia de Blanche en la casa alteraba el estatus habitual.

Milton, con su hablar rústico y sencillo no exento de humor la hacia reír frecuentemente y las risas de Blanche no eran precisamente las apropiadas para una remilgada señorita.

Blanche se proponía conquistar al hombre, no sólo por que de conseguirlo se sentiría halagada, si no también por que era consciente de que quizá algún día podría obtener beneficio de haber pasado una noche con él en su propia casa. Quizá los cien dólares que ahora la había rebajado se convirtieran algún día en mil si aquel hombre era tan inconsciente como para acostarse con ella en su casa.

Pero en esos momentos Blanche estaba pensando en encontrar la forma de humillar a la negra que se ponía nerviosa por su presencia.

Ninguna señorita se hubiera tomado la molestia de compararse con una negra pero Blanche sí, Ella había vivido en un estatus muy próximo al de la hembra y necesitaba demostrarse que ella no sólo valía más si no que además podía humillarla cuanto quisiera.

- De sus palabras deduzco que son muy pocas las hembras que llegan a la edad de éstas, señaló a las dos camareras, siendo vírgenes. dijo aprovechando un silencio de Milton.

- Muy pocas, yo diría que ninguna.

- Pero éstas si lo son, verdad ?.

Continuara...

Datos del autor/a:

    Nombre: Adela.

    E-mail: aadelaa@yahoo.com

    Fuente: Historia originalmente publicada en la lista de correo "morbo".

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