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Blanche (18)

en Grandes Series

Cuando Blanche penetró en la habitación, la joven se sobresaltó tratando de ocultar un minúsculo recipiente que tenía en la mano.

También Derim se sobresaltó al ver interrumpido su sueño por la presencia del ama y rápidamente tomó una actitud de defensa de su hija.

Blanche salió del cuartucho de las dos mujeres totalmente desconcertada. Por un lado no había encontrado al macho que según sus informaciones debía acompañar a Barza y por otro, la actitud inexplicable de las dos hembras. Blanche había olido el contenido del recipiente y distaba mucho de exhalar los deliciosos vapores a que estaba acostumbrada.

Por el contrario el liquido transparente apenas si tenía olor apreciable.

Después de su descubrimiento estuvo tentada de organizar un escándalo y castigar a las culpables, pero consciente de que reprimir el apetito sexual de los negros era como tratar de retener el agua con la mano, además de ir en contra de sus propios intereses, optó por callar autorizando, implícitamente, un comportamiento que oficialmente estaba prohibido.

Era una forma de tener siempre pilladas a las hembras y sus machos para el caso de que fuera necesario.

Comentó el asunto con Lama sin darle más importancia, como de pasada. Haciendo el comentario de que ahora se explicaba por que a pesar del poco tiempo que llevaba en la casa conocía a tantas hembras.

Era lógico, una vez preñada la hembra era autorizada a volver a su choza y reemplazada por otra.

Lama pareció asustada por el descubrimiento de su ama pero se tranquilizó cuando ésta lo único que la dijo fue que quería estar al corriente de las parejas y de los negros con que se acostaban las hembras de la casa.

A partir de ese día Blanche comenzó a anotar con su ya rudimentaria escritura la información que sobre las parejas le daba Lama.

Pronto descubrió que la mayoría de las parejas no eran estables y que una hembra tan pronto se acostaba con un negro como con otro pero un detalle llamó poderosamente su atención.

Barza, la hija de Derim no aparecía en los informes de Lama.

Interrogó a Lama sobre el particular y se enteró de que Barza había mantenido una relación estable con un macho llamado Trican, un magnífico macho, fuerte y trabajador que en los últimos días parecía haber sido conquistado por otra hembra llamada Cloe con la que mantenía actualmente relaciones.

Fue fácil comprobar que efectivamente la pareja Tritan-Cloe aparecía reflejada en sus notas.

Decidida a no intervenir en la vida sentimental de las hembras y de sus machos, Blanche seguía con placer la evolución de las parejas sin preocuparse ni mucho ni poco de ello, mientras no interfiriera en el normal funcionamiento de las tareas de las hembras. En el fondo la daba igual que se quedaran preñadas dentro o fuera de la casa mientras sus vientres siguieran produciendo la materia prima de la que la plantación se mantenía.

Por lo demás sus relaciones con Richard seguían en el mismo tono de sincera amistad y comprensión que tanto habían gustado a Blanche al principio de su llegada a Viento del Norte pero, que ahora comenzaban a disgustarla cada vez más.

Se sentía ridícula manteniendo una abstinencia que podía satisfacer en cualquier momento llamando al primer negro que se la antojara, mientras él gozaba de todas cuantas negras le apetecían y en la forma y las veces que le apetecían.

Cierto que a Camana la había ido enseñando como debía acariciarla para gozar más y prolongar más su gozo. Ya no se limitaba a hacerse lamer el sexo de una forma ávida y precipitada. Ahora solía comenzar haciéndose lamer las plantas de los pies para gradualmente hacerla subir lamiendo las piernas,los muslos hasta llegar justo a la proximidad de su sexo pero sin entrar en él, después de detenerse un buen rato en las ingles la ordenaba seguir subiendo por su vientre, el ombligo la cintura, los pechos, los pezones, las axilas. En este momento Blanche se daba la vuelta haciendo que la lengua de Camana surcara su espalda de un lado a otro hasta llegar a las nalgas buscando la obligada introducción entre ellas hasta encontrar el ano, lo lamía y relamía hasta que Blanche la ordenaba descender unos centímetros encontrándose con el ya lubrificado sexo.

Las manos mientras tanto, vagaban aquí y allá arrancándola gozosos escalofríos de placer.

Mientras la lengua se ocupaba del clítoris, sus dedos iban lentamente abriéndose un camino hacia el interior de su sexo, primero uno, luego dos y finalmente tres. Tres dedos que junto con la lengua y los labios la iban aproximando al orgasmo.

Blanche había aprendido a controlar la intensidad y la frecuencia de las caricias que Camana debía prodigarla para hacer el placer más duradero, de tal forma que cuando el orgasmo llegaba, era un arrebatador huracán de placer, que removía cada una de las fibras de su organismo y cuyos ecos se prolongaban durante mucho tiempo.

Pero siempre al final, cuando la respiración se volvía lenta y todo su ser se recuperaba, la quedaba el amargo regusto de pensar que con Richard podía haber sido mejor.

Después del placer se hacia bañar por la esclava para quitarse de encima los restos de su saliva y de los abundantes jugos que su organismo elaboraba, sin preocuparse del trabajo adicional que esto representaba para la esclava.

En el fondo, Blanche consideraba que la vida de su esclava personal era de lo más cómoda. Prácticamente no salía de sus habitaciones y tenía como únicas funciones que hacer el mantenerlas siempre en perfecto estado de limpieza y orden además de encargarse de repasar, lavar, repasar la ropa de uso personal y tener siempre dispuesto el baño, al que se iba volviendo más y más aficionada a pesar de que Richard la decía continuamente que tanta agua no podía ser buena. Blanche, que al principio se había sentido incómoda portando las bragas, por que la apretaban en la cintura y en las ingles además de ser un impedimento más para la satisfacción de las necesidades corporales, varias veces había ocurrido que olvidada de su presencia, por la falta de costumbre, se había orinado en ellas, había terminado por acostumbrarse a ellas hasta el punto que había ordenado a una hembra a la que se le daba bien la costura, hacerla una docena más de las telas que había comprado en Bigstone.

Pronto comprobó que su autorización implícita, a la entrada de machos en la casa para pasar en ella la noche, había aumentado rápidamente el número de ellos que se habían atrevido a desafiar la prohibición formal y, el número de parejas había aumentado considerablemente, hasta el punto que rara era la noche en que una decena de negros no se cobijaban bajo el techo de la casa y en los jergones de las hembras.

Días después de aquella primera ronda Lama empezó a informarla de un anormal incremento de parejas, pero lo que más extrañó a Blanche fue comprobar que Trican había abandonado a Cloe para volver a los brazos de Barza.

Interrogó a Lama sobre el particular y fue informada por ésta de que Cloe parecía haber enfermado de repente. Un tremendo sarpullido que había empezado como unos inocentes granos la estaban cubriendo todo el cuerpo.

Meditando sobre el asunto llegó a la conclusión, que Barza tenía algo que ver por la repentina enfermedad de Cloe. Sensibilizada como estaba por los celos que sentía hacia las hembras que continuamente rodeaban a Richard se solidarizó con Barza. La pareció lo más lógico que Barza usara cualquier tipo de artimaña para recuperar a su macho.

Lo que en principio fue tan sólo una sospecha se confirmó un día en el la casualidad quiso que aprovechando uno de los escasos días que no llovía y, el frió no era muy intenso, salió a pasear por los solitarios caminos que partían de la casa.

Paseaba despreocupada y sola, cuando al llegar a una curva del camino casi tropezó con Barza que, portaba un gran fardo de hierbas secas en la cabeza, seguramente para la fabricación de perfumes, pero en la mano, también llevaba un pequeño ramillete de algo similar a las ortigas, que se apresuró a esconder de la mirada de Blanche.

En principio no relacionó nada pero a medida que Lama, día tras día la informaba de la evolución de la enfermedad de Cloe, cuyo sarpullido se iba convirtiendo en feas llagas llenas de pus que terminaban por explotar con un olor nausebundo, hasta el extremo que ninguna negra se atrevía a acercarse a ella, se dio cuenta que allí intervenía algo más que una simple enfermedad de carácter benigno.

Armándose de valor, un día bajó al cuartucho donde Cloe, comida por la fiebre parecía descomponerse en vida.

La fetidez era tal que hubo de taparse la nariz para no vomitar, pero al fin sus pesquisas dieron resultado. Esparcidas aquí y allá, en los harapos que cubrían el enfebrecido cuerpo de la joven hembra vio hojas resecas de la misma planta que había visto en las manos de Barza.

Una sonrisa de satisfacción iluminó su rostro al comprobar el éxito de sus pesquisas.

No dijo nada a nadie pero ordenó a Lama que Cloe fuera llevada a su choza temiendo que la enfermedad pudiera ser contagiosa y se extendiera produciendo una auténtica epidemia entre las hembras de la casa.

En el fondo de su alma se alegró de la acción de Barza. Que astucia la de aquella hembra que había sabido desprenderse de aquella forma horrible de su rival. Que placer mental debía sentir cuando gozara del abrazo de Trican sabiendo que la otra se pudría lentamente entre espantosos dolores.

Estaba segura ya, que las hierbas introducidas por Barza en el lecho de Cloe, le habían producido la enfermedad pero no lo estaría del todo mientras no lo comprobara.

Así que como de costumbre, fue a visitar las dependencias de Derim encontrándola a ella y a Barza atareadas como siempre. Como ajena a su descubrimiento comenzó a mirar entre las plantas almacenadas y, puestas a secar, hasta encontrar varios ramilletes en distinto estado de secado, de la ortigas que había visto a Barza y pidió a ésta que pusiera en un recipiente unas pocas de cada uno de los distintos manojos. Por un momento las miradas de Blanche y de Barza se cruzaron mientras Derim seguía atentamente la escena.

- No las toque amita, su picadura es desagradable. Dijo Barza con un destello de burla en la mirada.

Blanche no tenía la menor intención de tocarlas pero la sorprendió el que Barza no tomara ninguna precaución para manipularlas. Las tomó con sus manos desnudas e incluso tuvo la osadía de preguntarla si quería más.

Blanche achacó su confianza en el manejo de las mortíferas plantas a que sin duda, sus manos encallecidas por los rudos trabajos, tenían poco que temer de las aterciopeladas hojas.

De todas maneras, estaba segura de que nadie jugaba a sabiendas con una muerte tan horrible por muy protegida que creyera estar.

Cuando salió del cuartucho de las dos hembras, estaba convencida de que en aquel recipiente, levaba una muerte atroz para la que todavía no había encontrado destinatario.

Sin decir nada a nadie buscó el cuarto donde descansaban las hembras destinadas al servicio de Richard y escogiendo un jergón al azar, alzó la manta y vertió parte del contenido del recipiente volviendo a dejar la manta como estaba.

Después subió a su cuarto convencida de que en unos días, habría otra Cloe, pero esta vez entre las esclavas de Richard.

Pasaron los días. Blanche escrutaba con ojo crítico el comportamiento de las cuatro hembras, con la esperanza, de que alguna de ellas comenzara a dar síntomas de padecer la fatal enfermedad que seguía descomponiendo a Cloe en la miseria de su chabola y sin que nadie quisiera prestarla la más mínima ayuda. Sólo por orden de Blanche, una negra vieja, se atrevía a entrar en la cabaña para darla los alimentos que apenas si probaba. Sólo tomaba agua en abundancia y con extraordinaria avidez.

Todo su cuerpo, enormemente hinchado y enfebrecido, era ya una sola llaga purulenta que se descomponía lentamente. Pero la negra era joven y fuerte y se resistía a morir.

Sin embargo ninguna de las hembras de Richard demostró tener el menor síntoma que pudiera indicar que padecía la enfermedad.

Pensando que quizá la dosis no había sido la adecuada, repitió la siembra esta vez aumentando la cantidad, pero lo único que consiguió fue crear un pequeño conflicto entre las hembras, ya que la destinataria, al descubrir las hojas de ortiga en su jergón pensó que alguna de sus compañeras la había gastado una broma.

Convencida de que algo estaba fallando se decidió por fin a interrogar a Barza y esperó a encontrarla sola en su cuchitril.

Observó a Derim durante días, hasta que la vio salir al campo en busca de alguna hierba que necesitaba y, se precipitó en la estancia donde las dos negras tenían su laboratorio.

Barza en esos momentos estaba agachada, encendiendo el fuego bajo un caldero, pero por la forma de entrar de su ama comprendió enseguida que la visita no era como las habituales.

- Pasa algo amita?. Preguntó alarmada.

- Sí, pasa que sé que eres tu la causante de la enfermedad que padece Cloe y, te juro que si no me dices cómo lo has hecho, morirás tú antes que ella.

- Yo no sé nada amita. Contestó la negra iniciando una mueca destinada a distraer la atención de Blanche.

- Mientes negra, he descubierto ciertas cosas que te delatan.

- No, ama, yo no ...

- Escúchame negra. El que Cloe viva o reviente me importa menos que la mierda que cago por las mañanas. No sé por qué lo has hecho, aunque lo sospecho. Supongo que habrás tenido tus razones y si muere consideraré que estará bien muerta. Ni te castigaré ni diré a nadie que lo has hecho a condición de que me digas cómo lo has hecho? Barza apabullada por las palabras de Blanche prorrumpió en sollozos antes de empezar a hablar.

- Ama yo ... Ella me había quitado a Trican y yo ...

- Ella no ha hecho nada ama. He sido yo. Dijo Derim irrumpiendo en la estancia de pronto.

Sin duda había estado escuchando y salía en defensa de su hija.

Blanche sabía que la vieja mentía y, una vez más se preguntó dónde estaba el fallo del sistema que, permitía que los negros tuvieran por sus crías el mismo cariño que el que sentían las mujeres por sus hijos?

Sin embargo no era el momento de analizar tanta sutileza. A ella lo que la importaba era descubrir la forma en que Barza había envenenado a Cloe.

- Sin duda has estado escuchando, y eso no esta bien, pero puesto que lo has hecho y has oído lo que le la he dicho a tu hija, no es necesario que te aclare que lo que he dicho para ella es válido también para ti. Me importa un bledo que Cloe viva o reviente. No os castigaré a ninguna por eso, pero a cambio quiero que saber cómo y con qué lo habéis hecho.

Derim pareció dudar un momento. Sin duda pensaba que el no revelar a Blanche su secreto era lo único que garantizaba su vida y la de su hija. - Escúchame negra, la increpó Blanche. Me eres de mucha más utilidad viva que muerta siempre que compartamos ciertos conocimientos, pero si te empeñas en guardar tus secretos, no me serás de mucha utilidad, no quiero tener que recordarte como murió Bare, ni como está muriendo Cloe, pero te aseguro que soy capaz de inventar muertes más atroces para ti y para Barza si te obstinas en guardar silencio. Por el contrario, si compartimos los secretos te aseguro que sabré mostrarme agradecida y ser tan leal como tu lo seas conmigo. - Señorita Blanche. Dijo Derim encarándose por primera vez con ella. Yo soy una vieja con fama de bruja, esa fama me la he ganado a pulso por la cantidad de conocimientos que me fueron transmitidos por por mi madre y mis antepasados. Yo he procurado conservar los viejos, y acrecentarlos con alguno nuevo. Ya sé que para usted mi vida no tiene importancia, para mi tampoco, soy vieja y en el mejor de los casos me quedan unos pocos años de mala vida. No me amenace con la muerte y, menos con la de mi hija porque, y tenga por seguro lo que le voy a decir, si ella o yo quisiéramos, usted no volvería a salir de esta habitación por su propio pie. Incluso antes de pudiera dar un paso o decir una sola palabra estaría muerta, y también la aseguro de que ni mi hija ni yo moriremos de ninguna de las muertes horribles que ningún blanco haya inventado o pueda inventar, pero ya que parece usted interesada en aprender ciertas cosas la propongo un cambio.

Blanche, en el fondo de su asombro intuía que Derim estaba diciendo la verdad, no sabía como podía realizar lo que estaba diciendo pero estaba segura de que podía hacerlo.

- Yo le enseño todo lo que usted pueda aprender en los años que me quedan de vida y a cambio usted da la libertad a mi hija.

Blanche jamás hubiera esperado que una negra se la enfrentara con tanta decisión, tanta seguridad, y tanta calma.

Las dos mujeres permanecieron mirándose durante unos instantes desafiantes y en silencio. Blanche vio en el rostro de Derim reflejarse la sinceridad, la decisión y el poder.

Derim vio a Blanche asaltada por la duda y el interés y dijo.

- Usted hablaba de lealtad hace un momento y yo le aseguro que si da la libertad a mi hija, yo seré para usted el ser más leal que jamás haya tenido en su vida. Como entre sueños Blanche se oyó decir.

- No puedo hacerlo, Barza no es mía.

De inmediato el rostro de Derim se relajó y esbozó lo que quería ser una sonrisa.

- Ese no es ningún problema señorita.

- Cómo la voy a liberar si no soy su dueña?

- Si se empeña será suya, todas las hembras sabemos como engatusar a un hombre.

Continuara...

Datos del autor/a:

    Nombre: Adela.

    E-mail: aadelaa@yahoo.com

    Fuente: Historia originalmente publicada en la lista de correo "morbo".

    Relato protegido e inscrito en el registro de propiedad intelectual.