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Blanche (33-Final)

en Grandes Series

- Señor Monroe. Dijo Blanche dirigiéndose a él por el apellido por primera vez, en qué condiciones cree usted que estará la casa y la tierra dentro de unos años si yo no estoy aquí?.

- No sé como estará la casa, pero si sé que la tierra estará en el mismo sitio en que usted la deje. Si estuviera usted en una situación de necesidad y quisiera venderla para invertir en un negocio más rentable, sería yo el primero en aconsejárselo, pero no es ese su caso. Tiene usted dinero suficiente como para invertir en cualquier negocio e incluso para vivir de las rentas toda su vida viviendo holgadamente.

Para venderla siempre tendrá usted tiempo, en último caso no tiene más que ponerse en contacto conmigo. Tenga la seguridad de que obtendré para su tierra el mejor precio que se pueda obtener en cada momento. Blanche meditó durante mucho rato las palabras del señor Monroe pero nada de lo que pensaba la convenció de que seguir siendo la propietaria de aquella tierra fuera lo más conveniente para sus intereses.

Ella sabría invertir el dinero en otro lugar y hacerle fructificar. Los cofres fueron abiertos en su presencia, su contenido fue contado y recontado varias veces moneda por moneda hasta que no quedó ninguna duda de la enorme cantidad de oro que durante generaciones se había almacenado en Viento del Norte.

El señor Monroe extendió los oportunos documentos que la acreditaban como la única y legítima propietaria de aquella inmensa fortuna y puso a su disposición el carruaje para que la llevara de vuelta a Viento del Norte.

- No olvide señor Monroe que sigo pensando en vender. Dijo cuando tenía ya un pie en el estribo, gozando de la cara de desconcierto que vio reflejarse en el hombre al escuchar sus palabras.

Poco la quedaba ya por hacer en la plantación. Tan solo seleccionar los negros y las cosas que quería llevarse. En definitiva, muy pocas cosas, quería romper los últimos lazos con aquella tierra tan pronto como fuera posible.

Cuando las cruces y la cerca estuvieron preparadas mandó despejar de matojos y arbustos una amplia zona alrededor de las tumbas y procedió a clavar tanto las cruces como la empalizada.

Un día llegó alguien a quien Blanche había echado de menos en las últimas semanas.

Llegó con su destartalada carreta pero con la misma decisión de siempre.

- Norman. Gritó Blanche nada más verle apresurándose a salir a su encuentro.

El joven también aceleró el paso al verla aproximarse. Avanzaron hasta estar a un metro de distancia y súbitamente se quedaron parados unos instantes, antes de fundirse en un cálido y reconfortante abrazo.

No se dijeron nada, no era necesario.

- Me marcho Norman. Dijo Blanche cuando se hubieron separado.

- Ya lo sé, señora Benson. Contestó con la mayor naturalidad.

- Quién te lo ha dicho?

- Bigstone es un lugar pequeño, señora Benson. Un lugar en el ocurren pocas cosas y en el que el mayor entretenimiento de la gente consiste en comentar lo que le pasa a sus vecinos. Usted fue noticia durante mucho tiempo cuando llegó, lo fue cuando se casó y lo es ahora después de lo ocurrido. Todo el mundo sabe que desea marcharse y no me extrañaría que cualquier día apareciera por aquí alguien dispuesto a comprar.

- Que opinas de mi, Norman?.

- Que es usted una de las personas más extraordinarias que he conocido. Las palabras de Norman fueron tan sinceras que no sonaron a adulación en los oídos de Blanche y sólo pudo contestar.

- Gracias. Pasaron unos instantes de embarazoso silencio antes de que Blanche lo rompiera.

- Todavía no estoy muy segura de a donde iré, ni como organizaré mi vida pero, te quieres venir conmigo?. Estoy segura de poderte dar trabajo. Norman pareció meditar unos instantes, luego dijo.

- No lo tome como ingratitud señora Benson, ya sé que ha sido gracias a ustedes como he comenzado a abrirme un camino en la vida, si no hubiera sido por ustedes seguiría esperando día tras día sin otra cosa que hacer que el vago y ver correr la miseria. Ustedes me dieron una oportunidad que ninguna otra persona me hubiera dado. Pero ahora comienzo a tener trabajo y mis servicios son requeridos con frecuencia.

Blanche respiró aliviada con las palabras de Norman. Dejándose llevar por sus sentimientos había hecho el ofrecimiento aun a sabiendas de que el joven no sería más que un estorbo en su vida futura. Nunca jamás se uniría sentimentalmente a nadie, los sentimientos no eran más que un estorbo y un manantial de sufrimientos.

- No, Norman, esa oportunidad que nosotros te dimos la tenías bien ganada y, de no haber sido por nosotros la hubieras encontrado igualmente un día u otro. Después de estas palabras volvió a hacerse el silencio.

- Sabe cómo me localizó el viejo señor Doyle?.

- No, no lo sé. Contestó Blanche dándose cuenta de que la mente de Norman corría ya por otros derroteros.

- Por los envases. El astuto señor Tarner sabía que esa clase de envases se fabricaba en Santa Joana, así que envió allí al señor Doyle y a éste le fue fácil averiguar que había sido yo quien había comprado un centenar los días anteriores. Con ese dato averiguó que vivía en Bigstone y de allí no tuvo más que seguirme hasta aquí.

Se despidieron como buenos amigos pero con la casi seguridad de que no volverían a encontrarse jamás.

Efectivamente, unos días Después llegó a Viento del Norte un hombre en un veloz carruaje tirado por dos caballos que se identifico como conocido del señor Monroe y, que la hizo una oferta global por Viento del Norte. El hombre no hizo ni una sola pregunta sobre la extensión o el numero de esclavos, tan solo se limitó a echar una ojeada a la casa y preguntar cuántos de los enseres deseaba Blanche llevarse.

Muy pocos, unos cuantos negros, los enseres personales, una carreta y dos caballos. Aclaró Blanche.

- Cuántos son muy pocos, para usted, señora?.

- Una docena a lo sumo.

- Bien, me parece muy bien.

Era evidente que el hombre estaba al corriente por el señor Monroe de los datos que cualquier comprador hubiera preguntado, así que se limitó a hacer una oferta global que dejo desconcertada a Blanche. Se imaginaba que Viento del Norte valía mucho dinero pero nunca se imaginó que tanto, y más cuando el comprador sabía que tenía prisa por vender. En poco más de una hora llegaron a un acuerdo y el hombre partió con la promesa de volver a recogerla tan pronto como los documentos estuvieran preparados para la firma.

Una semana después Blanche llamó a su presencia a Derim y a Barza para comunicarles que Viento del Norte había sido vendido, y que ellas podían elegir entre marcharse a donde quisieran o irse con ella a Nueva Orleáns. Seguirían trabajando para ella, y les pagaría su trabajo.

Derim sin dudar un momento aceptó la oferta de su antigua ama para ella y para su hija que no despego los labios en tan trascendente ocasión. Blanche estaba cada vez más arrepentida de haberla dado la libertad a pesar de que gracias a ello se encontraba con un sinfín de conocimientos que la podían ser útiles en el futuro.

Por fin, un día antes de la partida Blanche hizo ensillar dos caballos. Acompañada de Drum se acercó hasta el pueblo y compró el carruaje más ligero que pudo encontrar junto con dos briosos caballos. No estaba dispuesta a invertir en sus viajes más tiempo del necesario. Después pasó por el banco para que el señor Monroe la entregara varias cartas de presentación para sus colegas de Nueva Orleáns.

Al regreso a Viento del Norte, ya con Drum como conductor del carruaje comprobó que habían tardado poco más que cuando lo hicieron en el carruaje del banco.

Estaba a punto de acostarse para pasar la última noche en Viento del Norte cuando Lama se presentó ante ella visiblemente preocupada.

- Ama, dijo a modo de introducción, desde hace varios días hemos echado en falta una negrita, una de las hijas de Kronura.

Inmediatamente Blanche supuso que se trataba de la hembrita que la había ayudado a sacar el oro de la cripta.

- Quien es Kronura?.

- Es una hembra de la casa, la ayudante de la cocinera.

Efectivamente, es la misma negra, se dijo Blanche para sus adentros.

- Bien y que pasa?.

- A Kronura la vi muy alterada el primer día, estuvo haciendo averiguaciones como una loca pero después parece haberse olvidado del asunto.

- Y?.

- Yo también he hecho averiguaciones entre las amigas de la hija de Kronura y todas coinciden en que desde hace tiempo la muchacha hablaba continuamente de escaparse.

- Qué piensas entonces?.

- Yo creo, y estoy convencida de que también lo cree así la propia Kronura, que la muchacha se ha escapado.

- Lama, mañana yo me marcho, ya no soy la dueña de Viento del Norte. No sé cuando vendrán los nuevos dueños pero si cuando ellos lleguen no a aparecido díselo para la busquen.

Con las primeras luces del alba Blanche subió al carruaje. Al pescante Drum esperaba inquieto el momento de poner en marcha los briosos animales. Fuera, sobre el portaequipajes Tiara y un macho de unos dieciocho años llamado Morceb formaban el cortejo. Más tarde, en una de las carretas la seguirían Derim, Barza, Nancary y media docena más de negros y negras que Blanche consideraba que podían serla útiles en los primeros tiempos de su nueva vida en Nueva Orleáns. El hecho de que Morceb viajara con ella en el carruaje era por que, desde aquel día en que la sirvió de montura cuando se torció el tobillo Blanche había sentido con frecuencia deseos de él. Mientras vivió Richard nunca se atrevió a confesárselo a si misma pero ahora, una vez rotos los lazos sentimentales nada la impedía usar al negro a su antojo. Junto a Richard había sido intensamente feliz. Durante el tiempo que pasó en la plantación se había enamorado intensamente de él, nunca en su vida se había podido imaginar que fuera capaz de querer a un tullido como había querido a Richard, pero ahora su vida se encaminaba hacia nuevos derroteros y deseaba borrar cuanto antes la terrible tristeza que sentía.

Blanche había ordenado meter en el portaequipajes pocas cosas, pero no se había olvidado los cuadernos de notas que pacientemente había ido elaborando con lo aprendido de Derim, el recipiente con las cenizas de los restos de la cuna de su hijo y del transportín de Richard. La armónica era otra cosa que no había olvidado. Unos cuantos vestidos, algo de ropa y poco más formaba el equipaje en el momento en que dio a Drum la orden de poner el marcha los caballos. Los veloces animales salieron rápidamente al camino y ya en él empezaron a poner tierra por medio.

Se detuvieron en Bigstone el tiempo justo para dar de beber a los caballos y para que Blanche se despidiera las pocas personas a quien había conocido antes de iniciar el largo viaje. A poco más de una hora de haber dejado Bigstone, Blanche mandó a Drum parar y ordenó a Morceb que pasara al interior del carruaje. Su impaciencia era tal que no fue capaz de esperar a la noche.

Además era poco menos que imposible que en ninguna posada del camino dejaran que el negro pasara de la cuadra. A Tiara sí la dejarían pasar como negra de compañía, pero nunca a un negro acompañando a una dama.

El negro, alto y fuerte estaba nervioso al verse por primera vez solo en presencia de su ama y comenzó a sentirse mucho más cuando Blanche empezó a mirarle con ojos de deseo. El negro, que no tenía un pelo de tonto sabía que no era más que un animal, un simple objeto sometido a la voluntad de aquella mujer, y sabía que no podría escapar a su destino si su ama lo deseaba, pero también sabía que si era descubierto por algún blanco sería matado irremisiblemente. Ella fingiría haber sido atacada o violada.

Claro, que si rechazaba a su ama, tendría una muerte igual de segura pero posiblemente más atroz. Por otro lado tenía que luchar contra sus propios sentimientos.

Qué negro no deseaba a una mujer blanca tan joven, bonita y apetecible como su ama? Blanche dejó pasar los minutos gozando con la turbación que sabía que estaba provocando en el negro teniéndole allí, de pie y haciendo desesperados esfuerzos por mantener el equilibro ante los continuos traqueteos de vehículo.

- Quítate la camisa. Le ordenó Blanche.

Tras unos segundos de duda Morceb obedeció dejando al descubierto sus perfectos músculos.

- Arrodíllate. Ordenó de nuevo para tener el torso del negro a una altura cómoda. Blanche, tras una ojeada general comenzó a recorrer aquel cuerpo que la pertenecía con sus delicadas y acariciantes manos, cada músculo, cada pliegue fueron examinados con atención. Desde los hombros hasta la cintura, las manos de Blanche se recrearon en su propiedad recorriéndolo varias veces tanto por el pecho como por la espalda.

Entre los insistentes ruidos del carruaje Blanche pudo oír la agitada respiración del negro y su propia respiración. Tomando al negro por la cintura le hizo ponerse en pie. No se conformaron las manos de Blanche con inspeccionar la parte de cuerpo que la camisa había dejado al descubierto y lentamente se fueron adentrando bajo el amplio pantalón del esclavo. No tardaron en encontrarse con el ya rígido sexo del macho antes de comenzar a juguetear con sus testículos.

Poco después las ágiles manos se deslizaban acariciando las nalgas.

- Cierra las cortinillas. dijo, consciente de que a través de ellas podía ser vista por Drum, por Tiara o por algún caminante inoportuno. Una vez la penumbra se adueñó del interior del carruaje, desabrochó la cuerda que servía de cinturón al pantalón del negro, dejándole que se deslizara lentamente por sus piernas. Todavía insistió un rato en sus juegos sobre los desarrollados genitales del esclavo antes de ordenarle tumbarse en el suelo del carruaje.

Hacia rato que el sexo de Blanche había comenzado a elaborar los cremosos jugos que haría más suave y deliciosa la penetración, hasta el punto que sentía la estrecha banda de la braga que cubría su sexo completamente empapada, pero al verle boca arriba deseó aportar a su cremosidad natural la cremosidad de la lengua y boca del negro. Sin más titubeos que aquellos a los que obligaba el continuo movimiento del vehículo se desprendió de la braga y situando sus pies a ambos lados del cuerpo de Morceb no tuvo más que alzarse las faldas e ir acuclillándose lentamente hasta sentir el cálido aliento del negro en su excitado sexo.

- ¡Lame! Ordenó secamente. Este pareció sentir un cierto recelo de hundir su lengua entre los brillantes y coralinos labios rodeados de espesos, delicados y rizados cabellos, pero cuando Blanche se agachó un poco más forzando el contacto, Morceb comprendió que debía resignarse a su suerte y dirigió tímidamente la lengua, hacia el interior del sexo de su ama.

En ese momento parte de los líquidos elaborados por el sexo de Blanche se precipitaron en el interior de su boca haciéndole toser y girar la cabeza. La maniobra no fue del agrado de Blanche quien soltando las faldas las dejó caer cubriendo la cabeza del negro mientras con las uñas comenzó a arañar el dorso del esclavo.

Este comprendió de inmediato que era preferible el desagradable, pero excitante sabor de su ama, que sus arañazos ,y recomenzó la tarea donde la había dejado.

Pronto sintió Blanche los agradables aleteos de la lengua de Morceb en lo más recóndito e intimo de su ser y se preguntó como había podido ser tan tonta como para creerse que el contacto con un negro podía ser desagradable. Poco a poco el negrito fue comprendiendo que había ciertos lugares en el sexo de su ama que parecían ser mucho más sensibles a las caricias, ya que esta le presentaba casi continuamente una pequeña protuberancia, más dura, para que jugueteara con ella, mientras con frecuencia, el lugar destinado a otro tipo de apéndice, se aplastaba contra su apéndice nasal obligándole a respirar por la boca y, a recibir en ella, nuevos fluidos que manaban continuamente de aquel inagotable manantial. Blanche, dominando la situación se acercaba o se apartaba de la boca del negro regulando la intensidad de las caricias y la frecuencia de las mismas, hasta que llegó un momento en el que deseó fervientemente una penetración en regla. No tuvo más que cambiar de posición para sentir el rígido sexo del esclavo abriéndose un delicioso camino en su vagina. El continuo movimiento de vehículo hacía que casi sin esfuerzo aquel sexo se moviera en su interior.

- Si me ensucias con tu leche te castraré!. Advirtió al negro.

No la importaba lo más mínimo si el esclavo llegaba a expulsar o no en su interior. No la importaba nada quedarse embarazada de un negro o de un blanco, no tenía que dar explicaciones a nadie. Pero le advirtió para que el negro no tuviera la sensación de que ella había sucumbido a sus encantos. Era ella, la que como dueña tomaba de él lo que la gustaba y cuando la apetecía. De todas maneras sabía que su advertencia sería inútil, Conocía por experiencia que los machos, blancos o negros llegaban a un punto de no retorno por mucho que quisieran contenerse. Pero era una forma de no dejar gozar al negro plenamente, sabía que cada vez que acabara de usarle él tendría la incertidumbre de no saber si su prohibida semilla habría prendido en las entrañas de su ama o si las pruebas de su acción sería detectadas.

Absorta en estos pensamientos y en las deliciosas sensaciones que en su sexo se producían por el continuo y rítmico roce con el del esclavo advirtió de nuevo con palabras entrecortadas por el placer.

- Si me ensucias te castraré¡.

Finalmente el placer explotó recorriendo en sucesivos relámpagos su cuerpo hasta quedar extenuada sobre el cuerpo de Morceb. Atenta sólo a su propio placer no se percató si el negro había llegado o no a derramar su semen, pero cuando se sintió recuperada se puso en pie abandonando el rígido sexo que hasta hacía unos instantes la había resultado tan apetecible, derrumbándose sobre el suave y cómodo asiento del vehículo. Poco después sus pies descalzos tomaban posesión del vientre del esclavo para demostrarle una vez más que no sentía hacia él ni el menor respeto ni el menor agradecimiento. Blanche descubrió pronto que el contacto de sus pies con la boca y la lengua del negro era de lo más gratificante y excitante. Se entretuvo mucho tiempo introduciendo y sacando los dedos de su boca y sintiendo la caricia de la lengua entre ellos. De vez en cuando, su otro pie jugueteba con el sexo y los testiculos de Morceb provocando de nuevo su erección. Volvió a sentirse excitada y chasqueando los dedos hizo una seña a Morceb para que se arrodillara ante ella.

Era consciente de que sus muslos, muy abiertos, ofrecían al negro una visión tan excitante como obscena y se recreó en la turbación que producía en el negro antes de apoyar la mano en su cabeza. Lentamente pero con firmeza fue empujando la cabeza del negro hasta que sus labios etraron de nuevo en contacto con el sexo.

-¡Lémeme! ordenó con cierta brusquedad para que a Morceb no le quedara ninguna duda de lo que debía hacer. Mientras sentía de nuevo las caricias, mientras sus ojos se cerrabn de vez en cuando para sentirlas mas intensamente, pensaba lo humillante que debía resultar para el negro lamerla y chuparla si es que había llegado a derramar su semen en ella.

Antes de llegar de nuevo al orgasmo pensó que si él la había ensuciado, era justo que él la limpiara con la lengua. Su cuerpo sobrexcitado no tardó en alcanzar el placer de nuevo, sus muslos atraparon el rostro del negro hasta que Blanche empezó a sentir que tanto placer empezaba a convertirse en molestia. Con el pie fue empujando al negro hasta hacerle caer de nuevo al suelo del carruaje.

Sus pies, ya calzados, volvieron a juguetear sobre el cuerpo del negro durante un rato. Tan sólo cuando se cansó de verle desnudo en el suelo le ordenó primero ponerla la braga y después vestirse.

En una breve detención Morceb volvió a ocupar su puesto sobre el portaequipajes mientras Blanche llamaba a su lado a Tiara.

Como en un sueño los paisajes que la alejaban de Viento del Norte discurrieron rápidos ante ella.

Eran los mismos paisajes que hacia aproximadamente dos años había recorrido en sentido inverso pero en muy diferentes circunstancias. Blanche se recordó montada en un pequeño jumento, bajo un sol abrasador, con la sensación de ser una delincuente y una asesina en potencia. Más tarde su vida había evolucionado de una forma tan rápida que apenas si la resultaba asimilable.

La parecía imposible que todo aquello la hubiera podido ocurrir a ella.

Pero lo cierto era que estaba allí, montada en un rápido carruaje, dueña de una inmensa fortuna que podía emplear como quisiera y de esclavos, a uno de ellos acababa de usarlo de la forma que más la había apetecido.

Cuando pasaron por las cercas de la plantación de Martin, aquel hombre con el que había pasado la noche y al que había comprado a Camana, su primera esclava, no tuvo ganas de detenerse, tenía demasiada prisa por llegar a Nueva Orleáns y comenzar a organizar su vida. Tuvo una pequeña reflexión a propósito de Camana.

Cuan distinta hubiera sido la vida de la negra de haber continuado con su antiguo dueño, nadie podía imaginar como hubiera sido su vida pero seguro que hubiera sido distinta a la que Blanche la había dado. La ultima vez que había fijado en ella iba cargada con dos recipientes de agua bajo el intenso frió del invierno, con el rostro deformado por la fea cicatriz que ella la hizo en un momento de enfado.

Pronto descubrió Blanche la relatividad de las distancias. Lo que montada en el cansino burro la había costado diez días en recorrer, al rápido y constante movimiento de los caballos quedó reducido a cuatro. Al pasar por Natchez sus recuerdos volaron hacia Moises, hacia su taberna, hacia el mugriento cuartucho donde habia pasado unos años.

Por su mente pasaron algunos de los desagradables momentos que había vivido en aquella ciudad.

Recordó a Peter Benson y tuvo un recuerdo muy especial para Richard.

Aunque su vida estaba a punto de cambiar seguia enamorada de él, a él, a aquel tullido, le debía los momentos mas felices de su vida y la fortuna que podría disfrutar en adelante.

Mientras los caballos se dirigian fogosos hacia Nueva Orleáns, mientras las ruedas resonaban en las losas de las calles de Natchez una frase vino a su memoria mientras sus labios se deformaban por una sonrisa. ¡Un día seré rica!

Fin.

Datos del autor/a:

    Nombre: Adela.

    E-mail: aadelaa@yahoo.com

    Fuente: Historia originalmente publicada en la lista de correo "morbo".

    Relato protegido e inscrito en el registro de propiedad intelectual.