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Blanche (32)

en Grandes Series

Retomó el camino de Viento del Norte, pero su mente apenas si pensaba ya en aquel oasis, que la plantación había sido en su vida, un oasis cuyas aguas habían resultado venenosas, pero que la acogió durante un tiempo brindándola los únicos momentos de felicidad que había conocido.

Su mente comenzaba a diseñar nuevos proyectos en un lugar lejano que no conocía pero del que había oído hablar continuamente. Nueva Orleáns.

Se imaginaba una gran ciudad, mucho más grande que Natchez, donde se mezclaban gentes llegadas de todas partes del globo en busca de oportunidades y de aventuras. Ella también se sumaría a la pléyade de aventureros que imaginaba.

Cuando llegó a Viento del Norte era noche cerrada pero nada más llegar hubo de enfrentarse a un problema que no se había vuelto a presentar desde poco después de haber llegado a aquella casa.

Lama se presentó ante ella con aire molesto rogándola que si ella no la apoyaba, era mejor que la relevara del cargo. Dijo que las hembras de la casa, primero habían empezado a hacerse las remolonas en cumplir sus obligaciones, luego habían dejado de obedecerla y finalmente eran capaces de responderla e incluso de burlarse de ella.

Llegó incluso a decir que a Drum comenzaba a pasarle algo parecido con los negros.

Blanche comprendió que si no actuaba con rapidez tendría que enfrentarse a un motín cuyas consecuencias serían imprevisibles.

No sentía miedo, después de lo que acababa de pasar, su vida apenas si tenía importancia para ella, pero lo que no quería de ninguna manera era hacer dejadez del principio de autoridad.

Tiara, que se había unido a su ama nada más verla llegar temblaba ante las graves consecuencias que tendrían las palabras de Lama.

- Tu, ve a buscar a Drum inmediatamente. La ordenó su ama con energía desacostumbrada. Por la mente de la joven negra pasaron las imágenes de aquella otra noche lejana, en que su ama la había encargado vigilar la puerta de atrás para que nadie saliera de la casa. Aquella noche en que Blanche mató a Janoe.

Muchos minutos después, Drum llegaba a su presencia nervioso, retorciendo entre sus crispadas manos el mugriento e innecesario sombrero.

- Lama me ha dicho que ni tu ni ella sois capaces de hacer carrera de los negros. Acuso directamente.

- Así es, ama.

- Por qué?.

- Por que ellos notan que ya las cosas no son iguales y que si no cumplen no pasa nada.

- Por qué no me lo habéis dicho?.

- Estaba usted en condiciones de escucharnos?.

Blanche hubo de reconocer que Drum tenía razón.

- Nombres, dadme cada uno un nombre, no uno al azar, si no aquel que creáis que más merece el castigo.

- Barza, contestó Lama sin titubear.

- Barza la hija de Derim?.

- Si, esa negra es cada vez más respondona y arrogante.

- Dime otra.

- Lama dudo unos instantes desconcertada, finalmente dijo, Frata

- Traedme inmediatamente a Barza, a Frata y a Derim.

Los tres negros salieron a cumplir las órdenes de Blanche y pocos minutos después volvieron a estar de nuevo reunidos junto a los tres acusados.

Cuando los seis vieron que Blanche se había ceñido la cintura con la canana, el revolver y que de la muñeca colgaba una pesada fusta, pensaron que la muerte se cernía una vez más sobre Viento del Norte. A Blanche no la pasó desapercibido un movimiento instintivo que vio hacer a Derim. Cuando la anciana negra se percató del furor de su ama, su mano se deslizó rápida hasta uno de sus ya fláccidos senos cogiéndoselo a través de la áspera tela del sayón que la cubría. Como respondiendo a una señal preestablecida Barza, su hija, hizo lo mismo.

Fue el movimiento combinado e instintivo de las dos mujeres lo que la puso en guardia sobre un ataque inminente.

Blanche sabía que de la vieja Derim se podía esperar cualquier cosa en caso de sentirse amenazada y, mucho más cuando la amenaza se cernía sobre su hija, como muy bien podía ser el caso.

- Tranquila Derim. Tranquila Barza, la cosa no va con vosotras. Se apresuró a decir antes de que las mujeres tuvieran tiempo de actuar. Vio como los rostros crispados de las dos negras se distendieron poco a poco antes de que sus manos abandonaran sus senos.

Barza ve a tu choza y trae el papel que te di hace ya tiempo. Tiara, tráeme papel, pluma y tintero.

La joven esclava se apresuró a cumplir la orden y poco después Blanche escribía apresuradamente, la carta de libertad de Derim. A su juicio era la única negra que merecía tal privilegio.

Ante el asombro de todos tendió el papel a Derim al tiempo que decía.

A partir de ahora eres tan libre como tu hija lo era desde hace tiempo.

Derim abrió desmesuradamente los ojos por la sorpresa y después cayó de rodillas alzando sus manos juntas hacia el cielo.

Dijo algo en voz alta, algo que ninguno de los presentes entendió porque sin duda era una frase transmitida de padres a hijos desde que correteaban en la vieja Africa.

Luego dirigiéndose a Lama y Drum, Blanche dijo.

Comprendéis ahora por que os había dicho que no le dierais ninguna orden a Barza. Ella es libre desde hace mucho.

- Cómo podía yo imaginar ..., dijo Lama.

- No tenías que imaginar nada, bastaba con que cumplieras mis órdenes.

- Perdón ama.

Un destello de triunfo y desfío partió de los ojos de Barza hacia la aturdida Lama cuando sus miradas se cruzaron.

Bien, dejemos ahora este asunto. Tiara. encárgate de poner luz en la planta baja, cuando esté hecho, vuelves.

No tuvieron que esperar mucho para que la diligente esclava volviera anunciando que su orden había sido cumplida.

- Encárgate de que nadie salga ni entre en la casa a partir de estos momentos y vosotros bajad a esa, dijo señalando a Frata.

La negra se dejó hacer como un autómata, su miedo había ido en aumento desde que llegara a presencia de Blanche, sus piernas temblaban amenazando con no mantenerla en pie.

Cuando la bajaron por la escalera los nudillos de los dedos de los pies descalzos, golpearon en cada escalón haciéndola quejarse levemente.

Momentos después Frata quedaba colgada por las manos de una viga en el centro de la estancia. Los pies se balanceaban a un palmo del suelo.

- Despertar a todos y que vengan aquí inmediatamente.

Momentos después comenzaron a aparecer las hembras de la casa y los machos que aunque no estaban autorizados a pasar la noche en ella lo hacían con el consentimiento tácito de Blanche.

Sus rostros expresaban temor por haber sido sorprendidos en falta, pero tan pronto como veían a Frata colgando, comprendían que lo que allí se solventaba era mucho más grave que su leve falta.

Blanche examinó detenidamente los rostros de los allí reunidos por si descubría algún indicio de rebelión pero se tranquilizó, aquellos rostros no expresaban más que temor y expectación. Incluso el rostro de Lama indicaba un cierto miedo.

A una señal de Blanche los escasos murmullos cesaron y dijo con voz clara y potente.

- Esta negra va a ser castigada por insolente y desobediente, es posible que no sea la única en caso de que las cosas no vuelvan rápidamente a la normalidad.

Empieza Lama. Dijo tendiéndola la pesada fusta.

Blanche vio como Lama titubeaba con la fusta ya levantada antes de descargar el golpe.

La negra tuvo que encontrar el apoyo en la mirada de su ama para atreverse a descargar un leve golpe a través de las nalgas de Frata. Inmediatamente ésta lanzó un quejido mucho más intenso de lo que correspondía al golpe recibido.

- Más fuerte! Ordenó Blanche, no dejándose impresionar por el lamento.

Lama alzó de nuevo la fusta y la dejó caer con más contundencia. Un cuarto de hora después, las nalgas y los riñones de Frata estaban surcados por múltiples marcas hinchadas, que destilaban sangre en algunos sitios. Lama había ido creciéndose a medida que el castigo se prolongaba, los últimos golpes habían sido aplicados con verdadera rabia.

- Para, ordenó secamente Blanche haciéndose apenas oír entre los gritos de Frata.

Poned una manta debajo. Ordenó Blanche al ver que la sangre corría por las piernas amenazando con gotear en el suelo.

Con firmeza retiró la fusta de manos de Lama y esperó a que su orden hubiera sido cumplida.

Después fue ella la que empezó a golpear sobre las negras carnes de Frata, lo hizo metódicamente, dejando que entre fustazo y fustazo pasara un tiempo prudencial antes de reavivar con un nuevo golpe el insoportable dolor que debía sentir la negra.

Comprendió lo acertado de la mediada de poner la manta en el suelo cuando de entre las piernas de la hembra comenzó a salir un potente chorro de orina.

En el grupo de negros se produjeron algunas risitas ante la acción de la castigada.

Blanche no se dejó impresionar y siguió azotando hasta que finalmente Frata inclinó la cabeza sobre el pecho y se volvió insensible a los golpes. Había perdido el sentido.

Blanche tuvo tiempo de echar una ojeada a su víctima antes de que fuera descolgada y sacada de la casa, todo su cuerpo, desde el cuello hasta los tobillos, incluidos los pechos, el vientre y los muslos estaban cubiertos por las marcas de la fusta.

A Blanche ya no la importaba nada dañar la mercancía, ya no la importaba nada de lo que pasara en Viento del Norte, tan solo quería mantener la disciplina.

Aquella noche, cuando Blanche se acostó recuperó la vieja costumbre que había iniciado el día que compró a Camana. E incluso la pareció sentir que Tiara, la joven y eficiente esclava se entregaba mucho más de lo que lo había hecho en los últimos tiempos.

Al día siguiente hizo quemar el transportín de Richard, era ya un artilugio innecesario, que podía inducir a mofa a otras personas que no le hubieran conocido y querido.

En la misma hoguera ardió la cuna que debió ser para su hijo. Evidentemente Blanche estaba rompiendo las ataduras con el pasado pero lo hizo de una forma ritual, ni la rabia, ni el desprecio embargaban su animo al echar aquellos utensilios a la pira, era como la última y respetuosa ofrenda de despedida a sus seres queridos.

Solitaria ante la pira fue viendo como todo se consumía convirtiéndose lentamente en cenizas y finalmente llenó con las cenizas ya frías una de las ollas metálicas que en otro tiempo habían servido para guardar el oro. Con meticuloso cariño procedió al precintado y lacrado del recipiente antes de darle un lugar preferente en su habitación.

Desde ella pudo ver como los negros se esforzaban como diablos en sacar agua de los pozos en un intento de salvar lo poco que todavía no se había perdido del todo en el jardín. Temían que Blanche pudiera llamar a alguno de ellos para pedirles cuentas sobre los destrozos ocasionados por la falta de atención pero, la mente de Blanche no estaba ya para fijarse en aquellos pequeños detalles.

Por intermedio de Drum hizo llamar a Manua, el hábil artesano que había construido bajo su dirección, el transportín de Richard y le ordenó que hiciera en el menor plazo posible dos cruces de madera, la más resistente que encontrara, para ponerlas junto a las tumbas y una amplia cerca para que las rodeara.

La víspera del día acordado con el director del banco esperó hasta la caída de la tarde para llamar a una negrita, una muchacha de unos doce años hija de una de las sirvientas de la casa y sin que nadie la viera le hizo descender con ella a la bodega de la casa.

Encendió una antorcha y ordenó a la negrita que permaneciera en silencio hasta que ella volviera.

Buscó a Tiara y la hizo montar guardia ante la puerta de la bodega para que no fuera molestada mientras realizaba la delicada operación de extraer el oro de la cripta.

La negrita asustada se había hecho un ovillo en un rincón cercano a la antorcha y sólo se movió cuando vio regresar a su ama por la empinada escalera de la bodega.

A Blanche la costó trabajo hacer girar la llave en la enmohecida cerradura, pero al fin los resortes cedieron con un sonoro chasquido. La robusta puerta se resistió a girar sobre los goznes y sólo lo hizo con un siniestro chirrido. Después fue indicando a la negrita como tenía que proceder para desactivar las trampas. Segura ya de que la losa no giraría, la ordenó entrar con una antorcha, antes de ir sacando de la cripta las pesadas ollas con las que casi no podía. Blanche no podía saber si la negrita sudaba por el esfuerzo, por el miedo o por las dos cosas, pero en realidad la era indiferente.

Una vez segura que todos los recipiente estaban fuera ordenó a la negrita volver a entrar en la cripta y asegurarse que ya no quedaba nada de valor, mientras, retiró las piedras que retenían la losa y vio que tan pronto como la negrita pisaba en ella ésta giraba tragándoselo hacia el abismo.

Durante el instante que duró el rápido giro de la pesada roca vio en el fondo del pozo los blanquecinos huesos de aquellos que había osado hacerse con el oro, al mismo tiempo sus oídos fueron taladrados por el desesperado grito del negrito al notar que el suelo se abría bajo sus pies antes de quedar ensartado en los aguzados y oxidados hierros que cubrían el fondo del pozo.

Cuando se aseguró de que la negrita había muerto volvió a cerrar la pesada puerta, cubrió el oro con aspilleras, trastos y trapos y subió la empinada escalera.

- Ha pasado algo, ama?. La he oído chillar. Dijo Tiara. - Una rata me ha dado un susto mortal. Mintió dándose cuenta que la negra había oído el grito de la muchacha.

Tiara esbozó una sonrisa. Como se notaba que su ama no estaba acostumbrada a dormir en las chozas de los esclavos. Allí las ratas ya no asustaban a nadie.

- Quédate aquí negra. Me respondes con tu vida si alguien baja a la bodega.

Tiara se asustó, sabía que su ama no amenazaba en balde. Blanche salió de la casa con paso presuroso, caminó durante mucho tiempo hasta encontrarse en un paraje totalmente desconocido donde crecían abundantes zarzas gracias a la humedad que manaba de la tierra. Buscó la que la pareció más tupida y arrojo en su fondo la llave de la puerta de cripta.

Más tranquila, volvió sobre sus pasos descubriendo que a pesar del tiempo pasado en Viento del Norte, todavía había muchos lugares que no conocía.

Pasó la noche intranquila, sabía que el oro era en aquellos momentos de lo más vulnerable, hubiera bastado con que alguien supiera su existencia y su ubicación para que se lo hubiera llevado casi sin esfuerzo. En aquellos momentos tan solo podía contar con sus armas en caso de que fuera necesario.

Por fortuna nadie intentó robarla y cuando apenas amanecía encontró a Tiara dormida a través de la puerta de la bodega.

Nadie hecho de menos a la negrita, al menos nadie la informó de su desaparición.

Poco después de haber despuntado el día, un rápido carruaje tirado por cuatro imponentes caballos y una escolta de seis hombres armados, además del cochero y del director del banco irrumpieron como un huracán en Viento del Norte. En cuestión de minutos sacaron el oro de la bodega volcándolo en grandes y resistentes cofres que precintaron y sellaron delante de Blanche antes de introducirlos en el carruaje. Finalmente Blanche subió junto con el director y el vehículo partió con la misma rapidez con que había llegado.

El viaje a Bigstone, que normalmente les llevaba unas diez horas quedó reducido a tres dada la velocidad con que tiraban los cuatro potentes caballos. Tres horas que fueron suficientes como para que Blanche comunicara al director del banco su deseo de vender Viento del Norte tan pronto como fuera posible.

- Conozco a alguien que pudiera estar interesado en la compra señora Benson pero creo que hace usted mal vendiendo la tierra.

- Por qué?.

- Venda usted los negros, venda la casa, los enseres, todo ello va perdiendo valor con el paso del tiempo, pero no venda la tierra, alquílela, póngala a renta, déjela improductiva, haga lo que quiera con ella pero no la venda, es lo único que permanece, ahora y siempre seguirá estando ahí, el dueño de la tierra es el dueño de todo lo demás.

- No quiero vivir en una tierra que tiene tan malos recuerdos para mi. Dijo con un mohín de disgusto.

- Lo comprendo señora, y respeto sus sentimientos. Entiendo que quiera ir a vivir a otro sitio y hasta alabo sus deseos pero no comparto la idea de que venda usted su tierra.

Continuará...