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Blanche (24)

en Grandes Series

Sin embargo, la preocupación de Blanche en estos momentos estaba lejos de temer por la vida de Richard, su verdadera preocupación estribaba en saber que durante su ausencia, Richard volvería a montar a tantas negras y tantas veces como le diera la gana, mientras ella se tendría que contentar con una larga abstinencia por verdadero miedo a quedarse embarazada de otro que no fuera él.

Durante el viaje de ida a Natchez, se sorprendió a si misma mirando hacia las carretas y, preguntándose cuántos de aquellos negros que ella iba a vender, serían hijos del difunto Peter Benson? ya que los hijos de Richard debían ser todavía demasiado jóvenes para ser vendidos. Finalmente, llegó a su destino, buscó un lujoso hotel donde estaba segura, que no se encontraría con ninguno de aquellos que había conocido durante el tiempo que había trabajado en la taberna de Moisés.

Por otro lado, la transformación ocurrida en su cuerpo durante el último año y, el cambio de las míseras vestimentas que entonces llevaba por otras mucho mejores, hacía casi imposible que alguien la reconociera.

Además Tiara, se había hecho acompañar por ella, también era una hábil peinadora, que podía dar a su aspecto un aire completamente distinto cada día.

Sin embargo, su primera preocupación, después de dejar los negros en los corrales no fue, como Richard la había aconsejado, ponerse en contacto con el señor Caine, el subastador que desde hacía años había atendido al viejo Benson, sino comprar un machito de unos diez años, que la habría de ser muy útil para su más inmediato proyecto.

Aquella misma tarde bajó a los corrales, no tenía interés alguno en hacer una compra publica en el estrado, prefería hacerlo en privado y, al dejar sus negros en ellos, había visto una gruesa negra acompañada de un machito que la podía interesar.

Mientras se acercaba al corral donde lo había visto esbozó una sonrisa.

Qué pensaría, si alguien que la conociera la veía comprando un machito tan raquítico como el que pensaba comprar?. Cuando llegó a donde la gruesa negra esperaba, sentada en el suelo, cubriendo con su sombra el huesudo cuerpo de su famélico hijo de los ardientes rayos del sol, se dio cuenta de que el aspecto del negrito era, incluso más lamentable de lo que la había parecido en un principio, pero el esfuerzo que pensaba pedirle también era pequeño.

Tan sólo la viveza de los ojos del negrito demostraba que se trataba de un animal inteligente y vivaracho a pesar de su profunda delgadez. Se sentía atraída por él. Ella misma había sido muy delgada.

No había llegado a estar tanto como el negrito, pero sí mucho más de lo que se espera de una bonita y hermosa joven blanca. La negra pareció intuir que Blanche se proponía separarla de su cría y la miró con desconfianza, olvidándose por unos momentos de cubrir al machito con su sombra.

Haciendo caso omiso de la negra, Blanche se entretuvo unos minutos mirando el cuerpo desnudo del machito hasta que oyó que alguien se acercaba por detrás de ella.

- Desea usted algo señorita?. Oyó que preguntaba una voz de hombre.

- Es usted el amo de este machito?. Preguntó señalándolo con el pie.

- No, soy el encargado del corral. Contestó un joven de pelo rojizo.

- Me puedes decir dónde podría encontrar a su dueño?.

- Claro que si señorita, puedo ir a buscarlo si usted lo desea, debe estar comiendo aquí cerca.

Poco minutos después un hombre maduro y voluminoso caminaba presuroso hacia Blanche.

- Soy el señor Milne, señorita ...?

- Duncan, Beatriz Duncan, contestó Blanche recordando de pronto el nombre que ya había usado en otra ocasión.

- Me han dicho que quería usted verme, señorita Duncan.

- Sí, si es usted el dueño de este machito.

El señor Milne hizo un gesto de decepción antes de preguntar.

- No pensara usted en comprar sólo el machito?.

- Sí, precisamente eso deseo.

- Es que ese machito por si solo no vale nada. Yo lo he traído para que sea más fácil vender a la negra.

- Es que está enfermo?.

- Enfermo? no, que va, hay donde le ve que parece tan pacífico, es de la piel del diablo, un auténtico torbellino que lo único que sabe hacer es inventar trastadas y correr por todos lados como un auténtico potrillo.

Mientras el señor Milne hablaba, el machito había esbozado una amplia y picarona sonrisa dirigida a Blanche, ajeno por completo a las miradas de preocupación que les dedicaba su madre.

- Bueno señor Milne, supongo que también el machito tendrá un precio, no?.

- La negra y el negrito pueden ser suyos por doscientos cincuenta dólares.

- No estoy interesada en la negra, sólo deseo comprarle a él.

- En ese caso le daré un precio de amigos, para que se vaya usted contenta, señorita Duncan. Por treinta dólares se lo lleva ahora mismo.

- Me parece un precio muy alto para no valer nada. Le doy veinte.

- Seguro estoy de que podré sacarle más de eso a la negra si la vendo junto con el negrito, además no tendría que separarlos.

A Blanche la hizo gracia los derroteros sentimentales que estaba tomando el regateo.

- Puede que si, señor Milne, pero yo no puedo pagar por el más de veintidós y estoy segura de que debe haber otros machitos en los corrales.

- Es suyo, señorita Duncan, dijo Milne vencido por este último argumento.

Mientras firmaban los documentos de venta, Blanche tuvo que soportar el berreo de la negra al comprender que definitivamente, la quitaban su cría. En cambio el machito parecía contento con su destino. Realmente pocas veces tenía un negro la oportunidad de ser comprado por una joven tan guapa y distinguida como su nueva ama.

Momentos después Blanche tuvo ocasión de comprobar que el machito era efectivamente de la piel del diablo y que gozaba de buena salud.

Apenas habían salido de los corrales cuando un pájaro vino a posarse, con el pico abierto por el calor, cerca de ellos. Sin pesárselo dos veces, el negrito salió de estampida en dirección al pájaro que levantó el vuelo alejándose unos metros. El machito hizo intención de parar, pero al volver a verle tan cerca reinició la carrera tras él a increíble velocidad. El resultado fue que después de cinco o seis saltos del pájaro, el negrito terminó por cansarlo y acorralarlo en el rincón de dos casas haciéndose finalmente con él.

Con una amplia sonrisa iluminando su rostro volvió corriendo hasta donde divertida le esperaba Blanche.

Al llegar, el machito tendió su mano ofreciéndola el producto de su esfuerzo con una sonrisa generosa.

Blanche, alborozada por la caza, en la que había participado, al menos en espíritu apoyando al negrito, tuvo de pronto un brusco cambio de humor. Debía demostrarle cuanto antes que la que mandaba era ella y que no le consentiría hacer las cosas sin su permiso.

Antes de que el machito tuviera tiempo de percatarse de lo que pasaba, la mano de Blanche restalló poderosa sobre su mejilla haciéndole perder el equilibrio y tirándolo al suelo mientras el pájaro reemprendía el vuelo.

Pasmado por la sorpresa y la injusticia de que se sentía objeto el negrito permaneció unos momentos en el suelo, mirándola con ojos desorbitados por el temor y la incomprensión.

Blanche se encaró con él y agitando un dedo amenazador dijo.

- De ahora en adelante harás lo que te mande y sólo lo que te mande.

Hubo de darle una patada para sacarle de su asombro antes de ordenarle que la siguiera.

Gimoteando el negrito se puso a caminar tras ella.

Blanche se encaminó directamente hacia una tienda en la que compró diez metros de soga con la que cargó al negrito.

Después se encaminó rápidamente hacia la salida de la ciudad, el calor hacía que por las calles no se moviera un alma.

No tardó en llegar a las ruinas de la casa en cuyo pozo había guardado el oro hacía un año.

Desde lejos pudo distinguir la abundante vegetación que lo rodeaba y con el corazón latiéndola fuertemente en el pecho se asomó al semiderruído brocal.

La ansiedad la hizo lanzar una rápida ojeada a la iluminada superficie del agua sin descubrir la gruesa rama que a modo de boya había dejado el año anterior.

Tratando de serenarse volvió a escrutar la superficie sin encontrar nada que pudiera parecerse a lo que en su recuerdo era la rama.

- Me han robado, pensó mientras ya sus ojos escrutadores comenzaban a observar más detenidamente el agua.

En la superficie se observaban pequeños palitos y algún que otro manchón de vegetación acuática pero nada que se pudiera identificar como la señal que ella había dejado.

Desesperada ató al machito a un extremo de la cuerda y dijo.

- Te voy a bajar al pozo. Quiero que remuevas todo lo que veas flotando en el agua.

Al negrito no pareció hacerle mucha gracia la idea de su ama pero amedrentado como estaba todavía por el reciente bofetón, se abstuvo de hacer el menor comentario o gesto que pudiera ser malinterpretado por Blanche.

Rápidamente Blanche hizo descender al niño hasta que parte de su cuerpo se hundió en el agua.

Desde fuera, Blanche fue ordenando al niño lo que tenía que hacer hasta que todos y cada uno de los palitroques que flotaban fueron removidos sin ningún resultado positivo.

Cada vez más desesperada al ver que el agua se enturbiaba más y más por la agitación a que era sometida y, que un pestilente olor a cieno comenzaba a emanar del agua corrupta, dificultando enormemente el que su tesoro pudiera ser recuperado en caso de que aún se encontrara allí, comenzó a soltar y recoger la cuerda haciendo que el negrito se sumergiera completamente, antes de ser izado de nuevo a la superficie.

-¡Busca bajo del agua y saca lo que encuentres! Grito Blanche.

A partir de ese momento el negrito apenas si tenía tiempo de respirar antes de que Blanche lo volviera a sumergir de nuevo.

De pronto, una de las manchas de vegetación acuática comenzó a moverse rápidamente en la superficie mientras el machito sacaba fuera del agua un trozo de cuerda en cuyo extremo estaba, semi podrida, la rama que Blanche había arrojado.

Blanche comprendió rápidamente lo sucedido.

La rama había ido encharcándose de agua y hundiéndose progresivamente a lo largo del año, de forma que al final, sólo quedaba en la superficie una parte minúscula de ella, sobre la que se habían asentado las plantas acuáticas que se deslizaron rápidamente al ser tiradas por la cuerda que el machito había encontrado, y que estaba sujeta a ella.

- No la sueltes. Gritó comenzando a serenarse.

Impaciente, esperó a que el negrito hubiera restablecido de nuevo su respiración antes de ordenarle que atara la cuerda que él había sacado, a la que Blanche sujetaba.

Una vez hecho, comenzó a tirar de la cuerda alegrándose de haber escogido un machito de tan poco peso.

Lentamente el machito fue ascendiendo y tras él, la soga y la rama que a pesar de estar cubiertas ambas por un verdín resbaladizo Blanche identifico rápidamente.

Poco después notó el aumento de peso del oro al comenzar a desprenderse del fondo y, momentos después, tanto el negrito como el envoltorio en que estaba el oro, fueron izados hasta fuera del pozo. Ambos chorreaban agua fétida pero Blanche se dedicó a observar el estado de conservación del envoltorio.

Parecía haber soportado muy bien el paso del tiempo y nada en su exterior hacia sospechar que hubiera sido manipulado.

Tan sólo el resbaladizo y repugnante cieno que lo cubría, indicaba donde había estado en los últimos meses.

Blanche desató al negrito y le ordenó cortar la cuerda del envoltorio medio metro por encima de éste con una gruesa piedra que se veía a pocos metros de donde estaban.

A pesar de la aparente falta de fuerzas, el negrito lo hizo con pocos pero certeros golpes, después de haber puesto la cuerda sobre otra piedra más gorda. Era evidente que la soga estaba medio podrida.

Pero hubo algo que a Blanche la llenó de gozo. A cada golpe del negrito, del envoltorio salía en tintineo metálico del oro que contenía.

Una vez el oro en su poder Blanche puso en marcha la parte final de su idea.

Volvió de nuevo hasta el derruído brocal del pozo y llamó al negrito fingiendo mirar atentamente al agua. Esperó hasta que él llegó a su lado y, con un leve empujón lanzó al machito al agua. Con un sentimiento de poder y un inexplicable regusto, le vio aparecer y desaparecer en el líquido elemento más de diez veces, mientras el interior del pozo se llenaba del ruido del chapoteo y de los gritos de terror del negrito pidiéndola ayuda.

Hubiera sido fácil arrojarle la cuerda y volverlo a sacar, pero ésto ni siquiera pasó por la mente de Blanche. Ella sólo quería que una vez recuperado el oro, no quedara ningún testigo que pudiera unirla a la ya lejana muerte del viejo Benson.

Finalmente el negrito desapareció para no volver a subir. Cuando Blanche se convenció de que ya debía estar muerto en el fondo del pozo, tomó el envoltorio por la cuerda y se alejó por el camino hacia la ciudad convencida que nadie se molestaria en averiguar que le había pasado al negrito en caso de que alguien encontrara su cadaver flotando. Eran demasiados los negros muertos que se encontraban a diario, sobre todo en las cunetas de los caminos.

Sin más incidentes llegó al hotel e hizo que Tiara saliera de la habitación y se fuera a conocer la ciudad hasta que llegara la noche. Una vez sola, cortó la cuerda del envoltorio y extendió el oro por el suelo para que se secara.

El fuerte calor contribuyó a que la operación se hiciera rápidamente y después Blanche pudo volver a contar su oro como lo hiciera aquella noche ya lejana en la que se sentía rica sin haber salido todavía de la miseria.

Mucho antes de que regresara Tiara, ya había recogido y ocultado su tesoro bajo el colchón de la cama.

Con el corazón lleno de emociones hizo que la joven esclava viniera entre sus muslos para poder desahogarse convenientemente. Así mientras Tiara la lamía y acariciaba todo el cuerpo pensó que no era tan malo estar unos días lejos de Richard, eso la permitía volver a encontrarse con aquella vieja costumbre que había iniciado desde el primer día que compró a Camana.

Cierto que Richard la satisfacía completamente cada noche cuando hacían el amor, pero pensaba que sería más completo si después de haber sido penetrada por él, pudiera disponer de Tiara para lamerla a continuación.

Luego, mientras la esclava iba centrando más y más las caricias en el sexo, comenzaron a pasar por su mente imágenes de aquella misma tarde en las que veía al machito salir y hundirse en la fetidez del agua del pozo, con el rostro deformado por el terror.

Esto aumentaba considerablemente la excitación y la sensibilidad de su sexo, hasta el punto que debió apartar repetidamente a Tiara, para no llegar al orgasmo demasiado rápidamente.

Finalmente, cuando su cuerpo fue recorrido por las potentes contracciones del placer y entró en la placentera relajación posterior ordenó a Tiara que la abanicara hasta que se durmió. Al día siguiente entregó el oro en el banco sin ningún temor a ser descubierta, sabía que tenía suficiente solvencia como para poder justificarlo en caso de que fuera necesario. Dos días más tarde volvió a hacer otra entrega de cerca de nueve mil dólares como producto de la venta de los negros.

El último día lo dedicó a hacer compras y, al siguiente inició el viaje de regreso a Viento del Norte llevando, para Richard, un magnífico regalo que sabía que él deseaba y que le haría mucha ilusión.

Casi un mes después de haber salido de la plantación camino de Natchez, volvía a ella ilusionada de encontrarse con Richard y con el ambiente que la era familiar.

Richard salió a su encuentro al camino y ambos jóvenes se fundieron en un entusiasmado abrazo de cariñosa ternura antes de que Blanche ordenara extraer, de la carreta, el minúsculo regalo que traía para él.

Con la misma ilusión que un niño vio como Richard deshacía el cuidado paquete que habían preparado en Natchez, tratando de no rasgar siquiera el fino papel que lo envolvía, y al fin tuvo en sus manos un delicado y compacto estuche.

Al abrirlo, su rostro se iluminó con una sonrisa y, mirando hacia Blanche la atrajo hacia sí abrazándola y dándola un fuerte beso al tiempo que decía.

-¡Gracias! siempre he deseado tener una armónica.

Poco después el inválido se llevaba a la boca el instrumento comenzando a arrancarle los primeros sonidos, sonidos que nada tenían que ver con lo que se entiende por música.

Mientras, Blanche hacía sacar de la carreta un voluminoso manojo de papeles que entregó a Richard.

Al principio la miró confuso, pero al mirar mas atentamente los papeles su rostro volvió a expresar alegría.

- Partituras !. Dijo con asombro.

- El hombre que me vendió la armónica, dijo que en esos papeles venía la forma de aprender a tocarla. Dijo Blanche.

Richard, momentáneamente abstraído en los papeles no contestó tratando de descifrar aquellos signos misteriosos.

Continuará...

Datos del autor/a:

    Nombre: Adela.

    E-mail: aadelaa@yahoo.com

    Fuente: Historia originalmente publicada en la lista de correo "morbo".

    Relato protegido e inscrito en el registro de propiedad intelectual.