miprimita.com

Blanche (08)

en Grandes Series

- No, éstas tampoco.

- Esa, dijo señalando a la hembra por la que Blanche no tenía ningún interés, esa ha parido ya tres veces, todavía está criando el último mamón.

La muchacha, en pie frente a su amo permaneció con la mirada clavada en el suelo manifestando así su vergüenza.

- Y esa?. preguntó Blanche señalando hacia la otra.

- Esa no ha parido todavía pero creo que se quedará preñada cualquier día de estos.

- Es que mantiene relaciones con alguien?.

Seguramente en otras circunstancias Milton se hubiera sentido molesto por el cariz que quería darle Blanche a la conversación pero en esta ocasión había bebido suficiente como para no reparar en ese detalle.

- La puedo asegurar que todas las noches, señorita. Aclaró fanfarrón.

Blanche consciente de que había dado en el blanco dijo

- Ya decía yo que tenía pinta de ser un poco puerca.

El hombre miró alternativamente a Blanche y a la negra que no salía de su asombro y finalmente estalló en carcajadas aumentando la humillación de la muchacha, después se llevó de nuevo el vaso de vino a los labios bebiendo abundantemente.

- Tengo entendió que todas las negras huelen mal.

- Huelen, claro que huelen, pero si se bañan y en el agua se echan unos polvos el olor casi desaparece.

Blanche ya había oído hablar de esta práctica entre los poseedores de esclavas antes de acostarse con ellas pero no esperaba que uno de ellos se atreviera a contárselo en su propia casa.

- Sólo Dios sabe las marranadas que será capaz de hacer una negra, dijo echándoles a las hembras las culpas de lo que sus amos blancos hacían con ellas y a lo que ellas no podían ni siquiera pensar en resistirse a menos que se arriesgaran a severas palizas cuando no a muertes horribles.

- No lo sabe usted bien señorita, al fin y al cabo no son más que animales, sin principios ni moralidad. Añadió Milton.

- No lo sé pero me han contado cosas horribles que una señorita no debería repetir ante un extraño.

- Ante un extraño no, pero yo ya no soy un extraño. Dijo el hombre picando el anzuelo.

- ¯erá señor Milton, me da vergüenza hablar de esas cosas. Dijo Blanche esperando que el hombre la animara a proseguir hablando.

- Cierto que es un tema escabroso, pero yo soy su amigo y ante un amigo se puede hablar con toda franqueza.

- Bueno verá ... Me han contado que había dos amigos que usaban a la misma negra al mismo tiempo y que ésta parecía gustar de ello.

- Que barbaridad, dijo Milton, fingiéndose escandalizado pero pensando en lo inocente que debía ser una joven que se escandalizaba por semejante nimiedad.

Claro que yo he oído cosas peores. Cosas realmente malas que no sé si debo contarle a una señorita como usted?.

- Es muy malo, muy malo?. preguntó Blanche con una sonrisa pícara.

- Bueno tanto como eso no. Pero ...

- Ha despertado usted mi curiosidad.

- Bueno se lo contaré. Una vez me dijeron que había una hembra que no tenía ... Bueno, que no tenía eso que tienen las hembras bajo la tripa, comprende?.

Blanche asintió con la cabeza, sin entender del todo.

- Bueno, el caso es que su amo la usaba por detrás.

- Que barbaridad, Se puede hacer eso?. Preguntó fingiendo escándalo. Por su oficio estaba más que enterada de que tal cosa se podía hacer, incluso ella misma había sido objeto de tal trato por parte de algunos clientes.

- No lo sé pero eso es lo que me contaron en cierta ocasión.

Blanche se sentía divertida, aquel rústico hombre parecía escandalizarse de cualquier cosa, de lo que ya no estaba tan segura es de que él mismo no hubiera practicado incluso con Camana, la hembra que permanecía callada y con la vista baja ante su amo.

De todas maneras se sentía intrigada por saber si de verdad había hembras sin sexo.

- Pueden existir hembras sin eso?.

- Yo también me lo he preguntado muchas veces desde que oí contarlo y no lo sé. Contestó Milton.

- Que barbaridad que cosas pueden hacer las negras.

Después de este comentario el silencio se hizo unos momentos y Blanche aprovechó para decir.

- Si no le importa, señor Milton me gustaría retirarme ya, estoy cansada del viaje.

Blanche sabía que Milton estaba excitado y era el mejor momento para dejarle teniendo la seguridad de que no tardaría en aparecer por la habitación bajo cualquier pretexto.

- Camana has preparado la habitación de la señorita?. preguntó a la negra a la que Blanche tenía especial interés en humillar.

- Si amo.

- Entonces Camana la acompañará y estará a su disposición toda la noche por lo que pueda necesitar.

- Muchas gracias señor Milton, que me acompañe hasta la habitación sí lo acepto pero que se quede conmigo toda la noche no, no me gusta dormir oliendo a negra.

- Milton esbozó una ligera sonrisa. Pues si que era delicado el olfato de la señorita Beatriz Duncan. De todas maneras no dijo nada, los deseos de Beatriz podían facilitarle las cosas.

- Despídala entonces cuando ya no la necesite.

Blanche se levantó de la mesa y Camana tomó una palmatoria para iluminarla el camino adelantándose a ella. Posiblemente ésta era una de las pocas veces que se permitía a un negro caminar delante de un blanco. Siempre claro está, que se esforzara en hacer que la luz de la palmatoria iluminara el camino del blanco y no el suyo.

Blanche subió la escalera tras Camana llegando poco después a la más lujosa y amplia habitación en la que jamás había dormido.

Posiblemente otra persona hubiera pensado que no era nada del otro mundo pero a ella la pareció un trozo de cielo.

Mientras Camana encendía las palmatorias dispuestas para iluminar convenientemente la estancia Blanche se echó en la cama gozando de lo mullido del colchón y de la amplitud del lecho.

- Mira que son burros los hombres. Dijo mirando hacia la esclava para observar su reacción.

Por unos instantes la vista de la hembra se cruzo con la de ella, no dijo nada pero Blanche se dio cuenta que Camana estaba totalmente de acuerdo con su afirmación.

Una vez que se hubo hecho desnudar pidió a la negra que la pusiera el orinal, estaba segura que esto la humillaba, poner el orinal a otra mujer que además era, aunque sólo fuera por esa noche, su rival con el amo debía ser profundamente molesto, pero al fin y al cabo era labor de esclava.

Blanche hubiera deseado humillarla mucho más pero necesitaba tener un testigo en aquella casa para que sus proyectos pudieran realizarse algún día si era necesario.

- Estás a gusto con ese hombre?. Preguntó cuando la hembra menos se lo esperaba.

- Si ama. Contestó sin convencimiento.

- Ya, pero te gustaría ser libre, verdad?.

Esta vez la hembra no contestó de palabra pero su mirada fue de lo más elocuente.

¯erás, pertenezco a una organización de blancos que no están de acuerdo con la esclavitud. En este viaje tengo por misión comprar un negro, llevarlo al Norte y allí darle la libertad. Te gustaría ser esa negra?

Por unos instantes la hembra pareció desconcertada. Nunca se había imaginado que tal cosa pudiera ocurrirla a ella ni nada en el comportamiento de aquella joven blanca hacia suponer que pudiera dedicarse a tan loable tarea pero había oído hablar de aquellas organizaciones de blancos y deseaba tanto la libertad que terminó por creerla, ella no era quien para juzgar el comportamiento de una blanca y mucho menos lo era para juzgar el destino.

- Claro, ama... claro que me gustaría.

- Haz entonces lo que yo te diga y mañana procuraré comprarte a tu amo.

- Que debo hacer amita?.

- De momento nada, tan sólo debes meterte debajo de la cama, y estarte quieta, pase lo que pase no hagas ni el menor ruido ni el menor movimiento.

De esta forma se aseguró el que a la vez que condenaba a una negra a pasar una noche en la más completa inmovilidad en humillante actitud y posiblemente oliendo los vapores emanados del orinal, disponer de un testigo para el caso que fuera necesario en un futuro más o menos próximo.

Era cierto que la palabra de una negra no tenía ningún valor contra la de un blanco, jamás sería admitida como prueba, pero si la palabra de una negra apoyaba a la de una blanca contra un blanco, delante de la mujer de éste, las cosas podían resultar distintas.

Gozó viendo como la hembra la obedecía voluntariamente introduciéndose bajo el lecho y gozó más cuando se dejó caer despreocupadamente en el colchón haciéndolo crujir bajo su peso, era consciente de que cada uno de sus movimientos sería obligatoriamente oído por la negra y si no se equivocaba aquella iba a ser una noche de movimiento.

La fue fácil imaginar lo que sentiría la negra cuando estuviera obligada a oír como ella y su amo gozaban sobre el lecho. Estaba segura de que Milton aparecería de un momento a otro, sin poder hacer otra cosa más que callar y sufrir pensando además que aquella que retozaba con su amo era su benefactora.

- Es tan fácil engañar a los negros como a los hombres. Pensó esbozando una sonrisa.

Momentos después su pensamiento se desviaba hacia la muchacha que ya la pertenecía y que ajena a cuanto la esperaba dormiría esta noche tranquila en algún rincón de aquella casa, posiblemente su última noche tranquila, a la mañana siguiente partiría con ella y estaba dispuesta a enseñarla desde el primer momento lo que realmente significaba ser su esclava.

Luego su mente voló hacia las ruinas de la casa en cuyo pozo había escondido el oro del viejo Benson, y se proyecto hacia el futuro pensando que si todo salía bien se cobraría con creces los tres mil dólares que el viejo la había escatimado.

Estaba en estos pensamientos cuando vio que por bajo la puerta comenzaba a colarse una incierta claridad que fue rápidamente haciéndose más intensa.

- Ya viene, se dijo sonriente.

No, no se había equivocado. Milton llegaba a cobrarse la rebaja que la había hecho con la joven Hata. Lo que Milton no sabía es que unos días antes hubiera podido conseguir lo mismo por tan solo unos pocos dólares en lugar del centenar largo que iba a pagar por pasar un rato agradable con ella.

Momentos después pudo comenzar a oír los pasos del hombre y poco después estos parándose junto a la cerrada puerta.

Blanche esperó ansiosa a que el hombre llamara a la puerta, pero éste parecía indeciso e incluso por unos instantes la pareció que la luz se alejaba. Finalmente el hombre golpeó quedamente la madera.

- Señorita Beatriz, señorita Beatriz, está dormida?. Susurró Milton al otro lado de la madera.

- Espere un momento, contestó cubriendo su desnudez con la blanquísima sábana, ya tendría tiempo de mostrarse desnuda, algo a lo que los hombres no estaban acostumbrados ya que sus "santas" esposas no se mostraban desnudas ni tan siquiera para hacer el amor, el desnudo era algo mal visto en aquella sociedad de falsos puritanos y era lo primero que exigían en sus tratos con prostitutas y negras.

- Ya puede pasar señor Milton.

Lentamente la puerta cedió apareciendo primero la luz del candelabro, finalmente Milton atravesó por ella.

- Se encuentra agusto señorita?. Camana la ha atendido bien?.

- Camana es una buena muchacha que me ha atendido correctísimamente, estará usted orgulloso de ser su dueño, ¯erdad?.

- ¯erdad, es una buena negra, aunque poco ardiente.

No pudo dejar de pensar en lo que sentiría Camana al oír las palabras de su amo descubriéndole a una extraña sus relaciones íntimas.

- No está satisfecha con ella?.

- Realmente no, podría mostrar un poco más de entusiasmo conmigo.

- No sé, a mi me parece usted un hombre interesante.

- Por unos instantes la débil luz del quinqué brilló en los ojos de Milton con destellos de codicia. Aquella jovencita lo consideraba interesante a sus cuarenta y tres años.

- Dónde está ahora?

- La mandé salir hace un rato.

- Ya ve lo que son las cosas, esa negra es bonita pero fría, podía tener conmigo lo que quisiera pero así lo único que va a conseguir es que cualquier día me canse y la mande a trabajar a los campos en lugar de continuar en la casa como ha hecho siempre.

Mientras hablaba, Milton se había ido acercando al lecho de Blanche y la miraba con destellos de excitación y codicia en los ojos.

- Por favor señor Milton aléjese un poco, si no sé si podré ...

Intencionadamente dejo la frase si terminar para que el hombre lo hiciera mentalmente.

- Tiene miedo de mi?.

- Miedo de usted no, tengo miedo de mi misma.

- Por que?.

- Ya le he dicho que me parece un hombre interesante, no está bien que una señorita lo diga, pero me siento atraída ...

Alentado por sus palabras Milton se fue acercando más y más con mirada de orgullo.

- Porqué no cede a la naturaleza.

Durante unos segundos fingió sentirse ofendida para después ir cediendo poco a poco.

- Señor Milton, soy una señorita respetable, usted es un hombre casado, que pensaría si cediera?, y lo que es más importante que me podría pasar si me dejara embarazada?. Además tengo miedo, sería la primera vez, y he oído decir que es doloroso.

Por unos instantes el hombre pareció recibir un jarro de agua fría en el rostro pero se repuso rápidamente.

- No tengas miedo criatura, yo sé un método que no es doloroso y que no encierra ningún riesgo de que te quedes embarazada.

Mientras hablaba Milton había tomado la sábana y tiraba de ella hacia él tratando de descubrir su cuerpo.

Con satisfacción Blanche descubrió el amplio abultamiento que el sexo de Milton formaba en sus pantalones a la altura del bajo vientre.

Sabía que el hombre estaba ya tan excitado que no pararía en nada con tal de conseguir su objetivo.

- Por favor Milton, por favor ... Repitió una y otra vez mientras lentamente iba consintiendo que él la retirara la sábana que la cubría mostrando su desnudez.

Con decisión Milton siguió tirando sin brusquedad pero firmemente sin quitar ojo de cada nuevo centímetro del cuerpo de Blanche que conseguía poner al descubierto.

Por fin Blanche cedió de golpe soltando la sábana y tumbándose en la cama en la actitud tensa de una virgen que esta a punto de ser violada.

- Por favor apague las velas. Dijo después de dejar que el hombre se embriagara unos instantes en su desnudez.

Milton pareció desconcertado unos momentos pero finalmente hizo lo que la joven le pedía con movimientos torpes y nerviosos para regresar tan pronto como hubo acabado. El olor de cera quemada llenó la estancia mientras una sonrisa de triunfo iluminó el rostro de Blanche en la oscuridad.

Le oyó descalzarse precipitadamente antes de introducirse en el lecho y sintió el desagradable contacto de las ropas rozando con la fina piel. En su torpeza y nerviosismo Milton ni siquiera se había desnudado.

Permaneció tensa con los muslos apretados como correspondía a una joven inexperta dejando que las ásperas manos del hombre la acariciaran primero los pechos y después el vientre.

Se notaba que Milton no era un experto en prodigar caricias pero aun así gozaba manoseando las suaves carnes de Blanche.

Esta por su parte se dejó hacer incluso cuando los torpes dedos del hombre comenzaron a jugar con los rizos de su sexo pero cuando el intentó ir más allá e introducirlos entre sus húmedos labios empezó una leve oposición destinada a desconcertar al hombre.

Sabía que era difícil engañar a un hombre que debía haber reconocido posiblemente cientos de hembras antes que a ella pero, si había alguna posibilidad de confundirle no estaba dispuesta a perderla.

¯arias veces repitió el hombre su intento de introducir un dedo en su sexo pero Blanche permanecía obstinadamente con los muslos apretados impidiéndole el reconocimiento al tiempo que fingía implorarle.

- No Milton, no.

Para la sorpresa de Blanche, Milton comenzó a cambiar de táctica deslizando primero las manos bajo sus nalgas apretándolas y distendiéndolas alternativamente produciéndola un placer casi desconocido, para después y cada vez con más fuerza indicarla que quería que se diera la vuelta en el lecho.

Así lo hizo y no tardó en sentir como las manos del hombre se deslizaban por la espalda centrándose más y más en sus nalgas.

Poco después un dedo inquisidor de Milton buscaba entrar en contacto con el ano.

Blanche comprendió de pronto lo que se proponía el hombre y la pareció una magnífica solución si lo hacía con la suficiente lentitud y delicadeza como para no hacerla daño.

Era la forma ideal para que Milton no descubriera que hacía ya mucho tiempo que había dejado de ser virgen y además a él le quedaba la seguridad de que no la dejaría embarazada.

Poco después sentía como el duro y rígido dedo del hombre tomaba posiciones sobre su ano iniciando una lenta penetración en absoluto dolorosa y más bien placentera.

Continuara...

Datos del autor/a:

    Nombre: Adela.

    E-mail: aadelaa@yahoo.com

    Fuente: Historia originalmente publicada en la lista de correo "morbo".

    Relato protegido e inscrito en el registro de propiedad intelectual.