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Blanche (15)

en Grandes Series

Yo, Richard Benson único y legítimo heredero de mi padre Peter Benson decido, después de haber hecho justicia con el negro llamado Janoe y con la esclava llamada Bare.

Pagar a la señorita Blanche Somerset la cantidad de tres mil dólares, mil por el trabajo que ella se ha comprometido a realizar en esta plantación durante un año y dos mil dólares por la inestimable ayuda que me ha prestado al restablecer en la plantación el orden alterado después de la muerte de mi padre.

Firmado: Richard Benson

Blanche le miró atónita, ni por lo más remoto podía suponer que Richard le reservara una sorpresa así.

- Abre la caja Blanche.

Con manos temblorosas Blanche abrió la caja quedando asombrada ante tanto oro.

- Cuéntalo Blanche.

- No hace falta, estoy segura que hay mucho más de lo que merezco. Dijo mientras se fijaba en un pequeño frasco de vidrio color caramelo que había dentro de la caja.

- Qué es ésto?.

- La última sorpresa, destápalo y huélelo.

Estaba tan nerviosa que al abrirlo el frasco resbaló de sus manos derramando unas gotas sobre el mantel.

De inmediato se esparció por la estancia un fresco y penetrante perfume que embargó sus sentidos.

Cuando lo olió y se echó una gota en la mano tuvo la sensación de haber traspasado las fronteras del mundo que la rodeaba para entrar en otro que jamás había imaginado.

- Lo has comprado para mi?.

- No, lo he mandado hacer para ti.

- Cómo?.

- Sí, he mandado a Derim hacerlo para ti.

- Quién es Derim?

- Derim es una vieja esclava, que tiene fama de bruja, sabe preparar perfumes y bebedizos, yo prefiero tenerla como amiga antes que como enemiga. Entre ella y su hija Barza lo han estado preparando durante este tiempo.

De esta forma Blanche descubrió que Richard pensaba en ella desde hacía ya muchos días.

Apenas prestó atención a los exquisitos platos que las esclavas habían preparado, un cúmulo de sensaciones y emociones bullían en su cuerpo, y su cerebro trataba de analizar las ideas que la sugerían los actos y las palabras de Richard pero su mente solo respondía con dos sentimientos. Turbación y gratitud.

Terminada la cena permanecieron aún hablando un buen rato antes de retirarse a acostar.

Blanche hubiera deseado de Richard una palabra, una insinuación de deseo que la hubiera permitido entregarse a él aquella noche, pero aunque su mirada lo decía bien a las claras, el joven no dijo o, no se atrevió a decir nada que se pudiera confundir con una sugerencia. En la soledad de su cuarto, confortada por la presencia de los lujosos muebles y la presencia de Camana comprendió lo difícil que debía resultar para un inválido como Richard proponer a una mujer que se fuera a la cama con él.

A Blanche no la importaba en absoluto que él fuera inválido, estaba segura de encontrar mil formas de satisfacerle y de quedarse satisfecha, de algo había de valerla su vida anterior, pero comprendió los miedos y reparos de Richard.

Por unos momentos se lo imaginó montando a cualquiera de las esclavas y sintió celos de ellas, sólo se tranquilizó cuando hizo venir a Camana entre sus muslos para cumplir el rito que se había convertido en costumbre desde el primer día en fue suya.

La muchacha había aprendido rápidamente sus gustos y ya no era necesario que Blanche la dijera nada, bastaba con una seña para que la prodigara una serie completa de caricias a cual más excitante que siempre terminaban en liberadores orgasmos.

Blanche hubiera deseado una satisfacción más completa, que en aquellos momentos sólo Richard la podía dar, pero se conformó con lo único que tenía a mano.

Aquella noche el perfume que el joven había preparado para ella lleno la estancia como único acompañante a sus sueños.

Al día siguiente, después de desayunar, a primera hora de la mañana Richard comenzó la tarea de enseñarla a leer y escribir.

Con paciencia infinita, con inigualable ternura, fue enseñándola los garabatos de algunas letras y aunque Blanche todavía no relacionaba que aquellos signos pudieran, más tarde, formar palabras y frases, terminó tan contenta que se olvidó por completo el arrebato de celos que había tenido la noche anterior, eso sí, exigió a Richard que mientras la enseñaba ninguna de las esclavas estuviera presente. No quería que ninguno de aquellos negros animales supiera de su ignorancia.

Unos días más tarde mandó llamar a Manua, un negro que se distinguía por su habilidad en los trabajos de la madera y bajo sus órdenes diseñaron un amplio y extraño butacón provisto de dos largas pértigas que le hacían fácilmente transportable. Blanche deseaba dar a Richard más autonomía. Facilitarle que sus recorridos no se hubieran de limitar forzosamente al interior de la casa y a lo sumo al porche de la misma.

En una semana el armazón de madera quedó listo y tres días después las telas y los cojines lo habían cubierto dándole un aspecto tosco pero robusto y confortable.

Escogió cuatro jóvenes esclavas y por las noches, cuando ya Richard se había retirado a descansar, se sentaba en el sillón y se hacia pasear por los alrededores de la casa, comprobando su comodidad y habituando a las negras a mantener un paso uniforme que no resultara molesto. Hizo cuantos retoques consideró oportuno para la comodidad del artefacto y habituó a las negras a las maniobras y a subir y a bajar la escalera con la misma habilidad y seguridad que lo hubieran hecho andando.

Cuando estuvo segura de que todo funcionaba a la perfección se lo enseñó a Richard.

Aprovechó una mañana, después de haber recibido la clase y vio reflejarse en su rostro la alegría. Inmediatamente pidió que le cambiara de su sillón habitual al nuevo y, contento como un niño, se hizo bajar y subir varias veces por la escalera, después se hizo dar cuatro vueltas a la casa comprobando la fiabilidad y la resistencia de las cuatro nuevas esclavas.

Al atardecer Richard sugirió a Blanche que fueran a dar un paseo por los alrededores de la casa.

Llena de orgullo por la utilidad de su obra Blanche se puso al lado del transportín del joven y charlando de mil cosas sin importancia se fueron alejando hasta la llegada de la noche. Richard descubría a cada nuevo paso cosas que comentaba con Blanche, cosas a las que ella no daba la menor importancia porque desde su llegada a "Viento del Norte" siempre las había visto allí.

Después de un día caluroso se agradecía el frescor de la noche, las estrellas tachonaban el cielo y los grillos cantaban desaforadamente.

Al llegar a la casa Blanche se dio cuenta de que las negras que habían transportado a Richard sudaban copiosamente. No le dio la menor importancia, era sin duda el tributo que ellas tenían que pagar por la comodidad y la alegría de su amo.

- Se acerca el otoño Blanche. Dijo Richard en un momento dado. Blanche esperó a que Richard deseara continuar hablando, era evidente que no era únicamente un comentario.

Se acerca el otoño y con el las lluvias, los caminos se pondrán impracticables, es hora de ir pensando en preparar los viajes.

- Los viajes?. preguntó Blanche alarmada ante la idea de Richard tuviera que ausentarse de la plantación.

- Sí, cada año, antes del otoño, antes de que comiencen las lluvias es necesario ir a Bigstone para aprovisionarse para el invierno. También es necesario ordenar a los negros que traigan leña a la casa y que suban al tejado para sustituir las tejas rotas durante el año. - Lo de las tejas y la leña me parece fácil pero lo ir a Bigstone y traer las provisiones me parece más difícil. No tengo ni idea de todo aquello que se puede necesitar.

- Es fácil. Mi padre fue haciendo a lo largo de su vida una larga lista de aquello que necesitamos durante el invierno, no hay más que seguirla al pie de la letra y tendremos solucionado el problema.

A Blanche se le antojo que el problema no era tan sencillo, cierto que había hecho avances en la lectura y la escritura pero aún distaba mucho de poder interpretar los signos que hasta ahora había ido aprendiendo.

- Pero todavía no se leer Richard. Protestó quedamente

- Ya lo sé, no tendrás ningún problema, mi padre ordenaba las mercancías por tiendas, de forma que yo te copio la lista y tu no tienes más que entregarla en la tienda correspondiente, cuando estén listas las carretas, pagas y regresas a casa.

Blanche dio una vez más las gracias a aquel viejo, al que ella había robado, por su previsión.

Quedó acordado entre los dos jóvenes que Blanche partiría dentro de una semana, una vez que las carretas fueran revisadas.

Después de cenar Blanche comunicó a las cuatro esclavas que hasta ahora habían estado al servicio de Richard que a partir de ese momento pasaban a ocupar los puestos que las cuatro nuevas dejaban libres en la casa.

Mientras se lo comunicaba observó a Richard por si notaba algún gesto de contrariedad en su rostro pero no hizo ni el menor gesto ni el menor comentario.

Blanche se retiró a sus aposentos profundamente contenta y satisfecha, era evidente que Richard usaba a las esclavas a su antojo pero que no sentía por ninguna de ellas nada especial, era un uso animal como correspondía a un hombre con sus negras, con sus caballos o con sus herramientas.

Era el mismo trato que ella daba a Camana y posiblemente el mismo trato que ella recibió muchas veces en Natchez en la taberna de Moisés.

El día anterior a su partida hacia Bigstone, Blanche vio como Richard era bajado de su cuarto en la antigua silla por dos esclavas nada más.

- Le ha pasado algo al transportín?. Preguntó alarmada ante la ida de que hubiera podido tener un accidente.

- No, Es que hoy tenemos que hacer algo especial. Contestó en un tono enigmático que dejó preocupada a Blanche.

Desayunaron casi sin decirse palabra y en lugar de comenzar la clase como era la costumbre Richard la pidió que le acompañara.

Con tremendos esfuerzos Richard fue bajado por dos esclavas por las empinadas y estrechas escaleras que conducían a la bodega mientras Blanche alumbraba con sendas antorchas. Una vez allí despido a las esclavas y cuando estuvo seguro de que ellas habían desaparecido entregó a Blanche una enorme llave hierro oxidado y la señaló una puerta tan oxidada como la llave.

Fue necesario que Blanche usara toda su fuerza para que la puerta chirriara siniestra sobre sus goznes.

De inmediato se despertaron en ella los resortes de desconfianza y astucia que había acumulado durante años.

- Que pretendes Richard?. Preguntó preocupada.

- Que cojas el dinero para ir a Bigstone.

A la escasa luz de las antorchas Blanche escrutó el rostro de Richard y su tono de voz. Parecía sincero.

Iba a introducirse en el estrecho antro que había dejado al descubierto la puerta cuando Richard la avisó.

- No, no entres todavía. Espera que te explique.

A cada lado de la puerta encontrarás dos gruesas piedras. Las ves?.

- Sí las veo.

- ¯es también una gran losa delante de los toneles.

- Sí.

- En la losa ves dos hendiduras?.

- Sí las veo.

- No se te ocurra pisar la losa antes de haber encajado las piedras en las hendiduras, si lo hicieras la losa giraría precipitándote a un pozo que hay debajo cuyo fondo esta cubierto de grandes pinchos que te atravesaran de inmediato. Encaja las piedras.

- Ya están.

- Entonces tranquila, ya puedes pisar sin miedo.

A pesar de las palabras de Richard, Blanche fue avanzando los pies con gran cuidado hasta comprobar que efectivamente las piedras impedían el movimiento de la losa, luego avanzó hasta situarse ante los toneles. De momento la extrañó la disposición de los toneles, siempre había

visto los toneles apilados de forma que los de arriba ocupaban el espacio vacío que dejaban los de abajo pero en este caso estaban uno encima de otro sin que al parecer nada les impidiera rodar.

- Has llegado a los toneles?.

- Si, gritó reconociendo un tinte de miedo en su voz.

- Entre el primer y el segundo tonel de abajo encontrarás una barra de hierro.

- Sí ya la veo.

- Tira de ella con fuerza, debe salir del todo.

Blanche hizo lo que Richard la indicaba y sacó la barra hasta tenerla en la mano.

- Ya la tengo.

- La has sacado del todo?.

- Si, dijo golpeando la losa con ella para comunicar a Richard que la había sacado completamente de su alojamiento.

Muy Bien Blanche, ahora podrás girar la tapa del primer tonel de abajo.

- Ya está Richard.

- ¯es las ollas?.

- Si, las veo.

- Bien, saca una.

Blanche tomó la pesada carga y salió con alivio de aquel reducido e infernal antro depositando la olla al lado de Richard.

- Has pasado miedo Blanche?.

- Si mucho, contestó tratando de esbozar una sonrisa.

- Yo también, he pasado más miedo que cuando acompañaba a mi padre.

- Este lugar es horrible.

- Horrible pero codiciado, te imaginas si alguien supiera que el oro almacenado aquí puede hacer vivir a varias generaciones de una misma familia.

- Por que me lo dices a mi Richard?.

- Por que eres la única persona que conozco digna de confianza.

Pasado unos instantes de silencio Blanche dijo.

Supongo que tendré que entrar de nuevo para dejarlo todo como estaba.

- Si Blanche, hazlo y salgamos de este lugar que tanto te asusta.

Fue fácil volver a introducir la barra de hierro en su sitio y retirar las piedras antes de cerrar la pesada puerta y entregar a Richard la pesada llave.

- ¯ete ahora con la olla, súbela a tus habitaciones y guárdala con cuidado, nadie sabe nada pero no sea que a alguno de esos perros le vaya a dar por robarla.

Cuando vuelvas trae las dos hembras contigo para que me suban. En unos minutos Blanche hizo lo que Richard le había pedido, no veía razón para desconfiar de ningún negro, sus tres mil dólares permanecían desde que Richard se los diera encima de la mesa de su escritorio y a nadie se le había ocurrido tocarlos entre otros cosas por que Camana era la única que tenía acceso a ellos y por que sabía que un negro tratando de gastar más de unos pocos dólares despertaría inmediatamente la atención de algún blanco.

Una vez de vuelta arriba Richard condujo a Blanche a su habitación y le enseñó donde estaba el escondrijo de la llave.

- No me pasará nada, pero si me pasara ya sabes donde está.

Con el corazón lleno de ternura Blanche se abrazó a Richard cubriéndolo de besos y de lágrimas por la emoción.

Al día siguiente, antes de partir Blanche le preguntó lo que hubiera pasado si no hubiera quitado la barra de hierro de los toneles.

- Los tres toneles de arriba están llenos de arena y los cuatro están unidos entre si.

Al sacar la barra se cierra el mecanismo que impide que la arena descargue sobre el de abajo atrapando y asfixiando a quien entrara en él sin estar autorizado.

Partió con alegría. En una carpeta convenientemente ordenadas llevaba las notas de las compras separadas por tiendas y oculto en una de las dos carretas sus tres mil dólares, en la otra los cuatro mil que Richard le había dado para las compras.

Cuatro jóvenes y fornidos negros, junto con Camana, eran sus acompañantes.

Según las previsiones llegaría a Bigstone bien entrada la tarde, el día siguiente lo emplearía en hacer las compras y después de pasar la segunda noche iniciaría el camino de regreso a ¯iento del Norte.

Durante el viaje Blanche imaginaba encontrar en la gran población minera alguna tienda de modas donde comprar vestidos y, su mente, excitada ante la posibilidad, se imaginaba lo que quería comprar y la forma de combinar las ropas entre sí de forma que siempre parecieran distintas aun no comprando gran cosa.

Se maravilló a si misma al comprobar que en ningún momento se la había ocurrido la idea de escapar con el dinero que llevaba en las carretas. Era una auténtica fortuna suficiente para empezar en cualquier sitio una nueva vida. Era curioso como añoraba día tras día el oro que había dejado escondido en el pozo de Natchez, y que el otro oro, el que ahora transportaba en la carreta, no la causara el menor problema.

Continuara...

Datos del autor/a:

    Nombre: Adela.

    E-mail: aadelaa@yahoo.com

    Fuente: Historia originalmente publicada en la lista de correo "morbo".

    Relato protegido e inscrito en el registro de propiedad intelectual.