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Para Raúl

en Voyerismo

Para Raúl

Después de haber contactado conmigo por mis relatos decidí hacer una visita a Raúl. El no es el típico macho de los que se lee en los relatos, no, el es mi caballero andante que cabalga una silla de ruedas. No es apuesto. Es más parecido, como dice el, a un personaje de SouthPark que a un actor de cine ;-) Pero es morboso y le encantan las botas de cuero y los tacones de aguja ;-).

Así que, aprovechando que tenía un viaje a Bilbao, decidí acercarme para verlo. Esperaba poderlo encontrar, porque se pasa más tiempo en el hospital que en casa, pero al intentar llamarlo nadie respondió. Yo sólo tenía unas horas libres, así que decidí acercarme al hospital por si estaba por allí (además, así tenía una excusa para dar una vuelta por Bilbao en vez de volver a mi hotel).

Naturalmente, como tenía en mente ir a verlo, había ido preparada. Vestía unas altas botas de cuero con cordones trenzados que tenían un infernal tacón de más de seis centímetros (de aguja, claro) y me llegaban casi hasta la rodilla. Negras, destacando sobre mi clara piel (que en abril no está todavía dorada). Llevaba una faldita de cuero con un corte lateral amplio, pero había "olvidado" atar tres de los botones laterales de la falda, con lo que al caminar se abría y mostraba mis muslos ampliamente, o al sentarme o… el conjunto de piel, botas y minifalda, era precioso, y sabía que superaría las expectativas de Raúl con creces ;-) Pese a ello, completé el atuendo con un jersey sin mangas de tejido de punto elástico que marcaba mis pechos a la perfección.

Me enfundaba en un abrigo largo de cuero, porque en Bilbao siempre te puede sorprender el tiempo y el viento me molesta, por lo que mejor ir tapada y poderme… "destapar" ante él para darle una alegría.

Tomé un taxi hasta el hospital que me había mencionado en alguna de sus cartas, sin que el supiera que iba a aparecer. Llegué a recepción y pregunté por el, y ante mi sorpresa me indicaron su habitación, así, sin más. Cuando subía en el ascensor me colgué el abrigo del brazo y me aseguré que mi faldita estuviera bien abierta "casualmente". Estaba nerviosa, pese a sus elogios a mis relatos, pese a que sabía que mis botas lo volverían lokito… estaba nerviosa por mi propia reacción. Yo no estoy acostumbrada a los hospitales (los odio! Me deprimen y los rehúyo!). Pero mi caballero se pasaba ahí la vida y… y sus cartas y comentarios y sueños y … me ponían a cien, me excitaban y me humedecían, por lo que se merecía esa visita, aunque él no supiera que iba a pasar por Bilbao.

Pero encontrarlo frente a mi, en su cama o su silla… no sabía cómo reaccionaría yo. Bueno, traté de vaciar esos pensamientos de la cabeza y busqué su habitación. Entré y vi que no era una habitación individual, sino que eran dos en ella. Un hombre barbudo, bastante viejo, estaba en la cama estirado con una de esas odiosas batas de hospital y parecía dormido, pero al tocar yo a la puerta y entrar vi que alzaba su mirada y, despertándose súbitamente, sonreía mostrando una boca sin varios dientes.

En la cama de al lado estaba Raúl, estirado con su silla al lado. Su barriga prominente abultaba la cama, y sus pequeñas piernas quedaban ocultas por las sábanas. También el alzó la vista, y su mirada de sorpresa fue como un regalo para mi. Así que me acerqué mostrando bien mi figura, sonando mis tacones al paso ;-). Sonreí y le saludé: "Hola, cómo está mi caballero andante? Me reconoces?". Sólo atinó a un tartamudeo, pero se repuso rápidamente: "Claro Sandra, ven siéntate, qué haces por aquí?". Yo me acerqué, pero no me senté todavía, quería que disfrutara de la vista. "He venido a ver a unos amigos y, como tenía unas horas libres, decidí pasarme a ver si te encontraba". Me acerqué a la cama, donde el estaba incorporándose y le di un par de besos mientras procuraba que mis pechos le rozaran su hombro ;-) (lo siento, no puedo evitar tratar de excitar al personal). Claro, el compañero de habitación debía tener una imagen muy sensual de mi kulito, pero eso ni se me pasó por la cabeza en ese momento.

En la habitación sólo había un sofá en el rincón, así que me acerqué allí y dejé mi abrigo y mi bolso mientras el me miraba bien mirada. Yo, consciente de su silencio (podía notar su mirada recorriéndome), me entretuve adecuadamente dándole una visión de mis piernas (enfundadas en esas altas botas de tacón), de mi subida faldita (que mostraba mis nalgas al agacharme a dejar el abrigo), y, al darme la vuelta, mis grandes pechos aprisionados bajo el jersey de punto, mis largas piernas y mi figura ondulante ;-).

El me sonreía desde la cama, y al ver que yo no me sentaba, sugirió ir a dar un paseo. Acercó su silla a la cama con un brazo y se sentó en ella (yo no sabía si intentar ayudarlo, pero creí, acertadamente, que le molestaría más que ayudarlo, así que, simplemente, esperé). Su bata de hospital se abrió y lo mostró desnudo debajo (un culito blaaaaaaaancoooo). El se ruborizó y se cubrió y se sentó bien, pero yo sonreí y me acerqué por si podía ayudarle a componer la bata en la silla. Realmente no hacía falta, pero le retoqué las partes que colgaban y se las remetí por debajo. Pero en vez de ir a pasear, le dije que no, y me senté yo en la cama, con mis pies colgando, el justo en frente, en la silla, debía alzar la vista para verme, pero tenía frente a él sus deseadas piernas enfundadas en las botas de cuero y esos estilizados tacones que yo sabía que le volvían lokito ;-).

Sentada en el borde de la cama, crucé las piernas dándole una perfecta perspectiva de mis muslos y… algo más, pues la faldita, al estar en el borde de la cama, se me había subido bastante y al cruzar las piernas seguro que Raúl pudo ver mi húmeda conchita ente sus ojos (pues, naturalmente, no llevaba ropa interior!!!). No se si fueron las botas, los tacones o mi cruce de piernas, pero sí pude ver que estaba extasiado con mi presencia allí, a sólo unos centímetros de él. De hecho, nuestra conversación era poco fluida, casi sólo hablaba yo, el se limitaba a unos pocos comentarios mientras yo le contaba lo que había estado haciendo en Bilbao mientras me recostaba sobre su caliente cama sobre mis codos. Así, mis piernas quedaban ante él, que no se pudo contener y alargó una mano para acariciar el cuero de las botas.

Yo sonreí y miré al viejo de la cama de al lado. El hacía como que dormía, pero se había vuelto hacia nosotros y no dejaba de mirar mi entrepierna mientras ocultaba una mano bajo las sábanas. Como la puerta estaba cerrada, yo dejé al viejo disfrutar y permití a Raúl que hiciera realidad su sueño de acariciar mis botas. Su segunda mano tomó mi tacón de la otra bota y, sin decir palabra alguna, descabalgó una pierna de encima de la otra obligándome a abrirlas y ponerlas a los lados de su silla.

Pero, contrariamente a lo que habría hecho cualquier otro hombre, Raúl procedió a acariciar con deseo mi bota y acercarla a su cara, olerla y casi lamerla, empezó a darle besos mientras subía por ella acariciándola con la mejilla. No eran botas nuevas, las tengo desde hace ya tiempo, y mezclan mi olor con el de la piel, pero a él parecía gustarle y fue ascendiendo con su mejilla pegada a la bota hasta mi rodilla. Allí sus dos manos acariciaron mi piel, mientras mi otra pierna reposaba sobre la baranda de su silla.

La situación era muy excitante, yo abierta de piernas ante Raúl, que en vez de caer sobre mi se entretenía acariciándome y avanzando lentamente centímetro a centímetro, calentándome más y más, pues a esa altura yo ya estaba más que húmeda. Notaba cómo el viejo seguía mirándonos y aceleraba el movimiento bajo las sábanas, pero yo sólo podía mirara a Raúl, que cerraba los ojos y acariciaba mi piel descendiendo ahora, una vez alcanzada mi rodilla, por mis muslos abiertos.

Dejó reposar una mano en cada uno de mis muslos y los apretó contra sus mejillas. Tenía un hombre entre mis piernas, notaba su aliento caliente, su caricia, sus roces, pero el no abría los ojos, parecía como si quisiera captar cada esencia de ese recorrido para retenerlo en su memoria y poderlo recuperar luego. Se tomaba su tiempo y acariciaba mis muslos lentamente. Sus manos eran firmes, rudas, algo secas, supongo que debido a empujar las ruedas de la silla, pero en aquel momento me parecieron tremendamente varoniles y su tacto me excitó haciéndome chorrear.

Me derrumbé sobre la cama, me abandoné al placer de su tacto y me olvidé de todo. Quería apremiarlo (en cualquier momento podía entrar alguien) pero a la vez quería alargar el momento, la excitación, porque la situación se estaba volviendo extremadamente caliente. Mi olor se extendió por la habitación y lo llenó todo, mis flujos ya empapaban la cama de hospital cuando su tacto llegó a la parte interior de mi muslo y me torturó ignorando mi entrepierna y centrándose en esa suave parte de unión entre piernas y tronco. Yo me relajé más y acerqué mis caderas a su cara apremiándole, incitándole, con lo que mi falda ya quedó toda en la cintura y mi abierto sexo frente a él.

Aún así, sus mejillas prefirieron el tacto del interior de mi muslo y sus manos me abrieron un poco más mi pierna para permitirle llenarme de besos y alguna lamida esa sensible zona. Pero su boca fue avanzando y finalmente entró en contacto con mi humedad. Allí Raúl demostró que es perfectamente capaz de satisfacer a cualquier hembra. A esas alturas yo ya había claudicado completamente y exigía mi placer, me retorcía por la cama tratando de atraparlo entre mis muslos, pero el, fuerte y sereno, seguía alargando la agonía entreteniéndose en sorber mi humedad, en limpiar lo que era imposible, pues yo no paraba de generar más y más flujo. Tragó mi simiente hasta que el mar se convirtió en un río y entonces atacó su curso, llegando a mi interior, que se le abrió entre sus labios dócil. Su lengua exploró mi intimidad y, abriendo completamente mis piernas, me abrí a su masculinidad que me penetraba explorando todos mis contornos. Me sentí llena por él, llena por una masculinidad dulce, tierna, casi como cuando es una mujer y no un hombre, pero a la vez, envuelta en sus manos fuertes y rudas.

Exploró, lamió y tragó mis flujos mientras mi cuerpo se contraía. Pero sus fuertes brazos retenían mis muslos contra él, me apretaban y no me soltaban. Cuando sus labios tomaron mi clítoris casi doy un salto, pero el me retuvo, así que pude dar rienda suelta a mi goce y salté literalmente por la cama mientras explotaban las oleadas de placer y mi cuerpo era recorridos por cuatro, cinco espasmos que me alzaron y me hicieron caer una y otra vez. Tuve que gritarle basta y separarle su cabeza de mi sexo para que parara de darme placer en el punto exacto donde debía, tras cinco orgasmos sus caricias ya dejaban paso al dolor y lo tuve que parar para que se separara de mi.

Quedé sobre el lecho, con las piernas abiertas, mi sexo al aire, mi olor sobre él, sobre todo. Alcé la mirada y vi que el viejo estaba dormido extasiado, pero la mirada de Raúl, ardiente, con mis jugos goteándole aún en su barbilla fue… me dejé caer sobre el y le besé. Sí besé a ese no-bello, y lo besé con pasión y ardor y agradecimiento por el placer mientras rebuscaba en su entrepierna hasta encontrar su sexo relajado. Le miré interrogadoramente y el negó con la cabeza. Pero una sonrisa en su mirada me hizo darme cuenta que estaba alagado por mi intención, por haber querido hacerlo.

Nos separamos al poco que me recompuse, yo tenía una cita a la que acudir y ya me había demorado demasiado, pero eso sí, había sido un placer….

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