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Excitando 5 (parte 2)

en Voyerismo

Excitando 5 – Parte 2

Aquél fin de semana fui con un grupo de amigos y con Laura (mi amiga mulata) a casa de uno en Lloret. Estaba un poco como ida, pero con unas tremendas ganas de sexo. Como si lo hubieran sabido de antemano, me mimaron muchísimo. Siempre nos traen algunos regalitos, pero en aquella ocasión se portaron como reyes magos. Uno de ellos había ido a Tenerife y me traía un conjunto de ropa interior bordado a mano precioso (y que me iba como un guante), otro un collarcito de Tous y un fular de la misma marca (saben que me encantan las marcas, y Tous en particular), y el tercero unos Manolos preciosos, además de algo para Laura (que se sintió un poco menos valorada por los suyos, pero… pero debe ser que yo les gusto más, no? O tal vez porque les encanta cómo me exhibo y pongo a todo el mundo a cien para follar luego con ellos).

El caso es que sábado y domingo fue un fin de semana perfecto, colmado de atenciones y regalos, buena comida, mejor vino, playa y sexo. Fui a la playa con el nuevo fular anudado en mis pechos como top (lo que le encantó al chico que me lo regaló), con mis pezones transparentándose (se excitaron más viéndome pasear con el fular como top que luego en top less). Comimos un buen arroz para volver a casa y hacerles un pase con la ropa interior, el collar de Tous y los Manolos que les dejó sin habla para terminar con una sesión relajante de sexo y una siesta atrasada que nos permitió luego salir de marcha.

Discoteca, baile, roces y sensualidad, para terminar la vuelta a casa y hacerlo casi en el porche e ir a dormir con el sol saliendo. El domingo fue más relajado, cargados por el día anterior, volviendo a Barcelona después de ducharnos y comer para poder dormir un rato y hacer las tareas de casa (aunque, por suerte, poca cosa, porque Raúl ya había pasado por allí antes).

Eran las siete cuando se me ocurrió llamar a Javier, que inmediatamente me propuso quedar para dar un paseo y tomar algo. Yo estaba cansada, pero pensé que sería agradable estar relajada un rato (después del ajetreo del fin de semana) e irme a dormir. Así que me puse crema (para prevenir escozores después de…) pero no me esmeré especialmente, un conjunto de tanga y bra blanco semi transparente, un pareo floreado, una camiseta cortita y unas sandalias con un poco de alza. Muy cómoda y sensual por las transparencias que dejaban casi todo a la vista.

A las ocho pasó a recogerme y con el coche nos acercamos a la playa, donde paseamos tranquilamente. El sol todavía aguanta hasta las nueve, por lo que mis transparencias mostraban perfectamente mi cuerpo, incluso se podían apreciar los rosados pezones bajo la camiseta crema y el bra casi transparente, por no hablar de mi tanga que ni se ocultaba tras el pareo.

Javier estaba exultante, creo que no esperaba que lo llamara, pero tampoco encontrarme tan sensual ni poder apreciar tan claramente lo que tenía tan a mano (a ver si esta vez se decide!). Me repitió una y mil veces lo bella que estaba y la preciosa figura que tenía, pero ni se le ocurrió tocarme, Grrrrr…. Lo cierto es que, después de las sesiones de sexo del fin de semana, tampoco a mi me apetecía, pero no estoy acostumbrada a que ni lo intenten!

Así que paseamos por la playa y fui yo quien le enlacé por la cintura y me recosté contra él para que notara mis caderas y mi pecho. En un momento dado se paró, me tomó de la cintura, me miró a los ojos y con un “eres preciosa” se decidió a besarme!!!! Al fin!!!! Pero sus manos se mantuvieron castamente en mi cintura (nada de bajar a las nalgas, nada de recorrer mis pechos, nada de…. Nada!). Yo le tomé por el cuello y tuve que tomar la iniciativa para introducirle mi lengua y aplastar mis pechos contra el suyo, mis caderas contra su entrepierna, mi cuerpo contra el suyo. Él finalizó el beso con una sonrisa y se limitó a enlazarme por el hombro para seguir paseando.

Me contó lo mucho que le gustaba, mi modo de ser, mi iniciativa, mi trabajo, mi independencia, mi lucha por llegar a ser lo que era… que él lo había tenido mucho más fácil por proceder de una familia con dinero (cuánto? Pensaba yo), pero que también se había tenido que esforzar en los estudios, el máster, los idiomas… Que le encantaría conocernos mejor y… tal vez, congeniar y… porque él ya empezaba a estar harto de juegos y lo que quería era construir una familia…

Dios mío? Se estará enamorando? Querrá casarse? Cuanta pasta tiene? Y su familia? (era hijo único, eso ya lo sabía). Yo haciendo el papel de buena chica callaba, pero ese beso me sabía a poco, aunque si lo tiraba sobre la arena y lo violaba no creo que luego me lo perdonara ;-) Seguro que se preocuparía por si me quedaba embarazada. Hasta preguntó si me gustaría tener hijos! Por Dios! Naturalmente, respondí que algún día…

Finalmente nos sentamos en una terraza cerca de las torres (las dos torres que caracterizan el sky line de Barcelona), en la zona de restaurantes cerca del meteorológico, a la vista de los yates. Tomamos unos vinos blancos mientras charlábamos y él se iba poniendo más y más trascendental. Finalmente, le corté.

-       Tranquilo, de momento diviértete. Ya se verá. Estás soltero, en Barcelona, con buen trabajo y perspectivas. Disfruta de la vida y no te marees! Esta es la ciudad de las oportunidades! Aquí todo es posible. Seguro que conocerás a un montón de gente interesante y todo vendrá fluido, no trates de forzarlo, disfruta de la vida.

-       Ves? Tú siempre positiva y mirando al futuro con confianza, eso me encanta.

Y me acerqué a él y le di un piquito tranquilizador. “Deja de pensar y disfruta!”, me relajé en mi asiento y descubrí mis piernas por la abertura del pareo, que quedó lánguido a los costados. Un poco más y se veía mi tanguita. El espectáculo de mis muslos atrajo más miradas que si fuera en bañador. Tal vez fuera el vino, pero el Viña Esmeralda entraba realmente bien, un seco afrutado que siempre me resulta muy agradable. Así que tomé la carta, sin tener hambre, sólo para distraer el momento mientras, mi mirada, sobre ella, recorría el local. “Claro que como se te ocurra irte con una lagartona te mando mis amigos con kalashnikov” dije con una sonrisa pero taladrándole con la mirada. Creo que se espantó ;-)

Más de uno se entretenía con la vista centrada en mis piernas, los que paseaban no dejaban de acariciarme de arriba a bajo con sus ojos, y hasta alguno dio un traspiés al tratar de ver más allá de donde se juntaban mis muslos. Pero mi atención se fue hacia el cincuentón de dos mesas más allá, frente a mí, con visión directa de mi cuerpo ladeado en la mesa.

Le dije que pidiera un rape a la plancha con verduras para mí mientras iba al baño a refrescarme. Le dejé segura que su mirada quedaría prendada de mis curvas ahora que la luz del local resaltaba las transparencias y me mostraba completamente desnuda a sus ojos. Así que fui cuidadosa con el movimiento de caderas y, efectivamente, me refresqué en el baño (a veces el bochorno del mar me mata).

Volví con la piel brillante de la humedad, sabiéndome preciosa e imán para las miradas. Me dejé reposar en el asiento mientras mi pareo se abría escandalosamente mostrando hasta las nalgas y di un largo sorbo de vino. Una gotita rebasó mi barbilla y goteó en mi pecho, por lo que tuve que secarme con la servilleta la boca y el escote (pequeño, pues llevaba una camiseta cortita, que mostraba el ombligo). La gota había ido a parar justo en el pezón (casualidad, lo juro), así que humedecí la servilleta con agua y procedí a limpiarlo mientras restregaba bien mis pezones a la vista de Javier y de los otros afortunados mirones como, por ejemplo, el cincuentón, que no perdía oportunidad y me comía con los ojos.

Una mujer se sentó al lado del cincuentón, su mujer, sin duda. No se la veía bien conservada, y su mirada pasó de él a mí, para a continuación hacerle un enojado comentario. Pero él no dejó de mirarme y sólo le sonrió, mientras yo también le sonreía a él.

Javier se quedó como paralizado mirándome, especialmente cuando vio cómo transparentaban los rosados pezones (y eso que él no tenía vista de mis muslos). Pero el que más lo disfrutó, sin duda, fue el cincuentón (algo grueso) que tenía una vista completa de mi cuerpo, especialmente cuando me acomodé mejor y le permití descubrir mi super breve tanguita entre mis piernas.

La comida bajó deliciosa entre las miradas ruborizadas de Javier, que no podía dejar de mirar mis pezones (que se endurecieron).

-       No te cortes, total, están ahí para distracción del público, no eres el único que no puedes apartar la mirada de ellos, sabes? – le dije divertida.

-       Perdón?

-       Que se te va la mirada a mis pechos todo el rato, no trates de negarlo, creo que te encantan, como a todos esos, y eso me encanta a mí. – dije pícara en voz baja.

-       No, es que estaba pensando en otras cosas y…

-       En otras cosas como morderme los pezones o lamerme los pechos, tal vez? Eso es lo que están pensando los camareros que están allí de pie o el cocinero que ha salido cuando le han avisado y ha venido a mirarme desde la puerta, sabes?

-       Cómo?

-       Qué crees? Que no me fijo en esas cosas? Pues claro, pero no me importa, porque estoy contigo y sé que no pasará nada, déjales que disfruten. Pero, por favor, no te ruborices… qué encantador! Si se te van los ojos ;-) – toda la conversación en voz baja para incomodarlo lo mínimo posible, aunque sabía que le estaba excitando. Él se removió en la silla y una de sus manos desapareció brevemente. – Otra vez se te está poniendo tiesa? Huy, huy, huy… Ja, ja, ja,… ponte cómodo hombre, que no pasa nada.

-       Es que me da vergüenza, eres tan preciosa que no puedo dejar de mirarte y me hace sentir mal. Me gusta cómo eres y tu fuerza interior y… pero no puedo dejar de quedarme prendado de tu cuerpo.

-       Tranquilo, es lo más natural, pero tu has sabido ir más allá. Estoy acostumbrada y no le doy importancia, que me miran las tetas o las piernas? Déjales que miren, total, eso no cuesta dinero ni hacen mal a nadie. La mirada que me importa es la tuya. – dije mientras mi mirada se perdía sobre su hombro y descruzaba las piernas para gran alborozo del cincuentón.

Pero Javier no lo llevaba del todo bien, se ruborizaba y seguía tratando de apartar la mirada cada vez que lo pillaba y sonreía. Me sorprendió cuando el cincuentón y su mujer abandonaron su mesa y se acercaron.

-       Javier? – Dijo el cincuentón alejando por un segundo su mirada de mi.

-       Don José! – Lo reconoció él levantándose para saludarlo. Resultó que era su jefe directo en la empresa, el CEO, y que había salido a cenar con su mujer (que no dejaba de taladrarme con una mirada asesina). – Pero no me habías dicho que tenías una novia tan preciosa! – i siguieron los dos besos de rigor mientras Javier murmuraba algo sobre una amiga y los invitaba a sentarse.

Rápidamente, yo no perdí la oportunidad. Explicando que nos habíamos conocido hacía sólo una semana y que estábamos tomando algo sin mencionar el término novia ni amiga y dejándoles en su confusión. Naturalmente, Don José (llámame José, por favor), le preguntó de donde me había sacado y todo eso, pero mirándome a mí, que era quien contestaba mientras el turbado Javier era incapaz de reaccionar. Rápidamente José y yo congeniamos (no hay madurito con el que no congenie) para gran desagrado de su mujer, que se refugió en Javier, el cómplice perfecto para escuchar los lamentos de una ama de casa aburrida con servicio para todo y que no sabe hacer nada más que ir al gimnasio (sin resultados, aunque sus nalgas todavía tenían un pase) o de compras.

Mientras José y yo charlábamos animadamente y su mano ya exploraba mi brazo sin recato con la mirada puesta en mis duros pezones o mis muslos tan cerca suyo. Tan cerca, tan cerca, que yo no impedía el roce con su pierna mientras le sonreía seductoramente y aceptaba su contacto como algo normal. “Este chico tiene futuro, te lo digo yo, no tardará en desplazarme con tanto Massachusets y Bostons como va citando, además, yo ya tengo ganas de tomarme más tiempo libre y dejar esas pesadas reuniones”.

Yo sólo reía y le incitaba diciendo que todavía tenía mucho recorrido, seguro, que Javier apenas estaba desembarcando en Barcelona y… pero al parecer, era Javier quien les había proporcionado los contactos de los USA en biotecnología que ahora les abrían las puertas a nuevas y tentadoras inversiones y a José eso lo superaba, con lo que Javier estaba asumiendo rápidamente un rol más activo. Mmmm…

José lo que quería era dedicarse a navegar, hacer unas cuantas reuniones mensuales y empezar a viajar por placer con su bote (de 50 metros de eslora), bote al que nos invitó el siguiente fin de semana para desesperación de su mujer, que casi lloraba diciéndole a Javier que José estaba haciendo el ridículo con una jovencita como yo.

Pero el bulto de José no era menospreciable y su mirada de deseo tampoco. Me estaba desnudando entre sonrisas y veía como yo le seguía el juego. “Bueno, dejemos al par de tortolitos disfrutar de la velada y vamos a casa nena” dijo José mientras daba unas palmadas en mis muslos bajo la mesa antes de marchar (nada indecente, por supuesto).

Una vez solos Javier estaba acalorado por el momento. Aquello de las relaciones sociales no era lo suyo. Seguro que en las reuniones de negocios era un crack, duro y fiero, pero había sufrido más en esos diez minutos que en todo el año, seguro.

Para calmarlo me puse a su lado y le di un piquito. Me interrogó con la mirada y le dije que José me parecía un viejito muy simpático y que gustosamente iría el fin de semana con ellos. Le abracé reposando mis pechos en su cuerpo y le besé. Él me tomó de la cintura correspondiendo al beso.

De vuelta hacia el párquing pasamos por la zona de bares y decidimos tomar la penúltima frente los yates anclados a cinco metros. La noche se iba animando, y yo todavía no tenía sueño (no eran ni las once). Así que le pedí bailar un poco, pero en el interior de los locales la música estaba demasiado fuerte, así que le tomé por el cuello y apretamos nuestros cuerpos en el paseo, frente al local, con las copas en una mesa cercana. Mis caderas apretadas contra su cintura no paraban de restregarse contra él al ritmo de la música, mis pechos lo rozaban y mis pezones duros se dejaban notar, mientras empinaba mi culito para que sus manos en mi cintura bajaran hacia mis nalgas, pero ni así, él insistía en reposarlas castamente en mi cintura.

Me alcé y mientras le besaba le bajé una de sus manos hasta mi nalga izquierda y la dejé reposando allí. Él espantado, me dijo que nos verían. Yo cerré los ojos y, con mi cabeza reposando en su pecho le dije que qué más daba, que sólo me importaba sentirle, mientras apretaba mi vientre contra él.

Entonces sí se azoró (pero por suerte no retiró la mano). Su pene empezó a crecer y presionarme mientras su espantada mirada recorría todo a su alrededor. Yo también observaba con los ojos entrecerrados, y pude ver cómo nos miraban paseantes y gente del local. Hasta algunos se paraban mirando la delatora mano en mi nalga y aprovechaban para encender un cigarrillo o comentar, mirándonos, lo buena que estaba la rubia. Noté cómo él se encendía, a la vez que le subían todos los colores. Le estaba gustando! Así que volví a besarlo mientras mi mano se escurría entre nuestros cuerpos y aprovechaba para ponerle bien el paquete, enderezando su verga hacia arriba para que no le molestara y acariciándosela a todo lo largo.

Su cara se volvió púrpura, pero su verga creció tres centímetros más (lo que no estaba nada mal! Su tamaño anterior ya me parecía apetecible!). Finalmente, entrecortado, susurró que nos sentáramos. “No te gustó?” le dije poniendo cara de inocente y bajando la vista recatada. Me cubrí la cara con la s manos avergonzada y como para echarme a llorar. “creí que… creí que a todos os gustaba… perdona… no lo hice con mala intención” (tendría que haber sido actriz).

Naturalmente me rodeó con sus brazos sintiéndose culpable e insensible y… “No claro que me gustó cariño, sólo que… nos estaban mirando y no podía contenerme…”. “No te gusto”. “Claro que me gustas, eres preciosa, tienes un cuerpo de miedo, eres la tentación hecha realidad”. “Soy demasiado vieja” (a mis treinta, estoy perfecta, estaba a punto de echarme a reír, pero la función debía continuar, se tenía que arrastrar). “Pero qué dices? Estás perfecta y eres una diosa de la belleza y la sensualidad y… bla, bla, bla”. Finalmente ya podía descubrirme la cara ante su insistencia y besarlo con pasión. “Lo que pasa es que yo creo que debemos contenernos hasta la unión más importante y…”. “Perdón?”. “Que uno debe entregarse la primera vez, esperar al momento, que es algo tan precioso que debe reservarse para…”. “Eres virgen?” (y ahora no hacía teatro, puse ojos como platos y cara de asombro total). Se ruborizó. “Sí, es que…”. Claro, ahora encajaba todo. “Vas a misa los domingos y todo eso?”. “No, no , es una conciencia interna, no religiosa”. Siguió charlando, pero yo ya no escuchaba, estaba tratando de encajar el puzle. Novias formales, no sexo, cuarentón… no me extrañaba que estuviera solo.

Qué coño hacía yo perdiendo el tiempo allí? Perdiendo el tiempo? Enojada, le dejé con la palabra en la boca y me fui al baño a arreglarme. El local estaba medio lleno ya, y todos me siguieron con la mirada cuando entré. Una gogó (una latinoamericana algo rellenita y pasada de peso) bailaba encima de una plataforma con unos apretadísimos shorts, sus grandes pechos se bamboleaban bajo la camiseta, pero los tenía caídos y se movía sin ritmo.

Me despejé un poco en el baño, me lavé la cara y me refresqué. Cuando estoy enojada puedo hacer locuras, así que me tomé mi tiempo para serenarme. Qué hacer con Javier? Era, sin duda, un sueño, pero… sin sexo? Bueno, él se lo perdía. Yo no pensaba estar sin sexo. Me quité las bragas y el sujetador y las embutí en el microminibolso que llevaba. Salí decidida.

Me acerqué a la mesa donde estaba él sentado y le dejé el bolso en el regazo mientras apuraba la copa de un trago y volvía al interior. El regatón llenaba el local, me subí a la plataforma y desplacé la latinoamericana que, extrañada pero complacida, dejó su puesto. Allí, con los ojos cerrados, empecé a bailar el regatón (o lo que fuera) invadida por el demonio del ritmo.

Ya sabía que mis transparencias mostrarían un espectáculo escandaloso. La playera no taparía mi figura con esas luces estroboscópicas y verían mi chochito al aire así como mis pechos libres bajo la corta camiseta transparente. Mi pelo suelto sólo serviría para inflamar aún más a la concurrencia, pero, unido al contoneo del regatón precisamente… no paraba de subir y bajar, sabiendo que en cuclillas mi pareo se abriría y descubriría a todo el local mis intimidades, pero pronto la música se vio superada por las exclamaciones y gritos de soporte del público del local. Sólo entonces abrí mis ojos para deleitarme con su espectáculo. Yo era el espectáculo para ellos, pero ellos lo eran para mí. Sus sonrisas babosas, las copas ofrecidas y que yo les derramaba de una puntada de pie, las manos de las que me escabullía.

Alguien del local, previsor, había avisado a cuatro de seguridad que, desde cada esquina de la plataforma, protegían mi integridad. Mi derrame de copas incrementaba su consumo y nuevas ofertas, por lo que debían estar haciendo la caja del mes. Ante cada ofrecimiento yo lo examinaba desde la plataforma y lo rechazaba con el pie o, en caso de ser atractivo o interesante, me acuclillaba ante él, con lo que tenía mi sexo abierto a menos de veinte centímetros, le tomaba la barbilla y le derramaba la copa por la cabeza con un gracias para volver a bailar.

Pese a todo, cada vez eran más los que me ofrecían una copa y el juego me empezaba a gustar. Yo los despreciaba a todos, pero todos querían tener la oportunidad de tentarme y competían por llegar ante mí con la copa rebosante. Los cuatro de seguridad filtraban los que se acercaban y sólo dejaban pasar los de las copas más caras, con lo que el negocio parecía ir viento en popa. Yo bailaba ajena a todo, sensual, contoneándome y mostrando bien mis atributos. Y regularmente buscaba una copa que poder derramar sobre el público.

No sé cuánto rato estuve bailando, hasta que reconocí una cara y vi cómo Javier trataba de ofrecerme una copa y el segurata lo frenaba. Di un toque con mi pie en la espalda del segurata y éste se giró y le di el OK con un gesto. Cuando Javier llegó a la plataforma me acuclillé ante él abriendo bien las rodillas para que contemplara mi rezumante chochito brillante de gotas de flujo por la excitación, mis pechos ante él con duros pezones que pugnaban por traspasar la camiseta corta. Tomé su copa y di un sorbo (era la primera que tomaba) y se alzó un coro de gritos del público entendiendo que tenían un ganador. Me senté en el extremo de la plataforma con las piernas abiertas y enlacé a Javier atrayéndolo hacia mí. Mis desnudas piernas le atraparon y él se dejó hacer. Le empujé la cabeza en mi húmedo chocho sin que se lo esperara y restregué su nariz y boca en mi sexo para gran revuelo de los asistentes. Pero tirándole del pelo lo separé de mi, le di un beso sin dejarle el cabello y me colgué de él que me sacó del local.

Ya fuera me dijo: “Estás loca”, pero yo, colgada de su cuello, con mis pechos aplastados sobre su torso y mis caderas prietas contra su entrepierna, supe que él también y que le había encantado. Me llevó así hasta el coche, y mi empapado chochito le dejó la entrepierna humedecida. Me acomodé en el asiento con las piernas bien estiradas (ventajas del Jaguar) y el pareo a los lados, mi entrepierna brillante de humedad a la vista y mis pechos también, pues la camisetita corta no tapaba nada. Así recorrimos la ciudad hasta mi casa. “El propietario del local me ha dado la tarjeta y dice que volvamos cuando queramos”, me dijo Javier parando el coche en la estrecha calle de casa. Yo sólo pude sonreír.

-       Pero te ha encantado, dije posando la palma de mi mano en su entrepierna.

-       Es el espectáculo más erótico que he visto en mi vida, y me lo ha dado mi diosa del sexo.

-       Con quien no quieres tener relaciones hasta casarte.

Asintió, serio. Pero mi mano ya le bajaba el cierre de la cremallera mientras nuestras miradas se quedaban fijas en los ojos del otro. Liberé su dura tranca como pude sólo con una mano y me tumbé sobre él. Primero la miré bien, era una tranca larga y gruesa, muy recta, muy dura. Mi respiración sobre ella la hacía estremecer y noté cómo se relajaba en el asiento, la cabeza para atrás, cerrando los ojos, como rendido a mí. Noté, porque no lo miré, sólo tenía ojos para ese glande, que ya rezumaba líquido preseminal.

Acerqué mis labios a la punta y pudo notar mi calor. Saqué la lengua y tomé sus flujos, la limpié y acaricié sólo con la lengua, recorriendo el liberado prepucio. Acerqué más y más mi boca a su sexo hasta que mis labios pudieron besar esa punta suave y la besé con ternura, con la lengua dentro de la boca recorriendo el glande. Fui absorbiendo cada vez más de la tranca notando cómo mis labios la abrazaban y tragaban lentamente, manteniendo mi lengua en su punta mientras pude, hasta que llegué tan adentro que tuve que retirar la lengua para poder seguir. Nuestros calores se fundían y me llegó a la garganta, me acomodé y seguí tragando hasta que noté su vello en mis labios y cara. Reposé así, quieta, dejando que me sintiera y sintiéndolo dentro de mi, para luego retroceder y degustar y poder tragar. Al llegar cerca de su punta explotó. Noté sus convulsiones y cómo se venía dentro de mi. Tres espasmos y su leche me inundó a borbotones. Llenó mi boca y tragué, pero aun así escurrió por la comisura de mis labios, no alcanzaba a tragar sus descargas y él se sacudía en el asiento una, dos, tres y muchas veces expulsando y expulsando su fruto. Tragué y tragué hasta no poder más. Le exprimía la tranca con una mano mientras son la otra le acariciaba los huevos suavemente. Finalmente se quedó seco y también yo me relajé, limpiándolo con mi lengua y tragando todo lo que había rebosado.

Le miré mientras me limpiaba los dedos con la lengua con cara de viciosa. Su mirada era brillante, como ido. Me miraba pero su mirada me traspasaba, recuperando la respiración. “Ha sido fantástico, has sido la primera, sabes?”. Me lo creí y sólo pude admirarme de su autocontrol y estupidez, si supiera lo que es bueno… “Yo nunca antes…”, le corté, me acerqué y le besé en la boca sin dejarle hablar.

-       Ha sido delicioso, pero no se te ocurra nunca más dejarme con las ganas.

Me despedí y salí dejándole dentro del coche. En casa tuve que masturbarme como una loca mientras se lo explicaba a Raúl, que me miraba alucinado desde su butaca.

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