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El Partido 3

en Voyerismo

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Perdonad la tardanza, pero es que he estado muy liada con el trabajo. He tratado de contestar algunos mails, pero seguro que no a todos y lo siento. No es desprecio, es falta de tiempo! Además, como ya sabéis, sólo chequeo el mail desde el trabajo y no siempre tengo las condiciones de… “privacidad” para poder ver vuestras fotos y vídeos que me encantan!!!!! Perdonad, pero desde el cambio de ubicación de mi empresa ya no tengo tanta privacidad y hago lo que puedo, pero… el curro (y la hipoteca) es lo primero!

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Después de la “pequeña” fiesta en nuestra casa las cosas trataron de volver a la normalidad. Tod@s nos duchamos, vestimos y cada cual marchó rápido a su casa, cada pareja a reconciliarse y aclararse en privado. Mi Osito y yo lo habíamos disfrutado, pero ya sabéis que “el día después” las cosas no son fáciles.

Cuando nos despertamos nos besamos con pasión, pero muertos de cansancio y completamente satisfechos. Sí, ya sé que muchos esperabais que volviéramos a follar como lokos, pero eso no funciona así. Nos acariciamos con ternura, pero imposible tener sexo después de lo acontecido. Yo estaba completamente irritada y a el tampoco se le ponía dura (además de tenerla mucho más sensible que de costumbre, pobrecito mío). Así que nos limitamos a hacernos algunas caricias tiernas, ponernos crema delicadamente e ir a preparar el desayuno (me moría de hambre!!!).

Las chicas, con ese sentimiento de culpabilidad que arrastraban, habían intentado recoger y cada uno se llevó un par de bolsas de basura, así que la casa estaba más o menos decente, pero sin suministros! Decidimos bajar a la cafetería de la esquina a desayunar. Con esfuerzo conseguí ponerme una camiseta y unos shorts y, en zapatillas deportivas, bajé con mi Osito al café. Y digo con esfuerzo porque me costaba alzar los brazos para ponerme la camiseta! Imaginaos el trote de esa noche.

Los shorts rozaban mi sensible entrepierna (pese a la cremita, todavía irritada), la camiseta me rozaba los sensibles pezones, y al sentarme en la silla de la cafetería notaba mi ojete dolorido. Pero cuando mi Osito se sentó a mi lado con un par de croissants rellenos de jamón y queso fundido, zumo de naranja y un café con leche lo amé más que nunca ;-). Comimos tranquilamente en silencio mientras ojeábamos los periódicos. Pero después de acabarnos las raciones todavía le pedí un bocadillo más (sí, siempre he tenido buen apetito, y después de todo el ejercicio…).

Estaba acabándome el café cuando vi un tipo que era la tercera o cuarta vez que pasaba ante la acristalada pared de la cafetería que daba a la calle y al lado de la que estábamos sentados. Yo ya me había relajado tras estar satisfecha con el croissant y el bocadillo, con lo que mis piernas estaban estiradas y yo tumbada en la silla, cuando me di cuenta del espectáculo que debía dar entre los paseantes. Una rusita de largas piernas con sólo unos holgados shorts cortitos de hacer deporte de esos que se abren para permitir los ejercicios y que si no llevas nada debajo… con una camisetita fina en la que se marcan unos pezones claramente inflamados… no me extrañaba que el tipo no dejara de pasar una y otra vez frente a mi ;-). Sólo pude echarme a reír quedamente. Mi Osito alzó la mirada del periódico y me miró extrañado.

“Es que hay un tipo que se está dando un festín ahí fuera con lo que se entrevé debajo de mis shorts”, le comenté bajito. Su sonrisa pícara fue inmediata. No se cansará nunca? Hacía un momento no podía ni tener una erección, y ahora el morbo ya hacía brillar su mirada. “Y qué se te ocurre para excitarlo todavía más?” me comentó sonriente. Pero será bandido? Harto de vino y no puede dejar de… así que abrí más mis piernas, bajé el periódico para mostrar mejor mis pechos e incorporándome un poko (sólo un poko para marcar mis pechos en la camiseta pero dejando una perfecta vista de mi entrepierna bajo los shorts) le dije: “Qué quieres que haga?” Y una de mis manos abandonó el periódico para bajar hacia mis muslos. Miré al peatón, parado en la acera de enfrente, sacando un cigarrillo para parecer entretenido, y sonreí con picardía mientras hacía que hablaba con mi Osito. Mi mano recorrió mi muslo y acarició un par de veces arriba y abajo mientras él encendía el cigarrillo.

Mi Osito se hacía el distraído mientras miraba por el reflejo lo que yo hacía y al tipo de la calle disimuladamente. Yo hice como que reía, pero mi mano se detuvo al límite del short. Me mordí el labio inferior mientras parecía que asentía a mi Osito, pero en realidad no dejaba de mirar al tipo fumando a los ojos y deslizaba uno de mis deditos entre el short y mi carne. El dedito siguió explorando mis interiores, subiendo más y más el short y la parte visible de mi muslo. Entonces me volví a arrellanar en la silla, ya sin el periódico para taparme, mientras mi otra mano subía a mi cuello y el dedito se introducía en mi sensible intimidad.

La vista desde la calle debía ser espectacular. Mis largas piernas lánguidamente estiradas, el short minúsculo mostrando media nalga y, claramente, mi dedo recorriendo mi sexo mientras la otra mano acariciaba mi cuello y bajaba por él recorriendo suavemente mi pecho hasta unirse con la otra en mi entrepierna bajo la mesa. Entonces recogí las piernas simulando un orgasmo mientras entrecerraba los ojos y veía claramente la erección del tipo. Mi Osito rió y no pudo contenerse, tomándome del cuello me besó profundamente y su mano recorrió mi muslo hasta tocar mis manos y apretarlas contra mi sexo. Después miró a la calle, buscando al tipo que se marchaba ocultando su erección. Reímos los dos y nos levantamos para salir. Al pagar nos dimos cuenta de la sonrisa del camarero, que me acarició completa con su mirada.

Salimos a la calle todavía con mi short claramente metido en mi entrepierna y mostrando más de media nalga al público ;-). Así recorrimos la media manzana hasta la entrada de casa y subimos al piso, con su mano metida entre mis piernas. “Pero si no tienes fuerzas para nada”, le decía yo riéndome. Y así era, pero eso no parecía adormecer a mi Osito, que cada nueva experiencia lo lanzaba a querer más y más de mi, a convertirme en la perfecta puta que soy.

Las siguientes semanas en vez de relajarse, no dejaba de crecer en deseo y morbosidad. De nuevo me impidió vestir ropa interior, me tomaba en el rellano, en las escaleras de subida al piso, en el ascensor, con la ventana abierta,… Lo hacíamos varias veces al día y sólo con mencionarle el partido de fútbol o la orgía en casa no me dejaba ni continuar, inmediatamente me tomaba y vestida o desnuda, me clavaba por cualquiera de mis agujeros.

Yo esperaba que las cosas volvieran a la normalidad, pero lejos de eso, parecía más y más excitado cada día. Un sábado por la mañana me dijo que fuera a buscar el pan, pero sólo me dejó ponerme un vestidito transparente de verano que yo usaba para ir a la playa. El vestidito dejaba un holgado escote que además transparentaba mis pechos, lo poco que cubría, pues mis pezones casi se salían de la fina y delgada tela. Apenas si cubría mis nalgas y no podía agacharme o quedaría expuesto mi sexo. Sólo me dejó salir de casa (mediante sonrisas) al aceptar yo ir así, con zapatos blancos (con dorados y piedrecitas brillantes) de tacón de aguja de cinco centímetros y el dinero justo de la barra en mi mano.

Bajé la escalera y, ya en el portal, tuve que volverme a bajar la falda que sólo por los escalones, había escalado hasta dejar al aire media nalga. Oí como él llamaba el ascensor, claro, seguro que quería verme hacer algo así. Por un lado me tranquilizó que estuviera cerca por si pasaba algo, pero por otro me dio mucha rabia que le excitara hacerme pasar ratos tan… complicados. La calle estaba casi desierta (era pronto), pero alegré la vista a algún que otro transeúnte que salía con el perro o, como yo, a buscar la prensa y el pan.

Fui rápidamente a la panadería (pero oyendo sus pasos detrás de mí, en la lejanía). Cuando llegué frente a la panadería tuve que esperar fuera porque se habían retrasado en la entrega y habían acumulado cola. No vi a mi Osito, que debía observarme desde lejos. Naturalmente, no dejé de notar las miradas lascivas de dos vejetes, cómo me comían con sus ojos tres chicos jóvenes y cómo dos mujeres me miraban con reprobación, pero yo no perdí mi sonrisa (aunque con algo de sueño).

Se fue despejando rápidamente (aunque la cola aumentó un poko detrás de mí) y llegó mi turno. Tomé mi baguette y di las monedas. No sé si fue porque el dependiente estaba nervioso (muy posible por lo alto del mostrador con las vidrieras y porque yo al alzarme para darle el dinero le debía dar una perfecta vista de mis pechos) o porque era torpe, pero el caso es que una de las monedas resbaló por la parte anterior del mostrador (todo por ir deprisa y no pagar en la caja!).

La vi caer y dar un par de vueltas hasta quedar justo al lado de mis preciosos zapatitos, azorada. Al girarme vi que la cola la componían como cuatro o cinco hombres, así que… así que, traviesa, me agaché sin doblar las rodillas, tomé la moneda pasando una de mis uñas bajo ella, y volví a alzarme dándosela al dependiente que sonrió no sólo agradecido sino complacidísimo, pues pude ver en el reflejo que uno de los pezones sobresalía al alzarme yo de puntas y alcanzarle la moneda.

Me giré despidiéndome y avancé entre la cola de hombres que parecían estatuas. Todos ellos me siguieron con la mirada hasta que estuve fuera y, sólo entonces, oí al dependiente gritar que quien era el siguiente. Traviesa me alejé hacia casa ocultando el pezón, pero sin bajarme la faldita, que debía mostrar mis nalgas descaradamente y, tal vez, mi sexo por delante (eso sí, usé la barra de pan para taparlo un pokito). Mi Osito debía estar dándose un festín con la exhibición, sólo de pensarlo deseaba llegar a casa para recibir mi premio.

Pero en el portal me encontré con Juan, un vecino setentón que sacaba a Dulce, su pequinesa. Como siempre, nos saludamos y ya iba a pasar al portal cuando Dulce empezó a ladrarme como una loka. “No la reconoces? Es Sandra tonta, venga, deja ya de ladrar!”. A lo que decidí darle una alegría a Juan y poniéndome en cuclillas con las piernas juntas, hacerle una carantoña a Dulce, que me reconoció y dejó de ladrar. Juan aguantaba la correa mientras su mirada se perdía entre mis pechos.

“Venga, Dulce, se buena”, decía yo mientras la acariciaba y hacía como que no me daba cuenta del festín de Juan. Me alcé y le dije: “No pasa nada, sólo estaba un poko nerviosa, hasta luego” y me giré hacia el portal. Pero como soy tan torpe… las llaves me resbalaron entre los dedos y tuve que agacharme a recogerlas, sin doblar las rodillas, mientras me aseguraba que Juan veía claramente lo que gustosamente le mostraba yo. Mi sorpresa fue que Dulce tomó posesión de las llaves antes que yo pudiera evitarlo y se sentó encima, me asustó un poko y me enderecé. Juan sonrió y la llamó mala mientras, galantemente, se agachaba a recogerlas y me las ofrecía mientras con la mano, todavía en cuclillas, aguantaba a Dulce. Ante aquella galantería no pude menos que abrir un poko las piernas al tomarlas y dejarle ver todo el espectáculo desde primera fila. “Por qué no te pasas un día a tomar un café? Seguro que sería un placer para Dulce y para mi, y te enseñaría las joyas que guardo de cuando era orfebre”. Anda con el viejito, pensé. “Seguro, pronto, gracias” y le di un tierno beso en la frente mientras sus ojos se llenaban de mi escote (más bien de mis pechos libres bajo el vestido).

Entonces sí pude volver a casa en el ascensor, mientras oía como mi Osito subía las escaleras de cuatro en cuatro. Al salir del ascensor me clavó allí mismo, sin dejarme ni cerrar la puerta del ascensor.

Después de comer al mediodía me preguntó por Juan, qué me había dicho, qué había visto, qué… hasta que no se lo conté con todo detalle no me dejó en paz. Bueno, ni eso, porque mientras lo hacía estaba tendiendo la ropa y cuando acabé (relato y tarea), me giré, tenía una erección de caballo. Me llevó de la mano al salón, pero en vez de clavarme en el suelo o contra la mesa, me llevó contra el ventanal, me puso contra la puerta corredera de cristal, levantó mi falda por atrás y me penetró. Mis pechos y mi mejilla se aplastaban contra el cristal, los tirantes del vestido caían y liberaban mis pechos. Él debía verse en el reflejo cómo me tomaba por detrás mientras la transparencia del cristal debía mostrarle mi desnudez expuesta a la ciudad. Me cabalgó salvajemente hasta derramarse dentro de mi ano. “Y ahora, ves a tomar un café con Juan”, me “ordenó” con una sonrisa, como retándome.

“Espera, que me cambio”, le dije. “No, de eso nada. Quiero que vayas así como estás, con ese fino vestido y sin nada debajo, llena de mi y oliendo a puta, sólo péinate”. Mientras sus dedos me pellizcaban mis pezones. Fuimos juntos al baño. Su dedo penetraba mi lubricado ano mientras yo me peinaba. Me subí los tirantes, aunque poco de mis pechos ocultaban. Intenté bajarme un pokito la falda, pero mi Osito me penetraba en ese momento ano y vagina con sus dedos. Creo que hubiéramos vuelto a follar allí mismo otra vez si no fuera él tan morboso.

Me empujo, con sus dedos todavía en mi interior, hasta la puerta. Allí cambié mis zapatillas por los zapatos de tacón blancos de nuevo y salí, tal y como había ido a por el pan, hacia el piso de Juan. Pero antes de poder volver a cerrar la puerta de casa, mi Osito pellizcó salvajemente mi clítoris, encendiéndome de nuevo. Luego me empujó y cerró la puerta, dejándome caliente en el rellano. Quieres guerra? Pensé, pues la tendrás.

Bajé el nivel hasta la puerta de Juan y llamé a su timbre decidida. Oí pasos y cómo miraba por la mirilla antes de abrir. Cuando la puerta me lo mostró (con Dulce a sus pies ladrando) todavía tenía mirada de sorpresa.

“Hola mi niña! Qué alegría, pasa, pasa, necesitas algo?”. Él iba en bata de estar por casa, con un pijama debajo y pantuflas. “Vine a por mi café, y a ver sus obras de arte”, sonreí.

“Claro, claro, pasa que voy a poner la cafetera. Perdona el enredo, no te esperaba y…” continuó con la típica charla de circunstancias y yo con las consabidas respuestas de “qué bonito lo tiene” y demás. Charla insustancial mientras lo seguía hacia la cocina. Limpió la cafetera y puso café nuevo antes de encender el fuego sin dejar de mirarme las piernas, los pechos… intentaba mirarme a los ojos, pero la mirada se le retiraba hacia mi anatomía involuntariamente. Yo no podía dejar de sonreír a ese vejete tan simpático (algo azorado por la situación).

“Me ayudas con las tazas? Es que están algo altas”, el pillín me hizo encaramarme, bueno, estirarme cuan larga era para llegar a las tazas que precisamente estaban en el estante más alto. Él seguro que tenía que subirse a una silla. Se las acerqué a la mesa de la cocina, donde las esperaba con un trapo y las empezó a frotar. Mis nalgas debían haber quedado completamente expuestas y el vestidito se me había subido, pero era un dulce caramelo para Juan, no se lo iba a amargar, así que no me lo coloqué bien de nuevo.

“Y los platitos del cajón inferior, por favor, es que me duele cuando me agacho”. Será cerdo el vejete… pero me agaché sin doblar las rodillas y abrí el cajón y tomé dos platitos tranquilamente, cerrando el cajón al acabar, dándole tiempo a regodearse con la vista. De nuevo, sentado, friega que te friega con el trapito hasta dejarlos brillantes. “Gracias preciosa, es que yo suelo usar vaso, pero para una chiquilla tan bella hay que sacar la mejor vajilla, verdad?”. Así que optó por alabarme galantemente sin dejar de comerme con esos ojos claros tan profundos hasta que el café empezó a pitar.

Se levantó a retirarlo, con lo que pude apreciar que, mayor sí, pero su verga seguía joven y alegre ;-) Trató de taparse con la bata, pero al servir la bata se le abría y volvía a mostrar su plena potencia ;-) Con el café ya servido, fue a buscar algo a otra habitación y volvió con tres bandejas cubiertas de terciopelo. Bebió un sorbo de café y destapó la primera. Mi sorpresa fue mayúscula cuando vi los anillos y los pendientes y los collares… todo trabajado en fino oro u oro blanco con diamantes y piedras finísimas.

Me explicó que él había sido un gran artesano, y procedió a mostrarme la segunda bandeja pieza por pieza. Pero la tercera fue ya la culminación de cualquier sueño femenino. Un precioso conjunto de diadema, pendientes, collar, pulsera y anillo del más fino oro blanco trabajado a mano simulando enredaderas y engarzado con brillantes y otras piedras de colores.

“Pruébatelo” me dijo, yo ni le oí. “Venga, pruébatelo”, me dijo. “Seguro que te queda precioso” y me alargó la diadema. Me la puse y él se levantó, Ven, dijo tomando la bandeja y mi mano y llevándome al salón donde había un espejo de cuerpo entero. Con la araña de luz del salón las piedras de la diadema parecían tener vida propia y me envolvía una corona de colores y brillos.

Él se acercó tras de mi y me puso uno de los pendientes, yo no podía ni moverme. Me puso el otro y yo seguía muda e inmóvil contemplándome en el espejo. Le vi retirarse tras de mi y alejarse para ver a su diosa, porque es lo que parecía en ese momento. Se acercó por detrás sosteniendo entre las manos el collar. Me senté en una silla y él se acercó por detrás. Sus manos en mis hombros, recorrieron mi piel hasta poner el collar sobre mis pechos. Frío y precioso metal, pesado, muy pesado, pero tan bello. Sus manos lo sostenían con seguridad y firmeza, a la vez que acariciaban mi piel. Lo ajustó por detrás y retuvo sus palmas sobre mi piel. Las bajó por mi frente, por mi cuello, y resbalaron por mis pechos para sacar la punta del collar que había caído dentro del vestido. Luego, con naturalidad, como si no acabara de tocarme los pechos, galantemente, me tomó de la mano para llevarme ante el espejo de nuevo.

No podía apartar la vista de mi reflejo, así que no me di cuenta que ya no llevaba la bata, ni del prominente sexo bajo el pantalón de pijama, sólo veía mi imagen de princesa. Me mostró el anillo ante mi cara y entonces me di cuenta que decía algo. “Ves que fino trabajo? El diamante es de lo más puro y ya no sé cuánto debe valer hoy”. Alcé mi mano como una sonámbula para tomarlo, pero el bajó la suya mientras la mía la seguía, lentamente, como en un cuento. Su mano se detuvo junto al prominente bulto de su pijama, pero yo no, yo tomé su sexo sobre el pijama con una mano mientras le sonreía y con la otra iba a tomar el anillo.

Él también sonrió, pero negó con la cabeza mientras sostenía el anillo con dos dedos. Yo entendí, le sacudí el miembro mientras uno de mis dedos avanzaba hacia el anillo y se insertaba en él. Mis manoseos no duraron mucho, rápidamente sentí la humedad del pijama, cómo se extendía y él cerraba los ojos en silencio disfrutando de la sensación. Pobrecito, qué rápido, pensé. Lástima con lo bien dotado que está. Pero el volvió a sonreír y susurró un gracias.

Pero yo no aparté mi mano de su sexo, seguía apretándolo y acariciándolo alternativamente, mirando a sus ojos ahora. “Todavía queda la pulsera”, susurré insinuante. “Para poder sostenerla un pokito tendré que ganármelo, no?”. “Hijita, yo ya no…” le corté con un beso cándido en sus labios mientras mi otra mano se unía a la primera y le acariciaba los huevos.

Seguí mirándole con fijeza a los ojos mientras dejaba resbalar el pantalón de pijama al suelo y me agachaba ante él. Mi boquita de lindos labios rojos fue recorriendo su pecho, barriga, hasta que su fláccido sexo quedó ante mi. Entonces volví a alzar la mirada hacia la suya, viendo la diadema reflejada en sus ojos, el precioso collar, pero el brillo de mi picardía era más intenso que el de los diamantes y empezó a reaccionar ante mis caricias. Mi cálido aliento contra su húmedo sexo. Suave roce de mis rojos y brillantes labios contra su muslo, mi mejilla contra su sexo, en lento avance mientras reacciona más y más. Mis manos no dejan de acariciar su pene, sus colgantes bolas, masajear y tomarlas en mis manos notando cómo se van llenando, cómo la erección vuelve a aparecer. Ante mis ojos ya aparece el asomo de una inicial erección. Acerco mis labios a ella sin llegar a tocarla, quiero que sienta mi aliento. Lo miro a los ojos, entreabro la boca, me relamo los labios mientras lo miro, abro la boca de nuevo y saco mi traviesa y pícara lengüita, la acerco sin mirar, porque mis ojos están posados en los suyos y, de repente, noto el primer contacto, su fría humedad y, debajo, su calidez. Mi lengua lo recorre, salivo por tener la boca abierta, pero quiero que vea mi lengua en su glande, ayudándole a crecer. Mis labios aprisionan esa puntita mientras la lengua acaricia el extremo dentro de mi boca.

Le ha costado, pero ahora sí crece, crece en mi boca. Le miro y abro la boca de nuevo, entro lentamente para que note la calidez de mis labios, mi boca, mi lengua, conforme avanzo tragándomelo. Mis manos siguen jugando con sus huevitos y un dedito se interna entre sus nalgas. Trago hasta tenerla entera dentro y entonces noto, simultáneamente con mi dedito sobre su ano, cómo llega a su plenitud, dura, joven y llenándome entera la boquita. Acaricio su contraído esfínter mientras mi boca recorre su sexo sin dejar de mirarle a los ojos. El dulce setentón acaricia mis cabellos mientras yo le recorro con mis labios toda su extensión y mi lengua juega sobre su glande.

Él toma la pulsera a la vez que aparta un poco mi cabeza para colgársela de su pene. “Podrás tomarla cuando se desinfle”, me susurra mientras vuelve a acercar mi cabecita a su entrepierna. Ahora lo recorro con más energía, notando cómo se sacude justo antes de volver a explotar, esta vez en mi boca, aunque derrama poca de su simiente. Yo no paro, ahora dulcemente dejo que se desinfle en mi boca mientras lo lamo limpiando los restos de la anterior corrida y dándole tiempo a recuperar su respiración.

Es él quien se sale de mi, dándome la pulsera mientras se sienta en una butaca con los pantalones de pijama arrollados en sus tobillos. Yo me contemplo de nuevo en el espejo, el me admira des de la butaca. “Princesa, qué bella… sin duda el conjunto fue creado para que lo luciera una diosa como tu…” y mil cosas más que no oigo.

“Quiero que te acaricies con las joyas puestas” se atreve a susurrarme desde su posición. Yo acerco la otra butaca frente al espejo y, contemplándome y contemplándolo. Me quito el vestido con cuidado de no topar con ninguna de las joyas y me contemplo desnuda, vestida sólo con joyas, ante el espejo. Me deslizo en la butaca. Mis piernas abiertas muestran mi húmedo sexo expuesto. Estoy bella y excitada, mirándome y siendo observada. Le sonrío y una de mis largas piernas se alza sobre el reposabrazos mostrando mi abierto coñito rezumante, mi aroma invade la habitación. Él ni siquiera hace el movimiento de tocarse, su pene reposa sobre su muslo, una gotita le resbala por el muslo pero ni se mueve totalmente concentrado en el cuadro que le ofrezco.

Su mirada readoración me excita. El verle frente a mi, inmóvil, incapaz de moverse, me hace sentir segura y poderosa. Un largo dedo se desliza por mi muslo. Mi larga uña abre mis labios dejando un hilo de mi humedad al abrirse y mostrar mi intimidad. Mi clítoris aparece inflamado y deseoso. No cierro mis ojos, sigo mirándole, a él y a mi reflejo, mi poder aumenta gradualmente con mi excitación y aprieto mi dulce botoncito con dos dedos dándome ese doloroso placer de sentirse cercana al éxtasis.

Pero lo retardo y me acaricio por dentro retrasando el inevitable placer. Veo cómo el concentra su mirada en los reflejos de mi humedad, las piedras y la luz de la araña… el conjunto es de una belleza como de foto sepia de los años treinta, pero con una modelo más estilizada que las rellenitas de la época. No resistiré, lo sé, estoy a punto de correrme y deseo hacerlo, pero lo alargo. Finalmente no puedo más y aprieto mi clítoris mientras gimo y no puedo evitar mirarle y cerrar los ojos de placer.

Al relajarme y volver a abrirlos lo sigo teniendo ante mi, con sus ojos clavados en mi, admirándome, casi adorándome. No mueve un músculo, su pene fláccido no ha conseguido erguirse, pero él se lo toca y creo que ha conseguido un tercer orgasmo al verme tener el mío. Pero el pobrecito tiene una edad, y ya no puede más.

Me alzo y deposito las joyas en la bandeja una a una, con cuidado y frotándolas antes con un trapito mientras él sigue admirando mi desnudez. Vuelvo a cubrirlas con el terciopelo y me despido de él con un tierno beso en su frente (no puede ni levantarse, sólo susurra “este café tenemos que repetirlo”). Yo vuelvo a cubrirme con mi vestidito y salgo cerrando la puerta y vuelvo a mi piso. Llamo y mi Osito corre a abrirme (habrá estado escuchando cuando venía?). Inmediatamente me interroga sobre todo. Yo me hago la remolona, tomo un vaso de agua de la cocina, me siento en nuestro sofá con él delante, en una silla, y empiezo mi relato.

Se lo cuento todo con pelos y señales (ya sabía que tendría que hacerlo). Cada escena con el máximo de morbo que sé extraer de la experiencia, le cuento cómo debió ver mi kulito al alzarme por las tazas, mis dos agujeros al tomar los platitos, cómo fue encendiéndose, cómo le mostraba yo mis pechos, la impresión de las joyas, cómo me hizo suya con esas preciosidades…

-          Pobre vejete, casi lo violaste zorra!

-          Me encantó abusar de él a cambio de poder vestirme con sus joyas.

Mi Osito no podía contener su miembro bajo los pantalones y se lo sacó y empezó a acariciar ese pedazo de carne ante mi mientras seguía preguntando y yo relatando.

-          Y no te folló?

-          No, ni siquiera lo intentó, fue un caballero ;-)

-          Mmmm… ya veremos la próxima vez…

Será cerdo? Ya pensando en la próxima vez? Pero no, me equivoqué, porque rápidamente vi que no estaba pensando en la próxima vez… sino en mi.

Pero ya seguiré contando.

Besos perversos.

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