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Excitando 5 (primera parte)

en Voyerismo

Excitando 5 – Parte 1

No se puede decir que ese día fuera vestida especialmente provocativa. De hecho, era un día normal de trabajo a las siete y media de la mañana y no había nada… nada especial, ni siquiera tenía programada ninguna actividad por la tarde (bueno, llenar la nevera), así que tampoco me había preparado para nada fuera de lo común.

De hecho, ese día me había levantado medio dormida y tampoco había sido demasiado cuidadosa con la ropa. Me puse unos leggins gris claro, unos zapatos crema con tacón de aguja pero sólo de tres o cuatro centímetros, una blusa crema y una torera encima. Se podía apreciar mi figura, pero la blusa la llevaba por fuera y tapaba parte de mi prieto culito para no escandalizar ;-)

Así que ya veis, nada más lejos de mi intención que provocar nada (de hecho, iba muy dormida). Tomé el metro casi sin darme cuenta de cómo había llegado ahí de zombi como iba, y me sostuve de uno de los pasamanos de los asientos en el pasillo de en medio. Mirada perdida en la ventana sin ver, sin pensar, sin… sin sentir? No, eso sí lo sentí. No es extraño notar roces en mis nalgas, al fin y al cabo, cualquiera que quiera pasar por el pasillo deberá rozarme al pasar, pero… pero ese roce se me hizo especial y me despertó, no sé por qué.

Bueno, por qué, por qué… sí lo se. Porque ese dedito que se insinuó entre mis nalgas me hizo dar un respingo! La palma en mi nalga podría haber pasado por un roce casual, pero que se acomodara entre mis glúteos y posara un dedo justo en la rajita y explorara abajo entre mis muslos desde detrás…cualquiera deja de notarlo! Así que me giré rápidamente, poniendo mis manos y bolsito enfrente y con mirada asesina hacia el tiparraco aquél que se sonreía mirando al suelo travieso. Sudoroso, grasiento, con la camisa abierta a nivel del pecho y un barrigón…

El vagón, por eso, no paraba de llenarse, lo que aprovechó el tipejo para acercarse a mi de frente (no le iba a dejar otra vez mi culito a su alcance). Con lo que yo me retiré, molestando a un hombre, sobre cuarenta, que estaba leyendo el periódico. Le miré pidiéndole disculpas mientras él doblaba el periódico y lo sujetaba bajo el brazo. Con lo que quedé apretada con el del periódico, pero con una fina línea de aire que me separara del barrigudo.

Estábamos algo incómodos, pues el aire condicionado del metro no daba para superar aquel ambiente de humanidad colapsada. Y seguía entrando gente en cada parada y el barrigudo acercándose, con lo que mis manitas sujetando el bolso se perdieron bajo su barriga, entrando en contacto con aquella prominencia bajo la barriga. Yo trataba de apartarme, con lo que mis posaderas ya no encontraban sólo el roce del del periódico, sino que su entrepierna acabó encajada entre mis muslos (y por mi propia presión), claro que era imposible no estar así encajonada.

El barrigudo disfrutaba de la vista de mi escote y rozaba su entrepierna entre mis manos, claro que nadie podía ver nada debido, precisamente, a su prominente barriga. Yo estaba furiosa y no sabía cómo ponerme, así que lo que hice fue clavarle las uñas en la entrepierna. Contrariamente a lo que suponía, mis dedos se hundieron en aquella carnosidad envolviendo lo único mínimamente duro que había allí, con lo que el placer del barrigudo aumentó algunos enteros y suspiró de felicidad.

Por detrás notaba como algo crecía entre mis prietas nalgas, con lo que mi situación se volvió insostenible. Tenía un miembro entre mis dedos y otro creciendo y endureciéndose entre mis nalgas! Prometo que yo no buscaba eso, pero un calorcillo me empezó a llenar y no pude reprimirme. Mi mano derecha comenzó el rítmico vaivén estrujando y estirando ese pedazo de carne que, al final, sí se endureció mínimamente. Y mi pompis se restregaba contra el cuarentón agarrando su miembro entre mis prietas nalgas y apretando mientras notaba, esta vez sí, como esa vergota adquiría una buena dureza y consistencia.

La cosa no duró mucho, no podía durar porque mi recorrido ya llegaba a su fin, pero ni eso, porque el barrigudo se desplomó con un suspiro corriéndose y casi desmoronándose entre los asientos. Viendo mi paso obstruido, me giré para encararme con el del periódico, que estaba rojo como un tomate de… vergüenza? No se atrevía a mirarme a los ojos! El pobrecillo murmuró una disculpa, lo que me divirtió mucho. Yo me acerqué a él (era un poquito más alto que yo) y le susurré a la oreja: “No te preocupes, a mi también me gustó, me has halagado”. Y salí por su lado sin poderme contener de darle una caricia a ese tremendo vergón ;-).

Y todo podría haber acabado aquí y éste sería otro relato de un manoseo en el metro y poca cosa más. Pero no fue así. El cuarentón me siguió a la salida disculpándose, (aunque yo no me di cuenta). Fue al salir del vagón cuando se acercó a mi y me dijo: “Disculpe señorita, no quiero que piense mal de mi, lo siento mucho, ha sido una reacción involuntaria. Ya habíamos coincidido en el metro a estas horas y me dolería mucho que pudiera llevarse una impresión tan desagradable de mi, me permitiría invitarla a desayunar? Mi nombre es Javier”.

Yo no me lo podía creer, abordada allí en el túnel del metro a menos de diez minutos de entrar en el trabajo, todavía con sueño, algo húmeda y sin ir arreglada! Qué pretendía? Follarme en los lavabos? Pero no, al pobrecillo se le veía compungido y realmente azorado por la situación.

-       Nos habíamos visto antes? – Le pregunté por decir algo.

-       Sí, a veces coincidimos en este mismo metro a primera hora, es una mujer demasiado atractiva para dejar de fijarse en usted, si me permite el comentario. – Yo sólo atiné a sonreír, miré el reloj, tenía sólo diez minutos! – No, tal vez ahora es muy precipitado, pero si trabajáis por aquí cerca, sobre las once podríamos desayunar en el… que está en la esquina de tal y tal.

-       Bueno, tal vez, sí, va, nos vemos a las once. Me llamo Sandra, le dije, y nos encaminamos a la salida.

-       Perdona que te haya abordado así – dijo pasando a tutearme – pero es que ya me había fijado en ti antes, eres un regalo para la vista por las mañanas, y el incómodo episodio me ha dado pie para dirigirme a ti. Espero que no me lo tengas en cuenta.

Llegamos a las escaleras mecánicas, con lo que sólo le pude responder con una sonrisa mientras se ponía detrás de mí y empezábamos a ascender. No me pude reprimir, con lo que dejé caer algo para agacharme y darle un perfecto panorama de mi prieto culito y facilitar el contacto, pero… pero él se retiró y el contacto no se produjo. Rápidamente me volví a poner derecha y llegamos al final de la escalera (será gay? No, bien que se le empalmó, tal vez sólo educado, pero de esos ya no quedan).

En la esquina del metro nos separamos con dos castos besos, repitiendo él que quedábamos a las once en el citado bar para desayunar. Esta vez ya no le dije que tal vez, sino hasta luego, y me dirigí a la oficina pensando que no estaba tan mal. Cuarentón, sí, con algo de barriguita, un poco más alto que yo, bien parecido, con traje… Mmmmm… no estaba mal.

Se me borró de la cabeza en cuanto entré a la oficina, pero cuando llegó la hora de desayunar y los compañeros me dijeron de acompañarlos me acordé de Javier y a las once y cinco ya estaba en el local. Lo localicé rápidamente en una mesa interior (agradecí el aire acondicionado, algo fuerte, pero mejor que el sol de las terrazas). Me acerqué y se levantó para saludarme (de nuevo dos castos besos, me decepcionó que no aprovechara para mirarme el escote, me había desabrochado para que tuviera buena vista), y me senté mientras me preguntaba qué quería y lo iba a pedir a la barra.

Ciertamente estaba algo pasado de peso, pero había algo de tierno en su aspecto que me pareció dulce. Me explicó que era ingeniero, que se había trasladado a Barcelona des de los UK hacía poco, que no tenía entorno de amigos (era de Zaragoza) y que… bueno, había aprovechado la ocasión para conocerme.

Finalmente sí le pillé mirándome el escote, el aire acondicionado tan potente me había endurecido los pezones, y éstos se marcaban claramente pese al sujetador (finito, de blonda) que llevaba. No pude evitar sonreír al verlo, ni él enrojecer de vergüenza (que dulce!). Así que decidí ir al baño para dejar que se… tranquilizara un poco (se le veía tan azorado!). Me levanté y fui hasta el fondo del local (estábamos casi en el fondo) y entré en el reducido baño, sólo una pica y dos puertas para hombres y mujeres. El local estaba bastante bien, por lo que los baños estaban razonablemente limpios, pero la puerta quedó entreabierta, con lo que al entrar en el baño de mujeres pude ver como Javier tenía justo vista sobre la estancia de la pica. Hice mi aseo y al salir me entretuve en la pica arreglándome el pelo y… el escote. Sin que supiera que yo lo observaba me “arreglé” convenientemente el escote, mostrando descaradamente mis curvas, acariciando mis nalgas, arreglándome el pelo… en fin, un claro mensaje de que me gustaba él y un motivo para lucirme.

Volví a nuestra mesa lentamente, con la blusa abierta en el escote, pero también por debajo, con lo que mi prieto coñito se marcaba en los leggins. No apartó su mirada de mí hasta que me senté, apuré mi café con leche y le miré con el mensaje en los ojos que debía volver a la oficina. Rápidamente lo entendió y le acompañé a la barra para que pagara. El lugar del pago estaba justo en el pasillo, con lo que tuve que “arrimarme” a él y seguro que pudo notar como mis grandes pechos se apretaban contra su hombro (sí, debo reconocer que estaba un poco traviesa, pero nada más).

Al salir me comentó que tenía el fin de semana libre y que si quería ir a tomar algo. Naturalmente, me hice la remolona, pero le dije que si bien salía el sábado, podíamos quedar el viernes para cenar y tomar algo. Le di mi teléfono y volví a la oficina.

Debería decir que estuve pensando en el durante tres días, pero mentiría, mi mente estuvo en otros lugares y con otros temas. Ni siquiera en el metro, donde no me fijé. Pero a los tres días, viernes por la mañana, recibí su llamada para recordarme la cita y me propuso quedar para ir a La Dama, un restaurante modernista de Barcelona, de cocina bastante buena. Quedamos a las ocho para tomar algo antes de la cena por la zona.

Esa tarde sí que pensé en Javier. Me duché y me dispuse a impresionarlo. Conocía el restaurante (sobre 150€ los dos, calculé, tal vez 200€), buena carta de vinos, nada de espumas o deconstrucciones que son tan pesadas luego en la digestión, buen servicio, aparcacoches (está en la diagonal)… había ido un par de veces (invitada, por supuesto) y me había gustado, era una buena elección.

Así que en la ducha me dediqué a pensar cómo vestirme y prepararme para la cena. Tan modosito como había visto a Javier, no quería asustarlo, aunque sí impresionarlo para tener un admirador más y, tal vez, algún que otro regalo (se le veía tan sólo…). Por suerte no necesito depilarme, y mi coñito está bien arreglado con la tirita de vello rubio que me permite lucir tangas bien estrechitas, así que me salí de la ducha y me concentré en ponerme crema en todo el cuerpo.

Raúl me ayudó en la espalda y glúteos (a los glúteos ya llego yo, pero sé que le hace ilusión). Eso sí, no le permití ir más allá, con lo que huele mi flujo no quería llegar con ese perfume a la cita. Comenté la ropa con Raúl. Por el calor no quería llevar medias (aunque me hubiera encantado). Decidimos que vestiría elegante pero sensual, así que escogí un vestido negro de verano de Vera Wang muy elegante que me regalaron en Moscú. Un vestido negro, de líneas sencillas, tirantes en los hombros, dejando descubierta mis espléndida espalda, escote en V, talle estrecho, con la minifalda arrapada a las caderas y luego cayendo hasta un poco más arriba de medio muslo. Todo en un negro con brillos plateados muy sensual. Raúl decía que me estaba de muerte, y mal que pese, es verdad ;-). Resalta mis formas, y como mis pechos son mayores que los de las delgaduchas modelos de Vera, el vestido realmente tenía una forma de ocho que me favorecía mucho sin perder su línea algo clásica. La espalda descubierta no me dejaba llevar sujetador, pero mis pechos, aunque grandes, todavía son firmes por suerte, así que se marcaban orgullosos mostrando un interesante escote ;-) Un cinturón dorado caído de lado (sólo decorativo, una fina cadena en la cadera) completaba el conjunto sin quitarle ese aura de simpleza. Naturalmente, zapatos negros de tacón de aguja, alto para quedar a la altura de Javier. Bien brillantes (Raúl los dejó preciosos, incluso la hebilla dorada de los lados estaba reluciente). Y un chal de tul para cubrir los hombros, junto con un bolsito de Dior.

Cuando me acerqué a Javier, que estaba sentado en la terraza del bar de Enrique Granados vi cómo se le salían los ojos de las órbitas. Iba informal pero elegante, sin chaqueta de traje, sólo una camisa con las iniciales bordadas en el bolsillo, un polo a los hombros (qué clásico!!!) y pantalones de pinzas. Zapatos Lotusse, aunque algo sucios (mala cosa, no cuida detalles).

Tomé una copa de vino para acompañarle y estuvimos charlando un rato. Estaba encantado con Barcelona, su clima, sus espacios cuidados, etc. Y con mi escote, por supuesto, él y el camarero. Aunque cuando me reí y crucé las piernas, poniéndome cómoda y reposando hacia atrás en la silla, las miradas se volvieron hacia mis piernas. Ya sabéis que no soy precisamente modesta, pero no exagero si digo que toda la terraza (mayoritariamente hombres antes de ir a cenar o a casa) estaban pendientes de cada uno de mis movimientos. Sentí un calorcillo por dentro muy reconfortante. El vino blanco helado entró dulcemente afrutado y también ayudó a que me relajara, eso y la mirada iluminada de Javier, llena de deseo y de admiración ;-)

Eludimos los temas demasiado personales hasta apurar las copas relajadamente y me propuso ir al restaurante (allí al lado), así que, después de pagar, se alzó y me ayudó a retirar la silla como un caballero mientras yo me levantaba. Hicimos el recorrido hasta el restaurante y entramos en el magnífico vestíbulo modernista adornado con lámparas que mezclan el cristal y el hierro forjado con formas naturales. Me dejó pasar delante en la escalinata de piedra (aunque estoy segura que no fue para ver mi trasero) y rápidamente nos acomodaron en una de las mesas frente a las cristaleras que dan a la calle des del primer piso, con unas vistas al paseo deliciosas.

Pedí el entrante de los erizos de mar y un steak tartar, deseando saber cómo combinaría los vinos con mi pedido. Javier optó por una terrina de foie y un filete mignone, pidiendo un cabernet para acompañar. Con los erizos quedaba chocante, pero en conjunto combinaba bien.

Ahora sí la charla, en ese entorno más discreto (sólo había otra pareja en la otra punta de la sala), pudo ser más personal. Le pregunté cómo llevaba lo del traslado y la vida aquí, y en su cara se reflejó que le gustaba Barcelona, el trabajo, pero que no tenía un círculo de amigos con quien salir. Me preguntó qué hacía yo y me sentí tentada de responder que, usualmente, los fines de semana me los pasaba follando, pero recapacité pensando que no era la mejor respuesta y le dije que ir a la playa, ver a los amigos, etc. Le comenté que ese fin de semana había quedado con unos amigos para ir a la playa, pero que íbamos a casa de uno de ellos y no había camas libres (mentira, pero todavía no lo conocía lo suficiente ni quería mezclarlo con mis amigos).

Le conté que me encantaban las playas de arena gordita de la costa brava (que te puedes limpiar fácilmente), las olas rompiendo contra las rocas, las pequeñas calas y que ir al mar era como una sesión de limpieza mental que me permitía cargar las pilas (especialmente cuando se complementaba con una buena sesión de sexo, aunque eso me lo callé).

Él me dejaba hablar, y yo lo hacía libremente, mientras su mirada recorría mi cara, mi cuello (adornado sólo con un ligero collar que era una cinta alrededor del cuello adornada con un diamante, todo muy fino y elegante, la cinta negra destacaba el brillo del broche con el diamante), pero siempre acababa en mi escote, parece que mis lindos ojos estaban allí, así que yo le daba un amplio espectáculo encandilándolo.

Entre plato y plato me levanté para ir al tocador, muy inicio de siglo XX, tan bien conjuntado con el modernismo). Aproveché para asegurarme que el gran escote dejaba al descubierto lo correcto, que la falda se encaramaba lo justo, que mi pelo continuaba en su sitio y que mi sonrisa estaba libre de defectos ;-) El camarero (un caballero ya mayor), no me quitó ojo, pero tampoco hizo nada más, limitándose, muy educadamente, a sonreírme en todo momento.

Poco más podíamos hacer en ese precioso restaurante y ambiente, hasta los postres, cuando se acercó a mí y se sentó a mi lado en vez de enfrente como hasta entonces. Yo también me ladeé, con lo que pudo apreciar mis preciosas piernas y cómo mi falda se alzaba ligeramente para mostrar mis muslos. El toque de los dulces dio paso a una infusión y un orujo de hierbas como digestivo (no, no pediré una vodka en un restaurante así, además, no tienen buena vodka!).

Se le notaba relajado, y también a mi. La cena no había sido pesada y los licores en vez de cargarnos nos habían dejado relajados y alegres. Me comentó que ya me había visto varias veces en el metro, pero que nunca se había atrevido a abordarme. Su mano rozó la mía y me la tomó mientras me describía su timidez. Se volvió a disculpar por su reacción en el metro (mierda, pero cuando follaremos? Me preguntaba yo mientras jugaba a las caídas de ojos mientras el halagaba mi figura y yo le mostraba el escote).

-       Salimos a tomar algo? Me atreví a sugerirle.

Pidió la cuenta y volví a ir al baño mientras pagaba (es indecoroso quedarse para ver la nota, además, yo ya sabía cuanto subía de cabeza). De nuevo, retoque, agrandar un poquito el escote y volver, todo en el tiempo de pasar la tarjeta de crédito y ya me esperaba él con mi chal en la mano para cubrirme. Nos abrieron la puerta y su coche nos esperaba. Un Jaguar nuevo, debía venir con el nuevo contrato. Mmmm… me encantan los Jaguar, ya sabéis.

Condujo tranquilamente hasta una terraza en el Tibidabo. Uno de los inconvenientes del Jaguar es que son coches tan confortables que no consigues acercar la rodilla para que te la rocen, y supongo que ni se le pasó por la cabeza el poner su mano sobre mi muslo. Así que llegamos castos y puros hasta el Tibidabo, donde increíblemente encontró aparcamiento rápidamente.

Me esperé a que abriera mi puerta y le di un espectacular show de mis largas piernas descendiendo lentamente del coche. Me alcé y procedí a colgarme de su cintura para pasar hacia el Mirablau, unas de las mejores vistas panorámicas de Barcelona que a aquella hora todavía no estaba abarrotado de gente y todavía mantenía la música suave. Más tarde se llena y la música es más estridente, pero en aquel momento todo era un romántico remanso de paz.

Me colgué yo de su cintura y entonces él se atrevió a pasar su brazo por mi hombro, así que enlazados caminamos el corto trecho hasta el Mirablau. Yo aproveché para que sintiera mis pechos y cadera contra él, y vi cómo se llenaba de satisfacción y algo de rubor. Al llegar nos plantamos en uno de los taburetes ante el mirador y pude ver cómo recomponía su figura (muy discretamente) a la altura de su entrepierna para acomodarse algo que se iba despertando. Así que procuré que mi falda se alzara hasta lo prudentemente decoroso para cruzar las piernas en el taburete y dejar mi rodilla en contacto con su pierna. Pedí un cóctel y él otro, y miramos un rato la ciudad extendida ante nosotros, el mar… ya empezaba a preguntarme qué más hacer cuando se acercó a mi y me susurró que le gustaba mucho (dios mío, qué pobre!). Yo, naturalmente, sonreí con la mirada baja hacia la copa procurando asegurarme que así mi escote, desde donde él estaba, mostraba más de medio pecho).

Tú también eres simpático, le repliqué mientras mi rodilla se internaba entre sus muslos y le miraba a los ojos. Procuré que mi rodilla fuera tan clara como mi mirada, pero él se limitó a mirarme con ojitos brillantes de deseo y no intento NADA!!!! Grrrrr… ni siquiera un beso? Yo sonreí desesperada de aquél papel de niña buena y él se limitó a preguntarme a mi por cómo me sentía yo en Barcelona. Pues cómo me voy a sentir? Una rusa rubia alta y con buen cuerpo en una ciudad abierta y con buen clima como Barcelona? Pues como una diosa, por supuesto! Follando cuando y con quien quiero, con un buen empleo que me garantiza independencia económica y me permite escapadas de vez en cuando con amigos que me llenan de regalos.

-       Muy bien, me encanta el clima y la arquitectura, aquí todo está cerca, mar… montaña… Es como una ciudad de juguete, y todo muy seguro, sin tener que sufrir por la delincuencia o… además, con un buen trabajo e independencia… estoy encantada.

-       Eso está muy bien, porque sólo cuando uno está bien consigo mismo puede construir y bla, bla, bla…

Bueno, en fin, que le iba el rollo príncipe azul educado y modosito. Así que cuando la música cambió un poco fuimos a la terraza de debajo donde seguir con nuestra… tranquilidad. Allí, en aquellos amplios asientos de mimbre, me sentí más lagartona que nunca. Me deslicé, lánguida, a su lado, y le susurré a la oreja mientras mis dedos jugueteaban con los botones de su camisa preguntándole por su vida sentimental.

Me confesó que sólo había tenido dos novias, FORMALES! Y ya está. Había roto con la última un año atrás y ahora quería empezar de nuevo y construir en Barcelona y… Y yo le conté que mi vida sentimental era un poco más movida, que me divertía con los amigos, pero que eso era sólo un juego, porque ahora estaba viviendo con intensidad mi independencia. Que me encantaba mi espacio, mi piso propio, el no depender de nadie, pero que a la vez también me encantaba divertirme y pasarlo bien (lo entiendes, zoquete?).

Pero él insistió que estaba ya en la fase de buscar algo duradero, admiró mi independencia y fuerza interior (claro, no ves que mis pechos casi explotan de fuerza interior?). Y me repitió que le atraía mucho mientras su mano acariciaba… mi hombro! Yo estirada casi sobre él, con la falda a la altura de las nalgas, con mi pecho contra él, rodeándole con mi presencia y susurrándole a la oreja… hasta le comí el lóbulo de la oreja como una gata traviesa! Y él que no reaccionaba. Así que malhumorada (pero mostrando una sonrisa radiante), me recosté dejándole ver mi preciosa figura, escote y piernas mientras por dentro me incendiaba la desesperación.

Por suerte a mi alrededor no todos eran como él. Mil miradas me acariciaban, deseaban y desnudaban. Grupos de tipos comentaban entre ellos cómo estaba la rubia aquella y yo me movía como una gata mientras mi lánguida mirada los recorría y la voz de Javier se derramaba a mi lado. Un grupo de cuatro culturistas no dejaba de mirarme y comentar. Tres ejecutivos del fondo igual. Hasta un grupo de dos parejas (sí, incluso ellas) centraban su conversación en mi.

Estaba claro que el único imbécil era Javier, porque el local se estaba llenando y yo continuaba siendo el centro de atención. Yo y mi frustración, porque nadie dejaba de apreciar cómo mi insinuante falda se desplazaba más arriba o mis pechos rebosaban el escote cuando me recostaba aquí o allá.

Así que decidí ir al baño para refrescarme (y calmarme). Entré en el recinto y me di cuenta que aquello ya se estaba llenando, para llegar al baño tuve que pasar entre grupos de gente y sentir sus roces y caricias. Yo me regodeaba en ellos, y llegué al baño con necesidad real de refrescarme.

Salí del baño después de haberme refrescado el cuello con agua, mi piel brillaba de la humedad hasta el escote, y alguna gota había humedecido el vestido. Mis pechos marcaban mis duros pezones en aquel elegante vestido negro y mi collar de gata, la fina cinta negra alrededor de mi cuello, ahora le daba un ligero toque sado muy atractivo.

Al acercarme a Javier no pude dejar de mirar a los culturistas, dos de ellos negrazos con brazos más gruesos que mi cintura, lo tendrían todo igual? Les sonreí al pasar a su lado, me contoneé, pero hice una mirada a Javier para que vieran que no estaba sola. Ellos rieron, entendiendo el juego, pero sin dejar de dedicarme los más soeces comentarios, por supuesto. Me llegó su duro acento americano y latinoamericano de los otros dos. Cuando oí: “Esta está pidiendo rabo” fue cuando les miré y sonreí, pero miré a Javier y ellos también rieron, cómplices. Tomé a Javier de la mano y lo llevé al interior, quería bailar ahora que la música era todavía un poco chill out, después seguro que él no bailaría.

Más que bailar, me contoneaba contra él, sensual, dando un espectáculo al resto del personal. Javier se movía un poco admirándome y disfrutando de mis roces, pero estaba claro que como bailarín valía poco. Seguro que sería un buen marido, pero… Así que mis roces y caricias procuraban sacarlo de quicio. Me apretaba contra él entre sonrisas, le rodeaba y le abrazaba por detrás haciéndole sentir mis pechos en la espalda, le rodeaba con el chal atrayéndolo contra mi escote, mis nalgas contra su entrepierna, todo entre risas y bromas. Mi… “desinhibición” podría haberse atribuido al alcohol, o a la desesperación ;-)

El caso es que Javier reaccionó físicamente, y pude notar su… atracción ;-) Pero rápidamente me dijo si quería otra bebida y me instó a seguir bailando mientras él iba a la barra. Así que eso hice, cerré los ojos y me dejé llevar por la música, para volver a abrirlos y encontrarme rodeada de los cuatro culturistas. Sus miradas no dejaban objeto a dudas, los dos en frente mío se centraban en mi escote, y los de detrás… giré la cabeza para ver cómo delineaban sin tocarme mis posaderas ;-) No pude dejar de reír. Y ellos tampoco, y noté como por detrás las manos ya no sólo delineaban, sino que tomaban mis nalgas a manos llenas y los de delante se acercaban y no paraban de decirme barbaridades a la oreja, los dos a la vez, mientras el de detrás casi me alzaba con sus firmes manos. Reímos todos, mientras ellos no paraban entre pollaza, suck my dick y demás. Yo reía y me deshacía de sus intentos de zafarme, lo que provocaba continuos roces. Más que descarados eran descarados juguetones.

Vi a Javier que me hacía señas desde la barra, con dos copas, y le dije que después, lo que los culturistas interpretaron como: “Sigue” y sus manos ascendieron por mis caderas o rozaron más mis pechos si cabe. Todo discretamente, pues me rodeaban y tapaban del resto, pero… pero el de delante empezó a pellizcarme mis pezones y yo dejé mis manos a los costados en clara invitación para lo que vino a continuación, rozar sus abultados paquetes.

No sé si fue mi frustración o qué, pero mis manos no sólo rozaron, mientras sonreía a Javier entre las cabezas de dos de los culturistas mis dos manos encontraron el camino entre sus duras abdominales y los pantalones y tomaron dos tremendas pollas preparadas para todo. El de detrás alzó mi breve falda y procedió a estirar los hilos de mi tanga bajándolo, a lo que yo ayudé poniendo el culo en pompa y alzando los pies primero uno y luego el otro.

Los cuatro inmensos cuerpos me cubrían de miradas indiscretas, no sabía donde estaba mi tanga ni me importaba, ni me importó cuando noté dos firmes manos alzándome ligeramente por las caderas y el de delante y el de detrás haciendo un sándwich con mi cuerpo mientras yo masturbaba a los de los lados.

Yo sonreía a Javier que me admiraba extrañado mientras el de delante, algo más bajo ahora que yo (porque entre los dos me alzaban) comía mis pechos sobre el vestido. Los gordos dedos del de delante delinearon mi conchita y abrieron mi rezumante flor penetrando uno y dos acariciando mi clítoris. Me notaron abierta y no se estuvieron de nada. Pronto, sin contacto de mis pies en el suelo, en aquel rincón de pista, yo seguía masturbando dos enormes trancas mientras ellos forzaban (bueno, por decir algo) mis muslos y me clavaban a la vez por delante y por detrás. Me sentí empalada completamente y con esa sola penetración estallé en un orgasmo sacudiéndome entera. Mis sacudidas fueron como una corriente eléctrica aplicada directamente en sus sexos y uno tras otro explotaron, ahora sí, mientras se movían al ritmo de la música.

Casi inconsciente por mí tremenda sucesión de orgasmos no reaccioné hasta que Javier se acercó con mi copa para encontrarnos a los cinco como zombies derrumbados. “Toma cariño” dijo alargándome una copa. “Gracias amor” conseguí articular mientras la tomaba con una mano que todavía goteaba de lefa y le sonreía mientras notaba como mis “amigos” aprovechaban para embutirse sus gruesas trancas dentro de los pantalones y me dejaban espacio para salir de esa pequeña cueva de amor. Di un sorbo a la copa y rápidamente la cambié de mano mientras me lamía los restos de semen que goteaba. Tuve que hacer lo mismo con la otra un segundo después.

-       Te has puesto perdida, perdona, debía haberte esperado en la barra, seguro que te han dado algún golpe, se han propasado, tal vez? – dijo mirando a los cuatro.

-       No cariño, nada de eso, sólo se me ha vertido el cóctel. Pedimos otro?

Y así fuimos dulcemente y castamente enlazados de la mano hacia la barra mientras yo notaba que, por detrás, alguien me entregaba una tanga empapada junto con una tarjeta de visita que, sin que Javier se diera cuenta, metí en mi precioso bolsito de Dior.

Naturalmente, estaba un poco arrebolada de tanto bailar, como Javier pudo comprobar, pero no fue hasta que vi a los culturistas salir (despidiéndose de mí en la distancia) hasta que no me atreví a ir al baño y secarme mis rezumantes piernas, por donde caía una cascada de delicioso semen.

Volví junto a Javier como la perfecta y preciosa acompañante que soy y seguí, ahora sí, más relajada, mi zalamero trabajo de encandilarlo. Finalmente me acercó a en casa en su coche, paró delante del portal uy nos despedimos. Me dio dos castos besos en las mejillas y yo me quedé estupefacta. “Subes?” “Mañana tengo que ir a la oficina, mejor voy a descansar un poco, me lo he pasado muy bien, gracias por todo, puedo volverte a llamar?”, me dijo. Pues claro, le respondí mientras me deslizaba hacia él y le tomaba la mano con la cara (no se me fuera a escapar) y le daba un piquito en los labios que luego se convirtió en un beso y acabé por meterle un poquito la lengüita. Me separé y salí del coche. Por la ventanilla él me miraba, vigilaba para que entrara en el portal sin percances, y yo antes de cerrar accedí a su petición de quedar algún otro día (este domingo cuando vuelvas de la playa? Tal vez, depende de la hora a la que vuelva).

Y así acabó mi primera salida con Javier.

PD. Perdonad por no contestar a los emails, no tengo tiempo!

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