Mi boda IX (CadaquésII)

Después de pasar dos días solos en el hotel del banquete estábamos ya más relajados y tranquilos, así que fuimos a casa (¡al piso nuevo!) a dejar las cosas antes de ir a Cadaqués a la reunión con los inversores.

Habíamos aplazado nuestro viaje de novios hasta una semana después de la boda para poder ir a Cadaqués y cerrar la operación con los inversores (iríamos luego una semana a… no, no os diré dónde). Así que ese día estaba para dejar las cosas en Barcelona (¡en el piso nuevo! –Perdonad, pero es que me hace mucha ilusión-) y salir al atardecer o anochecer hacia Cadaqués.

Pero a mí me había surgido una cosa más, así que mientras íbamos en coche hacia Barcelona (¡al piso nuevo!) tomé el móvil y llamé a Laura para quedar. Javier al escucharlo me lanzó una mirada indignada, pero le devolví un beso. Le expliqué a Laura que teníamos que ir a un sex-shop, que buscara cuál era el mayor y quedaríamos por allí cerca. Javier se escandalizó, pero le dije que tenía que ser una sorpresa, formaba parte de mi plan del regalo de bodas para él.

Al llegar, entramos directamente en el párquing, pero allí ya nos esperaba Julián, que nos había visto entrar por las cámaras. Nos ayudó a cargar las maletas hasta el piso, a cambio de mi beso de agradecimiento (y regodearse con mi figura, escote y posaderas, claro). Una vez en casa (¡en el nuevo piso!) apilamos las maletas en uno de los cuartos para invitados y repasamos las obras en la cocina. Estaba todo impoluto, parecía una de esas casas de revista de decoración con todo brillante y precioso. Habían realizado las reparaciones tal y como nos había comentado y Julián había tenido el detalle de asegurarse que todo quedaba limpio y preparado para nuestra vuelta. Mirándome, había añadido: “Usted dirá cuando quiere que vengan por lo de la factura y todo eso”. A Javier se le escapaba la risa ante la mirada de… de adoración y deseo de Julián, como esperando su premio por ser un buen perro.

Lo acompañé a la salida agradeciéndole sus cuidados (también para alejarlo de Javier, que se quedó en la cocina con una gran sonrisa en la boca). Ya en la puerta, una vez más, le agradecí sus detalles y le di un par de besos en las mejillas (aunque rocé sus labios en un descuido) mientras mi amplio y generoso escote quedaba claramente ante su mirada. Se fue con una gran sonrisa y casi inclinándose dándome las gracias. Yo le esperé en la puerta del ascensor, para que al bajar dispusiera de una gran vista de mis piernas y mi minúscula tanguita bajo la minifalda mientras le decía adiós con una gran sonrisa meneando mi manita y volvía con Javier.

Ordenamos poco, tengo que reconocerlo, pero es que poco había que ordenar (aparte de las maletas que ni abrimos). Yo rápidamente seleccioné algunos biquinis, vestidos ligeros para la playa o pasear y poco más (bueno, algunos vestidos de cóctel para situaciones un poco más formales, zapatos que combinaran, algunos bolsos, pulseras, anillos y collares, algún jersey por si refrescaba, algún abrigo ligero, foulards, mi estuche de maquillaje,… en fin, sólo lo imprescindible) y con un beso le dejé para que se conectara un poco y despachara emails (no le había dejado en el hotel).

Yo salí y bajé casi corriendo (aunque me detuve para decir adiós a Julián) mientras llamaba a Laura para ver dónde quedábamos. Cuando me dijo donde, y haciéndome la composición con la red de metro de Barcelona, me paré y volví al edificio. Me acerqué al extrañado Julián y le pedí que me ordenara un taxi, cosa que hizo inmediatamente.

-          No tardará ni cinco minutos, vienen de una parada que hay en el hotel cercano.

-          Mmmmm… perfecto, no tengo demasiado tiempo, hoy mismo nos vamos a la costa, ¿sabes?

-          Sí, algo me comentó Don Javier.

-          Sí, por eso vengo tan informal, me perdonas ¿verdad? Es que tengo que ir con una amiga al sex-shop y de ahí ya partimos a Cadaqués. Tengo que comprar un regalito para Javier. – Le dije traviesa mientras veía cómo su mirada se encendía y se refugiaba tras el mostrador para que yo no apreciara… lo que seguro que se estaba produciendo. – Por cierto, un día me tienes que explicar mejor cómo funciona el sistema de seguridad del edificio, ¿tienes el control de cámaras por aquí? – Y entonces me asomé por encima del mostrador con lo que mis pechos se estrujaron contra la parte superior del mostrador y quedaron rebosando claramente el escote ante él. Lamentablemente, Julián se quedó pálido por la sorpresa. - ¡Uy! Mira, si veo a Javier. Mira que si fuera yo que siempre voy desnuda por casa… ¡Vaya! Ya te lo he dicho, ahora seguro que miras- le dije mientras le miraba la entrepierna fijamente y me relamía sabiendo que estaba con toda su atención centrada en mi pechonalidad. Rodeé el mostrador y me puse a mirar fijamente la cámara donde aparecía Javier consultando el email, claro que entonces quedaba de espaldas a Julián y, agachada y con tan poco espacio, mis nalgas presionaban a Julián detrás de mí. – Ya me perdonarás, pero por casa me encanta estar fresquita y cómoda. – Añadí para gran consternación suya. – ¿Me habrás visto alguna vez desnuda? Qué vergüenza… espero que no, esas cámaras han de ser discretas ¿no? Bueno, que tú lo veas… no pasará nada, pero… nadie más, ¿verdad que no? – Y me giré para enfrentarme a él. – Que tú lo veas… no pasa nada, porque yo sé que te gusto, ¿verdad que te gusto? – le dije mientras mis manitas enlazadas ante mí rozaban suavemente su abultada entrepierna en tan reducido espacio. – Y tú nunca harías nada que me disgustara ¿verdad? Claro que no, soy una tonta. – Y reí mientras mis manos no dejaban de rozar esa ahora húmeda entrepierna.

-          Claro que no señorita, eso nunca, usted es… usted es mi sueño hecho realidad y yo jamás haría… - se le quebraba la voz y no era capaz de articular nada con sentido.

-          Señora, Julián, ya soy señora. – Le dije mientras ahora ya con descaro mi mano asía esa desinflada y húmeda tranca a través de los empapados pantalones bajo la bata azul del uniforme. – Pero tú llámame Sandra, como mis amigos, al fin y al cabo… me has visto desnuda.

-          Sí, claro, señora… Sandra… como diga… digo… NO, no la he visto, pues claro que no, las cámaras son sólo para vigilancia por si pasa algo pero yo no…

-          Claro, claro, eso me suponía, seguro Julián. Ya no tengo nada por lo que preocuparme ¿verdad? – mientras le sobaba su húmedo pero otra vez duro miembro.

-          Por supuesto que no señorita, señora, Doña Sandra…

-          El taxi, ya está aquí.

Y salimos y Julián, galante, tapándose con la bata, me abrió la puerta del taxi mientras yo me acomodaba mostrándole mis piernas y le daba la dirección al taxista.

Vaya, de nuevo no he llegado a Cadaqués, ¿me perdonáis?

Besos perversos a tod@s, y a ver si me dejáis algún comentario diciendo qué os parece.

Sandra