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En el tren

en Voyerismo

Hola a tod@s,

Muchas gracias por vuestros emails y vídeos. Ya sé que he sido muy mala por no escribir en todo este tiempo, pero… he estado muy ocupada (en todos los sentidos). A ver si me voy poniendo al día y os explico el cómo y el porqué, pero antes… una aventurita de este verano.

Como ya sabéis, tengo un grupo de amigos que van con bastante frecuencia a Lloret, donde uno de ellos tiene una casa y aprovechamos para hacer salidas, ir a la playa y… y bueno, lo que se tercie. Pues un fin de semana de este verano, en vez de subir con ellos el viernes por la noche, tuve que quedarme y subí el sábado por la mañana en tren.

El viernes había sido una buena chica, llegué tarde del trabajo y sólo tuve tiempo para cenar con Juan (un vecinito maduro que me cuida muuuucho). Así que, por la mañana, me llamó para despertarme a las nueve. Yo estaba muuuuy dormida, así que, como otros días, se vino a casa con una taza de humeante café. Después de su llamada me hice la remolona en la cama hasta que tocó el timbre de entrada de mi piso. Entonces me levanté, me envolví en el kimono de seda y fui a abrirle la puerta. Allí estaba él, con Dulce (su perrita) en brazos y una taza de humeante café recién hecho. Lo tomé de su mano y di un sorbito mientras le hacía pasar.

Ya en la cocina, Juan se puso a ordenar las cosas mientras Dulce se abría paso hacia el balcón soleado donde tanto le gusta tumbarse. Yo terminé el café mientras conseguía abrir mis ojitos. Juan ya los tenía abiertos y me acariciaba con su mirada mientras mi kimono se abría para mostrarle mis piernas. Así que le dejé la taza y me fui a la ducha mientras él continuaba regañándome por lo desordenada que era y cómo tenía mi piso revuelto.

Seguimos hablando mientras yo me duchaba, él de aquí para allá recogiendo mi ropa tirada, yo des de la ducha con la puerta abierta para complacerle como agradecimiento. Salí a secarme y él se vino al baño, se sentó en el bidet mientras yo recorría mi cuerpo con la toalla. Cuando la dejé a un lado y tomé el secador se acabó la conversación, pero sus ojos decían mucho mientras contemplaba mi cuerpo desnudo.

Ya seca me dirigí a la cocina, donde la cafetera ya humeaba, me serví, desnuda, mientras él me seguía mirando y preguntándome sobre mis planes del fin de semana. Le conté que salía a la playa con unos amigos mientras él escogía entre mi ropa lo que ponerme. La dejó preparada sobre la cama, una minifalda amarilla de vuelo que me llega sólo a medio muslo y una camiseta blanca de tirantes con un dibujo de un gatito con lentejuelas doradas. En el suelo, unos zapatos amarillos de tacón de aguja de cinco centímetros.

Al lado, una mochilita, dos tanguitas minúsculas transparentes, una toalla grande de playa, crema solar y un pequeño monedero.

-          Supongo que las tanguitas las pones para que las lleve en la mochila, no?

-          Claro, me encantaría saberte por ahí con la minifalda y sin nada debajo, sonrió.

Entonces empezó nuestro juego particular. A él le encanta verme vestirme delante suyo, y yo le hago el juego. Abre su bata de estar por casa y se sienta en la silla de mi habitación mientras yo contemplo mi ropa aprobando su elección. Me pongo de espaldas a él y sin flexionar las rodillas tomo la camiseta de la cama mostrándole mis dos orificios ante sus ojos. Ver mis nalgas duritas paraditas frente su cara, aspirar mi aroma hace que su pollita se ponga morcillota. Se la saca del pantalón de pijama y se la acaricia mientras me mira. Yo le veo reflejada en el espejo y le dejo disfrutar de nuestro pequeño juego. No hacemos mal a nadie. Me pongo la camiseta de tirantes y me miro al espejo dejándole ver bien mis pezones marcados en ella. Su mirada, curiosamente, no se dirige a mi chochito con pelitos recortados, sino a los pezones marcados en la camiseta. Me giro hacia él y me siento en la cama abriendo bien mis piernas para que pueda ver mi interior. Mis labios se separan y noto algo de humedad que no es de la ducha, sólo un poco de excitación. Tomo la faldita y levanto mis pies para, flexionando las piernas, mostrarle mi rajita húmeda mientras deslizo la suave faldita por ellas hasta mis muslos. Me levanto y, de nuevo de espaldas a él, me subo la faldita hasta mi cintura. Una vez allí me giro para mirarlo a los ojos mientras ajusto el cierre en mi cinturita.

Ahora su pollita ya está dura, su mirada es de admiración, creo que disfruta más al verme así vestida que desnuda. Me calzo un zapato y me agacho a abrochar la hebilla con el culito parado a cortos centímetros de su cara. Ahora mi sexo ya huele a mi, y noto cómo absorbe mi aroma con fuertes aspiraciones. Sin levantarme, continúo con las piernas estiradas y me abrocho la segunda hebilla. Por el espejo veo cómo se acaricia disfrutando del momento.

Acabado ya el show me alzo y modelo un poco ante el espejo. Al girar la falda se levanta con un vuelo mostrando mis nalgas y mi sexo. Juan no llegará, no le gusta llegar ante mi (dice que le parece una grosería), pero sé que luego, en su casa, exprimirá el recuerdo y será malo, dándome entonces sí mi ofrenda.

Tomo rápidamente la mochila, a la que añado una gastada novela edición de bolsillo que estoy leyendo. Le doy un besito en la nariz y salgo del piso en dirección a la estación de tren, dejándole para que ordene mis tanguitas, doble mi ropita y me haga la cama como siempre hace.

Decido tomar el metro hasta la estación de tren, una mañana calurosa en Barcelona, una mañana de sábado sin demasiada gente en las calles todavía. Más de uno me acaricia con la mirada, yo estoy algo excitada por mi exhibición ante Juan, pero sólo lo justo para ir algo húmeda. Lamentablemente, mi flujo huele siempre fuerte, y dejo a mi alrededor un halo de sexo. Ya en el vagón de metro, por unas pocas paradas, no me siento. El vagón va medio vacío, y aprovecho para leer una página de la novela.

Un adolescente, vestido para ir a jugar al fútbol con una bolsa de deporte a los pies me mira fijamente. Yo lo espío haciendo ver que estoy concentrada en la novela, pero no dejo de ver cómo me mira las piernas desde su asiento. Me quito la mochilita de mi hombro y la dejo en el suelo, la pongo en medio de mis pies, lo que me hace abrir ligeramente las piernas. Me acomodo en la zona entre asientos, con él sentado enfrente. Miro por la ventana y veo su reflejo, está perdido en mis muslos. Dejo que mi culito resbale por mi apoyo en la espalda con lo que mi faldita se alza ligeramente dejando ver un poco más. Noto cómo él cierra las piernas, toma su bolsa y se la pone en la cintura. Sonrío para mis adentros. Estoy llegando, así que me agacho para recoger la mochila. De cuclillas abro la mochilita para guardar la novela mientras noto su movimiento bajo la bolsa, está viendo que no llevo nada bajo la faldita. Ahora sí, mientras cierro la mochilita le miro a los ojos y sonrío. El metro va perdiendo velocidad, él se queda azorado sin saber qué hacer, yo, viendo que nadie más puede vernos, acerco una de mi manos hacia mi entrepierna y con dos dedos abro mis labios húmedos mostrándole mis delicias. Me levanto y salgo lanzándole un beso al aire. Sus ojos se abren desmesuradamente y ríe mientras su mano bajo la bolsa para y se relaja, se habrá manchado?

Del metro paso directamente a la estación de Sants, la del tren que me llevará a Blanes, desde donde tomaré el autobús a Lloret. En los túneles corre un aire caliente con olores fuertes. Saco mi ticket de la máquina y busco el andén el los paneles. Una vez localizado bajo hasta la zona de las vías, tengo todavía diez minutos, así que, tranquilamente, me siento en uno de los bancos que hay y saco la novela de la mochilita.

A mi alrededor empieza a acercarse más gente, tren a la playa mañana de sábado en verano. Alguna familia, algunos grupos de amigos, alguno incluso por trabajo (por su vestimenta) y un par de negritos que hablan entre ellos en un lenguaje ininteligible. Yo observo y leo. Pasa el tren anterior al mío, algunos montan, otros bajan y sale de nuevo hacia su destino. Esperamos.

Finalmente llega nuestro tren, recojo mi mochilita y me paro ante la puerta. Aprieto el botón y entro, escalando al alto peldaño del tren. Detrás de mí oigo aquellas voces ininteligibles, supongo lo que habrán visto y puedo imaginarme los comentarios. Busco un asiento libre y me siento en la ventanilla, dejando mi mochilita en el asiento de al lado.

La pareja de negritos se sientan enfrente, así que los tres ocupamos el bloque de cuatro asientos. Yo hago como que me concentro en la novela mientras les veo por el reflejo. Uno de ellos va vestido étnicamente, con una especie de túnica de colores vivos y gorrito a juego, El otro lleva chándal. Cerca de los treinta, tal vez treinta y cinco, algo mayores que yo. Llevan una bolsa que ponen encima sobre nuestras cabezas. Yo aprovecho para acomodarme, con lo que al tirarme algo para adelante mis pechos quedan claramente marcados en la camiseta, el del chándal que está poniendo la bolsa arriba tiene una perfecta vista del poco escote de la camisetita de tirantes, pero el de enfrente puede ver mis marcados pezones.

La faldita se las ha arreglado para acomodarse sobre el asiento, con lo que mis nalgas están directamente sobre aquella superficie que se calienta rápidamente. Encajo mis piernas entre las de ellos, que también son altos, con lo que quedamos cómodamente instalados. Ellos mirando mis largas piernas, yo haciendo que me concentro en la novela. Siguen hablando entre ellos, pero observo en el del chándal la formación de una morcillota protuberancia en los pantalones. El otro, con aquella toga que parece una tienda de campaña se las apaña para no mostrar, pero estoy segura que también se está recalentando con mis pechos. Dejo pasar el rato, ellos siguen con sus comentarios, sonriendo, hasta que el del chándal, cuando ya hemos salido de la ciudad, se decide a hablarme.

-          Este es el tren de Blanes, verdad?

-          Sí, va hasta Blanes.

-          Nosotros vamos a Lloret. Nos vendrán a recoger, y tu?

Y así empezó la charla. El del chándal vivía y trabajaba en Barcelona, y su compañero (el étnico) había venido a estudiar a Barcelona un master en IESE. Hoy iban a la playa. Tampoco les di más conversación y volví a mi novela. Lo cierto es que ambos iban bien afeitados y arreglados, el del chándal con zapatillas de marca (pero chándal! Por Dios). Buenos cuerpos, tuve que admitir. Me recosté, con lo que la faldita se subió un poco y podían contemplar hasta un poco de nalga, con lo que sus comentarios se animaron más. Yo reía por dentro, manteniéndome seria por fuera. Bajo la toga de vivos colores una mano ayudó a que algo se pusiera en su lugar (debía estar incómodo?). Pero al retirarse, justo antes de ponerse correctamente en el asiento, pude ver el tremendo tamaño del aparato, era realmente monstruoso! O eso me pareció. No pude evitar una miradita a su compañero, que para disimular la había atrapado de la goma del pantalón!

Aquello no contribuyó a tranquilizarme, sino que abrió todavía más mi hambre. Recogí un poco más mis piernas, un leve roce con ellos, una sonrisa inocente y mi nalga entera expuesta mientras yo volvía a la novela. Debían ser muy internacionales y con pasta, pero ver los muslos expuestos de una eslava como yo no los dejó indiferentes. Trató de reanudar la conversación y yo como que me hice la distraída, pero entonces les recorrí con la mirada y me fijé mejor en sus bultos. La cintura del chándal mostraba claramente un bulto y la toga se extendía hasta una tienda de campaña mal disimulada.

Al ver donde se dirigía mi mirada ambos se sentaron un poco más erguidos para disimular, pero mi sonrisa de complicidad les sorprendió agradablemente. Dejé la novela en el asiento libre mientras me apartaba el cabello mostrando mi cuello y marcando mis pechos mientras miraba alrededor. “Hace calor, verdad?” les dije mientras miraba alrededor, el resto del vagón no iba vacío, pero los asientos contiguos sí y nadie nos veía directamente. Quedaba todavía más de media hora de viaje.

Fingí estar algo entumecida de todo aquel rato sentada y arqueé la espalda mientras estiraba mis brazos tras de mi, flexioné el cuello a ambos lados mientras ellos disfrutaban de mis grandes pechos y mis puntiagudos pezones. Flexioné un poco las piernas y las estiré entre las suyas mientras les sonreía. Ahora sus bultos se marcaban descaradamente, ellos también sonreían y me seguían el juego. Realmente eran tremendos, no todos los negros las tienen así de grandes (puedo asegurarlo) pero aquellos dos mandingas tenían unas mangueras de campeonato. Ahora sí las veía marcadas bajo su ropa.

El del chándal la tenía por encima del ombligo, pese a tenerla calzada por la goma del pantalón, se le marcaba en el vientre hasta bien arriba y forcejeaba con la goma separándola de su cintura mientras sonreía a mis pechos. El de la toga ya no disimulaba y su tienda de campaña llegaba hasta casi el pecho. Yo les miré a los ojos mientras sonreía. Recogí mis piernas y las enlacé por las rodillas como relajándolas, bajo mi faldita mi chochito rezumaba, pero ellos no podían verlo.

Deslicé mis zapatos de tacón hacia sus entrepiernas hasta que mis suelas acariciaron sus tremendas trancas. Ellos tomaron mis pies y quitaron las tiras de las hebillas liberando mis zapatos por el tacón, dejando reposar mis pies en sus duros miembros. Yo los recorrí arriba y abajo con mis pies mientras me mordía una uña y les sonreía mirando a sus ojos con cara de viciosa.

Mis pies recorrían sus sexos de abajo arriba, acariciando sus huevos y todo su falo. Mi izquierdo se perdió bajo la túnica y subió por dentro de ella para descubrir el tacto directo de esa enormidad (no llevaba nada debajo!). Mientras que mi pie derecho levantaba aquel terrible chándal y acariciaba el tremendo sexo con mis deditos (y sí, casi le llegaba al pecho).

Ambos estaban como extasiados dejándome recorrer sus sexos con mis dedos de los pies, aplastando sus huevos con la planta y acariciándolos y presionando. Entonces abrí mis piernas al flexionar las rodillas y sus ojos se abrieron como platos al descubrir mi regalo. Justo entonces llegamos a Blanes, pero creo que apartaron mis pies más para no correrse que por haber llegado. Yo me tumbé para atarme los zapatos mientras les daba un cálido beso en la punta de cada uno, tomé mi mochilita y salí dejándoles con el espectáculo de mis nalgas y mi penetrante olor a sexo.

Salí rápido de la estación porque sabía que el bus no espera mucho. Pero ellos se me acercaron por detrás y se ofrecieron a llevarme con el amigo que venía a recogerlos. Les miré sonriente a los ojos mientras mi mano rozaba sus tremendos falos: “Seguro que podréis resistir?”. Ellos asintieron mientras su compañero les llamaba la atención desde el parking de la estación, otro moreno musculoso. Ambos me tomaron de la cintura para dirigirme hacia él, que sonreía aprobadoramente. No sé que se decían, pero no era fácil suponerlo.

Me presentaron a su compañero y nos dimos dos besos. Me preguntaron donde llevarme y les dije que cuando fuéramos llegando ya les indicaría. Subimos al Range Rover del compañero, los tres detrás, naturalmente me hicieron pasar a mi en medio de ellos y rápidamente me tomaron las manos y las pusieron en sus tremendas pollas que no se habían bajado ni un milímetro. Yo no podía dejar de recorrerlas, tenía que flexionar mi codo para llegar hasta su punta de largas que eran, y una de ellas no podía ni abarcarla con toda mi mano de gruesa que era.

El conductor reía y no paraban de charlar entre ellos. “Dejad algo para mí”, decía en castellano. Al oírlo, yo me acomodé bien y abrí mis piernas mostrándole mi sexo. “Pero sólo si conduces con cuidado”. Nos acercábamos a la zona de Fenals cuando les indiqué el desvío de la urbanización, yo todavía no había conseguido acomodar aquellas tremendas vergas en mis manos, seguía sin acabármelas y ellos seguían sonriendo y ni siquiera habían pasado de tocarme los pechos. Les indiqué un camino de tierra que sabía que no tenía salida y paró ante el bosque, al final del discreto camino. Entonces me volteé y traté de meterme el mayor de esos miembros en mi boca, sólo alcancé a abrir mi mandíbula al máximo y tragar la puntita, no me cabía más, mientras su compañero me alzaba la faldita y me recostaba para tener acceso con sus dedos en mi rebosante chochito. Mi olor llenaba el coche. Oí cómo el conductor bajaba y ellos dos me sacaron en volandas del coche.

El del gran miembro quedó sentado en el asiento mirando afuera mientras yo trataba de tragarme más y más su preciosidad, pero fracasé en el intento, mi saliva goteaba por su falo mientras mi mano presionaba sus gordas y peludas bolsas. Por detrás tampoco perdían el tiempo y su compañero humedecía con su lengua mi ano y sorbía mis flujos acariciando toda mi zona con sus labios.

Rápidamente empezó a dilatarme mis agujeros con sus dedos mientras suavizaba sus movimientos con la lengua (suerte que tuvo cuidado, si no me hubieran desgarrado!). Cuando ya tuvo lo que quería me dio una nalgada y su compañero salió del coche, se acomodó en el suelo con esa terrible barra de carne apuntando al cielo, yo no podía esperar y me senté encima suyo, traté de empalarme en él, pero era demasiado gruesa, pese a haberme dilatado su compañero parecía imposible que eso tan grande pudiera entrar en mi. Yo me sentaba encima suyo y trataba de ir encajándome, pero era imposible. Los otros dos se acercaron a mi con sus tremendos sexos rindiéndome homenaje.

El del suelo me alzó y apuntó mi ano. Dejé escapar una negativa, si no me entraba por mi coñito, cómo iba a entrarme por detrás? Pero el me dijo que tuviera paciencia y empezó a trabajarme por detrás haciendo que fuera dando saltos sobre su punta, que apenas conseguía penetrar en mi. Yo, convencida que era imposible, le seguí el juego, pero tomando las dos ofrendas procedía a lamerlas y acariciarlas. Eran dos tremendas pollas negras, brillantes por mi saliva, con las venas marcadas por el deseo, con grandes capullos que se mostraban rosados al correrles la piel. Sólo podía tragar la mitad de una y tres cuartas partes de la otra de grandes que eran. Noté cómo crecían un poco más en mis manos y boca (más no, por Dios!). Finalmente tomé la mayor de las dos y la tragué poco a poco hasta que me llenó la boca, entonces continué con la garganta hasta que mi nariz llegó a sus musculosos abdominales. Los tres corearon aquella demostración de garganta profunda, pero entonces el de debajo consiguió meter su puntita en mi ano que, una vez abierto, engulló aquella columna hasta mi estómago, y pese a todo quedé a media altura de esa enormidad de sexo.

Fue entonces cuando el conductor aprovechó mi posición para tratar de taladrarme el coñito. Y digo tratar porque necesitó tres intentos para meter la punta y reventarme, literalmente. Sólo entonces pude sujetarme con las dos manos en la tremenda polla de mi boca y concentrarme en el que estaba de pie a mi lado. Tuve que hacerlo para poder aguantarme, lo que le supo a gloria porque me hacía forzar su polla con mis manos y tragármelo con más ímpetu.

Y entonces empezó la cabalgada de mi vida. El del suelo consiguió empalarme más y más profundamente (pese al peso de todo mi cuerpo no llegaba a meter todo su miembro en mi). El conductor parecía un atleta profesional agarrando mis caderas y sometiéndome a un tremendo vaivén que arrastraba mi ano arriba y abajo. Y el que estaba de pie disfrutaba de los movimientos de los otros en mi intento de no caer (aunque tan bien apuntalada era difícil).

El primer orgasmo crecía dentro de mi, notaba cómo los dos sexos chocaban dentro de mi llegando a penetraciones nunca sentidas, era sentirse llena completamente por tres hombres de ébano que merecerían ser protagonistas de una peli porno. Dentro mío crecía el calor y las oleadas de placer recorrían mi cuerpo suavemente, empezando por los pies y acabando en mis cabeza, sucediéndose una tras otra creciendo en intensidad, creciendo y creciendo a cada embestida hasta que exploté. Exploté por mi sexo y por mi ano a la vez que el que estaba de pie inundaba mi boca con su leche. Exploté presionando con mi esfínter esa tremenda polla de mi ano, chorreando y lanzando litros de mis flujos sobre el que me taladraba el coñito y tratando de tragar todo lo que me daba el tercero.

Exploté y volví a explotar una y otra vez mientras mis piernas se sacudían descontroladas. Trataba de abrazar con ellas al que me taladraba por delante, pero mis músculos no respondían y sólo podía acariciar sus miembros en mis espasmos mientras subía y bajaba sobre ellos. No fue un orgasmo, fue una cadena de orgasmos a cual mayor en intensidad mientras ellos no paraban de penetrarme y el tercero no paraba de escupir sus litros de leche en mi boca. La leche me llenó y fui incapaz de tragar sus lechadas, que salían por las comisuras de mis labios, incapaz de gemir y tragar a la vez. Tuve que retirarme de la boca aquella polla (que todavía lanzó alguna lechada sobre mi cara) para poder gritar de placer. Me convulsioné como una poseída una, dos y tres veces hasta creer que me desmayaría cuando noté cómo me llenaban culo y coño a la vez. Me inundaron los dos a la vez, noté cómo trataban de empalarme los dos a la vez hasta lo más hondo mientras inundaban mi cuerpo con sus lechadas y entonces pude relajarme. Me dejé caer como una marioneta rota, y sólo entonces me di cuenta que sí había conseguido introducirme aquel miembro de fantasía hasta su totalidad.

Cuando el conductor se separó suavemente de mi llegué a oír un “plop” y cómo ríos de leche caían de mi sexo abierto, reluciente, rebosante. Me abracé al que se había derramado en mi boca, todos sudorosos, con cuerpos brillantes, yo tan doradita, destacaba pálida ante aquellos brillantes negros cuerpos. Traté de alzarme, pero imposible. Me tomaron de los brazos y me levantaron poco a poco, vaciándome de aquella tremenda tubería industrial. Noté cada centímetro mientras salía de mi, cada centímetro de vacío en mi interior, tratando de volver a su tamaño normal, desde el estómago hasta, finalmente, mi lamentable ano que al quedar expuesto empezó también a rebosar sucia leche. No me sostenía, pero ellos, muy caballerosos, rápidamente me acercaron toallas limpias que llevaban en el coche y me estuvieron limpiando y poniéndome crema hidratante en mis aún dilatados agujeros (tardaron dos días en volver a su tamaño normal! Aunque no hubo desgarros, por suerte!).

Mientras no dejaban de adularme y de decir que había sido la mejor corrida de sus vidas, que había sido fantástico y que yo era su heroína. De repente, pese a sus edades, se transformaron en dulces adolescentes enamorados dándome todos sus cuidados y adorando mis pechos y cuerpo con crema y besitos dulces. Acababan de romperme y destrozarme, pero de repente se transformaban en dulces caballeros protegiendo su dama.

No sé cuánto tardé en recuperarme, pero entonces me llevaron a un restaurante y nos tomamos una mariscada regada con unas buenas botellas de Chardonnay hasta bien entrada la tarde, cuando me devolvieron a la casa de mis amigos dejándome sus contactos y una suculenta suma en mi mochilita.

Besos perversos,

Sandra

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